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PREFACIO
La experiencia deja una huella. La plasticidad de la red neuronal
permite la inscripción de la experiencia. Dicha plasticidad,
considerada hoy en la base de los mecanismos de la memoria y del
aprendizaje, es fundamental ya que ha posibilitado salir de una
visión estática del sistema nervioso.
Actualmente, se sabe que los elementos más finos del proceso de
transferencia de información entre las neuronas, o sea, las sinapsis,
sufren una remodelación permanente en función de la experiencia vivida.
Los mecanismos de plasticidad operan a lo largo de la vida del individuo y
determinan de manera significativa su devenir.
La huella es dinámica y está sujeta a modificaciones. Los mecanismos de
su inscripción confieren a la red neuronal gran plasticidad.
Las huellas se inscriben, se asocian, desaparecen, se modifican a lo largo
de la vida por medio de los mecanismos de la plasticidad neuronal. Estas
huellas inscritas en la red sináptica determinaran también la relación del
sujeto con el mundo exterior.
La plasticidad participa en la emergencia de la individualidad del sujeto.
Cada una de nuestras experiencias es única y tiene un impacto único. La
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plasticidad seria, entonces, el mecanismo por el cual cada sujeto es
singular y cada cerebro, único. De allí el titulo de este libro, “A cada cual
su cerebro”.
CAP. I
El fenómeno de la plasticidad demuestra que la experiencia deja una
huella en la red neuronal, al tiempo que modifica la eficacia de la
transferencia de información a nivel de los elementos más finos del
sistema, es decir, que es adquirido por medio de la experiencia deja una
huella que transforma lo anterior. La experiencia modifica
permanentemente las conexiones entre las neuronas. El cerebro es
considerado, entonces, como un órgano extremadamente dinámico en
permanente relación con el medio ambiente, por un lado, y con los hechos
psíquicos o los actos del sujeto, por otro.
La plasticidad introduce una nueva visión del cerebro. Este ya no puede
ser visto como un órgano dado, determinado y determinante de una vez y
para siempre; ya no puede ser considerado como una organización
definida y fijas de redes de neuronas, cuyas conexiones se establecerían
de forma definitiva al término del periodo del desarrollo.
La plasticidad demuestra que la red neuronal permanece abierta al
cambio y a la contingencia, modulable por el acontecimiento y las
potencialidades de la experiencia, que siempre pueden modificar el
estado anterior.
La plasticidad permite demostrar que, a través de una suma de
experiencias vividas, cada individuo se revela único e imprevisible, mas
allá de las determinaciones que implica su bagaje genético.
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El concepto de plasticidad significa que la experiencia puede inscribirse en
la red neuronal. Un acontecimiento vivido en un momento dado se marca al
instante y puede persistir en la duración. El acontecimiento deja una huella
como una suerte de encarnación del tiempo. Pero esta huella puede ser
modificada o puesta en juego de forma diferente al asociarse con otras
huellas. Más allá del determinismo biológico (neuronal o genético), y más
allá del determinismo psíquico, el hecho de la plasticidad implica, un sujeto
que participa activamente en su devenir, ¡e incluso en el propio devenir de
su red neuronal!
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De la más alta importancia es la relación de análisis y síntesis, que son tan
inseparables como la excitación y la inhibición (como que el análisis se realiza
mediante inhibición y la síntesis expresa conexiones excitatorias).
La actividad nerviosa superior, como forma de trabajo fisiológico de la
corteza y regiones vecinas, distribuye, coordina, centraliza y almacena la
información que recoge el organismo mediante la actividad de sus receptores
exteriores e interiores. Parte de esa información es sintetizada, coordinada
en unidades más complejas, en un proceso que denominamos “aprendizaje”.
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El analizador verbal, que lo hace con la información semántica,
también del lenguaje.
Pavlov definió a la corteza cerebral como “un mosaico de analizadores”.
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Si bien las neuronas pueden ser de diversidad considerable, se dividen en dos
clases bastante distintas, que se han llamado neuronas de Clase I y de Clase
II.
Las neuronas de la Clase I son grandes con axones largos y forman las vías
primarias aferentes y eferentes del sistema nervioso. Sus estructuras y
funciones son invariantes y se desarrollan bajo fuertes restricciones genéticas
y epigeneticas. Constituyen lo que se puede denominar las conexiones fijas
del cerebro.
