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HISTORIA Y NARRACION EN
PSICOANALISIS
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Fernando Yurman

Se tratará en esta ponencia la naturaleza cambiante de la relación de historia y narración, y se


intentará remarcar la importancia central de la narración, que actualmente parece menos obvia en
psicoanálisis; también el sentido, la necesidad y el carácter de su desaparición.
La diferencia entre historia y narración creo que puede ser rápidamente evocada al tratar las
intervenciones centradas en el eje de la historia, aquellas que la reformulan narrativamente. Al
respecto, la intervención terapéutica llamada resignificación resulta paradigmática, y probablemente
está más difundida de lo que se cree. La resignificación subsume muchas veces, de modo implícito,
el sentido último de otras intervenciones, incluso muchas de las que formalmente parecen
interpretaciones, y ello permite ilustrar inicialmente lo que estamos tratando. Viene al caso recordar
aquel estudio de Robert Wallerstein [1] que mostraba la interpretación casi como un tipo de
narración que variaba según la teoría. En una exposición que encastraba las secuencias a la manera
de muñecas rusas o de cajitas chinas, Wallerstein consideró un análisis que Heinz Kohut había
realizado a su vez sobre la interpretación de un tercer analista con distinta referencia teórica [2] . La
intervención originaria, según Kohut, era una suerte de neutralización de otro proceso profundo,
cuya virtud final, según la previsible conclusión del autor, implicaba una modulación del
narcisismo. Wallerstein, que estaba en la cajita china más grande, afirmó entonces el carácter
metafórico de la interpretación. Posteriormente, en su crítica a este planteo, Etchegoyen, desde su
propia teorización, y teniendo ahora la cajita más grande, desplegó una dialéctica distinta de
aproximación. A su vez, sobre esta interpretación, Eric Laurent se sumó a la saga del caso e hizo
también su lectura, y también la propuso como la acertada, aún a costa, según creo, de cambiar el
sentido de un poema que era parte del material [3] . Este curioso debate en eslabones, de modo
indirecto, y para lo que concierne a nuestra ejemplificación, señala la importancia de la dimensión
narrativa teórica. En todos estos casos aparece, aunque no está explicitado, el mérito transformador
de la resignificación, esto es del modo de narrar un mismo acontecimiento. Ese debate repuso en
escena algo parecido al tema de la película Rashomon, de Akira Kurosawa, donde se cruzan
distintas versiones y miradas de un mismo crimen. Aunque en su caso Etchegoyen mantiene una
prudente pulcritud, y sostiene que su intervención deriva fielmente del material, no hay duda que la
recolección del mismo está a su vez derivada de una narración previa. En la teoría, quizás más que
en otros ámbitos, la narración es una red que según el tamaño de los agujeros en la malla retendrá
distintos tipos de pescados clínicos, aunque después el pescador jurará que era eso y no otra cosa lo
que verdaderamente traía el mar. Avanzando otro poco en esta línea, también podría observarse que
la narración del acontecimiento crea en este caso el acontecimiento, y finalmente que esa narración
deviene el único acontecimiento. El efecto terapéutico de la resignificación, ya que de eso se trata,
creo que es enfatizado por algunas corrientes terapéuticas, pero no es desconocido por ninguna, ni
siquiera por las que consideran la rehistorización como un trabajo a favor de la resistencia. El uso
no explícito de este modelo abona la impresión que la narración es inevitable en todas las
dimensiones del psicoanálisis, y que tan sólo cabe aproximarnos a su cambiante peso en la teoría y
durante el tratamiento. Antes de hacer esa aproximación, quizás es provechoso recordar que
Benveniste [4] , el lingüista, definió simplemente historia como una narración sin enunciación,
aquello que es independiente del narrador, como si los hechos perteneciesen a la realidad. La
narración, por lo tanto, y en oposición, enfatiza la enunciación, pero suele estar soportada a la vez
por la historia, por el ideal de verdad material del enunciado.

