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Hoy, porque no quiero entristecerte................................................................48
Igual que el licor entre las alas........................................................................50
Mariana............................................................................................................50
Ningún otro cuerpo como el tuyo....................................................................50
No es en mi año. Alguien te tiene....................................................................51
Pulida la piel bajo tus rosas.............................................................................52
Qué llenará mis ojos, al abrirlos......................................................................54
Recostado en su placer, el día..........................................................................55
Si nace de tus manos y es oscura.....................................................................55
Sólo temblor ardiente, encandilando...............................................................56
Son olor de lluvia tus cabellos.........................................................................57
Suelta su vago humor de vidrio.......................................................................57
Te abraza la lluvia en su descenso...................................................................58
Tú das la vista a mis pupilas ciegas.................................................................59
Yo seguiré cantando. Tú habrás muerto..........................................................60
Y nuevamente abril a flor de cielo...................................................................60
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NOTA INTRODUCTORIA
Como la noche de Egipto en que se comió el pan ázimo, el pan sin levadura;
como si un pueblo oscuro y rumoroso en cada cuerpo nuestro, en cada vida
nuestra, pisara otra vez el umbral del éxodo y lo comiera; así, como ese pan,
como esa cena, es la poesía de Rubén Bonifaz Nuño (Córdoba, Veracruz,
1923). Pan ázimo para el hombre que envejece lentamente habitando en los
recuerdos, en la casa del destierro; agazapado en el constante goteo de la
conciencia, del rencor, de la soledad. Palabra sin levadura, sabia y
ásperamente unida como los granos de trigo del pueblo del éxodo.
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de poemas, de cosas. En esto, su poesía es pionera para nuestras letras, como
lo son también la de Borges, la de Jorge Cuesta o la de Lezama Lima.
La presente selección de poemas no es una secuencia cronológica; es la de un
lector que recuerda y gusta de la poesía de Rubén Bonifaz Nuño en un orden
acaso caprichoso, acaso temático. Comienza con la soledad que nos tiende la
mano; sigue con la soledad que labora, que se transforma en el conocimiento
de la muerte y el envejecimiento; continúa con el amor solitario a la mujer y a
las palabras, y concluye con los poemas más limpios y nítidos, donde la luz y
la sensación de los símbolos alcanzan su piedra angular, su cimiento: los
poemas de La flama en el espejo, la llama de nuestra vida que se contempla a
sí misma, que fulgura a solas con la verdad del fuego, ardiendo en nosotros
pero también después de nosotros, como si siempre estuviera sola, mientras se
le van desprendiendo nuestras cenizas.
CARLOS MONTEMAYOR
1982
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DESDE LA TRISTEZA QUE SE DESPLOMA,
Desde la tristeza que se desploma,
desde mi dolor que me cansa,
desde mi oficina, desde mi cuarto revuelto,
desde mis cobijas de hombre solo,
desde este papel, tiendo la mano.
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PARA LOS QUE LLEGAN A LAS FIESTAS
Cómo, entonces,
pensar en platos venturosos,
en cucharas calmadas, en ratones
de lujosísimos departamentos,
si entonces recordamos que los platos
aúllan de nostalgia, boquiabiertos,
y despiertan secas las cucharas,
y desfallecen de hambre los ratones
en humildes cocinas.
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Nadie, que sepa yo, quedó esperándome.
Hoy no conozco a nadie, y sólo escribo
y pienso en esta vida que no es bella
ni mucho menos, como dicen
los que viven dichosos. Yo no entiendo.
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a la vez desolador y alegre
con que madrugan las iglesias,
del testimonio de la dicha terrestre
que da un rumor de pasos
transitando al pie de la ventana.
Es el instante inerte
en el que aquellos que no sufren
de enfermedad, se ponen por instinto
la noche en el costado, y vuelven cómodos
el pliegue de la pierna y el sudor de la espalda.
