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En Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, Vol. 29, 2011, pp. 15-32.

“EL CONCILIO DE TRENTO Y SUDAMÉRICA: APLICACIONES Y


ADAPTACIONES EN EL III CONCILIO LIMENSE”.

María Constanza López Lamerain

Cuando se aborda la historia de la Iglesia en el siglo XVI es inevitable catalogar este


período como uno de profundos cambios. La irrupción de la Reforma protestante y su
posterior expansión significó la irremediable escisión de la cristiandad en Occidente, e
impuso un gran desafío para la Iglesia católica. Ésta debió contrarrestar el ataque recibido
por el movimiento reformista para mantener la fidelidad de sus creyentes hacia el dogma
católico, al mismo tiempo que reparar los elementos eclesiásticos internos que se hallaban
malogrados y que la habían sumido en una crisis que se hacía sentir desde la Baja Edad
Media.
Los errores y abusos del clero, como la acumulación de beneficios, encomienda,
mundanización e ignorancia de los prelados, eran frecuentes y habían sido acusados por
amplios sectores de la Iglesia. Se hacía evidente la necesidad de iniciar una reforma interna,
idea que venía planteándose desde los siglos precedentes, pero que no había podido ser
materializada.
De esta manera, los acontecimientos del siglo XVI dieron el impulso para concretar
las necesarias transformaciones, dando inicio a un nuevo momento, que la historiografía ha
denominado como Contrarreforma. Ésta se entiende como la acción de la Iglesia tanto para
hacer frente al protestantismo como para renovarse a sí misma en un momento de crisis1.

EL CONCILIO DE TRENTO Y SUS DISPOSICIONES EN EL ÁMBITO EUROPEO.

Fue sin duda la celebración del Concilio ecuménico de Trento en 15452 el hito que
marcó definitivamente esta nueva dirección de la Iglesia. Aunque su convocatoria resultó

1
Historiográficamente se ha denominado Contrarreforma a la acción de la Iglesia católica para contrarrestar
los efectos de la Reforma protestante. Sin embargo, esta fue mucho más compleja, en tanto supuso, también,
una renovación o reforma interna de la misma. Es por esto que desde el siglo XX los historiadores han
añadido otras designaciones para este proceso, como “Renovación” o “Restauración” católica, o “Reforma
interna de la Iglesia” para subrayar el sentido más amplio de la labor de ésta en los siglos XVI y XVII. Sobre
el debate historiográfico de este concepto aclara Francisco Martín: “Los historiadores católicos desearían que
fuese abandonado el término Contrarreforma. Se sigue manteniendo todavía, aunque sea en su sentido más
limitado y preciso, es decir, para indicar las manifestaciones resueltamente antiprotestantes del catolicismo en
vías de renovación, de los siglos XVI y XVII. Es verdad que hubo una respuesta antilutarana, pero
igualmente, que no todo quedó en una simple contraofensiva. Y como la Reforma protestante fue mucho más
que un inventario de repulsas, de negociaciones y oposiciones, así la Reforma católica fue mucho más vasta,
más rica y más profunda que la acción por la que Roma se dedicó a combatir el protestantismo. Se ha de
conservar, pues, el término Contrarreforma, pero ampliando y valorando todavía más su primer significado”.
Martin, Francisco. La Iglesia en la Historia, Tomo II, Sociedad de Educación Atenas, Madrid, 1984, pp. 133-
134.
2
El Concilio de Trento se celebró en tres grandes períodos: 1545-1547, 1552-1553, y 1561-1563. El primer
período se interrumpió en 1547 por la llegada de la peste, a lo que siguió la iniciativa de trasladar la asamblea
a la ciudad de Bolonia, aunque esto nunca se concretó. Se retomaron nuevamente las sesiones en Trento el
año 1552 por gestión de Julio III, aunque sólo hasta 1553, por amenaza de guerra en el Sacro Imperio. Se
reabrió por tercera y última vez bajo el pontificado de Pío IV, en 1562, concluyendo sus sesiones en 1563.

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tardía para evitar el quiebre derivado de la Reforma3, brindó las pautas para emprender la
restauración del dogma y la renovación eclesiástica. En él ambos temas capitales; dogma y
reforma, fueron tratados de manera simultánea, haciendo claramente la diferenciación entre
los postulados del catolicismo y los de las nuevas herejías.

La primera fase del Concilio estuvo orientada a refortificar la doctrina, comenzando


por el reestablecimiento del símbolo de fe niceano4. A esto le siguió la reafirmación de los
dogmas que habían sido cuestionados, como la doctrina sobre el pecado original, la edición
y el uso de las Sagradas Escrituras, la justificación, los sacramentos, la comunión bajo
ambas especies, el sacrificio de la misa, entre otros.
Sucedió la discusión sobre los elementos eclesiásticos que se encontraban dañados y
que era necesario reformar. El debate se centró principalmente en el perfeccionamiento de
las estructuras pastorales, tanto diocesanas como parroquiales. Precisamente, en la sesión
XXIII, celebrada en 1563, se instituyó la doctrina sobre el sacramento del orden, que en
primera instancia, y en respuesta a la denuncia protestante sobre este punto, confirmó la
importancia de la jerarquía eclesiástica:

“Porque cualquiera que afirmase que todos los cristianos son promiscuamente sacerdotes
del nuevo Testamento, o que todos gozan entre sí de igual potestad espiritual; no haría más
que confundir la jerarquía eclesiástica, que es en sí como un ejército ordenado en la
campaña; y sería lo mismo que si contra la doctrina del bienaventurado san Pablo, todos
fuesen Apóstoles, todos Profetas, todos Evangelistas, todos Pastores y todos Doctores”5.

De gran relevancia fue también establecer restricciones para la ordenación


sacerdotal, ya que eran numerosos los casos en que quienes presidían la labor pastoral no
eran las personas idóneas para ello6. Asimismo, la educación del clero fue otro gran tema a
discutir, ya que la falencia en este aspecto era notable. Se promovió entonces la creación de
seminarios y colegios donde el futuro clero podría prepararse adecuadamente.
Por último, el Concilio hizo especial hincapié en los derechos y deberes de los
obispos, intentando revitalizar el poder episcopal. El tema de la residencia fue tratado con
especial énfasis, formulado como método para ejercer control sobre el clero.

