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Campesinos y Participación Política Popular en la Construcción de la Nación

María Victoria Dotor Robayo


“Quien sostenga [indicaba Tolstoi] que Napoleón fue a Moscú porque quería ir y que
fracasó porque Alejandro quiso su perdición, tendrá tanta razón y sinrazón para
afirmarlo como el que diga que una montaña que pesa millones de puds ha caído porque
–después de socavarla- el último obrero ha dada el último golpe de su pico. En los
hechos históricos, los grandes hombres son como etiquetas que dan título al
acontecimiento; y como sucede con las etiquetas, son ellos quienes menos relacionados
están con el hecho mismo”. (Tolstoi. L. Guerra y Paz)
Objetivo: Mostrar cómo se ha analizado la participación de los sectores populares en el
proceso de formación de la nación? Analizar propuestas metodológicas, debates, y
principales conclusiones historiográficas.
En este sentido son varios los interrogantes que ha suscitado esta temática: ¿Cómo ha
sido la participación política popular? ¿Cómo ha incidido en los procesos políticos e
históricos? Y en general Cuál ha sido el comportamiento político de los sectores
populares en América Latina?
Dificultades
El tema conlleva una primera dificultad, que tiene que ver con la precisión de su objeto:
los sectores populares son heterogéneos, étnica y ocupacionalmente. Cuándo se refiere
a ellos, cuáles son los elementos con los cuales se espera caracterizar y definir. Muestra
de ello es la amplia denominación y su consecuente dificultad de conceptualización. La
historiografía ha empleado diversas categorías: sectores populares, clase obrera, clases
populares, clase baja, capas populares, populacho, multitud, pueblo, clases
trabajadores, grupos subalternos, plebeyos, trabajadores plebeyos.
En el estudio de los sectores populares, y en relación con la diferenciación urbano –
rural, aparecen dos grupos diferenciados, los subalternos urbanos y rurales, aunque no
exista una radical diferenciación o separación, por lo menos nominalmente se empieza
a advertir, de un lado y siguiendo la denominación de la época para las más bajas escalas
sociales aparecen los plebeyos, plebeyos urbanos, de otro, y siguiendo también las
denominaciones de la época se encuentran los indios y campesinos. La diferenciación
anterior no contempla un tercer grupo que no se reduce a los mencionados, nos
referimos a los negros esclavizados, cuya participación ha sido destacada
principalmente para el periodo de independencia.
En medio de esta amplitud conceptual, Qué los define en común?: Su situación
subalterna, quizás con una marcada diferencia cultural y espacial. Lo que nos conduce
a un segundo problema, es el de su abordaje: en su mayoría analfabetas, con lo cual, sólo
son aprehendidos por documentos producidos por la élite: Relatos de viajeros, prensa,
documentos administrativos: documentación judicial, criminal y militar. En los que se
logra una mayor aproximación a los sectores subalternos, a pesar de que se trata de
situación de presión, extremas, es posible encontrarlos más directamente allí. (Di
Meglio, P. 13)
Perspectiva Metodológica:

La revaloración metodológica y conceptual de lo político, producida en los últimos años,


ha abierto nuevos espacios para reflexión de la multiplicidad de opciones inexploradas.
Desde la Nueva Historia Política, con base en propuestas desde la historia social y
cultural
Aportes de Roger Chartier o Ginzburg.
Chartier, por ejemplo quien ha indicado que pensar cierta autonomía de la cultura
política popular, girando sobre sí misma, independiente, es propio de una sociedad que
buscaba renovar y justificar discursos y prácticas jerárquicas. Tal como ocurrió con el
surgimiento de la república, en la que a la vez que abre las puertas a la participación
popular, busca las estrategias para su contención. Es lo que caracteriza también el paso
de sociedades tradicionales, campesinas y populares, a una cultura nacional,
homogénea, unificada (Chartier, p. 64).
Se le exige así a la práctica historia, “comprender, a la vez, cómo las representaciones y
los discursos construyen las relaciones de dominación y cómo ellos mismos dependen
de los recursos desiguales y de los intereses contrarios que separan a aquellos cuya
potencia legitiman de aquello a aquellas cuya sumisión aseguran (o deben asegurar). P.
73.
Conceptos: Cultura política, hegemonía: término que permite el estudio del Estado en
relación con la sociedad civil y, segundo, resaltar el conflicto en aquella relación y no
simplemente el consenso.