La discriminación de los relatos


Las fuentes de esta necesidad narrativa primordial residen tanto en la naturaleza del psiquismo,
ya que la narración es un organizador central, como en la modulación cultural de la realidad. Ambas
dimensiones, aunque son específicas, se entrelazan. Como se sabe, hay cierta homologación entre
las historias personales y las sociales, entre los ideales del relato y la historia que traducen. Después
de la primera guerra Walter Benjamin había constatado una pérdida del arte de narrar. También
George Steiner observaría otro tanto años después [5] . Basta la denominación actual de caída de los
grandes relatos a la caída de las ideologías para advertir la creciente conciencia de que somos
socialmente narrados. Hoy, en virtud de estas transformaciones, el énfasis en los fragmentos se
encuentra tanto en el psicoanálisis como en la filosofía o en la narrativa. Personalmente, creo
recordar que cuando yo comencé mi práctica clínica los pacientes solían contar sus historias bajo la
forma de parábola, de gran elipse, como una novela o película, mientras que los jóvenes cuentan
actualmente mediante modelos de videoclips o pastiches, puesto que la narratividad psíquica
obtiene también su sintaxis de la cultura y de la memoria social. La mezcla a veces es intricada.
Siempre impresiona en aquel voluminoso caso Richard de Melanie Klein [6] , en plena segunda
guerra, la complementaria resonancia del maniqueísmo ideológico de ese tiempo con el de los
objetos kleinianos que circulaban en la sesión. Por otro lado, y ya mas cerca, quizás muchos
advierten también el peso del maniqueísmo ideológico en Venezuela sobre la narración biográfica, o
como la reformulación social de la génesis mítica del país suscita una reformulación también de la
novela neurótica [7] . Los relatos se entrelazan porque los fantasmas y las ideologías se alimentan
en un mismo estómago, aunque tienen metabolismos distintos. No debería ignorarse esta dimensión,
especialmente si se prefiere trabajar sobre ella en vez de que ella trabaje sobre nosotros. Sin
embargo, reconocer esta condición general que ilustra la vastedad del relato que nos acompaña, no
debería superponer los planos en una hiperculturización de los procesos anímicos. Fantasmas e
ideología están articulados, pero la continuidad de uno y otro plano no abandona lo específico de
cada uno. Deben tomarse en cuenta, pero para discriminarlos, para saber sus fuentes, especialmente
en nuestros países, cuya narración histórica y mítica no está sedimentada, y reaparece donde menos
la esperamos. Reaparece porque en nuestras sociedades hay una vieja discordia entre historia y
narración, entre la cotidianidad que vivimos y los símbolos que históricamente nos narran, desfasaje
que va mas allá de las ideologías [8] . Y más específicamente, habrá de reaparecer porque el análisis
está siempre tramado con la narración. El fragmento, el símbolo, el significante (sin debatir ahora
estas diferencias), después de encontrar su suelo, después de desprender el sinsentido del origen,
van a soltar un resto que adquiere posteriormente un encadenamiento de sentido en la frase, en la
proposición, en aquellos términos que van a fundar otra vez la narración de un sujeto entre los
otros. Aunque la fuerza de la interpretación pueda abolir todos los sentidos, y el significante gire en
una absoluta singularidad, esta singularidad es reconocida precisamente para que se convierta en
regla, para que sea su propia regla de captación, y esa condición bifronte de particular y general
suscite el movimiento hacia una nueva narración [9] . Sólo en la unidad mayor de la narración
desplegará su vigor la partícula que el análisis desprende. Todo elemento nuevo, inédito, es tal
solamente si se incorpora en una narración, porque lo absolutamente nuevo, aislado, sin pasado, es
ininteligible incluso como novedad. Por otra parte, el descubrimiento psicoanalítico es anfibio,
participa de una dimensión significante y una pulsional, y buscará siempre la narración para
estabilizarse [10] .La elaboración reclamará nuevamente la narración. Todo señala que la sustancia
psíquica es narrativa, tropezamos con narraciones, entramos y salimos todo el tiempo de
narraciones, y no se puede suponer un pasado sin que haya en algún lado un paraíso perdido, ni
tampoco esbozar un futuro sin tratar con un mesías, ni se puede indagar la sexualidad infantil sin
cortarle el cuello a alguna cigueña. Es cierto que hay ocasionalmente tramos vacíos, grandes
movimientos sin narración, muy silenciosos; también es cierto que los descubrimientos que
justifican la ambición del análisis son mudos, presencias de pulsiones o tramos fantasmáticos, que
comienzan generalmente cuando finaliza o disminuye mucho la narración de la historia. La
narración colapsa cuando emerge la pulsión, que es un concepto límite y también un límite
conceptual, y por lo tanto es transhistórica; colapsa sí, pero no desaparece. Lo que cambia es su
relación con la historia: esta última se habrá revelado de modo predominante como expresión de un
fantasma disuelto. Se llegaría allí a un punto de narración sin historia, casi como describió Freud las
construcciones en el análisis. Este vaciamiento daría lugar a una nueva narración que reconstituye la
realidad, y dejará como saldo aquel viejo aforismo ¨No existen historias sino solamente
historiadores ¨.

