Académique Documents
Professionnel Documents
Culture Documents
: Fundamentos
de la Ciencia
Josí A. D í a (Barcelona, 1961) es Doctor
en Filosofía por la Universidad de
Barcelona con una tesis sobre la teoría de
la medición. Ha publicado numerosos
artículos en revistas y antologías
nacionales e internacionales y en la
actualidad es Profesor Titular de Lógica y
Filosofia de la Ciencia de la Universitat
Rovira i Virgili.
C A P ~ L O8
como cálculos interpretados.
<
. S
"
..... ...
i !l i
C A P ~ ~ 9~.L Análisis
O
,
e
.
..
......... .empírica
6 . Consideraciones finales . . . . . . . . . . . . . . : . e .
! ......
.
si.ncrónico de teorías 11 Las concdpkiartes hf%@rlcista$:4% .
s .
ti"d:
......
.
Y . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
'
1. Teorías axiomáticas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
."... ! .
. . .:. . . . . . .
.........
- + ......
.
t i
. . . . <. .. .. . ?. . . . . :..
1. Teorjas, enunciados y modelos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
"
.
3 . Adams.y las aplicaciones intencionales . . . . . : . . . . . . . . . : .........
. .
. . . . . ". ! .
2 . La noción de teorla de Suppes ... : . ; . . . . . . . . . . ..r ... . . ... L .." . ... .......
'
.
. :. .
.
: : \
"
:
?.i
P.....
...L....
. '.i S-
<
+-
S
.
.>S.
'*$o>
tíeq
.
..
. .
.
.
?,
.
I il
-Y;
.
?
..f.
\
.-
.VI
.o.
. . . , S .
4
173
173
180
184
199
205
211
215
219
219
224
243
'..,5?d7,"
251
256
.
. 261
267
267
.283
886
993
299
'397
309
309
311
318
320
325
327
328
533
337
341
351
365
.
2 . Teorización . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
3 . Reducció . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
4
4 . Equivale cia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
5 . Apéndice . Ciencia especial y ciencia básica; reducción. múltiple realizabilidad y
superveniencia (*) . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
Durante la elaboración de una obra como ésta, muchas son las personas e institu-
ciones que han contribuido a que la tarea inicialmente concebida Ilegue a su fin. Maria
Ramon Cubells, Manuel García-Carpintero, Joan PagCs, Manuel Pérez Otero y David
Pineda han leído versiones previas de la obra y han realizado numerosas y detalladas
críticas, correcciones y sugerencias. A ellos debemos agradecer la mayoría de mejoras
introducidas en la versión definitiva, además de la inestimable ayuda que su buena dispo-
sición y paciencia han representado para la ardua tarea de revisar el mecanuscrito original.
Ramon Cirera, José Luis Falguera, Andoni Ibarra, Josep Macih, Eulalia Pérez Sedeño,
Francesc Pereña y Daniel Quesada han leído partes de la obra y han realizado también
importantes correcciones y sugerencias. La señora Margrit Barrios ha transcrito parte del
material. Javier Donato ha realizado una cuidada revisión de las pruebas de imprenta. A
todos ellos queremos expresar nuestro más sincero agradecimiento. Muchas otras personas
han contribuido a la gestación y desarrollo de este proyecto, especialmente los alumnos de
las diversas universidades de España, Ivféxico y Alemania en las que los autores han
impartido sus cursos de filosofía de la ciencia. Por último, deseamos agrddecer a la
DGICT (Ministerio de Educación español, proyectos PB92-0846-C06-06 y PB95-0125-
C06-05). a la CIRIT (Comissionat per a Universitats de la Generalitat de Catalunya) y a la
Fundación BBV la ayuda económica con la que a través de diferentes proyectos han
contribuido a la consecución de esta obra.
Los científicos, por regla general, suelen mirar con cierta desconfianza a los filóso-
fos de la ciencia. ¿Qué más hay que saber de la ciencia que lo que ellos ya saben?; en
cualquier caso, ¿quién mejor para saber lo que es la ciencia que el que la practica?, ¿quién
que no sea un científico consumado puede decir algo sensato sobre la ciencia? Esta actitud
está en parte justificada y en parte no. Está justificada en la medida en que, ciertamente,
no se puede decir nada sensato sobre la ciencia siendo un ignorante en ella; de hecho,
muchos de los más importantes filósofos de la ciencia han dispuesto de una formación
científica considerable. Pero no está justificada en tanto confunde saber ciencia con saber
qué es la ciencia, saberes que corresponden a niveles o ámbitos diferentes. Hay algo más
que saber de la ciencia que sus contenidos, como hay algo más que saber de una lengua
que el hablarla. Hemos visto que en un sentido importante de 'saber', el saber relativo a
una actividad no se agota en practicarla, queda todavía saber en qué consiste practicarla,
ser capaz de formular las reglas o principios que se siguen. Lo primero no es condición
suficiente de lo segundo, se puede realizar correctamente la práctica sin ser capaz de
explicitar las reglas seguidas, si bien, ciertamente, hay que suponer el conocimiento implí-
cito o inconsciente de las reglas involucradas; todos hablamos correctamente antes de
recibir cursos de gramática, y la mayoría de gente que argumenta bien no ha estudiado
20 FüND.;\i\lEir;TOS DE F I L O S O F DE
~ ~ LA CIENCIA
jamás lógica. Y aunque es obvio que ser un practicante competente de una actividad
facilita por lo general la investigación sobre la misma, ya vimos que, estrictamente, lo
primero tampoco es condición necesaria de lo segundo. Lo misma se aplica, mutatis
mutandis, al caso de la práctica científica y su relaci6n con los principios que la rigen. La
tarea del filósofo de la ciencia es investigar los principios que rigen esta actividad, princi-
pios que, si suponemos que son seguidos implícitamente por 10s científicos, la hacen
comprensible. Vamos a ver a continuación que esta tarea involucra tres dimensiones dife-
rentes pero, contra lo que se suele sugerir, complementarias, a saber, las dimensiones
descriptisa. prescripriva e interpretativa.
A veces se intenta caracterizar la naturaleza de la filosofía de la ciencia en el
contexto de la dicotomía "descripción/prescripción" y se discute cuál de las dos funciones
ha de desempeñar la disciplina, si la normativa o la descriptiva ,(un caso notorio de
discusión en estos términos lo representa la polémica entre Pofiper, fakatos y Kuhn sobre
la falsación, cf. cap. 12 $5). Según los partidarios de la perspectiva normativa, la tarea de
la filosofía de la ciencia consiste en imponer normas que se supone deben seguir los
científicos en su práctica, y ''juzgarles" o evaluarles de acuerdo,,con tales normas. Para los
partidarios del descnptivismo, eso no tiene ningún sentido y lo tlIlico que cabe es describir
cómo operan de hecho los científicos. En nues& opinión, este modo de plantear la
cuestión es completamente confundente. En primer lugar, descripción y prescripción,
aplicados al análisis de la actividad científica, no son excluyentes. No se trata de dos
cuernos' de un dilema sino de dos caras de una misma moneda. En segundo lugar, estos
aspectos no cubren sino parcialmente la función de la filosofía de la ciencia. Junto a ellos,
esta disciplina tiene también una dimensión interpretativa fundamental. Por decirlo breve-
mente: algunas de las tareas de la filosofía de la ciencia son a la vez descriptivo-normati-
vas, y otras son interpretativas. O más exactamente, en casi todas están presentes ambas
dimensiones, en unas prima más el aspecto descriptivo-normativo (p.ej. ante el estudio de
la contrastación de hipótesis), en otras ambos tienen análoga presencia (p.ej. el análisis de
la explicación científica o el de la evaluación teórica), y en otras, por último, domina la
dimensi6n interpretativa (p.ej. el análisis y reconstrucción de teorías).
Contra lo que muchas veces se ha sugerido, descripción y prescripción no siempre
se oponen. En concreto, no se oponen cuando son relativas a las prácticas convencionales: .
las prácticas convencionales se atienen a convenciones o reglas, y la descripción de tales
convenciones tiene implicaciones normativas. O bien, viéndolo desde el otro lado, 'esta-
blecer prescripciones-normas' es una expresión ambigua. En un sentido significa imponer.
normas, reglas o mandatos para dirigir una actividad o conducta previamente no regulada;
ejemplos paradigmáticos de ello son algunas normas de circulación o, sobre todo, la
"invención" de un juego. En otro sentido, significa investigar y hacer explícitas las reglas,
normas o .convenciones que rigen ya de hecho cierta actividad o conducta. La primera
tarea no es a la vez descriptiva (en el sentido interesante de 'descripción', las reglas de un
juego no son descriptivas), la segunda sí.
La clave para comprender el segundo tipo de tarea es el concepto de convención
(para un análisis exhaustivo de este concepto, cf. Lewis, 1969). Las convenciones, a
diferencia de los mandatos explícitos, son normas que han devenido tales sin que medie
ningún acto de imposición arbitraria o decisión explícita colectiva (p.ej. la convención de
los conductores de avisar mediante ráfagas luminosas la presencia de la policía). Una
actividad convencional es pues una actividad que está regida por normas seguidas implíci-
ta o inconscientemente por los que llevan a cabo dicha actividad. Pero las convenciones
son normas y por tanto las actividades convencionales son susceptibles de llevarse a cabo
correcta o incorrectamente, siguiendo las reglas o no.
Quizás se diga que en este sentido las leyes naturales que rigen todos los entes sin
conciencia son convenciones, que la actividad de estos seres es convencional, pues "si-
guen" estas leyes-reglas inconscientemente. Podemos hablar como queramos, pero desde
luego no es eso lo interesante. No se suele usar así el término, no sólo para los entes
inanimados, sino tampoco para muchos seres animados, incluso aunque se les atribuya
34
ciertas capacidades cognitivas o representacionales. No sólo no decimos que la actividad
de un átomo sigue una convención, tampoco lo &cimos de una bacteria o un perro,
2 aunque al menos este último es probablemente un ser con cierta capacidad cognitiva. Es
claro que 'convencional' sólo se aplica a actividades de seres susceptibles de desarrollar
capacidades representacionales especialmente complejas, en particular capaces de tener
determinado tipo de representaciones de segundo orden. Para seguir una convención no
basta tener estados representacionales conativos (deseos) y doxásticos (creencias) básicos,
hay que tener además representaciones de segundo orden: creencias sobre las creencias y
deseos de otros, creencias sobre las creencias de otros acerca de nuestras creencias y
deseos, etc. Esto es lo fundamental, y sean lo que sean estos estados, involucren o no la
conciencia, y por mucho que, caso de que la involucren, no tengamos mucha idea de qué
es la conciencia, el caso es que claramente no todos los seres con capacidades repre-
sentacionales disponen de este tipo de representaciones de segundo orden. Por tanto, no
todo comportamiento guiado por reglas se puede calificar de convencional, ni siquiera
cualquier actividad regulada que requiera alguna capacidad representacional. Sólo son
convencionales las conductas reguladas cuya realización supone el uso de repre-
sentaciones de segundo orden específicas. Por lo que sabemos, parece que sólo el ser
humano dispone de estados representacionales con esas características, y por tanto que
sólo él es capaz de desarrollar conductas convencionales (ésta es una cuestión empírica
abierta que, en cualquier caso, no afecta lo que sigue).
Hay muchas actividades humanas convencionales, por ejemplo, el tipo de saludo
específico de cada comunidad, o la mencionada práctica entre los conductores de indicar
mediante ráfagas la presencia de la policía. La actividad humana convencional más para-
digmática es sin duda el uso del lenguaje, el hablar determinada lengua. El Ienguaje es
convencional y por eso es normativo, porque está sometido a reglas. Hablar un lenguaje es
fundamentalmente seguir reglas, las reglas lingüísticas gramaticales, semánticas y prag-
máticas, que son convencionales en el sentido apuntado (cf. Lewis, op. cit., cap. 5, y
también Grice, 1957). Hablar consiste en (intentar) seguir unas reglas implícitas en la
comunidad en la que se desarrolla la actividad y por ello es una actividad que se puede
desarrollar correcta o incorrectamente, esto es, una actividad susceptible de evaluación.
Hay muchas otras actividades humanas convencionales reIacionadas, en sentido más o
menos laxo según el caso, con el lenguaje. Cada una de esas actividades tiene una finali-
FUND.4MEh'TOS DE FILOSOF~DE LA CIENCIA
dad y está regida por un sistema implícito de reglas que, de seguirse correctamente,
conducen a la consecuci6n de la finalidad en cuesti6n. Actividades de ese 'tipo son, por
ejemplo, real~:ar~proferenciasgramaficdt?~(que es parte constituyente de la actividad de
hablar un lenguaje), argurnenrar, expli~aro seoricar.
Como ya señalamos más arriba, en relación a estas actividades regidas por reglas
hay dos sentidos en que se puede hablar de1 conocimienfo d$ las reglas. El primero es un
conocimiento implícito, que consiste en realizar con éxira la actividad, en seguir las
reglas; a los que practican correctamente la actividad hay que atribuirles el conocimiento
implícito de las reglas. El sesundo es conocimiento exptíciio, saber en qué consiste practi-
car correctamente la actividad, y a él se llega mediante una tarea o investigación .de
segundo orden. La función de las disciplinas que+IlEviina cabo esta investigación (p.ej.
parte de ia Lógica, parte de Ea Gra*tica) es hacer' explkitas las reglas que rigen las
actividades m cuestión, descubrir y d%ribir el conyunto de normas~conv~ncione~en cuy*
seguimiento consiste e1 de$'atrolJo e#itosoUdela actividad. PeW entonces es' cl&o qke $
función de tales disciplinas es a la ves descriptiva y no?-mativa (o evaluativa). Al hacer
explícitas, al describir, las reglas que rigen la actividad, permiten evaluar si tales reglas se
han seguido o no en un caso concreto, si la actividad se ha llevado a cabo correctamente.
O mejor dicho, hacer explícitas las reglas y evaluar la actividad son en este caso dos caras
de la misma finalidad. Resumiendo: describir normas o convenciones en cuyo intento de
seguimiento consiste una actividad es a la vez dar criterios de evaluación sobre la realiza-
ción correcta o incorrecta de dicha actividad (y por tanto tabbién sobre el éxito o fracaso
del fin perseguido con ella).
Pues bien, sucede que hacer ciencia es parcialmente semejante, en 'el sentido
indicado, a -argumentar o hablar una lengua, a saber, una actividad humana regida tam-
bién por ciertas reglas-convenCiones'implícitas.En este caso se trata de una maero-activi-
dad que consta de un cúmu'lo de otras actividades menores, p.ej., contrastar hipótesis,
realizar experimentos, dar explicaciones, formular teonáS, etc. En este sentido, al menos
parte de la filosofía de la ciencia tiene por tarea hacer'explícitas las reglas que rigen las
diversas partes de esa actividad que es hacer ciencia. Y al igual que los buenos argumenta-
dores saben argumentar sin ser por ello capaces de decir en qué cOnsiste argumentar bien'
(tarea del 16~ic8),los buenos científicos que, por ejkmplo, saben contrastar (cdkectamen.
te) sus hip6tesis no tienen por ello por qué ser capacés de decir en qué consiste realizar
una buena contrastación, ésa es la tarea del filósofo de la ciencia (y si algún científico
realiza esta tarea, no lo hace qwa 'cfentífico sino qua Pilóso$o ¿Fe la ciencia). En consecuen-
cia, también la filosofía de la ciencia (o.al menos parte de ella) es a la vez descriptiva y
normativa: describiendo las reglas que rigen, por ejemplo, ja contrastación correcta, evalúa
casos concretos de esa actividad. En este sentido e's pre~erfptivao normativa: dice cómo
hay que hacer las cosas. Pero no es normativa en olro sentido más radical; no dlce cómo
hay que hacerlas porque ella lo diga, porque ella "lo decida", autónomamente, inde- '
pendientemente 'de Ia actividad científica por así decir. Justamente lo contrario, especifica
cómo hay que hacerlas porque ésas son las reglas qrie rigen dehecho la práctica científica,
esto es, hace explícitas las cowenciones que siguen implícitamente los cientrficos.
Estas consideraciones dan cuenta de la naturaleza de parte de la filosofia de la
ciencia y sugieren que la mayoría de las polémicas sobre el presunto dilema descripti-
vismo-prescriptivismo son vacuas, pues estos dos conceptos conforman una dualidad
pero no un dilema. Algunas disciplinas pueden ser, en alguna de sus partes, a la vez
descriptivas y normativas, y la filosofía de la ciencia es una de ellas. Ahora bien,
asentado este punto hay que advertir inmediatamente que la dimensión descriptivo-nor-
mativa no es la única. Por ejemplo, una de las tareas de la filosofía de la ciencia es el
análisis y reconstrucción de las teorías científicas y, como veremos, ese análisis no es
una tarea descriptivo-normativa sino inrerpretnriva. Así, además de su dimensión des-
criptivo-normativa, la filosofía de la ciencia tiene también una dimensión interpretativa
fundamental.
La filosofía de la ciencia tiene por objeto la actividad científica. Esta actividad
involucra prácticas regidas por normas-convenciones y la explicitación de estas convencio-
nes constituye la parte descriptivo-normativa de la filosofía de la ciencia. Pero la actividad
científica no sóio involucra prácricas convencionales, también involucra esencialmente
entidades, constructos científicos. Contrastación, medición o experimentación son ejem-
plos de prácticas científicas; conceptos, leyes y teorías son ejemplos de constructos cientí-
ficos. El análisis metacientífico de las prácticas tiene un carácter descriptivo-prescriptivo,
el análisis metacientífico de las entidades científicas es esencialmente interpretativo. Ya
hemos visto con cierto detalle en qué consiste su carácter descriptivo-normativo, nos
detendremos ahora brevemente en la dimensión interpretativa.
Como en muchos otros campos, la investigación teórica de cierto ámbito de la
realidad y de las entidades presentes en el mismo (investigación que en nuestro caso es
metateórica, pues se trata de formular teorías -filosóficas- sobre las teorías científicas y
sus diversos componentes) consiste en desarrollar cierta interpretación de dicho ámbito.
Las entidades o constructos científicos constituyen un ámbito de la realidad específico, un
ámbito que en este caso es parte de la realidad culrural, y su estudio es pues fun-
damentalmente interpretativo. Como cualquier otra ciencia de la cultura que haya alcanza-
do un mínimo nivel de abstracción y de articulación sistemática, la filosofía de la ciencia
se caracteriza por construir modelos interpretativos de las entidades estudiadas, en nuestro
caso los constructos científicos. Estos modelos interpretativos no son, por su naturaleza
más propia, ni códigos de conducta, ni recuentos de datos; por el contrario, se trata de
marcos teóricos, que usan conceptos específicos, generalmente de un considerable nivel de
abstracción e "idealización", cuya finalidad es hacer inteligibles las estructuras esenciales
de ese vasto edificio que es la ciencia, o al menos partes de él. La forma de discurso que
conviene a tales modelos no es ni la forma prescriptiva ni la descriptiva, ni siquiera en su
versión sintética descriptivo-prescriptiva que hemos visto para el caso de las prácticas
científicas. Por lo que a las entidades o constructos científicos se refiere, no se trata de
normar el modo como "deben ser", pero tampoco de establecer una lista de enunciados
que reflejen especularmente supuestos "hechos puros" relativos a dichas entidades. De lo
que se trata es de modelar, de reconstruir bajo cierta óptica determinados aspectos de los
constructos científicos que nos parecen especialmente reveladores para entender lo que es
esencial de ellos.
Diversas corrientes, escuelas y autores en filosofía de la ciencia han propuesto
diltersos modelos de interpretación (divgrsas "metqorías':, pomo pue* decese) de, la
' -'i "
ciencia y, e 9 ganicular, de sur conat~ctTimás iqport&tes,,b las teorias, ciept&-$% %\ot
modelos pueden ser más o menos adecuados a su o%etg, m á s o m y o s *pipsjbJgs, rn4s.o
+ su
menos p ~ s i s o s ,pás o menos g e ~ a ! e s .Pera, cn ..q.w J g ~ k rcasp ;tceptc&&ddad no.
depende de .que-gstablezcannormas del :lb,ywZ'co@ponapi~nto cie~tífico
% , ,($ye, .nqd;~,está
a- s3
comunidad no aceptará esa entidad como una genuina teoría empírica. Así pues, la deter-
minación dz ciertas condiciones en las prácticas de contrastación de las teorías tiene
consecuencias para la tarea reconstructiva, puede determinar ciertas constricciones a las
que toda reconstrucción se debe atener.
Resumiendo: adecuadamente consideradas, Ias dimensiones descriptiva y prescrip-
tiva no se oponen sino que son dos aspectos de la misma función; esta función descriptivo-
normativa, además, no es exclusiva sino que se combina con otra interpretativa. Aunque en
algunos ámbitos metacientíficos es más explícito el componente descriptivo-normativo y
en otros el interpretativo, ambos están siempre presentes, quizás en diverso grado. Así
pues, estos dos aspectos de la actividad metacientífica no son excluyentes, la filosofía de
la ciencia es una actividad a la vez interpretativa y descriptivo-normativa. Es cierto que,
como apuntaremos en la breve revisión histórica, a veces algunos filósofos de la ciencia
han defendido la prioridad, o incluso la exclusividad, de alguna de estas funciones, ya sea
de la descriptiva, ya de la prescriptiva, ya de la interpretativa; por ejemplo, los partidarios
del descriptivismo exclusivista reducen la tarea de la filosofía de la ciencia a la simple
descripción de los avatares científicos sin prestar especial atención a las normas que rigen
implícitamente la práctica científica. Debe quedar claro que tal actitud es un error, deriva-
do de una inadecuada concepción, por lo que a la actividad metacientífica se refiere, de la
naturaleza de cada una de estas funciones y de sus relaciones mutuas.
Hemos visto que la filosofía de la ciencia tiene por objeto poner de manifiesto o
hacer explícitos los aspectos filosófico-conceptuales de la actividad científica, esto es,
elucidar conceptos fundamentales de la actividad científica, determinar las normas que
rigen esa actividad y reordenar conceptualmente o reconstruir esos sistemas de concep-
tos producidos por la ciencia que son las teorías. La filosofía de la ciencia, tal como la
hemos caracterizado, es extremadamente amplia y diversificada. Puesto que las mani-
festaciones de la actividad científica son múltiples y variadas, también lo serán sus
análisis filosóficos si no hacemos abstracción de algunas diferencias entre las diversas
manifestaciones científicas. Si no abstraemos nada en absoluto nos encontramos con la
total diversidad de sistemas conceptuales y teorías. En un primer nivel de abstracción
tendríamos las teorías agrupadas por disciplinas: física, química, biología, psicología,
economía, lingüística, matemática, lógica, etc. En otro nivel se agruparían las diversas
disciplinas en diversos grupos, los correspondientes a la ciencia natural, la ciencia
social y la ciencia formal. Y todavía en otro grado de abstracción podríamos reunir las
dos primeras, ciencia empírica, frente a la última, formal. Por supuesto, esto es sólo
indicativo, son posibles grados intermedios de abstracción y las diferencias en cada
grado son muchas veces fluidas.
El nivel de abstracción que va a guiar en general nuestro estudio de la materia es el
que corresponde a lafilosofín general de la ciencia empírica. En primer lugar, no se van a
tratar problemas especrjTcos de las ciencias formales, aunque eso no significa que no sea
aplicable a ellas nada de lo que aquí se estudie (como se verá, por ejemplo, cuando se
analice la estructura axiomática de las teorías).
En segundo lugar, se hará abstracción de las diferencias entre las diversas ciencias
empíricas, las naturales y las sociales, de modo que el estudio se aplique por igual a
ambos tipos. Esto es, el estudio lo será de sus aspectos comunes; en la medida en que las
ciencias sociales requiriesen un análisis adicional por disponer de características específi-
cas, ello no se hará aquí.
En tercer lugar, el análisis filosófico de la ciencia empínca se va a desarrollar a nivel
general, va a versar sobre los aspectos comunes a (la mayor parte de) la ciencia empínca. No
se van a tratar problemas específicos de ciencias o teorías empíricas particulares, como el
espacio-tiempo en la teoría de la relatividad, la medición en mecánica cuántica, la informa-
ción en biología o el probletna de la predictibilidad en economía. Ante esta alternativa se
puede objetar que no hay tal cosa, que la filosofía general de la ciencia es un mito, que los
únicos problemas interesantes tienen que ver con las ciencias especiales y que, incluso.
cuando pretendemos lo contraio nos vemos forzados, si se nos obliga a precisar, a descender
a ciencias específicas. ¿Qué es eso de "el problema de la justificación", o "el problema de la
explicación"? Una cosa es en física, otra en biología, otra en economía, y si nos apuran, una
cosa es en mecánica, otra en termodinámica, otra en cosmología, etc.
Bien, ello es parcialmente cierto, y parcialmente falso. Es parcialmente cierto,
pues no sólo hay problemas específicos de cada ciencia sino que los problemas coinunes a
las diversas ciencias presentan algunos elementos específicos en cada una de ellas. Pero es
parcialmente falso, pues lo anterior no excluye que, como es el caso, algunos otros ele-
mentos de esos problemas sí sean comunes a toda manifestación científica. Quien abunda
en esta línea de crítica olvida que lo mismo podría decirse respecto de las ciencias
mismas. ¿Qué es eso de la energía? Una cosa es la energía mecánica, otra la calórica, otra
la radiante, etc. ¿Qué eso de la herencia genética? Una cosa es en los mamíferos, otra en
las aves, otra en las legumbres, etc. Es obvio que en este ámbito la crítica es claramente
infundada. Pues bien, a menos que se aduzcan motivos adicionales relativos a la especifi-
cidad de la investigación metacientífica, no tiene por qué ser diferente en nuestro ámbito.
En nuestra opinión, la especificidad de la investigación metateórica no proporciona tales
motivos. La crítica es infundada en ambos casos, el científico y el metacientífico. Y lo es
por el mismo motivo; en ambos casos se comete el mismo error, a saber, pensar que
porque algo es diferente, todo (lo interesante) es diferente. Nadie duda de que, aunque la
herencia genética presente aspectos específicos en los animales y en las plantas, hay algo
común que es merecedor de estudio (científico). Pues bien, lo mismo es cierto de la
explicación, o de las leyes. Aunque las leyes científicas presenten aspectos específicos en
las teorías mecánicas y en las económicas, hay algo común que es merecedor de estudio
(metacientífico). Como estableció Aristóteles, la ciencia, toda theoria, busca lo general en
lo particular, lo similar en lo diferente. Pero para ello es necesario abstraer las diferencias,
pues sin abstracción no hay, no ya ciencia alguna, sino ni siqaieka l&tgaaje. Y, por lo que a
la abstracción de las diferencias se refiere, es claro que no hay un único modo de hacerlo,
un único grado de abstracción. En eso, como en muchas otras cosas, la filosofía no difiere
apenas de otras disciplinas.
4. Panorama sucinto d e la historia de la filosofía de la ciencia
Pfe ~ i ~ e m
me han dado un excelente resultado. Por tanto, los zapatos que me acabo de
comp;+en, dkh6iap&+akeguro
. A 3 ZWpue~t&q$cf&s'tir&&~y~&&fiieomp.~gJa
,
8:h4*
. ..,l;r... ,,; , ! , o ..".! ;
U*
'iiiprioridad 'i
lesu,
y
ta&~:~~lel$~tee,,*
tlri*o,
.Hitler.i& \C~mpll~o' d; i;.fciiqid&i',? ,' , . . ,t.! .::: ; * S
. .
A4 . ,,$Los lIeT;afii,.~~k$ i d , .$.. & h:k#;no una v ~ ~ a ~ ~ o h & $ ,
'p~~est&~:qüe'e5 aiti ,. . "..: .
, 'i : !.'2,; ,. c f * ; !,;. *-; . : . . . d
O presi@ntei
' T ~ ~ $dS ~ @s~bdd&iil~$~kish~st~a a$i)li&$&n
;*. ty.:;v: < . .
varonkr.'
,El'pr6*im0.predd6*te',a;*e11"~&.&s.efA.~ar~*~;
.,( \
"
- - :, < ,,,
:
Ae ." I = ~+;ii$*tes
G tieh dap&;$Srl kh/3#3tQ'&. &ba;idía. Por tanto,
.,:. .. . . . . ..Xi.
.
-., . -: m;&3&hs A g ~ e h ' 6 ; - : . $ + &. ' ee$ar@fi!i oi;_asiiíh.,,?
C.
,
. - e , : . ' ' ". u..,
.;. . .:! ,:
A7 "El primer coche de Fernando le dio buen resultado. La segunda casa de Luis
le dio buen resultado. Por tanto, el tercer ordenador que me compre me dará
buen resultado."
Q . tanto, Fernando p s . c c ~ i t ~ ~- ..". ,
Al3 ''Juaaa.es aqwitecio,,&q$a:as ~ ~ L % c , Por
A9 , "El tiltimo presidmte ,sst.ad,ouaidmse es -~~\i;u;6n.Por tanto, .el :pr6~imppresj-
. den& es3adouinide~sase~&;var6n,". . . * & ,
, ! . . +
. " .' , L 1
que entre premisas y conclusión se da la relación de apoyo inductivo (esto es, lo que antes
hemos llamado argumentos jnductivos válidos); y pseudo-argumentos, aquellas en las q u e
entre premisas y conclusión no se da ninguna relación de apoyo. Los hablantes, al argu-
mentar, intentarían expresar argumentos, unas veces argumentos deductivos y otras induc-
tivos; y, por ejemplo, si un hablante intenta expresar un argumento deductivo y lo logra, el
acto de habla es exitoso, y si no lo logra (si expresa uno inductivo o un pseudoargumento),
el acto es fallido. Es esencial darse cuenta de que este modo de presentar las cosas es
equivalente al anterior. En ambos casos el hablante, al argumentar, tiene la pretensión de
que entre premisas y conclusión se da una determinada relación .objetiva de apoyo (de
entre dos posibles) y la argumentación es exitosa si su pretensión es correcta, si efectiva-
mente se da la relación que según él se da. La diferencia entre ambos modos es meramente
terminológica. En general aquí seguiremos usando el primer modo de expresión, aquel que
considera los argumentos mismos como actos de habla y considera por tanto la diferencia
entre argumentos deductivos e inductivos (tanto válidos como inválidos) relativa a las
intenciones del hablante.