Principales hipótesis historiográficas contemporáneas

Observar el disímil lugar de lo subalterno tiene ya una larga trayectoria académica en


América Latina y principalmente en la historiografía andina, que ha indagado por la
participación política campesina, mestiza, indígena y en general, por aquella asociada
al mundo rural. Uno de los trabajos entre la antropología y la historia es el de Mark
Thurner, quien introduce en las narrativas políticas a los “campesinos andinos”, para
explicar cómo éstos hacen política y se han ocupado de sus mundos políticos. Thurner
controvierte la interpretación que había caracterizado la participación campesina como
pre-política, concepto propuesto por Hobsbawn y que tiene por destino teleológico la
modernidad, logrando transgredir el concepto tradicional de política, pues propone que
todas las luchas sociales son potencialmente políticas y claramente culturales, en una
mirada de lo político que va más allá del Estado, las élites y los partidos, pero que no los
excluye.
En esta perspectiva, uno de los trabajos más reconocidos es Peasant and Nation, de
Florencia Mallon, quien se propone indagar por la relación entre los grupos populares
y la formación de los Estados nacionales, mostrando cómo campesinos e indígenas
tuvieron un lugar importante en la consolidación de los Estados y culturas nacionales.
Mallon debate con los académicos que consideran que la construcción de los Estados
nacionales son producto de reducidas élites. La historiadora advierte, por supuesto, la
existencia de jerarquías entre las voces subalternas y muestra la existencia de voces
nacionalistas dentro de los campesinos. No obstante, su estudio se realiza para periodos
de guerras exteriores, la guerra del Pacífico en los Andes y la participación en ella de
Mantaro y Cajamarca (Perú), así como la intervención extranjera en Puebla y Morelos
(México).
De la obra de Mallon se desprenden básicamente dos discusiones. Una, frente a la
lectura de la construcción de los Estados nacionales como un hecho propio de las élites
(Debate Mallon-Bonilla), y otra, sobre el lugar de los sectores subalternos, que se dio
con el analista cultural John Beverley. Confronta a Heraclio Bonilla, para argumentar el
carácter de negociación de los nacionalismos, en medio del conflicto entre campesinos
y élites,
Beverley, a partir del planteamiento de que “el subalterno hable como sujeto
sociopolítico”, cuestiona la “sutura” que Mallon realiza a la relación campesino- Estado,
a cambio de haber dejado abierta la brecha que los separa social y conceptualmente y
mostrar la insurgencia campesina frente a la narrativa nacional.

Campesinos y construcción de la nación

Con la intención de cuestionar esa tendencia historiográfica que revive la incapacidad