Habría entonces, según se intenta plantear en esta ponencia, diversas presencias de la narración,
desde el comienzo de un tratamiento, cuando se superpone de modo casi indiferenciado narración e
historia, hasta el final, cuando los pacientes hablan tan poco y casi no cuentan, y se advierte una
muerte narrativa, y notoriamente se agota el deslizamiento que es siempre una narración. El carácter
necesario y fundamental de la narración en la vida psíquica tiene una función cambiante, que
incluye su propia desaparición parcial, pero, según se propone aquí, resulta inevitable en todos los
planos, incluido el teórico.

Hay una etapa inicial, ordenadora de la vida psíquica, que Freud la describió en el análisis del
niño y el carretel, cuando el balanceo fonético del Fort Da narra una pérdida. Sobre este caso,
observó Lacan, que bastan dos fonemas para estructurar un discurso. Desde la perspectiva que lo
estamos viendo, diríamos que también para estructurar una narración, e incluso, como en este caso
de Freud, diríamos que es la misma narración la que da lugar a la pérdida, a la estructuración de la
pérdida como tal, ya que nada tiene función psíquica sin este ordenamiento que es narrativo. Quizás
cabe observar que actualmente la lingüística tiene corrientes que plantean la narratividad como una
condición inicial del habla. También, por la fuerza del ejemplo, cabe recordar al eminente crítico
literario Frank Kermode que decía que basta el tic tac del reloj para constituir una narración: hay
una génesis en tic y un apocalipsis en tac [11] . El ejemplo de Kermode, aunque su fundamento es
bíblico, guarda con el Fort Da de Freud una obvia similitud. La diferencia es que en Freud deriva de
la articulación narrativa de una pérdida constituyente de una presencia, de la relación del símbolo y
de la cosa, mientras en Kermode es una condición general de apropiación del mundo por la
narración, tesis que a veces también sostuvieron muchos antropólogos y teóricos del aprendizaje
[12] . Pero tanto en una como en otra propuesta la narración aparece inicial, casi fundida con la
misma simbolización.

Disolución y multiplicación
En la clínica la narración es simultánea y complementaria al supuesto saber del analista, ya que
está fundida con la transferencia, aunque de igual modo que la transferencia su marcha esta dirigida
hacia su transformación. No hay que olvidar que toda narración es esencialmente mesiánica, espera
un desenlace y lo cultiva, y esto no puede diferenciarse del gran otro que escucha, el dueño
imaginario de ese supuesto final. La diferente posición frente a historia y narración, en los distintos
enfoques teóricos, incluyen lógicamente una diferente valoración de la pulsión, y por lo tanto de la
naturaleza de la intervención. Forzando algo la barra, para diseñar mejor el problema, los polos
opuestos de ese destino del trabajo analítico parecen la interpretación y la resignificación. Polos
relativos, porque en el largo plazo se complementan. La interpretación como aquello que des-
significa, que disuelve la metáfora, y la resignificación como lo que la multiplica. La primera
trasciende la narración y la segunda la continúa, la primera disuelve la historia y la segunda la
deriva incesantemente hasta que cuaje en algún nuevo goce identificatorio. Paradójicamente, la
interpretación, que es posible cuando el tratamiento ha permitido la instalación de una narración y
de una historia, sirve para anularlas, y no afirma una identidad sino que parcialmente la disuelve.
Una raíz central de la narración es fantasmática, deriva de un núcleo que fija el vínculo pulsional.
La resignificación la expande, la interpretación la reduce. Esta diferencia a mi entender demanda
una estrategia de aprovechamiento, no una elección. Oponerlas resulta, según mi impresión,
dogmático y estéril. Desconocer la hermenéutica tradicional [13] implica desconocer la elaboración,
pero asimismo evitar la abolición del sentido que suscitan las interpretaciones ¨sin comprensión¨,
implica cegar los espacios libres que reclama esa misma elaboración. Interpretación y
resignificación son remos del mismo bote. La resignificación no tiene donde morder si la
interpretación no cava el material, y la interpretación no puede cavar si la resignificación no
estabiliza el terreno [14] . Un análisis no puede navegar fuera de la angustia, pero tampoco
solamente dentro de la angustia, y los dos remos resultan necesarios. Aquí nuevamente aparece,
creo, sobre estas dos intervenciones, modos distintos de tratar la narración, y también la diferencia
de direcciones de la función poética en literatura y psicoanálisis. La literatura remite siempre a la
palabra e intenta absolver la palabra con la palabra, mientras que la acción psicoanalítica apunta
más allá de la palabra, a la pulsión, y a todo aquello que perturbadoramente la excede. La
resignificación, que quizás es también una tentación literaria, un goce metafórico, si anda sola
correría el riesgo de ser fagocitada por el fantasma que la recibe. Como la formación fantasmática
determina en gran parte el tipo de escucha y comprensión del paciente, la resignificación quedaría
sometida a su perspectiva. Pero en cambio resulta provechosa si la interpretación abre nuevos
espacios fuera del fantasma. Octavio Paz decía con certeza que en la poesía toda palabra es un
nombre propio, pero precisamente la interpretación psicoanalítica es aquella que, por el sentido de
la fuerza más que por la fuerza del sentido, disuelve los nombres propios de una narración, hace
emerger su arbitrariedad, corta la repetición y retorna la historia a la contingencia del presente. La
interpretación, vista en esta perspectiva, es aquello que actúa rompiendo el discurso narrativo, no
explica ni reenvía la narración sino que la detiene, la saca de quicio en sentido literal. No quiere
decir que la narración termine para siempre, pero cambia centralmente su posición con la historia.
Ello no implica instalar de modo permanente una visión extática, sino permitir que en ese espacio
pueda crecer una nueva narración.