2. Argumentos deductivos
A13 "Todos los hombres son mortales. Sócrates es hombre. Por tanto, Sócrates
es mortal."
A14 "Todos los hombres son griegos. Sócrates es hombre. Por tanto, Sócrates es
griego."
A15 "Todos los hombres son rusos. Sócrates es hombre. Por tanto, Sócrates es
ruso.''
42 FUNDAMLXTOS DE FILOSOFL.~
DE LA CIENCIA
A 1 tiene la forma:
si a, entonces B
a
o el rnodrrs tollens:
si u, entonces p
no P
si a, entonces p
P
4.4 FUNDAhZE$JTQS DE~JLOSñrFhDE L4 CIENCIA
A18 "Todos los hombres son mortaleK TodOs,%i@dfidscs soh hambres. Por tanto
todos los dioses son moqales."
t f
mente, muchos esquemas de inferencia inválidos. Por lo general, sin embargo, ni si-
quiera quienes casi siempre argumentan mal producen argumentos totalmente des-
cabellados. Con frecuencia las argumentaciones inválidas siguen ciertos patrones típi-
cos. A estas formas típicas o usuales de argumentar inválidamente se las denomina
falacias. A veces también se denominan así esas otras formas de "argumentar" a que
nos referíamos más arriba, en las que no se pretende propiamente construir un argumen-
to en sentido estricto sino utilizar alguna otra forma de persuasión. Aquí aplicaremos el
término sólo cuando esté presente la intención de producir un argumento en sentido
estricto, limitándonos además de momento a los argumentos deductivos. Y ni siquiera
vamos a ver aquí todas las falacias correspondientes a estos argumentos. Hay muchos
tipos de falacias, Aristóteles menciona trece en sus Refutaciones sofísticas, y se han
identificado más de cien (cf. Hackett, 1970). Comentaremos brevemente sólo las más
conocidas e importantes para nuestros intereses.
Quizá se piense que no se puede ser muy estricto en este punto, pues después de todo en
los argumentos deductivos válidos siempre ocurre que la información de la concIusión "ya
4
está de algún modo contenida en las prernisas". Bien, pero si deducir satisfactoriamente
consiste en hacer explícitas consecuencias implícitas, hay una diferencia entre estar implí-
citamente y ser directamente una de las premisas. En las deducciones interesantes la
conclusión se obtiene por el efecto combinado de varias premisas. Tampoco éste es el
criterio definitivo, pues hay deducciones con una única premisa y, en cualquier caso, todo
argumento se puede reescribir siempre como constituido de una única premisa conyuntan-
do las que tenga originalmente. Se comete petición de principio cuando la conclusión está
en prácticamente su misma forma como una de las prernisas. Esta caracterización es
reconocidamente vaga; a veces no está claro si se comete esta irregularidad o no, pero hay
casos claros, aunque sutiles, de este truco argumentativo. El discurso filosófico contiene
interesantes ejemplos en los que se pretende que se están usando ciertas prernisas para
x
establecer determinada conclusión, cuando en realidad ésta se presupone "casi en su
3:
$
misma forma", quizá a veces como premisa oculta (por ejemplo, el famoso circulo carte-
siano que, en algunas interpretaciones, presupone la existencia de un Dios no engañador
en la "demostración" de sil existencia a partir del cogito).
Pasemos ahora ya a las falacias propiamente dichas. El primer grupo de falacias a
destacar son las estrictamente formafes.
si a, entonces B
no aí
no P
Los siguientes dos esquemas también son tomados muchas veces erróneamente como
válidos (compruebe el lector que no lo son):
Hay muchas más falacias formales, pero no las vamos a ver aquí. Si interviene más
adelante alguna otra lo indicaremos en su momento.
algunos A son G
l
S 3
,L
La
algunos A son G
todos los G son M E6 cw 3 todos los T son M
algunos A son llf algunosA son M ,,
producía un aumento del SDA: "La campaña aumenta el uso del preservativo, pero
también la promiscuidad sexual. El uso del preservativo disminuye el riesgo de contagio,
pero el aumento de promiscuidad sexual favorece la expansión del SDA. Por tanto, la
campaña favorece el contagio del SIDA." Así de vagas las premisas parecen verdaderas,
pero con estas premisas, sin precisarlas más, el argumento es claramente inválido; es
sencillo diseñar una situación en la que todas las premisas son verdaderas y la conclusión
falsa (cualquiera en la que el efecto positivo del preservativo supere el efecto negativo de
la promiscuidad, el lector puede diseñar una situación tal como ejercicio). Se pueden
precisar las premisas de modo tal que el argumento sea formalmente válido, pero la
cuestión es si entonces es materialmente adecuado, esto es, si en dicha interpretación más
precisa las premisas siguen siendo verdaderas.
A19 "El Estado no debe ser paternalista, sólo debe prohibir acciones individuales
que tengan consecuencias directas o indirectas contra terceros. El consumo
de drogas tiene consecuencias contra terceros. Algunas de esas consecuen-
cias son producto de la penalización, como la delincuencia vinculada al
tráfico ilegal, los robos para poder costearse el precio derivado de su prohi-
bición, la degradación y coste del sistema carcelario, o la tensión internacio-
nal entre países productores y consumidores; en este aspecto la penalización
es perjudicial. Otras consecuencias no se deben a la penalización, como la
ruptura del medio familiar del adicto, su bajo rendimiento laboral, las accio-
nes incontroladas bajo efectos de la droga, o la carga económica que repre-
senta para el sistema sanitario público; la penalización tiende a reducir el
consumo y, con ello, este tipo de consecuencias, siendo pues beneficiosa en
este aspecto. Pero los perjuicios de la prohibición son mayores que los que
cabe esperar del aumento de consumo que se derivaría de la despenaliza-
ción. Por tanto, hay que despenalizar el consumo, producción y venta de
droga."
Independientemente de que pueda rechazarse por desacuerdo con alguna de las premisas,
este argumento tiene toda la apariencia de ser formalmente correcto. Sin embargo, si lo
formalizáramos resultaría un esquema inválido. El motivo es que no menciona explícita-
mente toda una serie de premisas que supone compartidas por la audiencia del contexto. Si
completamos el argumento con esas premisas ocultas obtenemos un esquema válido. Pero
L,.
f
hay que tener cuidado on e i p situación,
, I *:yb . :(si $! aee$r este expediente~iridlrcriminada-
mente enmnces todos laq~b&~Ú~entos a a,-p6dd'an
"; ~%i&66?En ef~cfof.ta30:argumenro
inválido, hasta Ci m+ d e s f i a b d ~ a d q ~ $ gcont.etf~d
e~~ en ii2ilia4i f i e ~ i t i ~ o s i e ~ r n ~ i e e ~
*
con las ppni+as adjcio%les neosanas,.+ D=fi&hb;'rnU~fibi 'perssnás *irra&iaraIesa;@-
<<.*.d.
3. Argumentos ind"&ivos
'
Los argumentos dediictivos son <&lo explic~tivos,rne&$n'te ellos no se~establepe
infomacióaGmaterial nueva. S i ellos',constituyesem 'el 82&6 dpo ;& ?&zumentdd6n, no
4
podríamosestablecer justifica r&riinenrativarnd$e k f o ~ ~ c i 6r?u&g?.kro;
& en cie~to
s e ~ t i d oque hay &e pl&isar, a veCe~j'u$fi~amos&&earaifhente'infomae~il nueva.
,%
Pw tanto, hay argqlgcnfos~ustificativpsno deductivos:
Estos argumentbs en 18s que, aun siendo cb?rectoi'la CdnclPsidn contiene más
información que las premisas son los argumentos ind&ti~os:Así,M w i a m = n r e al c ~ á c -
. ter meramente explicativo d~los,deductivos,los argumentos inductivos se caracterizan por
ser awnentarivos. Esta Faracterhiica supone qtie '& $fiio de' vdlide~no puede ser el
.mismo que, el de las delSl;ctivos: si la conclusión' coiicene, in81iso e;rt los argumentos
válidos, más infomnicirín que las pgnisas, en el%% l% se fuede pieie~akrque la verdad
de las premisas garantiFanp?enameq$ijaverdad de la hon&lu$dii.~nun argumento inducti-
vo válido es posible cualquier Fqn$:nacidn de v&&d y'falseaad d&lks afirhaciones
involucradas, incluida e& qtík 1s; pr&$as sean ve~&a~lk&.?:~'lá.r8icld$~ónfalsa. ¿Qué
preteqsión caracteriza ento?ces ,?;tos &gumentos? ¿Queti36 de ap6yo se pretende que
confieren las p ~ e m i ~ a s -la? conclúsi6n? Se preteiide s b b 'que"l~s*~&ihisas apoyan o
j~stifiiowla conclusián en &e60 @do, que la verda~~kL18s$re'misas'h%Ce"probable" la
concjusión. Nuestra pretensión ,en y A5 era de este tipo:'ambi(sxin, de acuerdo con las
intencipnes can q y r 1;s f i e ~ e ~ r a ~aigumentb~lnd~&ivuss.
~$; En aeelantd, cuando quera-
mos esquemati,z&,los aigumentos i~ductivasescribirédos'en
..t .>,C sarie'las afirmaciones invo-
~u~adas'separando 14 cQiClusión de las préfiisas rrikd~~€e'ud&'r'$í~ea'discontinua para
csnnotar que el apoyo 6reteRdido e$ sólo parefal. ".'" , "
rtRGU.\.lEhTOS DEDUCTIVOS E ISDUCnVOS 51
3.1. ARGUMENTOS
INDUCnVOS Y FORMA DE PREMISAS Y CONCLUS(ÓN
alguna vez." 1
A25 "La probabilidad de que un obeso tenga problefnas cardíads'es de 03.Mis
alumnos de este año son todos obesos. Por tapo, el 50 % de ellos tendrá m \n\J
l
problemas cahíados." '
A26 'Todos los't%ros que ha kscrip hani ahofaS.'~inghan sido beir-sellers.
Los besi-sellers 'acaban convk%itndoie en &i8nés 'cin&m&togrf$icos. Por
tanto, el libró deJ%King re l l w & ' ~ i ' ~ i k " ~
A27 "La probabilidad ae que un obeso tea& pioblemas cardfacos es mayor que
0,5. Juan-es obeso. Por tanto, la probabilidad Juan @iigaproblemas O [<
>
cardiacbs es mayor que 0,5.'"
A28 "La probabilidad de que al extraer una cana de una baraja salga osos es de
1/4. La probabilidad de que salga un as es de 1/12. Por tanto, la probabilidad .D.f.
" a
de que salga él as &e*oroses de 1148.".
.* A29 "E40 % be los diputados son sbcjal!!?tas. %y e$actamen&*200diputados.
*
Por tanto, hay R),dfpntaddssocia~ist'as."
A30 "La pdikibikd8@i>.dk
' "
afirmaciones probabilistas, el expediente puede no ser suficiente y a veces son posibles las
dos interpretaciones. Por ejemplo, A30 se puede interpretar naturalmente de cualquiera de
los dos modos indicados a continuación, el primero deductivo y el segundo inductivo,
ambos válidos. Por tanto, ni siquiera sabiendo que el argumento es válido es siempre
posible identificar si es deductivo o inductivo. Si en la formulación del argumento se usan
expresiones como 'probablemente' al presentar la conclusión, se abren dos posibilidades
interpretativas: que dicha expresión forme propiamente parte de la conclusión; o que no
forme parte propiamente de ninguna afirmación y sea una marca de la pretensión de que la
inferencia es inductiva.
1 que hemos de ver más adelante, principalmente la explicación estadística, las leyes pro-
babilistas y el problema de la inducción. En tanto que inferencia inválida, se trata de una
58 FUND.4SIEhTOS DE FILOSOF~ADE LA CIENCIA
Por ejemplo: "Todos los filósofos son aburridos. Por tanto, todos los filósofos alemanes
son aburridos." Lo mismo sucede con un ~ a t r ó n ~ c oconclusión
n particular derivado d.el
anterior:
Por ejemplo: "La gran mayoría de las mujeres tienen hijos. Sor Remedios es mujer y
monja. Muy probablemente, por tanto, sor Remedios tiene hijos." Y sin embargo el si-
guiente patrón s í es inductivamente válido:
Quizá se piense que el ejemplo de sor Remedios muestra lo contrario: "La gran mayoría
de las mujeres tienen hijos. Sor Remedios es mujer. Muy probablemente, por tanto, sor
Remedios tiene hijos." Pero no es así, este argumento inductivo es perfectamente (muy)
válido (a no ser que consideremos que la partícula 'sor' en el nombre de la mujer introdu-
ce como premisa implícita la premisa adicional de que sor Remedios es monja). Que las
premisas sean verdaderas y la conclusión falsa sólo muestra que en los argumentos induc-
tivos válidos, a diferencia de los deductivos, la verdad de las premisas no garantiza la
verdad de la conclusión. Pero esto ya lo sabíamos. Precisamente así habíamos introducido
la diferencia entre validez deductiva e inductiva.
Pues bien, si uno es inductivamente válido y el otro no, es justamente porque de
"todos los A son B se deduce "todos los A y C son B , mientras que de "la práctica totalidad
(la mayoría, el 99 %, etc.) de los A son B" ni se deduce ni se irzduce "la práctica totalidad (la
mayoría, el 99 %, etc.) de los A y C son B". Este hecho tiene como consecuencia otra
diferencia entre la validez deductiva y la inductiva, diferencia que en el fondo no es más que
otra versión de la anterior: mientras que en la lógica deductiva podemos "conyuntar" las
conclusiones de diversos argumentos si combinamos las prernisas, en la lógica inductiva no.
Si de "al y ... y a"se concluye deductivamente Di, y de ' ' ~ yi ... y cr," se concluye
deductivarnente b, entonces necesariamente de "al y ... y u, y afiiy ... y a"se conclu-
ye deductivamente "P1 y P;'. Sin embargo, aunque de "ul y ... y a,''se concluya inductiva-
mente Di, y de "a,, y ... ya;' se concluya inductivamente p2,no necesariamente de "aly ...
y a, y CL+I y ... y a"se concluye inductivamente "P, y P2>'. Esta peculiaridad es lo que
Hernpel denomina ambigüedad inductiva, sobre la cual nos extenderemos en otros lugares
(cf. cap. 7' sobre la explicación y cap. 12 sobre la inducción).
En este capítulo vamos a estudiar los procedimientos de contrastación d-, hipóte-
sis científicas. Las hipótesis científicas, y su contrastación, plantean numerosas cuestio-
nes filosóficamente sustantivas, como las relativas a la causalidad, la inducción, las
leyes científicas, su organización en teorías, etc. Esta primera aproximación pretende
ser estrictamente rnetodológica, vamos a limitarnos aquí a analizar la metodología de la
contrastación de hipótesis sin entrar en problemas epistemológicos y ontológicos sus-
tantivos. En particular, este estudio puramente metodoló,oico va a obviar las siguientes
cuestiones:
Las dos últimas restricciones son especialmente importantes ¿Qué queda, se dirá,
después de prescindir de todas estas cuestiones, y especialmente de las dos últimas? Pues
quedan los aspectos puramente estructurales y metodológicos. Los científicos siguen apro-
ximadamente una misma práctica a la hora de contrastar sus afirmaciones con la experien-
cia. Realizan sus afirmaciones de modo tal que de ellas se siguen ciertas predicciones
sobre hechos empíricos particulares constatables, y reconocen que la presencia o ausencia
z a evidencia a favor o en contra de sus afirmacio-
del hecho predicho constituye p r i ~ ~ facie
nes. Quizá tengan después buenos motivos para relativizar los efectos de esa evidencia en
sus acciones y actitudes. quizá los filósofos tengan o no razón acerca de si en base a esa
evidencia es o no posible atribuir a las afirmaciones determinadas propiedades epistémi-
cas. Pero antes de estas importantes cuestiones hay que clarificar los elemzntos, estructura
y procedimientos de la práctica en cuestión, de la "puesta a prueba" con la experiencia. A
esto nos referimos con la dimensión puramente metodológica de la contrastación. Aunque
los aspectos filosóficamente más interesantes queden provisionalmente aplazados, este
estudio previo contiene ya suficientes elementos de interés para la comprensión de una
parte esencial de la práctica científica.
La caracterización de los procesos de contrastación se puede presentar de diversos
modos. Se puede presentar la estructura de tales procesos en forma de un argumento o de
una serie de ellos, o presentarlo más bien como un programa o proceso algorítmico de
decisión. Originalmente se tendía a presentarlo del primer modo (cf. p.ej. Popper, 1935-
1958, caps. IV y X y 1963, cap. 1 y Apéndice; Hempel, 1966a, cap. 3; Salmon, 1966, y el
clásico Giere, 1979, cap. 6), pero la generalización en los últimos años de los modelos
cognitivos y computacionales ha motivado enfoques más algorítmicos (el caso paradigmá-
tico es Giere, 1991, revisión sustancial en términos cognitivistas del original, 1979). No
hay grandes o sustantivas diferencias entre uno y otro modo de presentar o reconstruir el
proceso de contrastación, las preferencias responden en gran medida a criterios estéticos o
de orientación metacientífica general (logicistas iSerszrscognitivistas). Lo importante, in-
dependientemente de la presentación que se prefiera, es que en el proceso de contrastación
intervienen una serie de elementos, que estos elementos están en ciertas relaciones y que
en el proceso se han de satisfacer una serie de condiciones. Veremos primero cuáles son
esos elementos y condiciones, y con ellos reconstruiremos después el proceso de contras-
(ación. Para esto último, vamos a seguir aquí en general el modelo argumentativo clásico,
pero incluiremos también una versión algorítmica simplificada a modo de resumen final.
La presentación de la metodología de la contrastación va precedida de una serie relativa-
mente amplia y variada de episodios históricos, que tienen la función de servir de 'ejem-
plos para la presentación de las diversas nociones y de proporcionar material para que el
lector contraste su comprensión de los conceptos básicos aplicándofos a esos casos a
modo de ejercicios.
variable. Otros astrónomos consideraron sin embargo que la evidencia se podia acomodar
haciendo depender el brillo no sólo de la distancia sino de la densidad de las esferas y
postulando diferentes densidades.
1.3. PARALAJE
ESTELAR
Es tradicional considerar que con las observaciones de los cielos mediante telesco-
pio realizadas por Galileo el heliocentrismo recibe un impulso definitivo. Sin embargo,
muchas de esas observaciones, como la de las lunas de Júpiter, no eran directamente
contrarias al modelo geocéntrico tradicional. Por eso los partidarios del heliocentrismo
recibieron como una confirmación definitiva la observación por Galileo en 1610 de las
fases de Venus. Según el modelo geocéntrico tradicional, Venus debería verse desde la
Tierra, aproximadamente, con la misma forma luminosa siempre. Según el modelo helio-
céntrico, Venus debe presentar cambios considerables en la superficie iluminada, deben
observarse fases crecientes y menguantes muy marcadas. En 1610 Galileo observó con su
telescopio que la forma luminosa de Venus cambiaba desde un disco prácticamente negro
hasta otro iluminado casi en su totalidad, lo que se consideró una victoria definitiva del
heliocentrismo. El fenómeno, sin embargo, no le hubiera parecido tan definitivamente
favorable al heliocentrismo a Tycho Brahe, muerto en 1601, pues su propio sistema mixto
también predecía fases en Venus. Así pues, el fenómeno sólo constituye evidencia clara
contraria del modelo geocéntrico tradicional no tycheano, no proporciona una evidencia
clara favorable al sistema heliocéntrico.
A finales del siglo xv~rse aplica la teoría newtoniana al estudio de los cometas,
cuerpos celestes tradicionalmente considerados misteriosos por sus apariciones aparente-
mente irregulares. La teoría es compatible tanto con que los cometas describan elipses
muy excéntricas (con los focos muy separados) como con que describan parábolas; en el
primer caso el astro pasa varias veces por una misma región, en el segundo no. En 1682 se
produjo la visita de uno de esos cometas, y Halley, entre otros, observó y anotó cuidadosa-
mente los datos del mismo. Halley defendía la hipótesis de que al menos ese cometa era
de órbita elíptica y, por tanto, recurrente. Repasó los datos astronómicos disponibles de los
150 años anteriores, con más de veinte visitas de cometas, y vio que al menos en dos casos
(1530 y 1606) podría tratarse del mismo cometa. Sobre la base de esos datos predijo que
el cometa aparecería nuevamente a finales de diciembre de 1758. El día de Navidad de
1758 apareció efectivamente de nuevo un cometa en el cielo visible, que se identificó con
los anteriores y que desde entonces lleva su nombre. El episodio se consideró una valida-
ción no sólo de la hipótesis sobre la órbita elíptica del cometa sino también, en general, de
toda la teoría newtoniana.
La teoría del flogisto, desarrollada durante el siglo XVIII por Stahl, explica la
combustión atribuyendo a los cuerpos combustibles una sustancia, el flogisto, que éstos
liberan al arder. La teoría daba cuenta de diferentes fenómenos; por ejemplo, explicaba
que una vela encendida encerrada en un recipiente acabara apagándose puesto que el aire
se satura de flogisto y ya no permite más liberación de esa sustancia proveniente de la
vela. A finales de siglo, Lavoisier, que se oponía a la teon'a del flogisto, diseña un
experimento para contrastarla. Una consecuencia inmediata de la teoría es que los cuerpos
combustibles pierden materia al quemarse, por lo que los restos más las cenizas deben
pesar menos que el cuerpo íntegro antes de la combustión. En el experimento de Lavoisier
se coloca una determinada cantidad de sustancia combustible (p.e. mercurio) sobre un
sólido flotante en agua y se encierra bajo una campana de cristal. Mediante una lupa se
enciende el mercurio. De acuerdo con la teoría se tendrían que observar dos cosas: a) el
cuerpo 'flotante está menos sumergido tras la combustión, pues la cantidad restante de
sustancia junto con las cenizas debe pesar menos que la cantidad inicial; b) el volumen de
aire dentro de la campana debe aumentar como efecto de la asimilación de flogisto, y con
ello el nivel del líquido encerrado debe ser más bajo que al comienzo. La realización del
experimento produjo justamente los resultados opuestos.
Durante los siglos XVIII y xuc la dinámica newtoniana, con su teoría de la gravita-
ción, se había aplicado desde sus inicios con notable ésito a la astronomía, aunque presen-
taba tambiér, algunas anomalías importantes. Uno de los principales problemas a media-
dos del siglo XIX era el de la órbita de Urano, que difería de los valores previstos por la
teoría bastante más de lo que eventuales errores de medida podían explicar. La mecánica
celeste estaba bastante bien contrastada, de modo que tenía que haber una solución acorde
con la teoría. Algunos astrónomos (Adams y Leverrier) conjeturaron que las anomalías en
la órbita de Urano podían deberse a la presencia en sus alrededores de un astro de gran
tamaño hasta entonces desconocido. Aplicando las leyes de la mecánica celeste a los datos
de la órbita de Urano, calcularon cuál debía ser la órbita aproximada del supuesto astro.
En 1846 Leverrier descubrió el nuevo planeta, Neptuno, en una posición y momento
acordes con la órbita prevista.
Bajo la influencia del notable éxito obtenido en el caso de la órbita anómala de
Urano y el descubrimiento de Neptuno, los astrónomos aplicaron el mismo expediente a
otra anomalía recalcitrante, la órbita del planeta más interno, Mercurio. Las anomalías
serían explicables si existiera otro planeta entre Mercurio y el Sol. Leverrier calculó de
68 FLIND.4hIEh'TOS DE RLOSOFí4 DE LA CIENCIA
nuevo la supuesta órbita del nuevo planeta, al que llamó 'Vulcano', pero ni él, ni nadie
después de él, lo ha descubierto.
A finales del siglo x r x , Ia teoría ondulatoria concebía la luz como una vibración
transversal en un medio universal, el éter, que tenía dos características fundamentales:
debía ser penetrable por la materia y estacionario. De existir, el éter constituye entonces
un sistema de referencia absoluto respecto del cual medir el movimiento "real" de los
cuerpos. En 188 1, siguiendo una sugerencia teórica de Maxwell (quien no obstante la
consideraba irrealizable prácticamente), Michelson diseña y realiza un experimento desti-
nado a medir la velocidad absoluta de la Tierra. El aparato consta (aproximadamente) de
un emisor de Iuz hacia dos espejos a igual distancia y que forman con él un ángulo recto.
Si el éter es el medio permeable estacionario en el que se propaga la luz con velocidad
finita, el tiempo. de ida y regreso de un rayo de luz lanzado en dirección del movimiento
de la Tierra debe ser diferente que el del otro perpendicular. La diferencia detiempos debe
manifestarse (de un modo que no podemos explicar ahora) en un desplazamiento de las
bandas de interferencia al rotar el sistema de espejos, montado sobre un flotador de
mercurio para evitar distorsiones; a partir de este desplazamiento se calcula la velocidad
de la fuente de emisión. Éste es el informe de Michelson: "No hay desplazamiento de las
bandas de interferencia. La consecuencia de la hipótesis de un éter estacionario se muestra
incorrecta, y la conclusión que necesariamente sigue es que la hipótesis es errónea"
(Michelson, 1881, p. 128). En colaboración con Morley, Michelson repitió el experimento
tres veces en los años siguientes con igual resultado. Algunos, sin embargo, lo interpreta-
ron de otro modo. Incluso si hay éter, puede obtenerse ese resultado si los aparatos se
"contraen" en la dirección del movimiento. Ésta es la tesis de la contracción de Lorentz y
Fitzgerald.
Hasta los años cincuenta, el ADN se concebía como una cadena de nucleótidos,
compuestos cada uno de tres moléculas (azúcar, base y fosfato)..El primer modelo de 1952
que Watson y Crick conjeturaron para la estructura del ADN era de triple hélice. De la
estructura y composición, junto con ciertas propiedades y leyes químicas conocidas, se
podía inferir la cantidad de agua contenida en determinadas muestras del ácido. Las
medidas experimentales daban sin embargo como resultado cantidades diez veces mayo-
res, motivo por el que abandonaron su primer modelo. Cuando propusieron en 1953 el
modelo de doble hélice, consideraron una ventaja del mismo que las cantidades de agua
predichas con el nuevo modelo coincidieran con las medidas experimentales, pero no la
tomaron como definitiva pues sabían que se podían obtener las mismas predicciones
introduciendo diversas complicaciones en el modelo de triple hélice simple anterior. Lo
que sí consideraron definitivo fue el dato proveniente de las fotografías con rayos X. El
modelo de doble hélice predecía unas imágenes en rayos X específicas muy improbables
si el ADN fuese otro tipo de cadena. Esa imagen era justamente la que R. Franklin había
obtenido en sus fotografías un año antes.
Hasta los años sesenta, había dos hipótesis rivales en pugna sobre el origen de los
continentes. La primera, surgida a finales del siglo pasado y ligeramente dominante enton-
ces, es la teoría contraccionista: la corteza estaba originalmente en estado líquido debido a
las altas temperaturas y por efecto del enfriamiento se solidifica, se contrae y se "resque-
braja" dando lugar a las formas actuales de los continentes (que por tanto nunca se han
"movido"). La explicación alternativa, desarrollada por Wegener hacia 1915, es la teoría
de la deriva continental: la primera masa sólida era al principio única (Pangea) y tras la
fractura los trozos resultantes se desplazan horizontalmente; los continentes actuales no
han tenido siempre la misma forma, y de hecho siguen en movimiento. Los principales
indicios favorables a la deriva eran la complementariedad de muchas costas continentales,
la presencia de registro fósil común en África y Sudamérica, y la presencia de jóvenes
cadenas montañosas a lo largo de la costa oeste americana. Sin embargo, la teoría contrac-
cionista tenía sus propias explicaciones de estos hechos. La principal dificultad con la
deriva radicaba en la aparente ausencia de fuerzas horizontales. Esta dificultad queda
subsanada por la teoría de las convecciones propuesta por Hess en los sesenta: en el
interior del planeta hay corrientes geológicas de convección, como en un líquido hirvien-
do. Esta nueva versión de la teoría de la deriva predice la presencia de ciertos patrones
magnéticos específicos en los sedimentos de los fondos marinos, extremadamente impro-
bables y sorprendentes para los contraccionistas. Los datos sobre el magnetismo recogidos
a mediados de los sesenta coinciden plenamente con los anunciados por la teoría de la
deriva, que después de ello fue inmediata y generalmente aceptada por la comunidad
científica.
2. Elementos de la contrastación
2.1. H I P ~ T E S(H)
I S Y SUPUESTOS
AUXILLARES
(SA)
i
En este primer ca o la condición es que la predicción debe ser un estado de cosas
cuya ocurrencia es implic da por los restantes elementos H, SA y CI:
C1 H y SA y CI implican (conjuntamente) P.
i
l
4
(En la versión de Hem el la condición es "H y SA implican f', pero puesto que la
implicación contrastadorq I dz Hempel es en realidad "si CI entonces P",su condición es
lógicamente equivalente Cl.) Así, por ejemplo, en el caso del cometa Halley, C l tiene la
siguiente forma: "Si el c erpo celeste en cuestión es un cometa de trayectoria elíptica, la
Y
leyes de la mecánica celepte de Newton son correctas, y las posiciones del cuerpo celeste
E
en 1530, 1606 y 1652 so tales y cuales (y además no hay distorsiones en su trayectoria
producidas por motivos d sconocidos), de todo ello se sigue que el cuerpo reaparecerá en
nuestro cielo visible a fin les de diciembre de 1758."