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Semilla del placer, la muerte
mira, agazapada, en el instante
donde apaga su lengua roja
algún dolor que fuimos. Risa
de saber que en algo nos morimos,
que algo para siempre nos perdona.
Se va cayendo la sufriente
armazón del temor; inmunes,
cada vez más muertos, aprendemos;
vencida de la edad, el alma
aviva el seso y se complace
del cuerpo difunto en que recuerda.
El ala del tigre, 1969
Me devuelves el tiempo,
el dolor, los caminos, la alegría,
la voz, el cuerpo, el alma,
y la vida y la muerte, y lo que vive
más allá de la muerte.
Me lo devuelves todo
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encarcelado en la apariencia
de una mujer, tú misma, a la que amo.
Cantabas.
EURÍDICE (II)
EL ALBA
***
***
Esfuerzo mío,
tribu de sílabas concordes,
ábreme campo afuera. Tú, que puedes,
introdúceme al coro; así, al oficio
de fundar la ciudad sobre cenizas
de vencidas ciudades. Buen oficio.
No solamente mínimo
brasero, engarce de la ofrenda
en aroma desnudo que desgarra
sus ropajes de humo;
En esta hora
y mientras en la plaza, el más valiente
cumple el parto viril de la futura
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gloria de su bandera. Golpe
de sol, racimo grave de linajes.
DESDE SU NUDO
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Fuente de la unión, la sal celeste
de la tierra, el santo matrimonio
de la luna y el sol, consuma
en el interior brotante y claro.
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Incendio que progresa en círculos
de salvación, vuelve profunda
la mirada nueva que la mira
para poderla amar; amándola,
a la sola plenitud abrirse
del santo reino de la gracia.
Y su pensamiento se concierta
con la causa sin causa.
Y ríe,
y su risa lava la mañana
de su corazón. Mira hacia arriba
desde la mañana, o van sus ojos
descendiendo por nocturna falda,
y con luz no prestada guían
lo que va subiendo de la noche.
HE DETENIDO LA RESPIRACIÓN...
He detenido la respiración
para sentir si tú respiras.
Y tu mano se mueve,
y un sonido agitado, una palabra
a medias, el principio de un gemido
cruza tus dientes. ¿Has llamado?
Nuevamente el silencio
—nube exacta cubriéndote,
no traspasable atmósfera invisible—
te ciñe y te separa.
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Y como un puente milagroso,
tan tenue como el júbilo más tenue,
tan pensativo como un niño,
un movimiento acompasado
pliega las comisuras de tu boca.
Me lo devuelves todo
encarcelado en la apariencia
de una mujer, tú misma, a la que amo.
HERVOR DE CALLES...
Hervor de calles; desembocadura
de pábulos ardiendo, en la caldera
sediciosa del mísero.
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pero que a la medianoche se sientan,
pesados de sueño, densos, bestiales,
y gritan y luchan sobresaltados
para desterrar su pesadilla.
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Así tuvo que ser: de tanto
que te procuré, me aborreciste;
tan sólo pesares te he dejado.
Ya te conozco, ya obligado
soy a bien quererte y despreciarme.
Pero no, porque me da vergüenza;
pero sí, porque me estoy muriendo
sin voluntad ni penitencia.
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deslimitándome, soldándome,
compacta, el dentro y el afuera.
Desde la almendra glandular me encumbras,
desde las cuatro alcobas
cordiales, me trabajas, alegría;
plural jarabe, rosa visitante,
llave de toda cerradura.
Amigos, ha pasado la nocturna
concepción de los cantos, y la víspera
de cristal doloroso, y la semilla,
y está el deleite con nosotros
como vino de suyo madurado.
Y está en las manos el solemne
fulgor; el número premiado
en esta lotería de campanas.
ALBUR DE AMOR
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Y el tacto mira, y en sus ojos
se inscriben hechos memorables
a salvo de ayer y de mañana.
Amapola trastorno,
exaltación morada, disparate.
Salga lo que saliere.
