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México y el desarrollo
de la democracia en América Latina

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Editorial tepjf

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México y el desarrollo
de la democracia en América Latina

Dieter Nohlen

Con aportes de:


Arturo Núñez Jiménez
José Reynoso Núñez
Jesús Tovar Mendoza

México, 2017

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321.8042 Nohlen, Dieter.
N443m
México y el desarrollo de la democracia en América Latina / Dieter
Nohlen ; con aportes de Arturo Núñez Jiménez, José Reynoso Núñez y
Jesús Tovar Mendoza. -- Primera edición. -- México : Tribunal Electoral
del Poder Judicial de la Federación, 2016.

88 páginas ; 25 cm.

Contenido: Presentación / Arturo Núñez Jiménez ; Perfil científico de


Dieter Nohlen / José Reynoso Núñez ; Introducción. Las metarreglas del
juego electoral / Jesús Tovar Mendoza -- Institucionalidad y evolución
de los procesos electorales. México en comparación -- Contexto y reglas
institucionales en el desarrollo de la democracia en América Latina
-- México y el desarrollo de los regímenes presidenciales en América
Latina / Dieter Nohlen.

ISBN 978-607-708-363-4

1. Dieter Nohlen, 1939 -- ensayos, conferencias, etc. 2. Instituciones


políticas -- México. 3. Sistemas electorales -- México. 4. Presidencialismo
-- México. 5. Democracia -- América Latina. I. Núñez Jiménez, Arturo,
presentador. II. Reynoso Núñez, José, colaborador. III. Tovar Mendoza,
Jesús, introductor. IV. Título.

México y el desarrollo de la democracia


en América Latina

Primera edición 2016.


Primera reimpresión, de la primera edición, 2017.

D.R. © Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación.


Carlota Armero núm. 5000, colonia CTM Culhuacán,
CP 04480, delegación Coyoacán, Ciudad de México.
Teléfonos 5728-2300 y 5728-2400.

www.te.gob.mx
editorial@te.gob.mx

Coordinación: Centro de Capacitación Judicial Electoral.


Edición: Dirección General de Documentación.

ISBN 978-607-708-363-4

Impreso en México.

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Directorio

Sala Superior
Magistrada Janine M. Otálora Malassis
Presidenta
Magistrado Felipe Alfredo Fuentes Barrera
Magistrado Indalfer Infante Gonzales
Magistrado Felipe de la Mata Pizaña
Magistrado Reyes Rodríguez Mondragón
Magistrada Mónica Aralí Soto Fregoso
Magistrado José Luis Vargas Valdez

Comité Académico y Editorial


Magistrada Janine M. Otálora Malassis
Presidenta
Magistrado Felipe de la Mata Pizaña
Magistrado Reyes Rodríguez Mondragón
Magistrada Mónica Aralí Soto Fregoso
Dr. José Luis Caballero Ochoa
Dr. Eduardo Ferrer Mac-Gregor Poisot
Dra. Flavia Freidenberg
Dra. Ana Laura Magaloni Kerpel
Dr. Hugo Saúl Ramírez García

Dr. Carlos Alberto Soriano Cienfuegos


Lic. Arturo Ruiz Culebro
Secretarios Técnicos

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Índice

Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Arturo Núñez Jiménez

Perfil científico de Dieter Nohlen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15


José Reynoso Núñez

Introducción. Las metarreglas del juego electoral. . . . . . . . . . . . . . . . . . 27


Jesús Tovar Mendoza

Institucionalidad y evolución de los procesos electorales.


México en comparación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 37
Dieter Nohlen

Contexto y reglas institucionales en el desarrollo


de la democracia en América Latina. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 53
Dieter Nohlen

México y el desarrollo de los regímenes presidenciales


en América Latina. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
Dieter Nohlen

Fuentes consultadas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81

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Presentación*

Arturo Núñez Jiménez

La llamada transición democrática mexicana ha discurrido, fundamen-


talmente, por medio de una serie sucesiva ininterrumpida de reformas
electorales, que han ido modificando los diseños institucionales, pero
también los desempeños de los actores políticos. Ha sido un cambio
de instituciones, pero también de actitudes y comportamientos en la
cultura política mexicana.
Un recuento breve habla de la reforma inicial, la paradigmática de
1977 que flexibilizó el registro de los partidos políticos y los recono-
ció constitucionalmente. Al final de cuentas, los partidos políticos en
México hicieron el mismo recorrido que en el resto del mundo: fueron
rechazados, ignorados por el derecho, repudiados, perseguidos, tolera-
dos, reconocidos, constitucionalizados y, como dice Klaus von Beyme,
terminaron siendo pensionistas del Estado.
Esta reforma fue fundamental también porque introdujo el prin-
cipio de representación proporcional en México para iniciar con la
integración de la pluralidad en los órganos de la representación na-
cional: primero las Cámaras del Congreso de la Unión, después los
ayuntamientos y fue el arranque de los grandes cambios políticos en
el país.

* Parte de la conferencia inaugural del seminario internacional “La institucionalidad electoral


en América Latina: dilemas de la estabilidad y la adaptación”. Homenaje al 50 aniversario de la
obra científica de Dieter Nohlen, los días 21 y 22 de agosto de 2014, en Villahermosa, Tabasco.

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Presentación

La reforma de 1986-1987 tuvo el mérito de haber creado el primer


tribunal, el de lo Contencioso Electoral, y de haber iniciado el proceso
de democratización en el régimen político del Distrito Federal.
La reforma de 1989-1990 tuvo como gran producto el diseño y la
creación del Instituto Federal Electoral (ife), que se convirtió en un
actor relevante en el proceso democrático de los mexicanos.
La reforma de 1993 suprimió los colegios electorales que autocalifi-
caban las elecciones de diputados y de senadores para encomendárselo
en última instancia a la vía jurisdiccional por medio de la judicializa-
ción de las elecciones, hoy en día mediante el Tribunal Electoral del
Poder Judicial de la Federación (tepjf).
La reforma de 1994, en medio de la sacudida que dio al país la irrup-
ción del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (ezln) en la vida
nacional, inició la ciudadanización del ife, el cambio de los llamados
consejeros magistrados a consejeros ciudadanos, el cambio de requisi-
tos, los partidos dejaron de tener derecho a voto en el órgano colegiado
electoral después de 48 años de hacerlo y, además, permitió la presencia
de observadores internacionales en nuestro país.
La reforma de 1996 consolidó la ciudadanización del Instituto, al
prescindir del secretario de Gobernación como presidente del Conse-
jo General; desarrolló un amplio sistema de prerrogativas partidistas
en financiamiento y acceso a medios de comunicación social, y lo más
importante: integró y consolidó un sistema de justicia electoral a par-
tir de la creación de una jurisdicción autónoma y especializada en el
Poder Judicial de la Federación, después de más de 100 años de que
se había dado —desde la polémica famosa entre Ignacio Vallarta y José
María Iglesias—, para que el Poder Judicial no se politizara y no parti-
cipara del debate político-electoral.
También se creó el juicio para la protección de los derechos
político-electorales del ciudadano (jdc), que inicialmente iba a ser del
militante. De última hora algunos partidos, en aquel tiempo de opo-
sición, dijeron que no era conveniente porque podía ser “la mano del
gato”: el gobierno metiéndose en la vida interna de los partidos, y no
quedó en la reforma; sin embargo, los magistrados del Tribunal Elec-
toral llegaron a desarrollar —basados en el principio constitucional del
derecho al debido proceso y en alguna inclusión de los partidos polí-
ticos, como parte del jdc— una jurisprudencia para que el Tribunal sí

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

pudiera tutelar los derechos de los militantes respecto de los órganos


directivos de sus partidos; esto, máxime cuando los partidos tenían el
monopolio de la candidatura para poder ser postulado justamente por
el voto pasivo a un cargo de elección popular.
Igualmente en esta reforma se estableció el juicio de revisión
constitucional electoral (jrc), que permitió que una vez agotadas las
instancias jurisdiccionales de cada entidad federativa pudiera acudirse
al tepjf para que dirimiera en última instancia las controversias surgi-
das de los comicios locales, y de esa manera concluyeron lo que algún
periodista denominó las concertacesiones.
A quienes estaban empeñados en el cambio electoral, parecía lle-
varles a la historia de Penélope: aquella esposa de Ulises que, en la
larga espera, tejía de día y destejía de noche ante las pretensiones de
algunos que buscaban casarse con ella por el no regreso de su pareja.
Esto, porque lo que se avanzaba para legitimar las elecciones se desle-
gitimaba con estas concertacesiones, que no eran más que soluciones
políticas a querellas electorales. Con el jrc ese tema quedó saldado y
se terminaron los conflictos poselectorales.
La reforma de 1996 tuvo otras implicaciones: un sistema generoso
de financiamiento público que en su tiempo fue rechazado por los prin-
cipales partidos, pero que constituyó, sin lugar a dudas, un elemento
fundamental para crear condiciones de equidad apropiadas en la com-
petencia electoral.
La reforma de 2005 introdujo el voto de los mexicanos en el exterior.
La de 2007-2008, que también hizo nuevas aportaciones, constituciona-
lizó la jurisprudencia para que el Tribunal Electoral pudiese tutelar los
derechos de los militantes, pero sobre todo estableció un nuevo mode-
lo de comunicación social a partir del uso de los tiempos oficiales del
Estado en los medios electrónicos de comunicación social.
La reforma de 2010-2011 introdujo figuras de la democracia semi-
directa, la consulta popular, la iniciativa popular y luego las candida-
turas independientes.
La reforma de 2013-2014, la más reciente, transformó el ife en
el Instituto Nacional Electoral (ine), el cual tuvo cambios relevantes
en la vida política del país, al aceptar la reelección consecutiva de dipu-
tados y senadores, así como la reelección de presidentes municipales y
de regidores; también introdujo otras figuras.

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Presentación

Soy partidario abierto del ine. Si bien algunos colegas gobernado-


res decían que era ir en contra de la soberanía de los estados, lo cier-
to es que lo mismo se dijo cuando se estableció el juicio de revisión
constitucional electoral, para que el Tribunal federal pudiera revisar
las resoluciones de los tribunales locales. Debido a eso se resolvieron
los problemas que terminaban en concertacesiones.
Llegará el día en que el reloj político de las entidades federativas se
sincronice con el nacional. La verdad es que hay entidades federativas
con 40 o 50 años de desfase de lo que está ocurriendo en el ámbito
nacional del proceso político mexicano. Hay rezagos por la sincronía,
por el distinto grado de desarrollo político en los estados y el Instituto
va a ayudar a que el reloj político se armonice, se sincronice y se ten-
gan autoridades electorales realmente garantes de los principios rec-
tores de certeza, legalidad, imparcialidad, independencia, objetividad
y máxima publicidad, que se han establecido en la Constitución como,
justamente, principios rectores de la función electoral.
De tal manera, el tema de la institucionalidad electoral ha sido re-
levante para el proceso de democratización de México, e incluso acer-
ca de la institucionalidad electoral en América Latina, dilemas de
la estabilidad y la adaptación, por lo que resulta muy oportuno ante la
nueva institucionalidad que ha surgido de las reformas más recientes y
que de nueva cuenta vuelven a desafiar a la ciudadanía. Se trata de una
legislación inacabada que va evolucionando con el propio acontecer
político-electoral.

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Perfil científico de Dieter Nohlen*

José Reynoso Núñez

Introducción

El presente perfil científico de Dieter Nohlen procura combinar datos


e información proveniente de la literatura acerca de su perfil científico
y de mi experiencia personal. Este documento está estructurado en
tres partes. En principio, se expone su biograf ía y trayectoria acadé-
mica; después, sus objetos de estudio, y finalmente una aproximación
científica y posición epistemológica, para concluir con una síntesis.

Biografía y trayectoria académica

Dieter Nohlen nació el 6 de noviembre de 1939 en Oberhausen, Ale-


mania. Es profesor titular emérito de Ciencia Política de la Universidad
de Heidelberg. Estudió Ciencia Política, Historia y Literatura Francesa
en las universidades de Colonia, Montpellier y Heidelberg. Se docto-
ró con Dolf Sternberger en 1967, en la Universidad de Heidelberg, con
una tesis acerca del parlamentarismo español del siglo xix. Hay que

* Perfil científico de Dieter Nohlen presentado en la conferencia inaugural del seminario


internacional “La institucionalidad electoral en América Latina: dilemas de la estabilidad y la
adaptación”. Homenaje al 50 aniversario de la obra científica de Dieter Nohlen, los días 21 y 22
de agosto de 2014, en Villahermosa, Tabasco.

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Perfil científico de Dieter Nohlen

mencionar que Dolf Sternberger es conocido por el concepto de patrio-


tismo constitucional y fue, junto con Carl Joachim Friederich, catedráti-
co de la Universidad de Harvard, uno de los fundadores del Instituto de
Ciencia Política de la Universidad de Heidelberg.
Precisamente en esa época, unos años antes de doctorarse, Nohlen
comenzó a dedicarse al estudio científico de los sistemas electorales.
Realizó sus estudios de este tema en 1962, en un seminario que ofrecía
Bernhard Vogel acerca del derecho electoral en Europa, en el recién
creado Instituto de Ciencia Política de la Universidad de Heidelberg,
cuyo objetivo era actualizar el estudio de dos tomos del jurista aus-
triaco Karl Braunias acerca del derecho electoral europeo publicados
en 1932 y 1933. Nohlen se comprometió a escribir las contribuciones
de España y Portugal, posteriormente se hizo cargo de más países, y
muy pronto el joven alemán se encargó de coordinar todo el proyecto,
ya que Vogel no pudo continuar por sus ocupaciones en su carrera po-
lítica como diputado federal y más tarde como ministro de Cultura y
primer ministro de Estado (el equivalente a gobernador en Alemania)
de Renania-Palatinado.
Nohlen destaca la relevancia de estos hechos para su carrera aca-
démica. Se cita:

Con la distancia puedo reconocer que mi primer paso en la investigación en


ciencias sociales se ha constituido como determinante para todo mi trabajo
científico posterior, la inducción, el enfoque histórico, el método comparativo,
la orientación conceptual, tipológica y contextual del análisis. Estas caracterís-
ticas de mi trabajo investigativo me llevaron a comprender el objeto de estudio
de manera diferente que mis estimados maestros de mi propia universidad, y a
interesantes controversias con prestigiosos colegas de la ciencia política contem-
poránea (Nohlen 2008, 3).

Una vez doctorado, Nohlen continuó con sus estudios para obtener
el grado de profesor. Como se sabe, en Alemania el término profesor se
refiere a un título universitario que se requiere para ser titular de una
cátedra y que se adquiere después del doctorado y de haber hecho
una segunda tesis, la de habilitación. En el caso de Nohlen, su tesis de
habilitación versó acerca de El experimento socialista en Chile, que pre-
sentó en 1973 en la Universidad de Tubinga, con Klaus von Beyme. La

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

realizó precisamente a partir de su estancia en Chile, a donde fue


como representante de la fundación Konrad Adenauer, en la última
etapa del presidente Frei Montalva y durante el gobierno de Salvador
Allende. Su estancia en Chile es relevante para dos características que
marcan su carrera: por una parte, su vinculación con América Lati-
na; por otra, su estudio de los sistemas de gobierno, como se verá más
adelante.
A su regreso a Alemania obtuvo en 1974 la titularidad de la cátedra
de Ciencia Política en la Universidad de Heidelberg, en la que impartió
clases hasta 2005. En dicha universidad ha sido director y subdirector
del Instituto de Ciencia Política, así como decano y vicedecano de la
Facultad de Historia y Filosof ía.
Nohlen ha sido galardonado con el premio Max Planck de inves-
tigación, la mención Outstanding Academic Book of The Year en
Estados Unidos de América, el Premio de Investigación sobre España
y América Latina de la Universidad de Augsburgo, el diploma honoris
causa de Administración Electoral de la Universidad Panthéon Paris
II y la medalla de honor de la Universidad de Heidelberg. Ha sido
declarado profesor honorario de la Universidad Andina Simón Bolívar
con sede en Ecuador, doctor honoris causa por la Pontificia Universi-
dad Católica del Perú, la Universidad de Buenos Aires, la Benemérita
Universidad Autónoma de Puebla, la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos y la Universidad Inca Garcilaso de la Vega, ambas en Lima.
Para concluir esta parte descriptiva de su biograf ía y trayectoria
académica, se destaca la importantísima actividad que Nohlen ha de-
sarrollado en el ámbito de la consultoría política, la cual tiene un en-
foque específico que se referirá más adelante. Por mencionar aquí solo
dos casos: participó —junto con Maurice Duverger— como asesor
de la oposición democrática del sistema electoral durante la transi-
ción española; participó también en la reforma de 1996 en México, y
recientemente fue llamado como experto para una discusión acerca
de una posible reforma al sistema electoral en España, en la que se
discutía la pertinencia de seguir en ese país el modelo alemán.

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Perfil científico de Dieter Nohlen

Objetos de estudio y su obra publicada

Dieter Nohlen se ha dedicado a lo largo de su carrera académica a di-


versos objetos de estudio. Florian Grotz, uno de sus alumnos, conside-
ra que la obra del científico puede estructurarse en tres partes:

1) Elecciones y sistemas electorales.


2) Investigaciones acerca de Latinoamérica.
3) Trabajos fundamentales para la ciencia política.