¿Qué estatuto lógi o debe tener C1 para que sea una buena condición de contrasta-
ción? Es absolutamente qsencial darse cuenta de que la implicación contenida en C1 no
puede consistir meramende en una implicación (un condicional) material. La implicación
en cuestión debe ser lógicamente verdadero. La
predicción no debe ser material verdadero
cuyo antecedente es condicional en cuestión debe ser una verdad lógica,
esto es, P debe de H, SA y CI. En el ejemplo dado, la
indicada se infiere mediante un proceso
de los cometas, de las leyes de
intervienen factores extraños).
para la caracterización de los
procesos de contrastación que en la metodología de la contrastación es suficiente que C1
exprese simplemente un dondicional material verdadero. Pero no es así. Si no se precisa
este punto, la referencia elrplícita a algunos supuestos auxiliares sería superflua y, con ello,
la identificación de los elementos involucrados en la contrastación sería incompleta. Si
bastara que C1 expresaralun condicional material verdadero, para que se satisficiera C1
bastaría, por ejemplo, quq fuese verdadera P, o que fuese falsa H, en cuyo caso SA y CI
podrían ser cualquier cosa, o simplemente "no estar". Por tanto, enfatizar que C1 no
expresa un condicional materialmente verdadero sino lógicamente verdadero es enfatizar
la necesidad de recoger en los supuestos auxiliares todas las hipótesis adicionales necesa-
rias para inferir deductivamerzte la predicción, y lo mismo respecto de las condiciones
iniciales. Por otro lado, debe notarse que atendiendo a esta caracterización, C1 es extrema-
damente sencilla de comprobar. Sólo hace falta saber si hemos deducido correctamente la
predicción de los restantes elementos. Así es como se procede en los casos históricos.
Otra característica que debe tener C1 para ser una condición adecuada de contrasta-
ción es que H,SA y CI ocurran esencialnzerzte. Esto significa que P se deduce de todos ellos
tomados conjuntamente pero de ninguno de ellos por separado, ni siquiera de dos de ellos.
Los tres elementos del antecedente, no sólo la hipótesis principal, han de ser esenciales en la
derivación de la predicción. Algunos autores añaden la exigencia de que la hipótesis en juego
explique el hecho predicho. No vamos a incluir ni comentar ahora esta exigencia. La relación
entre hipótesis, explicación y deducción será estudiada en el capítulo 7.
3.2. CONDICI~N
RELATIVA A LA NO OCURRENCIA DE LA PREDICCI~N
No hay duda de que algo así se supone en los casos de contrastación, el problema
es dar una interpretación satisfactoria de ello, determinar el estatuto exacto de la implica-
ción involucrada en C2. Aquí haremos sólo unos comentarios generales y dejaremos la
cuestión como un problema parcialmente abierto que se retomará en el contesto dzl
probIema de la inducción (cap. 13).
En primer lugar, en este caso no se puede tratar de que la alta probabilidad de no-P
se deduce de no-H, SA y CI. Esto supondría que mediantz H, Sil y CI estamos haciendo
afirmaciones sobre lo que prediczn o dejan de predecir otras hipótesis, conocidas a desco-
nocidas. Puesto que H claramente no hace eso, y CI tampoco, sólo podría hacerlo Sit. Por
tanto, considerar que C2 expresa una inferencia deductiva es tanto como aceptar que entre
los supuestos auxiliares se incluyan afirmaciones como "es muy probable que sólo H
prediga que dadas CI ocurre P . Pero ello parece excesivo. Una cosa es que entre los
supuestos auxiliares incluyamos afirmaciones vagas y extraordinariamente generales
como "ningún cuerpo celeste desconocido afectará en estos años la órbita del cometa
significativamente", o "ningún agente desconocido contrarrestar5 el efecto desinfectante
de la sal clorada". Otra cosa es que aceptemos entre los supuestos la afirmación de que
muy probablemente la predicción sólo se sigue de nuestra hipótesis. Eso es efectivamente
un "supuesto" en la contrastación, por eso se recoge como segunda condición, pero ello no
significa que sea una hipótesis auxiliar comparable al uso de leyes complementarias o
incluso a las condiciones extraordinariamznte genrrales sobre la ausencia de perturbacio-
nes desconocidas. Parece una expectativa de otro tipo, no asimilable a los supuestos
auxiliares. Por tanto, si la improbabilidad de la predicción en caso de falsedad de la
hipótesis no se puede considerar un supuesto auxiliar, la improbabilidad de la predicción
no se infiere deductivamente de no-H, SA y CI.
Otra posibilidad sería que C2 exprese una inferencia lógico-inductiva. Esto es, que
el "probablemente" pertenezca al condicional y que éste exprese entonces una inferencia
inductiva: la no ocurrencia de la predicción se infiere inductivamente de la falsedad de la
hipótesis, más SA y CI. Pero esto tampoco puede ser. Eso significaría que antes de la
contrastación, como condición para someter a prueba la hipótesis, presuponemos la vali-
dez del siguiente argumento inductivo:
A pesar de que las intuiciones sobre lósica inductiva son débiles, los episodios
históricos no presentan indicios para considerar que antes de que la contréstación tenga
lu_oarse haya realizado ya alsún tipo de argumento i~zductivo.Con C1 es diferente, pues
en los episodios históricos claramente se nos informa de que se ha calculado, inferido o
deducido cieno hecho a partir de la hipótesis, junto con SA y CI; en la "preparación" de la
contrastación sí se realizan ciertas inferencias deductivas, recogidas en C1. Pero nada
indica que en la preparación de la contrastación se realice tal inferencia inducuva. Así
pues, C2 no expresa tampoco una inferencia inductiva. Por otro lado, nótese que, según
qué lógica inductiva usemos, si C2 expresara dicho q u m e n t o inductivo, podríamos estar
ante una especie de petición de principio. Si en la 16gica inductiva vale la contraposición,
entonces ese.argumento equivale a este otro:
Pero, como veremos, éste es justamente (parte de) el argumento para la confirmación de
hipótesis, que es inducriva~nenteinválido a menos que incluyamos C2 como premisa
adicional.
Si la condición C2 para la contrastación no expresa ni una inferencia deductiva ni
una inductiva, entcjnces debe tomarse como un enunciado probabilista condicional simple-
mente verdadero. La dificultad ahora con C2, en tanto que enunciado probabilista que se
pretende que es simplemente verdadero, es cómo se comprueba su cumplimiento. Vimos
que C1 es muy sencillo de comprobar, pues expresa una inferencia deductiva, y sabemos
muy bien cómo comprobar esas cosas. Si C2 expresara una inferencia inductiva, aunque
resultaría muy complicado tendríamos al menos una idea de en qué consistiría su compro-
bación: consistiría en lo que la lógica inductiva (de haberla) dijera. Pero jcómo comprobar
C2 en tanto que mera verdad material? En algunos casos es fácil comprobar que es falsa:
cuando se conoce al menos otra hipótesis H' incompatible con H y de la cual también se
infiere P. Por ejemplo, en el caso de las fases de Venus, la ocurrencia de este fenómeno se
deriva tanto del sistema heliocéntrico de Copémico como del sistema mixto de Tycho. Por
tanto es fácil saber en algunos casos, como éste, que la condición no se cumple. Pero,
jcuándo podemos establecer que se cumple? ¿Es suficiente simplemente que se desconoz-
ca la existencia de otras hipótesis incompatibles con H pero con las mismas predicciones
para considerar bien fundada C2?
La respuesta a esta cuestión depende de elementos pragmáticos muy difíciles de
precisar. Pero no hay duda de que en algunos casos la aceptación de C2 es razonable, en
especial cuando la predicción es un hecho completamente inesperado hasta entonces, que
nadie había pensado que ocurriera. Por ejemplo, el anillo de Einstein, los patrones magné-
ticos de Hess, o la misma reaparición del cometa Halley. ¿A quién se le podría haber
ocumdo que a finales de 1758 aparecería un cometa en determinada región del cielo
visible? Y sin embargo, ni siquiera en esos casos parece haber garantías plenas de que se
cumple C2. Por ejemplo, se puede predecir la misma aparición conjeturando la existencia
de una serie específica de diferentes cometas parabólicos (resultado quizá de la desinte-
gración de cierto astro). Se dirá que eso no es jugar limpio, a posteriori siempre es posible
idear hipótesis diferentes que predigan lo mismo; la gracia es hacerlo "el primero". Bien,
en parte es cieno que es un expediente en principio ilegítimo, semejante al de las hipótesis
ad hoc que comentaremos más adelante. Pero eso no elimina e1 hecho de que, estrictamen-
te hablando, y si C2 se considera relativa a cualquier hipótesis alternativa posible, enton-
ces C2 es falsa en ese caso, aunque hayamos creído justificadamente en ella.
El problema radica en que no es razonable considerar que para determinar el
cumplimiento o no de C2 debemos tomar en consideración cualquier hipótesis alterna-
tiva posible. C2 se ha de considerar relativa sólo a hipótesis alternativas que están en
juego en el conte,rto en el que se reoliza la contrasración. Esto es, hipótesis alternativas
presentes (o "fácilmente concebibles") y "aceptables como aIternativas" dados los pre-
supuestos del contexto (esto es, no demasiado extravasantes, ni claramente contradicto-
rias con otras hipótesis muy bien asentadas, etc.). Esto hace que las condiciones de
aceptación de C2 sean relativamentz vasas y fuertemente dependientes del contexto y
de sus presupuestos teóricos. Esto conduce de lleno a cuestiones filosóficas sustantivas
sobre los presupuestos teóricos involucrados en los procedimientos de contrastación;
puesto que la finalidad en este capítulo es puramente metodológica, no vamos a ocupar-
nos aquí de estos problemas epijtemoló,oicos, cuyo estudio queda aplazado a otros
capítulos (cf. esp. cap. 12).
Por último, la discusión muestra quz C1 y C 2 no son ambas igualmente imprescin-
dibles para la realización de una buena contrastación. Mientras C1 es siempre necesaria,
C2 no. De hecho hemos visto algunos episodios, como el de las fases de Venus, en que
claramente es incumplida y, como veremos, ello no impide proceder a una buena contras-
tación con resultados limitados. Si nos limitamos a los casos de evidencia negativa o
refutación, C1 es suficiente. Pero si la contrastación ha de ser eficiente sean cuales sean
los datos resultantes, incIuida la evidencia positiva, entonces C2 sí es necesaria. Quizá se
piense que por razones análogas se podría defender entonces que C 1 no es necesaria en los
casos de evidencid positiva. Pero no es así, pues C2 ha de establecer que la falsedad de H
implica muy probablemente la falsedad de P, siendo P un hecho predicho por la hipótesis
H,esto es, cumpliéndose C 1.
4. Resultado de la contrastación
Es difícil resistirse a la fuerza de episodios como los del flogisto: la teoría predice que
el material pesará menos después de la combustión. se hace el experimento y se encuentra que
pesa m&, por tanto la evidencia empírica es contraria a la teoría. Puede que haya buenos
motivos filosóficos para matizar, cuestionar o rechazar algcnas consecuencias epistemológicas
que aparentemente se siguen de episodios como éste. pero no hay duda de que la predicción
incumplida constituyeprit~zafacie evidencia c o ~ z r r a ~a ala hipótesis en juego. El modo en que
se establece que la evidencia es negativa o contraria a la hipótesis tiene la forma de un
argumento que concluye que la hipótesis no es correcta. Encontramos este arpmento formu-
lado implícitamente en muchos episodios científicos. Incluso a veces es formuIado explícita-
mente, como vimos en el caso de Michelson: "90hay desplazamiento de las bandas de
interferencia. La consecuencia de la hipótesis de un éter estacionario se muestra incorrecta, y
la conclusión que necesariamente se sigue es que la hipótesis es errónea."
El argumento contrario a la hipótesis que parece sugerir Michelson es un argumen-
to deductivo muy sencillo que responde a la forma rnodus rollens, que tiene como premi-
sas a ) que la hipótesis tiene como consecuencia cierto hecho, y b) que el hecho no ocurre,
y como conclusión c) que la hipótesis es errónea:
si H entonces P
(*) no P
(#) no H
Pero ahora este argumento deductivo es inválido. Lo que se sigue de las dos
premisas por inodus roflens no es la falsedad de H sino de todo el antecedente complejo:
(Cl) si H y SA y CI entonces P
(*) no P
(C 1) si H y SA y CI entonces P
(*) P
(#) HOI S A Y CI)
[CONF]
(C2) si no H y SA y CI entonces muy probablemente no P
(*> p
(**) SA y CI
(#> H
Así, el argumento [CONF] para la confirmación de hipótesis es un argumento
inductivo válido complejo que tiene como premisas C2, (*) y (**). De las dos primeras se
establece provisionalmente (+) por una inferencia iitductiva, y de ésta conclusión interme-
dia y (**) se establece finalmente (#) mediante una inferencia deductiva. [CONF] es por
tanto un argumento mixto, con una parte inductiva y otra deductiva. El argumento comple-
to se debe considerar inductivo puesto que al menos una de sus inferencias lo es, el paso
inductivo imprime carácter inductivo a todo el argumento.
Recuérdese que este argumento depende esencialmente de C2, y será tanto mejor
como argumento inductivo cuanto más justificada esté C2, cuanto más improbable sea la
predicción caso de ser falsa la hipótesis. Éste es el aspecto más problemático d e la
metodología de la confirmación, pues como vimos más arriba la naturaleza de C2 y de su
comprobación es extremadamente problemática. Aparte de las intuiciones, como en el
caso de Halley, no está en general claro cómo se establece C2. Lo que sí está claro a veces
es que no se cumple. Si ése es el caso, si hay buenos motivos para no aceptar C2, entonces
la predicción exitosa no conduce a la conclusión de que la evidencia es favorable a la
hipótesis; la contrastación no es concluyente. Éste es el caso de las fases de Venus, cuya
observación Tycho no hubiera considerado suficiente para confirmar la hipótesis heliocén-
trica pues también se predecían en su sistema mixto. Por último, y al igual que en la
refutación, otro modo de eludir la conclusión de que la predicción exitosa constituye
evidencia favorable a la hipótesis es objetar a la premisa (**), esto es, sostener que algún
supuesto auxiliar es incorrecto o alguna condición inicial ha fallado.
H o no SAo n o C I
5. Consideraciones finales
1. ;Qué es un concepto?
libro no podemos entrar en los temas específicos de dichas ramas de la filosofía, soslaya-
remos en la medida de lo posible los aspectos estrictamente metafísicos y epistemológi-
cos. y nos centraremos fundamentalmente en aspectos estructurales y metodológicos; en
filosofía de la ciencia no interesa tanto la temática de los conceptos en general, cuanto el
carácter específico de los conceptos científicos y sus diferentes formas. Por esta razón,
tampoco pretenderemos aquí defender alguna posición determinada en la ontología y la
epistemología de los conceptos, sino que nos limitaremos en este apartado a formular
algunos supuestos, a modo de "hipótesis de trabajo", de los que partimos para nuestra
tarea de analizar los diversos tipos de conceptos científicos. Las únicas posiciones filosófi-
cas que rechazamos explícitamente son a ) un nominalismo extremo según el cual sencilla-
mente no existen los conceptos o éstos no son sino expresiones verbales de los seres
humanos, y b) la idea de que hay conocimiento "no conceptual"; esta última posición,
incluso si fuese defendible de algún tipo de conocimiento, es claramente inadmisible en
relación con el conocimiento científico.
sean los "objetos reales" considerados dependerá, entre otras cosas, de convicciones onto-
lógicas fundamentales que tampoco podemos discutir aquí. Si creemos que los puntos
espaciales son reales, entonces el mundo real constará no sólo de cosas tales como astros,
patos y moléculas, sino también de puntos espaciales; si creemos que los números son
reales, entonces contendrá también números; si creemos que las formas geométricas, las
estmcturas formales, las propiedades de los objetos físicos y las relaciones entre ellos son
reales, entonces el mundo real también contendrá todas estas cosas, y así sucesivamente.
Lo único que importa constatar aquí es que, sean cuales sean los objetos reales, si logra-
mos conocerlos y reconocerlos es gracias, entre otras cosas, a los conceptos de que
disponemos. Los conceptos nos permiten identificar, diferenciar, comparar, etc., los obje-
tos de los que consta el mundo real. Ello ocurre fundamentalmente a través de una
operación intelectual que llamamos subsunción. Por ella, diversos objetos quedan subsu-
midos bajo un mismo concepto; un concepto srlbsurne uno o varios objetos (en general
muchos). Otro modo equivalente de decir que un concepto subsume un objeto es decir que
el objeto cae bajo el concepto, o que el concepto se aplica al objeto.
Por ejemplo, subsumimos diversos objetos de observación nocturna bajo el con-
cepto astro, diversos objetos de nuestra indagación matemática bajo el concepto nlímero
prirno, o diversas relaciones identificables bajo el concepto simetría. Podemos decir en-
tonces, ante un objeto particular, que ese objeto cae bajo el concepto correspondiente: por
ejemplo, que la Luna cae bajo el concepto de astro, que el 3 cae bajo el concepto de
número primo y que la fraternidad cae bajo el concepto de relación simétrica. También
podemos decir quz el concepto de astro se aplica a la Luna, el Sol, Mercurio, Venus, etc.;
que el concepto de número primo se aplica a los números 1, 2, 3, 5, 7, 11, etc.; que el
concepto de simetría se aplica a las relaciones de fraternidad, igualdad, semejanza, etc.
Todo objeto cae bajo algún concepto. Incluso si admitimos la posibilidad de obje-
tos por principio inaccesibles al sujeto epistémico y que por tanto no caen bajo ningún
concepto usual, ellos serán subsumibles bajo el concepto objeto inaccesible al conoci-
miento humano. En cambio, hay muchos conceptos bien constituidos bajo los cuaIes es
dudoso o probablemente falso que caiga algún objeto; por ejemplo, el concepto habitante
del sol tiene perfecto sentido pero no subsume ningún objeto. A estos conceptos que no se
aplican a ningún objeto se les suele denominar 'conceptos vacíos'. Los conceptos vacíos,
cuando son usados con la pretensión de aplicarse de hecho a objetos, como el concepto
flogisto, suponen un "acto epistémico fallido". Pero también pueden usarse para otros
fines no epistémicos, como los artísticos, por ejemplo en la ficción literaria; en estos casos
el concepto no tiene valor epistémico pero sí artístico. O también pueden usarse para fines
estrictamente filosóficos, como cuando decimos que el concepto habitante del sol es
vacío.
Desde un punto de vista científico. en cualquier caso, los conceptos que interesan
son aquellos que se usan con la pretensión de subsumir objetos realmente existentes, como
los ccnceptos Jogisto y oxígeno, aunque el primero es vacío y el segundo no (o eso
creemos hoy). Debe quedar claro que si en su día se consideró interesante científicamente
el concepto de flogisto fue porque se consideraba (erróneamente) que se aplicaba a algo.
Una vez se demuestra que no es ése el caso, el concepto deja de interesar a fines científi-
93 WND.4SlEI\TOS DE FILOSOF~ADE LA CIENCIA
cos. Por tanto, supondremos que los conceptos con los que nos las tenenos que haber
aquí, los conceptos científicos, son conceptos (pretendidarnente) no vacíos.
Esquemáticamente podemos representar la correlación entre los dos "mundos", el
real y el conceptual, como se muestra en la figura 4.1.
SISTEMA CONCEPTUAL
de --..-
aeirn
R concepto de
número primo
MUNDO REAL
3 17 101
objetos
Tercer supuesto: En el primer supuesto hemos establecido que los conceptos son, en
cierto modo, entidades abstractas, no Iocalizables espaciotemporalmente y por tanto no identi-
ficable~con objetos físicos. De ello se sigue, entre otras cosas, que los conceptos no deben
identificarse con palabras o en general expresiones de un lenguaje dado, las cuales son, a fin
de cuentas, entidades físicas. Por ello tampoco debemos identificar la tarea del análisis con-
ceptual con la de un análisis puramente lingüístico (como han querido algunos filósofos).
Dicho esto, no obstante, también debemos advertir que hay una íntima conexión
entre un sistema de conceptos y un sistema lingüístico, entre conceptos y palabras. La
relación que existe entre ambos tipos de entidades es una relación semanticamente muy
importante: la expresión. Las palabras, o en general los términos de un lenguaje, expresan
conceptos. Y como no tenemos un acceso sensorial directo a los conceptos, pero sí a las
palabras, es por ello que el análisis lingüístico a fin de cuentas sí puede resultar relevante
para el análisis conceptual, en el sentido de que nos puede dar indicaciones acerca de la
estructura conceptual subyacente al lenguaje. Las palabras nos remiten a los conceptos, nos
permiten apresarlos y comunicarlos en la mayoría de los casos, aunque quizá no en todos,
pues debemos admitir la posibilidad de conceptos inexpresables (o no bien expresables)
mediante el repertorio de palabras existente en una lengua dada. Conviene notar que la
CONCEPTOS CIENT~FICOS 95
relación de expresibn es (idealmente) una función, esto es, un mismo término lingüístico
(idealmente) sólo expresa un único concepto; en caso contrario estamos ante un fenómeno de
ambigüedad lingüística en el que la misma entidad físico-lingüística encubre, por así decir,
dos significantes diferentes (como 'banco' o 'gato' en castellano). Por otro lado, la conversa
no es cierta: la expresión no es una función biunívoca, pues puede haber palabras diferentes
que expresen el mismo concepto; esto es lo que ocurre con las expresiones sinónimas, tanto
de diferentes lenguas como de una misma lengua (como 'burro' y 'asno' en castellano).
Las expresiones lingüísticas de una lengua, sus términos, palabras o frases, son
objetos reales en principio comparables a otros objetos empíricos como astros o gatos.
Pertenecen también al mundo real. Pero la relación entre los términos del lenguaje y los
conceptos que ellos expresan es muy distinta de la relación entre un objeto real y el
concepto que lo subsume. Por ello conviene enriquecer el esquema anterior del siguiente
modo. (La fig. 4.2 recoge el hecho de que diferentes términos pueden expresar un mismo
concepto. Por otro lado, en tanto que objetos del mundo real, los términos mismos pueden
ser subsumidos a su vez por otros conceptos, por ejemplo conceptos como térinino predi-
cativo, término singular, adjetivo, etc. No incluimos este hecho en- el gráfico para no
dificultar la visualización de los otros hechos que ahora queremos destacar.)
SISTEMA CONCEPTUAL
n conceptos
.. .
. .
expresión .-.' ./ subsunción
MUNDO REAL
( 1' ''1 términos 'A-
Naturalmente, no todos los componentes de una lengua dada son aptos para expre-
sar conceptos. Por ejemplo, es muy dudoso que lo sean la mayoría de los llamados
"términos sincategoremáticos" (artículos, preposiciones, etc.). También puede ocurrir que,
aun cuando dos o más palabras expresen conceptos, su combinación (aunque sea gramati-
calmente conecta) no exprese ningún concepto. Así, las palabras castellanas 'redondo' y
'triángulo' expresan ciertamente cada una un concepto, pero su combinación gramatical-
mente correcta 'triángulo redondo' seguramente no expresa ninguno (de expresarlo sería
un concepto necesariamente vacío). También se suele admitir (aunque esto es más discuti-
96 FL'SD.AI\lEI\TOS DE F I L O S O F ~DE
~ LA CIENCIA
ble) que los nombres propios o terminos singulares, como 'Marilyn Monroe' o 'la capital
de España' no expresan conceptos.
En el contexto de los lenguajes científicos, que es el que a nosotros nos interesa
aquí, podemos partir de la observación de que prácticamente todos los términos no-sinca-
tegoremáticos introducidos expresan un concepto. Y estos términos tienen casi unánime-
mente una determinada forma Iógica: son predicados. Con ello pasamos a nuestro siguien-
te supuesto.
Cuarto supuesto: En los lenguajes científicos, los términos que expresan concep-
tos tienen (casi) siempre la forma Iógica de predicados n-ádicos, con 11 2 1.
Los conceptos más simples serán aquellos expresables mediante predicados moná-
dices (como luego veremos, éste es el caso de los conceptos clasificatorios); los conceptos
más complejos se expresarán mediante relatores diádicos, triádicos, o incluso más compli-
cados. En cualquier caso, dado que, en un contexto científico, las expresiones que más
interesan son las predicativas, podemos aplicar todo el arsenal simbólico de la Iógica de
predicados para formalizar las conexiones entre conceptos en nuestro sistema conceptual.
Por ejemplo, la relación entre los conceptos hurnailo y mol-tal quedará fijada en la fórmula
predicativa
donde ' H ' es la abrei~iacióndel predicado 'es hiclnaiio' y 'M' la de 'es mortal'. O bien
podremos expresar la "verdad conceptual" de que, si una persona es progenitora de otra, la
segunda no lo será de la primera, mediante la fórmula
SISTEMA CONCEPTUAL
n conceptos
MUNDO REAL
LENGUAJE UNIVERSO DE
objetos
En 10s apartados que siguen estableceremos una distinción tripartita entre tres
grandes clases de conceptos científicos (y los correspondientes términos que los expre-
san), atendiendo a su estructura lógico-matemática característica, la cual, a su vez, refleja
el diverso carácter y valor metodológico de cada una de estas clases de conceptos. La
distinción en cuestión está conectada con el tradicional problema de distinguir entre un
sistema conceptual cualitativo y uno cuantitativo para las ciencias, si bien, como veremos,
CONCEPTOS CIENT~FICOS 99
permite reformular esta cuestión de manera más exacta y matizada que la formulación
tradicional. Es tos tres grandes tipos de conceptos son: los clasflcatorios, los cornpnrativos
(o ropológicos) y los métricos.
A los conceptos de los dos primeros tipos se les puede considerar "cualitritivos",
mientras que 10s del último, los métricos, son "cuantitativos". Se ha discutido mucho
sobre sus respectivas ventajas y desventajas, sobre si determinadas disciplinas deberían
tender al uso de conceptos cualitativos o bien cuantitativos, etc. Sin pretender negar que en
esta discusión se han señalado algunos aspectos que constituyen problemas genuinos de
metodología, como veremos más adelante, antes de entrar a fondo en ella es conveniente
hacer las siguientes aclaraciones.
Tras estas consideraciones podemos iniciar ya el estudio de cada uno de los dife-
rentes tipos de conceptos. Como se verá, hay relaciones de correspondencia muy estrechas
entre ellos. Aunque en sentido estricto no podemos decir que un concepto métrico es
también un concepto comparativo, o que uno comparativo es también clasificatorio, sí hay
un sentido más lato en que ello es cierto: cada concepto métrico se corresponde con un
concepto comparativo, y cada concepto comparativo con uno clasificatorio. Así, un mismo
concepto en términos intuitivos, como por ejemplo rttasa, se puede reconstruir metateóri-
camente como un concepto clasificatorio, como uno comparativo o como uno métrico. En
este sentido el concepto de masa es a la i-ez de los tres tipos. Veremos que ello no siempre
es posible: aunque a todo concepto métrico le corresponde otro comparativo y a todo
comparativo uno clasificatorio, las conversas no son ciertas, hay conceptos comparati\~osa
los que no corresponde ninguno métrico, y conceptos clasificatorios a los que no les
corresponde ninguno comparativo. Así pues, los conceptos métricos son los más fuertes,
después vienen los comparativos y por último los clasificatorios. Empezaremos nuestro
análisis por estos últimos, los más débiles, y después iremos progresando en fuerza expre-
silva (como fuente histórica, el trabajo clásico es Hempel, 1952).
2. Conceptos clasificatorios
Los conceptos clasificatorios son los usados más comúnmente en la vida cotidiana.
Son los primeros que se aprenden. La gran mayoría de conceptos que emplea un niño son
herramientas para subsurnir los objetos que lo rodean de acuerdo a ciertos criterios vaga-
mente especificados, generalmente basados en ejemplos y relaciones de analogía. Así es
como el niño aprende a usar conceptos clasificatorios de color (rojo, azul, etc.), conceptos
clasificatorios de f o m a (redondo, cuadrado, etc.), conceptos clasificatorios de temperatu-
-
ra (caliente, tibio, frío), de animales y plantas (perro, águila, pájaro, árbol), de sustancias
(oro, agua), de objetos de uso (mesa, plato, martillo) y muchos otros. Este enorme acervo -7
de conceptos sigue siendo usado por el adulto en las situaciones normales de su vida
cotidiana, y sólo es en contextos especiales, particularmente los científicos, cuando se nota
la insuficiencia de los conceptos clasificatorios y hay que pasar a otro tipo de conceptos.
Clasificar es la manera más simple y directa de subsumir múltiples y diversos objetos bajo
un mismo concepto y aprehender rasgos interesantes del mundo que nos rodea, y en una
amplia variedad de situaciones nos basta con ello para dar cuenta de las cosas y transmitir -
información.
Desde el punto de vista de su forma lógica, los términos que expresan conceptos
clasificatorios son muy simples: son predicados monádicos. Desde el punto de vista con-
-
juntista, la extensión de un concepto clasificatorio es un conjunto simple, sin estructura
interna. La idea básica que se halla tras estos conceptos es la de clasificación. Clasificar
cierto dominio de objetos no es más que a;mparlos en grupos disjuntos, ninguno de ellos
-
vacío, y tales que entre todos los grupos estén todos los objetos del dominio en cuestión.