Una nueva narración pero casi sin historia, y correlativamente casi sin identidad. Idealmente se
trata de la pérdida de una identidad en provecho de una decisión, de una acción decisiva. Quizás el
mejor modelo de esto lo haya dado, para otros fines, Duns Scotto, el teólogo medieval, cuando en
relación a la identidad pergueñó filosóficamente aquella narración marina: ¨Si un barco va de
Irlanda a Normandía llevando una carga de madera, y en el viaje padece una tormenta, y para
repararse va sustituyendo paulatinamente el maderamen del casco por el de su carga, y luego el
mástil, y después todo el navío, cuando llega a Normandía ¿Es todavía el mismo barco?. Esta
pregunta subsiste hoy para nosotros. Para la experiencia analítica existe a veces la suposición que
este despojamiento no pierde sino que reencuentra la identidad, devela la historia en vez de
anularla, y que la vía de reducción, la vía que Freud llamaba Ad Levare en analogía a la extracción
que practica la escultura, liberará la historia y conducirá finalmente a la figura genuina, a la forma
auténtica. Esta propuesta no tiene, me parece, un apoyo firme. Dicha afirmación desconoce que la
nueva forma fue gestada en la singular temporalidad del análisis, como el barco de Scotto, y que es
esencialmente un cambio en la relación con la pulsión y los ideales. Esa objección, que sugiere una
verdadera historia que emerge de la falsa, participa tal vez de la inocencia de aquella pregunta que
le hizo un niño a un escultor ¿Y Usted como sabía que había un caballo adentro de la piedra?.

La nueva forma será narrativa, pero sin historia, porque la forma no esperaba dentro de la piedra,
sino que deriva del mismo encuentro analítico y la transformación que implica en la relación con la
pulsión y los ideales. Pero la ausencia de historia no es un valor en sí mismo, es solamente una
condición, una posibilidad, una apertura a la realidad, y no implica la ausencia de narración.