Tomando como base estos temas y en parte esta clasificación con al-
gunas variantes, en esta exposición se mencionan, en primer lugar, los
trabajos fundamentales para la ciencia política; se incluyen en estos sus
objetos de estudio referidos a los instrumentos de conocimiento: con-
ceptos, teorías, métodos y enfoques. En segundo lugar, sus investiga-
ciones referidas a los fenómenos mismos. Así, en principio, elecciones
y sistemas electorales; después, sistemas de gobierno; enseguida, desa-
rrollo y tercer mundo, y por último, Latinoamérica como objeto de es-
tudio. En el tema de Latinoamérica se pueden incluir algunos o varios
de los objetos de estudio señalados anteriormente.
Respecto de los instrumentos de conocimiento como objeto de es-
tudio, hay que mencionar que Nohlen es autor y editor de numerosas
obras referenciales para el estudio de la ciencia política, entre las que
destacan: Diccionario de la política, Diccionario de ciencia política.
Teorías, métodos, conceptos (publicado en español y alemán), Diccio-
nario del tercer mundo y Manual del tercer mundo. En este punto hay
que resaltar el gran reconocimiento que Nohlen ha encontrado con su
labor como compilador, organizador y editor de obras que requieren
el concurso ordenado de hasta cientos de científicos, por lo que estos
libros han contribuido a la integración e identidad de la ciencia polí-
tica alemana.
En cuanto a las investigaciones que estudian los fenómenos en sí
mismos, se hace refencia especialmente a las elecciones y a los siste-
mas electorales, y brevemente a los sistemas de gobierno.
1. Elecciones y sistemas electorales. Hay que decir que el tratamien-
to científico de los sistemas electorales está necesariamente vinculado
al nombre de Dieter Nohlen. Una vez presentado como el Michelangelo

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

de los sistemas electorales en el foro Constitutional Design de la Uni-


versidad de Notre Dame, ha sido considerado uno de los máximos ex-
pertos en la investigación politológica de este tema. Fiel a la tradición
de Max Weber de que la obra realmente importante y definitiva es
siempre obra de especialistas, Nohlen ha dedicado ya 50 años al es-
tudio científico de esta materia y ha transformado su estudio, cuyo
objeto se concentraba en los sistemas electorales de las democracias
occidentales, en un conocimiento empírico de carácter mundial, al
incluir en la discusión internacional de los sistemas electorales —ya
desde hace más de 30 años— a los de todo el mundo, incluidos los de
las jóvenes democracias. Cabe recordar su obra Sistemas electorales
del mundo, publicada en español en 1981, y las posteriores Elections
in Africa, Elections in Asia and the Pacific, Elections in the Americas y
Elections in Europe, de las que Giovanni Sartori ha señalado que no
hay trabajo que le sea comparable en esta materia.
Sin embargo, Nohlen no solo amplió de manera cuantitativa, si-
no también de manera cualitativa, el universo empírico de estudio de
los sistemas electorales. Aquí son referidas sus principales contribu-
ciones al estudio de esta materia. En primer lugar, distinguió entre
principios de representación y reglas de decisión. La representación
proporcional y la mayoría como principios se refieren a los fines que
en la composición del Parlamento persiguen. La representación pro-
porcional y la mayoría como reglas de decisión se refieren a los meca-
nismos concretos de asignación de escaños. Nohlen propugnó porque
las definiciones de la representación proporcional y de la mayoría se
hicieran de forma simétrica, es decir, al principio de representación
proporcional, como principio, se le debe oponer la mayoría, también
como principio, y no como regla.
Señaló que en el caso de los sistemas combinados, lo que se combi-
na son las reglas de decisión (de representación proporcional y de ma-
yoría) y no los principios; estos son incompatibles porque claramente
persiguen finalidades distintas. Otra de las contribuciones son sus cri-
terios para evaluar los sistemas electorales que no son referidos a de-
talle en este momento. Pero además de esta fundamental contribución
conceptual, una de las principales aportaciones de Nohlen al estudio
de los sistemas electorales, y también al estudio de las instituciones en
general, ha sido su idea de que el contexto hace la diferencia.

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Perfil científico de Dieter Nohlen

¿Por qué Nohlen afirma que el contexto hace la diferencia? El


origen de esta conclusión parece encontrarse, como él mismo lo
señala, desde el inicio de sus estudios acerca de los sistemas electo-
rales. Nohlen llegó a estas conclusiones porque, más allá que otros
prominentes autores como Maurice Duverger, Douglas Rae, Giovanni
Sartori o Arend Lijphart, se acercó al objeto de estudio de tal forma
que pudo conocer las características históricas y sociales concretas en
las que los sistemas electorales operaban. Con la comparación cualita-
tiva, descubrió que, contrario a lo que teóricamente pudiera suponer-
se, empíricamente un mismo sistema electoral que tiene determinados
efectos en un país determinado puede producir efectos incluso contra-
rios en otro país.
Es decir, el contexto —las características históricas, culturales,
sociales, etcétera— en el cual opera una institución electoral resulta
decisivo para poder atribuir tal o cual consecuencia a un sistema elec-
toral. Pero Nohlen descubrió, también, que si bien los sistemas electo-
rales en los estudios clásicos eran considerados siempre como variable
independiente —es decir, como causa— del sistema de partidos políti-
cos, la realidad empírica mostraba que los partidos —tanto en la géne-
sis de los sistemas electorales como en su funcionamiento— pasaban
a ser causa de dichos sistemas. En su génesis, porque eran los partidos
políticos los que decidían el tipo de sistema electoral aplicable; en su
funcionamiento, porque las características del sistema de partidos po-
líticos resultaban decisivas para que un determinado sistema electoral
funcionara de una u otra manera.
Otra de las contribuciones de Nohlen fue su descubrimiento acerca
de que las reformas electorales que cambian de un sistema electoral a
otro son muy escasas. La mayoría de las reformas son pequeñas den-
tro del sistema. En este sentido, sostuvo una postura incrementalista
que puede aplicarse en general a su postura institucional que se desa-
rrollará con detalle más adelante. Esa postura incrementalista tiene
excepciones en los casos en que el sistema vigente ya no da para más
y se requiere una reforma que contribuya a romper con las inercias que
se quieren cambiar.
2. Sistemas de gobierno. Además de los electorales, destacan aquí
muy brevemente los sistemas de gobierno, tema del que Nohlen sos-
tuvo, por medio de varios libros, un debate en la década de 1990 con

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

Juan Linz. Se recuerda que, en general, Linz consideraba que el presi-


dencialismo era la causa de la caída de las democracias en América La-
tina y proponía introducir sistemas parlamentarios, tesis que Nohlen
no compartió. Cabe destacar una anécdota al respecto: Nohlen cuen-
ta que Juan Linz le dedicó uno de sus libros con la frase “a Dieter, mi
principal crítico”.
Para concluir, se destaca un objeto de estudio al que Nohlen le ha
dado mucha importancia últimamente: el surgimiento de regímenes
que han sustituido a la democracia representativa por formas de au-
toritarismos plebiscitarios, a los que el científico se refiere con toda
claridad y advierte la relevancia de distinguir ya, en América Lati-
na, entre democracias presidenciales y regímenes presidenciales. Es-
to, si se considera que algunos regímenes presidenciales ya no son
democracias.
3. Obra publicada. Una vez descritos sus objetos de estudio, se re-
fiere una lista de sus principales obras en inglés y castellano desde
1981 hasta 2013: Sistemas electorales del mundo (Madrid), Presiden-
cialismo versus parlamentarismo (Caracas), Descentralización política
y consolidación democrática (Caracas), Enciclopedia electoral lati-
noamericana y del Caribe (San José), Sistemas electorales y partidos
políticos (México, 3.a ed.), Elections and Electoral Systems (Nueva
Dehli), El presidencialismo renovado (Caracas), Elections in Africa
(Oxford), Elections in Asia and the Pacific (Oxford, 2 tomos), El con-
texto hace la diferencia (México), Elections in the Americas (Oxford, 2
tomos), Diccionario de ciencia política (México, 2 tomos), El institu-
cionalismo contextualizado. La relevancia del contexto en el análisis
y diseño institucionales (México), Tratado de derecho electoral com-
parado de América Latina (México, 2.a ed.), Instituciones políticas en
su contexto (Buenos Aires y Santa Fe), Ciencia política. Teoría insti-
tucional y relevancia del contexto (Bogotá, 2.ª ed.), Derecho y política
en su contexto (México), La democracia. Instituciones, conceptos y
contexto (Bogotá), Elections in Europe (Baden-Baden), La democra-
cia. Instituciones, conceptos y contexto (Lima), Ciencia política y de-
mocracia en su contexto (Quito), ¿Cómo estudiar ciencia política? Una
introducción en trece lecciones (Lima y Madrid), Gramática de los sis-
temas electorales: una introducción a la ingeniería de la representación
(Quito), Ciencia política comparada. El enfoque histórico-empírico
(Granada y Puebla/Bogotá).

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Perfil científico de Dieter Nohlen

Aproximación científica
y posición epistemológica

Para entender la perspectiva científica de Nohlen hay que comprender


lo que son para él los conceptos, las teorías, los métodos y los enfoques.
En estos instrumentos de conocimiento, la importancia de la lógica
en la investigación, la diferenciación en general y la diferenciación en-
tre categorías y niveles conceptuales son fundamentales.
1. Los conceptos. Recuerdo la primera vez que lo escuché hablar
en una clase de la importancia de los conceptos y de conceptualizar
para realizar una investigación. Decía que no son una profesión de fe.
En una investigación se requieren conceptos útiles. Recuerdo también
que en una clase pidió que realizáramos un ejercicio para ordenar por
categorías lógicas distintos conceptos que utilizamos en el estudio de
la política. En ese ejercicio nos transmitió la importancia de pensar
con lógica y de ordenar los fenómenos de acuerdo con las categorías a
las que pertenecen. Nos transmitió también la importancia de las cla-
sificaciones, de las tipologías y sus diferencias. Desde mi perspectiva
como alumno, al escuchar esas clases, entendía la enorme importan-
cia de su contenido; estaba consciente también de que quien lo decía
era uno de los politólogos más importantes del mundo, pero en ese
momento yo desconocía que detrás de lo que nos estaba enseñando,
el profesor había realizado a lo largo de décadas una contribución mo-
numental a la construcción de conceptos para la ciencia política y para
la política, que otorgaba a su perspectiva de lo conceptual una legiti-
midad científica contundente. La impresión fue enorme cuando me
enteré que desde la década de 1970 Nohlen había trabajado en la ela-
boración de diccionarios, entre otros, el Diccionario de ciencia políti-
ca de 8 tomos y el Diccionario de la política ya reseñados en párrafos
anteriores.
Quisiera llamar la atención acerca del título de estas dos obras: Dic-
cionario de ciencia política. Teorías, métodos, conceptos y Diccionario
de la política. La diferencia en los títulos no es casual. Para Nohlen, la
diferenciación es uno de los aspectos fundamentales de la ciencia y,
por supuesto, para la formación de conceptos. En el caso concreto de
estas obras, distingue, por una parte, entre ciencia política y política.
Por otra, entre los instrumentos de conocimiento y los fenómenos en
sí mismos.

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

En la construcción de conceptos, la elección del término es muy


relevante porque cada concepto lleva consigo una carga teórica que se
identifica con el término utilizado. Es importante también su grado de
abstracción o de concreción para que sea capaz de contener las reali-
dades y las propiedades que se incluyen o se excluyen. La construcción
de conceptos en Nohlen está estrechamente relacionada con su mé-
todo comparativo: para comparar, hay que aplicar conceptos capaces
de ser útiles en todos los casos que se están comparando, de ahí la im-
portancia de la connotación y la denotación. Por ejemplo, si se quieren
comparar los sistemas presidenciales de América Latina, se tiene que
utilizar un concepto con tal grado de abstracción que incluya a todos
los casos que se quieren comparar. En este aspecto, Nohlen es sarto-
riano y comparte la advertencia del riesgo que tiene el estiramiento de
conceptos para hacer posible una comparación.
Propugna la utilización de conceptos estrictos, restringidos, para
evitar confundir en un concepto la variable independiente y la depen-
diente. Un ejemplo de esto es el uso de un concepto amplio de demo-
cracia, en el que suele incluirse tanto al régimen político que significa
como los posibles efectos de un régimen democrático, por ejemplo,
el bienestar económico y social. Un ejemplo del uso restringido del
concepto es el de sistema electoral referido exclusivamente a los mé-
todos para que los electores emitan sus votos y estos se conviertan en
escaños, dejando para el concepto en sentido amplio todos los demás
aspectos que se refieren a las elecciones. Es importante insistir en esta
diferencia, como Nohlen lo hace siempre que inicia una conferencia
o texto acerca del sistema electoral. Esta diferencia no es tomada en
cuenta a veces por algunos autores que lo citan en Latinoamérica y que
no distinguen entre el tratamiento amplio y el estricto que él hace del
sistema electoral. Esto tiene como consecuencia llegar a conclusiones
equivocadas, por ejemplo, cuando los criterios que Nohlen utiliza pa-
ra evaluar los sistemas electorales en sentido estricto (representación,
concentración, participación, sencillez y legitimidad) se trasladan sin
mayor precisión al sentido amplio del concepto y se refieren, por ejem-
plo, a la organización electoral. Evidentemente se trata de temas muy
diferentes.
Por otra parte, no distinguir impide también un debate simétrico en
el tratamiento que hacen los autores del sistema electoral. Recuerdo

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Perfil científico de Dieter Nohlen

una mesa de discusión llevada a cabo en un Congreso Mundial de De-


recho Constitucional celebrado en México, en el que el tema era el
sistema electoral. Mientras que las contribuciones presentadas por los
participantes de los países europeos o asiáticos se referían al sistema
electoral en sentido estricto, las participaciones latinoamericanas se
referían a diversos temas relacionados con las elecciones en general.
Evidentemente el debate se tornaba asimétrico y poco favorable para
una discusión científica de la materia.
2. Método. Dieter Nohlen es un comparatista cualitativo. Para él, la
dimensión empírica y la dimensión comparativa de la ciencia política
están estrechamente vinculadas. Lo empírico supone lo comparativo.
En su concepción metodológica, el método comparado es un sustitu-
to del experimento que en las ciencias naturales constituye la parte
esencial del proceder científico. Pero igualmente importante es que
las independientes y dependientes comparadas son las variables inter-
vinientes o de contexto, como ya se ha mencionado. Para Nohlen, lo
empírico incluye, en la tradición de Max Weber, lo histórico, lo contex-
tual. En el ámbito metodológico, sostiene una postura crítica respecto
de la corriente de investigación cuantitativa representada, sobre todo
por la ciencia política estadounidense. Su principal crítica está presen-
te implícitamente en las ideas aquí expuestas. Vale decir expresamente
que, para Nohlen, la corriente cuantitativa de la ciencia política mide
sin conceptualizar previamente e incurre en el estiramiento de con-
ceptos; de hecho, no se toma muy en serio los conceptos; descuida la
lógica de la investigación; no toma en cuenta el contexto, y enfatiza
la precisión, pero descuida la relevancia.
3. Teorías. Como se sabe, un uso del concepto teoría es la generali-
zación de los resultados de una investigación. Así como Nohlen es es-
pecialmente riguroso con la formación de conceptos, también lo es con
la capacidad de generalización de conclusiones que se conviertan en
teorías. Para él, en el ámbito de las ciencias sociales, la posibilidad de
generalizaciones se restringe a las teorías de corto o mediano alcance.
El contexto limita o posibilita la función teórica de la ciencia política.
4. Enfoque. El enfoque es una combinación de aspectos conceptuales,
metodológicos y teóricos que indican qué concepción de la ciencia tiene
el investigador. Nohlen sostiene un enfoque histórico empírico, cono-
cido también como el institucionalismo contextualizado o la escuela

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

de Heidelberg. Las características del enfoque se pueden presentar de


la siguiente manera: de inicio, la concepción de la causalidad; ensegui-
da, la concepción de la generalización de los juicios de la causalidad, y
finalmente, el traslado de estas ideas al ámbito institucional.
Para Nohlen, la causalidad es circular y no lineal. Además de es-
to, en la relación entre las variables que el investigador determinó
como independiente y dependiente, también tienen impacto las varia-
bles de contexto que condicionan la relación causal investigada. No se
puede dejar de mencionar que además de la circularidad en la rela-
ción de causalidad, existe multicausalidad. La causa de un efecto no se
puede atribuir a un único factor. Respecto de la capacidad de genera-
lización, se refería en el punto inmediato anterior: generalizaciones de
corto y mediano alcance.
El traslado de estas ideas al ámbito institucional. Como ya se an-
ticipó, Nohlen tiene un enfoque específico para la consultoría políti-
ca, en el que distingue una dimensión normativa, una analítica y una
operativa. Este enfoque se relaciona directamente con su concepción
de la relevancia de las instituciones. Hay que decir que él es institu-
cionalista, por supuesto que lo es. Tan es así que uno de sus principa-
les objetos de estudio son los sistemas electorales, a los que atribuye
efectos en los resultados de sus investigaciones. Sin embargo, para él
las instituciones son relativas, no son el único factor. Por supuesto, los
factores de contexto en una investigación, es decir, los factores que no
forman parte como variable independiente o dependiente, también im-
pactan la relación causal. Pero también el contexto en relación con las
instituciones tiene efectos en el funcionamiento de estas. Nohlen otor-
ga especial énfasis a la cultura política como variable de contexto, ex-
plicativa del funcionamiento de las instituciones y de la política en
América Latina.
El enfoque de Nohlen respecto de las instituciones y de la consul-
toría política incluye la afirmación de que no es posible trasladar una
institución de uno a otro país y obtener los mismos efectos que la ins-
titución trasladada tenía en el país de origen. Esto es así precisamente
porque la institución no es la única causa de los efectos buscados. Se
puede copiar la institución, pero no se puede copiar y trasladar la cul-
tura política que contribuye al funcionamiento que tiene la institución
en el país que se observa como modelo.

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Perfil científico de Dieter Nohlen

Nohlen sostiene también que no existen sistemas ideales. El me-


jor sistema es el que mejor se adapta al lugar concreto. Pero si lo hu-
biera, sería prácticamente imposible de implementar. Señala que las
instituciones son el resultado de procesos de toma de decisión en
los que intervienen valores en conflicto y también son el resultado de
este conflicto, de negociación y acuerdo entre actores políticos. Para
él, las instituciones no son excelencias técnicas, sino el resultado de
procesos históricos.

Síntesis

Los lectores podrán conocer de manera directa el pensamiento de es-


te autor alemán cuando lean las conferencias contenidas en este li-
bro. Para concluir, se destacan de manera sintética algunas de las ideas
expuestas acerca del pensamiento científico de Dieter Nohlen: la ne-
cesidad de diferenciar entre política y ciencia política y, por tanto, al
analizar la política, mantener una sana distancia con el objeto de aná-
lisis o de estudio. Asimismo, la precisión conceptual, la diferenciación
y el método comparado. El énfasis en que las instituciones son impor-
tantes, pero relativas, y la relevancia de la cultura política. Por ello, la
advertencia en la limitación de las reformas institucionales para modi-
ficar la realidad y en la imposibilidad de copiar modelos y trasladarlos
a otros países. Igualmente, la inexistencia de los mejores sistemas. El
mejor sistema es el que mejor se adapta, porque el contexto hace la
diferencia.