3
Se había intentado convocar un Concilio ecuménico para evitar el cisma desde los comienzos del siglo. Sin
embargo, la tardanza de su ejecución provocó que los objetivos que para él se habían delineado inicialmente
cambiasen. La reforma protestante ya se había consolidado, haciéndose la ruptura definitiva; de esta manera,
el concilio llegó demasiado tarde para reestablecer la unidad religiosa de Occidente.
4
Sesión III, Decreto sobre el Símbolo de la fe, en El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento, traducido al
idioma castellano por Ignacio López de Ayala, Librería de Rosa y Bouret, París, 1857, pp. 29-30.
5
Sesión XXIII, Decretos de reforma, El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento…1857. pp. 269-279.
6
En la misma sesión XXIII se dirimió sobre este punto: “7. (…) Averigüe y examine con diligencia el mismo
Ordinario, asociándose sacerdotes y otras personas prudentes instruidas en la divina ley, y ejercitadas en los
cánones eclesiásticos, el linaje de los ordenandos, la persona, la edad, la crianza, las costumbres, la doctrina y
la fe. 12. Ninguno en adelante sea promovido a subdiácono antes de tener veinte y dos años de edad, ni a
diácono antes de veinte y tres, ni a sacerdotes antes de veinte y cinco. Sepan no obstante los Obispos, que no
todos los que se hallen en esta edad deben ser elegidos para las sagradas órdenes, sino sólo los dignos, y cuya
recomendable conducta de vida sea de anciano. Tampoco se ordenen los regulares de menor edad, ni sin el
diligente examen del Obispo; quedando excluidos enteramente cualesquiera privilegios en este punto. 14. Los
que se hayan portado con probidad y fidelidad en los ministerios que antes han ejercido, y son promovidos al
orden del sacerdocio, han de tener testimonios favorables de su conducta”. El sacrosanto y ecuménico
Concilio de Trento… 1857. pp. 282-288.

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Siguiendo esta lógica y con el fin de mejorar la estructura pastoral, se promovió la


celebración de concilios provinciales y sínodos diocesanos con regularidad:

“Reestablézcanse los concilios provinciales dondequiera que se hayan omitido, con el fin de
arreglar las costumbres, corregir los excesos, ajustar las controversias (…) Por esta razón no
dejen los Metropolitanos de congregar Sínodo en su provincia por sí mismos… a lo menos
dentro de un año, contado desde el fin de este presente concilio, y en lo sucesivo de tres en
tres años (…) al cual todos los clérigos estén absolutamente obligados a concurrir”.7

El episcopado tendría, asimismo, el deber de asegurar la correcta transmisión de la


doctrina y de los sacramentos en su jurisdicción, haciéndose responsable de todo lo
ocurrido en su diócesis, teniendo como especial tarea cuidar de su feligresía.

“Para que los fieles se presenten a recibir los Sacramentos con mayor reverencia y
devoción, manda el santo Concilio a todos los Obispos, que expliquen según la capacidad
de los que los reciben, la eficacia y uso de los mismos Sacramentos (…), y que todos los
párrocos lo expliquen al pueblo; y además de esto, que en todos los días festivos o
solemnes expongan en lengua vulgar, en la misa mayor, o mientras se celebran los
divinos oficios, la divina Escritura, así como otras máximas saludables; cuidando de
enseñarles la ley de Dios, y de estampar en todos los corazones estas verdades”.8

Estas prerrogativas fueron las que en definitiva configuraron a la figura del obispo
como el elemento clave para llevar a cabo la reforma interna. Además, como se ha visto, las
disposiciones del concilio permiten afirmar que éste estuvo destinado tanto a reforzar el
dogma católico -y así hacer notar el error de las herejías- como a iniciar la tan anhelada
renovación de la Iglesia. De esta manera, por la amplitud de sus instrucciones, estaría
llamado a tener una enorme trascendencia en el ámbito católico.

UN NUEVO DESAFÍO PARA LA IGLESIA: LA INCORPORACIÓN DE


AMÉRICA.

Hacia el siglo XVI los acontecimientos europeos ya no afectaban sólo al Viejo


continente, ya que la autoridad de la Iglesia para ese entonces desbordaba ampliamente
estos territorios. El proceso de expansiones ultramarinas que había comenzado el siglo
anterior daba a conocer un Nuevo Mundo que se presentaba vasto y complejo.
Indudablemente, el descubrimiento de América por parte de la Corona hispana trajo
consigo grandes retos: se estaba frente a un enorme territorio, de gran variedad climática,
que albergaba numerosos pueblos indígenas que hablaban un sinnúmero de lenguas.
Para legitimar el dominio sobre estas tierras, la Corona acudió al pontífice, quien
mediante diversos documentos brindó la soberanía sobre América a los monarcas
españoles9. Sin embargo, esta concesión sólo tendría legitimidad si se incorporaba a la fe

7
Sesión XXIV, Decretos de reforma, El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento… 1857. p. 322.
8
Sesión XXIV, CAP. VII de reforma, El sacrosanto y ecuménico Concilio de Trento… 1857. pp. 330-331.
9
A partir del descubrimiento colombino, los Reyes Católicos se apresuraron en legitimar su presencia tanto
en las tierras ya descubiertas como en las “por descubrir”. Para ello, pidieron al pontífice las bulas de
donación, y este, haciendo uso de su apostolica auctoritas las concedió a favor de los príncipes cristianos y de

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católica a todos los habitantes de dicho territorio, siendo ésta la condición que determinó la
instauración de la Iglesia católica en el Nuevo Mundo10.
Desde el comienzo, América se presentó como un escenario muy distinto al
europeo: aquí el mundo indígena nunca había recibido el Evangelio, y contaba con un
complejo sistema religioso que se presentaba difícil de anular. Fue este el contexto en que
tuvo que implantarse la Iglesia, siempre bajo el estricto control de la Corona, que tras haber
recibido el beneficio del Patronato regio, dirigió siempre los asuntos eclesiásticos en sus
dominios11.
La instauración de la Iglesia se realizó en paralelo a la conquista, y una vez
finalizada ésta, pudo comenzar su organización. Durante la primera mitad del siglo XVI
los eclesiásticos, especialmente los miembros de las órdenes religiosas, se enfrentaron a los
primeros desafíos de la evangelización e improvisaron la coordinación de los asuntos
espirituales en las diferentes latitudes.
Al mismo tiempo comenzaron a erigirse las primeras diócesis americanas. A través
de la bula Romanus Pontifex de 1511 se instauraron de forma definitiva las de Santo
Domingo, Concepción de la Vega y San Juan de Puerto Rico. Por su parte, la ya fundada
Santa María Antigua del Darien fue transferida a Panamá en 1513.
El Papa León X (1513-1521) creó tres nuevos obispados en América: Cuba (1517),
Tlaxcala-Puebla (1519) y Tierra Florida (1520), y bajo el pontificado de Clemente VII se
erigieron los de México (1530), Nicaragua (1531), Coro-Venezuela (1531), Comayagua
(1531), Santa Marta (1534) y Cartagena (1534).12
El pontífice Paulo III (1534-1549) también mostró especial interés por los asuntos
americanos; prueba de ello es el levantamiento de diez diócesis en el continente 13 y la