Una clasificación de un dominio es simplemente, en términos conjuntistas, una partición
del mismo. Pues bien, si dicha partición se realiza mediante criterios sistemáticos, enton-
-
ces es preciso recurrir a ciertos conceptos, a una colección de conceptos que den los
criterios de agrupación. Estos son los conceptos clasificatorios, elementos de un sistema
conceptual que conjuntamente generan una partición del dominio de aplicación. La si-
guiente definición semiformal expresa esta idea. -
Definición 4.1 :
dos. Un caso extremo y divertido, pero además interesante porque revela de manera insupe-
rable el modo como no debe .hacerse una clasificación, es la supuesta "enciclopedia china"
102 RIND.4SIEh'KlS DE FILOSOF~ADE L.4 CIENCIA
que Jorge Luis Borges nos presenta en su relato El idiorna atzalírico de Johii li'ilkirzs, según la
cual "los animales se dividen en: a) pertenecientes al Emperador, b) emkalsamados, c)
amaestrados, 4 lechones, e) sirenas, f) fabulosos, g) perros sueltos, h ) incluidos en esta
clasificación, i) que se agitan como locos, j) innumerables, k) dibujados con un pincel
finísimo de pelo de camello, T ) etcétera, m) que acaban de romper el jarrón, n) que de lejos
parecen moscas".' Es obvio que esta pretendida clasificación no cumple con los dos requisi-
tos arriba mencionados ni siquiera de manera aproximada. En efecto, no se puede detectar en
absoluto ningún criterio siguiendo el cual se haya construido esta clasificación de los anima-
les de modo sistemático, sino que es patente la absoluta arbitrariedad de la caracterización de
los diversos grupos; por otro lado, las condiciones formales de una partición tampoco se
cumplen, ya que hay clases vacías (como las categorías e ) y f)), animales que pueden
pertenecer a dos clases distintas (por ejemplo, que pertenezcan a a) y b) a la vez) o a ninguna
de las mencionadas (en realidad, la mayoría de los animales).
Naturalmente, ningún científico en su sano juicio propondría en serio una clasifi-
cación como la de la "enciclopedia china" de Borges. Sin embargo, en muchas clasifica-
ciones que se proponen en contextos científicos, si las analizamos con cuidado, encontra-
remos disonancias como las ejemplificadas jocosamente por Borges, aunque naturalmente
mucho menos obvias. Así, es frecuente que haya disputas entre los propios científicos
~ -
sobre el criterio o los criterios que haya que seguir para construir la clasificación sistemá-
ticamente; y en cuanto a su carácter de partición, suelen admitirse más o menos velada-
mente y de mala gana algunas "excepciones". No se trata de negar, por supuesto, el valor
que puedan tener en un momento dado del desarrollo de una disciplina clasificaciones que
no cumplan exactamente con los requisitos mencionados; pero la comunidad científica
debe ser consciente del carácter provisional de una clasificación no plenamente satisfacto-
ria y ello debe servir de estímulo para buscar mejores métodos de construcción de clasifi-
caciones.
Dado que fijar una partición sobre un dominio es lo mismo que determinar cierta
relación de equivalencia que "induzca" la partición, en vez de proceder directamente a
definir cada una de las clases que supuestamente van a constituir la clasificación, en
muchos casos lo más expedito y controlable es determinar primero en general una relación
empírica (atendiendo a criterios empíricamente controlables y sistemáticos) entre los obje-
tos del dominio que queremos clasificar, de la cual suponemos o comprobamos que es una
relación de equivalencia. Si logramos identificar una relación con tales características, ya
habremos dado el paso esencial, puesto que una relación así nos inducirá automáticamente
una partición perfecta sobre el dominio estudiado. Y, además, no sólo obtendremos la
partición deseada, sino que ésta habrá sido establecida a través de un criterio sistemático,
universal, que es el. determinado por las condiciones empíricas expresadas por la misma
relación de equivalencia; Veamos algunos ejemplos.
Después de una larga historia de intentos de clasificar los cuerpos en sustancias
por sus diversas propiedades químicas, actualmente disponemos de una relación de equi-
valencia, apoyada en condiciones empíricamente controlables, que determina la partición
Ésta es una relación que se puede determinar y controlar por métodos empíricos de
carácter general (fonéticos, estadísticos), y el hecho de que sea o no efectivamente una -
relación de equivalencia (en particular, de que sea transitiva) es una cuestión empírica,
pero que parece bastante bien confirmada.
La historia que está detrás de estos dos ejemplos, y de muchos otros que podría- -
mos mencionar, así como los problemas empíricos y teóricos que suscita el establecimien-
to y control de las relaciones de equivalencia en cuestión, muestran que no es fácil fijar de
una vez por todas cuál de varias relaciones de equivalencia que se presentan como posi-
bles en un dominio dado es efectivamente el candidato más adecuado para obtener la
clasificación que tenemos en mente. El proceso de selección de la relación de equivalencia
adecuada es a veces un proceso muy largo y costoso, para el que ni siquiera está claro que -
i
1 se haya llegado a una conclusión satisfactoria. Este proceso puede incluso llegar a formar
parte de los esfuerzos centrales de una disciplina. Un buen ejemplo de ello es el caso de la
r
101 FL.SD.\IlE?,"OS DE F I L O S O F ~DE LZ
: CIENCIA
!
taxonomía biológica, en particular de la clasificación de los organismos en especies. En un j1
8
princjpio, el criterio básico de clasificación de los organismos fueron sus diversas caracte- 3
nsticas morfológicas. Sin embargo, con el progreso de los estudios comparativos y los {
i
análisis de detalle, pronto se vio que en muchas ocasiones es difícil decidir cuáles de las 3
características morfológicas deben ser consideradas como las esenciales a una especie, o 1
:
bien la decisjón se tomaba de manera arbitraria (es decir, no sistemática). Por ello se buscó
!
un mejor método de clasificación, basado en el criterio universal de la capacidad repro- ?
ductiva. Así, en los Prirtcipios de :oología sistemática de Ernst Mayr encontramos que
i
una especie se define como "un grupo de [organismos de] una población natural que se
aparean actual o potencialmente, y que están reproductivamente aislados de otros grupos
semejantes". Tratemos de fijar más precisamente la relación de equivalencia que subyace a
esta partición de los organismos en especies. La relación podría definirse así en primera
instancia:
En una elucidación más rigurosa hay que tomar en cuenta el hecho banal de que x
e y pueden tener el mismo sexo o incluso ser el mismo organismo. Si usamos 'S' como
abreviatura notacional de 'pertenece a la misma especie que', y 'A' como abreviatura de
'es apareable reproductivamente con', entonces podremos definir la relación que busca-
mos de la siguiente manera:
tan entre ambas el dominio que se considera. Piénsese, por ejemplo, en el valor que tiene
para la biología la división de los organismos sexuados entre machos y hembras (que no
hay que confundir con una posible división, mucho menos interesante, que se hiciera entre
hembras y no-hembras, pongamos por caso). Como regla general, sin embargo, las dicoto-
mías son poco interesantes desde un punto de vista científico (si bien son muy frecuentes
en nuestra irida cotidiana como un modo "rápido" de enfrentarnos al mundo que nos
rodea: divisiones como las que se establecen entre "buenos" y "malos", "amigos" y
"enemigos", "ricos" y "pobres", etc.).
Cuando sobre un mismo dominio se han establecido dos diferentes clasificaciones,
cuyas particiones correspondientes P, y P2 cumplen lo siguiente:
es decir, intuitivamente, que las clases de equivalencia de que consta la partición P ison
"subdivisiones" de las de Pz (y por tanto P, tiene un mayor número de clases que P2),
entonces diremos que la clasificación correspondiente a Pies másfina que la clasificación
correspondiente a P2. Está claro que, dadas dos clasificaciones del mismo dominio, tales
que una sea más fina que la otra, preferiremos adoptar la más fina, pues nos proporciona
mayor poder de discriminación.
Las clasificaciones más útiles son las que forman parte de jerarquías taxonómicas
o, como también se las llama, árboles clasificatorios. Se trata de árboles, o "pirámides"
resultantes de la sucesiva superposición de clasificaciones de tal manera que en cada nivel
de la pirámide tenemos una clasificación más fina que en el nivel anterior. Un ejemplo
sencillo de una pirámide taxonómica lo encontramos en la clasificación de los cuerpos
desde el punto de vista químico:
Cuerpos
homogéneos heterogeneos
soluciones sustancias
elementos compuestos
Ésta es una clasificación muy simple porque procede por sucesivas dicotomías (aunque
esto no le quita su valor). Jerarquías taxonómicas mucho más complicadas las encontra-
mos en biología, donde han jugado un enorme papel en la investigación. Un segmento de
una de esas jerarquías es el siguiente:
Animales
vertebrados protocordados
protozoos metazoos
celenterados bilateralios
cordados
agnatos gnatótornos
peces tetr8podos
3. Conceptos comparativos
Definición 4.2:
(1) DomK=RecK=DomP=RecP=D.
(2) K es reflexiva, simétrica y transitiva, e.e., una relación de equivalencia.
(3) P es transitiva.
(4) K y P son mutuamente excluyentes: V.r, y E D (.rKy + -I xPy).
(5) K y P son conjuntamente conexas: V,x, y E D (xKy v xPy v yPx).
Está claro que, por el carácter que tiene K de relación de equivalencia, induce una
partición en clases de equivalencia del dominio D y por lo tanto una clasificación de dicho
dominio. Por su parte, la relación P cumple la función de ordenar el dominio, puesto que
es una relación d e orden, esto es, es al menos asimétrica y transitiva. Que es transitiva es
inmediato por (3). Para ver que es asimétrica supongamos, por reducción al absurdo, que
no lo es, e.e., que hay x, y tales que xPy y yPx. Puesto que es transitiva, obtenemos xPx.
Por otro lado sabemos que xKx pues K es reflexiva. Pero las dos cosas, xPx y xKx, no
pueden ocumr, pues por (4) K y P son excluyentes. Por tanto, si xPy entonces no yPx
(QED).
Además de las condiciones formales generales establecidas en la definición, el
concepto comparativo debe satisfacer determinadas condiciones materiales u operaciona-
les; su extensión no se puede determinar de modo puramente formal, se debe determinar
de modo sistemático pero "operacional": las relaciones K y P no pueden ser escogidas de
una manera puramente formal, sino que deben ir asociadas a ciertas operaciones o situa-
ciones empíricamente controlables, las cuales permitan decidir si se dan o no dichas
relaciones en un dominio de objetos. A veces, esto se determina a partir de alguna teoría
empírica general ya aceptada, pero en otras ocasiones, especialmente en áreas relativa-
mente elementales o en fases iniciales de una disciplina, la validez empírica de tales
relaciones puede establecerse a partir de operaciones sencillas de laboratorio junto con
ciertas hipótesis bastante elementales, de bajo nivel teórico. Veamos un ejemplo de esta
última situación.
Consideremas el concepto peso antes de que fuera metrizado, o incluso en situa-
ciones actuales en las que no es necesario presuponer que disponemos del concepto
métrico de peso, sino sólo de su correlato comparativo. En realidad, desde el punto de
vista de la física teórica, lo que vamos a considerar a continuación es el concepto masa,
pero a efectos de la discusión presente podemos asumir que estamos tratando del con-
cepto más cotidiano de peso, tal como se aplica, por ejemplo, en los mercados. Pues
bien, para determinar operacionalmente este concepto debemos asociar a operaciones
empíricamente controlables la noción comparativa de peso; esto es, debemos dar un
sentido operacional a la relación Kp de coincidencia de pesos y a la relación P, de
precedencia de pesos. Esto se puede hacer mediante el uso de una balanza de brazos
iguales. Compararemos el peso de dos objetos x, y del dominio considerado (objetos
macroscópicos no demasiado grandes ni demasiado pequeños) colocándolos cada uno
en uno de los dos platillos de la balanza. Entonces, determinaremos operacionalmente
las relaciones Kp y Pp de la siguiente manera: a ) si los platillos de la balanza permane-
cen ambos a la misma altura, diremos que x pesa igual que y, xKy; b) si la balanza
desciende del lado del platillo con x, diremos que x pesa más que y, xPy (por otro lado,
cuando x = y, convenimos en que en tal caso también xKy).
Es fácil comprobar que las relaciones Kp y Ppasí determinadas operacionalmente
mediante operaciones con una balanza cumplen las condiciones de un concepto compara-
tiyo. En efecto, la relación "ser tan pesado como", determinada del modo indicado (nivela-
ción de platillos de la balanza) cumple con los requisitos de reflexividad (por convención),
simetría (da igual si cambiamos de platillo los objetos, éstos seguirán estando al mismo
nivel si lo estaban antes) y transitividad (si el objeto x permanece al mismo nivel que el
objeto y y luego vemos que el objeto y permanece al mismo nivel que el objeto z, podemos
comprobar que el objeto x también permanecerá al mismo nivel que el objeto 2). Con ello
queda garantizado que la relación Kp, al menos dentro de los límites de este modo de
aplicarla empíricamente, es una relación de equivalencia. Análogamente es fácil compro-
bar que la relación "ser más pesado que", así determinada (diferencia de nivel de los
platillos), es transitiva (si el platillo con y está más bajo que el platillo con x, y luego el
platillo con z está más bajo que el platillo con y, también el platillo con z estará más bajo
que el platillo con x). Igualmente fácil es comprobar que ambas relaciones son mutuamen-
te excluyentes y conjuntamente conexas (dejamos la constatación de estos dos últimos
casos al lector).
Es ifnportante señalar que el hecho de que podamos asociar (no "definir") las
nociones de coincidencia y precedencia de peso a operaciones empíricas con una balanza
de la manera indicada, garantizando que se cumplan las condiciones de definición de los
conceptos comparativos, es un resultado empírico, apoyado en ciertas hipótesis empíricas
t acerca del comportamiento de una balanza, y no un asunto de mera convención. Solamen-
te la reflexividad de K, y la mutua exclusión de Kp y Pp se derivan analíticamente d e
convenciones o del uso normal de nuestro lenguaje. La satisfacción de los demás requisi-
tos es, en cambio, un asunto empírico, lo cual se constata en e1 hecho de que podríamos
imaginamos situaciones en que no se satisficieran. Por ejemplo, consideremos la transiti-
vidad de Kp en la determinación del peso mediante la balanza: podría ocurrir que cuando
están sobre los platillos los objetos x e y. permanecieran a igual nivel, y lo mismo cuando
estuvieran y y z;pero que, en cambio, al colocar sobre los platillos x y z, se notara una
diferencia de nivel. Que esto no ocurra no es una necesidad lógica, sino una hipótesis
empírica acerca de las balanzas (de hecho, en balanzas algo "defectuosas" se viola a veces
la transitividad). La misma constatación podemos hacer con respecto a la simetría de K, y
a la transitividad de PP.Incluso la conexión conjunta de Kp y Pp es una hipótesis empírica,
pues podría ocurrir que, en ocasiones, al colocar sobre los platillos dos determinados
objetos, la balanza se pusiera a oscilar permanentemente sin alcanzar nunca un equilibrio,
por lo que no podríamos determinar si se da coincidencia o precedencia de pesos en algún
l
sentido u otro. En resumen, el hecho de que podamos aseverar que un determinado
1 concepto comparativo va asociado a ciertas operaciones u observaciones empíricas es una
f cuestión hipotético-empírica (y a veces incluso fuertemente teórica) y no un asunto de
1 mera definición. En general, no podemos decir que los conceptos comparativos vienen
1 definidos por las operaciones u observaciones empíricas asociadas a ellos (como tampoco
lo podemos decir en el caso de los criterios empíricos asociados a los conceptos clasifica-
torios).
Con frecuencia, las relaciones empíricamente determinadas que van asociadas a un
concepto comparativo que queremos introducir de nueva cuenta en una disciplina científi-
ca no cumplen exactamente las condiciones formales de la definición de conceptos com-
parativos, sino sólo de modo aproximado. Análogamente al caso de los conceptos clasifi-
catorios, las condiciones formales representan un ideal al que hay que tender pero que no
siempre se alcanza plenamente. Un buen ejemplo de ello es el concepto comparativo
dureza, que se introduce en mineralogía asociándolo a la prueba empírica de la "raya".
Las relaciones de precedencia y coincidencia en este caso se determinan operacionalmente
del siguiente inodo: x es más duro que y si y sólo si x raya a y; x es tan duro como y si y
sólo si x no raya a y ni y a x. También en este caso, las condiciones de reflexividad de la
coincidencia y de mutua exclusión de coincidencia y precedencia se desprenden analítica-
mente de nuestro uso lingüístico, pero no así el resto de condiciones, cuya satisfacibilidad
depende de hipótesis empíricas acerca de los minerales. Pero, además, en este caso dichas
hipótesis no siempre se cumplen, por lo que algunas de las condiciones postuladas para los
conceptos comparativos (especialmente la transitividad) sólo se cumplen de manera apro-
ximada. No obstante estas dificultades, la "pmeba de la raya" se conserva en la mayoría de
los casos como determinación operacional del concepto de dureza hasta tanto no se en-
cuentren mejores determinaciones operacionales o hasta tanto las determinaciones altema-
tivas sean demasiado difíciles de aplicar en la práctica.
Hemos indicado ya que todo concepto comparativo, a través de la relación P de
precedencia, implica un ordenamiento de los objetos del dominio considerado de "más a
menos" (o de "menos a más", sesún se quiera considerar), además de la clasificación de
dichos objetos en clases de objetos coincidentes. Este ordenamiento de los objetos se
expresa en ocasiones mediante números, mediante lo que se llama una "escala ordinal". El
orden de los números refleja así el orden de los objetos a los que se adscriben dichos
números. Por ejemplo; en el caso del concepto de dureza introducido en mineralogía,
Friednch Mohs estipuló yna escala numérica del 1 al 10, según la cual, al mineral más
blando, el talco, se le asigna e1 número'l y al más duro, el diamante, se le asigna el 10,
siendo los demás minerales ordenados entre estos dos extremos según su mayor o menor
grado de dureza por comparación con los demás. Asimismo, en psicología, al concepto.de
inteligencia (que es un conccpto comparativo) se le asigngn números, llamados 'cocientes
de inteligencia', que representan el nivel de inteligencia de manera fácilmente comparable
y memorizable. Todos estos ejemplos de conceptos comparativos a los que se asignan
números, sin embargo, no nos deberían confundir y hacer creer que estamos Watando con
conceptos realmente cuantitativos, métricos. Las escalas numéricas introducidas en estos
casos son s61o escalas vdinales, no escalas métricas, en un sentido genuino, sobre cuya
naturaleza hablaremos en el próximo apartada. La difereicia esencial entre ambos tipos de
asignaciones numéricas se comprueba por el hecho de que con los números asignados a
los conceptos comparativos no t i e ~ esentido efectuar las consabidas operaciones aritrnéti-
cas y aigebraicas, como sumar, multiplicar, sacar raíces, @c., y mucho menos aplicar las
operaciones de ~5lculosuperior (;qué sentido tendría sumar cocientes de inteligencia Q
sacar la iaíz cuadrada de un grado de dureza?, sobre ésto, cf. más adefante cap. 6). Los
números que se utilizan en el caso de los conceptos comparativos no expresan realmente
la medida de ninguna magnitud, sino que son sólo un modo simple y conveniente de
expresar un orden; en vez de números, también podríamos usar las letras del alfabeto y
estipular, por ejemplo, que en una escala de dureza,,al talco le corresponde la letra 'a' y al
diaman$ la letra 'j'. Los números asignados a los conceptos comparativos son en realidad
únicamente nu~ierales,no eTpresan cantidades o magnitudes; no presuponen una métrica
definida demanera "natural" sobre el dominio en cuestión, es decir, una métrica asociada
a operaciones matemáticas que reflejan operaciones o relaciones empíricas.
de) una partición. Lo esencial de los conceptos comparativos es que nos periniten realizar
comparaciones cualitativas entre los objetos del dominio, por eso se caraccerizan porque
su extensión es una relación de orden (KP). Pues bien, lo esencial de los conceptos
métricos es que nos realizar asignaciones numéricas a 10s objetos del dominio de
rnodo empíricamente significativo, y por eso se van a caracterizar porque sus extensiones
..
son (determinados tipos de) funciones numéricas sobre dicho dominio.
Así pues, el problema básico en el intento de metrizar un área de conocimiento
consiste en encantrar la función o conjunto de funciones métricas apropiadas. Una vez
encontrado ello, podemos decir que, en cierto sentido, hemos "identificado" los objetos
del dominio estudiado con números reales (o entidades matemáticas derivadas, como
vectores, matrices, tensores, etc.). Entonces, en vez de considerar directamente las relacio-
nes y operaciones empíricas que se dan entre los objetos estudiados, podemos concentrar
nuestra atención sobre las relaciones y operaciones entre los números que representan las
propiedades de los objetos empíricos, y a través de ello, indirectamente, ganamos informa-
ción sobre los mismos objetos y sus propiedades representadas. Este modo de proceder
nos permite un grado mucho más alto de exactitud y potencia predictiva del que obtendría-
mos operando directamente con los objetos empíricos, puesto que las teorías matemáticas
existentes nos informan detallada y exactamente sobre cómo operar con números y sobre
las propiedades generales que tienen tales operaciones. Además, los límites prácticos que
suelen darse en la manipulación de objetos empíricos no se dan en la manipuIación de
números, para lo cual lo único que necesitamos es papel y lápiz, o a lo sumo una computa-
dora. Este proceso de identificar los objetos empíricos con números y las operaciones
empíricas con operaciones matemáticas, manejando luego estas últimas para obtener in-
formación indirecta sobre los primeros, es a lo que puede denominarse más genuinamente
"matematización de la realidad". Al contrario del caso de los conceptos comparativos, la
asignación de números a objetos empíricos en este proceso no es arbitraria y no-operacio-
nal, sino que con ella se expresan importantes y reales conexiones empíricas entre los
mimosobjetos. Operamos con los números "como si" operásemos con los objetos.
En la primera sección dijimos que los conceptos comparativos suponen un refina-
miento o reforzamiento respecto de los clasificatorios, y que lo mismo ocurre con .los
métricas respecto de los comparativos. En la sección anterior hemos visto en qué sentido
es así en el primer caso: a todo concepto comparativo "subyace" uno clasificatorio (expre-
sado mediante la relación de coincidencia K). Pues bien, en ese mismo sentido es así en el
segundo caso. A. cualquier concepto métrico subyace explícita o implícitamente un con-
cepto comparativo correspondiente (y por tanto otro clasificatorio); medir determinada
magnitud en un dominio de objetos implica, entre otras cosas, la posibilidad de (clasificar-
los y) compararlos en relación con dicha magnitud. La recíproca, naturalmente, no es
cierta, pues no siempre la introducción de un concepto comparativo permite construi; ipso
facto un concepto métrico correspondiente (como tampoco la introducción de un concepto
clasificatorio permite siempre la introducción de otro comparativo).
Entre muchos filósofos y científicos prevalece la idea de que un concepto métrico,
para ser adecuado, debe ser 4'construido" a partir de un concepto comparativo previo.
.A veces se llega incluso más allá en este requerimiento y se exige que el concepto
CONCEPTOS C~ENT~HCOS 115
(Mi) Dom(KuP)=Domf.
(M2) Rec f c Re. . ,
(M3) V x, y (xKy +-+fix)=&)).
(h14) V x, y (xPy +-+Ax) >&)).
Para que, dado un concepto comparativo, exista una función con estas característi-
cas, y que podamos por tanto-decir que ,existe un concepto m6trico que corresponde al
comparativo, es necesario que la relación cualitativa de comparación K v P satisfaga
ciertas condiciones. Por lo general hay varias posibilidades, vanos grupos de condiciones
suficientes que gkantizan la existencia de una función tal. En casi todos los casos, tales
condiciones invoEucran elementos adicionales a K u P, por ejemplo una operacidn de
combinación, o una relación de comparación ewre pares de objetos, u otros más compli-
cados. cuando es así, hay que añadir a MI-M? otras cláusulas adicionales que expliciten
el modo en que la función'numérica debe preservar esos elementos erdpíricos cualitativos
adicionales. No vamos a ver aquí las diversas posibilidades y los diversos grupos de
condiciones para cada una. De ello se ocupa la llamada Teoría de la Metrización Funda-
mental, que veremos en el capítulo 6 ($3).
~oncluiremosesta presentación preliminar de los conceptos métricos presentando
la noción de escala y, en relación con ello, aclarando el sentido en el que conviene
identificar la extensión de un concepto métrico, no con una única función métrica, sino
con una clase de tales funciones, equivalentes en cuanto a suiapacidad representacional.
Las' funcionesf especificas que asignan números reales a cada. objeto dei dominio
son lo que tradicionalmente se denomina escalas. Por ejemplo, una función específica
asigna a determinado objeto que hay en un museo de Pan's, representando su masa, el
número 1 y al objeto que el lector está leyendo el número 0,4; otra función para la masa
asigna a los mismos objetos, respectivamente, el 1.O00 y el 400; otra asigna al-primero el
número 0,001 y al segundo 0,0001; otra 2,2 y 0,88; etc. Estas funciones numéricas miden
la misma propiedad, la masa, pero asignan números diferentes a los mismos objetos. Cada
una de estas funciones es una diferente escala para la masa: la primera es la "escala
CONCEPTOS CIE~T~FICOS 117
Kilogramo" (sistema iMKS), cuyo uso hacemos explícito posponiendo al numera1 el signo
'kg.'; la segunda es la "escala gramo" (sistema cegesimal). cuyo uso hacemos explícito
posponiendo al numeral el signo 'gr.'; la tercera la "escala Tonelada métrica", que denota-
mos posponiendo 'Tm.'; la cuarta es la "escala libra" (sistema anglosajón) que denotamos
posponiendo 'lb'; etc. Todas estas escalas, y muchas otras, son igualmente válidas para
medir la masa, son de hecho escalas equivatentes en un sentido del que diremos algo a
continuación y que quedará plenamente clarificado en el capítulo 6.
Éste es e1 motivo por el que no es correcto identificar la extensión de un concepto
métrico con una única de las funciones numéricas, con una escala particular. Lo correcto es
identificarlo con el conjunto de todas las posibles escalas para Ia magnitud que corresponde
al concepto, esto es, con la clase de todas las posibles funciones numéricas que representan
dicha magnitud. La extensión del concepto masa es pues el conjunto &,L.,fm,f;h, ...l. Y lo
mismo en el caso, por ejemplo, de la longitud: tenemos las escalas "centímetro", "metro",
"kilómetro", "milla", "yarda", "pulgada", etc., por lo que la extensión del concepto longitud
se debe identificar con la clase de todas ellas: If,,fm, f,, fmi,f;, ...}; Igualmente, con algunas
diferencias que en seguida comentaremos, en el caso de la temperatura.Una función métrica
específica asigna al agua en ebullición el 100 y al agua en congelación el O; otra les asigna,
respectivamente, 32 y 212; otra el 273,15 y el 373,15; etc. La primera es la escala Celsius, la
segunda es la escala Fahrenheit, la tercera la escala Kelvin, y todavía hay otras, como la
escala Rankine o la escala Réaumur. La extensión del concepto temperatura es pues el
, ~...,}.
conjunto C f ~ , f i f
Podemos dar ahora una definición provisional de los conceptos métricos que me-
trizan un concepto comparativo previo, en la que se haga patente que la extensión del
concepto comparativo no es una única función numérica sino una clase de ellas repre-
sentacionalmente equivalentes. Insistimos en que ella sólo se refiere a los conceptos
métricos introducidos a partir de conceptos comparativos previos y, como hemos adverti-
do, no todos los conceptos métricos se introducen así; otros (la mayoría) se introducen a
través de su relación con otros conceptos métricos en el contexto de una teoría científica.
Por otro lado, la definición es reconocidamente insatisfactoria, no es tanto una definición
en sentido estricto cuanto una caracterización provisional que deja numerosos aspectos
por elucidar. Estos aspectos serán clarificados con detalle en el capítulo 6 ($3 y $5).
importa por tanto es el tipo de transformación que las relaciona a todas ellas.
Pues bien, así como las escalas proporcionales están relacionadas mediante transfor-
maciones similares, es igualmente sencillo mostrar que el tipo de transformación que corres-
ponde a las escalas de intervalos es el de las transformaciones lineales. Si f y g son dos
escalas relacionadas mediante una transformación lineal, e.e. tales que g(x) = aJqx)+ b (a E
Ret, b E Re), entonces es inmediato que son escalas de intervalos, e.e. tales que para todo x,
)1 =,w, Hx) -fi>l / Wz)-f(iv91 = [g(x>- gb)I 1 [Q(z) - g(\t9)l,pues [g(x-) - gO1)l/ [g(z) -
g(i.v)]= [ (afix) + b ) - (a&) + b)]/ [(uJ(z)+ b) - (af(1v)+ b)]= [a&) + b - a f i ) - b] / [aflz)
+ b - afliv) - b] = aV(x) -m)]/ aRz) -JTw)l = H.Y)-jQ)/][f(z) -fltt3)I. Así, las diferentes
escalas de intervalos de una misma magnitud son equivalentes en este sentido, están relacio-
nadas mediante transfornlaciones lineales, siendo "ser una transformación lineal de" (al igual
que "ser una transformación similar de") una relación de equivalencia.
Las escalas proporcionales y de intervalos son las más usuales, pero no las únicas.