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Introducción.
Las metarreglas del juego electoral

Jesús Tovar Mendoza

Los tres ensayos que presenta este libro permiten tener una amplia
perspectiva de las elecciones latinoamericanas, con especial énfasis en
México; asimismo, en esta obra se plantean con agudeza intelectual
algunos problemas acerca de los sistemas electorales. Hay que recor-
dar que Dieter Nohlen distingue dos conceptos de sistema electoral:
uno estricto o restringido que se refiere a los mecanismos mediante
los cuales los electores emiten su voto y este se convierte en escaños
o puestos de gobierno; otro, amplio, respecto de todo lo relacionado
con los comicios, desde su organización hasta la jurisdicción electo-
ral. La presente introducción se enfoca a reflexionar acerca de algunos
problemas del sistema electoral en el sentido amplio.
En principio, Nohlen propone un sugerente dilema de los procesos
electorales de México: “tiene una administración y jurisdicción electo-
ral que destaca en América Latina por su calidad”, a la vez que observa
“una judicialización de la política y de la politización de la jurisdic-
ción”, lo cual además le permite afirmar que “los mexicanos siguen
desconfiando” y que, por tanto, se ha superado “la dictadura de la po-
lítica, pero no la dictadura de la desconfianza”.
La valoración de Nohlen acerca del aspecto institucional de la or-
ganización y la jurisdicción electoral no deja mal situado a México en
comparación con otros países latinoamericanos; no obstante, el dilema
propuesto incide en la persistencia de malas prácticas electorales en las

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Introducción. Las metarreglas del juego electoral

que incurren los actores de la política mexicana, lo cual conlleva a un


incremento permanente de las inconformidades judiciales de los perde-
dores de las contiendas electorales en los últimos 10 años.
Por supuesto, esta judicialización de la política ha implicado el
fortalecimiento y especialización del órgano encargado de la tarea
jurisdiccional: el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federa-
ción (tepjf); pero también ha conllevado una secuencia de reformas
electorales desde el ámbito legislativo, cada una de las cuales ha sido
impulsada por una coalición perdedora de la elección presidencial
anterior,1 con el objetivo explícito de corregir las fallas de la organi-
zación o jurisdicción electoral, aunque con la intención implícita de
modificar la regla que creyeron que los había perjudicado en la elec-
ción previa. Así, desde el inicio del actual sistema electoral mexicano
—en el sentido amplio de Nohlen—, en 1997, se han dado cuatro re-
formas electorales de gran calado (Rabasa 2012), tres de ellas inmedia-
tamente después de cada una de las elecciones presidenciales, además
de otros cambios menores en diferentes momentos.
De lo anterior se desprenden dos preguntas: ¿por qué se mantiene
la desconfianza entre los actores políticos mexicanos y los propios ciu-
dadanos respecto de los procesos electorales?,2 y ¿por qué los partidos
sostienen prácticas irregulares en los procesos electorales luego de 14
años consecutivos de una democracia con comicios competitivos?
Si se comparan los años de democracia liberal o procedimental de
los 20 países latinoamericanos a lo largo de los siglos xx y xxi, se pue-
de observar que las democracias con menos trayectoria son, en primer
lugar, Haití con 9 años y, en segundo lugar, México con 14. Alternati-
vamente, hay otras con mucha mayor experiencia: Costa Rica con 100
años, Chile con 92 y Uruguay con 74. Las diferencias son notorias. El

1 “Si las reformas anteriores fueron promovidas fundamentalmente por los partidos de izquierda,
como producto del escenario de conflictividad vivido en las elecciones de 2006, así como por
la posterior propuesta y la crispación ciudadana de los derrotados, las reformas de 2014 fueron
impulsadas tanto por la izquierda como por el Partido Acción Nacional, que no sólo había
perdido la elección en 2012, sino que también perdió la Presidencia de la República” (Salazar
Burgos 2014, 35-6).
2 Según la medición de opinión pública que realizó Latinobarómetro en 2015, México ocupó el
último lugar en cuanto a elecciones limpias respecto de todos los países de la región.

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

grado de experiencia democrática que los actores políticos tienen en


los países mencionados es un factor que se debe tomar en cuenta en la
dinámica política y en sus respectivos resultados, o como actualmen-
te se reconoce: calidad democrática (Morlino y Diamond 2005, ix-lx).
Si bien una de las características fundamentales de la democracia es
su rasgo electoral competitivo, otro aspecto complementario es la ca-
pacidad de los actores políticos para ponerse de acuerdo o para nego-
ciar determinadas decisiones. Los temas centrales de esa conciliación
son de distinto carácter: respecto de las reglas de juego de la compe-
tencia —por ejemplo, las normas electorales—, los pactos electora-
les y las candidaturas —alianzas—, la distribución de los cargos en el
gabinete —gobiernos de coalición— o en la dirección de las Cámaras
legislativas y, finalmente, los acuerdos en determinadas políticas pú-
blicas —consensos normativos— (Przeworski 1995, 38-40). Este tipo
de acuerdos suele ser propiciado, como bien señala Nohlen, por deter-
minadas características del sistema electoral —en su sentido estricto—,
del sistema de partidos o del tipo de gobierno, pero cabe destacar
que las democracias con mayor experiencia han generado prácticas
coalicionistas que han contribuido a la estabilidad del régimen y a la
gobernabilidad.
Por lo tanto, la competencia política no es necesariamente contra-
dictoria con la cooperación y, por ende, con los acuerdos interpartida-
rios. Ambas dinámicas tienen distintos momentos y muchas veces los
resultados de un proceso competitivo abren los canales de la comuni-
cación entre los actores políticos y viceversa. No obstante, democra-
cias jóvenes, como la mexicana, o no tan recientes, como la peruana, la
ecuatoriana y la argentina, privilegian exclusivamente la dimensión de
la competencia, incluso fuera del ámbito electoral: una férrea crítica
de la oposición al gobierno o inversamente un rechazo tajante de las
opiniones de la oposición por parte del Poder Ejecutivo.
Si se traslada este carácter hipercompetitivo de determinados regí-
menes políticos latinoamericanos al ámbito electoral, se puede obser-
var un afán desmesurado de ganar unos comicios a cualquier costo, sin
importar la ilegalidad de los medios utilizados: clientelismo, compra
de votos, gastos superiores a los permitidos por la norma, extorsiones,
acarreo de votantes y muchas otras variantes de malas prácticas elec-
torales. En ese contexto, en el que todos los actores reproducen este

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Introducción. Las metarreglas del juego electoral

modelo de conducta ilegítima e ilegal, los comicios pierden calidad y


confianza, sin importar lo estricta y exhaustiva que pueda ser su nor-
ma electoral o la capacidad de aplicación de esta por parte de los órga-
nos administrativos y jurisdiccionales electorales.
La mala calidad de los procesos electorales se reproduce en un pro-
ceso complejo y de rápida maduración temporal que se puede descri-
bir como un círculo vicioso. Se emplea el concepto metarregla para
ilustrar una trayectoria histórica —de largo plazo— de una determina-
da conducta electoral. La primera metarregla de todo juego, incluido
el electoral, es “el que hace trampa, gana”. En ese sentido, un desnivela-
miento o ventaja de alguno de los jugadores perjudica automáticamen-
te al adversario. La consecuencia de dicha práctica es la pérdida del
equilibrio del juego, que consiste en la inexistencia de alternancias de
las ganancias y de las pérdidas entre sus participantes o actores. Por
lo tanto, solo uno de los jugadores tendrá triunfos consecutivos y los
perdedores empezarán a desconfiar de los resultados y a sospechar
de la existencia de algún tipo de trampa.
El siguiente acto de este círculo vicioso es que los perdedores re-
currirán a fraudes similares para tratar de recuperar los triunfos. En
ese momento, todos los actores rechazarán los resultados del juego en
caso de que no los favorezcan, acusando a su adversario de haber co-
metido trampas, en lo que ambos tendrán razón. El resultado de que
todos los jugadores hagan trampas es, paradójicamente, una recupe-
ración del equilibrio del juego: nuevamente habrá triunfos y derrotas
distribuidos entre todos; no obstante, este equilibrio ya no es legítimo,
porque tales triunfos son recusados inevitablemente por la parte con-
traria. Como se desprende lógicamente de este equilibrio vicioso, el rol
de los órganos administrativos y jurisdiccionales resulta notablemente
exigido, en tanto que el volumen de denuncias y apelaciones se incre-
menta exponencialmente, con lo cual se abre paso a lo que se denomi-
na judicialización de la política (Ferrera 2012, 183-97).
La segunda metarregla de cualquier juego es “aquel que coopta al
árbitro, gana”, lo cual se refiere a la posibilidad o capacidad de alguno
de los actores para lograr que el árbitro lo favorezca permanentemente
en las decisiones que tome respecto de los procesos judiciales en torno
a los resultados electorales. Este proceso de cooptación se puede lo-
grar de diferentes maneras.

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

1) Mediante la influencia que los actores políticos tengan para


nombrar a los árbitros electorales, de tal manera que los desig-
nados respondan a un vínculo de lealtad con los que decidieron
su nombramiento.
2) Por medio de la corrupción directa, es decir, por algún tipo de bene-
ficio económico que el actor político otorgue directamente al juez.
3) Con amenazas dirigidas contra el árbitro por parte de los jugado-
res, ya sea respecto de su actual situación laboral, de su futura con-
dición profesional por medio de un posible veto o, incluso, contra
su integridad f ísica.

No obstante que los árbitros pueden tener distintos mecanis-


mos para defenderse de estas prácticas invasivas por parte de los par-
tidos y los políticos, el escalamiento del círculo vicioso tiene como
objetivo capturar a los jueces electorales y, por tanto, se genera una
tensión adicional en todos ellos, más allá de su regularmente densa la-
bor jurisdiccional. En caso de que alguno de los jugadores tenga éxito
en esta metarregla y sea favorecido sistemáticamente por las senten-
cias judiciales, el juego tendrá un segundo momento de desequilibrio:
nuevamente los triunfos quedarán asentados en un solo sector del
campo de juego. En este caso, los perdedores no solo desconfiarán
de sus adversarios, sino que ahora recusarán al árbitro y desconfiarán del
juego en su conjunto.
La tercera metarregla del juego es “el que utiliza la violencia, gana”.
Esta es la última estrategia por la cual prima un ganador, no por el
resultado del juego, sino por la eliminación del adversario. En este mo-
mento se clausura el juego competitivo de la democracia y se pasa a
un régimen autoritario, lo cual incluso conlleva la desaparición de los
árbitros o, en todo caso, a que pasen a ser figuras pasivas o decorativas
de un nuevo sistema político, también denominados recientemente en
la academia como autoritarismos competitivos (Levitsky y Way 2010).
Si se regresa a las consecuencias de la segunda metarregla, se ob-
serva una recusación permanente del perdedor contra el vencedor, los
árbitros y el juego en su totalidad; por su parte, el ganador se verá incó-
modamente amenazado y aspirará a acallar las constantes y radicales
críticas e inconformidades de su rival, de tal forma que ambos coinci-
dirán en la misma idea: el objetivo ya no es ganar o perder, sino que el
problema es el “otro”. La solución: sacarlo del juego.

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Introducción. Las metarreglas del juego electoral

Quizá solo el régimen político en Venezuela, en los tiempos re-


cientes, ha escalado hasta la tercera metarregla. Mientras tanto, otros
sistemas electorales, en el sentido amplio, como el mexicano, se carac-
terizan por las prácticas de la primera metarregla: la predominancia
de las trampas por parte de todos los jugadores. La perversidad del
círculo vicioso consiste en que el actor que no hace trampas tiene más
probabilidades de perder, lo cual puede terminar haciéndolo desapa-
recer del juego electoral, en tanto que no logre pasar las vallas elec-
torales, deje de recibir recursos del Estado e, incluso, pierda su registro
legal como partido político.
La descripción del proceso puede servir para entender la recurren-
te existencia de malas prácticas electorales; la permanente desconfian-
za entre todos los jugadores y, consecuentemente, de los ciudadanos
respecto de estos mismos actores, y, finalmente, del fenómeno conoci-
do como la judicialización de la política.
Al retomar las reflexiones de Nohlen, en su segunda conferencia,
“Contexto y reglas institucionales en el desarrollo de la democracia
en América Latina”, del presente libro dice: “es aventurado suponer
que las instituciones crean ellas mismas las condiciones para su buen
funcionamiento” y como consecuencia de lo anterior: “es aconsejable
no esperar demasiado de las reglas institucionales”. De tal forma que
si bien es positivo tener un conjunto de normas que regulen adecua-
damente el proceso electoral, clasificando exhaustivamente las diver-
sas faltas, incentivando las buenas prácticas y permitiendo el castigo
de las malas; no obstante, el otro foco de observación del politólogo se
orienta hacia los actores, aquellos que intervienen directamente en el
juego y que se constituyen en los protagonistas de la democracia mo-
derna: los partidos.
En ese sentido, en el caso mexicano, como en otras democracias
recientes, hay partidos que nacieron y crecieron en una dinámica au-
toritaria y que tienen que adaptarse para un juego de poder distinto,
como son las elecciones competitivas, cuyo principio es atraer más
votos. Sin embargo, hay determinadas actitudes que no cambian res-
pecto de su anterior habitus:3 ganar a toda costa, en un escenario en el

3 Para este trabajo se asume el concepto habitus de Pierre Bordieu (1988), que se refiere al
conjunto de esquemas generativos a partir de los cuales los sujetos perciben el mundo y actúan
en este.

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

que lo que se pierde en el tiempo presente se pierde definitivamente.


Por tanto, la proyección futura de estos jugadores es, principalmente, a
corto plazo.
Un marco cortoplacista en la política conduce a extremar estrate-
gias de ganancia. En la medida que un jugador considere que el largo
plazo no existe, entonces, estará dispuesto a utilizar cualquier medio
para obtener el triunfo electoral inmediato y a cualquier precio. En
un escenario con este tipo de actores predominará exclusivamente la
competencia sin visos de cooperación mutua, lo que dará como resul-
tado el ambiente ideal para que surjan las metarreglas de los círculos
viciosos de la política, cuyo único fin válido es el triunfo presente. La
crispación constante y la desconfianza mutua serán características
usuales de este tipo de degradaciones de los regímenes democráticos.
¿Cómo se puede superar o revertir un escenario como el descrito?4
Una respuesta desde una perspectiva histórica sería esperar que el tiem-
po transcurra y que los actores aprendan de sus propios errores mediante
la deslegitimación del modelo y de las crisis políticas que amenacen
con desaparecerlos del escenario político, como la crisis de Argentina
de 2001, en la que el clamor popular de las movilizaciones masivas
era “que se vayan todos”; con una eclosión del sistema de partidos que
desplacen a los actores tradicionales por otros nuevos —como los
casos venezolano, ecuatoriano y boliviano en la última década del siglo
xx y primera de la siguiente centuria— o, en el peor de los casos, con
un golpe de Estado de un outsider del sistema político —como Alberto
Fujimori en el Perú de 1992—.
Sin embargo, se puede considerar otro tipo de respuestas menos fa-
talistas y, en el fondo, menos pasivas. Una de las tradiciones ideológi-
cas de la democracia es el republicanismo (Pettit 1999), el cual destaca
el bien público como un aspecto fundamental de la práctica democrá-
tica. Pues bien, este valor implica una limitación o freno a los intereses
individuales de los actores. No obstante, si solo uno de los actores se
autorrestringe, como ya se mencionó anteriormente, está destinado a

4 Las ideas expuestas a partir de esta pregunta fueron inspiradas en los diálogos que quien esto
suscribe tuvo directamente con Dieter Nohlen en su visita académica a México, en razón del
homenaje al 50 aniversario de su obra científica, que se realizó el 21 y 22 de agosto de 2014,
en Villahermosa, Tabasco.

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Introducción. Las metarreglas del juego electoral

perder consecutivamente, por lo tanto, a desaparecer, lo cual conduce


a que nadie quiera adoptar esa conducta suicida.
La solución retoma diversas experiencias históricas de democra-
cias más avanzadas y con mayor trayectoria histórica y que pueden
ser asumidas por las menos experimentadas. Estas son las conductas
simultáneas de autorrestricción y de compromiso por respetar las re-
glas del juego electoral y, en general, de todo el marco de la demo-
cracia representativa: rendición de cuentas, capacidad de respuesta a
las demandas ciudadanas, transparencia, respeto al equilibrio de los
poderes, etcétera. Tales conductas tienen distintos nombres como
“pactos éticos” o “acuerdos de gobernabilidad”, por medio de los cuales
se propone una agenda de cooperación entre los actores de la política
que, sin eliminar la necesaria competencia por los cargos de elección
popular, fije límites a sus conductas, más allá de los que las normas
oficiales señalen.
Este tipo de acuerdos supera necesariamente la agenda inmediata,
por tanto, apunta a reglas no escritas —informales— que con el tiempo
se pueden formalizar —incorporándose a las leyes—, pero que deben
darse de cara a la sociedad y con su participación. Una advertencia
respecto de estos acuerdos es que pueden convertirse en mecanismos
excluyentes de la élite, que limiten la competitividad y produzcan una
alternancia cerrada a pocos partidos, como sucedió con el Pacto de
Punto Fijo en Venezuela en 1958, que finalmente devino en una parti-
docracia, en la cual la competencia quedó prácticamente eliminada, en
beneficio de un tipo de cooperación bipartidista que solo sirvió para
incrementar la corrupción, bloquear la entrada de nuevos partidos y
sin contrapesos ni oposición real. La progresiva deslegitimación de
este modelo fue aprovechada por caudillos populistas y autoritarios
que desmantelaron el juego en su conjunto desde finales del siglo xx
hasta la actualidad.
La participación política de los ciudadanos también es un factor
relevante para poner un freno a las estrategias cortoplacistas de los
partidos políticos e incorporar bienes colectivos, aun cuando estos va-
yan en contra de los intereses inmediatos de los representantes —por
ejemplo, el secretismo de las decisiones y del patrimonio individual
que tienen los políticos—.

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

Sin embargo, la participación ciudadana también puede ser un ries-


go para la democracia: cuando esta pretende reemplazar los mecanis-
mos representativos y la división de los poderes. En fin, las soluciones
nunca son permanentes ni de eficacia segura e inmediata y, tal como
insiste Dieter Nohlen, el contexto de cada caso importa para el análisis
y la implementación de alguna medida que pretenda mejorar la cali-
dad de las elecciones y, en general, para incrementar la calidad de las
democracias.

Fuentes consultadas

Bordieu, Pierre. 1988. La distinción. Madrid: Taurus.