Y qué estruendo de alas, y qué dulce
lastre sentimental sobre la lengua,
y amistad en las manos, ofrecida
sin ponderar, qué arrebatada.
Yo ya me voy. Deslúmbrame
el metal decadente de la barca
que habrá de conducirme. Y el camino.
Porque me voy mañana. Yo me parto.
Vengo a decirte adiós para olvidarte.
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-Mexicano el acento desgarrado
de plumas claras y de flores
y me enriquece de arrobadas turquesas-.
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Si tu hermosura ha sido
la llave del amor, si tu hermosura
con el amor me ha dado
la certidumbre de la dicha,
la compañía sin dolor, el vuelo,
guárdate hermosa, joven siempre.
No quiero ni pensar lo que tendría
de soledad mi corazón necesitado,
si la vejez dañina, prejuiciosa
cargara en ti la mano,
y mordiera tu piel, desvencijara
tus dientes, y la música
que mueves, al moverte, deshiciera.
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ÁREA SONANTE
Área sonante, ovario
de la noche carnal; abrevadero
insistente y monótono en la arena
del oído terrestre.
Y tocar, hacia dentro, el oleaje
como aquel remotísimo, asilado
en lo vacío de las conchas. Urna,
seda contigua que despliega
en hileras cayendo, una por una,
golpes de espuma deslazada.
Concha de labios húmedos, saliva
en los labios inmensos.
Y yo mismo,
¿qué escalofrío soy, qué gobernado,
-como presa de un águila- deleite?
Y tú desnuda, la que viene,
la desnuda en los bordes de su boca.
Por lo demás, hay cosas
que se comprenden fácilmente:
los relámpagos duros del galope,
los lechos consagrados, la ablandada
mano de las entrañas a rebato,
y un sabor permanente de estar vivos.
Ahora y en lo próximo, corales
tras la puerta sombría; lengua súbita
abre y señala claustros al incesto
de la boca y la oreja, complicadas
en el secreto. Paso de cantiles,
garganta de campana en que te escucho,
latiendo, hacerte y deshacerte.
Y es el vino violeta de tu sangre,
y es tu extensión de leche, y tu sin término
río desenredándose que vuelve
en mí sobre sí mismo, desatando,
regresado de sonoras honduras,
de inconsumibles fondos admitido.
Hora ritual de los cuerpos atentos;
ceremonial donde salvado,
como el hueso en la fruta, me reúno;
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como el que no ha nacido,
como en agua materna, respirando
sonido respirado, en el deleite
de oírte sumergido. Está sonando
tu corazón. Ahora está sonando.
Ahora y en lo oscuro. Y llovedizas
plumas innumerables se desgarran,
y sal y tinta, construidas
de muy adentro, en olas enrojecen.
Y la unión era lícita, sellada
con las arras solemnes del naufragio.
CABELLO AL AIRE
Conjuro de la medianoche:
CENTÍMETRO A CENTÍMETRO
-Piel, cabello, ternura, olor, palabras-
mi amor te va tocando.
Voy descubriendo a diario, convenciéndome
de que estás junto a mí, de que es posible
y cierto; que no eres,
ya, la felicidad imaginada,
sino la dicha permanente,
hallada, concretísima; el abierto
aire total en que me pierdo y gano.
Y después, qué delicia
la de ponerme lejos nuevamente.
Mirarte como antes
y llamarte de "usted", para que sientas
que no es verdad que te haya conseguido;
que sigues siendo tú, la inalcanzada;
que hay muchas cosas tuyas
que no puedo tener.
Qué delicia delgada, incomprensible,
la de verte lejos,
y soportar los golpes de alegría
que de mi corazón ascienden
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al acercarse a ti por vez primera;
siempre por primera, a cada instante.
Y al mismo tiempo, así, juego a perderte
y a descubrirte, y sé que te descubro
siempre mejor de como te he perdido.
