Vous êtes sur la page 1sur 9

La escuela ante el abuso sexual contra niños/ñas: definiciones,

controversias y certezas

Matías E. Remolgao

Hay una primera cuestión necesaria de trasparentar. La forma en que habitualmente se


nomina este maltrato radical es: “abuso sexual infantil”. Esta manera semántica de
nombrarlo oculta, perversamente, el propio responsable de la acción abusiva, que es el adulto;
ubicando al propio infante como responsable de la acción. El campo del lenguaje es también
un campo ideológico en disputa. En esa fórmula semántica, el adulto que comete el abuso
es borrado del horizonte de lo nombrado. Por lo tanto, prefiero hablar sin eufemismos.
Este artículo trata acerca de la temática del abuso sexual que ejercen los adultos contra
niños y niñas y el rol de la escuela en este asunto.

La primera pregunta que nos formulamos es ¿por qué de las formas de maltrato, el abuso
sexual se torna la más difícil de aceptar y reconocer?. A mi entender, la respuesta se debe
buscar en el fuerte cuestionamiento que produce hacia los tabúes sociales y los roles
familiares establecidos. Las estadísticas alumbran desgarradoramente que los abusos
sexuales contra niños/ñas se ejercen mayoritariamente en el ámbito intrafamiliar. En
más del 60 por ciento de las situaciones registradas, los abusadores son los propios padres,
abuelos, padrastros, hermanos y tíos. En el 20 por ciento son personas que pertenecen al
entorno inmediato y cotidiano. Y, sólo en un 10 por ciento son desconocidos (Giverti, 2015).

Tomando en cuenta estas informaciones se desprenden dos conclusiones. La primera, que las
prácticas de abuso son ejercidas casi absolutamente por hombres. El patriarcado es parte
constitutiva de este entramado. La segunda, que el abordaje pedagógico de los dispositivos
de prevención deben tomar nota –un tanto incómodo- en trabajar con los niños y niñas
la idea de cuidado en su propio contexto inmediato de filiación parental como posible
edificación de una relación abusiva. Tarea nada sencilla.

Este último señalamiento nos introduce en un debate -aún no saldado- en el campo


pedagógico acerca de si la escuela debe o no trabajar con acciones de prevención que sitúan
a los niños y niñas como sujetos activos en su autodefensa ante posibles episodios de
avasallamiento sexual. Una posición esgrime que debido a la diferencia de edad, de
conocimiento y de fuerza física, entre otros factores de desigualdad que refuerzan la
indefensión, es muy poco probable que un niño/ña pueda detener el abuso por su propios
medios sin la ayuda de un/a adultx que le inspire confianza. Más aun cuando se trata de un
abuso acontecido en el espacio intrafamiliar, dado que el niño/ña no logra entender la
intencionalidad del accionar del adulto, generándoles sentimientos ambivalentes ante esa
situación. Por lo tanto, se advierte el peligro que las acciones de previsión, que en general
encierra el mensaje de decir “NO”, puedan suscitar en la formación subjetiva de los
infantes, un sentimiento de culpabilidad si no es capaz de detener al abusador, con lo
cual se incrementa el sentimiento de culpa que genera este tipo de situaciones. Esta mirada
considera que la responsabilidad debe recaer con exclusividad en los adultos en tanto
protectores de los derechos y cuidado de niñas/ños.

La otra posición plantea la necesidad de que los adultos generan condiciones de enseñanza
que permita en los niños/ñas un empoderamiento democrático y participativo en tanto
sujetos que aprenden a expresarse y logran construir y poner límites ante una actitud
en la que se sientan incómodos/das, -más allá de un práctica abusiva- ; y, en efecto,
refuercen el pedido de ayuda/colaboración a otro adulto que sí lo aloja y cuida. La familia y
la escuela tiene un rol protagónico en dicha tarea.

En mi opinión creo que la clave está en colocar nuestros mayores esfuerzos en construir
ámbitos y prácticas escolares, que desde la educación sexual crítica, integral y con
perspectiva de género, habiliten espacios de escucha y problematización en torno a la
construcción de la sexualidad entendida como la apropiación de una praxis colectiva y
libre de cualquier modo de relacionamiento opresivo y dominante sobre los
cuerpos/mentes. Una sexualidad que se asume desafiante de las prácticas machistas,
homofóbicas, patriarcales y adultocéntricas constitutivas de una sociedad desigual y
explotadora pero que, al mismo tiempo, recupera la posibilidad de que los niños y niñas se
constituyan como sujetos de deseo, y de experienciar situaciones placenteras junto a otros/as.