Ferrera Bravo, Gonzalo. 2012. “La judicialización de la política. El caso
de México en perspectiva comparada”. ius. Revista del Instituto de
Ciencias Jurídicas de Puebla A. C. 30 (julio-diciembre): 172-203.
Levitsky, Steven y Lucan A. Way. 2010. Competitive Authoritarianism:
Hybrid Regimes After the Cold War. Problems of International
Politics. Cambridge: Cambridge University Press.
Morlino, Leonardo y Larry Diamond, eds. 2005. Assessing the Quality of
Democracy. Baltimore: The Johns Hopkins University Press.
Pettit, Philip. 1999. Republicanismo: Una teoría sobre la libertad y el
gobierno. España: Paidós Ibérica.
Przeworski, Adam. 1995. Democracia y mercado: reformas políticas y
económicas en Europa del Este. Cambridge: Cambridge Univer-
sity Press.
Rabasa Gamboa, Emilio. 2012. Las reformas constitucionales en materia
político-electoral. México: iij-unam/pnud.
Salazar Burgos, Ramón. 2014. Implicaciones de la reforma político elec-
toral en México. En Vientos de cambio: de la reforma político
electoral 2014 a las nuevas formas de hacer política electoral. Se-
minario permanente de análisis electoral, t. III, coords. Abraham
Paniagua Vázquez et al. Ciudad Juárez: Amecip/El Colegio de
Chihuahua/Instituto Estatal Electoral de Chihuahua.
Salazar Ugarte, Pedro. 2014. Política y derecho. Derechos y garantías.
Cinco ensayos latinoamericanos. México: Editorial Fontamara.

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Institucionalidad y evolución
de los procesos electorales.
México en comparación*

Dieter Nohlen**

Estimadas señoras, estimados señores:

Reciban un cordial saludo. Muchísimas gracias a los organizadores


de este homenaje y seminario internacional. Les agradezco la inicia-
tiva de su realización, así como la invitación a inaugurar la parte aca-
démica. Mi agradecimiento particularmente a Arturo Núñez por su
apoyo para la celebración de esta actividad y por su presencia, imagi-
nándome que le sobran compromisos como gobernador del estado de
Tabasco. Agradezco la honrosa presencia de distinguidos miembros
de las entidades de administración y jurisdicción electoral y de entidades
académicas, principalmente, a los rectores de las universidades de
Villahermosa y Cárdenas. Asimismo, mi agradecimiento a Jesús Tovar,
secretario de Relaciones Internacionales de la Asociación Mexicana
de Ciencias Políticas (Amecip), por su cordial y eficiente labor organi-
zativa. Para mí, Jesús es la parte visible de la logística del homenaje y
seminario, de modo que con él agradezco a todas las demás personas
que apoyaron para la celebración. Finalmente, doy las gracias a José
Reynoso, quien se doctoró conmigo en Heidelberg y sigue como es-
trecho colaborador en mis actividades académicas relacionadas con

* Conferencia magistral dictada en el seminario internacional “La institucionalidad electoral


en América Latina: dilemas de la estabilidad y la adaptación”, el 21 de agosto de 2014, en
Villahermosa, Tabasco.
** Agradezco muchísimo el apoyo de José Reynoso Núñez en la revisión de este manuscrito.

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Institucionalidad y evolución de los procesos electorales

México y Latinoamérica, por la gentil presentación de mi persona y por


haber transmitido la esencia de mi ciencia política en términos episte-
mológicos y de contenido. Por otra parte, muchas gracias a todos los
participantes en el seminario, si vienen de cerca o de lejos, por sus con-
tribuciones y, por supuesto, también a los asistentes por su interés en
los temas que vamos a discutir. De igual manera, mi agradecimiento
a los amigos mexicanos que me acompañan en este momento muy
emotivo. Espero que el encuentro sea provechoso para todos.
Al recordar 50 años de investigación y enseñanza, conviene detallar
que casi 45 de estos han tenido que ver de alguna manera con América
del Sur y 25 años con México, con la academia y la política mexicana.
El primer contacto con México se estableció en Costa Rica, en
el marco de las actividades del Instituto Interamericano de Dere-
chos Humanos (iidh) y su Centro de Asesoría y Promoción Electoral
(capel), a finales de la década de 1980. Allí me encontré con un grupo
de mexicanos, entre ellos, Francisco Berlín Valenzuela, con quien me
une, desde entonces, una larga amistad. La primera invitación que re-
cibí para visitar México fue por parte de José Luis Soberanes, entonces
director del Instituto de Investigaciones Jurídicas (iij) de la Univer-
sidad Nacional Autónoma de México (unam), en abril de 1992, para
participar en el coloquio Sistemas de Calificación Electoral. Un parti-
cipante mexicano dijo, respecto de la calificación electoral en México
y su reforma, que

no cabría esperar que un grupo político detentador del poder no persiguiera


aprobar un régimen jurídico electoral para beneficiar sus propios intereses. Lo
mismo hacen las minorías al volverse mayorías (Ovaciones 1992).

En aquel coloquio yo había ido a mostrar expectativas y posibilida-


des de alternativas, siempre tomando en cuenta el contexto, o sea, sin
insinuar que fuera posible trasladar sin más el sistema de calificación
políticamente neutro de Alemania a México.
Uno de los encuentros posteriores fue un hito en mis viajes a
México. Me ofrecieron pronunciar la conferencia magistral en el acto
de la integración de México en la Unión Interamericana de Organis-
mos Electorales (Uniore), en julio de 1996, que se desarrolló con la
participación de las altas autoridades políticas de este país y en un

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

lugar emblemático: el Museo Nacional de Antropología. Dicha con-


ferencia, “La trilogía: sistema de gobierno, sistema electoral y sistema
de partidos”,1 fue un análisis metodológico de cómo tratar el objeto
indicado, intentando diseñar pautas de relaciones causales entre las
variables estudiadas y no solo de manera unidimensional, tan usual
en la ciencia política, sino de manera circular, es decir, viceversa, o
sea, de manera sistémica. En todas mis actividades académicas en
México, con el tratamiento del objeto de estudio, siempre he intenta-
do transmitir un conocimiento epistemológico, especialmente el saber
del arte de comparar, sistemáticamente y de manera sensible al con-
texto. En el libro El contexto hace la diferencia, publicado por la unam
en 2003, resumo mi enfoque histórico-empírico que se distingue
del empírico-estadístico —tan de moda en la ciencia política, princi-
palmente en la anglosajona— del que Giovanni Sartori dice con razón
que no lleva a ninguna parte.
Al final de dicho encuentro, me llegó la invitación por parte del
entonces presidente Ernesto Zedillo Ponce de León para dialogar con
él acerca de la reforma electoral. De ese muy intenso diálogo recuerdo
haber insistido —de la manera diplomáticamente correcta— en que
tendría que proponerse una reforma definitiva; ese era el término
que utilicé. Le expliqué que entendía por este concepto una reforma
diferente a tantas anteriores que habían contribuido a abrir un poco el
sistema político mexicano, pero que en resumen eran continuistas, al
fortalecer, en el mismo instante, en otros ámbitos de la legislación
electoral, el control de los procesos electorales por parte del partido
dominante. Era tiempo para una reforma que hiciera la diferencia, una
reforma definitiva que implantaría comicios libres y honestos. Poste-
riormente, algunos funcionarios de la Secretaría de Gobernación me
comentaron que dichas sugerencias habían tenido impacto. Mi con-
cepto de reforma definitiva entró, incluso, en la exposición de motivos
de la reforma.
Todos los especialistas hemos aplaudido la reforma electoral de
1996, que creó instituciones administrativas y de jurisdicción elec-
toral totalmente independientes del Poder Ejecutivo, del Instituto

1 Véanse Uniore (1996) y Lipset, Nohlen y Sartori (1996).

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Institucionalidad y evolución de los procesos electorales

Federal Electoral (ife) —ahora Instituto Nacional Electoral (ine)— y el


Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (tepjf). Los efec-
tos inmediatos se mostraron en las elecciones parlamentarias del año
siguiente, en las que el Partido Revolucionario Institucional (pri) perdió
la mayoría absoluta de escaños, y más claros, en la elección presiden-
cial de 2000, en la que venció el candidato del Partido Acción Nacional
(pan) y se abrió la alternancia en el gobierno con base en elecciones
limpias. Los efectos a largo tiempo todavía no se han presentado como
convendría, pues México vive un cierto dilema: por un lado, tiene una
administración y una jurisdicción electorales que destacan en Améri-
ca Latina por su calidad. Este juicio lo defiendo por estudio y convic-
ción, no lo entiendan, por favor, como amabilidad, por sentir simpatía
hacia ustedes. Los criterios los entrega el Tratado de derecho electo-
ral comparado de América Latina, que preparé en Heidelberg y pu-
bliqué como obra colectiva, editada con colegas que me apoyaron en
este proyecto, especialmente mi compañero y amigo mexicano José de
Jesús Orozco Henríquez. El juicio lo defiendo, aunque hay razones pa-
ra debatir tendencias generales críticas a la justicia electoral, que en su
momento el eminente Héctor Fix-Zamudio planteó en términos de la
judicialización de la política y de la politización de la jurisdicción, una
disyuntiva a la que me he referido también en otras oportunidades.2
Por otro lado, los mexicanos siguen desconfiando, o sea, no superan
esta postura o mentalidad de la que hablaba el conferencista de 1992,
respecto de que los políticos persiguen “aprobar un régimen jurídico
electoral para beneficiar sus propios intereses” (Ovaciones 1992), pero
la realidad electoral es otra —aunque quedan problemas—.3 En sínte-
sis: México ha dejado atrás la dictadura política, pero no la dictadura
de la desconfianza.
Respecto de dicha tesis, es importante diferenciar entre causas y
efectos de la desconfianza. Como se sabe, en México, sobre todo desde
la década de 1990, el aparato de administración y jurisdicción elec-
toral se ha fortalecido enormemente, precisamente para combatir la
desconfianza en la organización de las elecciones y en la conducta de

2 Véase Nohlen (2015a).


3 Véase, por ejemplo, respecto del ámbito local Méndez y Loza (2013).

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

los actores políticos frente a esta.4 El número de asuntos que llegan al


tepjf se ha incrementado notablemente. Ello se ha interpretado como
un aumento en la confianza en la jurisdicción electoral y, por tanto, en
una disminución de la desconfianza. Esta conclusión, aparentemente
acertada, confunde, sin embargo, la causa con el efecto. La dictadura
de la desconfianza a la que me he referido se ubica en la causa, sin la
cual no se requeriría la existencia de sofisticadas instituciones elec-
torales y de cientos de resoluciones jurisdiccionales electorales que
constituyen el efecto de la desconfianza. El incremento en los recursos
jurisdiccionales presentados indica precisamente que se sigue descon-
fiando en la conducta del otro o en la autoridad electoral revisada. La
confianza que se expresa al acudir al Tribunal Electoral se ubica en
un plano diferente, en el de los efectos de la desconfianza, y no debe
confundirse con una supuesta disminución de la desconfianza que se
ubica en el plano de las causas.
Al lado de la temática electoral, desde finales de la década de 1980,
se había planteado el problema del sistema de gobierno, entre presiden-
cialismo y parlamentarismo. Yo iba a contradecir las tesis del maestro
Juan J. Linz (1994) que se resumieron en sus términos en los “riesgos
del presidencialismo” y “las virtudes del parlamentarismo”, así como
en la virulenta recomendación a los latinoamericanos de sustituir su
sistema presidencial por uno de tipo parlamentario. Mi crítica era, por
una parte, de orden metodológico, contradiciendo así los argumentos
científicos de Linz, y, por otra, de orden histórico-político: América
Latina no necesita un cambio de la forma de gobierno con incalcula-
bles riesgos de desgobierno, sino una adaptación del presidencialismo a
prácticas de origen parlamentario, reformas incrementalistas para co-
rresponder mejor a criterios de gobernabilidad democrática.5 En nin-
gún otro país latinoamericano he sentido mi mensaje mejor recibido
que en México. En el campo constitucionalista, me refiero especial-
mente a Diego Valadés, en aquel tiempo director del iij de la unam.
Hemos intercambiado ideas bastantes veces, él más orientado a la
descentralización de las funciones del Poder Ejecutivo (Valadés 2004),

4 Véanse Andrade (2010) y Galván (2013).


5 Acerca del presidencialismo en la actualidad en América Latina, véase en esta obra la
conferencia “México y el desarrollo de los regímenes presidenciales en América Latina”.

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Institucionalidad y evolución de los procesos electorales

como enseñan los sistemas parlamentarios, y yo más bien dedicado


a la relación entre el Ejecutivo y el Parlamento y a su flexibilización
(Nohlen y Fernández 1991 y 1998). En el debate en México, ambos fuimos
apoyados por Jorge Carpizo (1999, 2000 y 2007), quien en su estudio
comparativo de las propuestas de reforma favorecía las nuestras.
Es con base en esta problemática que conocí más de cerca a mi
querido Arturo Núñez. Por cierto, nos habíamos encontrado antes, en
relación con los asuntos electorales, pero —y él me lo va a perdonar—
no recuerdo bien cuándo y en qué lugar. Pero sí tengo un recuerdo muy
vivo de las reuniones con políticos de diferentes partidos del Grupo de
Enlace, que Arturo coordinaba y a las que me invitaba, cuando pasé
por el Distrito Federal, para hablar de —para decirlo con un solo con-
cepto— cultura coalicional, es decir, de concertaciones, acuerdos, pac-
tos, coaliciones de gobierno, etcétera, técnicas de gobierno emanadas
del parlamentarismo europeo para plantearlas en el presidencialismo
latinoamericano.
Arturo abrió una puerta hacia la política práctica y su comprensión.
No conviene relacionar esta iniciativa con un desarrollo más reciente.
Sin embargo, veo con mucha simpatía la nueva valoración de los pactos
en la política mexicana que incluso ha llegado a rango constitucional
con la reforma del 10 de febrero de 2014, en la que se incluyó la posi-
bilidad para que el presidente de la República opte “por un gobierno
de coalición con uno o varios de los partidos políticos representados
en el Congreso de la Unión” (cpeum, artículo 89, fracción XVII).
Ha llegado el punto de terminar el relato temático-personal de mis
contactos con México. Me gustaría realizar una pequeña comparación
entre tres países en relación con un objeto de investigación, una com-
paración entre Alemania, España y México en cuanto a sus respectivos
sistemas electorales. Para efectuarla, conviene, en primer lugar, dar-
se cuenta del sentido científico de una comparación. Se compara pa-
ra conocer mejor el caso individual. El que conoce un solo caso, no
lo conoce bien. Es por comparación que se precisa lo individual. En
Latinoamérica, a menudo se encuentran reticencias a este ejercicio.
Se favorece el análisis histórico genético. Florece la idea de que el país
propio es especial y que no se le puede comparar. Se insinúa que ha-
cerlo es pensar los casos como iguales. La función de comparar es otra;
es detectar las similitudes y las diferencias. Los casos de contraste

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

son, científicamente hablando, los más valiosos, porque sirven para


precisar los resultados de los análisis que se centran en descubrir cau-
salidades entre los factores en juego.
En segundo lugar, conviene precisar qué se entiende por sistema elec-
toral. En Alemania y España se practica una definición restringida: el
sistema electoral define cómo los electores expresan sus preferencias
políticas, o sea, cómo votan y cómo los votos se convierten en escaños
o en puestos de poder, es decir, las reglas que gobiernan este proceso
de conversión. Se va a utilizar este concepto, aunque en México a me-
nudo se aplica uno más amplio que incluye la estructura institucional
de todo el proceso electoral, desde el registro electoral hasta el conten-
cioso electoral.
En tercer lugar, hay que saber clasificar, o sea, no solo describir
bien los diferentes sistemas electorales que a menudo no se logra por
omisión de los elementos claves, sino de ordenarlos según su tipo. La
ciencia política es una disciplina generalizadora. La clasificación no
solo sirve para ordenar, sino también para el análisis causal, para ads-
cribir a tipos de sistemas determinados efectos políticos como lo hizo
Maurice Duverger (2001 versión) en su clásico estudio de los partidos
políticos.6 Clasificar bien se ha complicado por la presencia de nue-
vos sistemas electorales que no encajan en las categorías tradicionales,
lo que no se resuelve con agruparlos todos en un bloque de sistemas
mixtos, lo que he repetido tantas veces. Esa labor de abstracción es
muy importante también en el campo de las reformas electorales, y
especialmente para un país como México, en el que la reforma como
concepto y proyecto tiene un significado histórico y político extraordi-
nariamente atrayente. En el ámbito de los sistemas electorales, la ob-
servación empírica afirma que hay muchas reformas electorales en el
mundo, pero pocas que atañan el tipo de sistema electoral vigente.7 Si
no se da cuenta del grado de abstracción de estas afirmaciones, no se
pueden entender bien.8

6 Véase Nohlen (2013b).


7 Véase en esta obra la conferencia “Contexto y reglas institucionales en el desarrollo de la
democracia en América Latina”.
8 Véase Nohlen (2013a).