Es como si dijeras:
"Cuenta hasta diez, y búscame", y a oscuras
yo empezara a buscarte, y torpemente
te preguntara: ¿estás allí?", y salieras
riendo del escondite,
tú misma, sí, en el fondo; pero envuelta
en una luz distinta, en un aroma
nuevo, con un vestido diferente.
COMO RUMOR DE MUCHEDUMBRE...
Como rumor de muchedumbre, o ruido
de torrentes huyendo, se construye,
sobre el silencio del durmiente,
el silencio de afuera: el que levantan
los dispuestos en cerco, los que miran
despertando sus armas en tu contra.
Herencia mía, mi plegaria,
hembra fundada en extensiones
hostiles, respirando entre insidiosos
oleajes de ahogo, desarmada.
Ciudad encomendada a mi vigilia,
a salvo junto a mí, con su riqueza
de cuerpos maternales, y de enfermos
tiernamente guardados,
y de suntuosas luces coronadas
y de manos de huérfanos en sueños.
Voy y vengo delante
de ti, sobre mis pasos, en tu orilla,
cómplice de tu cuerpo silencioso;
soy, en tus bordes, atalaya
que te cubre de lejos; voz velando,
llamando, transmitiendo
su noticia nocturna
de centinela sobre el muro.
No para ti los perros de la furia
ni los enrojecidos
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humeantes jinetes al asalto;
no la puerta rajada, ni el relámpago
de la espada en la alcoba,
ni el temblor de las sábanas terribles
bajo la violación, ni los gemidos.
Aquí velo, aquí estoy, aquí me aguanto
mi corazón. Clavado a la mirada
mía, y a mis pasos,
y al grito de mi boca, y a mi oreja.
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de las cinco prensiles
advocaciones ávidas del alma.
Y era como el silencio que tú sabes;
como de casa grande, como ramas
de anochecido pueblo solo.
Yo soy hombre, y me callo tantas cosas
que tendremos que hablar cuanto tú quieras;
la orquestada pasión y las raíces
de aquellos ojos míos que me miren
desde el sembrado sitio de tus ojos.
Me sobrevivo en vela, mereciendo
que al corazón me apunten al matarme.
ESTA NOCHE DE TRENES...
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Y todo esto sin falta, aconteciendo;
todo pasando,
todo viniendo y alcanzando y yéndose.
Amiga, no me olvides; no me olvides,
amigo; no te pierdas, espérame.
Como a la máscara del baile,
vengo de lejos a ocupar mi cara;
por detrás y en silencio, a mis balcones
lacrimales, al sabor de mi boca,
al olor de las cosas que esperabas.
Estoy sin tierra firme; estoy saliendo,
a donde quiero, de estas últimas
lentas horas de viaje que termina;
sombra larguísima, pantano
de silbatos, de ruedas que repiten
su palabra distinta a cada uno;
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Es hora, pues, de fiesta;
de aceptar que son breves las raíces
bajo la tierra del encuentro,
y, como en cartas familiares,
las felices noticias, los retratos
últimos, la promesa
del no tangible abrazo al despedirse.
Todo venía de camino, y viene
y desata la almendra en que se anudan
el rumbo del aroma y el del trigo
y el vino y el carbón enllamarado.
Y hay cantares aquí, y he merecido
tomar mi parte en el cantar.
Amigos,
¿qué podemos perder con alegrarnos?
Lengua de agujas, y costumbre
de espinas soportamos, y cilicios.
Si estamos de pasada,
si nada más nos saludamos,
si habré de irme aunque no quiero.
Mi lámpara casual para escogerme
yo mismo, se me dio; con la esperanza
fugaz, y el calentado aceite
del cerco de esta noche en donde invento
mi jerarquía diurna de palabras.
Me aconsejo, me advierto, me amenazo;
soy pues, aquí, yo mismo.
Y otro será el que salga, y no me importa,
por el zaguán de madrugada,
y cogerá los cantos que sembramos.