Puesto que cada tipo de escala se define o caracteriza por un tipo de transformación, el
CONCEPTOS CIENT~FICOS 12I
lector avisado habrá adivinado que hay tantos tipos de escala como tipos de transfona-
ciones. Cada tipo de escala se caracteriza por determinado valor que permanece constante
tras los cambios de escala,f(x)l') en las proporcionales,f(x) -f(y)/f(z) -fTw) en las de
intervalos. Estos valores permanecen constantes en cada caso porque en cada uno el
cambio de escala es una transformación de un tipo específico, similar en el primero, lineal
en el segundo. Entonces, otros tipos de transformaciones dejarán invariantes otros valores
y caracterizarán por tanto otros tipos de escalas. En realidad hay tantos tipos de escalas
como tipos posibles de transformaciones. Entre todos los tipos posibles sólo algunos son
empíricamente interesantes, se corresponden con la medición en sistemas empíricos cono-
cidos. Los tipos de escalas más interesantes, como hemos dicho, son el de las proporciona-
les y el de las de intervalos, pero algunos otros más inusuales son de aplicación en algunos
ámbitos de las ciencias sociales y de la conducta. La referencia clásica sobre tipos de
escalas y sus correspondientes transformaciones son los trabajos de Stevens (cf. especial-
mente 1946, 1951 y 1959). Presentamos a continuación los diferentes tipos de escalas a
que se refiere Stevens, a los que añadimos algún otro que complementa los iniciales dz
modo natural. Cada tipo de escala se identifica por su tipo de transformación o, alternati-
vamente, por el valor que permanece invariante tras las transformación. Como dijimos
más arriba, las dos primeras, a pesar de que las incluye explícitamente Stevens, no se
pueden considerar propiamente escalas de medición, esto es, correspondientes a conceptos
genuinamente métricos. Se trata simplemente de "escalas" correspondientes a conceptos
sólo clasificatorios o sólo comparativos.
Esta lista está presentada por orden de "fuerza" en tres niveles. Prescindiendo de
las nominales y ordinales, demasiado débiles para ser consideradas propiamente escalas
métricas, las escalas menos fuertes son las de intervalos y las de intervalos logarítmicos;
después vienen las de intervalos absolutos, las proporcionales y las de proporciones loga-
rítmicas; y por último las absolutas, el tipo más fuerte de todas. La fuerza de una escala
depende del valor que preserva la transformación, de lo que permanece invariante tras los
cambios de escala. Cuanto menor sea el número de objetos a que refiera el valor preserva-
do, más fuerte es la escala y, como se ve, en las dos primeras se precisan cuatro objetos, en
las tres segundas se precisan dos, y en la última sólo uno.
Estos hechos son importantes pues la utilidad de una escala, el uso que se puede
hacer de ella, depende de cuán fuerte sea. La idea es que si las escalas han de servir para
expresar cuantitativamente determinados hechos relativos a los objetos medidos, entonces
las afirmaciones que hacemos mediante ellas serán útiles o "significativas" sólo si tales
afirmaciones preservan su valor veritativo tras los cambios de escala. Si determinada
afirmación sobre las asignaciones no se preserva tras un cambio de escala, es decir, es
verdadera en una escala pero falsa en otra, entonces es que no expresa información sólo de
los objetos sino que depende de aspectos convencionales involucrados en la determinación
de las escalas. Por ejemplo, si digo que en cierta escala el valor de un objeto x es un
número r, y la escala en cuestión es proporcional, esa afirmación no se puede considerar
significativa pues pasa a ser falsa cuando cambiamos de escala; esa afirmación sólo es
significativa si la escala es una escala absoluta. O si digo que en cierta escala el cociente
entre las asignaciones a dos objetos x, y es un número r, y la escala en cuestión es de
intervalos, esa afirmación no se puede considerar significativa pues pasa a ser falsa cuan-
do cambiamos de escala; esa afirmación sólo es significativa si la escala es una escala
proporcional. Esto es lo que se conoce como el problema de la significatividad, esto es,
del uso empíricamente significativo que se puede hacer de los valores asignados por las
escalas: ¿qué afirmaciones se pueden hacer con estos valores que expresen hechos objeti-
vos y que por tanto no sean verdaderas en una escala pero falsas en otra escala que mide la
misma propiedad?
En el capítulo 6 trataremos en detalle esta y otras cuestiones que aquí han sido sólo
apuntadas. Como allí se verá, el problema de la significatividad está relacionado con otro
que hasta ahora apenas hemos mencionado, a saber, qué es lo que permite decir que
diferentes escalas son escalas que miden la misma propiedad. Sabemos que si tenemos las
diversas escalas que miden una propiedad, esto es, si tenemos la extensión del concepto
métrico correspondiente, entonces podemos determinar de qué tipo de escalas se trata
investigando cuál es el tipo de transformación que permite pasar de unas a otras. Pero la
cuestión es cómo se determina ese conjunto de escalas, cómo se establece la extensión del
concepto métrico. Para ello será imprescindible referirse a las condiciones empíricas que
debe satisfacer un orden cualitativo para ser representado numéricamente. Tales condicio-
nes son las que permiten establecer, mediante los llamados teoremas de representación, el
conjunto de escalas para la propiedad, la extensión del concepto métrico.
En el capítulo anterior hemos examinado la estructura lógica de los conceptos
científicos. Dijimos entonces que los conceptos son las unidades mínimas de significa-
ción, y efectivamente así es, pero hay que advertir inmediatamente que ese mínimo es,
por así decir, demasiado poco. En la ciencia, como en el discurso ordinario, el lenguaje
se usa primariamente para realizar aserciones (aseveraciones), para decir que ciertas
cosas son de cierto modo. Para este uso los conceptos son esenciales, pero no bastan
considerados aisladamente; los conceptos por sí solos no constituyen unidades asertivas.
Las unidades aseverativas deben ser necesariamente complejas o articuladas, no hay
aserción sin articulación, y la complejidad no es en general esencial a los conceptos. Es
cierto que algunos conceptos son complejos (p.ej. bípedo irnplume), pero esta compleji-
dad no es del tipo requerido para constituir aseveraciones. Las unidades aseverativas
mínimas son las proposiciones o, en tirminos lingüísticos, los enzrnciados, entidades
que sí son esencialmente complejas o articuladas. En el discurso científico, un tipo
especialmente importante de unidades proposicionales son las leyes, que se pueden
articular a su vez entre ellas conformando unidades más amplias, las teorías. Nuestro
objetivo en este capítulo es analizar la estructura lógica. los tipos y la naturaleza de las
leyes científicas.
La siguiente relación contiene ejemplos representativos de los diversos tipos de
leyes, y los diversos aspectos de las mismas, que vamos a tratar:
(1) Cualesquiera dos cuerpos se atraen con una fuerza directamente proporcional
al producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la
distancia entre sus centros de masa.
(2) Los planetas giran en órbitas elípticas, con el Sol en uno de los focos, ba-
rriendo áreas iguales en tiempos iguales.
(3) Un grave en caída libre cerca de la superficie terrestre recorre en un intervalo
temporal t una distancia d = 4.9t2.
(4) En un péndulo en la superficie terrestre, la relación entre el período T y la
longitud L es T = ~ n d ( ~ 91).. 8
Todo cuerpo sufre una aceleración igual al cociente entre la sucia de fuerzas
a las que está sometido y su masa inercial.
La probabilidad de que un electrón disparado contra una barrera de poten-
cial la atraviese es de 0,1 y la de que se refleje es de 0,9.
La probabilidad de que un átomo de radio permanezca estable después de
4800 años es 0,125.
Para cada cantidad de gas, el cociente de la presión por el volumen entre la
temperatura absoluta es constante.
En condiciones normales, las piezas de fósforo se inflaman tras la fricción
sobre superficies rugosas.
Salvo mutaciones genéticas, al cruzar células homocigóticas, una con un par
de genes recesivos y la otra con un par de genes dominantes, los individuos
de la segunda generación tienen una probabilidad de 0,25 de exhibir los
rasgos de los genes recesivos.
El consumo continuado de tabaco aumenta la probabilidad de desarrollar
cáncer de pulmón.
La sensación de peligro produce, salvo factores inhibidores, un repentino
incremento de la producción de adrenalina.
Si una persona desea p , y cree que realizando cierta acción lo obtendrá, y si
además la acción es posible y la persona así lo cree y no cree que hacer p se
opone a nada que desee tanto o más que p, entonces (si nada interfiere)
realizará la acción.
El aumento de la oferta produce, a igualdad de los restantes factores, la
disminución en el precio del producto.
Las leyes científicas, del tipo de las ejemplificadas en esta lista, son unidades aseve-
rativas mínimas del discurso científico, pero no son las únicas. Hay otras aseveraciones
también mínimas (y en cierto sentido, que veremos en el capítulo 12 dedicado a la inducción,
más básicas), a saber, los informes sobre acaecimientos particulares, p.ej. "el cometa Halley
reapareció el 25 de diciembre de 1758", "0,002 gramos de este pedazo de uranio se desinte-
grarán antes del año 2025", o "acaba de bajar el precio de la gasolina". Presentar de este
modo la contraposición entre los dos tipos de unidades aseverativas mínimas del discurso
científico supone dar ya una primera caracterización implícita de las leyes. Las leyes son las
unidades aseverativas mínimas que no son informes sobre acaecimientos particulares, esto
es, las leyes son (un tipo de) aseveraciones generales, expresan regularidodes.
En este capítulo partiremos de esta primera caracterización según la cual las leyes
son (o son expresadas por) aseveraciones generales. Esta caracterización, dominante. en la
LEY ES C~ENT~FICAS 127
literatura, presupone dos cosas, ambas cuestionadas por algunos autores. En primer lugar,
presupone que las leyes son (o que son expresadas por) aseveraciones. Más adelante (cf.
cap. 10) veremos que hay un modo menos enunciativo, más modelista, de entenderlas,
pero incluso bajo esa interpretación las leyes mantienen algunos elementos aseverativos
que son los que en este capitulo van a centrar nuestra atención. En segundo lugar. presupo-
ne que son afirmaciones generales, que expresan regularidades del tipo "todos los tal son
cual", o "siempre que ocurre tal cosa ocurre tal otra". Esto excluye eventuaIes leyes
e.xistenciales como "hay unidades mínimas de energía" o "hay al menos un agujero negro
en el universo". Pero ello no es tan grave como en un primer momento puede parecer. Por
un lado, casi todas las leyes aparentemente existenciales del primer tipo son en el fondo
generales. Por otro, dista de ser claro que haya leyes genuinamente existenciales interesan-
tes, esto es que no se obtengan como meras existencializaciones sobre hechos particulares.
En cualquier caso, los ejemplos paradigmáticos de leyes son indudablemente generales.
Así pues, aquí vamos a aceptar, al menos provisionalmente, estos dos supuestos. La
mayoría de los aspectos de las leyes que vamos a presentar y discutir en este capítulo son
en gran medida independientes de los mismos; cuando no lo sean se comentará explícita-
mente el sentido en que se ven afectados por estos supuestos.
Antes de iniciar nuestro estudio propiamente dicho es necesario hacer algunas
aclaraciones. En primer lugar, 10 que hemos aceptado no es que las leyes sean (o expresen)
meras generalizaciones. Al decir que son aseveraciones generales queremos indicar que
son nl menos eso, no que sean sólo eso. Esto es, la caracterización que hemos aceptado
provisionalmente como punto de partida no supone que cualquier generalización sea una
ley, lo cual es patentemente erróneo; lo que se ha aceptado es algo mucho más débil, a
saber, que toda ley involucra al menos una aseveración general del tipo "todos los As son
Bs". Parte de este capítulo va a estar destinado precisamente a elucidar la diferencia entre
leyes y meras generalizaciones.
La segunda aclaración tiene que ver con las cautelas contenidas en los párrafos
anteriores. Hemos dicho que las leyes son, o son expresadas por, aseveraciones generales.
La formulación alternativa se debe a la necesidad de distinguir entre las entidades lingüís-
ticas (los enunciados mismos, o los actos aseverativos consistentes en proferir tales enun-
ciados) y lo que las entidades lingüísticas expresan o significan (los hechos mismos o, si
se prefiere, las proposiciones). Confundir ambos niveles es confundir uso y mención, esto
es, no distinguir entre hablar de expresiones lingüísticas y hablar de lo que ellas expresan.
En el caso de las leyes se puede defender tanto que ellas mismas son las aseveraciones o
enunciados generales, como que son lo que las entidades lingüísticas expresan, las propo-
siciones (pero, claro está, no las dos cosas a la vez). Ambas alternativas son posibles, si se
formulan con el suficiente cuidado. En el primer caso, cuando queramos hablar de las
regularidades naturales deberemos decir que son lo expresado por las leyes, en el segundo
caso que son las leyes mismas, aunque aquí son necesarias cautelas adicionales. Si bien es
conveniente optar por una de las alternativas y atenerse a ella, aquí no vamos a ser muy
estrictos en este punto. En general nos inclinamos por la segunda y, por tanto, tenderemos
a usar 'ley' para las regularidades naturales mismas, y 'enunciado legal' (o 'enunciado de
ley') para los enunciados generales que las expresan. Sin embargo, y siempre que el
contexto lo permita, en ocasiones mezclaremos ambas prácticas, o usaremos expresiones
más indefinidas que refieran indistintamente a ambas entidades (p.ej. 'afirmación', que en
sentido laxo puede referir tanto al enunciado como a su contenido, la proposición). Cuan-
do la cuestión que se esté tratando exija una distinción clara, explicitaremos el sentido en
que usamos el término y los extremos de la discusión que dependen de ello.
La última aclaración se refiere al alcance de nuestro estudio. Hay un aspecto de las
leyes que por lo general \'a a quedar al margen del tratamiento que vamos a hacer de ellas
en este capítulo. Nos referimos a su carácter aproxintotii.~o idealizador. Las leyes, espe-
cialmente ]as cuantitativas, contienen diversas idealizaciones que hacen que sólo quepa
esperar su aplicabilidad aproximada. Eso tiene la consecuencia de que, si exigimos una
aplicación estricta, muchas (jtodas?) leyes aparecerán como, o bien vacuamente verdade-
ras, o bien "irremediablemente" falsas. Si, siendo totalmente estrictos, la propiedad A no
se aplica a ningún individuo, entonces la afirmación "todos los A son B" es vacuamente
verdadera por ser su antecedente siempre falso. Por ejemplo, la primera ley de Newton, o
ley de la inercia, afirma que todos los cuerpos para los cuales la suma de fuerzas externas
sea nula mantienen constante su velocidad, pero seguramente no hay ningún cuerpo que
satisfaga el antecedente, con lo que la ley es vacuamente verdadera. La literatura ha
prestado mucha atención a situaciones de este tipo (cf. p.ej. Tooley, 1977 y Armstrong,
1983), pero en ocasiones se le concede una importancia a nuestro juicio excesiva. Lo
mismo sucede con la "necesaria" falsedad de las leyes cuando, si exigimos roral precisión,
A se aplica pero B no. El fenómeno general de la aproximación en la ciencia, y sus límites
de admisibilidad, requiere un tratamiento específico que no podenlos presentar aquí. En el
capítulo 6 se hacen algunas consideraciones sobre el mismo en el contexto de la función
de la medición, y en el capítulo 10 en relación con las afirmaciones empíricas de las
teorías. En el presente capítulo sólo vamos a tratarlo en una versión muy específica del
mismo, a saber, cuando está relacionado con las idealizaciones contenidas en las leyes con
cláusulas cetel-isparibus (sección 4 ).
Hemos dicho que íbamos a partir de la caracterización usual según la cual las leyes
son generalizaciones, aunque no cualesquiera generalizaciones sino generalizaciones de
cierto tipo específico, a las que denominaremos gei~eraliracionesitómicas. El adjetivo
'nómico' proviene de la voz griega 'noilios', que se traduce por 'ley' (o 'norma', en
contextos jurídicos). Decir que las leyes son generalizaciones nómicas, esto es generaliza-
ciones "legales", no aclara por tanto nada por sí sólo. Lo primero que debemos hacer es
establecer las características más generales que distinguen a estas generalizaciones de las
oeneralizaciones de otros tipos. En esta sección estableceremos tales características muy
b
superficialmente y de modo intuitivo, por contraposición con varios ejemplos de los otros
tipos de generalizaciones. En la sección siguiente presentaremos de un modo más sistemá-
tico las peculiaridades de las generalizaciones nómicas, principalmente en relación con las
regularidades meramente factuales.
Hay cuatro tipos bisicos de regularidades: regularidades analíticas o conceptuales,
regularidades nómicas o leyes, regularidades factuales o accidentales y regularidades epis-
témicas. La distinción entre ellas tiene que ver con la modalidad. Y la modalidad tiene a
su vez que ver con las nociones de necesidad y posibilidad, se refiere al rnodo en que algo
es verdadero o falso; si tomamos las leyes como enunciados, debemos decir que son
verdaderas o falsas, si las consideramos como hechos, que ocurren o que no ocurren.
Siguiendo también aquí la práctica anunciada más arriba, cuando no produzca confusión
utilizaremos a menudo indistintamente 'verdadero' y 'que ocurre'. Pues bien, hay afirma-
ciones verdaderas que son izecesariarnente verdaderas, mientras que otras son verdaderas
pero podrían ser falsas; o en término de hechos, hay hechos que ocurren necesarinmertte y
otros que ocurren pero podríarz no haber ocurrido. Esto se aplica también a las generaliza-
ciones, esto es a los "hechos" generales del tipo "Todos los A son B . Hay generalizacio-
nes verdaderas que son necesariamente verdaderas, mientras que otras también verdaderas
podría~zser falsas. Necesidad y posibilidad son conceptos duales: algo es posible si y sólo
si su negación no es necesaria, y viceversa. Por otro lado, la necesidad implica la posibili-
dad, todo lo necesario es posible; pero no a la inversa, la mayoría de las cosas posibles no
son además necesarias, son sólo posibles. Por último, cuando algo es verdadero pero no es
necesariamente verdadero decimos que es contingente.
Como diría Aristóteles, la necesidad se dice de muchas maneras. El término 'nece-
sario' tiene varios sentidos y cada uno de ellos determina un tipo de modalidad. La
diferencia entre los cuatro tipos de regularidades tiene que ver con las diversas nociones
modales, con los diversos sentidos de 'necesario' y 'posible' involucrados. Cada modali-
dad es relativa a un cierto "sistema" o "marco" que se considera fijado: fijadas tales y
cuales cosas, algo es necesario/posible relativamente a ese marco si y sólo si su negación
es inconsistente/consistente con las cosas que se han fijado. Así, los diversos marcos que
fijemos determinan los diversos tipos de modalidad. En el presente contexto nos interesan
especialmente tres tipos de cosas que podemos fijar, las correspondientes a las modalida-
des conceptual, nómica y epistémica. Aquí atenderemos especialmente a las dos primeras
(la modalidad epistémica, que mencionaremos muy brevemente, presenta problemas espe-
cíficos que no conviene abordar ahora). Como el lector advertirá inmediatamente, la
distinción entre necesidad conceptual y necesidad nómica presupone la distinción analíti-
cohintético, esto es, la distinción entre verdades en virtud del significado y verdades
ernpíricns. Esta distinción tradicional ha sido cuestionada en el presente siglo por algunos
filósofos, principalmente Quine en su famoso artículo "Dos dogmas del empirismo"
(1951). No vamos a detenemos aquí en estas objeciones. Nuestra finalidad ahora es
puramente introductoria y la exposición que hacemos de ésta y otras distinciones es
preteórica, no prejuzga ulteriores análisis filosóficos sustantivos de Ias mismas.
La modalidad conceptual, o analítica, se deriva de tomar como fijos nuestros
conceptos o, equivalentemente, los significados del lenguaje. Algo verdadero es concep-
rlrnlrnente necesario (en breve: 'C-necesariamente verdadero') si y sólo si su nesación es
inconsistente con nuestros conceptos. esto es, si no hay modo de concebir su falsedad sin
contradicción; o en términos de significados: algo es C-necesariamente verdadero si y sólo
si, manteniendo fijo el significado que tienen las palabras, no hay modo de describir
coherentemente una situación en que eso sea falso. (Esta caracterización presupone las
nociones lógicas de consiste~tcia,no contradicció~lo coherencia, esto es, presupone la
noción de necesidad Iógica, que consideramos aproblemática en el presente contexto.)
Hay muchas verdades que son C-necesarias, y muchas de ellas sc,n "generales".
involucran regularidades. La siguiente lista contiene algunas regularidades que inmediata-
mente se ve que son C-necesarias, otras que inmediatamente se ve que no lo son, y alguna
otra (20) sobre la que no sabríamos quizá qué decir sin una inspección mucho más
detenida.
Tomando como ejemplos paradigmáticos (25) y (26), es inmediato por qué aunque
ambas regularidades son verdaderas, la primera es N-necesaria y la segunda no: (25) es
implicada por las leyes físicas, (26) no. La existencia de una esfera de uranio de tal
tamaño es incompatible con las leyes físicas sobre la estabilidad límite del uranio, mien-
tras que en el caso del oro, aunque de hecho tampoco haya ninguna esfera así, el que la
hubiera no violaría ninguna ley física. Análogamente con (30): que, aunque de hecho no la
tuvo, Quine tuviera una moneda no dorada en su bolsillo en dicha fecha no parece violar
ninguna ley natural. Con (28) y (29) no es quizá tan inmediato, pero un poco de reflexión
muestra que tampoco son N-necesarias. Por lo que hoy sabemos, las leyes naturales son
compatibles con la existencia de cuervos no negros. Por ejemplo, tales leyes no parecen
excluir que algunos cuervos pudieran haber emjgrado a zonas árticas y, tras un tiempo y
como resultado de la selección, haber desarrollado plumaje blanco, sin dejar por ello de
ser cuervos.
A las regularidades que aun siendo verdaderas no son N-necesarias se las denomi-
na regularidades fácticas o accidentales. La primera expresión, si se interpreta sugiriendo
sólo que estas regularidades son "hechos", es engañosa pues las regularidades nómicas
también son hechos. Por 'fáctico' se debe entender aquí "meramente ocurrente", esto es,
que ocurren como cuestión de hecho pero no de derecho, que ocurren pero N-podrían no
ocurrir. Eso es lo que connota 'accidental'. Ambas expresiones son pues sinónimas de
'N-contingente'. Nótese que la distinción entre regularidades accidentales y nómicas sólo
discrimina regularidades si no todo hecho general está cargado de necesidad física, esto
es, si el mundo no es determinista (en uno de los sentidos de 'determinismo', pues según
otro sentido hay regularidades nómicamente necesarias indeterministas, las leyes pro-
bahilistas, cf. sobre esto más adelante sección 5). En caso contrario no habría propiamente
regularidades N-contingentes, todas las regularidades verdaderas, todos los estados de
cosas generales "que ocurren", serían físicamente necesarios. Hasta el que las monedas
del bolsillo de Quine en tal fecha sean doradas sería N-necesario, pues en un mundo
deteminista (en esta acepción) todo lo es. Eso no quiere decir que la distinción sea
incorrecta, pues ella es independiente de lo que ocurra de heclzo en última instancia con el
deteminismo. La distinción distingue dos conceptos realmente diferentes, sólo que si el
mundo resulta ser determinista uno de esos conceptos, el de regularidad accidental, n o se
aplicaría a nada: las que ahora nos parecen regularidades accidentales serían simplemente
aquellas regularidades nómicas acerca de cuyas leyes no tenemos la menor idea ni siquiera
de que existan.
La modalidad epistémica, de la que no hemos dicho nada hasta ahora, tiene que
ver con casos como (28) y (29). En la modalidad epistémica se consideran fijadas las
regularidades que constituyen nuestro acceso epistémico usual a cierto ámbito. Así, aun-
que la esencia de los cuervos no implique la negrura de su plumaje, esa regularidad no
Al-necesaria interviene esencialmente en el modo como típicamente reconocemos a los
cuervos. En ese sentido, episré~nico,(28) es "necesario". Pero se trata de una "necesidad"
claramente antropomórfica, no está "en la naturaleza" (la prueba es que N-puede haber
cuervos blancos) sino en nuestro modo de acceder a ella. Sólo está en la naturaleza en el
sentido en que nuestro conocimiento es también un fenómeno natural. Hay otras modali-
dades antropomórficas. Por ejemplo la deóntica, que queda determinada al fijar las regula-
ridades o normas morales. También en ese sentido hay cosas "necesarias", cosas que
deben ocurrir en el sentido de que se deben lzacer; por ejemplo, si fuese una norma moral
no acumular determinada cantidad de oro, (26) sería deónticamente necesario. Como se
apreciará, estas modalidades no implican que la regularidad sea verdadera. por lo q u e para
algunos es mejor no hablar en estos casos de ~zecesidad;se trataría s610 de modalidad
"aparente", de lo que puede o no puede ocurrir en el sentido sólo de que es compatible con
nuestras creencias (modalidad epistérnica), o con nuestras leyes moraIes (modalidad deón-
tica). Esta cuestión, que afecta a cualquier modalidad antropomórfica, es en parte nominal
y no vamos a discutirla aquí; bastará admitir que en la llamada modalidad epistémica el
uso de 'necesario' es al menos tan legítimo (o ilegítimo) como su uso en la modalidad
deóntica.
De momento no vamos a abundar más en la modalidad epistémica. Nos interesaba
sobre todo la modalidad nómica, su diferencia con la conceptual y su contraposición con
la accidentalidad o mera facticidad. Las leyes son las regularidades verdaderas nó~nica-
iíteitre itecesarias. Nótese que esto no constituye un análisis del concepto de ley mediante
el de necesidad nómica, pues hemos definido la modalidad nómica en términos de las
leyes naturales. No pretendíamos aquí analizar el concepto de ley, sino tan sólo mostrar
que dicho concepto involucra cieno tipo de necesidad y contrastar intuitivamente el tipo
de modalidad propio de las leyes con otras modalidades, especialmente la conceptual, y
con las regularidades nómicamente contingentes, accidentales.
Antes de abandonar esta primera aproximación intuitiva conviene mencionar una
consecuencia relativamente extraña que se sigue de la caracterización que hemos hecho. Si
las regularidades nómicas son aquellas cuya falsedad queda excluida por las leyes natura-
les, entonces (31) y (32) son regularidades nómicas.
LEYES CIENTIFICAS 133
1.3. TIPOSDELEYES
Hay varias tipologías de las leyes, dependiendo de los criterios que se usen para su
clasificación. Una posibilidad es distinguirlas por la relación temporal entrz los estados
del sistema. Un sistema (p.ej. un gas, un péndulo, unas bolas de billar) es un complejo de
entidades que se pueden relacionar de diversos modos. Cada uno de esos modos es un
estado posible del sistema y las leyes restringen las relaciones entre los posibles estados
(sobre la noción técnica de estado, cf. cap. 10, $4.3). De todas las relaciones conceptual-
mente posibles, sólo algunas de ellas, las permitidas por las leyes, son nómicamente
posibles. Si las restricciones que impone una ley se refieren a estados temporalmente
simultáneos, se trata de una ley de coexistencia. si se refieren a la sucesión o transición
entre estados, de una ley de sucesión.
Son leyes de coexistencia, p.ej., la ley de Boyle "(P x V)/T= cte." o la del péndulo
"T = 2xd(~9,81)".Las leyes (cuantitativas) de coexistencia establecen una relación entre
los valores siinultáneos de las diversas magnitudes involucradas. Así, la ley de Boyle
establece que, de todos los tríos de valores <p. v, t> lógicamente posibles (siendo p, v y t,
respectivamente, valores específicos de la presión, el volumen y la temperatura) sólo
aquellos en los que O, x v)/t es cierta constante (que depende de la cantidad y naturaleza
del gas) son físicamente posibles. Contra lo que en principio podría parecer, también en
las leyes de coexistencia tiene sentido hablar de las "condiciones antecedentes" y del
"resultado-consecuente": las primeras son los valores en determinado momento de todas
las magnitudes menos una, y el segundo es el valor de dicha magnitud.
Las leyes (cuantitativas) de sucesión establecen las relaciones que deben darse
entre dos estados sucesivos para que uno pueda transformarse en el otro. Son Ieyes típicas
de sucesión las diversas leyes que establecen el incremento en una magnitud como efecto
de la variación de otras (el de longitud de una vara metálica por variación de la temperatu-
ra, el de la temperatura de una sustancia por efecto del calor, el de la velocidad de un
móvil por efecto de una fuerza, etc.) o los diversos principios de conservación (del mo-
mento lineal, de la energía cinética, etc.). Por ejemplo, en los choques elásticos los estados
del sistema se determinan por la masa y la velocidad de cada partícula, esto es, son
tétradas cml, m., vi, v2>, y el principio o ley de conservación del momento lineal establece
que, para que un estado x = <?ni,inz, vi, v2>N-pueda suceder a otro y = <mif, m*', V I , vl>,
I f
1 que parecen por tanto estrictas, en realidad sean interferibles. Por ejemplo, la ley de
Kepler, (2). no contiene cihusula CP explícita y sin embargo es claramente interferiblr
(p.ej. por presencia de otros astros). Esto ocurre en general con las leyes aparentemente
estrictas que contienen idealizaciones, pues las idealizaciones equivalen a cláusulas CP
implícitas. Veremos que es una cuestión abierta si hay leyes verdaderame~~te estrictas,
conlo parecen en principio (1) y ( 5 ) .
Por último, se suele distinguir también entre leyes causales y leyes no causales.
Las leyes causales son regularidades nómicas que contienen o expresan un vlítculo causal
entre condiciones antecedentes y consecuentes. En principio, y dejando de momento de
lado la problematización filosófica del concepto de causa, (S), ( l l ) , (12) y (14) son
claramente leyes causales, y (2) y (3) claramente no lo son. Las leyes cinernáticas de
Galileo no contienen elementos causales; tampoco las de Kepler (al menos en su formula-
ción usual, pues tal como él Ias formuló sí contenían un elemento causal, a saber, el ailirna
/liotr-ix que atribuía al Sol). Por otro lado, es inmediato que las leyes causales han de ser
leyes de sucesión, pues los efectos suceden temporalmente a sus causas. Por ello, si se
considera causal una ley de coexistencia es porque se reformula en términos de sucesión;
por ejemplo, la ley de gases ideales se puede considerar causal en su versión como ley de
sucesión: determinado incremento de temperatura produce, a volumen constante, determi-
nado aumento de presión.