Por el contrario, las neuronas de la Clase II son pequeñas interneuronas con
axones cortos. Realizan funciones de integración entre los sistemas primarios
aferentes y eferentes. Las neuronas de Clase II muestran una gran
variabilidad morfológica. Una de las diferencias más distintivas entre estas
dos clases de neuronas la constituye el orden temporal de aparición
ontogenetico. En todas las partes del sistema nervioso, las neuronas de la
Clase I se generan y diferencian antes que las neuronas de la clase II.
Las neuronas de la Clase I forman una estructura que es más bien invariante
en cada especie y las neuronas de la Clase II se conectan en esta estructura
en una etapa posterior de la ontogenia. Las neuronas que aparecen primero
son menos variables y parecen ser menos modificables que las que aparecen
más tarde, y estas últimas son más susceptibles a cambios producidos
directamente por la actividad nerviosa o indirectamente por la estimulación
endocrina.
De acuerdo con este punto de vista, las neuronas se desarrollan de dos
modos complementarios que, juntos, permiten que una gran variedad de
funciones neuronales estén representadas. Las funciones que están
predeterminadas de modo innato se realizan fundamentalmente por
neuronas de la Clase I, mientras que aquellas que se desarrollan como
resultado de la experiencia individual se sirven en gran medida de las
neuronas de la Clase II.
PLASTICIDAD SIMBOLICA.
LEVIN, ESTEBAN
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Este fenómeno transforma el concepto del cerebro como un órgano estático,
fijo y determinado genéticamente. A partir de las nuevas investigaciones de
la neurofisiología, el cerebro comienza a ser considerado como un órgano
dinámico y plástico, dependiente en gran medida, de la interacción y la
experiencia con el medio.
Estas revelaciones confirman que, genéticamente, además de una
determinación biológica, también hay una porción indeterminada, plástica,
que, pensamos, depende del encuentro con el Otro y de la experiencia que
allí se suscita. No se trata de cualquier experiencia, sino de una experiencia
deseante y subjetiva que connota y denota lo relacional y lo simbólico de
dicho acto. De allí que proponemos denominar plasticidad simbólica a las
causas y efectos de esa singular experiencia que deja una marca significante,
privilegiada y subjetiva.
El circuito neuronal contiene en su propio desarrollo la posibilidad de
modificarse. En los primeros años de vida, debido a la inmadurez
neurofisiológica a la que hicimos referencia, estas posibilidades se
acrecientan y, desde nuestro punto de vista, la experiencia, como
acontecimiento subjetivo y simbólico, adquiere un valor fundamental para
producir plasticidad.
Los cambios, conformaciones y metamorfosis producidos por la experiencia
infantil como acontecimiento original provocan nuevas sinapsis, conexiones y
asociaciones con la red neuronal, lo que demuestra las posibilidades y
potencialidades de la relación y de la experiencia con el Otro (primordial) y
los otros (semejantes). De este modo se rompe la idea de fijeza, de la
determinación biológica, y se abren las vías para pensar la intrincada relación
entre la herencia genética y la herencia simbólica a través de la experiencia.
Cuando una experiencia significante se transforma, por sus efectos, en un
acontecimiento, se produce el anudamiento entre plasticidad simbólica y
plasticidad neuronal, lo que provoca en el niño cambios en la herencia
simbólica y en la genética.
La concepción de plasticidad simbólica que estamos proponiendo nos habilita
a pensar que la intensidad y la tenacidad de una sinapsis dependen en gran
medida del deseo y del afecto puestos en juego en esa experiencia. No es
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posible desconocer la determinación inconsciente, deseante e histórica que
ocurre, entrelazada y relacionada con el deseo y el amor del Otro, en cada
experiencia infantil.
EL PRIMER DIALOGO
CRECER Y PENSAR.
JUAN DELVAL
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El niño que solo actúa
Así, las reacciones circulares son acciones que una vez adquiridas tienden a
conservarse. Las primarias son acciones relativas al propio cuerpo. La primera
vez que se produce sucede de manera fortuita, pero posteriormente el niño
trata de reproducirla.