la expansión de la fe. Dicha potestad del papa de conceder tales beneficios tiene su origen en la Edad Media.
A través de las llamadas “Bulas alejandrinas”, o “Bulas de donación” emitidas en 1493 por el papa Alejandro
VI, se otorgó a los Reyes Católicos la potestad sobre los territorios americanos.
10
Estos documentos pontificios fueron el punto de partida para la incorporación del mundo indígena al
catolicismo, al establecerse la evangelización como una labor fundamental y obligatoria para la Corona. Así el
pontífice, “con la autoridad del mismo Cristo, imponía a los monarcas españoles una gravísima obligación y
les concedía un derecho, ambos de orden espiritual. A esta obligación la llamarían después los reyes en
multitud de ordenanzas, cédulas y leyes <<el cargo de conciencia real>> y a su cumplimiento <<el descargo
de la real conciencia>>”. Gómez Hoyos, Rafael. El Pontificado en la Historia de América: pensamiento
social de la Iglesia, Editorial Nelly, Bogotá, 1988, p. 17.
11
Las relaciones entre la Corona y la Iglesia estuvieron configuradas desde comienzos del siglo XVI por el
Patronato regio. Este fue el beneficio eclesiástico otorgado por el pontífice Julio II al rey Fernando el Católico
y a los monarcas españoles en adelante, a través de la bula Universalis Ecclesiae de 1508. Dicho documento
concedió a la Corona el derecho a presentar a los sujetos que considerara idóneos para todos los obispados en
América. A su vez, quedaba a su disposición la elevación de iglesias y capillas, así como también la
administración de los diezmos. Dicha Bula decretó además al establecimiento de las primeras diócesis
indianas, correspondientes al territorio de las Filipinas; aunque finalmente su creación no se concretó, el
documento estableció un precedente para la instauración de obispados en el Nuevo Mundo. En la práctica,
esta concesión determinó que la Iglesia americana estuviese directamente ligada al poder político mediante el
Consejo de Indias, institución que controlaría, desde su creación en 1506, los asuntos eclesiásticos en
América.
12
Castañeda, Paulino y Marchena, Juan. La jerarquía de la Iglesia en Indias: el episcopado americano 1500-
1850, Editorial MAPFRE, Madrid, 1992, p. 160.
13
Estas fueron: Guatemala (1534), Oaxaca (1535), Michoacán (1536), Cuzco (1537), Chiapas (1539), Lima
(1541), Quito (1546), Popayán (1546), Asunción (1547) y Guadalajara (1548).

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creación de tres provincias eclesiásticas independientes en 154614: Santo Domingo, con


jurisdicción sobre las Antillas, la costa Caribe, Venezuela y Colombia; México, abarcando
los territorios del norte, desde Guatemala al Mississippi, y Lima, comprendiendo todo el sur
español desde Nicaragua y Panamá hasta Tierra del Fuego.
Como se evidencia, hacia la segunda mitad de la centuria, ya se habían fundado un
importante número de diócesis en el continente. Sin duda, dichas fundaciones constituyeron
un gran paso para la organización de la Iglesia en América.15

Habiendo realizado esta primera tarea, se procedió a consolidar la estructuración de


la Iglesia en el Nuevo Mundo, proceso que estaría a cargo fundamentalmente de los
Arzobispos Metropolitanos. La jerarquía eclesiástica, una vez establecida y fortalecida,
comenzó a adquirir protagonismo en el ámbito misional, elaborando nuevos proyectos para
perfeccionar los métodos de evangelización, y ordenar definitivamente todos los asuntos
eclesiásticos en el continente.
La realización de concilios provinciales resultó ser la instancia propicia para la
consecución de estos objetivos, al conformar un espacio en que podían discutirse las
particularidades de las diferentes diócesis. Las primeras de estas reuniones se realizaron en
Lima y México los años 1551 y 1555 respectivamente, siendo el principal tema a tratar en
ellas, la conversión de los indígenas y la elaboración de nuevas propuestas para la misión.
En el caso de la Archidiócesis de Lima, fue su primer Arzobispo, Jerónimo de
Loaysa quien celebró el primer concilio provincial17, en un momento en que la Provincia
16

había logrado grandes avances en su organización. No obstante, la realidad del Virreinato


peruano seguía presentando grandes dificultades. Su gran extensión y variedad territorial
hacía difícil controlar la cristianización, sobre todo la de aquellos indios que se hallaban

14
Con anterioridad a esta fecha, las diócesis americanas habían sido sufragáneas de la Archidiócesis de
Sevilla.
15
Durante la segunda mitad del siglo, los pontífices continuaron erigiendo diócesis en América. Pío IV (1559-
1565) fundó las de Santiago de Chile (1561), Verapaz (1561), Yucatán (1561), Concepción (1564) y Santa Fe
(1562), que en 1564 fue elevada al rango de Metropolitana. Por su parte, Pío V (1556-1572) creó la diócesis
de Tucumán en 1570. En 1577 Gregorio XIII (1572-1585) fundó los obispados de Arequipa y Trujillo,
aunque estos no fueron validados por el rey hasta 1609. El siglo se cierra con la creación de la provincia
eclesiástica de Manila en 1595 bajo el pontificado de Clemente VIII (1592-1605), continuando las
fundaciones en la centuria siguiente, aunque con menor frecuencia.
16
Llegado a Lima en 1543, Jerónimo de Loaysa sería quien sentara las bases de la organización eclesiástica
en el Perú: “Desde su Catedral, que levantó desde los cimientos, dejando antes de su muerte preparado el sitio
para la tercera y definitiva construcción, hasta las Constituciones de toda la Archidiócesis, extendida desde
Nicaragua hasta el Río de la Plata, nada omitió por erigir en este suelo el edificio que Paulo III había
encomendado a su celo”. Vargas Ugarte, Rubén. Historia de la Iglesia en el Perú, Tomo I, Imprenta Santa
María, Lima, 1953, p. 148. Otra obra clásica sobre la Historia de la Iglesia en el Virreinato peruano,
específicamente en el siglo XVI, es la de Armas Medina, Fernando. Cristianización del Perú, 1532-1600,
Publicaciones de la Escuela de Estudios Hispano- Americanos de Sevilla, 1953. Un libro más reciente que
recoge estas temáticas es el de Estenssoro, Juan Carlos. Del paganismo a la santidad, La incorporación de los
indios del Perú al catolicismo, 1532-1750, IFEA, Lima, 2003.
17
Es posible establecer tres puntos como objetivos esenciales de este primer concilio provincial: organizar un
método de enseñanza del Evangelio a los indios, dar orden al culto y a las iglesias, y corregir las costumbres
de los cristianos que pudiesen perjudicar la evangelización indígena. Se evidencia en las disposiciones de esta
asamblea el intento de la jerarquía eclesiástica por adaptar el cuerpo doctrinal a las peculiaridades que
presentaba la realidad americana, deseando superar los obstáculos que presentaba la gran extensión territorial
del Virreinato, la variedad de lenguas y el encuentro con pueblos poseedores de una cosmovisión
radicalmente diferente a la occidental.