y tradicionalismo político de los sectores populares frente a la sabiduría y modernidad
de las Elites, Marta Irurozqui ha propuesto por ejemplo que la continua transgresión de
las leyes y reglamentos electorales creó una cultura electoral donde el voto corporativo
y comprado tuvo un papel creciente en la difusión del orden político, porque permitió
una ampliación práctica del electorado. Así, ante la pregunta de quién estaba más
preparado para la democracia, ¿las Elites o los sectores populares?, la respuesta es
interpretar la expansión de los principios de “modernidad política” como un proceso
general de aprendizaje que involucró a todos los sujetos históricos, obligándolos a
asumir una posición concreta al respecto que fue variando en el tiempo.
Afirma Irurozquí que no hubo ningún “verdadero abismo cultural” entre las Elites y los
grupos subalternos, sino el empleo de una misma ideología y retórica para obtener
logros sociales excluyentes. Ni la nueva cultura política fue un cuerpo totalmente ajeno
a la realidad imperante, ni fue un bagaje exclusivo de las Elites; lo que se dio fue un
proceso dinámico y nunca concluido de apropiación e interiorización de una
determinada narrativa y comportamiento políticos.
Para la historiadora la comprensión del fenómeno gradual de la formación de la
ciudadanía requiere, entonces, el análisis de las maneras formales e informales de
participación, ya que fue en el juego entablado entre legalidad e ilegalidad donde residió
la dinámica de apropiación de la cultura política y, por tanto, la incorporación del
individuo a la ciudadanía.
Puede decirse, entonces, que, con el régimen republicano, los sectores populares
entablaron luchas cotidianas por su existencia social recurriendo a la retórica política
dominante. Aunque esto implicó la aceptación de una norma jerarquizada, el hecho de
que la vida política local se midiera bajo nociones de igualdad reforzó la idea de la
educación como mecanismo de movilidad social y de la ciudadanía como medio de
expresión de una voluntad popular de presencia y decisión públicas. Esto supuso un
aprendizaje de la práctica política democrática, convirtiéndoles en ciudadanos de hecho
y de derecho. (Bolivia, Iruruzqui)
Marta Irurozqui, en “¿Ciudadanos armados o traidores a la patria?”, analiza la
participación aymara en las guerras civiles bolivianas de 1870 y 1899. En una
percepción histórica de la ciudadanía que es definida “como una facultad que debía ser
aprendida y un privilegio que debía ser ganado, con independencia de lo establecido en
las leyes”, y teniendo en cuenta sus dos componentes básicos, “deberes y derechos”,
plantea una diferenciación entre “ciudadanía cívica” y “ciudadanía civil”.

(El detonante de esta inversión identitaria fue la masacre de Mohaza, en la que el 29 y


30 de febrero de 1899 ciento veinte integrantes del batallón liberal Pando, varios
vecinos del pueblo y hacendados locales fueron victimados en esta localidad por un
grupo de indios liderado por Lorenzo Ramírez, lugarteniente de Zarate Villca. Un hecho
de traición a los liberales. En el interrogatorio a Lorenzo Ramírez, preguntado acerca
de quiénes lideraban las fuerzas indias y cuál era la autonomía de éstas en la toma de
decisiones, declaro el Aymara que su causa no era “la de Pando ni la de Alonso”, sino el
exterminio de la raza blanca).
Más allá del distinto tipo de participación política que se les reconoce, la una, que los
convierte en patriotas, la otra, en anatemas de la nación, en bárbaros políticos, llama la
atención sobre la incidencia del campo militar en la visibilización de la población
indígena, en su existencia social y política, como “ciudadanos armados”, lo cual a su vez
los convierte en soporte de la institucionalidad y en elementos de articulación
territorial del Estado, “gracias a asumir como propia la narrativa ciudadana de
cooperación nacional en su defensa grupal”.
Tales conclusiones nos conducen al mismo cuestionamiento que le hiciera Beverley a
Mallon, sobre el lugar de los subalternos frente a la narrativa del Estado. Si de lo que se
trata es de recomponer esta articulación o, por el contrario, de mostrar sus rupturas,
discontinuidades y resistencias.
Para el caso boliviano, Irurozqui plantea justamente que las colaboraciones
multiétnicas y multiclasistas presentes en las guerras contravienen la idea de una
distancia entre los indígenas y el resto de los bolivianos, separación que sería producto
de relatos elitistas que las presentan como identidades opuestas y que sin duda
marcaron la fractura social de la historia boliviana de gran parte del siglo XX. Sin
embargo, como proceso histórico esta articulación queda confirmada con el triunfo de
la candidatura multiétnica y popular de Evo Morales, que muestra “una realidad
histórica boliviana en la que la incidencia de lo popular —con independencia de su
coyuntural catalogación étnica— en la definición histórica boliviana no es excepcional,
sino consustancial a su desarrollo”.
Con lo demostrado por el caso boliviano pareciera un reduccionismo analítico querer
observar la participación popular como un hecho de simple colaboración o resistencia
frente al Estado. Evidentemente cada proceso histórico se presenta irreductible a
homogéneos esquemas interpretativos, aunque se trate de similares sectores
subalternos. Por ello, muchos de los estudios terminan dando cuenta de las diferentes
formas de participación en los procesos de formación nacional, su visibilización y sus
posibilidades históricas y políticas de acuerdos y negociación.