HA LLEGADO EL OLOR...
Ha llegado el olor, el filo
de su dental caricia; la preciosa
amarga flor nocturna: madre nuestra,
collar que junta nuestros cuellos.
Y voy corno embriagado, como en dicha;
como herido me llevan; como sueño
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póstumo al despertar, como si hubiera
bebido hasta embriagarme, estoy viviendo.
Como en vino saciado.
¿Dónde el agobio, dónde la pobreza?
Era, de pronto, levantarse
descalzo y con temor, y a media noche,
y a recorrer la casa despoblada
-yo mismo el enemigo-, con la inútil
esperanza de que fuera sólo
un paso de ladrón el escuchado.
Mujer salobre y única,
desnuda irresistiblemente,
que camina, simplísima y desnuda
debajo de sus ropas, madurando
la cosecha de aceites y de humo.
Único día de la vida.
Como en halo de lámpara,
como en regazo tuyo, como en tibio
paladar, sujetado, me someto;
librado a la fortuna, reconquisto
mis brazos y mis deudas, y levanto
mi victoria terrestre.
Yo te regalo ahora
lo que me liga a ti; yo me pregunto,
en medio, qué seguimos; qué pretende
tu corazón.
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de luz para su sed, o, suavemente,
el cauce en que su vida se resbala.
Sólo soy un espejo para el ala
de un ángel dividido, que así siente
que le soy necesario, y dulcemente
a mi dolor su claridad iguala.
Y eso es todo, amor: sólo un reflejo.
No escala, luz ni cauce, en que pudiera
subir, brillar, o transcurrir ligera.
Únicamente el sueño de un espejo
mudo a veces, y opaco, en donde anida
la imagen solitaria de su vida.
HOJA AL AIRE, INDEFENSA, DETENIDA...
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y al paladar de bóveda eclesiástica.
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Desvelado, te sueño; insomne
me apasiono por soñarte sola.
Y se me cargan la premiosa
verdad, y la cantina espesa,
y los licores del recuerdo.
Tú me das en qué pensar. Y mientras
yo pienso, puedes tú reírte.
Vas a vivir sin mí. Ya alguno
te dice -y mejor- lo que te dije.
Tú, como nueva; tú, sin pena.
Y no negaré que te he querido.
En tu lección de despedidas,
aprendo cuanto soy. Decrépito,
cabizbajo y sin llorar, me miro
en los agujeros del zapato.
De agujeros en mi espejo ahora.
Desencordado y sin guitarra,
hago segunda a tus adioses
con mi desgracia. Estás conmigo.
Hablo nada más por darte el gusto
de ver cumplidas mis habladas.
Al otro lado de este puente
roto, de esta puerta clausurada.
Y me hago el dormido, porque quiero
pensar que no vuelvo a despertarme.
Un orgullo tan sólo tengo:
no me encontrarán cuando me busquen
de espaldas, porque estoy de frente.
IGUAL QUE EL LICOR ENTRE LAS ALAS...
Igual que el licor entre las alas
del cántaro, pesa entre tus hombros
mi corazón; tras tus costillas.
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Licor entre alas navegante,
barco dichoso, joya eterna
en llameante engarce de olas.
MARIANA
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Hueles a escollo soleado,
a huertas en la sombra, a tienda
de perfumes; a desierto hueles,
tierra grávida, a llovizna;
a carne de nardo macerada,
a impulsos de ansias animales.
Y cada aroma halla respuesta
en un sabor que lo sostiene,
y el regusto de la sal, el agrio
del fruto en agraz; dulcísimo,
el del fruto maduro y pleno,
el amargor donde floreces,
mezclándose, ardiendo, disolviéndose,
hacen de ti un sabor; el único
sabor, el que te vuelve en suya.
Y con él completo la armadura
del perfecto espacio: tu recinto
inequívoco, el sitio de ti misma.
NO ES EN MI AÑO. ALGUIEN TE TIENE...
