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La siguiente conversación con Robin Mackay tuvo lugar por correo electrónico en el verano de 2014.

Mackay es responsable del proyecto artístico y de investigación Urbanomic. Es el coeditor junto con
Armen Avanessian del volumen #Accelerate, un compendio de textos recientes y clásicos que
pretende ofrecer una visión coral de las diversas ramificaciones del movimiento aceleracionista. Con
Luke Pendrell y James Trafford, recientemente también ha coeditado Speculative Aesthetics, una
recopilación de ensayos que une las líneas discursivas del realismo especulativo con el arte
contemporáneo y el aceleracionismo.

(Roc Jiménez de Cisneros) Cuando empecé a leer cosas sobre el aceleracionismo, mi primera
reacción fue pensar que el contexto era fundamental: lo que hace que el aceleracionismo suene
a radical podría ser, hasta cierto punto, el hecho de que provenga de la izquierda. La derecha
neoliberal lo ha defendido casi siempre, quizá sin la intención de destruir el sistema, pero existe
una despreocupación intrínseca bien arraigada en lo que Tim Morton llama agrilogística, que,
para empezar, es ya parte de lo que nos ha traído a la situación actual. ¿Qué piensas de este
tipo de paradoja?

(Robin Mackay) Una de las reacciones ante el libro ha sido ésta: que el hecho de adoptar una postura
a favor de la manipulación tecnológica y en defensa de la transformación constante del ser humano y
de la sociedad es una traición al humanismo propio de la izquierda y, al mismo tiempo, plantea el
riesgo de aumentar el expansionismo irresponsable y el espolio de la Tierra que practica el
capitalismo. Aun así, no creo que el aceleracionismo, o el prometeísmo, sean necesariamente
sinónimos de esta irresponsabilidad; por lo menos, no son más cómplices de ella de lo que lo es una
política de izquierdas a la que ya le parece bien limitarse a criticar y a protestar sin mojarse.

Naturalmente, lo que resulta chocante es que la política de izquierdas haya cedido, casi sin
excepciones, el impulso prometeico a la derecha. Y mientras tanto, en el neoliberalismo la retórica
del «cambio tecnológico revolucionario» se ha convertido en un eslogan del márquetin para
promover eventos bastante anodinos. ¿Dónde están, pues, la ambición y la visión de futuro?
Evidentemente, en algunos círculos de la izquierda, tanto de la radical como de la liberal, la ambición
y la visión de futuro ya son consideradas en sí mismas síntomas de una racionalidad
instrumentalizadora y dominadora que es «parte del problema». En su acepción más simple, el
aceleracionismo consiste solamente en reclamar la ambición y la visión de futuro que la teoría
política había tenido antaño.

Y es importante que nos demos cuenta de que aceleracionismos hay muchos. La razón principal para
publicar el libro fue precisamente mostrarlo: cuando, a lo largo de los últimos años, el
aceleracionismo empezó a emerger como una constelación de posturas provenientes de distintos
ámbitos (la filosofía teórica y la política, el arte y el diseño), recuperó varias manifestaciones
anteriores, como por ejemplo los textos de Marx sobre las máquinas, el cosmismo ruso, la obra
de Deleuze y Guattari y la de Lyotard de los años 70 y, más recientemente, la obra de Nick Land y la
CCRU (Unidad de Investigación en Cultura Cibernética) de los 90. El objetivo principal del libro es
reseguir esta genealogía, para tomar nota de todos los posibles matices y los desacuerdos varios de
una postura aceleracionista en el sentido amplio y, sobre todo, para ver como, en cada etapa, los
nuevos aceleracionismos tienden a adquirir algunas características de sus predecesores y a rechazar
otras. El segundo objetivo es preguntar qué podría significar hoy el aceleracionismo, si es o podría
llegar a ser una postura teórica y política coherente.

