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SALVADOR
Rodolfo Cardenal – Conferencia en el III Congreso Continental de Teología Latinoamericana y
Caribeña
31 de agosto de 2018
Buenos días. Lo que voy a hacer en esta ponencia es hablar un poquito de cómo y cuál fue la recepción
de Medellín en la Iglesia salvadoreña, o sea, cómo se aplicó Medellín en El Salvador.
Al arzobispo de San Salvador, inicialmente, no le pareció relevante lo que decía el Vaticano II.
Entonces, en una primera Semana de Pastoral de Conjunto, a mediados de 1970, se enfrentaron con
Medellín y a través de Medellín se dieron cuenta del Vaticano II.
Los argumentos para el rechazo explícito de ese magisterio aparecen en los acontecimientos desatados
alrededor de esa Semana de Pastoral y ponen de manifiesto la dificultad que había para aplicar ese
magisterio en una Iglesia tradicionalista, no tradicional, e identificada con la oligarquía y los militares.
La recepción de Medellín y del Concilio es impulsada por un grupo de sacerdotes jóvenes, bien
formados, pastoralmente entusiastas y creativos, deseosos de responder a una realidad opresora e
injusta. Un grupo que había optado por la liberación del pueblo salvadoreño.
En este proceso son claves dos personas: Rutilio Grande y monseñor Romero. Rutilio Grande, jesuita
salvadoreño, asesinado el 12 de marzo del 77 junto con dos campesinos por escuadrones de la muerte
—su causa de canonización es «Rutilio Grande y compañeros» y van a ser declarados beatos
relativamente pronto—.
La primera Semana de Pastoral fue un espacio de búsqueda e interpelación con el método de Medellín
de ver, juzgar y actuar. El punto de partida fue la realidad nacional y eclesial, la cual juzgaron desde
el Evangelio, desde el Concilio y desde Medellín. Ese juicio replanteó la misión de la Iglesia y lanzó
líneas pastorales que lo concretaran. La dinámica de la Semana fue muy participativa, pero solo
participó masivamente la arquidiócesis. Los grupos más activos y entusiastas eran los jóvenes, los
sacerdotes y los religiosos y religiosas, y en las mesas de trabajo se destacaron los universitarios. La
ausencia más notable de la Semana fue la del episcopado: solamente asistieron el arzobispo y su
auxiliar, monseñor Rivera, a pesar de que la semana la había convocado la Conferencia Episcopal.
Monseñor Romero estuvo presente, pero asistió irregularmente y no participó.
La Conferencia Episcopal, entonces, no aceptó las conclusiones finales de la Semana por
considerarlas contrarias a la ortodoxia, a la disciplina y a la institucionalidad. Los obispos, entonces,
encomendaron a monseñor Rivera y a monseñor Romero, secretario de la Conferencia, y a tres
sacerdotes —entre ellos, al padre Gregorio Rosa— revisar y reelaborar el documento final de la
semana de pastoral. El documento episcopal muestra la deriva autoritaria desde el comienzo al
sustituir el «nosotros, la Iglesia de El Salvador» del original, por «la Conferencia Episcopal, después
de haber oído el parecer de prudentes sacerdotes, religiosos y laicos…». En general, el episcopado
suprimió todo aquello que le parecía novedoso y, por tanto, radical. Es decir, rechazó el magisterio
universal del Concilio y el regional de Medellín. En concreto, suprimió drásticamente la dimensión
profética. Allí donde la asamblea negó, los obispos colocaron un ambiguo «tal vez». La denuncia de
una evangelización incompleta, por no haber buscado la liberación integral y por reducirse a la
interioridad del individuo y a la trascendencia, es sustituida por una declaración triunfalista. La
denuncia del ritualismo mágico fue eliminada; la religiosidad popular, desconocida. Asimismo,
silenciaron el compromiso de la asamblea con el cumplimiento de las conclusiones porque las
consideraron «teología de la liberación». En concreto, suprimen la opción de trabajar por la
transformación de estructuras injustas, acelerar por la concientización del campesinado y luchar por
la liberación. Aun cuando suprimen el deseo de una liturgia liberadora, aceptan la creación de los
delegados de la palabra o ministros laicos, pero como medida temporal por escases de clero.
Es importante oír a la otra parte también. La posición del episcopado se explica por su análisis de la
realidad.
A comienzos de 1970, el episcopado salvadoreño identifica al clero como el problema fundamental.
Uno de los obispos —uno de los líderes del episcopado— lo acusa de relajación, por abandonar la
sotana, de espíritu contestatario, de tender al alcoholismo, y de participación en fiestas. En suma,
abierta rebeldía contra la disciplina eclesiástica que era el problema.
En otro mensaje confidencial atribuyen la relajación del clero a la falta de oración mental fervorosa
y a la sustitución de la indumentaria eclesiástica por el traje campesino, con lo cual no se dan a
respetar ni respetan a las mujeres.