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Institucionalidad y evolución de los procesos electorales

En cuarto lugar, hay que saber subsumir casos individuales a tipos


de sistemas. Respecto a esta comparación, España tiene un sistema pro-
porcional en circunscripciones plurinominales variables, de diferentes
tamaños. Es un clásico sistema de representación proporcional al lado
del otro que funciona sobre la base de que los partidos reciben un es-
caño para cierta cantidad de votos, alcanzados a lo largo de un país.
Alemania y México tienen un sistema electoral combinado. Combinan
proporcionalidad y uninominalidad, pero de diferente manera, por
lo que constituyen diferentes tipos de sistemas electorales. Alemania
tiene un sistema de representación proporcional personalizado. Para
precisar: el votante puede inclinarse (con su primer voto) por perso-
nas en distritos uninominales y también (con un segundo voto) por
listas plurinominales en circunscripciones plurinominales, pero pa-
ra la composición política del Parlamento rige la proporcionalidad.
México tiene un sistema segmentado. La mayor parte del Parlamento
(300 diputados) se elige por el sistema de mayoría relativa; la otra parte
(200 diputados), dividida en cinco circunscripciones plurinominales
de 40 diputados, se elige por representación proporcional. Hay más
detalles divergentes, pero las características mencionadas bastan para
su clasificación. En España se debate una reforma (especialmente en el
ámbito de las autonomías) que significaría cambiar el tipo de sistema
electoral. El sistema alemán sirve de modelo. Alemania y México re-
cién han legislado reformas en el molde del sistema electoral vigente.
En quinto lugar, la comparación necesita criterios de evaluación.
Al igual que todo análisis de ciencia política, el comparativo tiene que
proceder al juicio acerca de sus resultados. La comparación es incluso
una de las premisas que lo permiten. Sin embargo, para que esto resul-
te, hacen falta sanos criterios. En el pasado se han favorecido criterios
que provenían de la teoría o de la ética política que llevaba a menudo a
evaluaciones negativas de la realidad. También se favorecía enjuiciar la
realidad con base en un solo criterio, por ejemplo, la proporcionalidad,
aplicado en términos de un pensamiento excluyente según la fórmula
“sí” o “no”. Además, se aplica el criterio de lo que estadísticamente es
medible y comparable, excluyendo aquellos que no lo son —un proce-
dimiento que sigue estando de moda—.
Los criterios que he propuesto han emanado de la observación de
un sinnúmero de procesos de reforma electoral. Son criterios de una

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

comparación sistemática de orientación histórico-empírica, multidi-


mensional y de un pensamiento no excluyente, según la fórmula “tanto
esto como lo otro”, los cuales son: primero, representación; segundo,
concentración; tercero, participación; cuarto, sencillez, y quinto, le-
gitimidad. La pregunta es si los sistemas electorales cumplen con las
funciones respectivas.
La primera función, la de representación, requiere observar si el
sistema electoral permite que esta en dimensiones partidísticas sea
proporcional. Cuando hay demasiada desproporcionalidad entre vo-
tos y escaños, muchas veces se considera como problemático y puede
generar fuerte crítica al sistema electoral.
Comparando los tres sistemas electorales según este criterio, el
sistema alemán de representación proporcional personalizada es al-
tamente proporcional. La razón es que la fórmula proporcional
para convertir votos en escaños se aplica en el ámbito nacional. Una
barrera legal de 5%, en general, no distorsiona este efecto. La fórmula
para la conversión es de las más proporcionales.
El sistema español consta de un alto grado de desproporcionalidad
entre votos y escaños. La fórmula proporcional se aplica en el ámbito
de las circunscripciones. El tamaño de estas en su gran mayoría va de
pequeño a mediano (en 30 se eligen solo 6 o menos diputados), lo
que limita la proporcionalidad en el ámbito de las Cortes Generales.
Rige una barrera legal de 3%, pero esta no incide mucho en la despro-
porcionalidad. El efecto del tamaño de la circunscripción es tal que la
barrera legal se hace notar solo en las circunscripciones muy grandes,
en Madrid y Barcelona. Tampoco incide mucho el método D’Hondt por
sí mismo. Este es una fórmula proporcional que, comparada con otras,
opera ligeramente en favor de un partido mayor a otro, o sea, no explí-
citamente en favor del mayor en votación. Importa, eso sí, la cantidad
de veces de la aplicación de dicho método. En el caso español su uso es
alto por el gran número de circunscripciones: el método D’Hondt se
aplica 50 veces.
El sistema electoral segmentado de México, en principio, es aún
menos proporcional en cuanto a la relación entre votos y escaños, idea
que el propio legislador ha confirmado al llevarlo a introducir límites
de sobrerrepresentación al partido más votado (a lo que está referido
más adelante). La fórmula proporcional se aplica solo para dos quintos

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Institucionalidad y evolución de los procesos electorales

de los diputados. Rige también una barrera legal que puede tener cier-
to efecto desproporcional debido a que —en contraste con España—
las circunscripciones plurinominales son grandes, pero dicha barrera
no interviene en la competencia entre los tres grandes partidos.
La segunda función es la de concentración o efectividad, que se en-
tiende como antónimo de fragmentación. Positivamente, esta función
podría llamarse también de gobernabilidad, dado que trata de procu-
rar la formación de mayorías parlamentarias en apoyo a la gestión eje-
cutiva. Esta función corresponde a la idea de que en unas elecciones
no se miden simplemente las preferencias políticas, sino que se con-
forma, por medio de las campañas electorales, la voluntad política de
la nación.
El sistema alemán no es proclive a la fragmentación, pero depen-
diendo del voto, puede favorecer la concentración por medio de la ba-
rrera de 5%, como ocurrió desde mediados de la década de 1950 en
adelante. Sin embargo, salvo en una oportunidad, siempre ha sido ne-
cesario formar gobiernos de coalición entre uno de los mayores par-
tidos y el restante pequeño. Desde la década de 1980, la barrera legal
no impidió el desarrollo hacia un sistema multipartidista, en el que a
veces la única manera de organizar un gobierno mayoritario es formar
una gran coalición entre los dos partidos mayores.
El sistema electoral español consta de un notable efecto de con-
centración que se acerca al que se conoce en sistemas mayoritarios. El
principal causante es, como ya se explicaba, el tamaño de las circuns-
cripciones. El alcance de este efecto es tan alto que se ubica en el límite
de lo que legítimamente se puede llamar representación proporcional.
Más allá del efecto mecánico, el efecto psicológico ayuda a la concen-
tración, pues los electores, cuando entienden la mecánica del sistema
electoral, lo aplican razonablemente, conforme a la lógica del voto útil.
En las pequeñas circunscripciones votan más frecuentemente por los
partidos políticos que tienen posibilidades de alcanzar un escaño. Solo
en las grandes circunscripciones funciona la representación propor-
cional, según su ideario.
El principal indicador de este efecto concentrador es el porcentaje
mínimo que alcanza un partido político para conseguir una mayoría
absoluta en las cortes. Dadas ciertas circunstancias, este puede alcan-
zar una mayoría absoluta (manufacturada) en escaños con 42% de los

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

votos.9 El segundo indicador lo constituye la observación empírica de


que ya cuatro veces —en circunstancias de un multipartidismo— un
partido político haya sido capaz de formar una mayoría absoluta
unicolor.10 En términos generales, el sistema electoral español favo-
rece a los grandes partidos de ámbito nacional, entre estos en primer
lugar al partido más votado. Siempre ha habido observadores que han
vinculado la gran estabilidad de los gobiernos en España con las virtu-
des de concentración del sistema electoral.
El sistema segmentado mexicano, en principio, favorece aún más
la concentración, un efecto que se ve matizado por la existencia de
un tripartidismo con baluartes electorales regionales de los diferen-
tes partidos.11 Ante el posible efecto concentrador que podría cau-
sar problemas de aceptación de los resultados electorales, el legislador
ha tomado precauciones constitucionales al limitarlo a una distancia
máxima de 8 puntos porcentuales entre los votos y los escaños del par-
tido más votado.12
La tercera función es la participación, concepto que se refiere a la
capacidad del elector de votar no solo por un partido político, sino
de escoger entre personas, de poder entregar un voto personal. El ob-
jetivo es establecer una relación de conocimiento y confianza entre
los electores y sus representantes. En Alemania, el elector tiene 2 votos
y, con el primero, escoge en el ámbito uninominal al candidato de un
partido que quiere que represente su circunscripción. Se atiende bien
la función de participación, sin que la uninominalidad esté vinculada

9 Véase el entonces pronóstico de Nohlen y Schultze (1985).


10 Véase Vallès y Nohlen (2010).
11 Esta estructura se confirma por los datos electorales. En el ámbito de los escaños uninominales,
desde las elecciones de 1997 en adelante, el Partido Revolucionario Institucional pudo ganar
cuatro veces más de la mitad de ellos (1997, 2003, 2008 y 2012), sin por eso llegar a formar una
mayoría absoluta en la Cámara de Diputados. El tercer partido siempre pudo participar en
los escaños uninominales, al menos logró 24, y llegó a conseguir hasta 90. En Alemania,
prácticamente solo los dos grandes partidos consiguen escaños uninominales.
12 Dice la Constitución: “En ningún caso, un partido político podrá contar con un número de
diputados por ambos principios que representen un porcentaje del total de la Cámara que
exceda en ocho puntos a su porcentaje de votación nacional emitida. Esta base no se aplicará
al partido político que, por sus triunfos en distritos uninominales, obtenga un porcentaje
de curules del total de la Cámara, superior a la suma del porcentaje de su votación nacional
emitida más el ocho por ciento” (cpeum, artículo 54, base V).

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Institucionalidad y evolución de los procesos electorales

con un efecto mayoritario. El votante dispone de 2 votos y colateral-


mente de efectos de equilibrio proporcional por medio de 2 repre-
sentantes por circunscripción, dado que muchas veces el perdedor
uninominal consigue un escaño plurinominal de su partido. En con-
traste, el sistema electoral español con sus listas cerradas y bloqueadas
no permite ninguna participación de este tipo. El elector vota la lista,
nada más. Esta restricción genera toda la polémica respecto de cómo
se constituyen estas listas, de quiénes intervienen en su conformación
y, por ende, de la falta de democracia interna de los partidos. Desde un
principio las listas cerradas y bloqueadas han sido el blanco central de
la crítica al sistema electoral español.13 Por cierto, la participación
es la función menos atendida por el sistema electoral español.
En México, el elector puede votar, con un solo voto, por un candi-
dato en el ámbito uninominal y por una lista, cerrada y bloqueada, en
el ámbito plurinominal. Ejerce un voto personal, pero más ligado al vo-
to de lista. No le es posible un voto dividido o cruzado (split voting), de
modo que su voto personal es más restringido comparado con el caso
alemán y, al mismo tiempo, en relación con otra función, más vinculado
con efectos mayoritarios.
La cuarta función es la sencillez o la transparencia del sistema elec-
toral. Es importante que el votante entienda bien la boleta electoral y
que sepa más o menos lo que está pasando con su voto en el proceso
de convertir votos en escaños.
En términos comparativos, el sistema alemán es más bien compli-
cado, lo que ya se vislumbra en la dificultad de describirlo y clasificarlo
bien. ¿Es proporcional o mixto? Por cierto, es proporcional. La gente
mira, sin embargo, la composición personal del Parlamento que cons-
ta de diputados elegidos por un voto personal en lo uninominal y de
otros, por un voto de lista en lo plurinominal. Además, el voto para un
partido hasta hace poco podía desvirtuarse en su contra (valor de voto
inverso), efecto sumamente complicado de entender. Con la reforma
al sistema electoral de mayo de 2013, incluso se ha lesionado la sim-
plicidad por intervención del Tribunal Constitucional Federal en su
afán por el máximo de proporcionalidad, expresado en la norma de la

13 Véase Santamaría (1994).

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

igualdad del valor de logro de los votos, la igualdad de cada voto en la


composición partidista del Parlamento (Nohlen 2014a).
El sistema electoral español es razonablemente simple y su mecáni-
ca bien entendible. Su efecto es previsible por parte del elector, lo que
permite un comportamiento electoral estratégico, que se comprueba
por el voto útil.
El sistema segmentado mexicano es también de manejo simple, en
la entrega del voto y su conversión en escaños. Se vuelve un poco cues-
tionable por arriesgar resultados, o sea, mayorías políticamente no de-
seadas. Para excluirlas, se han introducido regulaciones artificiales que
intervienen en la natural mecánica del sistema en el caso dado.
La quinta y última función es la legitimidad. Parece ser una fun-
ción englobalizadora, pues integra a las anteriores, pero en ocasiones
representa un fenómeno adicional, por ejemplo, cuando un sistema
electoral cumple técnicamente bien con las cuatro funciones ya men-
cionadas, es decir, que el sistema merece legitimidad por sí mismo,
por su calidad objetiva, pero no obtiene el suficiente reconocimiento
subjetivo de legitimidad, dado que se ve deslegitimado en la opinión
pública, impulsada por la sociedad civil y los medios de comunicación,
por alguna razón histórica o de interés político, que escapa al análisis
técnico-funcional. Estos parecen ser los casos de Alemania y México,
en los que tuvieron lugar reformas recientes al sistema electoral, sin
cambiar su tipo.
Otro indicador para medir la legitimidad puede ser la frecuencia
y la intensidad con que se discute la reforma del sistema electoral. El
caso español es el más llamativo. El debate “arrancó poco después de
su entrada en funcionamiento, hace ya treinta y cinco años, y ha veni-
do reiterándose desde entonces con diferentes intensidades” (Montero
1998, 37), siendo el de mitad de la década de 1990 especialmente am-
plio y rico.14 Sin embargo, en los debates de reforma, el sistema elec-
toral vigente supo defenderse frente a sus críticos. En este sentido, el
sistema español ha alcanzado una legitimidad considerable.
Respecto del diseño institucional, lo que vale tomar bien en cuenta
es que esas funciones simplemente no se pueden sumar, adicionar o

14 Véase Montero y Gunther (1994).

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Institucionalidad y evolución de los procesos electorales

acumular, sino que se encuentran en una relación mutua de trade-off.


Es decir, si una de estas gana en intensidad, otra puede perder en su
desempeño. Así, si se aumenta la función de representación de un sis-
tema electoral, se baja al mismo tiempo, tal vez, la función de concen-
tración y viceversa. O si se equilibran bien las tres primeras funciones
—como efectivamente los sistemas electorales combinados tratan
de hacerlo—, es muy probable que el sistema electoral pueda perder
en sencillez y transparencia y, si esto ocurre, puede hacerlo también en
legitimidad. Entonces, existe una relación compleja entre las funcio-
nes. Es muy importante que el legislador en materia electoral lo tome
en cuenta.
Resumiendo los resultados de la comparación, los tres tipos de sis-
temas electorales cumplen a veces de igual, a veces de diferente mane-
ra, las funciones señaladas. El sistema electoral español, como sistema
clásico, se diferencia más de los otros dos de tipo combinado, en
especial en relación con las funciones de representación y de partici-
pación. Como proporcional, es el de efectos más mayoritarios de los
tres. Además, es el menos participativo en términos de poder esco-
ger entre personas y no solo entre partidos. Esta función está mejor
cumplida en el sistema alemán, pero con el efecto de que resulta más
complicado, más aún en consideración de que el Tribunal Constitucio-
nal Federal insiste en que se cumpla con la función de representación
al máximo.15 El sistema mexicano parece el más equilibrado respecto
de las cuatro primeras funciones, y para México parece oportuno no
cambiar el tipo de sistema electoral. Es interesante que en España el
sistema alemán sirva como modelo en los debates de reforma, y en
Alemania el Tribunal Constitucional Federal —al sentenciar incons-
titucional el efecto del valor de voto inverso en 2008— propuso como
alternativa constitucionalmente viable el sistema segmentado, o sea, el
mexicano.
Frente a la situación de trade-off antes señalada, mi recomendación
es no priorizar ninguna función, es decir, alejarse totalmente del ex-
tremo de reducir las funciones del sistema electoral solamente a una
única función. Sin embargo, muchas de las contribuciones al debate

15 Véase Nohlen (2014c).

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

van en esa falsa dirección en todos los países; también en México. Por
ejemplo, cuando se propone reestablecer el sistema de mayoría rela-
tiva, eliminando la parte proporcional del sistema. Dado que convie-
ne siempre respetar lo contingente,16 es imperioso tratar de averiguar
cuáles de las cinco funciones tienen mayor importancia en el país con-
creto al cual se dirige la ingeniería política.17 En los casos de Alema-
nia y México, los argumentos de experiencia histórica han contribuido
mucho al diseño actual de los sistemas combinados.
Por otra parte, el sistema electoral se encuentra en debate continuo
en todos los países. Por cierto, hay épocas altas y bajas, se inflama y
cede alternativamente el interés por el sistema electoral y su refor-
ma. Nunca se termina definitivamente. Existe incluso una necesidad
de retomar el tema de los sistemas electorales de vez en cuando, dado
que en ocasiones la opinión pública pierde la memoria en cuanto a las
características y a las virtudes del sistema vigente. Sin embargo, hay
que diferenciar entre situaciones en las que el sistema electoral sigue
siendo un tema de discrepancia y conflicto continuo, lo que señala una
falta de legitimidad capaz de erosionar el sistema político, y otras en
las que ese debate se renueva de vez en cuando, lo que puede resultar
positivo, aunque no prospere una reforma, pues así se reafirma el sis-
tema vigente.

16 Véase Nohlen (2003).


17 Véase Nohlen (2006).

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Contexto y reglas institucionales
en el desarrollo de la democracia
en América Latina*

Dieter Nohlen**

Estimadas señoras, estimados señores:

Reciban mi cordial saludo. Muchísimas gracias al magistrado Juan


Carlos Silva Adaya, presidente de la Sala Regional Toluca del Tribunal
Electoral del Poder Judicial de la Federación (tepjf), y a la maestra
Jannet Valero Vilchis, directora de la Facultad de Ciencias Políticas y
Sociales de la Universidad Autónoma del Estado de México, por ha-
berme invitado, por medio del doctor Jesús Tovar, a pronunciar una
conferencia en esta sala emblemática de la Universidad.
El tema propuesto me ofrece la oportunidad de transmitir —aun-
que sea de forma muy rudimentaria— mi postura en relación con las
instituciones políticas, las cuales son importantes, pero no tanto como
piensan los institucionalistas de viejo cuño. Su significado depende del
contexto, el cual es, por cierto, en cuanto a su contenido, un concepto
muy vago. En mis consideraciones dirigidas a objetos de estudio bien
concretos, como son los sistemas de gobierno, electorales y de partidos
políticos, se entiende por contexto a los factores que intervienen en la
estructura y el funcionamiento de todos y cada uno de ellos, así como
también en su interacción. El efecto que tenga un sistema electoral de-
pende, por ejemplo, no solo de este, sino también de la estructura de

* Conferencia magistral, pronunciada en el Aula Magna de la Universidad Autónoma del Estado


de México, el 20 de agosto de 2014, en Toluca.
** Agradezco muchísimo el apoyo del doctor José Reynoso Núñez en la revisión de este manuscrito.