Continuando con el proceso de formación de los estados nacionales, otro capítulo que
ha dado cuenta de la participación popular tiene que ver con la formación de las tropas
y ejércitos en los nacientes Estados nacionales y durante periodos de protagonismo del
liberalismo, de contiendas civiles y construcción de identidades partidistas, nacionales
o regionales. Son los trabajos de Cecilia Méndez para el Perú, sobre la estructura
militar en la formación de la identidad en América Latina.
Cecilia Méndez, se ha propuesto explicar la relación histórica entre los militares y las
poblaciones campesinas, así como el papel de la guerra en el sistema político. En “Las
guerras olvidadas del Perú”, argumenta que en las contiendas de las primeras décadas
de la independencia, además del ascenso social, los pobres del campo podían negociar
sus derechos y obligaciones con el Estado, es decir, su condición ciudadana. Sugiere,
además, que las poblaciones rurales participaron en las guerras civiles tomando las
armas y asumiendo tareas de gobierno y control social, actividades definitivas en el
proceso de formación del Estado Nacional. Pero lo más novedoso de su propuesta es
comprender la participación política, no desde el discurso formal doctrinario, sino
desde un ámbito material, pragmático, que como lo afirma la autora ha sido el más
descuidado en los análisis. En esta dirección enfatiza en las formas propias de las
guerras del siglo XIX, de ejércitos que no eran autosuficientes sino que requerían el
concurso de la población civil, en un espacio como los Andes peruanos, de extensa
aridez y necesidad organizativa para la explotación de recursos.
Mediando entre los enfoques según los cuales los ejércitos obtuvieron todos los
recursos a la fuerza y aquellos que construyeron la idea de unos campesinos
colaboradores con los militares, producto de un “patriotismo natural”, Cecilia Méndez
indica que además de utilizar el saqueo, el reclutamiento forzoso y en general la fuerza,
los ejércitos también tuvieron que atenerse a lo que los campesinos aceptaban darles,
pues el Estado carecía de suficiente capacidad coercitiva. De tal forma que más que
develar discursos programáticos, Cecilia Méndez propone buscar en los recursos y los
hechos las razones pragmáticas que condujeron a los campesinos a aliarse con uno u
otro bando, y en general a la alianza entre ejército, campesinos y Estado. Tal relación es
observada en la Sierra Central peruana, región que la autora encuentra como escenario
neurálgico de la política nacional y de la constitución del Estado.
Méndez afirma que la relación entre campesinos y ejército es central para la
comprensión de la historia política del Perú. La alianza entre campesinos y militares en
el Perú conduce a la historiadora a reflexionar sobre el potencial popular del
autoritarismo militar, en procesos excepcionales y complejos como el gobierno del
general Juan Velasco Alvarado (1968-1975), que buscó la reactivación de la memoria
de Túpac Amaru; o en la alianza entre ronderos y militares, en la última guerra civil
peruana, donde las comunidades campesinas tuvieron un papel protagónico en la
derrota de la guerrilla maoísta.
En estas alianzas políticas populares Cecilia Méndez ve una variante respecto a la
participación campesina e indígena en Bolivia o Ecuador, e incluso al militarismo
venezolano. No obstante tal hipótesis parece plantear problemas, principalmente para
la historia más reciente del Perú, que puede implicar cierta retórica militar pro-
indígena, o pro-campesina, o por lo menos advertir las tensiones y contradicciones que
alberga tal hipótesis, complejidad analítica que no esquiva la autora.
Cecilia Méndez se interroga por qué en la larga duración, cuando son comparados los
gobiernos militares con aquellos que se desarrollan bajo las banderas de la democracia,
son los primeros los que ganan el apoyo popular: “resulta revelador que el periodo más
prolongado en el que el Perú experimentó gobiernos civiles ininterrumpidos sea
conocido como la República Aristocrática 1895-1919, un periodo donde democracia y
gobierno de la oligarquía llegan a ser sinónimos”. Tal es la contradicción. “Pareciera
pues que en el Perú los momentos de mayor integración de los campesinos al Estado y
a los beneficios de la ciudadanía coinciden con momentos autoritarios”, refiriéndose la
autora a los gobiernos de Augusto B. Leguía (1919-30) y Juan Velasco Alvarado (1968-
1975). Pero los argumentos de mayor interés corresponden al siglo XIX, donde
cuestiona la idea de que la sierra central y su población campesina, estuvieran excluidas
de la vida nacional y la ciudadanía, argumentando que, por el contrario, las guerras
civiles fueron la forma de participación e inclusión de los campesinos en la política
nacional.