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desperdigados en zonas alejadas, a lo que se agregaba la falta de clérigos que se encargaran


de las misiones. Por otra parte, la inestable situación política no ayudaba a la consecución
de la evangelización; en las provincias seguían surgiendo revueltas derivadas de las luchas
intestinas, haciendo que los asuntos eclesiásticos pasaran frecuentemente a segundo plano.
Por último, el mal trato que habitualmente recibían los indios en la encomienda fue un gran
obstáculo en la enseñanza de la fe a los indígenas.

RECEPCIÓN DE LOS DECRETOS TRIDENTINOS EN LA PROVINCIA


ECLESIÁSTICA DEL PERÚ.

Mientras esto ocurría en la América meridional, en Trento el Concilio ecuménico


llegaba al fin de sus sesiones, cerrándose definitivamente en 1563. A través de la Bula
Benedictus Deus, el Papa Pío IV confirmó sus decretos y mandó a que fuesen puestos en
práctica por la Iglesia universal.
La Bula declaraba que la correcta aplicación de los decretos Tridentinos era
responsabilidad de la jerarquía eclesiástica. Asimismo, todos los príncipes cristianos debían
cuidar su observancia, poniendo su poder al servicio de la Iglesia para que así ocurriera.
Precisamente, poco después de la clausura de la asamblea ecuménica, Felipe II
confirmó los decretos de Trento y mandó a que fuesen publicados en sus dominios. Para
esto promulgó una Real cédula en 1564, que los elevó a categoría de leyes.

“Y agora habiéndonos su Santidad enviado los decretos del dicho santo Concilio impresos
en forma auténtica: Nos como católico Rey, y obediente y verdadero hijo de la iglesia,
queriendo satisfacer y corresponder á la obligación en que somos, y siguiendo el ejemplo
de los reyes nuestros antepasados de gloriosa memoria, habemos aceptado y recibido, y
aceptamos e recibimos el dicho santo Concilio, y queremos que en estos nuestros reynos
sea guardado, cumplido y ejecutado, y daremos y prestaremos para la dicha execución y
cumplimiento, y para la conservación y defensa de lo en él ordenado nuestra ayuda y favor:
interponiendo a ello nuestra autoridad y brazo real, quanto será necesario y conveniente
(…).”18

Este mandato estaba dirigido tanto a los agentes civiles como a los eclesiásticos, ya
que como patrono de la Iglesia de España, el monarca debía velar por la observancia de los
asuntos espirituales en todos sus territorios.
Para hacer efectivos estos decretos en sus dominios, el rey mandó que se celebraran
nuevos concilios provinciales. En efecto, el Concilio de Trento había determinado que
mediante la realización de estas reuniones se daría mejor curso a la reforma de la Iglesia en
todas las localidades.
En el caso de América, fueron los segundos concilios de México en 1565, y de Lima
en 1567, los que se congregaron para incorporar las normas que había dictado el Concilio

18
Cédula de Felipe II de 1564, citada en: Tejada y Ramiro, Juan. Colección de cánones y de todos los
concilios de la Iglesia de España y de América, traducción castellana con notas e ilustraciones, Tomo IV,
Imprenta de D. Pedro Montero, Madrid, 1859, p. 1.

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ecuménico. Fue el mismo arzobispo Loaysa quien convocó el II Concilio provincial de


Lima19.
Éste hizo uso de las experiencias eclesiásticas que hasta entonces se habían
practicado, y recibió al mismo tiempo las orientaciones del Tridentino, considerando
siempre las particularidades del Virreinato del Perú. Sin embargo, a pesar del gran avance
que esta reunión significó para la Iglesia en Sudamérica, diversas dificultades hicieron que
sus disposiciones pronto cayeran en desuso, y que su aplicación no resultase fructífera 20.
Sin duda, todavía quedaban muchos asuntos por solucionar en la Provincia eclesiástica del
Perú, y a esto se dedicaron las autoridades durante los años siguientes.

La segunda mitad del siglo XVI fue escenario de una serie de transformaciones
impuestas por la Corona para iniciar una reorganización de las Indias. Por lo demás, la
celebración del Concilio de Trento hizo imperioso replantear la actitud evangelizadora de la
monarquía en América, a la vez que exigía una revisión de los esquemas que hasta entonces
había seguido la Iglesia en el Nuevo Mundo.
El objetivo primordial de la monarquía hispana desde el descubrimiento de América
había sido el de evangelizar al mundo indígena, y esta labor aún no se había logrado. Por
esta razón la Corona juzgó primordial que las determinaciones del Concilio de Trento se
aplicaran de manera definitiva, y para ello instó a los arzobispos a hacerlo mediante la
celebración de concilios provinciales.
Cumpliendo con el mandato regio, en 1581 se promulgó el edicto de convocatoria al
III Concilio provincial de Lima, presidido por el Arzobispo Toribio de Mogrovejo21, que se
inauguró el 15 de agosto de 1582. Participaron en él los obispos de Quito, La Imperial,
Cuzco, Santiago de Chile, Tucumán, Charcas y La Plata; estando también presentes el
virrey, procuradores de las iglesias, cabildos, órdenes religiosas, y consultores teólogos,
entre quienes destacó el padre de la Compañía de Jesús Joseph de Acosta22.