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Tan exigente en mí, tan áspera
sigues de tiránicos abrojos.
Aunque me emborracho por perderte
o me atiborro de estar hueco
de ti, para encontrar quién eras.
Uñas para rascarme alargo
insuficientes; y estos huesos,
ya sin su vestido, se me salen
y te los mando, y en tu almohada
los dientes pela, ojos redondos,
otra calavera que es la mía.
Y habrán germinado qué semillas;
cuánta mala hierba habrá crecido
que, hendido sus sílabas vetustas,
hace que salten mis palabras:
losas de pavimento rotas
en la ciudad que fue del canto.
PULIDA LA PIEL BAJO TUS ROSAS...
Pulida la piel bajo tus rosas
de escamas, fomenta la corriente
lustral donde mis viejos años
vencidos beben sin saciarse.
La ambición de mi lengua, forma
el dócil espejo de tu lengua.
Y aquí comienza el canto nuevo.
Vestido aquí de harapos, canto.
Y nuevamente tú, me esfuerzo;
te cubro de gloria, te engalano
con mis tesoros de mendigo.
Si estuvieras otra vez, si fueras
de nuevo; si ardiendo de memoria
llegara a sacarte de tu casa
de niebla; si otra vez salieras
como carne de almendra dura
de entre las arrugas de la cáscara.
Los caracoles en tus piernas,
deleite del ver, y del oído,
los cascabeles en tus piernas.
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Y ábrense y me miran y se vuelven
a mí los misericordiosos
ojos de tus pies, y de tus codos
los ojos me miran, y se abren
en mí los ojos de tus hombros.
Y a ti me llama el remolino
de hueso de tu ombligo, y ríen
en tu ombligo los azules dientes
con que amor espiaba y me mordía.
52
Sólo de ácida sal, sólo preñada
acidez, mi bebida. Y lo que viene,
aquello que se acerca,
lo que camina en torno y embistiendo.
Cantando estoy, haciéndome
de valor con cantar bajo lo oscuro.
La pobreza, y el paso uniformado,
y el cartel de protesta.
Acaso inofensivo, acaso inútil,
no defensivo acaso. Y es un soplo
de burbujas quebrándose, un callado
grito de bestia bajo el agua,
un rescoldo de cuerpo que se ahoga.
Y suéltase la sangre convocada,
y su antídoto estrépito graniza,
crece por dentro de la oreja,
contra la mordedura de un silencio
que mata en tres segundos.
Bienvenido el que llega, si en las manos
tiene la sal augusta para el hueco
de mis cimientos despojados.
El caballo homicida, bienvenido
sea, con el galope mariguano
y la huella cuádruple hendida;
y el sueño adverso en orden de batalla,
y la saliva atroz que sobrevive
al suntuoso desorden del combate.
Y algo como el amor de mis hermanos
se despliega en mi contra, se abandera,
en contra mía prevalece.
Y lo que soy mañana, me recibe.
RECOSTADO EN SU PLACER, EL DÍA...
Recostado en su placer, el día
de estatuas y rejas enfloradas
nos dice, amiga, que morimos;
y como si al azar mordieras
una manzana, resplandeces
de dulces dientes y de labios.
Y las lágrimas que están llenando,
la carne que muerdes, las rosas
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del polvo que abres y aguirnaldas,
festivamente se entristecen;
y se enrosca en torno d tu brazo
la serpiente roja de estío.
Suena la lluvia de la noche
cayendo al azar, como el azúcar
de una manzana desangrada.
De estatuas y rejas cenizas
nace una boca, y nombra el alba.
y dulce y de sombras resplandeces.
SI NACE DE TUS MANOS Y ES OSCURA...
Si nace de tus manos y es oscura
la angustia de sentirme atardecido;
si sueño, si por ti me es concedido
hacer eterna y fácil mi amargura;
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sin comenzar, hacia los cuatro lados
infinitos del círculo-.
