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OPINIÓN
Moisés Wasserman
Moisés Wasserman
@mwassermannl
Libertad de cátedra
Algo que se olvida muchas veces es que los jóvenes suelen pensar solitos.

Por: Moisés Wasserman


28 de febrero 2019 , 07:22 p.m.
Recientemente, el representante a la Cámara Edward Rodríguez propuso un proyecto de
ley para prohibir el adoctrinamiento ideológico en las aulas. La mayoría de los medios
titularon el hecho como un intento de censura a la libertad de cátedra.

La libertad de cátedra se deriva del artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos


Humanos, que garantiza la libertad de opinión y expresión. En muchos países se limita a
estudios superiores; en Colombia, jurisprudencias de la Corte Constitucional la han
ampliado a todos los niveles de enseñanza. Con eso, la discusión quedaría zanjada; sin
embargo, creo que no termina ahí, hay otras consideraciones que hacer.

Si alguien incita al odio o la violencia, indudablemente no está actuando dentro del


ámbito que defiende la Constitución. Pero eso es un delito tipificado, y, por tanto, no
parece necesario volver a prohibir lo que ya está prohibido. Hacer propaganda para que
se vote por un candidato o un partido no es ético (a quien le sorprenda esta afirmación
que piense que el candidato que se está promoviendo es el que a él no le gusta), y los
maestros deben ser más rigurosos que nadie en su ética. Pero si no lo fueran, hay recursos
en el proceso educativo normal para corregir. No es conveniente trasladar siempre la ética
al campo penal. Al contrario, la mejor forma de desarrollarla dentro del aula es con
discusiones abiertas sobre las posiciones adoptadas por estudiantes y profesores.

Hay quienes interpretan esto como que el maestro debe presentar todas las posiciones
posibles para ser neutral. No, no es necesario, solo debe presentar sus opiniones como lo
que son y dejarlas abiertas a preguntas, observaciones y discusión. Hay maestros a los
que les he oído afirmar que la ciencia es un instrumento de poder, y que hay que regresar
a la magia y el mito. Me parecería espantoso que esa posición se impusiera. Espero que
las instituciones educativas puedan evitarlo, pero no creo que haya que expedir una ley
para prohibirlo.

Imaginemos ahora la mecánica que sería necesaria para implementar esta ley. Habría que
definir, en primer lugar, qué es adoctrinamiento ideológico. Todo el mundo sabe que la
Sergio Arboleda es conservadora; el Externado, liberal; la Autónoma, izquierdista, y la
Javeriana, jesuita. ¿Deben renunciar a la filosofía de su proyecto educativo? ¿Habrá
necesidad de escribir un manual de corrección política que diga hasta dónde se puede
traslucir la ideología del maestro o de la institución en sus enseñanzas?
En segundo lugar, ¿cómo encontrar a los infractores? ¿Habrá que constituir un cuerpo de
policías de opinión? ¿Una red de informantes? A mí, eso del manual y de los inspectores
de la corrección me recuerda a la KGB y la Gestapo. Mejor no jugar con fuego.

Por otro lado, creo que hay que advertir, tanto a los partidarios de una ley de censura
como a quienes transgreden la ética difundiendo lemas, que los adoctrinamientos son
mucho menos efectivos de lo que ellos piensan. Miren, por ejemplo, a lo que llegó la
economía privada en la sociedad rusa apenas un par de años después de la caída de la
Unión Soviética, o el Estado democrático y garantista que construyeron en Alemania
jóvenes educados por el nazismo. Hoy, los populismos de derecha crecen en Europa con
anteriores votantes de la izquierda, porque un lema siempre es fácil de cambiar por otro.

Cuando primíparo, el decano de mi facultad, un científico, nos daba clase a los


estudiantes con la intención de convencernos de la teoría evolucionista religiosa del padre
Teilhard de Chardin. Creo que fueron buenas clases, y las que más afianzaron en mí una
posición científica y materialista absolutamente opuesta a la suya. Algo que se olvida
muchas veces es que los jóvenes suelen pensar solitos.

Tomado de: eltiempo.com

¿Debemos limitar la libertad de cátedra?