19
Para entonces, había aumentado el número de diócesis sufragáneas del arzobispado; a las ya existentes se
sumaban las de La Plata, Paraguay, Santiago de Chile y La Imperial, aunque las del Cuzco, Nicaragua y
Santiago se hallaban en ese momento vacantes. La reunión se inició en marzo de 1567, estando presentes en
la Ciudad de los Reyes los obispos de Charcas, Quito y La Imperial. Las demás diócesis sufragáneas enviaron
representantes, y estuvieron presentes también los provinciales de las órdenes religiosas que se encontraban
en el Virreinato, además de las principales autoridades civiles.
20
El III Concilio de Lima (1582-1583) reconoció el olvido y desuso en que había caído el II Concilio; así lo
expresaba en la Primera Acción: “(…) antes su majestad y su real consejo embió por dos veces su aprobación
mandando por su real cedula cumplirse, especialmente todo lo que tocasse a la doctrina de yndios y uso de
sacramentos; mas por la negligencia de muchos, y poca execucion de algunos prelados vino a olvidarse casi
del todo en las mas yglesias el dicho concilio, de suerte que fue de poco efecto el hauer proueido y ordenado
en él tantas y tan saludables constituciones, y casi de la misma manera y por la propia causa el sancto
Concilio de Trento que se recibió y tornó a publicar en el dicho concilio provincial se dexó de executar en
muchas o en las más cosas, que ordena tocante a la reformación de costumbres.” en: Vargas Ugarte, Rubén.
Concilios Limenses (1551-1772), Tomo I, Tip. Peruana S.A., Lima, 1952, p. 315.
21
Toribio Alfonso de Mogrovejo y Robledo nació en Valladolid en 1538 y murió en el Perú en 1606. Tomó
posesión del Arzobispado de Lima en 1581 hasta su muerte, siendo canonizado por la Iglesia en 1726. Se
considera a Mogrovejo uno de los grandes prelados americanos, por la importante labor apostólica realizada
en el Perú. Véase Miró Quesada, Aurelio. Santo Toribio y las lenguas indígenas. Revista teológica limense
XVII-2. Lima, 1983.
22
El Padre de la Compañía de Jesús, José de Acosta (1540-1600) llegó a Lima en 1571, iniciando desde su
llegada importantes labores apostólicas. Interesado en las particularidades del Perú, se dedicó a estudiar la
cultura de los pueblos indígenas, de lo que resultó la publicación de su obra Historia Natural y Moral de las

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Dicha asamblea ha sido considerada por la historiografía como la reunión con


mayor trascendencia para la Provincia, al ser la que recibió definitivamente las reglas del
Concilio de Trento y organizó la vida eclesiástica del Virreinato.

En cuanto a la incorporación de los decretos Tridentinos en el III Concilio de Lima,


se plantea que éstos fueron adaptados a la realidad de la Provincia funcionando como
directrices para consolidar la organización de las diferentes diócesis sudamericanas, y
lograr la evangelización del mundo indígena.
Esta adaptación puede ordenarse en torno a dos unidades temáticas: primeramente, a
la uniformidad doctrinal y dignidad sacramental, y luego a la reforma eclesiástica y
organización misional.

Como se vio anteriormente, el Concilio de Trento tuvo como uno de sus principales
objetivos la fortificación del dogma. Para ello se refirió sobre cada uno de los fundamentos
de la fe y en especial sobre los sacramentos.
En América, la problemática era distinta a la europea: la doctrina católica no estaba
siendo cuestionada, sino que no estaba siendo enseñada de manera unificada, y este era uno
de los principales problemas de la evangelización.
En el caso específico del Virreinato del Perú, el establecimiento de una unidad en
materia doctrinal se hacía vital, ya que la existente desorganización catequética se hacía
muy perjudicial para la labor misional. Este desorden se explicaba por las diversas
dificultades que presentaba el Virreinato, entre ellas, su gran extensión territorial, la
dispersión geográfica de los indígenas, y en especial, el desconocimiento de las lenguas
aborígenes por parte de los misioneros. La solución se encontró finalmente en la creación
de herramientas pastorales específicas que sirvieran para toda la provincia.
El III Concilio mandó para ello la elaboración de un catecismo que unificase la
enseñanza de la fe a los indios:

“Para que los yndios que están aun muy faltos en la doctrina cristiana sean en ella mexor
ynstruidos aya una misma forma de doctrina, les parescio necesario siguiendo los pasos del
Concilio General Tridentino o hazer un cathecismo para toda esta provincia, por la cual
sean enseñados todos los yndios conforme a su capacidad (…)
Manda pues el Santo Sínodo á todos los curas de yndios en virtud de santa obediencia y so
pena de excomunión que tengan y usen de este cathecismo, que con su autoridad se publica,
dexados todos los demás, y conforme á el trabajen de ynstruir las almas que están a su
cargo”.23
El resultado de esta prerrogativa fue la creación de la “Doctrina Cristiana y
Catecismo para la instrucción de los indios y de las personas que han de ser enseñadas en
nuestra santa fe” en 1584, siendo la primera obra impresa en América del sur.

Indias. Asimismo, elaboró un verdadero tratado teológico inspirado en sus experiencias pastorales en el Perú:
su De Procuranda Indorum Salute, obra que refleja la realidad misional del Virreinato, y que intentó dar
soluciones a los desafíos que ésta presentaba. Al Padre José de Acosta se atribuye la redacción de las actas del
III Concilio de Lima, en el que participó como teólogo consultor, y también la traducción del Catecismo que
mandó a elaborar dicho Concilio.
23
III Concilio de Lima, Acción II, Capítulo 3: Del catecismo que se a de usar y su traducción, en Vargas
Ugarte, Rubén. Concilios Limenses…1952. p 323.

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En Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, Vol. 29, 2011, pp. 15-32.

Asimismo, para lograr aún más claridad en la catequesis, se requería que la doctrina
fuese predicada en las lenguas indígenas del Perú. Se mandó por tanto que el catecismo
estuviese traducido al quechua y al aymara:

“(…) y porque para el bien y utilidad de los indios importa mucho que no solo en la
substancia y sentencia haya conformidad, sino también en el mismo lenguaje y palabras.
Por tanto prohibe y veda que nadie haga y use otra interpretación o traducción en las
lenguas del Cuzco, y la aymara, assi en la cartilla y doctrina cristiana, como en el
cathecismo fuera de la traducción, que con su autoridad se ha hecho y aprovado, y para que
el mismo fruto se consiga en los demás pueblos, que usan diferente lengua de las dichas,
encarga y encomienda a todos los obispos que procure cada uno en su diócesis hacer
traducir el dicho cathecismo por personas suficientes y pias en las demás lenguas de su
diócesis y que la tal traducción, o interpretación asi hecha y aprobada por el obispo se
reciba sin contradicción por todos, sin embargo de cualquier costumbre en contrario que
haya”.24

Por otra parte, y siguiendo el ejemplo del Concilio de Trento, que había
determinado qué era en concreto lo que todo católico debía profesar, el III Concilio se
refirió concretamente a lo mínimo que el indígena debía saber para recibir los sacramentos.
La asamblea determinó además cuál era la mejor manera de transmitir dicha doctrina a los
indios, preferentemente en las iglesias y de manera pública.