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Contexto y reglas institucionales en el desarrollo de la democracia...

las preferencias políticas mediante una población; el funcionamiento


de un sistema político está sujeto no solamente a su lógica, la goberna-
bilidad que ofrece tal sistema no obedece solo a su arquitectura, sino a
condiciones que es incapaz de generar. En este sentido, es aventurado
suponer que las instituciones crean ellas mismas las condiciones para
su buen funcionamiento, como se suponía en la propuesta de sustituir
el presidencialismo por el parlamentarismo en América Latina, con-
siderando implícitamente que los débiles sistemas de partidos se iban
a institucionalizar de manera tal que pudieran hacer viables mayorías
gubernamentales estables. Es aconsejable no esperar demasiado de las
reglas institucionales. Por lo demás, determinadas instituciones fun-
cionan bien en un cierto contexto, en otros no tanto. Como dice el títu-
lo de uno de mis libros que publicó la Universidad Nacional Autónoma
de México (unam) hace algunos años: El contexto hace la diferencia
(Nohlen 2003).
En la conferencia de hoy, sin embargo, trataré de analizar una ins-
titución, un principio institucional para averiguar su alcance: el prin-
cipio mayoritario. Para saber qué significado tiene este en diferentes
modelos democráticos, y estos, por su parte, en diversos contextos,
comparando Europa y América Latina, así como situaciones intralati-
noamericanas.
Después de indagar un poco en el concepto mencionado y su ex-
presión institucional, la línea de argumentación utilizada es: en el
contexto latinoamericano, el principio mayoritario está poco conside-
rado, aunque se puede constatar que el presidencialismo como forma
de gobierno es muy proclive a este. Hay un intento de aplicarlo como
criterio para diferenciar entre distintos tipos de democracias presi-
denciales que, sin embargo, resulta insuficiente. Esto no invalida su
función, sino llama a precisar las condiciones conceptuales para que
pueda cumplirla; enseguida lo expondré. Diferenciando entre demo-
cracias y regímenes presidenciales, se afirma que el principio mayo-
ritario no es solo un criterio para distinguir entre distintos tipos de
democracias presidenciales, de competencia y consociativas, sino en-
tre diversos regímenes presidenciales, entre democracias y dictaduras.
Este significado del principio mayoritario se confirma especialmente
en relación con los instrumentos de la democracia directa, en la que
se expresa al máximo dicho principio, así como la dependencia de su
alcance político del contexto.

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

Principio mayoritario

Este concepto quiere decir que la mayoría es la que decide, esta vo-
luntad se convierte en la de todo el grupo. Así, el principio mayori-
tario puede entenderse como principio de decisión, pero también de
representación, si se trata de la composición de una asamblea repre-
sentativa. La idea es, entonces, que se constituye una mayoría en la
representación popular, aunque en los electores tal cosa no existiera.
El principio mayoritario se expresa en cinco puntos: primero, la re-
gla que pide que la decisión sea tomada por la mayoría, que prescribe
también en qué tipo de mayoría se requiere: relativa, absoluta o de dos
tercios, según el caso, y que favorece que la mayoría política que se ha-
ya formado en el electorado en términos de una mayoría relativa ocupe
una mayoría absoluta en el Parlamento.
Segundo, el principio mayoritario se vincula con instituciones que
no pueden funcionar de otra manera más que por medio del uso de
este. Es así en una votación uninominal, siempre que se trata de un
electorado que no se puede reunir en una asamblea popular como en la
polis griega. En ese ámbito de colectivos pequeños pueden practicarse
otras formas para tomar una decisión uninominal: por aclamación, por
unanimidad, por acuerdo, por consenso, sin que se pronuncie explí-
citamente una mayoría. Al presidente de un Estado moderno se le
elige por mayoría, pues no existe otra manera de hacerlo, lo único que
habría que escoger es de qué tipo se pide. La consulta popular es otra
institución que se une al principio mayoritario, ya que la decisión se
toma necesariamente por mayoría, existiendo mínimos de participa-
ción para que la decisión mayoritaria sea válida.
Tercero, existen instituciones que no tienen esta necesaria vincu-
lación con el principio mayoritario, pues son instituciones plurinomi-
nales en cuya composición este principio entra en competencia con
el proporcional, entendidos ambos como de representación. En estos
casos hay una opción: puede ocurrir que el principio de representa-
ción proporcional le gane al mayoritario, a menudo como principio
de conformación de instituciones de vocación pluralista en condicio-
nes de alta fragmentación social y política del electorado. Es así que en
casi todos los países latinoamericanos, el Parlamento se elige por un
tipo de representación proporcional.

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Contexto y reglas institucionales en el desarrollo de la democracia...

Cuarto, en el principio mayoritario, tomar opciones respecto de los


principios de representación puede llevar a que todo el sistema políti-
co alcance un determinado carácter muy relacionado con el principio
de decisión o representación que se aplique. Son los casos de las llama-
das democracias de competencia y consociativas, disyuntiva modélica
que hoy constituye una clasificación básica en la doctrina del gobierno
comparado. En el primer caso, el principio mayoritario rige en cuanto
al sistema electoral, a la conformación del Parlamento y del gobierno.
El sistema de partidos tiende al bipartidismo, que está vinculado con
la idea de la alternancia en el gobierno. La mayoría partidista decide y
el elector con su voto elige a quién gobierna y a quién ejerce la función
de control. En el segundo caso, rige un sistema de representación pro-
porcional; el sistema de partidos tiende al pluripartidismo; el gobierno
consta de una coalición, y las políticas públicas son resultado de nego-
ciaciones, compromisos y acuerdos.1
Quinto, discernir entre distintos principios de toma de decisio-
nes no es solo un ejercicio, sino un esquema analítico: las opciones se
vinculan con la cultura política. La cultura política de los pueblos consta
de mentalidades y pautas de comportamiento, las cuales corresponden
más a este u otro patrón. Dicha cultura se inserta en relaciones verticales
u horizontales y se expresa por la preferencia de un liderazgo fuerte, por
imposiciones desde arriba o un ejercicio del poder equilibrado con base
en negociaciones, compromisos y acuerdos entre principios iguales.

Principio mayoritario en América Latina

Como se desprende de los cinco puntos mencionados, el principio


mayoritario está fuertemente involucrado en el desarrollo de la de-
mocracia en casi todas sus dimensiones. En América Latina, en los
últimos tiempos, se ha aumentado el significado de este principio en
varios caminos: por cambiar el sistema electoral presidencial, por in-
troducir elementos de democracia directa y por el efecto conjunto de
ambos instrumentos, lo que se considerará más adelante.

1 Véase Lijphart (2012).

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

Sin embargo, el principio mayoritario no ha recibido mucha aten-


ción. Por supuesto que hay estudios que informan acerca de cómo se
eligen los presidentes y los parlamentos en Latinoamérica —me en-
cuentro entre los especialistas de esta materia—.2 Además, hay mu-
chos estudios respecto de la reforma electoral que se refieren a los
sistemas electorales en su sentido estricto, a la conversión de votos
en puestos de gobierno o escaños parlamentarios, en la que inciden,
precisamente, los principios mayoritario y proporcional. El debate ins-
titucional en América Latina se nutre incluso de referencias al sistema
electoral, sus efectos y propuestas de reforma.3 Sin embargo, hay po-
cas referencias al principio mayoritario y su relación con el régimen
presidencial, su significado para el desarrollo de la democracia y su
incidencia en el tipo de democracia.
Por ejemplo, en el libro más consultado, Problems of Democratic
Transitions and Consolidations: South America, Southern Europe, and
Post Communist Europe de Juan J. Linz y Alfred Stepan (1996), hay so-
lo dos referencias al principio mayoritario, la primera en realidad a la
democracia mayoritaria en términos de la ya mencionada disyuntiva
entre democracia consociativa y competitiva que ellos llaman demo-
cracia mayoritaria (Linz y Stepan 1996, 40), pero no abren un debate
acerca del principio mayoritario vinculado con la democracia o los ti-
pos de régimen en América Latina. La segunda referencia está dirigida
a los sistemas electorales para la legislatura, cuando los autores distin-
guen “sistema de mayoría por un lado y unas formas de representación
proporcional (RP) por el otro” (Linz y Stepan 1996, 183); también hay
que mencionar a Maurice Duverger (1957), por supuesto un referente
clásico, quien resumió en su época las experiencias europeas entre las
dos guerras mundiales, pero solo en relación con los sistemas electo-
rales parlamentarios y no con los sistemas electorales para elegir presi-
dente, en los que se centra el principio mayoritario en una democracia
presidencial. Así se les escapa la problemática que reside en la apli-
cación del principio mayoritario en la elección con mayor incidencia
en la cultura política, en la concepción de la política y en la forma de
ejercer el poder en América Latina.

2 Véase Nohlen (1993, 1999, 2004, 2005 y 2006).


3 Véase en esta obra la conferencia “Institucionalidad y evolución de los procesos electorales.
México en comparación”.

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Contexto y reglas institucionales en el desarrollo de la democracia...

Si se parte del tipo de sistema de gobierno, el principio mayorita-


rio es mucho más importante en América Latina comparado con Eu-
ropa. Mientras que en el segundo continente dominan los sistemas
parlamentarios, en el primero rigen los presidenciales. Sin duda, en
comparación con el parlamentarismo, el presidencialismo es mucho más
proclive al principio mayoritario. Como decía Arend Lijphart (1994, 92):
“el presidencialismo tiene una fuerte tendencia de hacer la democracia
mayoritaria”.4 En su dualismo entre democracias de competencia y de
concordancia, apunta a que el presidencialismo “en cinco (de las ocho
dimensiones) que conciernen a la relación entre el poder ejecutivo y los
partidos políticos opera en primer lugar en la dirección de promover
una democracia mayoritaria”5 (Lijphart 1994, 96).6 Son varias las razo-
nes, y de diferente índole, que empujan en esta dirección.
La primera razón, como se ha señalado, reside en que la elección
del presidente es por mayoría. Es una decisión unipersonal que no
puede ser tomada de otra manera. No caben partes, como en las elec-
ciones pluripersonales.7 Lo que institucionalmente está a disposición
es la regla mayoritaria, la absoluta, la relativa o una más equilibrada
que opera a manera de pedir solo una mayoría relativa, pero con cierta
distancia frente al segundo más votado. Lo interesante, además, es ob-
servar que en América Latina la mayor tendencia de reforma electoral
ha sido sustituir en las elecciones presidenciales el sistema de mayoría
relativa por el de mayoría absoluta, o sea, dándole aún más importan-
cia al principio mayoritario mediante una regla capaz de aumentar la
legitimidad del ganador electoral.
Aunque respecto del parlamentarismo a veces se describe también
como principal función de las elecciones producir un gobierno,8 se
elige un Parlamento, única institución de legitimidad popular, y pa-
ra la elección de este órgano pluripersonal, está a disposición todo el

4 Traducción al español realizada por el autor.


5 Traducción al español realizada por el autor.
6 Acorde con su opción normativa, Lijphart (1994, 91) ve la debilidad de la forma presidencial de
gobierno causada por su fuerte inclinación hacia la democracia mayoritaria.
7 Experiencias de órganos ejecutivos colegiados se frustraron [véase por ejemplo Simón Bolívar
(1819) en su discurso de Angostura, reproducido en parte en Lijphart (1992)].
8 Véase Bagehot (1961 versión) y Schumpeter (1983 versión).

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

abanico de los sistemas electorales, desde los proporcionales puros


hasta los mayoritarios. Es verdad que en la mayoría de las democracias
representativas se aplica un sistema de representación proporcional.9
A veces la Constitución misma prescribe un sistema proporcional. El
gobierno, por su parte, emana de las mayorías parlamentarias. Solo
en condiciones de un bipartidismo o en un sistema de partidos ca-
paz de cumplir con las funciones de tal sistema (por ejemplo, en uno
pluripartidista bipolar), la elección popular puede tener el impac-
to de determinar el gobierno de manera directa, por mayoría. En el
presidencialismo, sin embargo, el Ejecutivo se elige por voto popular.
La elección presidencial en este tipo de sistema produce directamente
el gobierno, y el principio mayoritario rige sin más. Si la principal fun-
ción del elector es la producción de un gobierno, en el presidencialis-
mo esta labor no puede fallar.
La segunda razón es, efectivamente, a la que ya se ha aludido: que
el presidente es el órgano constitucional más fuerte, domina a menudo
la práctica política. El Parlamento, que en América Latina en general se
elige por un sistema proporcional, no se impone al Ejecutivo en nin-
gún lugar, y es raro que se llegue a un equilibrio de poderes, lo que
reduce el real impacto del principio proporcional en la democracia
presidencial.10
La tercera razón se refiere solo al Ejecutivo, precisamente a su or-
ganización interna que en el presidencialismo está dominada por el
presidente. Los secretarios de Estado son de su exclusiva responsabili-
dad, por lo menos en cuanto a su nombramiento, y no forman un gabinete
como en un sistema parlamentario, en el que las responsabilidades son
de alguna manera repartidas entre sus miembros y en el que los diálogos

9 Véase Nohlen (2014c).


10 El tema del equilibrio de poderes y de cooperación entre ambos poderes del Estado en la
toma de decisiones políticas ha sido un tópico predilecto en el debate acerca de la reforma del
presidencialismo, que hizo hincapié en la introducción de instituciones y técnicas de origen
parlamentario como coaliciones o pactos de gobierno para facilitar la gobernabilidad, así como
acuerdos entre diferentes intereses [véanse Nohlen y Fernández (1991); Linz y Valenzuela
(1994); Nohlen y Fernández (1998); Arias y Ramacciotti (2005); Ellis, Orozco y Zovatto (2009),
y Orozco (2012)].

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Contexto y reglas institucionales en el desarrollo de la democracia...

y deliberaciones puedan llevar a una decisión conjunta. La práctica de


un gabinete podría aliviar el peso de la decisión mayoritaria.11
La cuarta razón se fundamenta en el hecho de que la cultura polí-
tica concuerda con esta estructura de desequilibrio entre los órganos
del Estado y el interior del Ejecutivo, para no decir que es la propia
cultura política la que determina cómo actúan e interactúan los acto-
res políticos inter e intraórganos. En América Latina se observa una
tendencia hacia el liderazgo personal y fuerte, a veces carismático, solo
limitado en el tiempo, condición que en ocasiones los detentadores del
poder tratan incluso de eliminar.12 Como líder de legitimidad mayo-
ritaria, al liderazgo personal lo caracteriza a menudo la búsqueda de
la confrontación, en vez del acuerdo. En contraste con el prestigio del
Poder Ejecutivo, la cultura política tiende a menospreciar los recursos
políticos del Parlamento e incurre en sus debilidades y en la de sus in-
tegrantes: los partidos políticos. Aunque elegido por representación
proporcional, se lamenta la supuesta falta de representatividad política
y se critican sin criterio los estilos políticos parlamentarios, aunque
concuerden con el principio de consenso: la negociación, el pacto y el
equilibrio.
Como resultado, la tendencia general del presidencialismo hacia el
principio mayoritario siempre tiene que mantenerse presente cuando
se debate la relación de este principio con la democracia presidencial
en la región, pero conviene distinguir entre diferentes alcances, lo que
se demostrará más adelante.

11 El tema de la descentralización del Poder Ejecutivo ha sido también objeto de debate para
reformar el presidencialismo. Véase sobre todo Valadés (2004 y 2008) acerca del gobierno de
gabinete y la parlamentarización del presidencialismo, respectivamente, así como Orozco
(2012).
12 El lugar donde se le respeta confirma el carácter pluralista del sistema, donde ya no (en la
actualidad Venezuela y Nicaragua), la democracia ha perdido este carácter. Es por la propia
experiencia histórica que en algunas constituciones latinoamericanas se ha establecido
la alternancia como parte integrante del concepto de la democracia que se define en estas.

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

Democracia presidencial
mayoritaria y pluralista

Sin darle demasiada importancia a las diferencias señaladas entre


parlamentarismo y presidencialismo, se ha tratado de hacer valer la
clasificación entre democracia de competencia y consociativa para el
análisis comparativo de los sistemas presidenciales en América Latina.
El cientista político uruguayo Jorge Lanzaro ha distinguido dos for-
mas de sistema presidencial: mayoritaria y pluralista, utilizando así el
concepto mayoritario para una de sus clases, sin embargo, basó esta
clasificación no tanto en el principio mayoritario, sino “en los pará-
metros de distribución-concentración de la autoridad pública y de los
poderes políticos, atendiendo específicamente el grado de pluralismo
de un determinado sistema” (Lanzaro 2005, 60). Para los sistemas pre-
sidenciales mayoritarios destaca la concentración de los poderes gu-
bernamentales en el presidente y en su relación con el Parlamento, la
supremacía presidencial; mientras que para los sistemas presidencia-
les pluralistas revela una cierta distribución de poderes y que los fre-
nos y contrapesos tienen un cierto grado de efectividad.
De esta manera, Lanzaro enfoca no tanto el principio mayoritario
como contrapuesto al proporcional, sino la relación entre el Ejecutivo
y el Legislativo. Su dualismo consiste en el uso de los conceptos mayo-
ritario y pluralista para indicar el grado de equilibrio en la distribución
de las competencias, aplicando nuevas categorías para tratar un objeto
clásico del derecho público y de la ciencia política en América Lati-
na.13 Además, emplea un dualismo conceptual que no es lógicamente
antagónico, pues el presidencialismo mayoritario como expresión de
la democracia mayoritaria es también pluralista. Respecto del concep-
to pluralista de la clasificación de Lijphart, se refiere generalmente a
la competencia entre diferentes ofertas electorales y las condiciones
político-electorales que permiten que todas las fuerzas políticas pue-
dan participar libremente en la contienda por la mayoría. Se refiere
explícitamente a la protección de la minoría y a su legítima posibilidad

13 Véase Suárez (1982).

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Contexto y reglas institucionales en el desarrollo de la democracia...

de volverse mayoría en unas futuras elecciones.14 Incluso, en referen-


cia con el concepto mayoritario de la clasificación, hay que considerar
que el presidencialismo por su propia naturaleza es, en cierto senti-
do, por sí mismo mayoritario, puesto que la elección del mandatario
es por esta forma.
Se podría argumentar, y Lanzaro lo da a entender, que en la medida
en que el Ejecutivo domine más, se realiza en mayor grado el princi-
pio mayoritario, conforme se llegue a un cierto equilibrio entre ambos
poderes se efectúa algo del principio proporcional y sus ya menciona-
das expresiones. Parece cierto, sin embargo, que esta relación depende
también de otros factores que aluden a la formación de la voluntad
política: al sistema electoral, al sistema de partidos, a los tipos de go-
bierno (unipartidista y coalicional) y a los modelos de toma de decisio-
nes. Algunos están considerados también por Lanzaro en su distinción
entre presidencialismo mayoritario y pluralista, sus categorías básicas
para distinguir entre diferentes tipos de régimen presidencial.

Tipos de democracias
presidenciales en América Latina

Para corresponder a parámetros más amplios con la finalidad de con-


formar diferentes tipos de sistemas presidenciales en América Latina,
conviene considerar por lo menos tres componentes. El primero es
efectivamente de orden constitucional, se refiere a la distribución de
las facultades constitucionales entre el Ejecutivo y el Legislativo. El
segundo es de orden político-institucional, se relaciona con los parti-
dos políticos y el sistema de partidos políticos. El tercero es de orden
político-cultural, se vincula con los usos de toma de decisiones por
parte de los actores políticos.

