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28 Mar
»Este buen juicio es algo más que conocimiento de este o aquel estado de cosas. Contiene
siempre un retornar desde la posición que uno había adoptado por ceguera. En este
sentido implica siempre un momento de autoconocimiento y representa un aspecto
necesario de lo que llamábamos experiencia en sentido auténtico. También el buen juicio
sobre algo es algo a lo que se accede. También esto es al final una determinación del propio
ser humano: ser perspicaz y apreciador certero.
»Si quisiéramos aducir también algún testimonio para este tercer momento de la esencia de
la experiencia, el más indicado sería seguramente Esquilo, que encontró la fórmula, o mejor
dicho la reconoció en su significado metafísico, con la que expresar la historicidad interna de
la experiencia: aprender del padecer (páthei máthos). Esta fórmula no sólo significa que
nos hacemos sabios a través del daño y que sólo en el engaño y en la decepción llegamos a
conocer más adecuadamente las cosas; bajo esta interpretación la fórmula sería algo más. Se
refiere a la razón por la que esto es así. Lo que el hombre aprenderá por el dolor no es
ésto o aquello, sino la percepción de los límites del ser hombre, la comprensión de que
las barreras que nos separan de lo divino no se pueden superar. En último extremo es un
conocimiento religioso, aquél que se sitúa en el origen de la tragedia antigua.
»La experiencia es, pues, experiencia de la finitud humana. Es experimentado en el
auténtico sentido de la palabra aquél que es consciente de esta limitación, aquél que sabe que
no es señor ni del tiempo ni del futuro; pues el hombre experimentado conoce los límites de
toda previsión y la inseguridad de todo plan. En él llega a su plenitud el valor de verdad de
la experiencia. Si en cada fase del proceso de la experiencia lo característico es que el
que experimenta adquiere una nueva apertura para nuevas experiencias, esto valdrá
tanto más para la idea de una experiencia consumada. En ella la experiencia no tiene
su fin, ni se ha accedido a la forma suprema del saber (Hegel), sino que en ella es donde
en verdad la experiencia está presente por entero y en el sentido más auténtico. En ella
accede al límite absoluto todo dogmatismo nacido de la dominante posesión por el deseo de
que es víctima del ánimo humano. La experiencia enseña a reconocer lo que es real.
Conocer lo que es, es pues el auténtico resultado de toda experiencia y de todo querer
saber en general. Pero lo que es no es en este caso esto o aquello, sino “lo que ya no
puede ser revocado” (Ranke).