Volviendo al tema de la irresponsabilidad, no hace falta decir que está presente en la era de la
«cibercultura» de los años 90, en la cual, si hacemos dar un paso más a las herejías de Lyotard en el
momento en el que publicó Economía libidinal (del que él mismo acabó retractándose), el ser
humano y la política humana (lo que Land llama el «sistema de seguridad humano») se considera
que son irremisiblemente represivos, un «lastre» para el proceso que lleva la inteligencia a
autosofisticarse, para la mutación mundial que es el capitalismo. Y el capitalismo, como tiende a
disolver las formas y las restricciones sociales hereditarias, porque no es un sistema social sino la
negación de todos los sistemas sociales, es, a su turno, el motor que nos permite explorar lo
desconocido. Así pues, «estar a favor de la inteligencia» consiste en abandonar toda prudencia en
cuanto a los procesos desintegradores que ejerce el capital y en cuanto a cualquier reciclaje del ser
humano y del Planeta que aquellos puedan comportar.

En algunos de los textos más recientes sobre el aceleracionismo y, concretamente, en el Manifiesto


aceleracionista de Williams y Srnicek, se intenta —cosa que ciertamente puede parecer paradójica—
fusionar este convencimiento según el cual «la única salida es continuar adelante» con un conjunto
de preocupaciones más tradicionales sobre la justicia política y social. Según este punto de vista, el
producto histórico del capitalismo se ha de poder integrar positivamente en cualquier tipo de política:
por ejemplo, priorizar el localismo para combatir la globalización, o bien organizar happenings en
los que se hacen gestos simbólicos que apunten a «otros mundos posibles» sin comprometerse en las
cuestiones concretas de la manera de construir nuevas plataformas para el comercio, la
comunicación, etc., es necesariamente ineficaz, lleva simplemente a una política inconexa, esteticista
y que solo pretende hacernos sentir bien. Para empezar, obviar la globalización y atrincherarse en la
producción local de alimentos orgánicos, en este momento histórico, conllevaría, sencillamente, que
mucha gente de este planeta nuestro superpoblado muriera… Esta corriente, pues, es realista en el
sentido de que se da cuenta de que las políticas de izquierda tienen que enfrentarse a los aspectos del
desarrollo capitalista que son efectivamente irreversibles. Pero darse cuenta de esto no es
abandonarse irresponsablemente al capitalismo, porque uno de los principios fundamentales del
nuevo aceleracionismo es evitar lo que en filosofía se llama la «falacia genética»: el hecho de que
una cosa haya sido producida en el marco sociopolítico del capitalismo no quiere decir que haya
quedado irrevocablemente infectada para siempre por los modos de producción capitalistas. Hay una
estrategia para «reorientar y reutilizar» que, a mi parecer, se propone como una alternativa realista al
pesimismo desesperanzado que provoca pensar que todo lo que forma parte de la vida humana ha
sido absorbido por el capitalismo y que no existe ninguna manera de escapar si no es mirando atrás;
o bien soñando una ruptura absoluta, un hecho milagroso que nos permitiría volver a empezar.

Hasta cierto punto (y pido disculpas por la analogía un poco de andar por casa), el
aceleracionismo me hace pensar en las toxinas de las vacunas, en el sentido que propone una
alternativa que permite que se expanda lo que precisamente se quiere superar. Estoy
convencido de que tiene que haber más ejemplos de este tipo de estrategia (no solo en la
biología), pero no se me ha ocurrido ninguno más. ¿Hay alguna otra analogía o comparación
que no provenga de la ciencia ficción que quieras señalar que podría funcionar como metáfora
(o como motivo de inspiración) de las ideas aceleracionistas?

Esto nos lleva de nuevo a la misma cuestión de la «subsunción real», es decir, que el conjunto de la
vida humana ha sido absorbido y que ahora es el perro del capitalismo. Todos nos podemos
reconocer en ello…, pero, en el plano de la visión política, no hay duda de que esto incita a pensar
que no hay remedio; en el mejor de los casos, lleva a estar siempre alerta, a sospechar de todo y hasta
a odiarse uno mismo, y, a la larga, a una especie de depresión y a la parálisis. La táctica del
«aceleracionismo de izquierdas», en cambio, consistiría, en primer lugar, en el hecho de que
podemos llegar a algunos pilotos libidinales apuntando más allá de los motivos individualistas,
capitalistas y consumistas, y servirnos de ellos como motor colectivo para el desarrollo (y este
aspecto puede resultar atractivo al movimiento a favor del software de código abierto y a otros
parecidos); y en segundo lugar, en que lo que el capitalismo ha producido no tiene un vínculo
inherente con el sistema capitalista (esto diría que es más complicado de lo que parece; requiere
analizar muy bien cada caso para llegar a entender el grado de imbricación de una determinada
tecnología con las relaciones capitalistas y de qué modo se podría «reorientar»). En todo caso, está
bien claro que aquí está presente la idea de que, si el statu quo dispone de tantísimo poder —sistemas
de control, macrodatos, redes sociales, análisis estadístico en tiempo real, etc.— a su favor, no
podemos de ninguna manera luchar contra él sin apoderarnos de algunos de estos medios.