Por Julián De Zubiría Samper *
El representante del Centro Democrático, Edward Rodríguez, presentó un proyecto de ley
para limitar la libertad de cátedra. El pedagogo Julián De Zubiría analiza por qué esta
vieja pretensión de los gobiernos autoritarios es perjudicial para la democracia y la
educación.
El representante a la cámara, Edward Rodríguez, presentó un proyecto de ley para limitar
la libertad de cátedra y sancionar a quienes la incumplan. ¿Nos ayudará este proyecto a
mejorar la calidad de la educación? Para responder esta pregunta es necesario
comprender el alcance de la libertad de cátedra y el sentido esencial de la educación.
La libertad de cátedra y de opinión ha sido un principio esencial en las democracias y es
una de las maneras de materializar el derecho a la libertad de expresión y una de las
principales garantías para el desarrollo científico en una nación. La libertad de cátedra se
creó para impedir que los gobernantes de turno intervengan en lo que los profesores
investigan y enseñan. Se trata de garantizar las libertades esenciales de los docentes a
pensar y expresar sus ideas e investigaciones. En general, sin ella, no se desarrollaría la
ciencia.
Todas las dictaduras han prohibido las libertades de pensamiento, publicación y
expresión. La razón es sencilla: le temen a la autonomía y al pensamiento libre. Quieren
borregos y no individuos con criterio y autonomía intelectual. De allí que la propuesta del
representante Rodríguez ha sido muy común en las dictaduras de extrema derecha y
extrema izquierda, pero no en las democracias.
En la década del cincuenta, en plena guerra fría, en los Estados Unidos el senador Mc
Carthy hizo tan famoso el procedimiento de perseguir personas a quienes acusaba de
profesar ideas “comunistas”, que el término “macartismo” ha pasado a la historia para
identificar a todos aquellos que quisieran que exista un único modo para interpretar la
realidad política y estigmatizan a quienes piensan diferente. En este sentido es de resaltar
que el actual régimen de Bolsonaro, en Brasil, está presentando proyectos de ley muy
similares y que el de Chávez, en Venezuela o el de Pinochet en Chile, recurrió a
procedimientos análogos, unos años antes. La explicación es clara: son regímenes que
están interesados en que aparezcan ideas e interpretaciones únicas. Lo común de estos
gobiernos es la censura a los medios y a los periodistas; la estigmatización, la
persecución y la desaparición de opositores, artistas, intelectuales, líderes sociales y
maestros. La propuesta de Rodríguez estigmatiza muy injustamente a todos los profesores
de Colombia. En eso, sigue la línea trazada por su partido en las dos últimas décadas.
Según el representante Rodríguez, el proyecto de ley “busca evitar que los profesores
politicen a los adolescentes en los colegios”. Lo que sabemos los educadores por
múltiples investigaciones y seguimientos realizados, utilizando pruebas nacionales e
internacionales, nos lleva a una conclusión opuesta: es debido a que los jóvenes tienen
baja educación política, que son presa fácil de la manipulación política por parte de los
sectores extremistas. Lo que necesitamos es lo contrario a lo que cree el representante:
hay que fortalecer la educación política para consolidar la autonomía, la libertad y la
democracia.
Para profundizar: https://www.semana.com/educacion/articulo/los-resultados-de-la-
encuesta-nacional-de-lectura-y-su-relacion-con-las-elecciones/563049
El proyecto de ley establece la prohibición de usar “asignaturas no relacionadas con las
ciencias sociales para incitar discusiones políticas”. Esta es una de las ideas que revela la
poca comprensión de los procesos pedagógicos que tiene el representante del Centro
Democrático. También aquí hay que hacer exactamente lo contrario a lo dicho por el
honorable representante. En educación física, por ejemplo, es esencial generar debates en
torno al uso de las anfetaminas para mejorar el rendimiento de los deportistas o alusivos
al abuso que gobiernos autoritarios han hecho de sus deportistas con claros intereses
políticos. Sin duda, éstos son componentes políticos que deben ser abordados en
educación física.
En ciencias naturales, hay que formular cientos de polilemas éticos sobre el potencial uso
de la ciencia para llevar a cabo hipotéticas modificaciones en seres humanos y analizar
los que nos plantea la tecnología para destruir la vida humana. Así mismo, hay que
asumir –con profundo respeto por la individualidad, el pluralismo y las competencias
éticas– los complejos polilemas que nos depara el mundo actual en torno a la eutanasia, el
aborto o la clonación, entre otros. Todos ellos, debates altamente sensibles a nivel
político y ético.
¿Qué sería de las artes sin aceptar el papel irrepetible e innovador de los artistas? De ser
aprobada la “genial” idea del representante Rodríguez, quedaría prohibido analizar, por
ejemplo, la canción “Me fui”, de la venezolana Reymar Perdomo, o la icónica obra de
arte “Another Brick in the Wall”, escrita por el grupo de rock inglés Pink Floyd. También
quedaría prohibido interpretar en clase de historia del arte el Guernica de Picasso o leer
en literatura 1.984, el clásico escrito de George Orwell, obra en la que precisamente el
autor prevé la desgracia que sería para la humanidad que llegue el día que los deseos de
un dictador lo lleven a manipular la información, a convertir a los ciudadanos en
vigilantes del Estado y a establecer sistemas sofisticados de represión política y social
para garantizar la permanencia de un gobierno eterno. Ese día, dice Orwell, las libertades
individuales serían sustituidas por la censura oficial y por el pensamiento único. Un
atentado contra las ideas que hemos defendido desde la ilustración y que suelen llevar a
cabo los gobiernos populistas, tanto de extrema izquierda como de extrema derecha. Es
más, es muy interesante percibir cómo terminan pareciéndose los gobernantes de los dos
extremos políticos. En lo que hoy nos atañe en estas notas, la explicación es sencilla:
ambos les tienen pánico a la autonomía y las libertades.