“Habiendo precepto divino que obliga a todos los cristianos adultos a saber conforme a su
capacidad la substancia de la religión cristiana, que profesan, la cual consiste en los
principales misterios de la fe, que están en el símbolo; y en los mandamientos del decálogo,
que todos han de guardar, y en los sacramentos, que de necesidad cada cual ha de recibir; y
finalmente en lo que hemos de esperar y pedir a Dios, que enseña en la oración del padre
nuestro, deben poner gran cuidado los prelados y curas en enseñar lo dicho a todos, y
principalmente a los rudos e yndios, morenos y muchachos según su habilidad y
oportunidad”.25
Se observa aquí cómo la necesidad de guardar correctamente el dogma que Trento
había puesto en relieve, en América se adaptaba a la particularidad representada por el
indígena como sujeto nuevo en la fe. Esto hacía preciso que la doctrina le fuese transmitida
desde un comienzo sin errores.
Además de los temas de índole catequética, Trento se había pronunciado sobre la
dignidad sacramental. En relación con esto estableció que quienes se dispusieran a recibir
los sacramentos debían comprender su relevancia y reconocer su naturaleza divina.
En general, el tratamiento de los sacramentos en el concilio limense estuvo dirigido
a subsanar algunas deficiencias que su administración presentaba en la América meridional,
como el casamiento entre parientes o la poligamia.
“Por cuanto conviene quitar a los yndios, en cuanto sea posible, los impedimentos, que
nacen del parentesco espiritual, para que no se casen, como muchas veces acaese, en grados
prohibidos…en cada pueblo o parrochia de yndios, se señalase un padrino para los que se

24
III Concilio de Lima, Acción II, Capítulo 3, Vargas Ugarte, Rubén. Concilios Limenses…1952. p 323.
25
III Concilio de Lima, Acción II, Capítulo 4: Lo que se ha de enseñar a cada uno de la doctrina cristiana,
Vargas Ugarte, Rubén. Concilios Limenses…1952. pp 323-324.

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En Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, Vol. 29, 2011, pp. 15-32.

bautizan; el señalarle empero a este, será propio del ordinario, el cual podrá también señalar
más que uno, como viere convenir al número de gente, con tal de que los assi señalados
sean ciertos y tales que se les pueda encomendar la enseñanza de los hijos espirituales”.26

En cuanto al culto, el Concilio de Trento había destacado la impecabilidad con que


debía celebrarse la misa, para evitar cualquier desviación. El III Concilio de Lima recibió
estos mandatos, aunque con otro sentido: aquí se debía luchar contra la idolatría y no
precisamente contra la herejía. A los indios se les debía mostrar que los ritos católicos eran
incompatibles con sus creencias ancestrales. La reglamentación del culto fue una medida en
consonancia con esto, siendo la vía mediante la cual los indios se relacionaban más
directamente con la religión.

“Últimamente, porque es cosa cierta y notoria que esta nacion de yndios se atraen y
provocan sobremanera al conocimiento y veneracion del summo Dios con la ceremonias
exteriores y aparatos del culto divino; procuren muchos los obispos y también en su tanto
los curas, que todo lo que toca al culto divino se haga con la mayor perfeccion y lustre que
puedan (…)”.27

Abordando ahora la temática de reforma eclesiástica, ya se ha dicho que ésta había


sido ampliamente tratada en el Concilio de Trento. En América también se hacía necesario
realizar una reforma de este tipo, aunque las circunstancias de la Iglesia americana eran
distintas. Aquí el establecimiento de la jerarquía eclesiástica había sido muy reciente, y su
instauración había sido reglamentada casi totalmente por la monarquía. Si bien se
presentaban malas prácticas por parte del clero, aquí la reforma estuvo dirigida a preparar a
los sacerdotes para la misión, y ordenar asuntos de la Provincia que aún no se habían
consolidado por su reciente fundación. De todas maneras, el III Concilio incorporó todas
las pautas que estaban dirigidas a la reforma del clero.

“Todos los ministros de la yglesia y mas particularmente los de esta nueva yglesia de las
yndias deven continuamente considerar y guardar con todo cuydado lo que los sanctos
padres alumbrados por el spiritu sancto con tanta sabiduría y tan gran peso de palabras
ordenaron en el sancto y universal Concilio de Trento cerca de la vida y honestidad de los
clerigos, (…) y assi lo que está ordenado y establecido por los summos pontifices y sacros
concilios cerca de la vida y honestidad y traje y ciencia que han de tener los clerigos, y
también de huir y evitar demasía de regalos y comidas, danzas, juegos, pasatiempos, y
qualesquier otros peccados; y también del apartarse de tractos y negocios seglares”.28

Sin duda, dentro de la jerarquía eclesiástica, Trento configuró al obispo como la


figura clave de la labor pastoral. En América esto se hizo aún más patente, pues era el

26
III Concilio de Lima, Acción II, Capítulo 9, De los padrinos de los indios, Vargas Ugarte, Rubén. Concilios
Limenses…1952. p 326.
27
III Concilio de Lima, Acción V, Capítulo.5, Del cuidado del culto divino, Vargas Ugarte, Rubén. Concilios
Limenses…1952. p. 374.
28
III Concilio de Lima, Acción III, Capítulo 15, De la reformación de los clérigos en común, Vargas Ugarte,
Rubén. Concilios Limenses…1952. p 350.

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En Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, Vol. 29, 2011, pp. 15-32.

obispo el encargado de velar por la evangelización indígena. Por ello, el concilio provincial
recordó sus obligaciones a los prelados, exigiéndoles el cumplimiento de sus tareas con
rectitud. Su primera labor, y que cobraba especial relevancia en América, era la de predicar
el Evangelio a los fieles, a lo que se sumaba la obligación de guiar al clero y organizar la
vida eclesiástica de su jurisdicción. Para ello debía tener claro conocimiento de todo lo que
ocurría en su diócesis. De aquí surgió la necesidad de realizar visitas pastorales con
regularidad.
Precisamente en el tema de las visitas se vislumbra una particularidad de la
Provincia eclesiástica del Perú, pues la gran extensión de territorio que abarcaban las
diócesis hacía muy difícil la consecución de estos recorridos, a lo que se sumaba la gran
variedad de climas y de factores geográficos que ponían obstáculo al desplazamiento de los
prelados. Lo anterior no sólo entorpecía la realización de visitas, sino a la labor
evangelizadora en general; por ello y teniendo en cuenta estas circunstancias, el obispo
delegaba parte de sus responsabilidades en sus ministros, que tenían que ser
cuidadosamente elegidos por su idoneidad.
“Para conservarse el buen orden y disciplina eclesiástica, el principal medio y fuerza está
en hazerse bien las visitas, en lo qual por astucia del demonio y demasiada cobdicia de
muchos emos visto tanta falta, que las mayores quexas y daños han nascido de lo que está
establecido para remedio de daños y agravios. Deseando pues este sancto synodo poner
remedio en este daño tan general de esta provincia con favor y gracia de Dios:
primeramente amonesta muy de veras a todos los obispos que no dexen por sus mismas
personas de visitar sus distritos con verdadero afecto de padres y si les pareciere embiar
visitadores, como por ser tan estendidas las diócesis en estas yndias es forzoso hazerse
muchas vezes, miren con gran consideración que no encomienden visitas sino a personas de
mucha entereza y satisfacción y hábiles y suficientes para tal cargo, y que ni pretendan las
doctrinas de yndios que visitan, ni aunque les ofrecieren las aceptarían.”29

Asimismo, se recibió la disposición de crear seminarios y colegios en la Provincia,


pues era vital que el clero recibiese una educación completa que le permitiese enfrentar los
particulares desafíos americanos. Esta fue una iniciativa importante y que siguió
proliferando durante las décadas siguientes, en que se fundaron otros centros de estudios,
dirigidos tanto al clero secular como al regular.