Definición

Dar un definición de abuso sexual nos debe remitir previamente a pensar en torno al
modo en que una cultura/sociedad conceptualizan y ubican una infancia determinada,
esto es: las prácticas de crianza, los estilos de relación que los adultos establecen con los
niños/ñas, los ambientes edificados para ellos, los desarrollos socio-psico-sexuales que se
consideran necesarios, las expectativas que se tienen sobre ellos y la frontera entre lo que es
maltrato y lo que no es.

Por ende, el abuso sexual en la infancia no se produce en un vacío abstracto contextual. Estos
eventos abusivos se provocan en una sociedad desigual y adultocéntrica. Las relaciones
sociales que se establecen en este proyecto societal se caracterizan por ubicar a los sujetos
como objeto-mercancía antes que como seres humanos. Los niños/ñas no escapan a esta
tendencia relacional. Sobre ellos, cae el mayor peso de la historia, vivenciar vínculos que se
tejen sobre la base de poder que portan los adultos sobre ellos y ellas, con una legitimidad
inusitada. Paradójicamente, sobre esta relación de autoridad se monta el engranaje
abusivo.

En todas las formas de maltrato contra la infancia subyace como elemento común el abuso
de poder o de autoridad, lo que genera una relación de poder-dependencia. El abuso es tal
vez una de las formas más terribles, por las huellas y/o traumas que deja en el cuerpo/mente;
provoca un desmantelamiento psíquico, en cuanto impide construir su otredad. Una
destacada psicóloga argentina afirma que el abuso sexual conlleva:

“Someter al niño, niña y adolescente a acciones vinculadas a la sexualidad adulta para


las que no está psicosexualmente maduro. Estas agresiones sexuales se inscriben en
el orden de la tortura y constituyen actos que quebrantan y pervierte el desarrollo del
niño/ña” (M. B. Müller: 2015).

El abuso sexual implica al menos cuatro cuestiones que debemos vislumbrar:

a) Una aproximación de carácter sexual, entre un adulto y un niño/a, haya o no


contacto físico, independientemente del efecto inmediato (aparente o no) sobre el
desarrollo del niño/a.
b) Una asimetría entre abusador y abusado en la que aquel detenta un mayor poder
por la edad, la fuerza física, la madurez mental o autoridad en el vínculo.
c) El abusador busca la propia gratificación sexual y continuamente ejerce violencia
y abuso de poder sobre el cuerpo/mente del niño/a.
d) El responsable siempre es el adulto. Se aprovecha y explota la debilidad,
vulnerabilidad., inmadurez, inexperiencia y falta de información.

El abuso es un proceso

Debemos comprender que el abuso sexual de niños y niñas es un proceso. Un procedimiento


que desarrolla el agresor con su víctima durante un período de tiempo, que muchas veces
dura años. Para su comprensión lo dividiremos en fases pero las mismas suelen transitarse
de manera superpuesta o simultánea.

Fase de captación.

En esta fase el abusador, por cuestiones a su estructura psíquica, logra detectar entre los niños
y las niñas aquellos con carencias emocionales. Le resulta sencillo aproximarse y ganar
confianza demostrándole afecto, el cual suele ser utilizarlo para manipularlo. Los
abusadores parecen contar con un “radar” para detectar vulnerabilidad. Además, no
les será complicado hacerles creer (por estar desprotegidos) que aceptaron voluntariamente
a participar de esos eventos abusivos. La primera etapa se caracteriza por la creación de un
vínculo con el/la niño/ña, generalmente desde una función de cuidado y protección seguida
por la inducción de conductas sexualizadas en las que el niño participa. Esa inducción suele
ser sutil.

Es por esto que aparece la vergüenza y el temor ya que el niño piensa que se descubrirá
la verdadera situación: el abusador era su amigo y por lo tanto ambos tienen la misma
responsabilidad por lo sucedido, ya que el niño deseaba la compañía de esa persona, de sus
regalos y no se resistía a los hechos.

Fase de interacción sexual

Aquí se produce el abuso sexual propiamente dicho. Los acercamientos sexuales irrumpen
en la vida cotidiana a la que, el/la niño/ña debe regresar cuando el adulto decide dejarlo en
paz. Las/os niñas/os regresan callados a la mesa familiar, retornan a sus juegos o van a la
escuela.
Para conseguir esta fachada de “pseudo-normalidad” se ponen en marcha mecanismos
defensivos que se caracterizan por mantener las experiencias traumáticas y los
sentimientos asociados a ella, totalmente separados del resto de las vivencias habituales.

Estas situaciones, sobrepasan para el infante la capacidad de elaboración psíquica, por tanto
se pone en marcha el mecanismo de disociación, se separan los hechos reales de los
sentimientos que ellos generan. Este mecanismo garantiza que las emociones que produce la
situación traumática no invadirán la vida de una forma descontrolada, permitiendo que los
recuerdos estén presentes sin desorganizar el funcionamiento de la totalidad del niño/a.