Peter Guardino. Los campesinos mexicanos en la época de la Independencia. Un


recorrido historiográfico
Analiza la escasa evidencia directa de las opiniones de los campesinos insurgentes.
También busca entender como estos campesinos podrían haber interpretado el
discurso de los líderes insurgentes. Tanto para la guerra de la independencia como para
otros períodos, se concentra en la construcción de alianzas que ligaron a personas de
distintas clases y grupos étnicos.
En su estudio sobre el estado de Guerrero investiga las tensiones sociales y económicas
a nivel local, para entender como podrían haber interpretado el discurso de los líderes
insurgentes. Hace hincapié en la idea de que los distintos actores sociales podrían
interpretar las mismas palabras y los mismos símbolos de distintas maneras.
Por lo general las aspiraciones campesinas se centraban en sus familias, sus tierras, y
sus pueblos, y mucho de la política campesina enfatizaba lo local, como dice Van Young.
Sin embargo, es importante entender que los motivos locales y religiosos existían en un
contexto mucho más amplio, y tenían que obrar dentro de este contexto aún cuando sus
metas eran locales. De hecho aún antes de la guerra los líderes de los pueblos y, muchas
veces, los campesinos individuales tenían contactos frecuentes con las estructuras
supralocales. Sin embargo, muchas veces para vivir estas vidas dentro de sus pueblos,
los campesinos tuvieron que relacionarse con las fuerzas económicas y los actores
políticos fuera de sus pueblos. Vendían sus productos o su mano de obra, acudían al
sistema judicial para solucionar los conflictos internos o defenderse de los foráneos, y,
por esto, construían sus ideas de su lugar dentro de un universo más amplio. Tenemos
que interpretar sus acciones a partir de 1808 tomando en cuenta las relaciones
estrechas entre sus aspiraciones locales y el contexto más amplio dentro del cual
persiguieron estas aspiraciones.

Participación política en la construcción de la nación

La historiografía colombiana sobre el siglo XIX, ha limitado las posibilidades de