Las reacciones circulares secundarias se refieren, en cambio a la conservación
de fenómenos relativos al mundo exterior. Nuevamente se trata de algo
fortuito que el niño tiende a conservar. Estas reacciones secundarias son
características del tercer estadio.
Por último, las reacciones circulares terciarias, características del quinto
estadio, suponen una modificación de un resultado que se ha producido. Es
una especie de experiencia para ver qué resultados produce. Hay ya aquí una
autentica experimentación, y no solo una conservación de algo fortuito. Una
vez más, se conserva el carácter circular de repetición, pero con introducción
de variaciones en el curso de la acción.
La instrumental
La cognitiva y
La tónico-emocional
Tanto los afectos como las emociones no son constituyentes, sino meros
epifenómenos de lo que a través significante se opera en el deseo. Lo que
permite que el deseo se constituya es el hecho de que Otro coloque en juego
una marca (el Nombre) que aliena al sujeto de su objeto, que lo separa, esa
marca es del orden del lenguaje. Lenguaje no ya como función psicológica
sino como estructura que captura al sujeto y lo sitúa en relación con la
cultura.
No se trata del cuerpo global, sino del cuerpo de un sujeto, cuerpo
receptáculo, parlante, erógeno, instrumental, investido, discursivo y
simbólico.
Lo tónico, tomado y atravesado por el lenguaje, que “dice” al tocar y al ser
tocado (dialogo tónico que se inscribe en un sujeto desde su nacimiento, a
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partir del deseo del Otro que en una primera instancia encarna su madre, o
quien cumpla esa función). De este modo, estas inscripciones, estas
demarcaciones quedaran grabadas en lo inconsciente y determinaran al
sujeto como tal, es decir, inscripto por el deseo del Otro en el universo
simbólico.
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Respecto a la influencia del medio ambiente, Wallon destaca el hecho
fundamental de que el niño está preparado desde su nacimiento para
estructurar una relación social como su necesidad básica, donde lo social y lo
biológico se fusionan, pues es necesidad biológica de lo social.
Wallon distingue y analiza dentro de la unidad del individuo, cuatro
parámetros fundamentales como procesos relativamente diferenciados del
conjunto de la personalidad:
A. La actividad tónica postural
B. Los procesos emocionales
C. Las diferentes etapas de los procesos inteligentes
D. Las formas concretas en que el medio acuña a la personalidad y a las
distintas funciones que se manifiestan en la misma.
Todo ello sobre la base de la maduración funcional y orgánica, conceptos
claves para comprender la doctrina de Wallon.
La emoción está presente en sus formas más elementales desde el inicio de
la vida del niño, el cual, “incapaz de hacer nada por sí mismo (el recién
nacido) es manipulado por el otro y es en los movimientos del otro que sus
primeras actitudes toman forma”.
La emoción se liga indisolublemente a los procesos tónico-posturales y
viscerales desde los primeros meses de la vida. Al principio, son las
crispaduras y los espasmos seguidos por la relajación que indican que el niño
tiene necesidades no satisfechas o que las mismas ya han sido colmadas. Esta
matriz emocional es la que permite establecer condicionamientos con
relativa facilidad en los primeros meses de la vida del niño. Es además la que
explica la repercusión tónica y visceral de las emociones del adulto.
La función postural se liga esencialmente a la emoción, es decir a la
exteriorización de la afectividad.
Wallon precisa como la emoción es un nuevo nivel de integración
interindividual y colectiva que fusiona el yo el otro. Es al carácter formativo
de esta relación tónico-emocional, a lo que Wallon ha denominado
“simbiosis afectiva” dada en primer término en la dupla madre-hijo, de
manera tal que “a partir de los seis meses… el niño vive casi tanto de sus
relaciones humanas como de su alimentación”. La fusión afectiva se da de
distinta manera en las sucesivas etapas de la vida, pero siempre a todo
proceso de individualización (diferenciación de la personalidad) precede un
momento de sincretismo afectivo dentro del cual se desarrolla la
diferenciación a la que aludíamos.
Es en esta participación afectiva que va a emerger el proceso de imitación.