Narración en la teoría

En lo que respecta a la teorización, la puja alrededor de la narración no es menor, ya que hay una
suerte de confrontación entre el pensamiento narrativo convencional, y una suerte de narración de
segundo grado que suelen ser los esquemas. Se registra a veces el dudoso prestigio de fórmulas y
vectores, como si los números estuvieran menos expuestos al narcisismo o a los efectos imaginarios
[15] . Esta posición evita la narración, lo que en mi perspectiva no beneficia siempre la mayor
comprensión de los fenómenos. En nuestro país creo que más bien la altera, crea una falsa certeza e
impide el enriquecimiento del pensamiento con la narración de las lenguas convencionales, las que
se enriquecen de ambigüedad y se mezclan con otras narraciones, y precisamente por ello son,
como observó Roman Jakobson, la tierra verdadera de la creación. Por otra parte, las fórmulas o
ecuaciones, también son narraciones, narraciones ascéticas, algo anoréxicas, pero no simples
descripciones. También incide en esta perdida narrativa, la disminución de la importancia
articuladora dramática del complejo de Edipo. En esta intemporalidad, Kohut coincide con algunas
propuestas de Bion, especialmente su aspiración de anular memoria y deseo, y también de Lacan,
especialmente la consideración del Nombre del padre como una función independiente del drama
Edípico. Sin discutir la compleja pertinencia de estas afirmaciones, de lo que se trata, salvando las
diferencias del caso, es del reconocimiento de un poder de aquello que está más allá de la narración
y de la historia que esta devela. La teorización, entonces, enmudece la narración, y aparenta seguir
un rumbo parecido al de los tratamientos en su encuentro con la pulsión. Quizás valga la pena
recordar, hasta por placer etimológico, que la palabra narrar deriva de arrastre, viene de arrastrar el
trineo en tiempos remotos. Ese arrastre es en este caso heterogéneo [16] , va arrastrando hechos y
símbolos, naturaleza y cultura, la

materia con la que se trabaja las diferencias y el sentido. Con este arnés también Freud arrastró toda
su teoría, y por algo siempre lo mantuvo. Creo que es preciso retomar ese arnés, rescatar la
narración en sí misma, ya deslastrada de un vínculo alienado con la historia, como Freud lo hizo al
final de su vida en las Construcciones y en el Moises [17] .

La posición de Bion [18] , que intenta despejar el momento analítico del efecto de memoria y
deseo, o la de Lacan que despeja la dimensión del goce del orden significante Edípico [19] , parecen
adelantarse desde la disolución ya explicitada por Freud en ¨Construcciones¨. En términos de
Freud, se derivaba allí una preeminencia de lo económico sobre el sentido, de la pulsión sobre los
ordenamientos significantes. Pero la pulsión como dijimos es un concepto límite y también un
límite conceptual, de manera que la narración habrá de volver por sus fueros, la narración no
termina aquí. En ese trabajo Freud cuestionó la hipótesis histórica, no la narración. La narración,
que nos parece fundamental para la vida psíquica, cambia su relación con la hipótesis histórica. Para
el análisis se va de narración a historia, y no al revés. Esta relación podría ilustrarse en aquella
paradoja cómica que le gustaba a Bertrand Russell : Un caballero le dice a otro señalando una parte
del castillo ¿Es aquí donde aquel Rey dijo esas famosas palabras ? y el otro le responde si, pero
nunca dijo las palabras.¨. De hecho, para el análisis es preciso ese cómico sí del caballero, es
preciso tener una historia para poder disolverla en el análisis. Las intervenciones integradoras,
resignificantes o historizantes, son sumamente importantes en la mayoría de los cuadros, donde la
narración histórica debe ser constituida. También en una primer etapa de cualquier análisis, pero su
despliegue usualmente tiene como destino la disolución de su relación con la historia. Cambia su
relación con la historia como presupuesto que determina la narración, aunque no desaparece como
narración en sí misma. No desaparece porque la narración no es solamente un articulador de la
historia, también es contabilista de la realidad, contabilista fallida claro pero contabilista esencial, y
resulta la respiración natural de la experiencia, y también, siguiendo a Paul Ricoeur, es la fundadora
del tiempo humano [20] . Este carácter esencial hace que su presencia sea cambiante, pero
inevitable, incluso en la misma teoría psicoanalítica y a pesar de los esfuerzos de la formalización.
La narración es algo ambigua, y la ambigüedad es una riqueza. La lógica no sólo aporta precisión,
también mandato formal, y termina siendo superyoica y moralista. Todo señala además que los
mitos en psicoanálisis nunca fueron redundantes, están ahí por su estricta función narrativa teórica:
el Edipo en Freud, Palinuro en Bion, Antígona en Lacan, Narciso en Kohut, dan suficiente pábulo
de la dimensión narrativa mítica que centralmente atraviesa la teorización psicoanalítica. Narración
insoslayable para la teoría, que finalmente emplea las mismas matrices de la subjetividad a la que
dió origen esa narración [21] . Se sabe que Freud oscilaba entre Edipo y Hamlet para articular el
famoso complejo, y seguramente hubiera sido distinto el destino teórico y la posibilidad de pensar
la clínica con una y otra narración. La narración no es posterior al pensamiento, nace con él, de
modo que el hecho que Bion, por ejemplo, haya empleado a Palinuro, que deriva de la Eneida y
tiene como autor a Virgilio, o mitos bíblicos o historia persa, dice narrativamente tanto sobre sus
propuestas, como aquello que lo diferencia de los que han empleado los mitos griegos [22] .