El otro punto de vista sostiene que es el propio capitalismo el que alimenta una desregulación y una
desintegración tan extremas de las normas sociales, políticas, cognitivas y hasta biológicas, que las
relaciones sociales que conforman el «capitalismo» tal como lo conocemos no lograrán sobrevivirle.

Ninguno de estos puntos de vista se ocupa de las «contradicciones del capitalismo». Hay una manera
equivocada de entender el aceleracionismo que lo relaciona con una «aceleración marxista de las
contradicciones», cosa que ninguno de los autores mencionados defiende (como dijeron Deleuze y
Guattari, «nunca ha muerto nada a causa de las contradicciones»). En vez de esto, se trata de ver si
estos sistemas automatizados tan sofisticados que han formado una increíble red mundial de
información se pueden concebir en última instancia en función de un único sistema económico
determinado y están ligados a él; o si, al contrario, las ramificaciones que el capitalismo deja que se
le escapen van más allá de este punto de vista tan provinciano. Marx era ciertamente de esta última
opinión.

Pero, tal como señala Mark Fisher, este punto de vista puede llevar, por un lado, a la nulidad política:
la idea de que, puesto que este proceso inhumano tan colosal ya está en marcha, no hay nada que
«hacer», la política humana es simplemente irrelevante sub specie aeternitatis. Me parece que, en
último término, este es también el parecer de Nick Land, y no creo que debamos desestimarlo solo
porqué contraría nuestra necesidad de sentirnos agentes de la historia (y, sin embargo, el propio acto
de teorizar sobre un tema parece indicar que se puede «hacer» algo al respecto). Por otro lado, hay
otros pensadores que parece que adoptan una postura ambivalente —y en el volumen de #Accelerate,
encontraréis que ya está en Marx i en Veblen— según la cual esta separación «del proceso» respecto
de las relaciones sociales de producción concretas es inevitable, pero quizá también puede acelerarse
por medios políticos colectivos. Supongo que la postura más optimista sería decir que la izquierda
contemporánea tiene, en potencia, acceso a los medios para construir otros sistemas y que solo hace
falta un cambio colectivo del espíritu político para que se deje de explotar la política del miedo y se
aproveche la ocasión.

Una de las ideas que hay detrás de #Accelerate es presentar una especie de trasfondo histórico,
que incluye un cierto número de creadores, personajes y colectivos underground de fuera del
ámbito estrictamente político, desde el ciberpunk a la ciencia ficción y la música. ¿Nos puedes
describir brevemente este cruce de caminos cultural y la influencia que ha tenido en el
movimiento aceleracionista actual?