“Por cuanto el sacro Concilio de Trento entre las demás cosas, que se huvieren de tractar en
el synodo Provincial, por particular razón encargó que se tracte de ynstistuir los seminarios,
que con tanto acuerdo de los padres ó (por mejor decir) del spiritu sancto se ordenaron, y es
cosa muy clara y cierta de que ninguna Yglesia ni provincia tiene tanta necesidad de este
saludable remedio, como esta nueva yglesia de las yndias, en la que es menester criar con
gran miramento nuevas plantas del evangelio, para que puedan extender y propagar la feé
de xpo (…) ”.30

29
III Concilio de Lima, Acción IV, Capítulo 1, A quien se ha de encargar la visita, Vargas Ugarte, Rubén.
Concilios Limenses…1952. p 361.
30
III Concilio de Lima, Acción II, Capítulo 44, Del colegio seminario, Vargas Ugarte, Rubén. Concilios
Limenses…1952. p 341.

11
En Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, Vol. 29, 2011, pp. 15-32.

Como particularidad del Virreinato, en dichos centros se instauraron cátedras de


lengua indígena, siendo obligatorio su conocimiento para los que se enfrentaban a la
misión.
Como se evidencia, en la Provincia era muy importante que el clero mostrarse su
dignidad y predicase con el ejemplo, pues los indígenas podían relacionar las conductas
desviadas con la religión. Además, debían ser protegidos de los malos tratos, siendo esta la
única manera de que recibieran voluntariamente la fe. Por esta razón, quienes se
encargaban de su evangelización debían salvaguardarlos de los abusos de los mismos
españoles, y a las autoridades civiles correspondía garantizar que se tratase a los indígenas
con justicia.
A esto sigue una serie de determinaciones relativas a cómo se debía organizar la
misión: la cantidad de indios que podían reunirse en un pueblo, la cantidad de misioneros
que era necesario mantener en ellos, las formas de predicación, su sustentación, la creación
de escuelas especiales para indios, entre muchas otras31. Estas disposiciones estuvieron
destinadas a ordenar los asuntos eclesiásticos del Virreinato a modo de legislación, y en
este sentido puede decirse que el III Concilio configuró un verdadero corpus legislativo que
regulaba prácticamente todos los ámbitos de la vida eclesiástica de la Provincia.

Habiendo revisado la manera en que el Concilio de Trento se recibió en los


territorios sudamericanos, podemos esbozar como primera conclusión, que sus decretos se
adaptaron a las particularidades de la Jurisdicción Metropolitana de Lima, y que su íntegra
recepción en el III Concilio logró establecer pautas específicas para organizar la Iglesia en
la América meridional y perfeccionar los métodos misionales que hasta entonces no se
hallaban unificados.
La lucha contra la herejía que había librado el Concilio de Trento, el concilio
provincial de Lima la libró contra la idolatría, siendo la consecución del proceso
evangelizador la principal tarea de la Iglesia en estas latitudes. Así, el espíritu de
Contrarreforma vivido en Europa en cuanto a la renovación eclesiástica, sirvió a la Iglesia
americana para dirigirla en su mayor desafío: evangelizar al mundo indígena y consolidar
su instauración.

31
Los capítulos relativos a esto son numerosos en el Concilio; se citan aquí algunos a modo de ejemplo: Que
no se reciba nada de los indios cuando se confirman, Que se provea a los yndios de confesores
extraordinarios, Que no se lleve nada de los indios cuando se les administren los sacramentos, Que nadie
deje la doctrina de indios antes de tener sucesor, Que se señale cura a los que andan en labor de minas o en
obrajes, De los tres novenos que se deben a las parrochias y hospitales de yndios, Que las faltas de Doctrina
se deben aplicar para las iglesias de los yndios, Que no vayan clerigos a conquistas de yndios sin especial
licencia, Que los curas no se entremetan en los bienes de los yndios defunctos, La pena en que incurren los
curas de yndios que contractan o grangean, etc.

12
En Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, Vol. 29, 2011, pp. 15-32.

APROXIMACIONES A LA APLICACIÓN DEL III CONCILIO DE LIMA EN


CHILE.

Aunque la aplicación concreta de los decretos del III Concilio de Lima en las
diferentes diócesis de la provincia constituye un tema independiente que requiere de una
investigación mayor, se puede adelantar que su incorporación brindó a los obispados
chilenos un claro camino seguir32.
Como se expuso más arriba, los obispos de La Imperial y Santiago, Antonio de San
Miguel y Diego de Medellín habían asistido al concilio provincial, donde se les había
encomendado celebrar sínodos diocesanos en sus respectivos obispados. Cumpliendo con
dicho mandato, San Miguel lo convocó en 1584 en La Imperial y Medellín hizo lo propio
en Santiago el año 1586. Si bien los documentos de estos sínodos no se conservan, se puede
aproximar a su contenido mediante cartas de estos prelados al rey.
En estas reuniones sinodales se debía aplicar lo que el III Concilio de Lima había
mandado, y aunque no se cuente con los textos, se sabe que fueron las temáticas de reforma
eclesiástica y de catequesis tanto a españoles como indígenas las que allí se abordaron. En
cuanto a las responsabilidades de los obispos, era la visita pastoral y la residencia las
prácticas que más habían reiterado el concilio como indispensables, y eso volvió a
manifestarse en los sínodos.

“Se observa constantemente en esa época que la primera obligación que trataban de cumplir
los obispos era practicar la visita pastoral, en la que invertían años a veces para conocer
personalmente las necesidades de las diócesis y administrar el sacramento de la
confirmación”.33

Asimismo, el catecismo publicado en Lima fue una herramienta de gran


trascendencia, ya que fue el modelo sobre el cual debía hacerse la predicación en adelante.
Este fue traducido y adaptado a la realidad del reino de Chile en la primera década del siglo
XVII34.