Con la sed soñolienta del minero
descenso radical, con el anfibio
lento acuático vuelo
del nadador profundo, alucinado
tras el pez de su rostro.
Y si pregunto, no sé contestarme
en qué estación de trenes, por vez última,
no te encontré; qué instante ya caduco
era para nosotros; conducida
por qué veloz ventana miras; dónde,
ya de espaldas a mí, me estás buscando,
mientras quedé de espaldas al buscarte.
Amiga, si tan sólo fuera
dormir y verte, amiga de aquel tiempo.
Venir al sitio de lo tuyo,
al terror de no hallarte, a mis entrañas;
al sospechoso tránsito sonoro
como de pasos tuyos en tu alcoba,
al olor de tu armario, a tus vestidos
muertos o tus zapatos bostezando.
Y memorias molares desfiguran
el insustituible pan celeste,
y el golpe me despierta: la implacable
cerrazón ominosa
del zaguán de salida que me abriste.
Ámbito de la cita a que no llegas;
la cita a la que acaso vas llegando
cuando ya no te espero. Hemos perdido
otra ocasión para morirnos juntos.
SON OLOR DE LLUVIA TUS CABELLOS...
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Un fruto seco reproducen
las costillas descorazonadas.
Ni por si acaso ya me miro;
en la cara aguanto, al descubierto
los resollares de la noche.
Pérfidamente, la vergüenza
benévola del carnicero,
vio la ilustración inalcanzable.
Y el vino y la sal y el pan y el agua
lloran, y me alejan sus guirnaldas
en conmistión; me desamparan
las brasas del poder, el águila
combustible; duerme el aspersorio
del orgullo, el verbo reviviente.
Amigo, amigo. Se enmustiaron
mis flores marchitas; en desgracia
recordando voy, como de vida.
Y para acabar, por no rendirme,
no canto ya ni me despido.
TE ABRAZA LA LLUVIA EN SU DESCENSO...
TÚ DAS LA VISTA A MIS PUPILAS CIEGAS...
Tú das la vista a mis pupilas ciegas
y a mi voz la ternura que te nombra;
amor, cuánta amargura, cuánta sombra
se destruye en la luz en que me anegas.
En hoces claras a mi pecho llegas
y la esperanza al corazón asombra,
por ti la mano del olvido escombra
los restos tristes del dolor que siegas.
Por ti vencido, el peso de la angustia
inútilmente ya su fuerza mustia
contra tus simples luces abre inerte.
Amor, ardiente lámpara en la oscura
soledad, segador de la amargura.
Está lejano el miedo de perderte.
YO SEGUIRÉ CANTANDO. TÚ HABRÁS MUERTO...
Yo seguiré cantando. Tú habrás muerto.
Habré yo muerto y seguiré cantando.
Ha de sonar mi voz de vida, cuando
la muerte en celo me haya descubierto.
Como surgidas del sepulcro abierto,
mis palabras; en ellas, abrasando,
irá este amor, hoy pasajero y blando;
entonces ya, definitivo y cierto.
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Y nosotros, ya entonces, ni siquiera
huesos ni polvo ni recuerdo, juntos
estaremos. Es triste nuestra vida.
Sólo mi voz hará la primavera
que quisimos; los cálices difuntos
que arderán con tu nombre y su medida.
Y NUEVAMENTE ABRIL A FLOR DE CIELO...
Y nuevamente abril a flor de cielo
abre tus manos tibias, y yo canto
el júbilo entrañable y el espanto
que en mi sangre derramas con tu anhelo.
Amo la gravidez del alma, el vuelo
por la caricia que hasta ti levanto,
y el fuego triste hallado en el quebranto
de la distancia -aborrecible velo- .
Amor: abril, tu cómplice, desvía
la ruta del temor que disminuye
y disfraza de fiesta su agonía.
Eres abril de nuevo, amor, y nada
escapa de tu ser: todo confluye
a cobrar plenitud en tu mirada.
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