comprensión de la época y de sus problemas, principalmente ha excluido la
participación de sectores populares, pues los portadores autorizados de los discursos
políticos se han reducido a las mismas élites intelectuales, políticas o ideológicas. Hecho
que nos deja un escenario en el que no están sino las élites políticas e intelectuales, con
los caudillos deliberantes, por un lado, y por el otro, sus “peonadas” sumergidas en la
servidumbre y la marginación política. Además la literatura sobre el siglo XIX ha
sugerido que los subalternos fueron políticamente ignorantes, indiferentes o simples
clientes de patronos. (Sanders). La consecuencia fue ocuparse de los temas
considerados serios, y trascendentales los epítetos descalificadores, provenientes de
las distintas corrientes historiográficas, incluida la nueva historia, ya habían hecho lo
propio por la historia de los grupos populares.
Una lectura renovada del siglo XIX supone, por lo tanto, enfocar sectores sociales más
allá de las élites y sus discursos. Implica comprender otras formas de la política, que
descifren los códigos de poder de la época, como el criterio étnico o la condición
jerárquico – social que encierran los discursos republicanos, el liberalismo, la
democracia o la ciudadanía. Una lectura renovada del siglo XIX, también supone, la tarea
intelectual más difícil quizá, que consiste en recuperar los discursos de esos diversos
sectores populares, que posiblemente se encuentren en medio de discursos
hegemónicos, en sus percepciones de la República, el liberalismo, la ciudadanía, entre
otros. Y con esta tarea, una de las grandes dificultades tanto de orden teórico –
metodológico, como meramente historiografía, esto es, aquella de llegar a sus voces más
auténticas de los grupos populares y sectores subalternos, si es que fuera posible llegar
a ellas?
Una nueva literatura histórica ha comenzado a explorar, para el caso colombiano,
principalmente el liberalismo popular y en américa latina en general la participación
política de los grupos subalternos, reconociendo su participación y contribución en la
construcción del estado y la nación.
Con Marixa Lasso y James Sanders, se abre un capítulo a cerca donde se suma a la
relación subalternidad, republicanismo, construcción de nación, la de raza, considero
allí uno de los más destacados aportes para la historiografía colombiana, que
tosudamente a dado continuidad a la lectura decimonónica sobre el mestizaje y la
democracia, y concomitantemente con esta lectura decimonónica a negar la
participación y protagonismo de las clases bajas
James E. Sanders, en uno de los trabajos más destacados desde esta perspectiva,
“Contentious Republicans. Popular politics, Race and class in Nineteenth – Century
Colombia, Por qué los subalternos se molestan en votar entre facciones políticas
lideradas por hombres ricos? Por qué el sacrificio de sus vidas en batallas por doctrinas
económicas o políticas sobre las que supuestamente sabían o conocían poco?
Sanders, da cuenta de tres formas de republicanismo popular, en la que suma al
liberalismo popular, ligado a los afrodescendientes comprometidos en la búsqueda de
la libertad y la ciudadanía, un republicanismo ligado al mundo indígena en el que la
tierra comunal tiene una gran centralidad, y los aproxima políticamente al
conservatismo y un republicanismo vinculado a los pequeños propietarios, quienes
políticamente se habrían situado indeterminadamente entre los liberales y los
conservadores. Más allá de estas alianzas, con los partidos políticos, el argumento
central de Sanders es mostrar que estos grupos subalternos, no eran marionetas,
peones sin sentido, o clientes intimidados, al contrario realizaron conscientes alianzas
con las élites con la esperanza de encontrar un espacio político para proponer sus
propias agendas.