Para mí, una de las cosas interesantes del surgimiento del aceleracionismo es que haya reavivado el
interés por la obra de la CCRU y de Nick Land. De hecho, quizá debe entenderse al revés: en 2011
publicamos Fanged Noumena, una compilación de textos de Nick, y disponer de estos textos
probablemente haya tenido una cierta influencia en el surgimiento de un nuevo aceleracionismo. En
los años 90, este pequeño grupo desarrolló un tipo de microcultura que se basaba en el objetivo de
verter la teoría en la estética de la ficción ciberpunk y la música electrónica —en concreto, de los
últimos estadios del rave, del darkside y del jungle— y, así, conseguir que, de algún modo, la
escritura llegara a ser inmanente a estos espacios sonoros abstractos, sintéticos y futuristas y a los
relatos de la esfera de la ciencia ficción que estaban relacionados con ellos: las músicas de películas
de este género, como Terminator, Predator, Blade Runner, que entonces empezaban a poderse
encontrar en vídeo —una invasión del espacio doméstico por parte de estas ficciones obscuras y
grandilocuentes que coincidía con la existencia del colectivo inicialmente marginal de la cultura rave
y su transformación en un fenómeno mucho más generalizado y aceptado. Parece que el acto de
escribir tenía que formar parte de aquel complejo afectivo que, a la vez, era también un ámbito en el
que se gestaban nuevas conceptualizaciones de futuros humanos e inhumanos. Tengo la sensación de
que esta obra es aún potente y recomendable en muchos sentidos, pero el aceleracionismo
contemporáneo ha tenido que reconsiderar su tendencia estetizante y el desengaño sufrido al ver
frustradas las esperanzas que había depositado en un futuro ciberpunk… Creo que, en nuestro libro,
esta cuestión de la relación entre la producción afectiva, artística o estética, la tecnología y la política
ocupa un lugar central. La filósofa feminista Shulamith Firestone la aborda de lleno en el capítulo
suyo que hemos incluido en la obra: se trata de encontrar la manera de superar el secuestro de las
«dos culturas», por un lado, en lo que respecta a la ciencia y la tecnología, que construyen realmente
nuevos mundos, y por el otro, en lo que respecta a la producción artística, que explora, en la esfera de
la imaginación, las posibilidades que hay de nuevos mundos.

En vuestro libro la presencia de la ciencia ficción parece realmente inevitable, puesto que gran
parte del género siempre se ha dedicado a describir futuros utópicos/distópicos y sistemas
sociopolíticos que se desmoronan. A parte de lo que ya se encuentra en #Accelerate, ¿qué otras
obras de ciencia ficción afines al aceleracionismo nos recomendarías?

Es verdad, en las primeras manifestaciones del aceleracionismo (a parte de otros textos que también
hemos incluido en el libro, remontándonos hasta Erewhon, la tecnodistopía de Samuel Butler), las
cuestiones teóricas que se trataban iban acompañadas de una innovación estilística y formal y, de ese
modo, escribían sobre el futuro y, al mismo tiempo, intentaban llevarlo a cabo mediante un tipo de
moda o estética de la futuridad. Una especie de «bucle temporal» en el que el futuro se lleva a cabo a
sí mismo infectando al presente. J. G. Ballard acierta del todo en su artículo del volumen de
#Accelerate en el que explica que actualmente el único realismo posible es la ciencia ficción. No sé
si hace falta que hable de ninguna ciencia ficción contemporánea en concreto, porque, en cierta
medida, todo nuestro entorno cultural es ahora ciencia ficción —intentar que el discurso político
iguale esta situación, en el sentido de promover una forma sofisticada de pensar el futuro y de
aumentar la carga libidinal de la operación de cienciaficcionalización, es una de las metas principales
del aceleracionismo, aunque los textos más modernos parece que han hecho marcha atrás respecto
del tipo concreto de manierismo estilístico predominante en las obras de la «cibercultura» de los 90.

En todo caso, estoy muy contento de haber podido incluir en el libro estos dos textos de la CCRU y
los textos de Lyotard, que me parece que, estilísticamente, son de los productos más increíbles de la
era post-68.

Fijémonos en la crítica más bien dura («condena apasionada») que ha recibido el


aceleracionismo —a menudo tachado de ingenuo y reaccionario—: se podría afirmar que Nick
Land es una de las figuras clave del movimiento y es también el responsable de The Dark
Enlightenment Manifesto) (‘Manifiesto de la Ilustración obscura’), que sirvió más o menos de
base del neoreaccionarismo, una ideología política que «defiende volver a las ideas
tradicionales sobre el gobierno y la sociedad, sobre todo, a la monarquía tradicional y al estado
nacionalista etnicista». Supongo que hay personas a las que cuesta bastante aceptar que estas
ideas formen parte de una pretendida teoría/praxis de izquierdas (a pesar de la conocida
trayectoria de Land en el anarquismo de izquierdas). ¿Nos puedes hablar de esta situación y,
con un poco de suerte, darle la vuelta?