Lo que necesitamos en Colombia es exactamente lo contrario a lo que propone el


representante Rodríguez. Hay que fortalecer la educación política y desarrollar la lectura
crítica de todos los niños y jóvenes. Hay que ponerlos a debatir sobre la realidad nacional
y sobre la historia del arte. Hay que enfrentarlos a los dilemas éticos de nuestro tiempo,
por complejos que sean. Hay que robustecer los debates políticos en las instituciones
educativas; hay que hacer elecciones con participación de los estudiantes, garantizando
diversidad de lecturas, argumentos, posiciones e interpretaciones. Hay que hacer mesas
redondas para analizar e interpretar. Sólo así se aprehende a pensar, que es uno de los
propósitos esenciales de la educación. La integralidad sigue siendo uno de los fines de la
educación, así algunos políticos le tengan miedo a la libertad. Como decía don Agustín
Nieto Caballero, vamos a la escuela a formar mejores ciudadanos y no a instruirnos. Hoy,
su tesis sigue vigente.
Para leer: https://www.semana.com/educacion/articulo/lectura-critica-para-la-
democracia/447801-3
Los jóvenes en Colombia leen sin interpretar y opinan sin argumentar. Pero no pasa
exclusivamente con ellos; como educador, a mí me preocupa lo poco y lo mal que leen y
argumentan algunos de los representantes en el propio congreso de la república. Cuando
un representante propone crear una escuela dedicada a transmitir informaciones
“apolíticas”, hay que preguntarse seriamente ¿qué está entendiendo por educación, por
ciencias y por libertades? Con todo respeto, le recomendaría una lectura, que por lo visto,
debería ser obligatoria para cualquier congresista: “¿Qué es la ilustración?”, ensayo
escrito por el filósofo Emmanuel Kant. Tiene la ventaja que su tesis central es formulada
en tan solo cinco páginas.
Para Kant, el sentido último de la educación está en la libertad y la autonomía. Según su
criterio, el papel de la educación es alcanzar la mayoría de edad; es decir, la capacidad de
pensar por sí mismo, sin la necesidad de tutores; pero para ejercerla es necesario que el
pastor no me sustituya en mis reflexiones morales, que los tutores y los textos no piensen
por mí y que el Estado no invada mi privacidad. En términos modernos, nadie debería
decirme, por ejemplo, por quién votar. Nadie.
Sin duda la libertad de cátedra de los docentes tiene limitaciones jurídicas y éticas. La
Corte Suprema se ha referido a algunas de ellas cuando un colegio o un docente exige
prácticas que violan principios religiosos de las familias. Tiene toda la razón. Aun así, en
estas notas quisiera referirme a las que entraña el sentido último de la educación: la
libertad.
La ignorancia hace a los individuos presa fácil de los prejuicios sociales e ideológicos; de
la manipulación de los partidos políticos, de medios masivos de comunicación; de las
ideas mágicas, simplificadoras y supersticiosas y de los personajes mesiánicos.
Le puede interesar: https://www.semana.com/educacion/articulo/los-resultados-de-
la-encuesta-nacional-de-lectura-y-su-relacion-con-las-elecciones/563049
Necesitamos que los jóvenes conozcan diversas ideas, posturas e interpretaciones
políticas. El pluralismo es una condición de la democracia. La buena educación desarrolla
autonomía y pensamiento crítico. Debemos garantizar el relativismo para que los niños
comprendan que los hechos siempre son interpretados desde diferentes posiciones. En
este sentido, el fanatismo y el mesianismo son resultado de una mala educación.
Termino citando, con una leve modificación, un principio formulado por Winston
Churchill. Dice él que la gran mayoría de los políticos piensan en exceso en las próximas
elecciones. Por el contrario –podemos decir nosotros– los buenos maestros piensan en las
próximas generaciones. Dado lo anterior, creo que el país haría bien si oye con mayor
cuidado a sus maestros y menos a sus políticos, en especial a los que están demasiado
pendientes de las próximas elecciones.
(*) Director del Instituto Alberto Merani y consultor en educación (@juliandezubiria).

Disponible en: https://www.semana.com/educacion/articulo/debemos-limitar-la-


libertad-de-catedra-por-julian-de-zubiria-samper/602133

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