Sobre las leyes de coexistencia y sucesión volveremos brevemente en el capítulo
10 cuando examinemos las versiones de la concepción semántica de las teorías en térmi-
nos de espacios de estado. Algunas nociones causales básicas, y su relación con las leyes,
se introducirán brevemente en la sección 3 y se retomarán en el capítulo 7 dedicado a la
explicación científica. De las leyes no estrictas nos ocuparemos en la sección 4, y de las
probabilistas en la 5. Antes de ello, como anunciamos, vamos a ver con más detalle la
diferencia entre leyes y regularidades accidentales.
Otra condición propuesta a veces es que las leyes, a diferencia de las generaliza-
ciones accidentales, no pueden ser vacuamente verdaderas. "Todos los minotauros son
mamíferos" es vacuamente verdadero, pues su antecedente no se aplica a nada, pero ello
no afecta en absoluto a su carácter de mera regularidad; sin embargo, no aceptaríamos ese
tipo de regularidades como leyes. Tampoco esta condición es clara. "Todo hilo de cobre a
-270 "C es buen conductor" es seguramente vacuamente verdadera y no es evidente que
no sea una ley, pues sí lo es "Todo hilo de cobre es buen conductor". Se puede proponer
que una generalización vacuamente verdadera es aceptable como ley siempre y cuando se
derive de otra ley no vacuamente verdadera. Nótese que esto incluiría (Lcontraintutiva-
mente?) como casos específicos aquellos en los que la no aplicación del antecedente se
deriva de una ley, p.ej. "Toda esfera de uranio de más de 1 km de radio es inestable". Pero
esta modificación no parece suficiente debido a las idealizaciones. Las leyes genuinas
contienen a menudo idealizaciones, p.ej. superficies sin fricción o espacio vacío, que
pueden no ser nunca satisfechas. Por otro lado, es poco plausible aceptar como ley cual-
quier generalización vacuamente verdadera consecuencia de una ley, p.ej. (1) "Todo varón
embarazado tiene branquias", que se deriva de la ley (2) "Ningún varón queda embaraza-
do". Éste es un caso particular del problema que hemos comentado más arriba sobre el
eventual carácter legal de las consecuencias lógicas de las leyes. Pero es un caso particular
muy especial. De (2) se sigue lógicamente tanto (1) como (3) "Todo varón que toma
pastillas no se queda embarazado", y mientras es discutible si (3) es una ley, parece claro
que (1) no lo es dado que su antecedente es nómicamente imposible.
Las regularidades nómicas se consideran confirmadas por sus instancias, las acci-
dentales no. La constatación de que una moneda del bolsillo de Quine es dorada no
confirma por sí sola el que las restantes lo sean. Para confirmar esto hay que haber
comprobado todas y cada una de las monedas, y hasta la última moneda no podemos, por
así decir, pronunciamos sobre la regularidad. Sin embargo, si la regularidad es una ley, la
constatación de instancias particulares se acepta como confirmación de la ley; eso sí,
confirmación parcial, y tanto mayor cuanto mayor sea el número de instancias constata-
das. Es cierto que es un difícil problema filosófico precisar esta noción de confirmación
(que ya usamos en el capítulo 3), pero ahora no necesitamos ocuparnos de él (cf. el
capítulo 12 dedicado al problema de la inducción), nos basta una preconcepción intuitiva
de la confirmación. Y relativamente a esa preconcepción, la cuestión es que, en la inedida
en que una generalización se considere nómica, se estará dispuesto a considerarla confir-
mada (en cierto grado) a través de sus instancias concretas. Si la generalización es consi-
derada accidental, "hasta la última instancia" no podemos decir nada, ni siquiera de grado
(por elIo, si hay generalizaciones accidentales cuyo antecedente se aplica a un número
infinito de objetos, tales regularidades son inconfirmables por principio). Es cierto que en
LEYES CIE>T~FICAS 139
Tanto las leyes como las meras regularidades accidentales sirven para "predecir"
sobre los casos ya conocidos. Si todos los A conocidos son B, desde luego que si este
objeto es uno de los A conocidos entonces "será" B. Pero por supuesto a la ciencia no le
interesa este tipo de "predicción". La que interesa es la predicción sobre casos desconoci-
dos, y en ella leyes y regularidades accidentales se comportan de modo muy diferente; con
las primeras estamos justificados al hacer predicciones sobre nuevos casos, con las segun-
das no. No está justificado predecir que la próxima moneda que entre en el bolsillo de
Quine será dorada, pero sí lo está predecir que el próximo trozo de metal que se caliente
se expandirá. Esta diferencia está relacionada con la anterior relativa a la confirmación,
pues podemos hacer predicciones sobre nuevos casos en la medida en que la regularidad
esté confirmada.
Las leyes son explicativas, las regularidades accidentales no. Si queremos una
explicación de por qué esta moneda particular es dorada, no es una buena respuesta decir
que es dorada porque estaba en el bolsillo de Quine en cierta ocasión y que en tal ocasión
todas las monedas de su bolsillo eran doradas; una buena explicación es, por ejemplo, que
la moneda es de oro puro y que todas las piezas de oro puro son doradas. En ambos casos
el hecho a explicar se deriva de otro hecho particular y de una regularidad verdadera, pero
sólo el segundo proporciona genuina explicación, pues sólo la segunda regularidad es
nómica. Sobre esta cuestión tendremos ocasión de extendemos en el capítulo 7 dedicado a
la explicación científica.
Si bien es dudoso que las leyes son siempre causales (en el sentido intuitivo
preteórico), no lo es que siempre suponen cierto tipo de necesidad entre las propiedades
involucradas. Como vimos, este elemento de necesidad es sobre el que descansa un tipo
específico de modalidad, la nómica. Las leyes son esencialmente modales. Una de las
manifestaciones de su naturaleza moda1 es que soportan o apoyan cierto tipo específico de
afirmaciones modales, las afirmaciones condicionales contrafácticas.
Un condicional contrafáctico, o subjuntivo, es una afirmación del tipo "si hubiera
ocurrido a, habría ocurrido P", o "si ocurriera a, ocurriría p.Contra lo qua a veces se
sugiere, no toda afirmación de este tipo presupone que el antecedente de hecho no ha
ocurrido; eso puede sugerirlo la primera forma, pretérita, pero desde luego no la segunda
(y nada realmente esencial de la semántica de los condicionales subjuntivos depende de
ello). Pues bien, las leyes dan apoyo a este tipo de expresiones, las regularidades acciden-
tales no. El que todas las monedas que de hecho hay en cierto momento en el bolsillo de
Quine sean doradas no nos permite afirmar que si esta moneda estuviera en tal momento
en ese bolsillo también sería dorada; de que todos los que vinieron de hecho a cenar
fuesen varones no se sigue que si Rosa hubiese \.enido, sería varón. Contrariamente a lo
que ocurre con las regularidades accidentales, las leyes sí permiten afirmar sobre su base
situaciones contrafácticas. Puesto que es una ley que los metales se dilatan al calentarse,
podemos afirmar que si caleríráse~ííoseste trozo de metal se dilataría; puesto que es una
ley que la madera flota en el agua, si El Moisés de Miguel Ángelfiese de madera,floraría
en el agua.
Este hecho es el que está detrás de las diferencias anteriores relativas a la predic-
ción y la explicación. La predicción no es más que la aplicación de un contrafáctico en el
que el antecedente puede no haberse dado todavía pero se dará. Si una ley explica es
justamente porque contiene el elemento de modalidad expresado en el contrafáctico que
apoya. Tal como dijimos en términos informales en la anterior sección, la modalidad, que
se manifiesta en su capacidad de apoyar contrafácticos, es esencial a las leyes. Incluso si
una ley "Todos los A son B" es tal que la condición antecedente nunca se da de hecho,
sigue siendo cierto que si se diera tal condición, se daría también la condición consecuen-
te. Éste es un motivo adicional para matizar la importancia a la discusión sobre la vacui-
dad. No hay especial problema en que una ley sea vacuamente verdadera contemplada
corno generalización condicional material, pues lo que importa es su aspecto modal, que
no queda explícito si se la contempla así. En realidad, es inadecuado contemplar las leyes
como siendo sólo generalizaciones materiales. Lo correcto es decir que iinplican generali-
zaciones materiales, pero entonces es claro que el que la generalización materia\ imp\ica-
da sea vacuamente verdadera no tiene por qué afectar a la ley. El núcleo de la cuestión es
que si ','Todos los A son B" es una ley, entonces esta generalización contiene esencialmente
un elemento modal; es una generalización material "con algo más" y ese algo más es de
carácter modal.
i
142 DE L.\ CIENCIA
FUND.-~SIE\TOS DE FILOSOFL-~
Esta idea de que la causalidad es una relación entre sucesos particulares, pero que
lo es en virtud de que éstos ejemplifican ciertas propiedades generales, es la que recogen
las leyes causales. Las leyes son generales, y las leyes causales expresan la relación catisal
entre propiedades, 'causal' no en el sentido de que unas propiedades causen otras, sino de
que sucesos de un tipo causan sucesos del otro. Las leyes causales son acerca de las
propiedades o acaecimientos-tipo en virtud de los cuales se dan las relaciones causales
entre los acaecimientos-ejemplar. Esto explica la intensionalidad de las leyes, al menos de
las causales. Puede ocurrir que ' A N-implica B' sea verdadero y 'C N-implica B' falso,
aunque los acaecimientos particulares de tipo A sean de hecho los mismos que los acaeci-
miento~de tipo C, esto es, aunque las propiedades A y C sean de hecho ejernplificadas por
exactamente los mismos acaecimientos particulares. El motivo en las leyes causales es
148 R;NDASfE%TOS DE F I L O S O F DE
~ ~ LA CIENCIA
i
l
Lo característico de estas leyes es que son leyes con excepciones. Puede ocurrir el
suceso antecedente y no darse el suceso consecuente, y ello sin que se trate (al menos
!
150 FUNDAhlEXTOS DE F I L O S O F DE
~ L.4 CIENCIA
aparentemente) de una ley probabilista. Otro modo de expresarlo es diciendo que son
leyes inretferibles, pero ha de quedar claro que con ello no se quiere sugerir que son
interferibles "por nosotros", esto es, por agentes humanos. Quizá a veces la interferencia
pueda producirla una acción humana (p.ej. en (34) ingiriendo alguna sustancia inhibidora),
pero eso es irrelevante. Son interferibles en el siguiente sentido: la ocurrencia del suceso
particular de tipo A implica nómicamente la ocurrencia del suceso de tipo B sólo si se dan
ciertas condiciones adicionales, por lo que en caso de que tales condiciones resulten
interferidas por ciertos factores inhibido)-es, se da el suceso antecedente y no el conse-
cuente. En las leyes causales, en las que la relación nómica es la relación causal, el efecto
es interferible por la posible no ocurrencia de alguna de las causas coadyuvantes, el factor
inhibidor impide que se dé alguna de tales causas complementarias; por ejemplo, en (34)
se puede interferir el efecto de la sustancia debido a un estado de extrema excitación, o a
la ingestión de otra sustancia, etc.
1.1. AKÁLTSIS
DE LAS LEYES NO ESTRJCTAS
Hay principalmente tres modos de analizar este tipo de leyes. El primero, y más
inmediato, es en términos de leyes estrictas. Según este análisis, las leyes no estrictas
son leyes estrictas i?zco~npletaine~ztefon7luladas; en términos causales, son leyes cuya
formulación no incluye todos los factores causalmente relevantes. La incompletud pue-
de ser, y a menudo es, relativamente indefinida o desconocida. La particularidad de
estas leyes no se corresponde con hechos brutos de la naturaleza sino que es consecuen-
cia de nuestra ignorancia. La naturaleza sólo contiene leyes estrictas, la "no estrictici-
dad" es una característica epistémica, no metafísica; no nos informa de algo relativo al
mundo sino sólo de algo relativo a nuestro conocimiento, a saber, de su incompletud en
cierto ámbito. Según este análisis, "A, cp, N-implica B" tiene en realidad el siguiente
contenido: a) no ocurre que A N-implica B y b) A & H N-implica B, para cierta
propiedad H total o parcialmente no identificada y tal que ella sola no N-implica B. H es
el (desconocido) complemento de la condición antecedente A .y ambas propiedades
tomadas conjuntamente constituyen el antecedente de una ley estricta. La ley con cláu-
sula cp es interferible porque la ocurrencia de A no N-implica la de H; es N-posible que
se dé A sin darse H y, por tanto, sin darse B.
En general H puede ser muy compleja e incluir factores tanto positivos como
?1egativos.Los factores positivos consisten en la ocurrencia de cierto hecho (p.ej. que la
sustancia pase a la sangre), los negativos en la no ocurrencia de ciertos otros (p.ej. que no
haya una sustancia química inhibidora en el cerebro). Esta diferencia es, metafísicamente
considerada, origen de algunas dificultades filosóficas en las que no vamos a detenernos
ahora; a los actuales propósitos, los factores positivos y negativos que constituyen H se
encuentran al mismo nivel. Eso es así incluso si la cuestión se plantea en términos causa-
les, pues si un factor causal ci es interferible por, digamos, la ocurrencia de un factor
interferidor cj, entonces una condición causal antecedente adicional es la no ocurrencia de
ci. Y la no ocurrencia de un acaecimiento es otro acaecimiento con perfecta potencia causal
(p.ej. que Juan no viniera :i la fiesta es parte de la causa de que no hubiera vino, pues él era
el encargado de traerlo).
A esta redi(rrcció11epistétrzicn de las leyes no estrictas a las leyes estrictas se le
pueden hacer dos objeciones. Una de ellas, específica sólo de algunos casos de leyes CP,
tiene que ver con la relación entre las ciencias especiales y la ciencia básica y la comenta-
remos después. La otra objeción, más general, se deriva de los aspectos metafísicos
debatibles que hemos obviado. Como veremos en la última sección, algunos autores
defienden que las leyes expresan cierta relación moda1 primitiva entre universales o pro-
piedades naturales. Desde esta perspectiva, el complemento H representa un problema,
pues contiene condiciones negativas y las condiciones negativas no se pueden asimilar
plausiblemente con universales, o propiedades naturales. Para simplificar, supongamos
que H es sólo "que ahí no ocurra un acaecimiento de tipo C'. La no instanciación de C es
ciertamente un acaecimiento ("negativo"), pero es muy implausible defender que ese
acaecimiento involucra una propiedad diferente de C, a saber, la propiedad no-C. No es
plausible sostener que dicho acaecimiento ejemplifica un supueSto universal no-C, como
tampoco es plausible, de un acaecimiento que ejemplificara algunos de los universales D y
E, decir que ejemplifica un supuesto universal D-o-E; no toda combinación lógica de
universales es otro universal.
Ésta es la objeción de Armstrong a la reducción de leyes no estrictas a-las estrictas
y el motivo de la alternativa que propone (cf. 1983, cap. 10, 54). La propuesta de
Armstrong es seguir el camino opuesto, esto es, tomar como relación nómica primitiva la
expresada por las leyes no estrictas y obtener las estrictas como caso especial. Así, la
relación nómica básica entre universales es en sí misma interferible. La relación nómica
entre A y B es interferida si existe de hecho una propiedad I tal que "Todos los A & I son
B" no es una ley. Una relación nómica concreta entre A y B es interferible si es posible la
existencia de una propiedad I que la interfiera. Toda relación nómica es C-interferible, esto
es, para toda relación nómica concreta es conceptunlinente posible la existencia de una
propiedad que la interfiera. Pero de ello no se sigue que toda relación-nómica sea N-inter-
ferible, esto es, no se sigue que para toda relación nómica concreta sea nómicnmerzte
posible la existencia de una propiedad que la interfiera. Eso depende del mundo. Quizá
algunas relaciones nómicas son tales que no es N-posible la existencia de interferencias.
Pues bien, caso de haberlas, ésas serían las leyes estrictas. Las leyes estrictas son relacio-
nes nómicas que no tienen, ni N-pueden tener, interferidores. Nótese que esto no puede
pretender ser una definición de "relación nómica interferible", pues en tal caso sería
circular. Se trata a lo sumo de un intento de elucidación de dicha noción primitiva. Por
otro lado, tanto la propuesta como la objeción que la motiva dependen esencialmente de.la
concepción de las leyes como relaciones entre universales.
La tercera alternativa es interpretar las leyes no estrictas en términos probabilistas
(10 que por supuesto exige a su vez no interpretar después, ni abierta ni encubiertamente,
las leyes probabilistas en términos de condiciones cp). Según esta alternativa, "Todos los A
son. cp, B" sería una variante estilística de "La probabilidad de que los A sean B es (muy)
alta". La motivación para usar tal variante consistiría en que, en los casos en que se usa, el
valor exacto de la probabilidad es desconocido. Así, en lugar de decir algo pro-
152 FUXD.LIIIE\TOS DE FILOSOFÍ.~DE L.\ CIENCIA
babilísticamente indefinido como que los A son "en general" o "con bastante" proba-
bilidad B. diríamos que ceteris paribus los A son B. La dificultad principal de esta alterna-
tiva es proporcionar después una elucidación de las leyes probabilistas que sea coherente
con esta reducción de leyes no estrictas a leyes probabilistas. Por otro lado, según cómo se
analicen las leyes probabilistas, esta propuesta se puede acabar convirtiendo en alguna de
las anteriores. En particular, si la probabilidad de que se habla es subjetiva o epistémica,
reducir las leyes no estrictas a leyes probabilistas es otro niodo de reducirlas a leyes
estrictas incompletas, esto es, a leyes con condiciones antecedentes desconocidas.
Las leyes probabilistas son aquellas regularidades nómicas cuya formulación con- ¡
I
tiene esencialmente expresiones probabilísticas o estadísticas, como las leyes (6), (7) y i
(1 1) de nuestra lista inicial. Damos en este caso una caracterización en términos intencio- '
1
1
nadamente lingüísticos puesto que, como veremos, es una cuestión especialmente debati-
ble que haya algo como probabilidades objetivas en la naturaleza. !
A las regularidades estadístico-probabilistas se aplica también la distinción entre i
nómicas y accidentales. Nómicas son, por ejemplo, las tres recién mencionadas, mientras ¡
que la siguiente regularidad estadística (supongamos que verdadera) es claramente acci-
dental: ¡
(35) El 80 8 de las monedas del bolsillo izquierdo de los pantalones de Quine en
el Año Nuevo de 1990 son doradas.
1
I
Que tal porcentaje de monedas del bolsillo izquierdo sean doradas es tan acciden-
tal como que todas las del derecho lo sean. Si se entiende el sentido en que (30) es
accidental, se debe entender igualmente que (35) lo es. Por lo general, las regularidades
accidentales de esta clase se suelen formular en términos estadísticos, no en términos
probabilistas. Las expresiones probabilistas suelen reservarse sólo para regularidades nó-
micas, pero nada esencialmente incorrecto hay en decir, sabido que (35) es accidental, que
la probabilidad de que una de tales monedas sea dorada es 0,s; aunque menos común,
también se expresan a veces regularidades accidentales en términos probabilistas. Un
ejemplo más interesante es (36):
(36) Los consumidores de café tienen una probabilidad más alta de padecer
cáncer de pulmón que los que no lo consumen.
LÓGICA,PROBABIL1D.A.D
5.2. PROBABILIDAD SUBJETIVA Y PROBABILIDAD OBJETIVA
Para concluir, vamos a ver muy brevemente las principales concepciones sobre la
naturaleza de la probabilidad y su aplicación a las leyes probabilistas. Estas concepciones
no son siempre incompatibles, pues en alsunos casos se defiende que el término 'pro-
babilidad', como 'banco' (o 'necesario') es equívoco, esto es, que tiene diferentes signifi-
cados y que por tanto no se trata de un único término sino de varios. Así, por ejemplo,
160 FCND.\S1E>TOS DE FlLOSOFI.4 DE LA CIENCIA
Camap sostiene que hay que distinguir entre probabilidadi o probabilidad lógico-inductiva
y probabilidad: o probabilidad estadística. Por otro lado, no todos los análisis pretenden
dar una definición de 'probabilidad' en función de otros térniinos no probabilistas supues-
tamente más claros. En muchos casos el análisii se detiene en algún concepto probabilista
que se considera primitivo y del que se derivan el resto de conceptos probabilistas, y
presenta sus conexiones no definicionales con otros conceptos. Por último, todos los
análisis deben satisfacer al menos dos condiciones de adecuación: en primer lugar, deben
ser coherentes con los principios fundamentales de la teoría matemática de la probabilidad
(cf. p.ej. Kolmogorov, 1950); y en segundo lugar, deben mostrar cómo se evalúan las
proposiciones probabilistas, o cómo se determinan los valores probabilistas, a partir de
frecuencias observadas. Éstas son exigencias que todo análisis debe satisfacer en princi-
pio; para rechazar alguna de ellas hay que ofrecer motivos muy fuertes.
El tema de la probabilidad es especialmente complejo, tanto técnica como concep-
rualmente. Ninguna de las concepciones en liza ha mostrado por ahora ser plenamente
satisfactoria, el debate sigue abierto y dista mucho de resolverse pronto. Por la conipleji-
dad del tema y las lin~itacionesde espacio vamos a presentar sólo las líneas generales de
las principales alternativas y cómo afectan a la naturaleza de las leyes probabilistas. Sobre
algunas de ellas ~~olveremos más adelante cuando nos ocupemos de la explicación (cap. 7)
y, especialmente, de la inducción (cap. 12).
Se pueden distinguir en general tres familias de concepciones sobre la pro-
babilidad: la lógica, la subjetivista y la objetivista. Según la primera, los enunciados de
probabilidad son acerca de relaciones lógicas (inductivas) entre proposiciones. Según la
segunda, los enunciados de probabilidad son acerca de las creencias que tiene el sujeto
sobre cieno ámbito; el contenido de tales enunciados, en tanto que probabilistas, no tiene
que ver con estados del inundo objetivo sino con estados epistémicos de los sujetos, esto
es, con el estado de conocimiento o ignorancia, por parte del sujeto, de regularidades no
probabilistas, las únicas que hay objeti\.amente. Según la tercera, los enunciados de pro-
babilidad son acerca de propiedades empíricas objetivas independientes del sujeto de
conocin~iento.Esta caracterización es extremadamente superficial y parcialmeiite inade-
cuada, pero la tomaremos como punto de partida para presentar las diferentes alternativas.
esa relación y los patrones inferenciales correctos a que da lugar. No ocurre así con la
inferencia inductiva y todavía hoy se sigue trabajando en el desarrollo de un sistema de
lógica inductiva satisfactorio (tarea que para los críticos, como Popper, está condenada al
fracaso, pues según ellos simplemente no existe una Iópica inductiva). En e l capítulo 12
($3) volveremos sobre esta cuestión. Como veremos, una posibilidad es subjetivizar la
Iópica inductiva y sostener que sus leyes no son sobre relaciones 'objetivas que mantienen
las proposiciones independientemente de los sujetos cognoscentes, sino sólo sobre las
creencias de los sujetos. En este caso, la noción lógica de la probabilidad acabaría redu-
ciéndose a alguna de las versiones de la probabilidad subjetiva.
Incluso si se acepta este sentido lógico 0. inductivo de la probabilidad. es poco
plausible aplicarlo a las leyes científicas probabilistas. Ello supondría interpretar las leyes
concretas de tipo p(BIA) = r como afirmaciones lógicas que expresan casos concretos del
esquema argumentativo inductivo (1), y las leyes concretas de tipo p(B/A) > p(B1C) como
afirmaciones en que se establece que un caso concreto de (110) es una inferencia inductiva
mejor que el correspondiente caso concreto de (IIb).
Nótese que los argumentos inductivos involucrados no tienen por qué ser "buenos" o
"fuertes". En el primer caso r puede ser bajo, y ello no debería afectar en absoluto a su
legitimidad en tanto que ley probabilista (cf. p.ej. la lzy según la cual la probabilidad de
que un electrón atraviese una barrera de potencial es 0,I). Las leyes probabilistas del
primer tipo serían pues reglas de inferencia inductiva para pasar de unas afirmaciones a
otras, con mayor o menor garantía inductiva según sea la probabilidad aseverada en la ley.
Análopamente en el segundo caso, tanto (IIa) corno (IIb) pueden ser muy débiles mientras
(IIa) sea menos débil que (IIb). Las leyes del segundo tipo establecerían comparaciones
entre pares de tales reglas de inferencia. Esta interpretación de las leyes es, además de
poco natural, implausible prinin fncie pucs convierte a las leyes de la ciencia empírica en
afirmaciones lógicas (de la lógica inductiva) y por tanto a priori. Defender que las leyes
naturales (probabilistas) son verdades lógicas (inductivas) es identificar la necesidad nó-
mica con la necesidad Iógica. Esta consecuencia es prirnn fncie inaceptable, es un precio
demasiado elevado a pagar por el esclarecimiento de la noción de ley, probabilista o no.
Independientemente de la implausibilidad de esta eventual aplicación de la pro-
babilidad lógica a las leyes probabilistas. y suponiendo, como pretenden los inductivistas,
que es una noción aceptable, la noción lógico-inductiva de la probabilidad no puede ser la
única. Al menos por uri motivo, a saber, los argumentos inductivos usan en muchos casos
en las premisas afirmaciones probabilistas o estadísticas. Es cierto que hay argumentos
inductivos, p.ej. los de inducción por enumeración, cuyas premisas no usan expresiones
probabilistas o estadísticas, pero otros sí. Y quien pretendiera que esta noción de proba-
bilidad es la única debería mostrar que todos los casos de argumentos inductivos con
premisas probabilistas se pueden reconstruir sin hacer intervenir afirmaciones proba-
bilistas. Como hemos mencionado. Carnap mismo no pretendía (y p.ej. Ramsey tampoco)
162 FUSDA)IE>TOSDE FILOSOF~A
DE LA CIENCIA
que la noción lógica fuese la única y aceptaba además una noción estadística o frecuencia-
lista de la probabilidad.
indicio de nuestra falta de evidencia. Como desconocemos todos los factores nómicamente
relevantes. debemos contentarnos pro\lisionalmente con regularidades estadísticas sobre
frecuencias obsenadas. Pero estas regularidades no son verdaderas leyes; en una situación
epistémica ideal sen'an reemplazadas por regularidades no probabilistas, las Gnicas a las
que cabe considerar propiamente leyes de la naturaleza. En sentido estricto, no se plantea
entonces la cuestión de la relación entre frecuencias obsen~adasy leyes probabilistas. No
hay. propiamente hablando, tales leyes, y las generalizaciones sobre frecuencias observa-
das son simples sustitutos provisionales, en situaciones de incertidumbre epistémica, de
las verdaderas leyes (deterministas).
Esta interpretación subjetivista de las leyes probabilistas se puede aplicar con cierta
plausibilidad a algunas de ellas, como la que correlaciona el fumar con el cáncer de pulmón.
Cuando sepamos todo lo que hay que saber sobre el origen del cáncer de pulmón podremos
sustituir la actual ley estadística por otra estricta y no probabilista (suponiendo que haya
leyes biofisiológicas estrictas, dejamos de momento de lado esta cuestión). Quizá se puede
proponer lo mismo de las leyes sobre los mecanismos de azar, p.ej. que la probabilidad de
que salga número primo al lanzar un dado cúbico regular y homogéneo es 213. Si pudiéra-
mos computar toda la información física sobre el dado y el lanzamiento, lo que actualmente
no podemos hacer por motivos tanto teóricos como técnicos, tendríamos leyes mecánicas
(estrictas) no probabilistas que predecirían los resultados de cada lanzamiento sin incerti-
dumbre. Las leyes de algunas teorías científicas estadísticas, como la mecánica estadística o
la genética de poblaciones, se interpretan'an de la misma manera. Pero incluso si esta
interpretación es aplicable a algunas leyes probabilistas, ello no supone que se pueda aplicar
a todas. De hecho, actualmente se acepta de modo prácticamente general que esta interpreta-
ción es inaplicable al menos a las leyes probabilistas de la mecánica cuántica. Las prob-
abilidades de las leyes cuánticas. como (6),(7) o (33), tienen que ver con el 1nu~id0,no con
nuestro conocimiento de él y, por tanto, no se eliniinarían al cuIminar idealmente nuestro
conocimiento. En los inicios de la teoría cuántica hubo quien defendió una interpretación
subjetivista de sus leyes probabilistas. Einstein, entre otros, sostuvo la llamada iltrerpreració~z
de las i.ariables ocultas: hay ciertos parámetros que provisionalmente desconocemos y que
son los responsables del carácter indetemlinista de las leyes cuánticas, y cuando se conozca
la naturaleza y comportamiento de dichos parámeuos la mecánica cuántica se podrá formu-
lar con leyes perfectamente detem~inistas.A pesar de la autoridad de algunos defensores de
esta interpretación, se acabó imponiendo la interpreracióiz de Copenhague, según la cual las
probabilidades de estas leyes son objetivas, son propiedades de la naturaleza independientes
del estado de nuestro conocimiento.
Concluiremos este capítulo con una breve presentación de las principales concep-
ciones sobre la naturaleza de las leyes. Ahora nos centraremos exclusivamente en las leyes
deterministas, en el sentido precisado más arriba. esto es leyes estrictas no probabilistas.
En las dos secciones anteriores hemos visto las peculiaridades de las leyes no estrictas y
de las leyes probabilistas, así como las principales concepciones sobre las mismas. Las
diferentes alternativas presentan su concepción de la naturaleza de esos tipos de leyes por
contraste con la de las leyes deterministas, considerada en esos contextos aproblemática.
Sin embargo, dista mucho de haber un acuerdo sobre el modo de considerar las leyes
deterministas. En esta sección vamos a examinar brevemente las principales posiciones al
respecto.