¡No me parece que Land haya pretendido nunca ser de izquierdas! Es un filósofo serio y un pensador
inteligente, ¡pero siempre ha disfrutado pinchando a la izquierda presentando con gran deleite por su
parte el «peor» panorama posible…! La postura de Nick es y siempre ha sido considerar que, si nos
situamos «a favor de la inteligencia», es decir, si procuramos huir de los constreñimientos de la
herencia humana, cognitiva y, ciertamente, biológica, entonces el único motor posible de esta
transformación que tenemos en marcha es el capital: el capitalismo —las inversiones de futuro, la
especulación financiera— es sencillamente sinónimo de modernidad, de progreso, de huida; y en el
núcleo del pensamiento de Nick es innegable que hay un deseo insensato, y hasta romántico, de
abolir lo que hay, un deseo de explorar el mundo exterior a cualquier precio.

Lo que ha aparecido es una ruptura entre este «aceleracionismo de derechas» y el «aceleracionismo


de izquierdas» de Srnicek i Williams. La dificilísima tarea que afronta el «aceleracionismo de
izquierdas» consiste en demostrar que puede haber un motor que no sea el complejo incentivador
integrado del capitalismo consumista para dirigir esta futura aceleración: ¿cuál sería, este motor?,
¿es, una vez más, demasiado optimista e ingenuo el hecho de imaginárselo?, ¿tiene que consistir en
un pacto con el sistema de seguridad humano? Debemos preguntarnos si el «aceleracionismo de
izquierdas» parece ser, en último término, otra especie de optimismo ingenuo izquierdoso, ¡cosa que
lo haría parecer muy frágil en comparación con el realismo sin manías del aceleracionismo de
derechas!

El neoreaccionarismo es un fenómeno realmente interesante y no se debería menospreciar


considerándolo el fruto de una pandilla de fanáticos minoritarios que actúan desde internet. Quizá lo
decisivo es entender el papel político que desempeñan las ficciones y lo que la CCRU llamó
«hipersticiones» —el neoreaccionarismo es como una ficción colectiva creada por personas que se
han dado permiso para sobrepasar todos los estándares de adecuación y decencia en el «debate
político». Pero no es ni mucho menos una cosa de cuatro lunáticos marginales, están involucradas
personas poderosas. Encontramos en él versiones extremas de ideas que me parece que serán cada
vez más importantes para la política del siglo xxi. Ignorarlas no hará que sea precisamente más fácil
ocuparse de ellas, forman parte de nuestro futuro y, una vez más, la cuestión que las izquierdas
tienen que plantearse es si disponen de algo para hacerles frente, a parte de los aires de superioridad,
el rechazo insidioso y la costumbre de lamentarse de lo terrible que es todo. The Dark
Enlightenment, si nos armamos de valor y, en vez de presuponer no sé sabe muy bien qué, nos lo
leemos, nos damos cuenta de que es todo un revulsivo. Las ideas que propugna —el rechazo a la
herencia ilustrada, una evaluación de los resultados del liberalismo en términos de disonancia
cognitiva, la transformación del gobierno en empresa, el fin de la política de los estados-nación, la
dicotomía de reivindicar o retirarse, y hasta el «pensamiento de especie» sobre los seres humanos—
nos las tenemos que tomar en serio, aunque nos provoquen un asco visceral. Es aquí donde la ficción
nos resulta útil, nos puede hacer pasar ideas que, de lo contrario, nuestro sistema inmunitario
cognitivo simplemente rechazaría. Pero el neoreaccionarismo saca provecho precisamente de la
alergia que estas ideas provocan en las izquierdas cuando se presentan en su forma más flagrante e
impenitente. Ha empezado un debate bastante interesante sobre el «ecosistema cognitivo» del
liberalismo de izquierda; y vemos de nuevo que la izquierda liberal, con la franqueza y la seriedad
tediosas que la caracterizan, no cuenta con ningún tipo de equivalente de esta clase de análisis.

Ahora bien, en #Accelerate no aparece nada de eso. Pero déjame repetir —sin que se trate de ningún
tipo de «disculpa», porque no tenemos nada de lo que disculparnos— que no hemos publicado el
libro ni hemos situado la cuestión del aceleracionismo en un primer plano para introducir a la gente a
ningún tipo de postura o «movimiento» unitario, ni para exigir que se adhieran a él. El sentido de la
publicación es presentar una constelación de varias posturas que, gracias a las interacciones y las
tensiones que establecen entre ellas, ponen de relieve un conjunto de problemas y temas que nos
parecen fundamentales.