Conclusiones de esa perspectiva

Son temas polémicos porque se ubican en fronteras disciplinares, la historia, la


antropología, y la política, con tópicos que se habían definido como propios de cada una
de estas disciplinas: sociedad rural, sociedad civil, militares, Estado y etnicidad, es un
tipo de conocimiento que ha pertenecido a campos distintos, lo cual ha conducido a que
sea estudiada de manera separada, más que interrelacionada, sociedad rural, sociedad
civil, militares, Estado, nación y etnicidad.
Los sectores populares han sido narrados desde la historia social, las historiografías
nacionales en la mayoría de los casos les ha negado su carácter político. Se acusa de
sobreinterpretación de las fuentes o de evocar celebratoriamente la participación
popular
No conocemos sobre la política rural, sobre la cultura política campesina y su
naturaleza local y religiosa. Tampoco sobre el papel de sectores intermedios que
articularon a los líderes y los sectores subalternos: alcaldes, tenientes, sobre todo
capitanes milicianos.
El análisis desde esta perspectiva de la ciudadanía y la participación popular ha sido
más prolífica para los Andes y México. Carecemos por ejemplo de estudios acerca del
reclutamiento, las políticas y las resistencias de conscripción, campo que expresa una
de las formas en que el Estado hizo presencia en el mundo rural del siglo XIX.
Predominio de la historiografía norteamericana en el tema. Sobre todo en la relación
entre raza y nación, o raza y ciudadanía. Y de la iberoamericana que subraya la relación
entre ciudadanía y republicanismo.
Si bien se ha complejizado la lectura política del siglo XIX, se ha puesto en evidencia las
debilidadades de las interpretaciones historiográficas de corrientes como la Nueva
Historia, se requieren nuevas conceptualizaciones que logren interpretaciones más
ajustadas a la dinámica política decimonónica.
Guardino, ¿Cómo, al final, podemos entender las acciones de personas que muy pocas
veces dijeron algo que fuera captado por los documentos? ¿Cómo podemos interpretar
la poca evidencia que tenemos de lo que dijeron, dado que fue producido y escrito
dentro de situaciones muy mediadas como los juzgados? Estos problemas seguirán
siendo clave en nuestras investigaciones sobre las actitudes y las acciones de la mayoría
rural de México. Son problemas de suma dificultad, y nuestra única consolación es la
idea de que es la misma búsqueda del conocimiento que proporciona el valor singular
a los esfuerzos de cada generación de historiadores.
Escasas investigaciones sobre el tema, Es un tema que ha interesado más a la
historiografía norteamericana que a los latinoaméricanos.
La historiografía en el caso colombiana ha avanzado para el Caribe, Alfonso Múnera,
Marixa Lasso, Jorge Conde, Segio Paolo Solano, Cauca, principalmente con los trabajos
de Luis Ervin Prado, y James Sanders. Sin embargo la demografía del siglo XIX nos indica
que había una gran concentración de población en el centro oriente del país, liderada
en número por Boyacá, o la Provincia de Tunja o el Estado Soberano de Boyacá, lo que
nos sugiere que es preciso interpelar la historiografía sobre esta parte del país, que
evidentemente corresponde también con el centro del poder político, quizás allí resida
una de las dificultades para interpelar esta historiografía, es posible que allí también se
haya configurado una imagen del pueblo nacional, con sus disputas y tensiones, y que
quizás aparezcan al romper conceptos como pueblo patriótico, y campesinos sumisos.
Para la Teoría de la Historia (Gante, julio de 2013), señala Mark Thurner a propósito de
la intervención de François Hartog, nos instó a "desprendernos finalmente a Nosotros
mismos de una historia que ha perdido su credibilidad: lo que Europa lanzó y ha
impuesto, que aparece con un H mayúscula; Que se veía como la locomotora de El
mundo moderno y se convirtió en su último tribunal ". Pero además un necesario y
positivo "Segundo paso", continuó Hartog, "sería considerar nuevas formas en que el
venerable La palabra "historia" podría volver a ponerse en servicio "., para Thurner, la
"historia" puede ser "puesta nuevamente en servicio" solamente si "la historia" se
reescribe de tal manera que "Europa" Ya no tiene los derechos de autor sobre su
nombre. Esta es la puerta abierta a nuevas perspectivas que sustituyan las ya agotadas
y viejas interpretaciones de la historia.
El resultado de este tipo de estudios se traduce en una más amplia visión del proceso
de formación de los Estados nacionales, en una historia que se emancipa de los análisis
tradicionales influenciados por las teorías y corrientes historiográficas eurocéntricas.
Además de matizar, complejiza y encuentra los actores que más han soportado este
proceso, dándoles lugar en las esquivas narrativas históricas, que se han fijado más en
los centros de poder y sus élites.
Fueron únicamente las élites las que imaginaron la nación? De no ser cierto esto, Cuál
fue la participación de los sectores populares?, Estamos realmente ante una nueva
agenda para la historia política?, que al ritmo de los discursos nacionalistas ha
restringido el carácter político de la mayoría de los actores, dejándolo como una
condición de privilegio de elites intelectuales, políticas y militares.

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