En la discusión sobre la naturaleza de las leyes se dirimen cuestiones filosóficas
globales sustantivas muy probleináticas, como las del realismo, la modalidad, los univer-
sales, la relación entre epistemología y metafísica, etc., y por ello la simplificación resulta
especialmente insatisfactoria. La riqueza e interés filosófico de cada posición concreta
radica en el modo específico en que ella desarrolla la idea general y aquí no vamos a poder
detenemos en estos desarrollos específicos. Lo que sigue debe considerarse sólo una
caracterización muy general de las principales alternativas, insuficiente para evaluarlas en
su justa medida; para un estudio más detenido se puede consultar, p.ej. Armstrong, 1983 y
van Fraassen, 1989 (cf. también este último y Cartwright, 1983, para dos escepticismos
acerca de cualquier noción de ley). En lo que sigue, y salvo advertencia en contrario, por
'ley' deberá leerse 'ley determinista'.
Todo análisis satisfactorio de las leyes (deterministas) debe satisfacer dos requisi-
tos. En primer lugar, la condición de iinplicación de r-egula~idadesfactuales ( I R F ) : el
análisis debe mostrar cómo las leyes i~nplicanregularidades factuales; esto es, el análisis
debe tener como consecuencia que de "A N-implica B" se derive ''Vx(Ar + Bx)". En
segundo lugar, la condición de disriiición respecto de las regularidades factuales (DRF):
el análisis debe mostrar cómo las leyes se distinguen de las meras regularidades factuales;
esto es, el análisis debe tener como consecuencia que las leyes, y no cualquier generaliza-
ción verdadera, tienen las propiedades que vimos en la sección 2 que distinguían las
regularidades nómicas de las accidentales. En breve: todo análisis ha de mostrar que no
toda regularidad factual es una ley, pero toda ley implica una regularidad factual.
En general se pueden distinsuir tres tipos de análisis de las leyes: los I-egulai-itivis-
ras hrrnieanos, los regulariririsras 1-ealistas, y los necesitativistas (o también unii~e~-salis-
tas). Debe quedar claro que ninguno niega, en principio, la diferencia entre regularidades
accidentales y nómicas, todos pretenden dar cuenta de esa diferencia; la cuestión es los
términos en los que lo hacen.
Las concepciones regularitivistas analizan las leyes como regularidades de cierto
tipo. Una ley es una regularidad verdadera que satisface ciertas condiciones adicionales:
y expresa la condición adicional que debe satisfacer la regularidad para ser ley (condición
que a veces se formula como condición sobre el enunciado 'Vx(A.r -, Bx)'). La idea es
sencilla: el análisis satisface (IRF) pues según él toda ley es una generalización material
verdadera. y además puede satisfacer (DRF) pues no toda generalización material verda-
dera es una ley, sólo lo son las que satisfacen y. Que se satisfaga o no efectivamente (DRF)
dependerá de que de se deriven o no las propiedades en cuestión (explicatividad, apoyo a
contrafácticos, intensionalidad, etc.).
6.1. R E G U L . A R ~ ~ [HUMEASO
V~S&~O
,e
g
.*g:.,. +2. es la principal objeción, pues se toma como primitivo lo que requiere explicación. A veces
,
Como el lector observará, esto no proporciona mucho análisis. Para algunos, ésta
..
- 3 el análisis se hace un poco más sofisticado, pero siempre se acaba en algún tipo de
':
1 .$ o":S
, .
S
relación nómica o causal primitiva entre universales que se considera forma parte, como
los universales, del mobiliario último del mundo. Pero ésta no es su principal dificultad.
u
a Todo análisis ha de partir de algunos primitivos y la cuestión es si su articulación con el
Y
., .. resto de nociones logra la finalidad pretendida. En este caso, la cuestión es si este análisis
. ... -
satisface.
H :.< obtienen
... .
al menos,.^ y
-.
%~
-.
DWE~
,
LA MEDICIÓN EN LA CIENCIA
En el capítulo 4 presentamos los conceptos métricos como uno de los tipos, el más
elaborado, de conceptos científicos. En este capítulo vamos a profundizar en algunas
cuestiones que entonces abordamos sólo parcialmente y a ver otras nüevas relativas a
algunos aspectos de la medición que en aquel contexto no se examinaron. El presente
capítulo también complementa el estudio de las leyes científicas que hemos realizado en el
capítulo 5; en el capítulo anterior nos hemos ocupado básicamente de los aspectos cualita-
tivos de las leyes, en éste nos centraremos en su dimensión cuantitativa. Como advertimos
en el prólogo, gran parte de este capitulo (secciones 3 a 6) es un poco más técnico y
específico que el resto de esta obra y puede saltarse sin grave perjuicio para el seguimiento
de los capítulos posteriores.
En primer lugar haremos algunas observaciones generales sobre la noción de mag-
nitud y algunas distinciones previas importantes, en especial la distinción entre medición y
metrización. A continuación, y tras un breve repaso a la función de la medición en la
ciencia, examinaremos con detenimiento los tipos de metrización, fundamental y derivada,
y los procedimientos de medición, directos e indirectos.
nas. Las ciencias físicas, pioneras y paradigmas de ciencia cuantitativa, están desde hace
tiempo totalmente matematizadas. Gran parte de las ciencias biológicas también, e incluso
en otras partes fundamentalmente cualitativas, como la taxonon~ía,se usan algunos proce-
dimientos cuantitativos. Las más avanzadas de las ciencias humanas, la economía y (partes
de) la psicología, se distinguen por su alto grado de matematización, presente también en
menor medida en otras como la sociología, la lingüística, la arqueología o, incluso, los
estudios literarios.
Aunque la matematización de una disciplina no supone necesariamente el uso de
métodos cuantitativos, esto es, el uso del análisis matemático (a veces se pueden usar
recursos provenientes del álgebra, o de la geometría, o de la topología), por lo general, y
casi invariablemente en las teorías matematizadas más usuales, así es. Éste es el motivo de
que la medición tenga un papel tan destacado en la actividad científica. Los métodos
cuantitativos son cuaittitatii!os porque trabajan con cailridades, y a éstas se accede, o se las
determina, en la práctica científica mediante la medición. La medición está pues indisolu-
blemente ligada al uso de métodos cuantitativos en las teorías de la ciencia natural mate-
matizada y desempeña por tanto un papel fundamental en los beneficios que se derivan de
la matematización de la ciencia. Por ello, sobre la medición recae también uno de los
aspectos más intrigantes de la ciencia cuantitativa, a saber, la aplicabilidad de las matemá-
ticas (del análisis) al mundo físico: ¿cómo es que la naturaleza se deja tratar cuantitativa-
mente?, ¿cómo es que los números se aplican a las cosas? Parte al menos de la respuesta a
esta cuestión debe surgir del análisis de la medición, pues es mediante ella que primaria-
mente aplicamos, o atribuimos, "números" a las cosas.
Medir es asignar números a las cosas de modo que aquéllos expresen ciertas
propiedades que Cstas exhiben. Pero no toda propiedad de un objeto se puede medir,
expresar numéricamente. A las propiedades que son susceptibles de medición las llama-
mos nzagnitudes; son ejemplos de magnitudes la masa y la longitud de los cuerpos, la
duración de los sucesos, la temperatura y la densidad de las sustancias, etc. El resultado de
la medición es el valor de la magnitud para el objeto, o la cantidad de magnitud en el
objeto. El valor o cantidad se expresa mediante escalas numéricas y se indica con un
número seguido de la indicación de la escala; son ejemplos de cantidades los 8.848 metros
(o 884.800 centímetros) de altura que tiene el Everest. o los 15 grados Celsius (o 59
grados Fahrenheit) de temperatura en Barcelona el día de Navidad de 1995 (sobre las
escalas, cf. capítulo 4, $4 y también il?fi.a,secciones 3 y 5).
Las magnitudes se caracterizan por ser propiedades o atributos que "se dan según
un más y un menos", que se ejemplifican en diverso grado. Un objeto puede ser humano o
no serlo, pero no puede ser más (o menos) humano que otro que también lo es; y lo mismo
ocurre con ser varón, ser cangrejo, ser español, ser roble, etc. En cambio, de dos objetos
másicos uno puede ser más másico que el otro, o una sustancia puede ser más densa que
otra, o un suceso ser más duradero que otro, etc. Esto podría sugerir que las magnitudes
son cualesquiera propiedades binarias o relacionales. Mientras que "humano" es una
propiedad monaria, "ser más másico que" es una propiedad binaria o relación ("ser mási-
coi' O "tener masa" sería simplemente estar en el dominio de la relación). Aquí hay dos
consideraciones a hacer, la primera sencilla y la segunda complicada. La primera es que
X I E D I C I ~EN
N LA CIENCIA 175
simplemente no es cierto que tras toda relación se encuentre una magnitud. En la mayoría
de los casos no es así: "ser padre de7',"ser múlti$o de", "ser del mismo país que" son
relaciones que no expresan magnitudes. Las magnitudes son, o se expresan en, un tipo
específico de relaciones binarias, las relaciones comparativas, relaciones del tipo "x es
(tanto o) más ... que y" (transitivas, reflexivas y conexas, e.e, de orden débil ). Puesto que
las magnitudes son propiedades que se dan según un más y un menos, las relaciones
comparativas relacionan pares de objetos que poseen (en diversos grados) la misma mag-
nitud estableciendo que uno la posee en mayor (o igual) grado que otro. Por tanto, toda
propiedad relacional comparativa expresa prima facie una magnitud (esta afirmación se
matizará más adelante, cf. especialmente las secciones 3 y 7).
La segunda cuestión, que ahora sólo podemos mencionar, es mucho más compIica-
da. Tiene que ver con la "naturaleza última" de las magnitudes. Hemos dicho que, en
principio, tras toda propiedad relacional comparativa se encuentra una magnitud. ¿Cómo
hay que entender eso? Hay dos interpretaciones posibles. (1) Concepción relacional: la
magnitud es ella misma la propiedad relacional cualitativa, no hay además una propiedad
absoluta cuantitativa. (2) Concepción absoluta: la propiedad relacional es meramente un
síntoma de 1s magnitud, acompaña a la magnitud, que es una entidad existente en el
mundo además de la propiedad relacional.
Según la primera concepción, "ser másico" no es más que pertenecer al campo
de la relación comparativa "ser (tan o) más másico que"; y "tener una masa de 0,5 kg"
no es más que la propiedad que tiene un objeto cuando dos objetos tan másicos como él
son, conjuntamente, tan n~ásicoscomo cierto objeto específico que hay en un museo de
París. Las "magnitudes" son sólo modos de representar cuantitativamente ciertas pro-
piedades relacionales cualitativas; no existen "en el mundo" independientemente de
nuestro sistema de representación. Lo único necesario para comprender el uso de las
magnitudes y escalas en la medición es la existencia de tales relaciones comparativas
cualitativas (que esto es así se mostrará en el curso de este capítulo); no hay por tanto
por qué postular la existencia de otras entidades misteriosas, las propiedades cuantitati-
vas mismas. Podenios, si queremos, denominar cuantitativas a esas propiedades relacio-
nales comparativas que son de tipo tal que se dejan representar numéricamente (y, como
veremos, no toda relación comparativa se deja, al menos no de modo interesante), pero
lo esencial para esta concepción es, por decirlo así, que eso es todo lo que hay, no hay
además propiedades cuantitativas.
Según la segunda concepción, las magnitudes existen en sí mismas: existe una
propiedad cuantitativa monaria que es "tener de masa 0,5 kg", y otra que es "tener de
masa 3,4 kg", y así sucesivamente. Estas propiedades se ejemplifican igual que otras
propiedades monatias; la pantalla de mi ordenador ejemplifica la segunda y no la primera,
del mismo modo que la bandera rusa ejemplifica "ser roja" pero no "ser verde". Las
propiedades relacionales comparativas son en realidad derivadas de éstas absolutas; un
objeto será o no más másico que otro en virtud de las magnitudvs que ejemplifique cada
uno. Esta concepción sigue el camino inverso de la anterior: aquélla "reduce" las cantida-
des a determinado tipo de cualidades, ésta considera primitivos los hechos cuantitativos
absolutos e interpreta a partir de ellos los juicios comparativos. No vamos a discutir aquí
esta difícil cuestión, cuyo examen detallado excede los límites de esta obra; nos limitare-
mos a hacer en la sección final algunos comentarios muy generales tras completar el
análisis de la medición.
Antes de presentar los elementos en cuyo estudio nos vamos a centrar, concluiren~os
esta introducción con una distinción clásica relativa a las ma+pitudes. Se trata de la distin-
ción entre mapitudes (atributos. propiedades) e~re~rsii.as e i~íte~ísii~as.
Esta distinción se
presenta casi siempre referida a las escalas, pero ello es inadecuado pues, aunque, como
veremos más adelante, guarda cierta relación con los diferentes tipos de escalas, ella tiene
que ver primariamente con los efectos para las magnitudes de ciertas operaciones empíricas
que se realizan entre los objetos que las exhiben. A veces, los objetos que exhiben cierta
magnitud son susceptibles de agregarse, concatenarse o, más generalmente, combinarse de
algún modo, y alguno de esos modos de combinación se puede considerar asociado a una
magnitud específica. Por ejemplo, puedo combinar masas juntando dos cuerpos másicos;
puedo combinar temperaturas mezclando dos líquidos; puedo combinar longitudes empal-
mando linealmente los extremos de dos varas, o lo puedo hacer ortogonalmente (en ángulo
recto); puedo combinar duraciones haciendo que un suceso (tan duradero como el primero)
suceda inmediatamente al otro; etc. El resultado de la combinación de dos objetos que tienen
cierto grado de magnitud es un nuevo objeto que también tendrá la magnitud en cierto grado.
La distinción entre magnitudes esre~tsivasy rnag~~intdes ilzrensii~astiene que ver con el efecto
que la combinación produce en la magnitud. A menudo se caracterizan las magnitudes
exte~uivascomo aquellas para las cuales existe un modo de combinación representable
mediante la suma aritmética; por ejemplo, la agregación de masas (la masa del compuesto es
la suma de masas de los componentes) o la combinación lineal de longitudes. A las magnitu-
des que carecen de un procedimiento de combinación representable mediante la suma se las
califica de i~zte~zsivas; por ejemplo, la temperatura, o la densidad (cuya mezcla da lugar a
cantidades intermedias, esto es, mayores que el menor de los componentes y menores que el
mayor). Aunque a veces se afirma que las magnitudes extensivas dan lugar a escalas propor-
cionales y las intensivas sólo a escalas de intervalos, no siempre es así, puede haber atributos
intensivos representables mediante escalas proporcionales (p.ej. las escalas derivadas para Ja
densidad). La relación entre esta distinción y los tipos de escalas es más complicada y se
aclarará más adelante.
La distinción entre propiedades extensivas e intensivas está relacionada con otra más
general y fundamental, relativa también a los efectos de la combinación en la magnitud. En
general, tras cierto modo específico de combinación entre objetos que exhiben una magnitud
en cierto grado, puede ocumr una de tres cosas: que el objeto resultante de la combinación
tenga la magnitud en un grado (1) mayor que el de ambos componentes, (2) menor que el de
ambos componentes, o (3) mayor que uno de los componentes y menor que el otro. Ejem-
plos de lo primero son la combinación de masas por agregación, las combinaciones tanto
lineal como ortogonal de longitudes, la combinación de duraciones mediante consecución, o
la combinación de resistencias en serie; un caso del segundo tipo es la combinación de
resistencias en paralelo; ejemplos del tercer caso son la combinación de temperaturas y la de
densidades mediante mezcla. Nótese que esta distinción es relativa a los atributos y a un
?nodode combi~zacióizespecijSco. Estas peculiaridades o comportamientos no las tienen las
magnitudes sin más, sino en relación a cierto tipo de combinación. Aunque en la mayoría de
casos sólo hay un modo de combinación naturalmente asociado a cada magnitud, algunas
pueden combinarse de diferentes modos (como la longitud o la resistencia), y puede ocurrir
que una magnitud se comporte de diferente modo con diferentes combinaciones (como la
resistencia, que se comporta de un modo con la combinación en serie y de otro con la
combinación en paralelo). Si ocurre (1) diremos que una magnitud M es creciente respecto
del modo de combinación C, si ocurre ( 2 ) diremos que es decrecienre y si ocurre (3) que es
interna. En parte, la idea original de la distinción entre magnitudes extensivas e intensivas
era capturar la diferencia intuitiva entre lo que aquí hemos llamado magnitudes crecientes e
internas (con sus modos de combinación típicos). Pero en los términos en que se suele
presentar, vistos más arriba, no lo hace exactamente. Las magnitudes extensivas (respecto de
un modo de combinación) son sólo un tipo de magnitudes crecientes, las aditivas, aquellas
en las que la combinación se puedz representar matemáticamente mediante la suma, habien-
do magnitudes crecientes que no se pueden representar así. Pero entonces, tal como se
habían definido, los casos intensivos no coinciden, contra lo que se pretendía, con los
internos, pues hay magnitudes intensivas (e.e. no extensivas) crecientes (y también decre-
cientes). Dejaremos esta cuestión por el momento y volveremos sobre ella más adelante.
Veamos ya cuáles van a ser las principales cuestiones a examinar en el estudio de la repre-
sentación numérica de magnitudes.
Son varios los aspectos relativos a la medición susceptibles de investigación. Los
principales son los siguientes: a ) la función de la medición en la actividad científica; b) las
condiciones empíricas que hacen posible la medición; c ) la naturaleza y tipos de los
procedimientos de medición; d) el problema del error; e) problemas específicos de la
medición en ámbitos científicos particulares, como la mecánica cuántica, y j) la ontología
de las magnitudes. En este capítulo vamos a ocupamos principalmente de b) y c). Acerca
de la función de la medición en la actividad científica nos limitaremos a algunas conside-
raciones muy generales en la próxima sección (el lector interesado puede encontrar un
excelente tratamiento de esta cuestión en Kuhn, 1961, y una buena discusión de algunos
puntos en Hackin;, 1983, capítulo 14). Sobre el problema del error haremos tan sólo una
breve referencia al tratar de la función de la medición; en particular, no diremos nada de la
llamada teoría dt!l error. Los problemas específicos de las diversas ciencias, y en especial
el llamado "problema de la medición en la mecánica cuántica", quedan fuera del ámbito
de una obra de filosofía general de la ciencia (para esta cuestión se puede consultar
Cartwright, 1983, cap. 9). Sobre las diferentes concepciones ontológicas sobre las magni-
tudes, además de la breve presentación que hemos hecho, ya hemos anunciado que nos
limitaremos a unas consideraciones finales muy generales (para una discusión detallada,
cf. p.ej. Forge (ed.), 1987).
1.2. ESTRUC~URA
DE LA MEDICIÓN: ?VIEDICIÓNDIRECTA E INDIRECTA; MEDIR Y METRIWR
tipos. Vamos a presentar ahora las principales distinciones que articularán nuestro estudio
de la estructura de la medición, principalmente las distinciones entre ntedición directa y
iítedición i~tdirecray entre 17zedicióil y nterrizacióiz.
Caracterizamos más arriba la medición como la asignación de números a las cosas
de modo que aquéllos representen propiedades que éstas tienen, no cualquier propiedad
sino aquellas que se pueden dar en los objetos en diverso grado, las magnitudes. Esta
asignación, la medición, puede hacerse de modo directo o indirecto. En la medición
indirecra asignamos valores a los objetos haciendo uso de valores previos, bien de la
misma magnitud para otros objetos, bien de otras magnitudes para el mismo objeto, bien
de ambas cosas a la vez. A partir de los valores-asignaciones previamente conocidos, se
obtiene el valor buscado calculándolo a partir de aquéllos mediante ciertas leyes, o en
general fórmulas, que correlacionan los valores conocidos con el desconocido. Puedo
medir la longitud final de una barra que se ha calentado a partir de su longitud inicial, su
temperatura original y final (junto con el coeficiente de dilatación para el material) y la ley
de dilatación. O puedo medir la masa de un cuerpo celeste a partir de la masa de un
cohete, de su trayectoria y de ciertas leyes mecánicas. Éste es el tipo de medición más
común en Irt ciencia.
Aunque la medición indirecta sea la más usual en la ciencia, es obvio que no puede
ser la única. En la medición indirecta usamos valores previamente conocidos, esto es,
medidos con anterioridad. Si la medición de estos valores se ha realizado también indirec-
tamente, usa ciertas otras cantidades que se han debido medir con anterioridad, y así
sucesivamente. Es claro, por tanto, que, en algún momento debemos poder asignar valores
a los objetos sin usar otros previamente asignados, esto es, que no toda medición es
indirecta. En algún lugar hentos de eazpezar. La medición directa es ese lugar donde
comienza la asignación de cantidades a las cosas. En la medición directa asignamos, para
una magnitud, valores a 10s objetos sin hacer uso de mediciones-asignaciones previas, sin
hacer uso de datos cuantitativos anteriores, direcran~entea partir de datos puramente
cualitativos (por ejemplo, que un brazo de una balanza desciende respecto del otro). Esto
hay que entenderlo en un sentido amplio que dé cabida a la medición por comparación
directa con un estándar; en sentido estricto, la única medición directa sería la que se
realiza para el estándar, pues para asignar un valor a los otros objetos comparándolos
directamente con él se usa el valor asignado al estándar. Aquí entenderemos la idea de
medición directa en sentido amplio, pues es este sentido el que queremos contraponer a lo
que hemos considerado medición indirecta. Son ejemplos de medición directa, mediante
comparación con un estándar, la medición de la masa de un objeto de tamaño medio
mediante una balanza de brazos, o la de la temperatura de una sustancia mediante un
termómetro, o la de la longitud de un cuerpo mediante una cinta métrica.
La diferencia entre medición directa e indirecta es relativa a los procedilnierttos de
asiglzacióiz, no a las ~nagnirudes.Una misma masnitud se puede medir unas veces directa-
mente y otras indirectamente. Pero, salvo que se trate de una magnitud que se introduce a
partir de otras, al menos en algunos casos se ha de medir directamente. Así, aunque las
mediciones indirectas son las más comunes en la ciencia, y prácticamente las únicas
"cuando la cosa ya está en marcha", desde un punto de vista conceptual las mediciones
directas son más fundamentales. Ello no quiere decir que las mediciones indirectas no
sean importantes, o que sean prescindibles. Las mediciones indirectas son igual de esen-
ciales para la ciencia pues, aunque al menos en algunos casos la medición ha de ser
directa, no es posible en general hacerlo en todos los casos, para todo el rango de objetos
que exhiben la magnitud. Mido directamente la masa poniendo objetos en una balanza,
pero no todo objeto con esta propiedad se puede medir mediante este procedimiento, o
mediante otro también directo; el único modo de medir la masa de algunos objetos (p.ej.
estelares) es utilizar procedimientos indirectos. En estos casos, la medición directa entra
en la ??zagnituda través de unos pocos objetos y se expande al resto mediante cadenas de
medición indirecta a partir de aquéllos.
En la medición, tanto directa como indirecta, es posible realizar la asignación de un
valor a un objeto gracias a que ciertos hechos ocurren en la naturaleza, esto es, gracias a que
se dan determinadas condiciones empíricas. Estos hechos empíricos constituyen las condi-
ciones de posibilidad de la medición, las condiciones de mensurabilidad. La medición, en
sentido amplio, incluye o presupone la determinación de dichas condiciones de mensurabili-
dad. Por tanto, en la medición se deben distinguir, de un lado, la asignación efectiva de
valores a los objetos, y de otro, las condiciones que hacen posible tal asignación, condiciones
que a la vez determinan el uso que podemos hacer de ella. Las asignaciones se realizan
siguiendo ciertos procedimientos. Las condiciones que las hacen posibles y determinan su
uso, se estudian. La realización de las asignaciones y el estudio de sus condiciones de
posibilidad son ambas tareas o actividades que corresponden a la ciencia, pero son activida-
des de naturaleza diferente. La primera, para la que usaremos 'medir' (con su derivado
'medición') en sentido estricto, es básicamente una actividad práctica, cuyo resultado es la
asignación de una entidad a otra mediante ciertos procedimientos. La segunda, para la que
usaremos 'metrizar' (con su derivado 'metrización'), es una actividad eminentemente reóri-
ca, cuyo resultado es la afirmación de que ciertas cosas son de cierto modo. Puesto que en la
metrización se investigan las condiciones empíricas que hacen posible la medición, y la
medición es parte de la práctica científica, a veces tiende a presentarse la metrización como
una tarea, no propiamente científica, sino rnetacierztl;fica.Pero aunque ciertamente (a diferen-
cia de otras investigaciones empíricas) tiene algo de metacientífico, es propiamente un
estudio de ciertos hechos que ocurren en la naturaleza, y por lo tanto una investigación
/ empírica. Que tales hechos sean las condiciones para la práctica de la medición no elimina. el
carácter empírico de su estudio. Esta distinción entre medición y metrización, presentada de
forma abstracta en estos comentanos preliminares, deberá quedar clara en el transcurso de la
, exposición de las secciones 3 a 6.
El análisis metacientífico de la medición, por tanto, debe tener dos partes: a ) el
análisis de los procedimientos efectivos de medición o asignación y 6 ) el estudio metateó-
rico de la investigación sobre las condiciones empíricas que hacen posible dichos procedi-
mientos. Realizaremos ambas tareas en las secciones 3 a 6, distinguiendo en cada ámbito
entre la medición directa e indirecta. A la investigación sobre las condiciones de posibili-
dad de la medición directa la denominaremos 'metrización fundamental', y se estudiará en
la sección 3, y a la investigación sobre las condiciones de posibilidad de la medición
indirecta, 'metrización derivada', y se tratará en la sección 4. De los procedimientos de
medición directa nos ocuparemos en la sección 5 y de los procedimientos de medición
indirecta en la 6. Precedemos el estudio de la metrización al de los procedimientos de
medición pues, como se ha indicado, éstos dependen de las condiciones que in~~estiga
aquélla, por lo que en el análisis de los procediniientos haremos mención de tales condi-
ciones. Como se trata de una presentación introductoria, en el estudio de la metrización
fundamental haremos más énfasis en las condiciones mismas que en la naturaleza de su
estudio.
Para concluir estos comentarios introductorios, hagamos una breve aclaración ter-
minológica referente al uso que hacemos del término 'metrizar' (y de su derivado 'metri-
zación'). Cuando se usa este término en la literatura (y se usa muy escasamente) se suele
querer significar "la introducción de un nuevo concepto cuantitativo o concepto métrico"
(cf. Stegmüller, 1970, esp. cap. 1; otros lugares en que se usa son Hempel, 1952, $12;
Berka, 1983, esp. cap. 6, $3, y Mosterín, 1978, p. 36)' entendiendo por ello, en el caso de
la metrización fundamental, la especificación de un criterio que permita representar numé-
ricamente un orden cualitativo. Esta tarea se considera en general que tiene dos partes. La
primera, investigar las condiciones que debe satisfacer un sistema cualitativo cualquiera
para que sea posible la representación, probar que ellas son efectivamente suficientes y
estudiar qué uso es legítimo hacer de una tal representación. La segunda, determinar el
procedimiento de comparación cualitativo y el estándar con el que arbitrariamente se
comienza a efectuar la asignación. Estas tareas son esencialmente diferentes. El uso que
nosotros hacemos del término 'metrizar (fundamentalmente)' corresponde sólo a la prime-
ra, pues la segunda es parte de lo que hemos llamado 'procedimientos de medición'. Es
esencial distinguir ambas cosas. Una vez lo hagamos, qué palabras usemos para cada una
es lo de menos. Aquí usaremos las expresiones mencionadas en el sentido indicado.
Como anunciamos, antes de emprender el estudio detenido de los diversos tipos de
medición y metrización, haremos unos breves comentarios sobre la función de la medición
en la ciencia.
2. Función de la medición
Sin duda, el lugar donde Ia medición tiene una mayor presencia no es la investiga-
ción científica teórica sino su aplicación práctica, la técnica. La medición, y los instru-
mentos para realizarla, se hallan omnipresentes en cualquier proceso de aplicación tecno-
lógica mínimamente sofisticado. Desde los antiguos agrimensores mesopotámicos que
parcelaban la tierra hasta las más modernas empresas de telecomunicaciones que ponen
satélites en órbita, la historia de la humanidad está indisolublemente ligada a un sinnúme-
ro de prácticas y técnicas que dependen de una forma u otra de la medición, prácticas o
técnicas en relación a las cuales se han introducido la mayoría de los instrumentos de
medición: balanza, reloj, sextante, astrolabio, bníjula, termómetro, barómetro, etc. Sin
embargo, ahora nos interesa la función de la medición no tanto en la aplicación tecnológi-
ca cuanto en la investigación teórica, en el establecimiento y desarrollo de constructos
teóricos. Y aunque en menor medida que en la técnica, la medición desempeña también
una función fundamental en el trabajo teórico, especialmente, aunque no exclusivamente,
desde In(s) revolución(es) científica(s) de los siglos xvrr y xvrrr.
La función de la medición en el desarrollo teórico tiene dos vertientes principales:
su papel en la búsqueda y formulación de nuevas leyes y teorías. y su uso para contrastar
otras ya existentes. La forma en que la medición opera en cada uno de estos ámbitos no es
en modo alguno sencillo ni uniforme y depende casi siempre del particular estadio en que
se encuentre la teoría o disciplina en cuestión. En estas consideraciones introductorias nos
vamos a limitar a mencionar tan sólo los fenómenos más destacados.