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Wallon parte en todo su desarrollo genético de un sincretismo inicial a doble
vertiente: por un lado, la simbiosis con el entorno, en la que no se alcanza la
conciencia diferenciada del “yo” y del “otro”, por otro lado, de un
sincretismo, de una indiferenciación de las condiciones internas en que la
autodiscriminacion aun no existe sino que se va desarrollando a través de la
actividad del niño en su medio ambiente, en su relación con el “otro”: el
hombre se crea en el dialogo de la relación.
La individualización del sujeto se alcanza siempre a través de un proceso de
socialización: el hombre se individualiza más profundamente en tanto se
socializa más profundamente.
El gesto y la actitud pasan a ser los exponentes del estado emocional internos
del individuo, y al llegar a ser captados por el otro, se transforman en
expresión y se condicionan como formas de mutua comunicación.
A esta altura, en el niño se está desarrollando otra función, que aparece en
su plenitud luego de la coordinación viso-motora. El niño comienza a ser
capaz de autodesplazarse: es la inteligencia sensorio-motriz o situacional, su
espacio se amplia, va reteniendo las trayectorias de los objetos y sobre todo
comienza claramente el proceso de intencionalidad del niño, es decir, puede
realizar una “combinación de movimientos que no expresan otra cosa
que la capacidad de distribuir su espacio operatorio hasta hacerlo
coincidir con el efecto a obtener”. Es un comienzo de la “meta-adaptación”,
es decir, el intento de adecuar lo exterior al individuo y no a la inversa.
El paso a la inteligencia discursiva o simbólica que es el medio de sustituir la
captación del mundo por su representación, por su doble mental, mediante
los símbolos que implican en forma abstracta y generalizada ese doble de lo
concreto; se opera a través de una serie de momentos que si bien implican
un continuo, son al mismo tiempo, un salto cualitativo, una diferencia
esencial con respecto a la forma anterior de inteligencia.
Imitación diferida: aquella que se hace sin el objeto imitado presente. Wallon
se refiere también a la adquisición del lenguaje, que permite sustituir lo
concreto del objeto, por otro objeto que absorbe su significado abstracto en
un soporte objetivable: la palabra. Todo esto permanentemente
condicionado por el medio social en que el niño crece. Primero es la cupla
madre-hijo, a la que se añadirán otras muchas de valor diferente.
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Cap. 2 ONTOGENIA DEL LENGUAJE
AZCOAGA
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En este periodo influye en la regulación de los estereotipos del juego
vocal el conjunto de los sonidos del lenguaje que se habla en torno del
niño. Es típico de esta influencia que ya en el segundo semestre se
nota el reforzamiento de los sonidos de la lengua que se habla en el
ambiente. Simultáneamente, van excluyéndose todos los sonidos del
juego vocal que no forman parte de esa fonética.
Esta etapa presenta un gran interés como proceso de aprendizaje
fisiológico.
Esta etapa es inexplicable sin una comprensión de los procesos
neurofisiológicos, cuyo detalle se darán a continuación:
En el reforzamiento por el sonido de los fonemas de la lengua
interviene un factor de gran importancia: el papel significativo de las
palabras en relación con los intereses biológicos principales del niño.
Pero no solo actúa el reforzamiento. También actúa la inhibición, por
cuyo efecto van suprimiéndose todos los sonidos del juego vocal que
no son adecuadamente reforzados. Es así como una gran cantidad de
emisiones van siendo suprimidas por la inhibición diferencial.
El segundo semestre es también el periodo en que van incorporándose
manifestaciones que son propias de la comprensión del lenguaje. En
esta etapa comienza a ligarse una palabra determinada con objetos
relacionados con la vida del niño.
En este momento la palabra señal se relaciona con una cantidad de
objetos a veces arbitrariamente relacionados, lo que reproduce la
etapa de generalización.
Así se da el caso de que el niño logre, antes que otras, la comprensión
de palabras relacionadas con sus actividades vitales como, por
ejemplo, la madre, la alimentación, el sueño, el juego, etc.. Los
primeros significados que adquiere por medio de la palabra señal o de
la palabra-objeto (ésta última se refiere a la condición de las palabras
que forman parte de la comprensión y luego de la elocución del niño,
representativas de objetos concretos) están ligados a sus intereses
biológicos. Para la comprensión son determinantes la entonación, los
gestos, la expresión facial del hablante y el contexto situacional. La
adquisición de significados crece impetuosamente desde el primer
año.