32
Como bien lo señala Carlos Oviedo Cavada, “El III Concilio limense fue uno de los acontecimientos más
providenciales en la vida de la Iglesia durante el período hispano, particularmente para todo el territorio del
Arzobispado de Lima, en el que se encontraban las dos diócesis chilenas, Santiago y La Imperial. Dicho
Concilio tuvo una proyección doctrinal, pastoral y social de muy vastas proyecciones. Y más allá de sus
documentos, inspiró un espíritu y un estilo de conducción pastoral en la Iglesia que duró por varios siglos”
Oviedo Cavada, Carlos. Influencia del Tercer concilio de Lima en los sínodos chilenos. Anuario de Historia
de la Iglesia en Chile 6. Santiago, 1988. p 10.
33
Oviedo Cavada, Carlos. Sínodos y concilios chilenos 1584(?)-1961. Revista Historia 3. Santiago, 1964. p
12.
34
En el marco de la historiografía chilena se ha discutido profusamente sobre la autoría de la traducción
realizada de este catecismo al mapudungún en 1606. En general se le atribuye al padre de la Compañía de
Jesús, Luis de Valdivia, aunque aún no se llega a un consenso respecto de este punto. Joaquín Matte Varas
apunta que “En Chile se tradujo, siendo la primera edición impresa el año 1606, el 31 de agosto en Lima. El
traductor fue el P. Luis de Valdivia, que era experto en la <<lengua chilena>>”. Matte Varas, Joaquín. En
torno al Tercer Concilio limense (1582-1583) y su proyección en Chile. Anuario de Historia de la Iglesia en
Chile 3. Santiago, 1985. p 83.

13
En Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, Vol. 29, 2011, pp. 15-32.

Si bien dichos obispos se ocuparon de ingresar las directrices del concilio provincial
en Chile mediante la celebración de sínodos, esta práctica fue más bien tenue en el período
hispano en el que se cuentan solamente 1135.
No obstante ello, lo que caracterizó a estas reuniones fue la defensa del indio que
hicieron los prelados de las diócesis chilenas, temática que abordó Diego de Medellín en el
primer sínodo de Santiago y que se siguió manifestando en las asambleas siguientes.

“Es de suponer que el obispo Medellín transmitió en su Sínodo los grandes acuerdos del
Concilio limense. La defensa del indio distinguió a este prelado. Y otro hecho importante,
de muy vastas proyecciones futuras, fue que en 1584 el obispo Medellín había fundado el
Seminario de Santiago, coherente con aquel Concilio”.36

En efecto, en sínodo realizado por el obispo Salcedo el año 1626 en la diócesis de


Santiago vuelve a reiterar la preocupación por la evangelización del indígena y el cuidado
en su trato, además de la importancia de enseñarle la doctrina según las pautas del
catecismo de Lima. Lo mismo denota el cuarto sínodo de Santiago celebrado en 1670 por el
obispo Humanzoro.
Ya en 1688 las actas sinodales de Santiago reflejan una mayor madurez de la Iglesia
de Chile, en que se han incorporado numerosas pautas legadas del concilio provincial. Sin
embargo, aún en el siglo XVIII quedaban numerosas tareas por cumplir, lo que se ve
manifestado en la urgencia con que el obispo Azúa llama a establecer un seminario en la
diócesis de Concepción en el sínodo de 1744.
Por otra parte, las consuetas37 son otros documentos que pueden dar luces acerca de
las materias que importaban a las diócesis chilenas. En las de Santiago y Concepción
producidas en el período colonial puede verse claramente la influencia del concilio de
Lima, sobre todo en lo relativo a la disciplina del clero diocesano.38
Por último, los documentos emanados de las visitas pastorales de los obispos son
una fuente esencial para saber si las pautas que se habían mandado aplicar en sus diócesis
estaban poniéndose en práctica. Especialmente ilustrativa en este sentido es la visita
pastoral del obispo Humanzoro, realizada a la doctrina de San Francisco del Huasco, que se
hallaba bajo la jurisdicción del corregimiento de Copiapó. Desde febrero a marzo de 1663
Humanzoro observó detenidamente el estado de la doctrina, refiriéndose posteriormente en
sus documentos a la necesidad que allí había de enseñar la doctrina cristiana. Esta debía ser
predicada a los españoles los domingos y días de fiesta, y a los indios,

“No solo en dichos dias sino tambien los Miercoles y Viernes entre semana, por el
catecismo y explicazion aprovado por el concilio provincial de Lima de el año 1583,
explicandoles siempre algunas oraziones y doctrina dichas, para que a poco sepan, no solo
materialmente y como papagayos, sino con intelligencia del sentido segun su capasidad,
pues es precisso, y necesario para que se salben de que sepan los principales misterios de

35
Oviedo Cavada, Carlos. Influencia del Tercer concilio de Lima en los sínodos chilenos. Anuario de Historia
de la Iglesia en Chile 6. Santiago, 1988. p.15.
36
Oviedo Cavada, Carlos. Influencia del Tercer concilio de Lima en los sínodos chilenos. Anuario de Historia
de la Iglesia en Chile 6. Santiago, 1988. p 17.
37
Las consuetas son recopilaciones de reglas que rigen un cabildo eclesiástico.
38
Oviedo Cavada, Carlos. Algunos aspectos de la Historia del derecho canónico en Chile. Anuario de
Historia de la Iglesia en Chile 4. Santiago, 1986. p 16.

14
En Anuario de Historia de la Iglesia en Chile, Vol. 29, 2011, pp. 15-32.

nuestra sancta fe, Catholica no solo de memoria como dicho es, sino con intelligencia segun
su dicha capasidad”.39

Se ve aquí que la preocupación de la catequesis a la feligresía es la que una vez más


aparece como elemento principal, que es, por cierto la temática más discutida en el Concilio
provincial.

De esta primera aproximación que se ha realizado, puede colegirse que los obispos
de Chile estuvieron dispuestos a aplicar las disposiciones que emanaron del concilio de
Lima, y se dedicaron a ello prácticamente durante todo el período hispano. Sin embargo, la
extensión del territorio provocó que ello no resultara una tarea fácil, lo que evidencia que la
efectiva puesta en práctica de dichas pautas fue tardía.
Aunque para sacar mayores conclusiones de este largo proceso será necesaria una
mayor revisión documental, a partir del estudio realizado sí puede afirmarse con seguridad
que a partir de la celebración del III Concilio de Lima se inició una nueva etapa para el
catolicismo en América del Sur, y en esto Chile no fue la excepción.

39
Citado en Walker, Francisco. Visita pastoral del obispo Fray Diego de Humanzoro. Anuario de Historia de
la Iglesia en Chile 12. Santiago, 1994. p 44.

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