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Una tarde Federico entró a uno de los salones del palacio de Sans – Souci y sentándose a la mesa pidió a un
sirviente su habitual taza de chocolate. El sirviente hizo llegar la orden al cocinero y al tiempo ingresó al salón
con el pedido del rey. Una vez que tuvo el tazón delante de sí, Federico fue asaltado por un pensamiento que
le hizo postergar por unos segundos la toma del chocolate. Habiendo dejado la llave puesta del arcón donde
había dejado unos papeles de gran importancia, decidió ponerse de pie y desplazarse hasta la habitación
contigua a solucionar el descuido.
Ya de vuelta a la mesa, se dispuso a ingerir su chocolate cuando detectó un fino hilo brillante que descendía,
desde el techo hasta su taza, en perfecta línea recta. Pasó la mano suavemente como para cortar el recorrido
de la fina hebra y advirtió que se trataba de la tela de una araña incauta que había descendido sobre su tazón
real para darse un chapuzón en el espeso líquido.
Sin perder tiempo, el rey, llamó de inmediato a su criado y pidió que le cambien la taza de inmediato.
Al ver al criado llegar con la taza intacta, el cocinero comenzó a transpirar, los nervios se le quebraron y la
angustia iba en aumento a medida que el criado se acercaba.
Al escuchar al sirviente decir que el rey pidió, sin motivo aparente, que le sea cambiada la taza, el cocinero
corrió hasta un rincón y se dio muerte súbitamente. La razón: el hombre había puesto veneno en el tazón y,
dadas las circunstancias, supuso que el rey había descubierto su plan homicida.
Debido a este confuso episodio es que años después Federico el Grande dispuso que se pintara el techo de
la habitación, en la que se encontraba, la imagen de una araña en su tela. Un homenaje merecido a aquella
amiga desconocida que fue la más eficaz guardaespaldas del rey y que entregó la vida por el monarca
prusiano sin darse cuenta de lo que esto significaba.
Quizás lo más llamativo de esta historia desapercibida radique en lo variado de sus protagonistas: un rey
afortunado, un cocinero traicionero y una araña que, sin saberlo, salvó la vida de Su Majestad.
LA ESTRATEGIA DEL RATON