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DEMOCRACIA Y SALUD MENTAL

Javier Montaño Ulloa

La democracia va más allá de la sola existencia de instituciones y partidos políticos o procesos


electorales; la democracia, como lo considera la Constitución de 1917, es una filosofía y un sistema
de vida fundado en el constante mejoramiento económico, social y cultural del pueblo.

Al mismo tiempo, nuestra Carta Magna reconoce que una educación democrática debe
robustecer el aprecio por la dignidad de la persona y la integridad de la familia y que toda persona
tiene derecho a la protección de la salud.

Así, la vida democrática se presenta como una condición indispensable para garantizar y
mantener un ambiente social que favorezca la salud y el equilibrio emocional de la población. Esta
condición, sin duda, es el sustento de la salud mental de los mexicanos.

Cuando una familia se desenvuelve en un clima de seguridad, confianza, solidaridad y amor,


sus integrantes encuentran las circunstancias necesarias para el desenvolvimiento pleno de todas
sus potencialidades como seres humanos.

Como podemos observar, para la construcción de una personalidad saludable, todos los
individuos requerimos de una sociedad, una comunidad y una familia sustentadas en principios
democráticos, dentro de los cuales la educación y la participación sean los instrumentos centrales
de comunicación y que permitan desarrollar la esperanza constante de una vida mejor.

Una verdadera cultura democrática requiere al menos de tres herramientas básicas: una
educación que forme a los individuos en una conciencia y una actitud de respeto, apoyo y
participación social; un sistema social de información y comunicación que transmita a todas las
personas, de manera científica, veraz y objetiva, los conocimientos constructivos que reflejen la
realidad económica, política y cultural; y, de manera complementaria, un sistema de gobierno que
exprese –auténtica y equilibradamente—los intereses y las propuestas de la sociedad y de los
individuos para crear una convivencia saludable y participativa.

Lamentablemente, en el estado de Veracruz, como en todo el país, actualmente nos


enfrentamos a un acelerado proceso que nos aleja gradualmente de los principios y los valores
democráticos.

El quebrantamiento económico y social que hemos vivido en las cuatro últimas décadas ha
propiciado el empobrecimiento de millones de personas y un creciente desempleo, que provocan
permanente estrés, desesperanza y constante frustración entre los mexicanos.

Aunado a ello, asistimos a un proceso permanente de desintegración familiar: casi el 70


por ciento de los matrimonios actuales terminan en el divorcio o en la separación física o
emocional de los contrayentes.

En la actualidad, cuando menos una de cada cinco familias mexicanas padece los efectos
de la violencia o la desintegración de la familia; existen en todo el país, más de cinco millones de
madres solteras y un incontable número de jóvenes enfrentan las consecuencias de la separación
traumática, el abandono o la pérdida de los afectos más significativos. Más de 7 millones de
jóvenes no tienen acceso a un empleo o a instituciones educativas.

La incapacidad para resolver los conflictos conyugales contribuye para que los integrantes
de muchas familias sobrevivan en un entorno de desamparo, de tristeza constante, aflicción y
melancolía.

La violencia social, la angustia y la preocupación frente a los problemas cotidianos se


traduce, familiar y culturalmente, en una actitud depresiva, de desilusión, de frustración, de
represión de las emociones y los sentimientos y de renuncia a luchar por un futuro mejor.

La ausencia de instancias participativas para resolver las situaciones críticas, individuales o


sociales, un deformante sistema de comunicación totalmente comercializado y un sistema de
partidos y una administración pública permeados por la desorganización y la corrupción, generan
las condiciones propicias para una convivencia familiar y social disfuncionales, muchas veces
caracterizadas por la agresión y la violencia.

Adicionalmente, la desesperanza, el miedo y el terror institucionalizados a través de los


propios medios de comunicación y, en ocasiones, por el mismo gobierno, han sentado las bases
para un régimen profundamente antidemocrático, autoritario y represivo, en el cual las únicas
opciones son la neurosis o la psicosis, como trastornos de identidad sexual, alcoholismo,
fármacodependencia y todo tipo de psicopatologías, o la somatización de múltiples enfermedades.

Frente a este desolador panorama, a mi parecer, las únicas opciones para favorecer la
salud mental de los mexicanos son la de trabajar intensivamente en todos los frentes para
recuperar la esperanza y construir una economía saludable y una cultura nacional acompañadas de
una educación auténticamente democrática, sustentada en valores humanistas, así como en
construir líneas de comunicación participativa y órganos políticos que expresen de manera
fidedigna la voluntad de los individuos.

Solo en ese entorno podrá florecer una familia integrada, amorosa, que otorgue a sus
integrantes las relaciones de seguridad y confianza que requieren para construir una personalidad
saludable y equilibrada emocionalmente. Es una tarea que el Estado mexicano ha descuidado
significativamente en el siglo XXI y una labor titánica que demanda la inmediata colaboración de
todos los grupos sociales en Veracruz y en todo el país.

Comentarios: montano01@hotmail.com

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