La suspensión narrativa

La narración parece constitutiva de la tela psíquica, tanto en su vertiente alienante en la novela


neurótica, como en la de esencial ordenadora de la realidad y estructurante del pensamiento teórico.
Ello no quita que haya momentos en que queda absolutamente suspendida. En la trasmisión teórica,
por la necesidad de disminuir el follaje para ver las ramas. Eso tal vez no sea malo, aunque
frecuentemente se olvida que las ramas están precisamente para sostener el follaje por el que
respiran esas mismas ramas. En la práctica, la narración frena porque el pasaje y los cambios, como
el atravesamiento del fantasma, los lapsus, la perplejidad y el enigma, los momentos catastróficos
en Bion, suponen siempre el vacío, la ruptura narrativa e histórica, pero para permitir el nacimiento
posterior de una narración ya deslastrada de la hipótesis histórica [23] . El vacío, la ausencia de
contar resultan esenciales en esa etapa sobresaltada que cualquier análisis reconoce.El vacío se
justifica, en terminos de Bion, porque todo pensamiento una vez formulado es una mentira en
comparación a la verdad del hecho que formula. Es una verdad cuyo pago es que no pueda
contarse. Para Lacan, porque al estar la causa del deseo más allá del significante, la interpretación
es un medio decir, dibuja un vacío, marca el contorno de un objeto perdido.

Para el Freud de construcciones porque existe el famoso ombligo de la represión primordial, y la


castración entre otras cosas castra su propia formulación, y entonces resulta muda. Ese pasaje en
todos estos casos es siempre silencioso. La narración se apaga, provisoriamente se anula por la falta
de espera, por la gran rebaja de los ideales, la disminución del Otro idealizado, y por los diversos
encuentros con la pulsión. En ese punto se sabe a veces decir, pero ya no a quién o por qué decir,
hasta que en ese espacio nuevo se constituya un proyecto que habrá de ser narrativo otra vez, pero
sin la misma relación con la historia ni con el Otro o los ideales. Ese momento de disolución
radical, de muerte narrativa, es fundamental. La castración, esa roca de Freud es silenciosa, porque
ha perdido la ilusión en la narración histórica. Este momento clínico sin narración, puede ser a la
vez ilustrado, paradójicamente, por una de las narraciones más notables de la literatura, tan notable
que perteneciendo a la literatura moderna ha logrado la proeza de transformar un mito clásico. Se
trata del Silencio de las sirenas, un relato de Kafka que consiste en un breve comentario magistral
de la Odisea: observa Kafka que cuando Ulises se tapó las orejas con cera, lo que no escuchó no fue
el canto de las sirenas sino el silencio. El silencio de las sirenas es mucho más terrible que su canto
observa Kafka, y Ulises, que no escuchaba nada, creyó no escuchar el canto, pero se salvó del
silencio, que era lo auténticamente insoportable. Volviendo a lo nuestro, en el análisis ese silencio
no debe soslayarse, debe ser escuchado, es una experiencia inexcusable y central, para que el resto
del viaje, siguiendo con el mismo mito, importe por el viaje mismo como sostenía Kavafis, como
pura narración, y no por los ideales alienantes de la historia.

[1] ¿ Un psicoanálisis o muchos? Wallerstein R.S. , Revista Internacional de Psicoanálisis, 1988,


Vol.69.

[2] Kohut. H. ¿ Cómo cura el análisis? Paidós,1990.

[3] E.Laurent ( febrero de 1995 ), encuentra en el poema ¨If ¨ de R. Kipling un significado asaz
arbitrario, que no se desprende convencionalmente del poema, ni jamás fue consignado por ningún
crítico.

[4] Emile Benveniste, Investigaciones Retóricas, Serie Comunicaciones, Ediciones Buenos Aires.

[5] George Steiner, ¨ Real Presences ¨. Edit. Norton. ¨El Palacio de Barbazul ¨ . Ed. Gedisa

[6] M.Klein, Relato del psicoanálisis de un niño, Paidós.

[7] La ¨novela¨ personal del neurótico que analizó Freud se despliega de maneras distintas en
épocas y culturas puesto que el mito de origen personal se trama con el social. En Venezuela, más
allá de los debates políticos, ideológicos o económicos, se asiste actualmente a un acelerado
desarrollo productivo de la subjetividad social. Proceso que está cargado de narraciones latentes, y
reflota una ¨novela familiar¨ habitual en America Latina : gestas ¨justicieras¨, enojo de galanes, el
¨mamismo¨ de las primeras damas como política de protección de la infancia, reconocimiento del
hijo ¨natural¨ de la sociedad, etc. Estas reformulaciones de la sociedad sobre su propia historia no
son inocuas sobre la mitología personal.

[8] Esta inferencia está también implícita en el trabajo de Benedit Anderson ¨ Comunidades
imaginadas ¨, México, D.F.1993, y asimismo en el estudio de Paulette Silva sobre el Período de
Guzman Blanco, ¨Una morada de enmascarados ¨, Ediciones La Casa de Bello,1993.

[9] Esta condición general y particular se refiere a la interpretación apofántica que cita Lacan,
también a la definición de poesía de Julia Kristeva, y a la particularización vertiginosa que sostiene
Lacan en ¨El Atolondradicho ¨. El énfasis en el relato procede de Freud en ¨Construcciones en el
análisis¨, y también de Paul Ricoeur en ¨Tiempo y narración ¨.

[10] Podria agregarse que también para testificarse, si se considera que ¨el pase¨, suerte de corolario
metafísico-institucional que ha instaurado una escuela lacaniana, es finalmente una narración.

[11] Frank Kermode ¨The sense of an ending ¨ .

[12] Esto último está particularmente desplegado por Claudia T.G. de Lemos, en ¨Los procesos
metafóricos y metonímicos como mecanismos de cambio ¨, Universidad estadual de Campinas,
Brasil, Substratum, Volumen 1, 1992. También la tesis del lenguaje social de Vygotski, que ha
influido en muchas corrientes antropológicas, sugiere la génesis de la sintaxis tramada con la
interacción social.. El clásico artículo de Chomski sobre lenguaje interno, más allá de su carácter
específico, apunta también a un sentido similar.

[13] La denomino como tradicional, para enfatizar que la interpretación ¨ disruptiva, imprevista y
equívoca ¨ no deja de ser hermenéutica, aunque no hereda la línea de proposiciones lógicas que
inició Aristóteles con ¨Peri hermeneias ¨ (organizada sobre la fuerza del sentido) , sino la hebrea: el
poder de la presencia transformadora de la palabra divina en el Antiguo Testamento ( Diccionario de
teología bíblica, J.Bauer, Barcelona, Herder,1967 ), la que maldice, bendice, o ejerce ¨El
atolondradicho (el sentido de la fuerza). El énfasis de Lacan en la función poética de la
interpretación no excluye a ésta de la hermenéutica. El sentido de la fuerza y la fuerza del sentido se
alternan históricamente en las posiciones interpretativas, según J.Derrida. También encuentra una
alternancia similar el análisis de Gershom Sholem sobre las tendencias del misticismo judío .

[14] Quizás por anhelo protagónico los casos clínicos suelen subrayar la interpretación. La
narración privilegia así la escena central del descubrimiento, central para la imaginería narcisista
psicoanalítica, no para el proceso de transformación real.

[15] Jaques Durand, en ¨Retórica del número, Investigaciones, Retóricas II, Serie Comunicaciones,
analiza la poco conocida dimensión retórica, y por lo tanto imaginaria, de las matemáticas en
general.
[16] Este rico limo de la heterogeneidad es lo que se pierde. En el cosmos cíclico de Melanie Klein,
en esa eternidad ligada a las imágenes fisiológicas, la historia nunca habrá de comenzar. En la
teorización Lacaniana, administrada sobre una dimensión simbólica que no se particulariza sobre
ninguna textura concreta, la historia ya terminó. La pura naturaleza no tiene todavía para qué
interpretarse y la pura simbolización ya no tiene aún que interpretarse. Por muy temprano o por
muy tarde, estas posiciones evaden la narración, que es el punto de encuentro temporal entre las
cosas y sus símbolos.