La Sagrada Congregación del Clero intervino —porque ahí llegó el documento—. Alaba la
intervención de la Conferencia Episcopal, pero suprime afirmaciones que le parecen contrarias al
Magisterio universal y a la disciplina eclesiástica. Roma exige otra revisión para eliminar
afirmaciones equívocas por imprecisión teológica como «la misión esencial de la Iglesia es ofrecer a
todo hombre su salvación integral» o «es una evangelización que no siempre ha tratado de procurar
la liberación total del hombre». Esto hay que cambiarlo porque es impreciso teológicamente.
La Congregación condena varias propuestas pastorales por temor a que la misión de la Iglesia, en
nombre de una ambigua liberación del hombre, se reduzca a lo temporal, y a que la jerarquía y el
ministerio ordenado se atribuyan funciones sociopolíticas. En el ámbito ministerial la Congregación
tiene serias reservas respecto a la figura del delegado de la palabra y sus funciones y a una comisión
nacional de pastoral de conjunto donde haya laicos: delegar habitualmente funciones del ministerio
ordenado al laico es un contrasentido teológico porque confunde el sacerdocio jerárquico con el
común y porque se presta a actos jurídicos inválidos e ilegítimos.
Entonces, en este contexto interviene Rutilio Grande.
Antes de la declaración de los obispos, Rutilio intentó hacerlos recapacitar en una comunicación
privada que les envió a través de monseñor Romero. Rutilio les advirtió que no neutralizarían las
conclusiones de la Semana con una simple declaración y que, además, sería lamentable porque
provocarían una confrontación. Esa carta, más dos intervenciones en la reunión del clero, arrojan luz
sobre el estado de la Iglesia salvadoreña. «Las fallas de la Semana no invalidaban las conclusiones»,
les dijo Rutilio. La Iglesia estaba en crisis, y exigía una pastoral de urgencia. Les recuerda su
responsabilidad ante el pueblo salvadoreño, que aguardaba algo bueno de la Iglesia ya que todavía
reaccionaba positivamente al hecho religioso. «No hay que dormirse ante esta coyuntura, ni tampoco
replegarse bajo la cómoda sombra institucional», les dijo. El desafío planteado por la Semana debía
ser enfrentado con acciones valientes y una palabra de aliento ante la esperanza popular. Una Iglesia
que no estuviera a la altura de los tiempos sería despreciada por el pueblo: «no nos lamentemos
después de haber perdido la mayor parte de nuestro pueblo si les dimos una religión que no pudieron
sostener al primer embate de la vida secular o que no les dio nada para la construcción de su mundo,
para la liberación integral de sus personas».
Las conclusiones, dijo Rutilio, no podían ser descartadas con el argumento de la vida no ejemplar del
clero. El clero no era el causante de la crisis, sino la víctima. La formación de la mayoría era deficiente
—y él lo sabía porque había estado muchos años en el seminario—, no la había preparado para
enfrentar los desafíos de la realidad y de la Iglesia, tal como pedía el magisterio conciliar y
latinoamericano. La crisis cuestionó la identidad sacerdotal. El Concilio y Medellín habían
cuestionado la seguridad triunfalista del clero tradicional, fundada en la supresión del sacerdocio
común y la exaltación de la dignidad sacerdotal hasta el extremo de sentirse, el clero, superior a los
ángeles e igual a Cristo. Pero aquí hace alusión a una crisis del clero general en América Latina de
esos años, eso es general.
En lugar de aceptar el desafío y ponerse en actitud de búsqueda, el clero, lamentaba Rutilio, había
pasado del complejo de superioridad al de inferioridad derrotista. La crisis era un llamado a la
conversión. Rutilio lo invita a vivir con el corazón traspasado por Dios y a seguir adelante. En
contraposición al parecer de los obispos, Rutilio propone aprovechar las conclusiones para el bien de
la Iglesia ya que no sin cierta providencia de Dios se mueven las cosas, aunque llenas de
imperfecciones humanas. «No encuentro en las conclusiones nada contrario a la ortodoxia y a la
disciplina, a no ser que se las saque de contexto».
La realidad del pueblo oprimido interpelaba y exigía una palabra de salvación. La Iglesia estaba
llamada a colocarse a su lado, según la teología del Cristo encarnado, para redimirlo. Si la Iglesia
estaba en crisis era porque Dios mismo la había colocado en esa tesitura. Por tanto, la crisis era una
auténtica gracia de Dios y un llamado apremiante a la conversión, un signo de los tiempos a través
del cual Dios pedía más. «Además —sentenció Rutilio— la institución sin tensiones está muerta». La
crisis había sorprendido a una Iglesia satisfecha de sí misma, la había dividido. Su superación no
estaba en las declaraciones y amenazas, sino en la apertura y el diálogo. Ya había «suficientes
documentos —dijo él—, comienzan a ser demasiados. Conclusiones como las de Medellín allí están,
clamando al cielo hace tiempo y casi son letra muerta». Había llegado la hora de pasar a la acción
eficaz «para no convertirse —son palabras suyas— en una secta de desilusionados hechiceros del
cielo».