Es por la acción reguladora y reforzadora de la lengua que se habla en
torno del niño, que se van transformando los sonidos del juego vocal
en fonemas. Al mismo tiempo que se van suprimiendo los sonidos
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extraños a esa lengua y reforzando los que le son propios, se van
produciendo tales sonidos como fonemas. Hay aquí un tránsito de una
función puramente fisiológica a una función fónica y lingüística. Así es
como en esta etapa se produce el tránsito de lo innato e
incondicionado a lo aprendido. El juego vocal tiene todas las
características y propiedades de lo innato hasta que las influencias
fónicas del ambiente comienzan a transformarlo en actividad fónica.
Por eso a los fonemas producidos en esta etapa corresponde
denominarlos “estereotipos fonemáticos”
ETAPA DE LA PALABRA-FRASE
Este periodo se extiende después del año hasta casi los dos años. La base
fisiológica de esta etapa es la posesión de las primeras síntesis y el
enriquecimiento de las significaciones que le son inherentes (estereotipos
verbales).
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En el aspecto lingüístico, la etapa se caracteriza por la ampliación de los
recursos fonológicos. La palabra es utilizada en un contexto del que se
desprende su valor comunicativo: la situación así como la mímica y la
entonación expresan el contenido comunicativo. Por otro lado debe hacerse
notar que en este periodo, la palabra no es necesariamente la misma del
vocabulario del adulto. A menudo se trata de fusiones de dos palabras en
una.
Dentro del estadio sensoriomotor, los objetivos que concentran las
motivaciones del niño son fisiológicos, afectivos, lúdicos, y va en desarrollo
hacia una etapa de comunicación de carácter social.
LA FRASE SIMPLE
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En la complejidad de las “gramáticas” se nota la incorporación de
preposiciones, conjunciones, artículos y declinaciones (género, número y
persona verbal) que van dando mayor coherencia a la sintaxis.
También comienza ahora el monologo infantil durante el juego, que es el
comienzo de la “interiorización” del lenguaje.
En el aspecto psicológico van pronunciándose todas las características del
pensamiento concreto, puesto que es evidente la capacidad para establecer,
mediante la acción concreta, diversas relaciones de causalidad y de
dependencia que anticipan la inteligencia intuitiva.
De la apropiación
El concepto de apropiación de la lengua y el proceso de construcción del
lenguaje como producto creativo y transformador dentro de un espacio y
situación dialógica compleja por los lugares y relaciones que se establecen en
el ser con otro.
El lenguaje que es un largo proceso de construcción, que un ser humano
produce en relación con otro, se inicia apropiándose –hacer propio por
mecanismos identificatorios y creativos- de la lengua en uso, en el habla.
La lengua le es dada al niño como un bien. Donación hecha, ante todo, por la
madre que la encarna libidinizandola. El niño habla para placer de ella y
propio.
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He visto niñitos de dos años reproducir palabras-enunciados dichos por sus
madres, siendo captado inmediatamente el deleiten que provocan en ellas y
en otros de su entorno, resultando un acto placentero para sí.
Entonces, la expresión verbal cobra un alto valor afectivo y social. Es un bien
preciado para goce propio y ajeno. Un nuevo espacio gozoso para el re-
encuentro florece, un espacio dia-lógico a través del lenguaje.
Recordemos que en esta situación se definen lugares: uno que dice y otro que
oye y escucha, ve y espera, en los cuales se juegan roles: hablante e
invocante/escuchante, lector, interprete y replicante. El “dispositivo
simbólico” se ha puesto en marcha.
En la situación materno-filial, jugada en lo auditivo-visual, el rol protagónico
del infante será: ser escuchante de esa madre que además mediatiza la
estructura familiar y grupo social libidinizados, mezclado con sus propias
necesidades, pulsiones y deseos, para beber la estructura de la Lengua.
Del Lenguaje
Al realizarse esa situación dialógica primaria, se inicia un largo proceso de
construcción del lenguaje.
La apropiación de la lengua por parte del pequeño estará sujeta a la
aceptación o el rechazo de la situación primordial: un existente carente, que
necesita de la “ayuda específica” y alguien proveedor, donante, que impulsa
la libidinizacion de las formas lingüísticas, contenedoras de afectos.