En todo caso, para los movimientos sociopolíticos drásticos el tema clave es la viabilidad,
naturalmente. Si no es que el aceleracionsimo tiene que resultar ser un mero experimento
mental, su objetivo es que acabe funcionando. Gerald Rauning da en el clavo al hablar del
capitalismo como una máquina extremadamente eficiente que es capaz de digerir y apropiarse
muy rápidamente fenómenos contraculturales e ideas revolucionarias de todo tipo. Esto es lo
que pasó con el futurismo, el grindcore o el ciberpunk, movimientos y escenas muy diferentes
entre sí que comparten algunos rasgos con el quid del aceleracionismo (o bien forman parte de
él); aunque habían sido estéticas underground o que cuestionaban las ideas preestablecidas,
acabaron siendo asimiladas y allanadas por el sistema sin muchos problemas. ¿Qué dirías que
distingue al aceleracionismo de teorías parecidas? O, más sencillo, ¿por qué crees que podría
llegar a funcionar?

Sí, esperemos que sea algo más que un experimento mental. Hay un hecho bastante decepcionante,
pero supongo que inevitable: así que apareció el libro, el aceleracionismo se convirtió
inmediatamente en otro término que la academia hacía pasar por el tubo, un término más para
emparejar con otras palabras de esta clase (aceleracionismo y x, aceleracionismo e y). Si no va más
allá de eso, ha fracasado del todo. Ahora bien, cabe decir que nos lo buscamos añadiendo la
almohadilla en el título para convertirlo en una etiqueta; pero así es como surgió el aceleracionismo,
y fue interesante ver como el debate en torno a la sociotecnología se desarrollaba mediante los
mismos instrumentos que intentaba analizar. Utilizar la etiqueta también fue un tipo de ataque
preventivo contra las críticas inevitables que íbamos a recibir de haber creado un eslogan más, etc. Y
también fue un gesto dirigido a la cuestión que hemos tratado antes de la libidinización colectiva de
una determinada política.

Pero, volviendo al tema de si «funcionará»: el Manifiesto aceleracionista habla de la manera en que


la política aceleracionista tiene que construir vínculos entre varias prácticas: el diseño, la informática,
etc., a parte de la teoría y del debate político; y del hecho de que tiene que tomarse en serio las
capacidades organizativas y el acceso al poder, probablemente por medios diferentes de los del
sistema de partidos tradicional. Si estas exigencias acaban convirtiéndose en parte de un discurso
universitario instalado cómodamente en la teoría, entonces quedarán anuladas y vacías. En este
sentido, me parece importante la obra del creador de estrategias Benedict Singleton cuando habla de
la metis, la ‘inteligencia astuta’, y del diseño/conspiración como elementos clave de cualquier
estrategia aceleracionsita. Y esta estrategia incluiría la manipulación plenamente consciente de las
dinámicas de cooptación que has mencionado. Esto ya cambia las perspectivas de éxito del
aceleracionismo, porque quiere decir que no podemos adoptar un simple punto de vista enfocado a
encontrar los medios para un fin: la lógica de la metis no está al servicio de un único objetivo, y es
más probable que nos conduzca a tramar planes retorcidos que nunca habríamos esperado. Ahora
bien, la cuestión del aceleracionismo como política gira precisamente alrededor de esto: si lo que
queremos es sacar provecho de la inteligencia futura, hacer que tenga un cierto peso en el presente,
abriendo caminos al cambio desde el punto de vista epistémico, tecnológico y social… la inteligencia
que nos ocupa ¿es la autosofisticación ciega del capital, que solo busca reforzarse y no se anda con
contemplaciones por lo que respecta a los seres humanos como tales?, ¿o quizá la práctica colectiva
de la racionalidad hace emerger una inteligencia colectiva?; ¿o bien el futuro es un abismo retorcido
de posibilidades en constante ebullición en el cual podemos participar más voluntariamente si nos
libramos de los constreñimientos dogmáticos de nuestra manera de pensar, pero que no podemos
llegar a controlar nunca con la finalidad de poner en práctica un programa político? Esto es el
aceleracionismo, la cuestión, desde el punto de vista político, de la futuridad, la inteligencia y la
política. Y la inteligencia no es necesariamente nuestra amiga.

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