Teológicamente, la declaración episcopal era insostenible porque desconocía el magisterio del
Vaticano II y de Medellín. En concreto, contradecía la Gaudium et spes al sostener la separación de
la Iglesia y del mundo. En un falso intento por salvar la trascendencia, el episcopado suprimía el
compromiso de la Iglesia con el mundo, necesitado de salvación, prescindía de la Teología del Pueblo
de Dios de la Lumen gentium y afirmaba un individualismo inaceptable. Asimismo, los obispos
obviaban el profetismo, el compromiso con la liberación de los pueblos latinoamericanos de Medellín.
Rutilio sostiene que «la liberación es la respuesta teológica adecuada a los desafíos de la realidad
latinoamericana». Probablemente influido por Ignacio Ellacuría, sostiene que la injusticia y la
opresión no son simples accidentes del capitalismo, sino el resultado de estructuras injustas, lo cual
permite hablar de pecado estructural como objetivación del pecado personal y social. Por esa razón,
la historia del pueblo es el lugar teológico de la salvación. El pueblo salvadoreño aguardaba una
palabra de esperanza ante la aproximación de su liberación. Todo esto, para decir que el binomio
opresión-liberación era susceptible de una buena interpretación teológica, con la enorme ventaja de
haber sido pensado en América Latina.
A diferencia del episcopado, Rutilio defiende que la historia y la trascendencia no solo no se excluyen,
sino que se necesitan para comprender correctamente la misión de la Iglesia y del sacerdote. La misión
de la Iglesia, al igual que la de Jesús, es salvar o liberar al mundo empecatado para que la humanidad
se perfeccione y crezca en libertad. Por tanto, la Iglesia también debe ser profética y condenar sin
miedo la persecución, la perversión económica y la opresión. «La necesidad y la urgencia de liberar
la realidad empecatada hacen de la cuestión social la prioridad absoluta de la misión eclesial, la cual
debe ser concebida en función de la salvación de la sociedad». En síntesis, Rutilio plantea enfrentar
la oposición de los obispos sin confrontarlos abiertamente, aprovechar las coincidencias de los dos
documentos y apropiarse de ellos por medio de una conversión personal e institucional de la cual
depende el éxito de las conclusiones de la Semana. Insiste, «sin apropiación, sin conversión, las
conclusiones serían un parto más de documentos muertos», tal como había ocurrido con el Concilio
y Medellín. Rutilio termina invitando a «abrir —palabras suyas— una brecha en el muro de las
lamentaciones para lanzarse a vivir el drama de la fe como historia de liberación hoy.
Esta polémica eclesial trascendió a la prensa nacional de la mano del catolicismo tradicionalista. Su
argumentación refleja el pensamiento predominante en un sector influyente de la Iglesia salvadoreña,
incluida la mayoría de la jerarquía. Para este sector las conclusiones carecían de representatividad
porque eran obra de «curitas de nueva ola; algunos, herejes; otros, con tendencias revolucionarias
marxistas y, por tanto, apóstoles del odio y la violencia; contrarios al magisterio; infieles al celibato;
desobedientes y profanadores de los sacramentos». Los laicos eran «universitarios aleccionados al
estilo belga».
Los verdaderos representantes de la Iglesia eran hombres maduros, católicos y apostólicos, que
confiesan un Cristo más divino que humano, una fe revelada y eterna; que conciben la Iglesia como
un remanso de paz para la dureza de la vida; que exigen fidelidad al magisterio; que desean encontrar
en el sacerdote a un padre y a un consejero ponderado. Y, por tanto, excluyen la política del ministerio.
Además, consideran escandaloso calificar la realidad como injusta y pecado, señalar la connivencia
de la jerarquía con la clase opresora y reclamar a la nunciatura por el nombramiento inconsulto de los
obispos —referencia directa a monseñor Romero, que acababa de ser nombrado obispo auxiliar—.
Este sector rechaza la teología conciliar y la de Medellín como doctrina peligrosa, que confunde a los
fieles. En concreto, contesta la definición conciliar de la Iglesia como Pueblo de Dios, «porque la
despoja de su identidad y la seculariza; y, porque, en cuanto cuerpo de Cristo, es más sobrenatural
que pueblo». Medellín sería «el grito revolucionario del clero joven y de la manipulación de teólogos,
economistas y sociólogos de izquierda cuyas propuestas habrían sido aceptadas apresuradamente por
los obispos. «No es necesario cuestionar la identidad y la misión de la Iglesia en el momento actual,
porque se las conoce desde siempre. La novedad es en sí misma revolucionaria y, por tanto, violenta
y herética». Este ataque no se quedó sin respuesta, Rutilio Grande se encargó de responder, por
encargo de monseñor Rivera [No voy a entrar en la respuesta de Rutilio. Lo que me interesa es que
capten la dificultad de meter Medellín en El Salvador].