Por efecto de este mecanismo los recuerdos traumáticos percibidos por el sujeto se pueden
perder de manera total o parcial, o ciertos fragmentos perceptuales se pueden conservar, pero,
completamente separados de sus consecuencias emocionales, permitiendo que esos hechos
queden integrados al psiquismo de modo poco significativos. Algunos indicadores: fugas,
intentos de suicidio, mentiras, problemas de aprendizaje y de conducta en la escuela.

Fase secreto

Crucial para sostener el abuso en el tiempo, incluso perpetuarlo. El secreto logra instalarse
por diferentes motivos: sentimientos vinculados con la vergüenza, el miedo, amenazas,
certezas o creencias de no ser escuchado.

Se establece una suerte de pacto de silencio que parece instalarse dejando al niño/ña
con la responsabilidad de mantener la aparente unión familiar. El secreto es la columna
vertebral del proceso de abuso. La mantención de ese secreto paga un precio muy caro;
provocándoles síntomas relacionados con la disociación que afectan a la vida afectiva,
escolar y social. Ese pacto muchas veces implica a otros miembros de la familia.

Fase de develamiento

Este momento es cuando el/la niño/ña rompe con el secreto. Puede darse por:

- El relato voluntario del niño/ña.


- Detección de indicadores físicos o psicológicos por parte de algún adulto.
Este momento suele acontecer en el ámbito de la escuela. Por lo cual es imperioso tener
algunas cuestiones claras para saber cómo intervenir con el niño/a en un momento que es
sumamente importante ya que se produce un rompimiento de la trama abusiva que es el
secreto.

Fase de supresión o retractación

Junto con la rabia y el despecho que motivó la confesión, aparece la culpa por desunir la
familia y aquí se deberá tener especial cuidado ya que puede acarrear importantes
consecuencias psicológicas en el/ niña/o. Se necesita construir un ambiente contenedor para
no flaquear y poder sostener la historia que ha relatado. Ellos/ellas perciben que el mundo
adulto prefiere mirar para otro lado.

Es común que las víctimas nieguen aquello que habían relatado en torno al abuso, pero dicha
retractación, lejos de creerse, debe tomarse como un indicador más del abuso ocurrido y
como un paso más del proceso.

Indicadores de ASI en la infancia

Los mecanismos de defensa que despliegan los niños/ñas para continuar viviendo en los
contextos abusivos y muchas veces conviviendo con el agresor sexual son: la desmentida; la
negación; y la disociación. Estas herramientas psíquicas son las que producen una serie de
sintomatologías, conductas y actitudes en los niños/as.

Los síntomas que indican la existencia del abuso son variados, y como cualquier
sintomatología, los efectos dependen de cada niño/a. Los mismos deben comprenderse
de manera integral. Si bien el/la docente no es quien debe corroborar la existencia o
inexistencia de un abuso, sí debe tener en claro que debe valorar en conjunto los indicadores
y no solitariamente la situación.

Müller (2015) y Intebi (2017) dan cuenta de los siguientes indicadores:

Los indicadores físicos: pueden ser identificados por el docente, son aquellos que se
evidencian a simple observación:
Lesiones externas: Moretones, contusiones o sangrado en los genitales externos. Se queja de
dolor o picor en la zona vaginal o anal; ropa interior rasgada, manchada; dificultades para
caminar y sentarse.

Es imprescindible aclarar que el docente no debe revisar al niño/a. Ante la identificación


de indicadores físicos, o quejas físicas del niño/a la institución debe requerir la presencia
de personal médico, o realizar la derivación a un centro de salud más cercano. El hecho
de descubrir uno solo de ellos debe considerarse como una señal altamente significativa.

Los indicadores psicológicos: la mayoría de las veces el abuso sexual no deja marcas físicas,
pero siempre produce daño psicológico y alteraciones de la conducta que pueden presentarse
de forma inmediata, demoradas en el tiempo o pueden pasar desapercibidas. La presencia y
el tipo de indicadores varían según las características individuales del niño/a, el momento
evolutivo por el que esté atravesando y la presencia de referentes afectivos protectores en su
entorno.

Lactantes: irritabilidad; llanto persistente injustificado.

Primera infancia: masturbación compulsiva; juegos sexuales inapropiados para la edad del
niño/a; trastornos del sueño; miedos intensos (para ir a la cama, acercarse o permanecer con
ciertas personas); cambios evidentes en los hábitos alimentarios (por exceso o restricción en
la ingesta); crisis de llanto sin explicación.

Niños/as en edad escolar: trastornos del aprendizaje, dificultades en la integración al grupo


de compañeros/as; dolores de cabeza o dolores abdominales que no corresponden a causa
orgánica; fobias escolares (negarse a ir o a permanecer en la escuela); enuresis1; encopresis2;
conductas hipersexualizadas y/o autoeróticas (no esperable para su edad).

