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Experiencia, finitud e historicidad: Páthei máthos.

28 Mar

«La verdad de la experiencia contiene siempre la referencia a nuevas experiencias. En este


sentido la persona a la que llamamos experimentada no es sólo alguien que se ha hecho, el
que es a través de experiencias, sino también alguien que está abierto a nuevas experiencias.
La consumación de su experiencia, el ser consumado de aquél a quien llamamos
experimentado, no consiste en ser alguien que ya lo sabe todo, y que de todo sabe más que
nadie. Por el contrario, el hombre experimentado es siempre el más radicalmente no
dogmático, que precisamente porque ha hecho tantas experiencias y ha aprendido de tanta
experiencia está particularmente capacitado para volver a hacer experiencias y aprender de
ellas. La dialéctica de la experiencia tiene su propia consumación no en un saber concluyente,
sino en esa apertura a la experiencia que es puesta en funcionamiento por la experiencia
misma.
»Pero con esto, el concepto de la experiencia de que se trata ahora adquiere un momento
cualitativamente nuevo. No se refiere sólo a la experiencia en el sentido de lo que ésta enseña
sobre tal o cual cosa. Se refiere a la experiencia en su conjunto. Esta es la experiencia que
constantemente tiene que ser adquirida y que a nadie le puede ser ahorrada. La experiencia
es aquí algo que forma parte de la esencia histórica del hombre. Aún tratándose del objetivo
limitado de una preocupación educadora como la de los padres por los hijos, la de ahorrar a
los demás determinadas experiencias; lo que la experiencia es en su conjunto, es algo que no
puede ser ahorrado a nadie. En este sentido la experiencia presupone necesariamente que se
defrauden muchas expectativas, pues sólo se adquiere a través de decepciones. Entender que
la experiencia es, sobre todo, dolorosa y desagradable no es tampoco una manera de cargar
las tintas, sino que se justifican bastante inmediatamente si se atiende a su esencia. Ya Bacon
era consciente de que sólo a través de instancias negativas se accede a una nueva experiencia
(LA CIENCIA DESEA EVITAR JUSTO LA DECEPCIÓN Y LA INSTANCIA
NEGATIVA POR LA CUAL E APRENDE). Toda experiencia que merezca este nombre se
ha cruzado en el camino de alguna expectativa. El ser histórico del hombre contiene así como
momento esencial una negatividad fundamental que aparece en esta referencia esencial de
experiencia y buen juicio.

»Este buen juicio es algo más que conocimiento de este o aquel estado de cosas. Contiene
siempre un retornar desde la posición que uno había adoptado por ceguera. En este
sentido implica siempre un momento de autoconocimiento y representa un aspecto
necesario de lo que llamábamos experiencia en sentido auténtico. También el buen juicio
sobre algo es algo a lo que se accede. También esto es al final una determinación del propio
ser humano: ser perspicaz y apreciador certero.

»Si quisiéramos aducir también algún testimonio para este tercer momento de la esencia de
la experiencia, el más indicado sería seguramente Esquilo, que encontró la fórmula, o mejor
dicho la reconoció en su significado metafísico, con la que expresar la historicidad interna de
la experiencia: aprender del padecer (páthei máthos). Esta fórmula no sólo significa que
nos hacemos sabios a través del daño y que sólo en el engaño y en la decepción llegamos a
conocer más adecuadamente las cosas; bajo esta interpretación la fórmula sería algo más. Se
refiere a la razón por la que esto es así. Lo que el hombre aprenderá por el dolor no es
ésto o aquello, sino la percepción de los límites del ser hombre, la comprensión de que
las barreras que nos separan de lo divino no se pueden superar. En último extremo es un
conocimiento religioso, aquél que se sitúa en el origen de la tragedia antigua.
»La experiencia es, pues, experiencia de la finitud humana. Es experimentado en el
auténtico sentido de la palabra aquél que es consciente de esta limitación, aquél que sabe que
no es señor ni del tiempo ni del futuro; pues el hombre experimentado conoce los límites de
toda previsión y la inseguridad de todo plan. En él llega a su plenitud el valor de verdad de
la experiencia. Si en cada fase del proceso de la experiencia lo característico es que el
que experimenta adquiere una nueva apertura para nuevas experiencias, esto valdrá
tanto más para la idea de una experiencia consumada. En ella la experiencia no tiene
su fin, ni se ha accedido a la forma suprema del saber (Hegel), sino que en ella es donde
en verdad la experiencia está presente por entero y en el sentido más auténtico. En ella
accede al límite absoluto todo dogmatismo nacido de la dominante posesión por el deseo de
que es víctima del ánimo humano. La experiencia enseña a reconocer lo que es real.
Conocer lo que es, es pues el auténtico resultado de toda experiencia y de todo querer
saber en general. Pero lo que es no es en este caso esto o aquello, sino “lo que ya no
puede ser revocado” (Ranke).

»La verdadera experiencia es aquella en la que el hombre se hace consciente de su


finitud. En ella encuentran su límite el poder hacer y la autoconciencia de una razón
planificadora. Es entonces cuando se desvela como pura ficción la idea de que se puede dar
marcha atrás a todo, de que siempre hay tiempo para todo y de que de un modo u otro todo
acaba retornando. El que está y actúa en la historia hace constantemente la experiencia
de que nada retorna. Reconocer lo que es no quiere decir aquí conocer lo que hay en un
momento, sino percibir los límites dentro de los cuales hay todavía posibilidad de futuro
para las expectativas y los planes; o más fundamentalmente, que toda expectativa y toda
planificación de los seres finitos es a su vez finita y limitada. La verdadera experiencia es así
experiencia de la propia historicidad».

H.-G. Gadamer, Verdad y Método, ed. Sígueme, pp. 431-434.

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