14 Por lo demás, Robert A. Dahl, en su distinción entre democracia (polyarchy) y dictadura,


argumenta que la propia mayoría es plural, dado que suma múltiples minorías que gobiernan
por medio de los líderes que eligen —The Rule of Multiples Minorities— (Dahl 1956, 133),
intermediando entre diferentes grupos de intereses que compiten por recursos escasos. Dahl
contraviene con este argumento, muy significativo para la teoría del pluralismo, el temor de
que la mayoría se vuelva monolítica (o tiránica, recordando a Tocqueville).

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

En el primer ámbito conviene distinguir entre facultades presiden-


ciales constitucionalmente fuertes, facultades equilibradas entre am-
bos órganos conforme al concepto de checks and balances, y facultades
presidenciales más bien atenuadas o débiles, disposiciones del Ejecu-
tivo que siempre se relacionan con el Legislativo. Además importa el
respeto mutuo de los poderes en cuanto a lo que prescribe la Consti-
tución como norma, o sea, el respeto a la ley (aspecto de legalidad); sin
embargo, las disposiciones constitucionales no permiten, como señala
Jean Blondel (2006, 16) “determinar si este sistema es más apropiado
que otro para construir una mejor asociación entre el Ejecutivo y la
Legislatura para la elaboración de políticas públicas”. Así, se han de-
jado de diferenciar los sistemas políticos exclusivamente a partir de la
distribución de poder entre el Ejecutivo y el Legislativo. Por otra parte,
no existe un modelo ideal de distribución de facultades, como ya se
ha enfatizado respecto de los diseños institucionales en general.15 Y si
existiera, no habría ninguna seguridad de que pudiera implementarse.
En el segundo ámbito es necesario distinguir entre el tipo de apo-
yo que el presidente recibe en su elección (dependiente del sistema
electoral presidencial), el modelo de partidos (disciplinados o no) y
el formato del sistema de partidos (si está bien institucionalizado o
no, concentrado o fragmentado en cuanto al número de partidos). En
este último caso conviene diferenciar entre sistemas fragmentados
que mantienen —dependiendo del grado de polarización ideológica
y competitividad estratégica de los partidos— la capacidad de formar
coaliciones de apoyo al presidente o no.
En el tercer ámbito es esencial diferenciar respecto del comporta-
miento y la interacción de los órganos del Estado acorde con la cultura
política que los inspira. Se puede distinguir entre una concepción con-
frontacional de los poderes del Estado y una noción de sus relaciones
proclive a la cooperación entre estos. Conviene distinguir entre estilos
históricamente muy arraigados de cómo ejercer el poder de esta u otra
forma, especialmente respecto de los modelos de toma de decisiones.
En relación con estos, se distingue entre el modelo jerárquico-decisionista,
el mayoritario-competitivo y el proporcional-negocial-acordado. El primero

15 Véase Nohlen (2006).

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Contexto y reglas institucionales en el desarrollo de la democracia...

ya puede sobrepasar los límites de una democracia, cuando el presi-


dente toma decisiones, según este modelo, por encima de la Constitu-
ción, legitimando su conducta por la supuesta primacía del principio
mayoritario. No cabe duda de que los primeros dos son muy perti-
nentes para diferenciar entre distintas prácticas que marcan los
regímenes presidenciales en América Latina, a lo que se hará referen-
cia más adelante. El tercero, muy extendido en el parlamentarismo
europeo, es —salvo excepciones, especialmente Uruguay—16 una pro-
mesa para mejorar la gobernabilidad democrática en la región. Ade-
más debemos tomar en cuenta si estos estilos están vinculados o no con
el personalismo,17 el populismo (Burbano 1998; Freidenberg 2007), el
clientelismo, el nepotismo, etcétera (aspecto de funcionalidad).
La lista de los elementos que intervienen en la formación de di-
ferentes tipos de sistemas presidenciales no es exhaustiva, pero es lo
suficientemente amplia para poder exhibir la idea de que estos se com-
ponen empíricamente de diferentes partes. Un solo ámbito, el cons-
titucional, el de la estructura del sistema de partidos, el de la cultura
política —incluyendo el principio de toma de decisiones—, no bas-
ta para definir un determinado tipo, confluyen varios elementos a la
vez. Para dar un ejemplo: un presidente constitucionalmente fuerte
no lleva necesariamente a un tipo de presidencialismo con esta carac-
terística, depende de cómo se entremetan otros elementos, del siste-
ma de partidos políticos, de si el presidente cuenta con una mayoría
parlamentaria,18 de la concepción que tenga el mandatario del cargo
que ejerce, el patrón nacional para desempeñarlo; obedece también a
la expectativa de la gente respecto del liderazgo político, por ejemplo,
si por cualquier razón le gusta más un mando fuerte.

16 Véase Rama (1987).


17 Véase Soriano (1997).
18 Por otra parte, mayoría y pluralidad se remiten más a la forma de mayorías parlamentarias
en apoyo al presidente, si se trata de una mayoría partidista o de una coalicional de varios
partidos. Conviene añadir que la clasificación basada en características cuantitativas de
apoyo parlamentario indica poco acerca del tipo de presidencialismo. Por ejemplo, en
Argentina los presidentes respetan su propia mayoría solo escasamente, no buscan la inclusión
y el entendimiento con esta, deciden sin tomarla en consideración, lo hacen no de forma
mayoritaria competitiva, sino jerárquica decisionista, sin consulta e información.

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

Principio mayoritario
y regímenes presidenciales

El principio mayoritario no es solo una piedra clave en la estructura y


el funcionamiento del sistema presidencial, sino también en la disyun-
tiva entre diferentes regímenes presidenciales, es decir, su significado
se establece por su uso político: por un lado, en la democracia presi-
dencial, un uso acorde con la Constitución, con límites establecidos en
esta para su aplicación (bloque de constitucionalidad), por la separa-
ción de poderes (especialmente el Judicial), por la vigencia del Estado
de Derecho y por el control de constitucionalidad de las leyes por par-
te de tribunales constitucionales.19
Por otro lado, en un régimen presidencial no democrático, un uso
sin límite, el principio mayoritario está en íntima relación con la par-
ticipación del pueblo en la toma de decisiones por medio de consul-
tas populares —en las que gobierna dicho principio— desplazando
a la Constitución, abriendo camino a que la voluntad del pueblo se
imponga, legitimando el ejercicio tiránico del poder, que se confirma
quebrando la separación de estos, en la total dependencia del Poder
Judicial y de todos los demás órganos del Estado del líder, la inexisten-
cia del Estado de Derecho, y un derecho que no limita al poder, sino
que sirve de arma para ejercerlo despóticamente.

Principio mayoritario y democracia directa

Al tratar esta relación, cabe enfatizar de nuevo la importancia del con-


texto, del cual depende si los instrumentos de la democracia directa
compatibilizan bien con la representativa, si el referendo y el plebiscito
pueden profundizar la democracia. Una condición contextual es que
el sistema de partidos esté bien institucionalizado. Así lo confirmó la
experiencia europea, cuando la democracia representativa se estable-
ció. La experiencia anterior al reconocimiento y al otorgamiento de
constitucionalidad a los partidos ha sido más que problemática. En

19 Véase Salazar (2006).

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Contexto y reglas institucionales en el desarrollo de la democracia...

Francia, la democracia pudo solo desarrollarse con la prohibición de


consultas populares que en el siglo xix sirvieron para generar y man-
tener dictaduras.20
En América Latina, en medio de la crisis de la democracia represen-
tativa y de los partidos políticos en algunos países, la sociedad civil ha
presionado para que se introduzcan elementos de la democracia direc-
ta. A veces se ha citado a países como Suiza como un supuesto caso de
éxito, sin embargo, esta nación tiene un sistema de gobierno colegiado
con base en un sistema de partidos fuertemente institucionalizado de
tendencia consociativa que fácilmente permite consultar, a veces, al
pueblo para que este decida. Uruguay ya no se menciona tanto, a pesar
de que tiene una alta tradición de consultas populares, incluso con un
carácter partidista fuerte, la experiencia con este instrumento demo-
crático —que no lo es tanto como generalmente se piensa— ya es más
bien ambivalente. Esta experiencia hubiera podido configurar un aviso
de que el contexto latinoamericano no da para que aquí se cumplan las
expectativas que se vinculan con la participación directa del pueblo en
las decisiones políticas. Sin considerar que la democracia directa no
ha logrado instalarse como tal en ningún lugar, en América Latina se ha
renovado la idea de poder sustituir la democracia representativa por
la directa, que aquí se llama participativa.21 El resultado está a la vista.
El referendo, necesariamente vinculado con el principio mayoritario, ha
servido para instalar y mantener regímenes presidenciales autorita-
rios. El contexto determina en buena medida la función y el alcance
de las reglas institucionales. El desarrollo reciente de la democracia en
América Latina comprueba la tesis.

20 Véase Nohlen (2010).


21 Al respecto, véase en esta obra la conferencia “México y el desarrollo de los regímenes
presidenciales en América Latina”.

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México y el desarrollo de los regímenes
presidenciales en América Latina*

Dieter Nohlen**

Estimadas señoras, estimados señores:

Reciban un cordial saludo. En la conferencia de hoy, quisiera practi-


car, como anuncia el título, un cierto tipo de comparación. A veces
se equipara un país con otro, o con varios, a lo mejor bien escogidos
y de forma sistemática. La comparación entre dos estados se hace pa-
ra efectos evaluativos y la elección del país con el que se hace es muy
significativa para el juicio final. La composición del grupo de naciones
que se comparen, es igualmente importante, pues la función de este
tipo de análisis es, generalmente, encontrar causalidades. Para tal efec-
to, es importante integrar no solo casos concordantes, sino contrarios;
incorporar por lo menos uno en que el factor supuestamente causal
sea divergente, aunque el resultado sea similar al resto de los casos
confrontados; o que difiera en el resultado, pero el factor supuesta-
mente causal sea similar al resto de los casos del grupo que integran la
comparación.
En la primera parte de esta conferencia se hará una comparación en-
tre lo general y lo peculiar, entre una abstracción, que se basa en la obser-
vación y la descripción de tendencias en el desarrollo de la democracia

* Conferencia magistral dictada en el seminario internacional “La institucionalidad electoral


en América Latina: dilemas de la estabilidad y la adaptación”, el 22 de agosto de 2014, en
Villahermosa, Tabasco.
** Agradezco muchísimo el apoyo del doctor José Reynoso Núñez en la revisión de este manuscrito.

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México y el desarrollo de los regímenes presidenciales en América Latina

presidencial en América Latina en el ámbito de la institucionalidad


política, y la orientación que se observa en México. El énfasis está en
lo general. En cuanto a lo mexicano, ustedes son los expertos que fá-
cilmente pueden darse cuenta de lo que compagina con lo general y lo
que se distingue, de modo que los invito a comparar, yo solo les daré
un pequeño apoyo con este ejercicio. Me refiero a los sistemas electo-
rales presidenciales, a la reelección y a los elementos de la democracia
directa. Con respecto a todos y cada uno de estos, generalmente las
tendencias en América Latina van en dirección a fortalecer el princi-
pio mayoritario;1 México exhibe un desarrollo más equilibrado entre
los distintos principios de representación, participación y decisión. La
segunda parte de esta conferencia se dedicará precisamente al princi-
pio mayoritario y a la creciente disparidad de su significado en el ma-
nejo de la política en Latinoamérica, que ha obligado a distinguir entre
diferentes tipos de regímenes presidenciales. Dicha comparación se
extiende a Europa, a las democracias representativas del viejo conti-
nente, para diferenciar mejor entre distintos significados del principio
mayoritario en el desarrollo de la democracia constitucional y del Es-
tado de Derecho.

Sistema electoral

Al estudiar las reformas electorales en América Latina, se observa que


estas han constituido la mayor parte de las reformas institucionales en
la región, y que las reformas de los sistemas electorales se han centra-
do en aquellas para las elecciones presidenciales. Ha habido también
reformas en relación con los sistemas electorales parlamentarios,2 pe-
ro, en su mayoría, estas han sido pequeñas, no tocaron el tipo de sis-
tema electoral, salvo en Venezuela y Bolivia, países en los que se ha
pasado de un sistema de representación proporcional personalizado a
uno segmentado en su práctica de fuerte tendencia mayoritaria.

1 Véase en esta obra la conferencia “Contexto y reglas institucionales en el desarrollo de la


democracia en América Latina”.
2 Acerca del caso de México, véase en esta obra la conferencia “Institucionalidad y evolución de
los procesos electorales. México en comparación”.

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

Respecto de los sistemas electorales para elegir presidentes, la doc-


trina científica distingue entre dos efectos, el que ejerce en la elec-
ción misma del presidente y el que ejecuta en el sistema de partidos
políticos. Generalmente el análisis se centra en el primer efecto. En
un sistema de mayoría relativa, el candidato vencedor probablemente
solo disponga de poca aceptación, muy por debajo de 50%, y con ello,
de una base de legitimación bastante exigua. Por el contrario, el sis-
tema de mayoría absoluta asegura una amplia aceptación, si no en la
primera vuelta, a más tardar en la segunda. El mayor grado de legiti-
midad por medio de la mayoría absoluta puede contraer, sin embargo,
un primer inconveniente. Así, Jorge Lanzaro (2008, 924) señaló que el
sistema presidencial (incluso en el caso uruguayo de una cultura con-
sensualista) podría

caer en un presidencialismo más “duro”, generando desencuentros entre los


partidos y vaivenes antagónicos entre los poderes del Estado, sin descartar las
cadencias populistas y las pretensiones de hegemonía. Las circunstancias se
agravan si atrapado por el “mito del mandato” popular, el presidente se siente
portador de una “voluntad general” y no cultiva las lógicas negociales.

Un segundo inconveniente del sistema de mayoría absoluta puede


ocurrir en relación con el sistema de partidos. Radica en el fomento
de una mayor dispersión del voto que se produce en la primera vuelta,
pues, por regla general, en esta se presentan muchos más candida-
tos de los que tienen alguna probabilidad de ganar la elección pre-
sidencial. Dicha práctica está motivada por un cálculo electoralista
de los partidos, que esperan conseguir más sufragios para su lista en
las elecciones parlamentarias si presentan una candidatura propia
en las elecciones presidenciales. La consecuencia para el sistema de
partidos es, a todas luces, negativa (mayor fragmentación). En resu-
men: mientras que el presidente gana en legitimidad, el Parlamento
pierde en poder articularse mayoritariamente.3
En contraste con las reservas científicas,4 América Latina ha vivido
en los últimos tiempos un proceso de reforma con marcada tendencia

3 Véase Garrido, Martínez y Parra (2011).


4 Véase Martínez (2004).

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México y el desarrollo de los regímenes presidenciales en América Latina

a favor del sistema de mayoría absoluta. El argumento de más peso


ha sido el de terminar con la experiencia de que el presidente fuera
elegido con solo una fracción minoritaria del electorado y de dotarlo
con mayor legitimidad, sin considerar los obvios efectos de fragmenta-
ción partidaria. Además, como señala Ismael Crespo Martínez (2009,
170), entre “más elevada la fragmentación de una asamblea, mayor es
la probabilidad de que se promueva una reforma electoral para adop-
tar el sistema de mayoría absoluta”, dado que este sistema ofrece mayor
capacidad de negociación de los partidos pequeños y, al mismo tiem-
po, debido a los efectos que ejerce en el sistema de partidos, mejora sus
posibilidades de representación parlamentaria.
México es uno de los pocos países que ha mantenido el sistema de
mayoría relativa para elegir presidente.

Reelección

El segundo ámbito de reformas es el tema de la reelección presiden-


cial. Teóricamente, hay argumentos válidos a favor y en contra de la
reelección inmediata. Para evaluarla, es importante tomar en cuenta el
contexto. En América Latina, la tendencia histórica ha sido convertir
la reelección en un instrumento para mantenerse en el poder. En vez
de permitir la continuidad en el ejercicio del poder por un segundo
mandato en función de seguir cumpliendo políticas públicas aún no
acabadas, interponiendo al electorado con su voto de apoyo o rechazo,
dicha opción ha sido utilizada para garantizar el continuismo autori-
tario. Por esta experiencia, la reelección inmediata ha sido prohibida
en la gran mayoría de las constituciones. El politólogo argentino Mario
Serrafero (1997, 103) sostuvo que su combinación

con un diseño institucional de presidencialismo fuerte o hipertrófico no es la


mejor de las opciones, sino el riesgo más cierto contra la vigencia auténtica de
los derechos de los ciudadanos, el equilibrio de poderes y la estabilidad de las
instituciones.

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

Si se observan las reformas referentes a la reelección presidencial


a partir de la redemocratización, ha habido variaciones importantes
respecto de la normativa constitucional, pero la tendencia preponde-
rante era abrir para los gobernantes la posibilidad de ser reelegidos,
inmediatamente o después de un periodo presidencial. Hace 25 años, la
no reelección inmediata era la regla en la región. Las excepciones
eran muy contadas: Nicaragua, Paraguay y República Dominicana. En
2014, eran 14 países los que permitían la reelección y 7 de estos la in-
mediata: Argentina (desde 1994), Brasil (desde 1997), Venezuela (des-
de 1998), Colombia (desde 2004), Bolivia (desde 2007), Ecuador (desde
2008) y Nicaragua (desde 2009).
Todas las reformas que permitieron la reelección inmediata fueron
puestas en marcha por el presidente en ejercicio y en pro de la prolon-
gación de su mandato. En estos casos, de hecho, los gobernantes han si-
do reelegidos: Fernando Henrique Cardoso en Brasil, Hugo Chávez en
Venezuela, Rafael Correa en Ecuador, Evo Morales en Bolivia, Leonel
Antonio Fernández en República Dominicana y Daniel Ortega en
Nicaragua. En su mayoría, las reformas no eran de consenso, sus en-
tradas en vigor estaban encubiertas en la lucha por el poder en las
elecciones próximas. Dado que era más dif ícil conseguir las respecti-
vas reformas constitucionales por medio de la legislación corriente en
el marco de los poderes constituidos (Parlamento, tribunales consti-
tucionales), se llamó a veces al Constituyente, siempre entusiasmado
por la expectativa de que por fin las cosas cambiaban, y más proclive
a líderes con cierto carisma y retórica populista que a instituciones
pluripersonales para instalar asambleas constituyentes y para promul-
gar nuevas constituciones que legalizaran la reelección. Luis Fernando
Torres (2009) habla incluso de un presidencialismo constituyente. La
tendencia al continuismo se afirmó en los países con nuevas constitu-
ciones, en razón de que la primera elección anterior a esta no cuenta
(Alberto Fujimori en 2000 y Evo Morales en 2014), en contra de la opo-
sición que sostenía que la tercera candidatura sería ilegal. Fernando
Henrique Cardoso (citado en Castañeda 2014) resumía: “De casi 20
intentos de reelección presidencial en América Latina, sólo han fraca-
sado dos: Hipólito Mejía en Costa Rica, y Alberto Fujimori en Perú la
segunda vez. Todos los salientes, ganan”. Mientras tanto, crece la ten-
dencia a permitir la reelección de forma indefinida.