[17] Aunque el cuestionamiento de la verdad material e histórica se encuentra desde el comienzo de


su obra, y ya en el caso ¨El hombre de los Lobos ¨ señala claramente que un sueño por su
vivacidad puede ser equivalente a un recuerdo, es en estos trabajos finales cuando emerge la noción
de ¨ palimpsesto ¨ sin original, con referencia central a la pulsión. Cuando Freud comenzó su obra
campeaba la novela histórica ( la minuciosa psicología que G. Flaubert o M.Schowb podían
imponer a cartagineses, trovadores, santos o místicos) ; además la arqueología confirmaba lo real
del pasado: el descubrimiento de Troyas, templos y tumbas permitía que las manos del presente
sopesasen en las tablas de arcilla sus propios mitos de origen. El entusiasmo de ese comienzo
sugería el hallazgo del núcleo material de la historia, el documento último. Pero al final de su vida
este esplendor había caído, el relato ideológico de los nazis confirmaba monstruosamente lo que
descubrió en su clínica: La pulsión, no la historia, es quien dicta fundamentalmente la narración.

[18] W.R.Bion, Atención e interpretación, Cap.IV, Ed. Paidos.

[19] J.Lacan, ¨El reverso del psicoanálisis ¨, Paidos.

[20] ¨Con Paul Ricoeur : Indagaciones hermenéuticas ¨Monte Avila,Editores.

[21] De allí quizás el efecto de extrañamiento, vértigo epistemológico, que produce el análisis
¨psicológico ¨de figuras mitológicas que a veces despliegan algunos analistas Junguianos. También
este error lo practicó pródigamente el psicoanalista antropólogo George Devereaux, cuando se
aproximó a Edipo, para analizarlo con las categorías del complejo de Edipo.

[22] Los dramas griegos poseen mayor distancia simbólica y arquetipal que la obra de Virgilio, cuya
cepa es más histórica que mítica. Las figuras griegas son originarias, fundadoras, resultan
primariamente integradas a las inflexiones del pensamiento occidental, como lo observa George
Steiner en su ensayo ¨ Las Antígonas ¨, de allí que se repitan y modelen constantemente. Virgilio es
menos remoto. En su trabajo Bion postula una mayor cercanía psicológica al fenómeno, Freud o
Lacan una mayor cercanía simbólica, de allí probablemente sus distintas narraciones. También esta
cercanía psicológica es la diferencia entre el entierro en una historia persa que emplea Bion, y el
entierro de Antígona. Si Freud hubiera elegido a Hamlet para su complejo nuclear, probablemente
hubiera vigorizado la pasión del drama, pero hubiera empobrecido la dimensión lógica,
antropológica y simbólica, y quizás desde ese modelo no hubiera podido pensar Totem y Tabu.

[23] Aparentemente estos derrumbes no requieren narración, pero aunque la ¨Verdad tiene
estructura de ficción ¨ segun Lacan, y ¨un pensamiento verdadero no tiene pensador ¨ segun Bion,
la narración reaparece de un modo u otro. [23] [23] En su famosa tabla Bion incorpora las
narraciones en el apartado de K, y en su estudio sobre Transformaciones considera que en la
Narración la causalidad es meramente lógica, no psicológica como en cambio será cuando devenga
su Realización. Lacan, por el contrario, plantea el cese de la narración por una consistencia lógica.
La lógica y la psicología tienen sus valores originarios invertidos en Bion y en Lacan (de allí la
diferencia en las narraciones que despliegan su pensamiento : Virgilio y Sófocles ), pero cumplen
una función similar. También retoman después la narración ( el pase de la Escuela Lacaniana, a
pesar de su inexorable vaguedad, parece ser una narración corta, y en Bion las interpretaciones-
construcciones son especialmente narraciones ). [23] Las consideraciones que hace Bion en su
Tabla ( W.Bion, Tabla de elementos, Paidós ) de la narración ( colocada en K, como conocimiento)
, como una causalidad de convicción solamente lógica, y que habrá de alcanzar ( en O, según la
tabla) convicción psicológica, también es narrado. Este pasaje, aparentemente sin narración, es
paradójicamente ilustrado por Bion en el poema ¨Noche oscura del cuerpo ¨, de San Juan de la
Cruz, que divide en tres tramos la iniciación ( devenir O ), como narración mística. W Bion,
Transformaciones, Del Aprendizaje al crecimiento, Centro Editor de América Latina. También
L.Grimberg señala la importancia de la narración en el pensamiento de Bion ¨ La analogía, la
simetría y la polivalencia en el uso de la interpretación construcción, Cap.14, L Grimberg, aspectos
teóricos y clínicos, Paidós.

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