La recolección de datos cuantitativos es una de las tareas características de lo
que Kuhn llama cierlcia nonnal (sobre esta noción, cf. capítulo, 9, $2), del trabajo
cotidiano vinculado al desarrollo de una teoría. Parte del progreso científico en estos
períodos consiste justamente en aumentar el caudal y precisión de los datos cuantitati-
vos existentts. Ésa fue, por ejemplo, la principal contribución de los astrónomos geo-
céntricos árabes y tardomedievales (por ejemplo, las Tablas de Toledo del siglo XI) y
también de personajes como Regiomontano y, sobre todo, Tycho Brahe, quien ocupa un
lugar en la historia de la astronomía más por la increíble precisión de las mediciones
astronómicas que realizó a simple vista que por su sistema geocéntrico mixto. La
función que se da a esos datos es sin embargo muy variable. Casi siempre, su función en
los períodos de ciencia normal consiste simplemente en ir aumentando la precisión en la
aplicación de la teoría a la experiencia. Otras veces parecen desempeñar un papel más
importante, sirviendo de guías para el descubrimiento. Aunque nunca propician directa-
mente la generación de grandes constructos teóricos, sí parece que a veces desempeñan
una función de p í a bastante inmediata en la formulación de leyes específicas. Tal es el
caso, por ejemplo, de las dos primeras leyes de Kepler. La precisión de los datos
obtenidos por Brahe acabó por convencer a Kepler de que los desajustes cuantitati~.os
de1 sistema heliocéntrico copemicano no eran debidos a errores de observación, y tras
arduos esfuerzos por mantener el dogma pitagórico de las órbitas circulares sostenido
por todos los astrónomos durante dos mil años, acabó por abandonar y postular órbitas
elípticas. También parece que hubo una dependencia muy directa de los datos en la
formulación por Galileo de la ley de caída de los cuerpos, en el establecimiento por
Boyle de la ley que relaciona presión y volumen en los gases, o en el descubrimiento de
Hooke de la ley de expansión elástica. Sin embargo, no debe pensarse por ello que hay,
siquiera en al_ounos casos, una especie de "camino directo de las mediciones a 12 ley
cuantitativa". Un resultado formal elemental establece que cualquier secuencia finita de
números es igualmente subsumible bajo infinitas ecuaciones numéricas diferentes, por
lo que no hay algo así como una única ecuación implícitamente contenida en los datos
numericos (sobre esto volveremos en el capítulo 12 dedicado al problema de la induc-
ción). El viejo mito baconiano de un método que conduzca de los datos a la ley es eso.
un mito que no se corresponde con la realidad. En el proceso de formulación de leyes
intervienen esencialmente consideraciones de simplicidad, belleza, coherencia con otras
hipótesis y, por supuesto, el genio creativo del científico. Se trata simplemente de que
en ocasiones los datos cuantitativos parecen representar una guía particularmente im-
portante en el proceso creador; el modo preciso en que desempeñan esta función queda
182 FCSD;55fEI\TOS DE FILOSOF~ADE L4 CIESCIX
fuera del ámbito de estudio de la filosofía de la ciencia. compete niás bien a otras
disciplinas, principalmente la psicología de la ciencia.
Otra función destacada de la medición es su papel como piedra de toque en los
procesos de contrastación de leyes o teorías ya disponibles. En el capítulo 3 vimos que una
de las virtudes de una buena contrastación era el p i d o de precisión, tanto de la predicción
como de los datos. Que la predicción sea cuantitativa y que los datos no se recojan por
simple observación sino por medición, es en principio una garantía de rigor de la contras-
tación, tanto más elevada cuanto más precisos cuantitativamente sean la predicción y los
datos medidos. De todas formas, también aquí hay muchas salvedades que hacer. No se
trata simplemente de que la deteminación de los datos mediante medición tenga un papel
de criba inmediata en caso de desajustes cuantitativos con la predicción. Ya vimos en ese
capítulo que la cosa es compleja, que casi siempre se dispone de salidas apelando a los
supuestos auxiliares o incluso a las condiciones iniciales, las cuales en los casos cuantitati-
vos también se establecen por niedición y son susceptibles por tanto de mayor o menor
precisión en su determinación. Cuando la contrastación involucra medición, cobran espe-
cial importancia tres tipos de supuestos auxiliares relacionados: los que tienen que ver con
la idealización de las leyes, los relativos a la fiabilidad de los instrumentos de medición y
los que establecen más o menos implícitamente el margen de error admisible. Los datos
cuantitativos nunca encajan perfectamente con la predicción y no siempre se considera eso
un problenia. Sólo se considera así en caso de que el desajuste supere ciertos límites más o
menos difusos de concordancia, el grado de error ad111isible.El margen de error que se
considera admisible depende básicamente de la idealización de las condiciones empíricas
reales contenida en las leyes involucradas en la contrastación y del grado de fiabilidad o
sensibilidad de los instrumentos de medición empleados.
La aplicación de las leyes siempre idealiza ciertas "condiciories de entorno", y en
algunos casos esta idealización puede tener consecuencias cuantitati~amenteimportantes.
Un caso típico es el del péndulo. donde se desprecia el peso del hilo de suspensión y la
fricción del aire, que conjuntamente pueden tener efectos cuantitativos considerables. Otro !
caso es el de la aplicación de las leyes de Neiston a las predicciones astronómicas. Según
dichas leyes, todos los cuerpos celestes se atraen entre sí. Sin contar ahora con la presen-
cia de asteroides, polvo espacial, estrellas lejanas, etc., y suponiendo que en el sistema
solar sólo están presentes el sol, los satélites y sus lunas, para el cálculo de una órbita
deberían tomarse en cuenta los efectos simultáneos de dichos cuerpos. Pero, simplemente,
1
1
3.1. METRIZACI~N
FUh'D.4MEhTAL Y MAGNITUDES
1. Éste es el motivo dc que en las leyes fíjicris en que interviene la temperatura ternométrica, p.ej.
las de dilatación de metales, no aparezca nunca la magnitud absoluta sino sus intrrvalos. En o t r x leyes, como
la de los grises y, en general, en la Termodinimica, 3pxece la magnitud absoluta, pero no se tran entonces de
la temperatura termométrica sino d e 13 trr>iprizrtlrrurrhsolr<tcr,para la que no hay metrización fundamental.
186 F L ; S D . A S I E \ ~ SDE FILOSOFU
DE LA CIENCIA
Hasta aquí la caracterización introductoria de esa actividad teórica que hemos Ilama-
do nietrización fiindamental. El resultado de esta actividad es, en un sentido amplio del
término, una teoría, la teoría de la metrización Cfrrndamental),en adelante 'TM'. TM es,
aunque peculiar, una teoría empírica en el sentido de que las condiciones de mensurabilidad
que estudia son condiciones empíricas (algunas de ellas, como tanbién ocurre en las teorías
usuales, con ciertas idealizaciones); esto es, son condiciones cualitativas que satisfacen
sistemas cualitativos físicamente reniizados, como balanzas, varas, líquidos, etc. TM, por
tanto, hace aserciones empíricas, dice o prerertde que tales y cuales sistemas concretos
físicamente realizados satisfacen tales y cuales condiciones. Sin embargo es cierto que TM
es peculiar pues, a diferencia de las teorías empíricas usuales, no parece ser explicativa sino
meramente descriptiva. No podemos ver aquí en detalle esta peculiaridad, pero ella no
elimina su carácter empírico en el sentido rníniino indicado. Este carácter queda patente en
su desarrollo histórico, donde las modificaciones del formalismo, la determinación de condi-
ciones alternativas de mensurabilidad, han respondido siempre al deseo de capturar situacio-
nes empíricas nuevas que no satisfacían las condiciones estudiadas hasta entonces (cf. Díez,
1997a y 1997b para una historia actualizada de TM). Puesto que éste es un estudio introduc-
tono, y el contenido de Thl no es por lo común conocido. vamos a presentar los rasgos
generales de TM haciendo énfasis más en el contenido mismo que en su estructura u otras
peculiaridades metateóricas. Esta estructura se puede especificar, de acuerdo con el enfoque
semántica que veremos en el capítulo 10, en términos de los modelos que la teoría define o
caracteriza. Como aqui no nos interesa sino dar un esquema del contenido de TM, nos
limitaremos a presentar informalmente el tipo de sistemas o estructuras de que se ocupa, el
tipo de condiciones o leyes que definen tales estructuras y un tipo especialmente importante
de consecuencias o teoremas que formula. Completaremos esta aproximación seneral abs-
tracta con algunos ejemplos de modelos específicos.
Acabamos de indicar que las condiciones de mensurabilidad que investiga TM, en
tanto que teoría sobre las condiciones de representación numérica de magnitudes, son
relativas a hechos comparativos y puramente cualitativos. Esto determina ya parcialmente
la naturaleza de los sistemas de que se ocupa. Como los sistemas de que se ocupa
expresan magnitudes, tales sistemas han de contener neccsnriarnerzte una relación cualita-
tiva de comparación que exprese el orden o posición en que se encuentran los objetos que
exhiben la magnitud de que se trate en cada caso. Estas relaciones comparativas cualitati-
vas son generadas o determinadas por diversos procedimientos empíricos, por ejemplo la
comparación mediante balanzas para la masa, o la comparación de varas rígidas para la
longitud, etc. Así, 10s sistemas empíricos que investiga ThI han ser sistemas comparativos,
han de estar formados, al menos, por un dominio A de objetos y una re1ació)t empírica
cl~nlitarivnde comparación entre los elementos de A.
sauo!xpoo3 sc!.rcsassu uos 'sci!iei!iucns aiusrucu!nua8 'saluesaraiu! s ~ u o ! ~ c ~ r i a s a sour ~dal
-a~atib!S .so,i!iereduros soida3rroa sa[dru!s so[ ap oi3adsa~[ea1 a ~ e upSu!u ~ e iiauo!~rodo~d
ou (cza~npe[ crrrd s q o ap ~ e[ 0 ~ ~ 1 0 saleu!pJo
3) se[vDsa se[ !eu!nua5 cA!ici!iuen2 c[e3sa
cun aslclap!suos apand seuade anb [r?u!p~oaiuaurelaur e ~ a x eun a sa '[!]y osod Á [!q?p ajuaur
-cperuallxa sa u p e i u a s a ~ d a lvisa oJad 'soiafqo so[ ap up!:,m![eu!uroua~ elaur ap ope3y![e3
souiaq saiuc anb o[ sa !u?!3eiuasalda~ [el eun aa!xa a~dura!s(a[qe~aurnucas p. anb .@d)
se)3!~1sari!aiuarue3u!dura Á sai!q?p Ánu sa[cuuoj sauop!puos obq ' s ~ u rcpcn sow!S!xa
ou !S 'o:,od un ue3![druos as SESO3 se[ opucn3 sa eloye olad '(,Q,fz (SUSSÁS rCs,ta:a~durnz~
anb JH ua p. ap j uqpunj eun 'sa oisa 'S uaplo la eIuasard anb [el o!u!urop [ap soiafqo
so[ c saleal solarunu ap u?!seuS!se eun sa e3y?iunu up!seiuasa~dal eun .eD!qrunu u?!~ciuas
-aldar cun ap e!~uais!xa e [ uei![!q!sod anb 1C seurais!s soisa ua:,ejspes anb sel\!iei![en3
sm!~!dura sa,Ca[-sauo!3!prio~so[ reS!isaiiu! saDuolua sa k y ap ~ eamre] e? -ug!xxeduro3 ap o,\
-!iei![en3 03!qdnra oiua!w!pa3o~d upS1e ~ o epelaua0 d S [!q?p uaplo ap u?!xla~ cun 1C soialqo
ap y onr!iuop un souaui le sand uaua!luos MJ, edn:,o as anb ap se~ni3n11sas q
.o!u!rrrop Iap soia[qo so[ aliua [!q?p uaplo un e~aua8anb e~!iei![en3 eyjdura u?!:,eledruo3
ap oiua!ui!pa2o~d ope!do.~de [a aiuri!paw aiuaure3o~~uc ejrapasold as pni!u9e~u eun ap
ci3ar!p u p p a r u clCcr[ anb ua sosc3 so[ sopo] u 3 .pni!Duo[ el epas epcrsn[o.iu! pni!uScur
c[ osc3 alsa ua :.i ap orrraliua la 'eladns o 'u02 ap!su!os x ap ouralixa Ia 'aseq e1 ~ o d
X a s l!p!:,u!o:, o p u a i ~ qssICs :Csw :o110 aisa alric!paur 'sep!S!r sclc,i ap o!u!ruop un sa v !S
'O - ~ e i rEIi (sa[vu0!3e[a~sapepa!do~duos o p s sapnl!uSew se[ anb sourapuajap !S 'sa anb
o) esa~dxaanb [euo!De[al pepa!dold c[ c ope!2osc [a ejlas u?!2e~cdruo3ap oiria!ur!pa3old
aisa !,C ap oic[d [ap obqap ~ o od clni[c curs!iir e[ e a3aueru~ad.Y ap oield [3 'sa[cns'! sozc~q
s
ap cziir?leq cun ap soic[d sol ap oun ua oun epe3 soisand ssAs t C ~ :olua!ru!pa3o~d aiua!nS!s
[a alue!paur -13rraiqo apand as S 'o!paur oFe1ut.i ap sohan3 ap op~!uropopcu!urraiap un sa
v !S 'o[duiab lod .a1qcz![ea1 aiuarue3!sg ai!iei!Ien3 up!~e~ediuo:,ap olua!ur!pa:,old rr?Sle
I
~ I U C ! P ~ L Lcu!rrrlaiap as anb ~~IJ!uS!Seli!ici![en:, e~!~jdura u?!ae[a~eun eas S a n o
'(2.p 'jap 'p .de3 y ) p. ua sexauo3 aiuauieiun[uo3 Á saiuaIín[:,xa aiuaur
-eninru uos Á eli!i!sucll sa d 'e!~ua[e,\!nba ap uq!sclaJ eun sa )I :sepc!doldc sapcpa!dold
se[ uaua!] ( 6 , ~ ~"'0 UCI 3 as,,) y, Á (,,anb seur aluaur~i3!.1isalas,,) d sepei\!rap sauo!sc[al
se[ 'Y alqoq!q?p uaplo irn sa S oprien3 'jsv .p. sa odruea oÁn3 'exauo2 ñ ai!i!sucli
'c.i!xau3.1 'sa oisa 'l!q?p 113~-10ap u g ! ~ [ a reun sa anb 'aiuarue3!u:,?i 'esy!uS!s v ap soiakqo
SO[ aJiua u?!~e~cdiuo3 ap u?!Dc[al cun cas S a n b ..q.C Á ,CS.Y ssLs L(yxt q . C ou ñ IC~.rssSs
.i&-:e!~1ap!~u!o3ap Á (e13!ssa) e p u a p a ~ a ~ap d sauo!3c[a.1 se[ aiuaurelc!pauru! lauaiqo
uapand as S ap ~!i.rede sand '~o!Jaiuc o[ e aiua[c,i!nba sa oisg '('2ia ',C anb aiua![e3 s ~ r u
o oluei sa r 6.ianb oz~!sgiuSFLU O OIUCI sa x '-@.d) ,',C anb .-.-SFLU o oiuei sa .Y,, ~eq!uS!s
e e,\ 'Xs.t-,'!sv .,S, alue!paur souraniouap anb e[ e 'up!un e q x p ap l!ued aiua!ua,\uo~scur
sa ' ( s a l ~ u o ~ 3 ~A)~soli!l!sodxa
ou soisaja e u?!qurei 1C 'oixaiuo:, aiuasald [a u2 -yn d upun
e1 u03 o,i!ie~cduio2 oidaz11.103[ap ug!suaisa e1 sorueqpyyuap! a 'y epuappu!o3 ap ello
A d c!suapariald ap u p c ~ a Eun l aiue!paru o,\!icleduo3 curais!s [e sotuc.aja1 sou 'so,i!i
-!sodxa sopaja c 'oixaluos asa U-J .(u?!~saseur!x?~de[ ua c1e~apcas o w o ~ 'oporu alsa ap
usDnpoJiu! as ou anb so3!~1?rusoidasu03 deq anb asapran3al sand 'oses [a sa (ci o p u c n ~ )
o3!li?ur oidz3uo3 opcu!iiuaiap E aiua3e,Cqns o1i!icrcduro~oida:,uoa [ap u?!suaisa e[ e usp
- u o d s a u o ~anb sour!(!p t. o[ni!dc3 [a ua anb se[ uos sc,\!iclr?duros sc~nisnl~s:, seis2
efectivamente restrictivas. Y aquí es donde aparece la complicación, pues no hay un único
grupo de condiciones que garanticen la representación. Diferentes sistemas empíricos pue-
den satisfacer diferentes condiciones y todas ellas garantizar la existencia de cierto tipo de
representación (interesante). Y lo que es más, esos grupos de condiciones requieren por lo
general algún elemento adicional además de A y S. La representación se obtiene entonces
con ayuda de alguna otra relación u operación sobre A, por ejemplo una operación de
combinación asociada, que denotaremos mediante 'o', o exigiendo que A tenga algunas
propiedades estructurales específicas, por ejemplo que esté formado por pares. Ahora la
representación numérica no sólo debe preservar el orden S sino además determinados hechos
relativos a esos nuevos elementos y, si ha de ser una representación interesante, si da Iugar a
una escala no meramente ordinal, son necesarias condiciones efectivamente restrictivas.
Vamos a ver a continuación cómo procede en general TM, es decir, en qué consiste
en general la metrización fundamental. En primer lugar expondremos de modo abstracto
este tipo de tarea y después ilustraremos la exposición con ejemplos concretos de la
misma, esenciales para hacerse una idea precisa de la naturaleza de la metrización funda-
mental. En esta exposición volveremos sobre algunos de los aspectos que quedaron pen-
dientes en el capítulo 4, que ahora deben quedar totalmente elucidados, en especial el
relativo al motivo por el que podemos decir que determinadas asignaciones numéricas son
escalas diferentes que midzn la nlisnzn propiedad-magnitud.
Los sistemas de que se ocupa la metrización fundamental son pues, según las
consideraciones anteriores, estructuras dzl tipo 4, S, ...>, donde puede haber constituyen-
tes adicionales o A puede tener ciertas propiedades estructurales. Diversos grupos de
condiciones o leyes sobre los constituyentes de los sistemas caracterizan diversos tipos de
estructuras comparativas cualitativas efectivamente representables mediante escalas no
meramente ordinales. Las leyes caracterizan o definen los diversos tipos de sistemas
empíricos, y que tales sistemas son efectivamente representables numéricamente lo esta-
blece la teoría probando un teorerna de represerztaciórz (TR). Vamos ha llamar a partir de
ahora 'métricas' a las estructuras cualitativas de que se ocupa TIVI.' TM define (caracteri-
za, determina) los diversos tipos de métrica mediante instancias particulares del siguiente
esquema:
2. Este uso d e 'mítrica' no debe confundirse con lo que en matemáticas, y en especial en geometría.
se denomina así. Mediante este nombre abreviamos la expresión 'sistema representable numéricamente' o
'sistema mensurable'. Puesto que el contexto evin confusiones, nos parece adecuado usar este nombre para
connotar que aun siendo sistemas puramente cualit3tivos, es en ellos donde desccinsci en última instancia toda
medición.
Los últimos puntos suspensivos indican el modo en que la representación presenra, además
del orden, otros hechos cualitativos que involucran los demás elenientos de la niélrica.
TR no recoge sin embargo todo lo que se debe probar. TR no indica cuán fuerte,
estricta o, como se dice técnicamente, rriiíi!oca es la representación; esto es, no indica de
qué tipo es la escala-representación. Usualmente hay níás de una representación posible,
más de una función f de la que es verdadero TR, y es crucial saber cuán diferentes son las
posibles representaciones para determinar el uso que podenios hacer de las mismas (re-
cuérdese los casos de las escalas para la masa y la temperatura terniométrica mencionados
más arriba p en el capítulo 4). Puede ocurrir que las representaciones se diferencien sólo
en que unas son múltiples de otras, esto es, que se obtengan unas de otras multiplicando
por un número; o puede que sean más diferentes, por ejenlplo que unas se obtengan a
partir de otras multiplicando por un número y sumando otro. O todavía hay más posibili-
dades. Estos modos de pasar de unas representaciones a otras, y que deterníinan cuán
diferentes son las diferentes funciones que satisfacen TR, son lo que en el capítulo 3
entre escalas. El lector recordará que las más importantes
denoniinanios tra?rsfor-~liacioi~es
son las siguientes(cf. cap. 4, 94):
3. Los tcorcin;is de cxisicncia unívoca son de la forma: "3.r (~,?(.r)A V y (qb)syss .rRy))" (o m5s
es una métrica - - -,entonces hay f de A en Re tal que:
TRU Si uf,S,...>
(1) Para todo x, y de A: xSy syssflx) 2 f i ) ;y ... .
(2) Toda g que satisfaga (1) es una transformación d e $
abreviado "3 .r VJ ( y b ) syss .rRj)"), siendo R una relación de equivalencia (si R es la identidad, la existencia
es estrictamente única, sólo hay una entidad que satisfaga y).
Éste es, muy resumidaiilente. el modo como TM investiga los diversos grupos de
condiciones de mensurabilidad para sistemas enipíricos cualitati\~os,prueba después el
tipo de representación que corresponde a cada uno y determina con ello el uso q u e se
puede hacer de las escalas. Conviene señalar que, aunque se investigan y establecen
diferentes grupos de condiciones. éstos no están totalrnente desconectados. Si se estu-
dian con detenimiento los diferentes grupos de condiciones se observa que se pueden
"estraiificar" de fornia natural, que hay algunas muy generales exigidas a todos los
sistemas. otras más específicas exigidas sólo a un grupo de sistemas, hasta llegar a otras
\válidas para un único tipo de sistemas. Es decir, se pueden agrupar 10s diversos grupos
de condiciones en "ramas" de ii~odoque los modelos formen una típica estructura de
red teórica, en el sentido estructuralista que veremos en el capítulo 10 ( $ 5 ) . Lo caracie-
rístico de TM en tanto que teoría sobre las condiciones e~ttj~íi-icas que posibilitan la
niedición fundamental es que cn cada una de las ramas de la red es posible probar al
menos un teorenia de representación y unicidad: la existencia d e representación única
bajo ciertas transforniaciones; las posibilidades representacionales de las diferentes nlé-
tricas de la red serán niis o inenos fuertes según lo sea el tipo de transforníación, esto
es, el grado de unicidad de la representación. No vamos aquí a resumir siquiera la
estructura dc la rcd (cr. Alouliiics y Dicz, 1994, para la subrcd de las in6tricas combina-
torias, y Díez, 1992, para una presentación esquemá~icade la red completa). En lugar de
ello Presentaremos, para fijar, ideas dos inétricas específicas, las más comunes, junto
con su correspondiente TRU.
A4ftl-icos co~~tbiiloto~.ias.
Históricamente, los primeros sistemas que se estudia-
ron disponían, además del doniinio A y de la relación comparativa S, de una operación
enipírica de concatenación o, en general, de cortzbiización, a la que denotaren~osme-
diante 'o', asociable de algún modo al procedin~ientode comparación; ejemplos de
coinbinaciones, como mencionamos al presentar la diferencia entre magnitudes extensi-
vas e intensivas, son la agregación de objetos, la rnezcla de sustancias, la concatenación
de varas, la sucesión de espirales eléctricas, etc. Llamaremos a estos sistemas, que
tienen la forma 4, S. O>, métricas cor~zbiiza~orias. Hay muchos tipos de métricas
conibinatorias dependiendo del coii~portaniientorelativo de S y El itiás conocido, y
O.
'Definición6.1 :
mediante la suma y que es única bajo transformaciones similares. Estos sistemas son
representables, medibles, mediante escala~proporcionales,y lo que hace posible que sean
medibles, y lo sean de ese modo específico, es que ocurren para ellos los hechos empíricos
expresados en Def. 6.1. Esto es lo que dice el siguiente TRU (que presentamos sin prueba
pues excede los límites de este testo):
preguntar qué otras funciones hacen "eso" porque no sabemos del todo qué es "eso". Por
tanto la unicidad expresada en (2) depende esencialmente de la representación de 0 que
especifique (1). Es cierto que este hecho introduce un elemento de indeterminación, pero
ésta no se refiere a Ia metrización sino a la medición. Ciertamente hay que eIegir entre las
representaciones aditivas o las multiplicativas u otras, y en función de ello los valores
asignados cambian. Esa elección corresponderá a los procedimientos de medición directa.
Determinados procedimientos de medición directa (p.ej. los que efectivamente se usan en
la física para la masa, la longitud y la duración), eligen una representación frente a las
otras (p.ej. la-aditiva). Pero, como algunos autores han señalado (cf. p.ej. Ellis, 1966, pp.
79 SS.), toda la física se podría reescribir en principio usando representaciones multiplica-
tivas, nada hay en el mundo de lo que ello dependa. Sobre las consecuencias de este
elemento de arbitrariedad volveremos en la última sección.
Las métricas combinatorias extensivas positivas son sólo un tipo de métricas com-
binatorias para las que existe representación numérica. Hay muchos otros tipos, negativas,
periódicas, internas, con sus correspondientes subtipos. Cada uno satisface determinadas
condiciones empíricas que posibilitan su representación. esto es, que posibilita la prueba
de un reorema análogo a Teor. 6. l . Algunos de ellos tienen también, como los de Def. 6.1,
representaciones aditivas; otros no, su representación es esencialmente no aditiva (esen-
cialmente, porque, como acabamos de ser, los que tienen representaciones aditivas tienen
también otras no aditivas). No vamos a exponer ninguno de estos sistemas.
La relación de comparación entre los objetos que exhiben una magnitud permite
por sí sola, al ser un orden débil. escalas meramente ordinales, pero ya hemos visto que
éstas apenas se pueden considerar genuinamente escalas cuantitativas (cf. cap. 4, 94). En
las métricas combinatorias, con Iri ayuda de una operación empírica de conibinación con
ciertas propiedades es posible encontrar representaciones más fuertes, con un grado mayor
de unicidad. Eso no ocurre siempre que hay un procedimiento natural de combinación.
Algunas magnitudes llevan naiuralmente asociado algún procedimiento de combinación,
pero éste no satisface ningún conjunto de condiciones que permitan probar la existencia de
una representación más fuerte que la meramente ordinal. Éste es el caso, por ejemplo, de
la combinación.de temperaturas mediante mezcla. Esta operación empírica tiene algunas
propiedades, p.ej. es intensiva en el sentido que heriios precisado (interna), pero no se
complementa con la satisfacción de otras propiedades que conjuntamente constituyeran
una métrica combinatoria interesante, e.e. con representación más fuerte que la meramente
ordinal. No se piense que ello ocurre con todo sistema combinatorio intensivo, hay siste-
mas intensivos, como los sistemas de bjsección (cf. Krantz ct al., 1971. cap. 6, 56), con
representaciones interesantes.
que por lo general son escalas de intervalos, esto es, únicas bajo transformaciones lineales.
De nuevo, aquí no hay un único grupo de tales condiciones sino varios, cada uno con su
propia especificidad pero todos suficientes para garantizar Ia existencia de una repre-
sentación. Los sistemas ahora están constituidos por una relación comparativa sobre pares
de objetos del universo, esto es, S ordena débilmente A A. Vamos a denominar a estos
sistemas mérricas de intervalos. Presentaremos aquí, a modo de ejemplo, el tipo más
sencillo de estos sistemas, las métricas de intervalos algebraicos:
Definición 6.2:
(1) ya se ha explicado. ( 2 ) dice que el orden se invierte con los intervalos opuestos; esto es
lo que hace a estos intervalos algebraicos, la diferencia en magnitud no sólo depende de la
"distancia" sino también, como en la temperatura, del "orden" de los objetos (otras métri-
cas de intervalos, las de intervalos absolrlros, se caracterizan por el hecho de que la
diferencia en magnitud es "absoluta", no depende del orden de los extremos). (3) es e1
análogo a la monotonía, el orden se preserva al "conectar" intervalos. (4) dice que es
posible "reproducir" un intervalo en otro mayor, esto es, encontrar intervalos equivalentes
al pequeño empezando por cada extremo del grande. Por último, ( 5 ) es la versión para
intervalos de la arquimedianidad: ningún intervalo es infinitamente mayor que otro, pode-
mos superar el mayor a partir del menor conectando un número finito de intervalos
equivalentes al mencr.
De nuevo, algunos sistemas empíricos satisfacen estas condiciones y otros no. Las
satisfacen, por ejemplo, la temperatura y la utilidad. Cuando son satisfechas, existe enton-
ces una representación numérica única bajo transformaciones lineales; por tanto estos
sistemas son representables mediante escalas de intervalos. Eso es lo que dice el siguiente
teorema:
Teorema 6.2:
Lo que hace posible la medición indirecta es, por un lado, la existencia de medi-
ciones previas conocidas, tanto de la misma magnitud para otros objetos, como de otras
magnitudes para el mismo objeto; y. por otro, la existencia de ciertas fórmulas que expre-
san correlaciones entre los valores conocidos y el que se desea medir. El estudio de las
condiciones que hacen posibIe la medición indirecta se divide pues en a) el estudio de las
condiciones que hacen posible las mediciones previas que en ella se usan, y b) el estudio
de las correlaciones con cuya ayuda se obtiene el valor buscado. El primero nos retrotrae
entonces a las condiciones de posibilidad de los procedimientos de medición con los que
hemos realizado las mediciones previas. Si son procedimientos de medición indirectos,
volvemos a empezar. Si son directos, el estudio de sus condiciones de posibilidad exige
otro tratamiento, el que hemos visto en la metrización fundamental. La tarea de la metriza-
ción derivada se reduce pues al estudio y determinación de las correlaciones entre magni-
tudes que se usan en el "cálculo" de una cantidad a partir de otras. Pero en la medida en
que esas correlaciones expresen Izechos del 1nund0, se tratará simplemente de leyes cientí-
ficas investigadas y establecidas por las teorías científicas cuantitativas usuales. