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6 1 S E M A N A I N T E R N A C I O N A L D E C I N E • V A L L A D O L I D - 2 0 1 6
Tomás Arraigada, uno de
los protagonistas de ‘Un
caballo llamado elefante’,
ÍNDICE
en una pausa de rodaje del
film de Andrés Waissbluth
(2016).
¿Qué ha habido de nuevo en el cine chileno que pueda interesar en el resto del mundo?
• 2 de enero: Se estrena Sin filtro, de Nicolás López. Producida por Netflix, esta comedia protagoni-
zada por Paz Bascuñán la vieron en Chile 1,3 millones de espectadores, con lo cual se convirtió en
la segunda producción chilena más vista de la historia. En once países han comenzado a preparar
diversos remakes, entre ellos Estados Unidos y España (en este último con la dirección de Santiago
Segura).
• 20 de febrero: Rara, de Pepa San Martín, y Nunca vas a estar solo, de Alex Andwanter, reciben
respectivamente en la Berlinale el Premio del Jurado a la Mejor Película Generation Kplus y el
Teddy Award. Ambas se basan en casos recientes con una alta repercusión pública. La segunda
de ellas se inspira en la historia de un joven víctima de un crimen homófobo, al igual que Jesús,
de Fernando Guzzoni, que se presentó en Chile seis meses después en el festival Sanfic (junto con
Aquí no ha pasado nada, de Alejandro Fernández Almendras, inspirada en un caso policial que
involucró al hijo de un senador).
• 28 de febrero: Historia de un oso, de Gabriel Osorio, recibe el Oscar al Mejor Cortometraje Ani-
mado, primera estatuilla atribuida a una producción chilena. El corto se basa en la historia de un
abuelo de Osorio, militante socialista hecho prisionero tras el golpe militar de 1973 y que más
tarde partió al exilio.
• 21 de julio: El documentalista Ignacio Agüero obtiene el Gran Premio del FID Marsella con
Como me da la gana 2. Hace más de treinta años el director interrumpió los rodajes de sus colegas
chilenos para preguntarles por el sentido de su oficio en el contexto dictatorial (Como me da la
gana, 1985). En esta secuela pregunta a las nuevas generaciones de realizadores sobre lo específi-
camente cinematográfico de su trabajo.
En medio de las imágenes y sonidos que inundan el horizonte cultural contemporáneo, es legítimo pre-
guntarse qué hay en las películas chilenas de estos días, aparte de novedades, que nos pida ocuparnos
de ellas. Y a partir de esta pregunta, formularse otra: qué ha habido en las del nuevo siglo. La respuesta,
en uno y otro caso, debería tender a lo incompleto, incluso de parte del especialista con debilidades
patrimoniales. Los datos expuestos anteriormente, sin embargo, sugieren un panorama diversificado
a nivel generacional, temático y productivo. Una diversidad que existe, pero que no puede desenten-
derse de las limitaciones de todo orden que afrontan quienes se desenvuelven en el ámbito del cine
(presupuestarias, logísticas, de infraestructuras, de guion, laborales). Una diversidad que cada tanto
golpea en festivales y que opera en un escenario cambiante. Una cinematografía cohabitada por gente
que empezó su carrera en los 60 y otros que acaban de debutar en el largometraje. Unos que quieren
contar historias a la manera clásica, otros que reformulan el esquema narrativo y algunos que más
bien pasan de él. Unos que hacen películas como si fueran la última —parafraseando una recurrente
expresión de Raúl Ruiz— y otros que con menos de treinta años tienen ya una carrera, que han ido
creciendo en oficio junto a sus equipos.
Hay nombres que se repiten en el circuito y que llegan a convertirse en gustos adquiridos. Con la regu-
laridad y la proliferación de propuestas, el reconocimiento deja de ser una excepción, como pudo refrendar
quien escribe estas líneas en la Berlinale de 2013, cuando colegas de distintos países le comentaban, espon-
táneamente, acerca de Gloria y otras cintas chilenas (o aquel mismo año en el Festival de Locarno, cuyo
director le manifestó: «El cine chileno es uno de los más prometedores, y no soy el único que lo cree»). No se trata
de pruebas irrefutables, sino de indicios llamativos.
Las cifras récord de filmes chilenos estrenados en años recientes satisfacen distintas necesidades, siendo
no menor la de abrir ventanas para asomarse a un país. Otra cosa es que el volumen genere involuntaria-
mente efectos similares a la invisibilidad. O que el propio medio posibilite que las distintas vías de exhibi-
ción —circuito de multicines, salas culturales, televisión, internet, etc.— se adecuen a cada circunstancia,
para que cada película encuentre su camino en función de su volumen y de sus aspiraciones. Para mantener
la actividad de técnicos y profesionales con oficio y ‘horas de vuelo’, muchos de los cuales no pueden vivir
exclusivamente del cine (una realidad que entraña también una respuesta a quién pregunte si hay, propia-
mente, una industria del cine en Chile).
Volviendo a la pregunta sobre lo que hay en las películas, se ha de insistir en la variedad. Otra cosa es esta-
blecer si cabe hablar de un cine chileno (por tradición, por consistencia, por convergencia de los factores). De-
cimos que lo hay por el uso, como en todas partes. Para evitar trampas semánticas. Pero, si se analiza a fondo
el asunto, lo que hay son películas chilenas. Cines chilenos. Hay que tenerlo en cuenta ahora que se cumplen
cien años del estreno del primer largo nacional: La baraja de la muerte (Salvador Giambastiani, 1916).
El presente texto acompaña una retrospectiva que incluye 29 propuestas cinematográficas. Estas dan
cuenta de una gran variedad de temáticas y opciones estético-narrativas: hay filmes argumentales, docu-
mentales y algunos que se pasean entre ambos territorios; algunos corren ciertos velos del presente y otros se
asoman a una chilenidad más profunda. No es este un canon personal, tampoco el resultado de un ‘cuoteo’.
Se quiere, sin embargo, una muestra representativa y variopinta. Iluminada, acaso, por lo que a finales de
los años 70 afirmaba el crítico chileno Héctor Soto en ‘El Mercurio’: «Un cine chileno que se desentienda de
lo que somos y de lo que tenemos posee un destino incierto y una muy dudosa justificación».
2000-2004:
‘Coronación’ (2000).
INCERTIDUMBRES Y DESAFÍOS
En los días previos a su irrupción, el año 2000 ofrecía a los chilenos el rostro de la incertidumbre. No tanto
por la ‘falla’ que amenazaba con arruinar los sistemas informáticos en el segundo que se despidiese el año
viejo. Tampoco por los catastrofismos en torno al cambio de siglo, el cual, en rigor, solo se produciría al
llegar 2001. Había algo más.
El domingo 12 de diciembre de 1999, el candidato de la Concertación de Partidos por la Democracia,
Ricardo Lagos, no lograba la mayoría absoluta en la tercera elección presidencial tras el plebiscito que en
1988 negó al dictador Augusto Pinochet la opción de prolongar su Gobierno. Su contendiente por la dere-
cha, el exalcalde Joaquín Lavín, forzaba el primer balotaje del Chile posdictatorial, poniendo en aprietos a
la coalición de centroizquierda que gobernaba desde 1990 (y que por primera vez proclamaba la candida-
tura de un militante socialista, a su vez el primero en tal situación desde que en 1970 lo estuviera Salvador
Allende). Había que esperar, así las cosas, hasta enero. Hasta el ominoso año 2000.
Poco después de que se celebrara la primera vuelta, el sociólogo y consultor Eugenio Tironi publicaba una
columna de opinión donde afirmaba que, obviedades aparte, 1999 y el año 2000 son cosas muy distintas.
Tanto así, que también lo es votar un año y luego hacerlo en el siguiente. Después de que tuviera lugar la
primera ronda, concluía: «Chile ya no volverá a ser el mismo que el que conocimos en el último tercio del siglo XX»,
ahora se inauguraba «un nuevo escenario» que marcaría buena parte del siglo que se aprestaba a comenzar1.
Descontado lo que pueda haber de expresión de deseos en el columnista (uno de los fundadores de la
Concertación, militante del mismo partido de Lagos y observador habitual de ‘nuevos Chiles’), una pulsión
casi milenarista habitaba por esos días en el ambiente, reforzada de forma muy ad hoc por la incertidumbre
sembrada en las urnas. Eso, sin mencionar las tensiones generadas por la prolongada permanencia en Lon-
1 Eugenio Tironi, ‘La elección’. Qué Pasa, Santiago de Chile, 16 de diciembre de 1999.
2 Ascanio Cavallo, Pablo Douzet, Cecilia Rodríguez, Huérfanos y perdidos. Relectura del cine chileno de la transición 1990-
1999. Santiago de Chile, Uqbar Editores, 2007, pág. 283
¿Inaugura algo el cine chileno de 2000? Responder afirmativamente es tentador, pero de momento cabe
quedarse con ciertos símbolos de lo inaugural. Como los desplegados el 24 de abril de ese año en el Muni-
cipal de Santiago (espacio nuclear de la élite capitalina de la segunda mitad del siglo XIX). El cuarto largo
de Silvio Caiozzi en 26 años —y tercero como único director— llegó una década después de La luna en el
espejo (que le valió la Copa Volpi en Venecia a la actriz Gloria Munchmeyer). Y si esta última vino a ‘inau-
gurar’ la transición democrática, Coronación no quiso ser menos: algo más de un mes llevaba en ejercicio
Ricardo Lagos, tras imponerse en la segunda vuelta, cuando hizo de este estreno una de sus primeras ‘galas’.
Más allá de este empujón republicano, la película basada en la novela homónima de José Donoso y arro-
pada en su prestigio cultural, obró cierto maridaje entre apreciación crítica y respuesta en taquilla. Los cerca
3 Héctor Soto, Una vida crítica. Cuarenta y cinco años de cinefilia. Santiago de Chile, Eds. Universidad Diego Portales, 2013, pág. 601.
de 90.000 espectadores convocados no tenían cómo ser suficientes para financiarla, pero superaron de largo
la audiencia media de los filmes exhibidos localmente, descontadas las superproducciones hollywoodenses.
Para un distribuidor cuya cinta se reparte por distintos mercados, llegar a los 20.000 espectadores en Chile
no era un mal resultado; pero para películas locales cuyo principal mercado, sino el único, era el propio,
no había cómo financiar con esos números. Todo ello, en un país que en el año 2000 despachó 9.340.476
entradas, dos millones menos que en 1990 y cinco millones menos que en 1980 (con una asistencia media
anual de 0,61, 0,87 y 1,29, respectivamente).
No pocos de los espectadores de la cinta de Caiozzi serían azuzados por voces de la crítica —«¡Magis-
tral!», exclamaría Ana Josefa Silva en el vespertino ‘La Segunda’, mientras para Mariano Silva, de TVN (la
cadena de televisión estatal), la cinta «merece figurar con honores entre las obras maestras del cine chileno»—,
si bien Héctor Soto sería más cauto: «No necesariamente una película que vence en las partes tiene buenas
posibilidades de triunfar en el todo». Su formalidad y pulcritud, por último, dieron pie a que el crítico René
Naranjo hablara de un filme «académico» (frente a lo cual el propio Caiozzi preguntó, al espacio de televi-
sión donde Naranjo profirió esta opinión, a qué se refería con ese adjetivo).
El esperpéntico universo de Coronación evocaba un tiempo ya desvanecido para cuando apareció la no-
vela homónima (1957) y los toques hi-tech que incorpora la película no generan un efecto muy distinto a
la hora de contar la historia de Andrés (Julio Jung): un tipo ya mayor, aburguesado y aburrido, que vive en
una casona junto a su abuela al borde de la demencia (María Cánepa) y que se entusiasma con una joven que
llega a trabajar de criada (Adela Secall). Algo había ya de clausurado y de decrépito en La luna en el espejo,
coescrita por Caiozzi y Donoso en los 80, y algo habrá acá, y más tarde, en Cachimba (2004), basada en el
relato Naturaleza muerta con cachimba, también escrito por el integrante chileno del boom latinoamericano
de los 60.
Ni el cruce de cine y literatura ni las colaboraciones entre cineastas y escritores, volviendo al tema, eran
nuevos en las pantallas locales: la propia dictadura militar se había ‘inaugurado’ en las salas con una adap-
tación novelesca —Gracia y el forastero, estrenada en 1974— y desde 2014 circula un pack de DVDs con
diez películas que se alimentan de las letras chilenas. Pero tampoco es que hayan sido moneda corriente.
Por ello es singular el caso de Coronación, cuyo director lleva años lamentando públicamente que no haya
más de la «grandiosa literatura chilena» en la gran pantalla (más ha habido en televisión, algo que no debería
resultar extraño). Y por eso es destacable que no sea el único caso en este nuevo arranque.
Miguel Littin, que había entrado al canon chileno con El Chacal de Nahueltoro (1969), estrenó en julio
de 2000 Tierra del Fuego, producción ítalo-hispano-chilena basada en el libro homónimo de relatos de
Francisco Coloane y en los diarios del aventurero Julius Popper. Con el cubano Jorge Perugorría y la italiana
Ornella Mutti como protagonistas, este wéstern patagónico que enfrenta la codicia y el candor en el fin del
mundo fue coescrito por Littin y el novelista Luis Sepúlveda, a quienes se sumó Tonino Guerra, legendario
colaborador de Fellini y Antonioni.
La significativa escala del proyecto demandó una coproducción con Europa, recurso que había hecho
posibles algunas realizaciones en los 90 —de Caluga o menta (Gonzalo Justiniano, 1990) a El entusiasmo
(Ricardo Larraín, 1998)— y que supuso una lógica y un esfuerzo de universalización, aparte de requerir el
6 Antonella Estévez, Luz, cámara, transición. El rollo del cine chileno de 1993 al 2003. Santiago de Chile, Ediciones Radio
Universidad de Chile, 2004, pág. 56.
Exiliado tras el golpe de 1973 en México y luego en Alemania Federal, Lübbert dirigió documentales y
cintas de ficción con un pie en el Chile lejano. Y adquirió, entre otras, la especialización en algo que juzgaría
deficitario y menospreciado tras su vuelta definitiva a Chile, en 1995: el guion, alguna vez descrito como
«histórica debilidad del cine nacional»7. Podremos decir, como espectadores, que «películas vemos, guiones no
sabemos», pero tal no es el privilegio de este arquitecto de formación.
En 2009 Lübbert publicaría el libro Guion para un cine posible, sobre las enseñanzas que le ha dejado del
oficio. Allí cita a su admirado Billy Wilder al plantear que «para mensajes está la oficina de correos»; sugiere
apostar por una historia que merezca ser contada, para luego encontrarse con el tema de la película, y afirma
que «el personaje es lo que hace» y que el espectador que no llegue a conocerlo, «no estará en condiciones de
sentir por él». Más allá de las suspicacias que despierten las consideraciones retrospectivas, cabe establecer la
pertinencia de estas afirmaciones ante el visionado de Taxi para 3.
La cinta propone, sin temer a los tres actos ni al conflicto central del que huía Raúl Ruiz, personajes
que se definen menos por lo que dicen que por lo que hacen: por sus gestos, por sus acciones cotidianas.
Personajes que al final de la película no son los mismos que al comienzo, pues han afectado un entorno
que también los afecta de vuelta. Personajes que pueden generar identificación o distancia, según el caso,
pero que al exteriorizar contradicciones y defectos, solo se nos hacen más humanos y entrañables, sin que
olvidemos lo miserable de algunas de sus acciones.
Si bien el propio Guzmán había dejado hace largo en evidencia, por si hacía falta, que no hay tal cosa como
el documental ‘objetivo’, la subjetividad alcanzaría nuevas y desafiantes cotas. El intraducible ‘camera I’ (al
mismo tiempo el ojo y el yo de la cámara) tomaría cuerpo en un set de cintas autobiográficas que atravesarían
la década, donde ciertamente no quedan de lado las funciones de la memoria (ni las del olvido)9. En este primer
período se presenta La hija de O´Higgins (Pamela Pequeño, 2001), cuya realizadora sale en busca de la des-
cendencia peruana de Bernardo O´Higgins, así como de sus propios nexos con el llamado ‘Padre de la Patria’,
que murió en el exilio. También En algún lugar del cielo (Alejandra Carmona, 2003), cuya realizadora narra
su experiencia como hija de un militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, director de prensa en
Canal 9 de la Universidad de Chile, en los años de la UP, y abatido en 1977.
Sin ‘casarse’ necesariamente con este rótulo, que como tal empezó a cundir cuando ambos habían ya
construido sus dispositivos de interacción con el entorno, Patricio Guzmán e Ignacio Agüero no se han
escondido de las escenificaciones ni de las narrativas. Aunque la injerencia es variable, lo central parece
asumir al sujeto que quiere abordar una historia que en mayor o menor medida es su propia historia (y que
lo es doblemente mientras la aborda).
Agüero, por lo demás considerado un pionero del señalado ‘giro autobiográfico’, estudió cine en los primeros
años de la dictadura militar y en 1977 realiza el corto Aquí se construye, donde un obrero lamenta no tener casa
al tiempo que construye las de otros. Veintitrés años más tarde estrena Aquí se construye (o ya no existe el lugar
donde nací), que básicamente se queda con el título del corto para acompañar durante 18 meses a un profesor
universitario que contempla la demolición del barrio donde nació y ha vivido gran parte de su vida: junto a su
familia, cuida también a su madre en sus últimos días y lidia con el arrinconamiento al que lo somete el avance
inmobiliario en la comuna capitalina de Ñuñoa. El ruido, el polvo, la memoria, el paisaje: todo converge en una
microhistoria que tiene las trazas factuales y el espesor emotivo del que se hace también la historia más grande.
En cuanto a Guzmán, cerró el quinquenio con una película de estirpe particularmente personal: Salvador
Allende (2004). Personal, porque asume en tanto ‘yo’ el legado de un ‘sueño despierto’ que encabezó Allende,
ese otro individuo que representó tantas cosas para Guzmán y para tantos otros. Por eso, reconstituye una
biografía personal y política, pero al mismo tiempo se esmera en rascar la superficie de un Chile globalizado y
ganador, capaz de esconder los hechos y de resetear los sentimientos. Aunque basta con pasar una espátula por
una pared para que el pasado se haga presente. Porque hay, y Guzmán lo dirá en off, un «pasado que no pasa».
Y acaso donde este pretérito-presente se hace más revelador, más que en el off de quien narra y dirige,
sea en los recuerdos y los planteos de los militantes que ayer recorrieron la ‘vía chilena al socialismo’ y hoy
9 Michelle Bossy y Constanza Vergara, Documentales autobiográficos chilenos. Santiago de Chile, 2010.
deriva en dramaturgia o la ficción nos devela el corazón de las cosas, entonces las etiquetas no apuran. Kai Lavanderos, 2004).
(Magnus Errboe) es un danés que recorre Santiago, cámara en mano, con la idea de hacer un cortome-
traje. Entrevista a varias jóvenes, una de las cuales (María Paz Ercilla) se transforma en protagonista. ¿Pro-
tagonista de qué? Del corto de Kai, se entiende. Pero también de una trama ambigua que el espectador
irá descubriendo al mismo tiempo —da la impresión— que los propios personajes y que concierne a una
chilenidad que rehúsa decir su nombre. ‘La mentirosa verdad de las verdades mentirosas’ es la consigna
de una película que da la oportunidad, a quienes pululan por ella, de revelar algo que, probablemente,
ni ellos mismos sabían.
10 Ascanio Cavallo y Gonzalo Maza (eds.), El novísimo cine chileno. Santiago de Chile, Uqbar Editores, 2011, pág. 21.
2005-2010:
NUEVO COMIENZO, VIEJOS DESAFÍOS
1 Luis Horta, ¿Por qué filmamos lo que filmamos? Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2013.
2 Ascanio Cavallo y Gonzalo Maza (eds.), El novísimo cine chileno. Santiago de Chile, Uqbar Editores, 2011.
3 Un cine centrífugo. Ficciones chilenas 2005-2010. Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2013, pág. 45.
4 Play, La sagrada familia, El cielo, la tierra y la lluvia, Huacho, Ilusiones ópticas, Manuel de Ribera, Mami te amo, Mitóma-
na, El pejesapo, Perro muerto, Post mortem, Te creís la más linda (pero erís la más puta), Tony Manero y Turistas.
8 Héctor Soto, Una vida crítica. Cuarenta y cinco años de cinefilia. Santiago, Eds. Universidad Diego Portales, 2013, pág. 614.
por los quehaceres domésticos… y que minutos después del ‘Cumpleaños feliz’ aparezca lavando los platos
de su propia celebración.
10 ‘Pablo Larraín. Una habitación cerrada’. En El novísimo cine chileno, pág. 79.
bate moral. Ella: «Yo no quiero una discusión moral, ¡pero te importa una raja todo, como a todos los huevones!».
¿Qué es lo que le importa ‘una raja’? Que Daniela se quede embarazada, aunque ella elude esa amenaza
hablando del sida u otras enfermedades venéreas. Él: «¿Y cómo sé yo que vos no erís una loca de mierda, que
me va a estar llamando todos los días?». Histérica y loca son las formas de frasear una idea de la condición
femenina, pero en estas películas son también el modo de rechazar el compromiso de los hijos11.
El cubano Eliseo Altunaga, coguionista de Machuca y consultor de guion de Tony Manero y Post mortem,
es de los que advierten la existencia de un «protagónico insuficiente» en el cine local: un hombre que no está a la
altura, que puede operar como macho irresoluto y pusilánime, acaso adolescente eterno, y que se verá en varias
cintas del período. Aun en tal caso, el abanico masculino es variado y presenta no pocas novedades respecto
de lo visto en otros períodos. Téngase presentes, en este punto, personajes como Javier (Martín Castillo), el
protagonista de Te creís la más linda (pero erís la más puta) (José Manuel ‘Che’ Sandoval, 2009). Un estudiante
de música al que es raro ver sin un cigarrillo y una cerveza. Un erudito del fútbol que tiende a maldecir su
suerte en el amor, sobre todo por una disfunción sexual que ha llevado a sus cercanos a llamarlo ‘precocillo’.
Autoflagelante y autocomplaciente a partes iguales, hay en él algo de molesto pero también de entrañable.
Mérito adicional para una cinta modesta que asume su vocación de comedia. O, más bien, de ‘dramedia’.
11 ‘Matías Bize. La insoportable levedad de la pareja’. En El novísimo cine chileno, pág. 25.
12 Pablo Marín, ‘Jorge Rufinelli: «El cine chileno de hoy es el de las personas que no se pueden comunicar»’. La Tercera,
Santiago de Chile, 21 de febrero de 2009.
es un singular caso de fabricación de un dispositivo lingüístico que permite ficcionar en torno a conductas
y espacios, individuales y sociales, que se miran desde un lugar de difícil determinación para el ‘no nacro-
viano’. Asoma la perplejidad, nuevamente. También el humor y la paradoja, eso sí más autoconscientes —y
con las costuras más visibles— que en el Ruiz de 1968 a 1974 y que en el Cristián Sánchez de los 70 y 80.
Ser chileno
Para no terminar con Ruiz, su programa artístico-político de los primeros años incorporaba una máxima
que él mismo definía así: «Creo que es fundamental realizar un cine que provoque una identificación o, mejor
dicho, una autoafirmación nuestra a todos los niveles, incluso los más negativos. La función de reconocimiento
(…) me parece la más importante indagación en los mecanismos reales del comportamiento nacional»13.
Era una vía chilena al realismo que en 1972, para cuando el puertomontino se expresaba en estos térmi-
nos, se desplegaba en paralelo a la ‘vía chilena al socialismo’ de Salvador Allende y la Unidad Popular. Un
13 ‘Prefiero registrar antes que mistificar el proceso chileno’. Entrevista con S. Salinas, R. Acuña, F. Martínez, J.A. Said, H.
Soto. Revista Primer Plano, n.º 4, Valparaíso, primavera de 1972.
Becerra, 2010), Manuel de Ribera (Cristopher Murray y Pablo Carrera, 2010), El pejesapo (José Luis Sepúlveda,
2008) y Mitómana (José Luis Sepúlveda y Carolina Adriazola, 2010).
Ambientada en una zona rural próxima a la ciudad sureña de Chillán, Huacho despliega un día en la
vida de los cuatro miembros de una familia sin un ‘padre proveedor’ (todos actores no profesionales), tal y
como los vive cada uno de ellos: adaptándose a los cambios que han modelado las relaciones intrafamiliares
y a los nuevos modos de interactuar con el mundo; dando una batalla contra la miseria sin que se atisbe, en
lo inmediato ni en lo mediato, que esta pueda ganarse. Participante en la Semana de la Crítica de Cannes
y Mejor Ópera Prima en La Habana, la cinta de Fernández Almendras «no es un cine patronal», en palabras
del crítico Daniel Villalobos, «entendiendo ese adjetivo como la actitud de quien pretende alertar a su propia
clase o tribu sobre el desmedro de otros. No hay ‘otros’ en Huacho. La inestabilidad económica de esa familia es
también (en general) la nuestra»15.
Rabia, por su parte, fue estrenada mundialmente en la sección Cineastas del Presente de Locarno 2006.
Su recorrido es el de Camila Sepúlveda (Carola Carrasco), joven secretaria que lleva más de un año des-
empleada y que buscar con urgencia generar ingresos para sostener a su madre. La película se articula en
torno a seis segmentos puntuados por entrevistas laborales repetitivas que dejan ver el rostro abatido de un
personaje situado en un lugar incierto de la clase media empobrecida. Los planos son más bien cerrados,
permitiendo el trabajo sonoro armar mentalmente el resto. La película marca el debut de Cárdenas, quien
volvería al ruedo en 2009 con Una parte de mi vida: la protagonista lleva el mismo nombre, pero la encarna
15 ‘Alejandro Fernández Almendras. Personas y lugares’. El novísimo cine chileno, pág. 142.
Vías de financiación:
En un escenario más diversificado del que se presentaba en los inicios de la transición, el cine chileno sigue
sin embargo dependiendo en gran medida de los recursos estatales. El Fondo de Fomento Audiovisual,
creado en 2005 y sucesor de la línea audiovisual del Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes
(Fondart), es administrado por el Consejo del Arte y la Industria Audiovisual, dependiente del Consejo
Buscando al público
Cuando se habla —en la prensa, en la crítica— de películas con vocación popular o directamente comer-
ciales, tiende a hacerse desde la fabricación del acontecimiento o bien desde el ninguneo de lo comercial en
tanto lo contrario del arte, cuando no desde la incapacidad de entender al cine como fenómeno económico.
Pero aquí vale lo que vale en todas las latitudes: la vocación comercial no suple el encanto de los personajes,
la solidez de las historias, la factura técnica, el olfato en la programación ni la visibilización eficaz en el espacio
público (así como ni la solidez técnica ni los méritos artísticos garantizan en absoluto el éxito de público).
Basta pensar en una película con incontestable ‘potencial’ y se tiene un ejemplo propicio. Mitos y le-
yendas, franquicia de juegos de estrategia (cartas) publicada desde 2000 en Chile y con cientos de miles de
19 ‘El complejo modelo de financiamiento del cine chileno’. La Tercera, Santiago de Chile, 29 de septiembre de 2013.
––––––––––––––––
En febrero de 2010, año que pone fin a este capítulo, Chile padeció un terremoto y un maremoto de
particular violencia, incluso para los estándares de un país sísmico. Semanas antes, y en segunda vuelta, Se-
bastián Piñera fue elegido presidente de la República, el primer representante de la derecha en lograrlo por
la vía electoral desde 1958. Ese año también se recuerda por el rescate de 33 mineros atrapados en la región
de Atacama bajo 700 metros de roca, hito noticioso que dio la vuelta al mundo. Ya que el cine se demora
un poco, la mayor parte del material al que estos hechos dieron lugar se verá en el período siguiente. Pero
la conexión existe. Y el cine seguirá en lo suyo.
20 Rodrigo González, ‘Un superhéroe en micro’. La Tercera-Cultura, Santiago de Chile, 20 de diciembre de 2007.
2011-2015:
CRISPACIONES Y MUTACIONES
EL CASO 2011
Que fue un año complejo. Que fue año crispado. Que fue el año en que la aceleración de la historia le dio
en el ala al Gobierno, a la clase política y al ‘sistema’. Mucho se caviló y mucho se dijo entonces —y se ha
seguido diciendo— acerca de todo lo ocurrido en 2011.
Meses después de que la ‘Primavera árabe’ ganara prominencia mediática a escala mundial, se hablaría
del ‘Invierno chileno’: las agencias informativas difundirían las imágenes de decenas de miles de paraguas
abiertos por estudiantes marchando bajo la lluvia por las calles de la capital y varias otras ciudades, pidiendo
‘educación pública, gratuita y de calidad’. Y los jóvenes líderes de este movimiento, representantes de las
principales federaciones universitarias, adquirirían liderazgo a nivel nacional, además de portadas en revistas
y suplementos de todo el mundo.
A lo largo del primer semestre del año, como había pasado otros años, los estudiantes secundarios inicia-
ron paros, tomas y marchas, emulando la ‘Revolución pingüina’, inusitado episodio que movilizó a miles de
colegiales en 2006. Pero el movimiento cobró auténtica fuerza con la incorporación y la persistencia de los
universitarios, que convocaron las mayores concentraciones callejeras desde el regreso de la democracia, for-
zando la renuncia del ministro de Educación (el dos veces candidato presidencial Joaquín Lavín) y ganando
el favor de una ciudadanía crecientemente empoderada, para usar un neologismo de esos días. El regreso del
protagonismo de la calle vivió sus días de fuego, literalmente, en la primera semana de agosto: prohibida por
el Ministerio del Interior una marcha por la Alameda el jueves 4, los dirigentes del movimiento llamaron
a los chilenos a tocar sus cacerolas, lo que muchos hicieron, como había sido costumbre en las protestas
nacionales contra Pinochet, un cuarto de siglo antes. Esa misma noche, un incendio intencionado en una
sucursal de la multitienda La Polar, a su vez envuelta en un escándalo de fraude, se desataba a pocas cuadras
del Palacio de La Moneda.
Fuente entonces de epifanías y de temores, las ‘jornadas’ de 2011 dejaron huellas de distinta naturaleza.
Las que están relacionadas con los desarrollos políticos se expresarían por vías institucionales y extra-insti-
1 Versión modificada y aumentada de ‘De dónde y para qué’. La Tercera, Santiago de Chile, 1 de abril de 2016.
2 Pablo Marín, ‘Silvio Caiozzi: «Siempre me ha extrañado lo poco que se usa la literatura chilena en el cine»’. La Tercera,
Santiago, 28 de julio de 2014.
3 Las niñas Quispe, de Juan Radrigán, dio pie en 2013 a la cinta homónima de Sebastián Sepúlveda, mientras Plebiscito, de
Antonio Skármeta, fue una de las fuentes de No (Pablo Larraín, 2012) y otro tanto ocurrió con Pecados capitales, dirigida
por Gustavo Meza, conjunto de monólogos femeninos que terminaría dando pie a Pecados (Martín Rodríguez, 2011).
4 Héctor Soto, Una vida crítica. Cuarenta y cinco años de cinefilia. Eds. Universidad Diego Portales, Santiago de Chile, 2013, pág. 656.
Vida
Tómese el caso de Ulises (Oscar Godoy, 2011), el diario de un peruano ilegal en Chile: un hombre inescru-
table, de poca labia, que trabaja limpiando un centro comercial de la capital, que migrará más tarde a un
matadero y que hasta el amor incluye en su agenda. Eso sí, a su manera, parca y tristona, tal como la expresa
el actor argentino José Roman. «Si el cine es un discurso que debe ser articulado a partir de la capacidad de
observación y de los detalles, Ulises es una película rara y que tiene bastante que decir», apuntaría Héctor Soto
en una columna de título significativo: ‘Épica del desarraigo’7.
Más trozos de vida asoman en Metro cuadrado (Nayra Ilic, 2011), que no abandona el céntrico piso de
la pareja protagonista, exponiendo los malentendidos y subentendidos de una crisis que no osa decir su
nombre. Los mundos íntimos y los espacios flotantes del filme resuenan en una puesta en escena que la
académica Antonia Girardi describe como quien define la película en su globalidad: «El plano se cierra y se
vacía: rehúye las mayorías, las panorámicas, los grandes temas. Elige los espacios cerrados recortados pulcramente,
obliga a suspender de momento la experiencia empírica de las distancias, el verosímil de las contigüidades espa-
ciales, y entendemos que eso que vemos al fondo, tras la ventana que Fran (Natalia Grez) obcecadamente mira,
no es Santiago, sino su propia vista reflejada sobre la superficie del vidrio»8.
6 Versión modificada y aumentada de ‘Trozos de vida, trozos de pastel’. La Tercera, Santiago de Chile, 11 de septiembre
de 2011.
7 Una vida crítica, págs. 646-647.
8 ‘Nayra Ilic. Arquitecturas interiores. Indicaciones para (des)dibujar la ciudad’. En El novísimo cine chileno, pág. 177.
desgastada y cuestionada. Su abrazo con un popular dirigente social de entonces, con una bandera chilena
ondeando en una pantalla gigante, corona el discurso nacional-populista de una película que, con buenas
razones, ha sido comparada con Ayúdeme Ud. compadre (Germán Becker, 1968), que se mantuvo como el
filme chileno más visto durante tres décadas. Otra cosa fue el retablo que propuso El derechazo (Lalo Prieto,
2013), donde la clase política, toda ella, es en el mejor de los casos solo inepta: si no, es corrupta, vil y mi-
serable. Una sátira que se quedó en la caricatura de un trazo y que se aprovechó del ascendente descrédito
de los políticos profesionales.
Una ‘comedia de expresión’ —o ‘comedia urbana’, si se quiere— es lo que por su lado propone Soy
mucho mejor que voh (‘Che’ Sandoval, 2014). La cinta sigue los pasos de Naza, un ‘cuarentón adolescente’,
derrotado por la vida y abandonado por su mujer, que ya había aparecido en la ópera prima de Sandoval,
Te creís la más linda (pero erís la más puta). El personaje es encarnado por otro cineasta, el mencionado
Sebastián Brahm, y la intriga es una pendiente donde los rasgos antiheroicos, si es que no derechamente
patéticos, se expresan en un personaje pródigo en verborrea sexista, clasista y misógina, que suele dejar ver
una gran falta de dignidad y de compromiso; pero, también, una humanidad y una masculinidad magu-
lladas que acechan al espectador medianamente compasivo. En palabras de Daniel Villalobos, se trata de
«un gran ejemplo de ese amargo humor chileno que conocemos de sobremesas y trasnoches y que Sandoval trae
de vuelta al cine, para que nos riamos y a veces —con un cierto escalofrío— nos reconozcamos en la pantalla»9.
Gentileza de un director y guionista que no cree en la empatía como gancho seguro ni único para seguir a
un personaje (y para quien la esencia cultural de Chile está en el habla de los chilenos), Soy mucho mejor que voh
tuvo una premiada participación en certámenes como el Bafici. Ello, sin perjuicio de que el propio Sandoval
comente que a los festivales no les gusta mucho el humor, «a menos que seas un consagrado». Más humor y otras
vías para expresarlo constan en las óperas primas Julio llega en abril (Matías Sánchez, 2014) y El soltero de la
familia (Daniel Osorio, 2015). El primer caso es el de una ‘película marihuanera’, aunque pronunciadamente
distinta de las stoner comedies, apoyada por publicaciones, ‘grow shops’ y otras instancias representativas de la
extendida cultura canábica local; el segundo, el de un documental en primera persona a cargo de un periodista
y realizador que afronta la presión social de quien ha superado los cuarenta y aún no ha contraido matrimonio.
9 Daniel Villalobos, ‘Reír para no llorar’. La Tercera, Santiago de Chile, 2 de mayo de 2014.
10 Michel Chion, El cine y sus oficios. Cátedra, Madrid, 1996, pág. 25.
11 Entrevista con el autor, agosto de 2016.
12 Ascanio Cavallo, ‘El niño rojo’. El Mercurio-Sábado, Santiago de Chile, 11 de octubre de 2014.
Hay, por cierto, retratos de vidas más infames, partiendo por la que provee otra versión corta de serie de (Andrés Wood,
2011).
televisión: El bosque de Karadima (Matías Lira, 2015). Rara avis, o acaso anticipatoria, de un cine chileno
que vendría; una película que reacciona con rapidez a una conmoción pública con nombres y apellidos:
entre ellos y antes que ningún otro el de Fernando Karadima, sacerdote que fue largamente protegido por el
arzobispado de Santiago, pese a los reiterados abusos sexuales que cometió durante años en su parroquia. En
13 Versión modificada de ‘El vértigo de la historia’ (La Tercera, Santiago de Chile, 14 de agosto de 2012) y ‘¿Trajo longa-
nizas, padre?’ (La Tercera, Santiago de Chile, 28 de mayo de 2015).
vez de castigarla—, fallecía en Santiago el joven Daniel Zamudio, víctima de un grupo que actuó con
móviles homófobos. Su caso daría pie a la ‘Ley Zamudio’, que castiga los crímenes de odio y sanciona
las prácticas discriminatorias. Tanto este cuerpo legal como la sanción de los Acuerdos de Vida en Pareja
y el florecimiento de filmes con temáticas LGBT, o bien con argumentos que ponen de relieve y/o vali-
dan acercamientos no tradicionales al amor y la sexualidad, dan cuenta de cambios significativos en un
tiempo relativamente corto. Mi último round (Julio Jorquera, 2010) se había encaminado en esta direc-
ción, por donde también discurrirían Otra historia de amor (Wincy, 2012), sobre el reencuentro de dos
amigos de infancia, y En la gama de los grises (Claudio Marcone, 2015). En esta última Bruno (Francisco
Celhay) deja temporalmente a su esposa y a su hijo pequeño. Dice que lo ha hecho para ‘pensar’, pero
mientras piensa conoce por trabajo a Fer (Emilio Edwards) y la atracción llega a un punto de aparente
no retorno. Hay, en efecto, algo de inédito en la propuesta. Menos por sus escenas de cama que por los
términos en que plantea la opción, para un protagonista burgués y bien portado (arquitecto, como varios
burgueses bien portados del cine chileno), de salir del armario y que ello se perciba ante todo como un
acto de amor, sin mayores calificativos.
14 Gonzalo Maza, ‘Hombres infinitamente solos’. La Tercera, Santiago de Chile, 13 de diciembre de 2012.
15 Versión modificada de ‘Ojos bien abiertos’. Capital, Santiago de Chile, 1 de octubre de 2015.
florecen o se acallan como las olas que quedan fuera de cuadro. En uno y otro caso, la insistencia está en el
relato, en una historia que, cuando es tal, podría y hasta debería vadear el corte entre ficción y no-ficción.
Igualmente, cabe tener en cuenta que Cannes estableció en 2015, por primera vez en su historia, un
premio específico para la no ficción —el ‘Ojo de Oro’— y que su flamante primera ganadora fue Marcia
Tambutti por la mencionada Allende, mi abuelo Allende. También, unos meses antes, el inédito Oso de
Plata al Mejor Guion en la Berlinale para Patricio Guzmán por El botón de nácar, obra en algún modo
complementaria de Nostalgia de la luz (2010) y que arrancó por parte de la crítica algunos de los juicios más
entusiastas en la carrera del reconocido cineasta. Este filme, que tiene como primer protagonista al agua,
en su fluir y en su presencia cósmica, le otorga igualmente un lugar a los indígenas de la Patagonia y a los
presos políticos de la dictadura de Pinochet. «De lo cósmico a lo cosmológico hay solo un paso que Guzmán ha
dado con su nuevo filme, que se revela tan magnífico como el precedente», escribió Jacques Mandelbaum en ‘Le
Monde’, mientras María Delgado hablaría en la revista ‘Sight & Sound’ de una «narrativa audaz y poética
que formula preguntas profundas».
Premios más, premios menos, la presencia documental se vio reforzada por la iniciativa MiraDoc,
nacida en 2013 gracias a la Corporación Cultural de Documentalistas (ChileDoc), y que ha venido estre-
nando ocho documentales al año en una red de salas —integrada actualmente por 22 en 17 ciudades—,
cubriendo el territorio en casi toda su longitud. Aparte de hitos como La Once, entre sus estrenos figuran
algunos de los mejores filmes chilenos —de ficción o no ficción— que se hayan visto en los últimos años
en la pantalla grande.
Ahí está, por ejemplo Los rockers, rebelde rock and roll (Matías Pinochet, 2012). Un documental dirigido
por quien fuera batería de una banda chilena de rockabilly que alguna vez estuvo cerca de alcanzar cierto
estrellato, pero a la que siempre le faltó algo. La respuesta a esto último pasa por la descripción de sus dos
integrantes centrales, a quienes la vida parece dar una nueva oportunidad. Como pollos en corral ajeno, los
músicos ponen amor y voluntad, pero con eso no siempre alcanza en una cinta capaz de convocar verdades
e iluminar la experiencia. Por su parte, El Gran Circo Pobre de Timoteo (Lorena Giachino, 2013) transmite
otra vivencia: la de no pertenecer a un lugar fijo, sino más bien a un grupo sui géneris en torno al cual se ha
armado la propia vida. La de las precariedades y las satisfacciones de un circo con hombres que de noche
son vedettes bajo las luces de una carpa.
Referencial como ya lo era antes de que irrumpiera el nuevo siglo, Ignacio Agüero regresó en 2012 con
El otro día. «Quise hacer una película en la cual, cuando me levantara, ya estuviera en el set», ha dicho el ci-
neasta sobre esta cinta construida a partir del azar: quien sea que toque el timbre de la casa/productora del
cineasta —en la comuna capitalina de Providencia—, puede ser visitado por este en su propio hogar. Y así es
como, mientras pasamos la vista por rincones y recovecos del hogar ‘agüeriano’, enterándonos de la historia
de su familia, asistimos a una inédita observación de la ciudad de Santiago. De sus recorridos y de quienes
los ejecutan. De la segregación y de la pobreza, con nombres y con rostros. Una cinta sin los ‘ganchos’ mi-
serabilistas y/o sórdidos que tanto atraen a los festivales clase ‘A’ cuando se piensa en Latinoamérica, pero
que se instala entre las cintas más notables del realizador.
––––––––––––––––
Si se tiene en consideración que en toda la década de 1950 se estrenó una docena de largometrajes chi-
lenos, los 146 que llegaron a la cartelera nacional entre 2011 y 2015 (según cifras de CAEM, que no
incluyen todos los estrenos) pueden sugerirle al lector inadvertido que hay en Chile una industria de cine
hecha y derecha. Pero ocurre, como ya se dijo, que hay cines chilenos más que un cine. Que las precarie-
dades y los logros efímeros pueden nublar la visión general. Pero, también, que hay material suficiente
para examinar y conocer un país solo a través de sus películas. La idea no es descaminada y mientras más
ojos se sumen, más interesante resulta el panorama.
LARGOMETRAJES
Coronación Taxi para 3
Chile, 2000 Chile, 2001
En la cama Play
Chile / Alemania, 2005 Chile, 2005
La nana No
Chile / México, 2009 Chile / Estados Unidos / México, 2012
DOCUMENTALES
Matar a un hombre Salvador Allende
Chile / Francia, 2014 Chile / Francia / Bélgica / Alemania / España / México, 2004
Director: Macarena Aguiló, Susana Foxley Director: Carolina Adriazola, José Luis Sepúlveda
Guion: Macarena Aguiló, Susana Foxley Guion: Carolina Adriazola, José Luis Sepúlveda
Producción: Macarena Aguiló, Juan Manuel Egaña, Richard Copans, Producción: Carolina Adriazola, José Luis Sepúlveda
Camilo Vives
Fotografía: Carolina Adriazola, José Luis Sepúlveda, en color
Fotografía: Arnaldo Rodríguez, en color
Montaje: Carolina Adriazola, José Luis Sepúlveda
Montaje: Macarena Aguiló, Catherine Mabilat, Galut Alarcón, Ismael
Duración: 100’
Miranda, Ilan Stehberg
Sinopsis: ‘Crónica de un comité’ no es, ni pretende ser, una descripción
Música: Elizabeth Morris
de los objetivos y metas del comité solidario-político formado tras la muerte
Duración: 62’ de Manuel Gutiérrez, un chico de 16 años que murió por el disparo de un
carabinero, al lado de Gerson, su hermano minusválido, durante una noche
Productora: Producciones Aplaplac, Les Films d’Ici, ICAIC, Canal 13
de protesta. Más bien se trata de una producción centrada en las experiencias
UC-TV, Ikon TV
de vida, sentimientos y reflexiones de la familia de Manuel Gutiérrez, sobre
Estreno en Chile: 9 de julio de 2015 todo de su hermano Gerson y, junto a ello, se muestran fragmentos de accio-
nes públicas y vivencias cotidianas de algunos integrantes de la organización,
Sinopsis: A fines de los años 70, los militantes del Movimiento de Iz- especialmente, del dirigente Miguel Fonseca. Todo ello, en el contexto de la
quierda Revolucionaria (MIR) exiliados en Europa regresaron a Chile para
lucha desplegada a partir de la impunidad.
luchar clandestinamente contra la dictadura. Muchos de esos militantes te-
nían hijos que no podrían llevar con ellos. Para esos hijos nació el Proyecto
Hogares, un espacio de vida comunitaria que reunió cerca de sesenta niños
que fueron cuidados por veinte adultos llamados Padres Sociales.
CORTOMETRAJES
Verde que te quiero Obreras saliendo de la fábrica
Chile, 2003 Chile / Francia / Alemania, 2004
Locas perdidas
Chile, 2015