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En los salmos encontramos bellas oraciones y cantos, así como múltiples profecías. Hace algún
tiempo, buscando citas bíblicas relacionadas con la Madre de Cristo, nuestra querida Virgen
María, sentía que me faltaba citar una muy importante, pues en el antiguo testamento solo
encontraba dos citas muy breves, en el Génesis y en el libro del profeta Isaías. Estaba seguro de
que debía existir algo más. Pensando en ello por algún tiempo, se me vinieron a la mente dos
versículos llenos de inspiración del Saimo 45:
Eso era lo que mi corazón buscaba. Si bien se interpreta tradicionalmente como un cántico o
poema por el matrimonio de un rey con su nueva reina, pude percibir en el un significado mucho
más profundo, así que me dediqué a la tarea de escrutarlo con cuidado y amor, encontrando un
tesoro, que deseo compartir.
En este versículo, anuncia el salmista, que a la diestra del Señor, habrá una reina con oro, es
decir, enjoyada, honrada, destacada.
Los padres enseñan a una doncella a amar al Señor, olvidando sus ataduras mundanas,
manteniéndose pura para Él. Así, le dicen, el Rey, es decir, el Señor, se prendará de su belleza.
Esto se cumple en María, según relata San Lucas, como el ángel se dirigió a ella:
"No temas María, porque has hallado gracia delante de Dios." (Lc 1, 30)
Y aún más, le anuncia que quedará encinta y dará a luz un hijo, que será el Mesías, esperado
durante siglos por los judíos:
"El será grande y será llamado Hijo del altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre; Reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin." (Lc 1,31-33)
Solo existe una mujer en la humanidad que puede cumplir con esto:
¿Cuál otra mujer, podría ser hija de Dios y a la vez, ser llevada a Él como esposa? Está así unida
maravillosamente al misterio de la Santísima Trinidad, pues es hija amada y predilecta de Dios
Padre, esposa de Dios Espíritu Santo y madre de Dios Hijo. Ello a pesar de su frágil condición
humana. Ninguna otra criatura, ni antes ni después, ha podido gozar de una unión más íntima y
perfecta con el Señor.
En su esplendor y acompañada por un séquito de vírgenes, sus damas de honor, las almas que en
la tierra consagraron su virginidad a Dios, es María llevada a la Gloria de Dios. El séquito no ha
terminado aún de entrar al palacio del Rey, pues sigue fluyendo el cortejo de todas las almas que
ofrecieron su virginidad a Dios, acompañando a la Reina en su entrada al palacio del Señor, en la
Jerusalén celestial.
Jesús, en la Cmz, nos entregó a María como Madre, haciéndola así Madre de innumerables hijos,
repartidos por toda la tierra, que por la unción del Espíritu Santo, han sido consagrados como
reyes, sacerdotes y profetas. Esto lo podemos ver en las escrituras de San Juan:
"Jesús, viendo a su Madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su Madre: Mujer, ahí
tienes a tu hijo. Luego al discípulo: Ahí tienes a tu Madre. Y desde aquella hora el discipulo la
acogió en su casa." (Jn 19, 26-27)
Al aceptar Jesús su sacrificio por los pecadores, nos invitó a compartir su reino y por lo tanto,
nos convirtió en príncipes de su reinado:
"…porque fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hombres de toda raza, lengua,
pueblo y nación; y has hecho de ellos para nuestro Dios un reino de Sacerdotes y reinan sobre
la tierra." (Ap 5, 9b-10)
San Lucas mismo nos recuerda, en boca de la misma Maria, esta misma profecia en el bello
canto del Magnificat:
Desde entonces, y aún hoy en día, continuamos los cristianos recordando con amor y admiración
a María, esa piadosa y humilde mujer, Madre de Dios y Madre nuestra.