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México y el desarrollo de los regímenes presidenciales en América Latina

México es uno de los pocos países que ha conservado la no ree-


lección de presidente. Las razones no son tan funcionalistas, sino de
fundamento histórico, pues es uno de los grandes postulados de la Re-
volución mexicana que se mantiene vivo.

Democracia directa

En el marco de una democracia moderna no existe incompatibilidad


entre los elementos representativos y plebiscitarios de participación
política. Los mecanismos de participación directa del electorado pue-
den completar y profundizar la democracia, sobre todo en la dimen-
sión de la legitimidad de las decisiones políticas. Una importante
condición, sin embargo, de una exitosa integración de elementos ple-
biscitarios, por parte de la democracia representativa, es la fortaleza
del sistema de partidos políticos, aunque, como afirman correctamen-
te Daniel Zovatto y José de Jesús Orozco Henríquez (2008, 143),

en ausencia de instituciones democráticas representativas eficientes, funda-


das en un sistema de partidos políticos estable y correctamente arraigado en la
sociedad, los mecanismos de democracia directa pueden significar un elemento
distorsionador.

En América Latina, la esperanza en la democracia directa emanaba


de la crisis de la democracia representativa, vinculada con el desen-
canto con la democracia en cuanto a su funcionamiento y sus resulta-
dos, con la crítica a la representación por su falta de representatividad
y, especialmente, con la desconfianza en los partidos políticos. En este
sentido, con la crisis de la democracia representativa y de los partidos
políticos,5 América Latina ha tenido el peor timing para que los ins-
trumentos de la democracia directa no sean orquestados con objetivos
autoritarios.
El encanto por la democracia directa llevó a que todas las refor-
mas constitucionales en la región durante las décadas de 1980 y 1990

5 Véase Paramio (2008).

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

incluyeran elementos de democracia directa, especialmente la consulta


popular,6 siendo Uruguay el único país que contaba con una tradición
de este tipo, dado que allí la consulta popular había sido introducida
ya en 1934;7 sin embargo, en este mismo país, como comenta Alicia
Lissidini (1998, 195), los plebiscitos uruguayos durante el siglo xx no
eran “ni tan democráticos ni tan autoritarios”, en concreto, “la mayo-
ría (de ellos) tuvieron un carácter más autoritario que consociativo”
(1998, 205).
En relación con esta experiencia conviene añadir que ya en teoría
la consulta popular contiene elementos no democráticos. Francisco J.
Laporta (2014) ha detallado varios momentos en los que en el referendo

no aparece para nada el principio democrático, es decir, en los que el proceso (de
democracia directa) que se promueve carece de alcance democrático porque no
se expresa en él la voluntad de los ciudadanos, [...] sino (es) producto de decisio-
nes políticas no consultadas con pueblo alguno.

Laporta se refiere a “la resolución misma de consultar o no consul-


tar al electorado”, al objeto de la decisión, a la formulación de la pre-
gunta que se somete al pueblo, y al timing político, a la fecha en que se
lleva a cabo el referendo. Por regla general el Poder Ejecutivo es quien
gobierna estas decisiones y de ninguna manera el pueblo. En el caso de
Venezuela, por ejemplo, en su autollamada democracia participativa,
el régimen se reservó el referendo por no legislar el reglamento para
iniciar consultas populares que provienen del pueblo.
En el contexto latinoamericano, las reformas de profundización
de la democracia tenían, a veces, una clara connotación antisistema.
El ferviente protagonista de la democracia directa, Paulo Bonavides
(2006, 30), lo precisa correctamente al conectarlas con

el ocaso del actual modelo de representación y de partidos. Y el fin que alcanza


las formas representativas decadentes. Este es también el cuadro (alborada) que
hace nacer el sol de la democracia participativa en (América Latina).

6 Véase el cuadro 21 en Zovatto y Orozco (2008, 139-40).


7 Véase el volumen 2 en Nohlen (2005).

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México y el desarrollo de los regímenes presidenciales en América Latina

En general, la experiencia política de la democracia participativa


demuestra que el Ejecutivo en el presidencialismo gana enormemen-
te poder frente a los demás órganos del Estado en la medida en que
los partidos políticos pierden su capacidad de representación y los
grupos de la sociedad civil tratan de invadir su campo y de despla-
zarlos. Mientras que los primeros fallan, los segundos se equivocan.
La democracia participativa fortalece el establecimiento de un Poder
Ejecutivo fuera de dimensiones compatibles con la democracia y el Es-
tado de Derecho. Como decía el cientista político boliviano Jorge La-
zarte Rojas (2009, 460): “El participacionismo, no es la participación
ciudadana, sino un recurso de los autoritarismos plebiscitarios”.
Si se observan los datos empíricos, “la mayoría de los países mantie-
nen un bajo componente de democracia directa en el plano nacional” y
de manera muy disimilar (Zovatto y Orozco 2008, 143). El número de
consultas populares ascendió en la década de 1980 a 9, en la de 1990
a 20, a partir de 2000 (hasta 2012) a 19. Sin embargo, mientras que
Daniel Zovatto y José de Jesús Orozco Henríquez (2008, 138) sostienen
que no sería “posible determinar por qué algunos países han emplea-
do más que otros estos mecanismos; pareciera que la respuesta pasa
por el contexto partidario y por la cultura política dominante de cada
país”, la asociación de la práctica referendaria con el autoritarismo ple-
biscitario es más que patente. Por ejemplo, a partir de 2000, Venezuela,
Ecuador y Bolivia lideran el ranking.8 Si se deja a Uruguay de lado, los
demás países han experimentado solamente una sola consulta popular.
México ha introducido también elementos de la democracia di-
recta. Se ha sometido a la tendencia general, pero sin usar consultas
populares todavía. Por lo demás, a pesar de la crisis de la representa-
ción que es parte del discurso político, este país tiene un sistema de
partidos que parece lo suficientemente estable para escapar de posi-
bles tendencias antisistemas de consultas populares.
Por otra parte, en las consideraciones siguientes, se hará el análisis
a un nivel de abstracción más alto, considerando primero el principio
que está presente en todas las reformas y las determina, y en segundo,

8 Por país a partir de 2000: Venezuela 4 (2000, 2004, 2007 y 2009), Ecuador 4 (2006, 2007, 2008
y 2011), Bolivia 3 (2004, 2008 y 2009), Uruguay 2 (2003 y 2004), Brasil 1 (2005), Colombia 1
(2003), Costa Rica 1 (2007), Panamá 1 (2006), Paraguay 1 (2011) y Perú 1 (2010).

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

su alcance, distinguiendo entre diferentes tipos de regímenes presiden-


ciales en América Latina. En mi opinión, el principio fundamental que
se ha fortalecido por medio de las reformas institucionales es el mayo-
ritario. En el caso de la implantación del sistema de mayoría absoluta,
se reforzó el principio mayoritario actual; en el caso de la reelección, se
fortificó la mayoría ya existente de la que disponía el detentador del
Poder Ejecutivo frente a la oposición, con lo que se limitaba el prin-
cipio de la alternancia en el poder; en el caso de los mecanismos de
democracia directa, se fortaleció la decisión por mayoría, pues en este
tipo de procedimientos se realiza sin falta el principio mayoritario. La
pregunta principal es si este desarrollo de mayor incidencia del prin-
cipio mayoritario ha servido o no al progreso democrático de América
Latina. El supuesto es que el alcance de dicho principio es un criterio
clave para diferenciar entre distintos regímenes presidenciales, entre
democracias y dictaduras.
El principio mayoritario tiene una larga historia desde la anti-
güedad hasta hoy en día, pasando desde su imposición (frente a la
unanimidad), por su cuestionamiento (durante la Ilustración francesa),
hasta su sustitución como principio de representación (en el ámbito de
los sistemas electorales parlamentarios) y su limitación como princi-
pio de toma de decisión. A partir de la Revolución francesa, o sea,
desde de la implementación lenta del sufragio universal, el principio
mayoritario ha entrado en relación con distintos modelos de demo-
cracia: la representativa, la directa, la radical rousseauniana, la jacobi-
na, la republicana y la deliberativa. El principio mayoritario muestra
un alcance distinto en cada uno de los modelos. En algunos de estos,
este principio, vinculado con el plebiscito como medio para activar la
participación directa de la ciudadanía, es el instrumento técnico para
establecer y legitimar una dictadura, conforme a lo que señaló Max
Weber (1991), cuando desencantó a la democracia plebiscitaria al re-
ferirla como “la ideología de la dictadura contemporánea”.
Mientras que en unos países latinoamericanos este proceso de
dar mayor peso al principio mayoritario en la fase de formación
de la voluntad política se desarrolló en la democracia constitucional del
Estado de Derecho, en otros países pasó estos límites. El principio mayo-
ritario resultó ser, en la llamada democracia participativa, el medio para
convertir la democracia presidencial en una dictadura plebiscitaria.

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México y el desarrollo de los regímenes presidenciales en América Latina

Se cumplió lo que Alexis de Tocqueville (2001) temió: la aplicación tirá-


nica del principio mayoritario. Esta evolución divergente ha implicado
un quiebre conceptual en el estudio de la política latinoamericana. El
contenido de los conceptos básicos como el de la democracia ya no es
el mismo, sin embargo, es por medio de estos que se describe y se co-
noce la realidad.
Para efectos comparativos, se sintetizan rápidamente los límites del
principio mayoritario en las modernas democracias representativas
que no invalidaron, sino legitimaron su permanencia como principio
de decisión. En primer lugar, una Constitución no expresa la voluntad de
la mayoría, sino revela un acuerdo básico entre las fuerzas sociales
y políticas de un país.9 Es una condición crucial para que la minoría
acepte las decisiones mayoritarias que obligan a todos. En segundo
lugar, los derechos humanos y las libertades políticas no están a dispo-
sición de ninguna mayoría, están garantizados por la Constitución y
protegidos por un tribunal constitucional. En tercer lugar, los poderes
del Estado son independientes uno del otro, es decir, están separados.
En el juego entre mayoría y minoría existen contrapesos al poder de la
mayoría electoral. Finalmente, en cuarto lugar, la minoría puede con-
vertirse en mayoría. Acerca de quién es mayoría, se decide periódica-
mente en las elecciones que son libres y honestas.
Estos principios del desarrollo democrático de las democracias
constitucionales10 no son ajenos a las convicciones de esa índole que
hasta hace poco expresaban el consenso en América Latina, como lo
demuestra la Carta Democrática Interamericana, aprobada el 11 de
septiembre de 2001, cuyo artículo 3 dispone:

Son elementos esenciales de la democracia representativa, entre otros, el respeto


a los derechos humanos y las libertades fundamentales; el acceso al poder y su
ejercicio con sujeción al estado de derecho; la celebración de elecciones periódi-
cas, libres, justas y basadas en el sufragio universal y secreto como expresión de
la soberanía del pueblo, el régimen plural de partidos y organizaciones políticas;
y la separación e independencia de los poderes públicos (cdi, artículo 3, 2001).

9 Véase Sternberger (1992).


10 Véase Salazar (2006).

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México y el desarrollo de la democracia en América Latina

Comparando el catálogo de principios vigentes en las democra-


cias representativas con las prácticas políticas en las democracias
presidenciales llamadas “participativas” de América Latina, de origen
radical rousseauniano y jacobino, se desprenden cuatro puntos:
En el primero, las constituciones no son de consenso, sino impues-
tas por la mayoría. En Bolivia, por ejemplo, Fernando Mayorga (2010,
17) constata: “la bancada oficialista aprobó una propuesta de nueva
Constitución sin concertar con la oposición y violando las normas del
[...] reglamento interno” de la Asamblea Constituyente al aprobarla
con una mayoría absoluta, mientras que el reglamento interno exigía
una mayoría de dos tercios.11
En el segundo, no hay límites al principio mayoritario, sino que el
poder de la mayoría es absoluto. No hay protección (en forma de blo-
que de constitucionalidad) de los derechos humanos, fundamentales
y políticos. “La Constitución no opera como freno, en base a la cual
se controla el poder y la tentación de la mayoría de imponerse arbi-
trariamente (Norberto Bobbio 1985), muy por el contrario, el derecho
(constitucional) es un instrumento de poder, dicho con otras palabras,
el poder no crea el poder con el propósito de ser por éste limitado”
(Combellas 2010, 159 y 169). La decisión mayoritaria del pueblo está
por encima de cualquier legislación o institución y su voluntad la ejer-
ce el presidente. El principio mayoritario se contrapone al Estado de
Derecho.12
En el tercero, se quiebra la separación de poderes. El Ejecutivo co-
loniza todas las instituciones de posible control del poder. Este usur-
pa sobre todo el Tribunal constitucional, con lo que, en palabras del
politólogo venezolano Ricardo Combellas (2010, 159) “la jurisdicción
constitucional se (pone) al servicio del régimen, por encima de los
principios y valores constitucionales” y abandona “su rol de protectora
de los derechos humanos”, a veces se vuelve “un instrumento de per-
secución política de la disidencia”.13 Un ejemplo puede constatarse en
las decisiones del Poder Judicial usadas como armas contra los parla-
mentarios y alcaldes de la oposición.

11 Véase Lazarte (2011).


12 Véase Scharpf (1975).
13 Véanse Petkoff (2008) y Brewer-Carías (2009).

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México y el desarrollo de los regímenes presidenciales en América Latina

En el cuarto, la minoría está impedida para convertirse en mayoría.


No se garantiza una competencia libre e igualitaria por parte de la ma-
yoría, como es la que gobierna trata de defender el poder por todos los
medios administrativos, económicos, de comunicación y de propagan-
da. Las elecciones, por lo demás, se convierten en plebiscitos que, a su
vez, aumentan la amenaza de la dictadura de las mayorías.
Para terminar, quisiera recordar los preceptos democráticos de
la Carta Democrática Interamericana, que sostiene en su artículo 2
que “el ejercicio efectivo de la democracia representativa es la base
del estado de derecho y los regímenes constitucionales de los Estados
Miembros de la Organización de los Estados Americanos” (cdi, artículo
2, 2001); las democracias participativas no cumplen prácticamente
con nada de lo antes mencionado: no se respetan las libertades funda-
mentales, el ejercicio del poder no está sujeto al Estado de Derecho,
se desprecia el pluralismo político, no se celebran elecciones libres
y se cierra el acceso al poder de las minorías. Las democracias participa-
tivas deducen su legitimidad del principio mayoritario; sin embargo, el
voto mayoritario no convierte a una dictadura en una democracia. Co-
mo apunta Amartya Sen (2009), no es tan importante qué se vota, sino
el contexto en el que se hace. Dependiendo de este, el pueblo puede
votar contra la democracia, como advierte el politólogo francés Guy
Hermet (1989). El contexto tiene que ser democrático para que unas
elecciones aporten legitimidad democrática a un gobierno.
A pesar de esto, las dictaduras plebiscitarias son tratadas como de-
mocracias, en la Organización de los Estados Americanos (oea), in-
cluso hasta alterar los calificativos, cuando su secretario general José
Miguel Insulza (7 de marzo de 2014) declaró que las protestas calleje-
ras de la oposición democrática contra la dictadura en Venezuela “no
ponen en peligro la democracia”. Parece que en la oea ya nadie sabe
qué es la democracia. Me abstengo aquí de explorar las razones que
explican esta significativa confusión. Sin embargo, la Corte Interame-
ricana de Derechos Humanos (Corte idh) profesa el mismo escapismo
por no diferenciar en su jurisdicción acerca de derechos humanos en-
tre estados con y sin independencia del Poder Judicial. En el caso Allan
Randolph Brewer Carías vs. Venezuela, la Corte argumenta cínicamen-
te que el demandante, antes de poder “pretender acudir a la jurisdic-
ción internacional para buscar la protección (de sus derechos), debía

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haber ‘agotado’ los recursos internos en Venezuela” (Brewer-Carías


2014, 2), protección que en el Estado sin derecho nunca podría obtener.
Asimismo, hay voces de esperanza. En este sentido, cabe resaltar
lo que relató Jorge Castañeda en El País (2014) acerca de una tertulia
que tuvieron los expresidentes Felipe González, Ricardo Lagos, Julio
María Sanguinetti y Fernando Henrique Cardoso al cumplirse 10 años
de vida de la fundación en honor a este último acerca de “El curso de
la democracia y del autoritarismo en América Latina”. Aunque se trató
de una alineación plural de demócratas, ciertamente, no todos ubi-
cados en el mismo sitio del espectro político, se produjo significativa
coincidencia de opinión a propósito de la defensa de la democracia y
los derechos humanos. Las principales coincidencias fueron tres: la
primera se refiere a que la legitimidad de origen debe compaginarse
con la de gestión. Felipe González subrayó, en palabras de Castañeda:

No se pueden justificar conductas de Gobierno antidemocráticas —represión,


suspensión de libertades, censura— por el simple hecho de haber ganado una
elección, aún suponiendo —que no siempre es el caso— que dicha elección haya
sido limpia, y menos si no fue equitativa (Castañeda 2014).

La segunda trata acerca de la deriva autoritaria creciente en la re-


gión, en la cual, de acuerdo con Castañeda (2014), mencionó Fernando
Henrique Cardoso:

Se justifican las sucesiones dinásticas, las reelecciones permanentes, o comicios


cada vez menos transparentes, debido a la utilización del aparato de Estado, de
los medios y del dinero del erario para que gane el saliente, o su esposa, o su hijo,
o su hermano, o quien fuera. Al generalizarse la reelección, o las transferencias
dinásticas, se consagra una tendencia trágica (en América Latina).

La tercera y última coincidencia es que los demócratas en América


Latina no han elevado su voz ante la deriva autoritaria o represiva, en
particular en Venezuela. Se desprende que su realismo político crece
en la medida que se alejan de la práctica política.
Muchísimas gracias.

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México y el desarrollo de la democracia en América
Latina se terminó de imprimir en diciembre de 2017
en Impresora y Encuadernadora Progreso,
S.A. de C.V. (iepsa), calzada San Lorenzo
núm. 244, colonia Paraje San Juan, CP 09830,
Ciudad de México.

Su tiraje fue de 1,500 ejemplares.

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