Ambos activos: el naciente, potencialmente poderoso para su estructuración
y el otro ya estructurado y por tanto poderoso en su configuración psíquica-
social.
En esta situación dialógica no simétrica, tempranamente instalada, un infante
anónimo para sí y atrapado en sí, llama con sonidos a otro ya conocido. Ese
otro se dirige a él con intencionalidad portando los componentes de su
lengua, siendo donante de la palabra, del decir, que no tendrá una
particularidad imperativa sino gozosa.
Este espacio sonoro particular, promovido por la madre amante-amada-
donante de la Lengua y por el infante amado-amante-aceptante
desencadenan, a partir de la capacidad innata multilingüe del pequeño, el
proceso de construcción de un tercer elemento, simbólico, el lenguaje, que
servirá de escenario y de contraseña para la unión ilusoria y siempre fallida
por la propia particularidad del lenguaje.
Es aquella voz libidinizante de la madre y la aceptación del infante, el núcleo
a partir del cual se conformara el espacio auditivo abierto a la lengua.
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Situación dialógica primaria (día-lógica) que, como surco fértil-amoroso,
cultivara transformaciones desplegando creatividad, lenguaje.
En un comienzo dos se mostraban y se reconocían en una dualidad, unidad
imaginaria, que luego mutó a una estructura tríadica. Naciendo y renaciendo
en la cultura.
Indudablemente, en este nuevo espacio y organización, quien demanda es
aquel extraño “el diferente de mi”, “tu”, el alocutario, el que no comprende
el idiolecto materno-filiar y pide hablar adecuado a normas del bien decir de
la lengua usada, para no quedar excluido. Quedar excluido es no ser
reconocido como ser hablante.
La estructura tríadica es la conductora del largo proceso de construcción del
lenguaje. Luego y por extensión de la esfera del “diferente de mi” se acoplara
el Jardín de Infantes y la escolaridad, lugar de enseñanza y privilegio de lo
escrito. Se ha ampliado el espacio cerrado y delimitado por el bebé y su
madre, la cultura ha ingresado plenamente.
Si bien el placer de oír es necesario, no es suficiente para construir el
lenguaje, será necesario, a su vez, el deseo de ser hablante único, diferente
de otro.
Silla Consoli:
“Es necesario que la madre haya podido sentir y mostrar felicidad al oír a su
hijo hablando, incluso y sobre todo cuando esa palabra expresaba algo que
ella no había intuido de antemano, pudiendo así dejarse sorprender por la
palabra de su hijo y reconociendo en ella al mismo tiempo una actividad de
pensamiento extraña a la suya y un acto de creación original, testimonio de
un proceso de autonomización en marcha.”
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movimientos, etc., constituyen medios de contacto social desde los primeros
meses de la vida del niño.
En cierto momento, aproximadamente a los dos años, las dos curvas de
desarrollo: la del pensamiento y la del lenguaje, hasta entonces separadas, se
encuentran y se unen para iniciar una nueva forma de comportamiento. El
niño hace “el gran descubrimiento de su vida”, se encuentra con “que cada
cosa tiene su nombre.”
Este instante crucial en el que el lenguaje comienza a servir al intelecto, y los
pensamientos empiezan a ser expresados, está señalado por dos síntomas
objetivos inconfundibles:
1. La repentina y activa curiosidad del niño acerca de las
palabras, su pregunta sobre cada cosa nueva (“¿Qué es
esto?”) y
2. Los rápidos y cada vez más amplios aumentos resultantes de
su vocabulario.
“El descubrimiento más importante del niño” solo se hace posible cuando se
ha alcanzado un determinado nivel, relativamente alto, en el desarrollo del
pensamiento y el lenguaje. En otras palabras, el lenguaje no puede ser
“descubierto” sin el pensamiento.
Concluimos:
1) En su desarrollo ontogenetico, el pensamiento y el
lenguaje provienen de distintas raíces genéticas.
2) En el desarrollo del habla del niño podemos establecer
con certeza una etapa preintelectual, y en su desarrollo
intelectual una etapa prelinguistica.
3) Hasta un cierto punto en el tiempo, los dos siguen líneas
separadas, independientemente una de otra.
4) En un momento determinado estas líneas, se encuentran,
y entonces el pensamiento se torno verbal y el lenguaje,
racional.
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