Los indicadores en el desempeño escolar: dificultades de concentración y sostenimiento en las


tareas; disminución de las relaciones con el mundo exterior que los lleva a un desinterés por las
actividades vinculadas al aprendizaje; aislamiento del grupo de pares; evita la participación en juegos;
negativa repentina a participar de actividades físicas; descenso brusco del rendimiento escolar;
dificultades en la capacidad de memoria y atención.

1
Se denomina a la emisión no controlada de orina.
2
Se denomina la incontinencia fecal.
El rol de la escuela

La escuela juega un papel importante en la problemática de la ASI debido a que el niño/a


permanece durante mucho tiempo en ella. Juega un rol esencial en la configuración psíquica,
intelectual y afectiva. Éste espacio reúne condiciones que les permiten ser un actor clave
para la prevención y detección.

La institución escolar se constituye como punto de referencia social para las/os niños/as
y las familias, por ser un espacio de contacto cotidiano y configurase como referente
afectivo. Además, dispone de la posibilidad de observar a las/os niños/as cotidianamente, de
compartir su proceso de crecimiento y aprendizaje durante largos períodos. El/la niño/a
víctima de abuso sexual puede recurrir a alguien confiable (su maestro/a, algún/a
compañero/a u otro/a adulto/a significativo) a quien contar su dolor. El abuso sexual
coincide frecuentemente con el período en que el/la niño/a transita por los diferentes
niveles educacionales.

El sistema educativo cuenta con un protocolo de intervención ante situaciones críticas y


complejas denominado “Guía Federal de orientaciones para la intervención educativa en
situaciones complejas relacionadas con la vida escolar”. En él se aborda, entre otras
situaciones de vulnerabilidad, la ASI.

Si bien cada situación requiere de un abordaje singular, el mismo marca una plataforma
orientativa de base interesante para la actuación de los/las docentes ante un niño/a
víctima de abuso. Con lo cual se torna una necesidad imperiosa que en las escuelas se
generen espacios colectivos de conocimiento de este marco regulatorio, la temática y las
formas de intervención. Hay que demandar a los EOE formación y orientación y, en
caso de que no se disponga de este recurso, demandar asesoramiento a los Equipos
Distritales.

Para ir cerrando me gustaría señalar qué responsabilidades sí puede asumir la escuela y cuáles
no.

De las que sí debe hacerse cargo son aquellas vinculadas con la atención a las señales de
sospecha y tener una escucha atenta del relato de un niño/a que refiere haber sido abusado/a
sexualmente. Lograr mantener una actitud respetuosa a la intimidad del mismo, comunicar
de inmediato a los equipos de conducción y EOE. Siempre se efectúa la denuncia. Ella es
reparadora para el niño/a.

Las actuaciones ante la situación de abuso revelada en la escuela deben planificarse de


modo colectivo, atendiendo a las ansiedades, dolores y sentimientos que como adultas/os
nos genera esa situación. No somos robots. Tenemos que saber reconocer nuestros límites
en determinados momentos de nuestras vidas para intervenir en esa situación. La prioridad
son los niños y niñas y en caso de no poder intervenir, lo mejor es que otro/a compañero/a
tome la posta.

Además, debemos registrar el relato espontáneo del niño/a, transcribiendo textualmente sus
palabras y especificar las circunstancias en las que realiza el relato. Otra tarea importante es
la contención y orientación al niño/ña y a su familia o a aquellos/as referentes significativos
con los cuales el niño/a se sienta protegido, y evitar la comunicación con el presunto agresor
cuando el ASI es intrafamiliar.

Las cuestiones qué no debe hacer son: ignorar y realizar juicio de valor acerca de la veracidad
o no de la sospecha o existencia de ASI; en ningún caso debe revisar el cuerpo del niño/a;
no debe formular interrogatorios. Estos son efectuados por especialistas, el campo de la
justicia y en condiciones de protección suficientes de modo tal que no propicien la
revictimización. La escuela no diagnostica ni confirma el ASI sólo da cuenta de lo que el
niño/a ha relatado o un adulto haya identificado.

El precepto de Nunca Más abusos contra niños y niñas se constituye en un compromiso


irrenunciable en nuestra tarea docente. Debemos estar con las alertas puestas, sin caer en la
paranoia constante, pero sí lograr observar, mirar, y atender a esos niños/ñas que fueron o
están siendo víctimas de abuso sexual y que muchas veces nos piden ayuda de múltiples
maneras. No dejemos pasar la oportunidad de escucharlos para que ese “balazo en su aparato
psíquico” producto del abuso puede comenzar a revertirse e iniciar un proceso de reparación.

Vous aimerez peut-être aussi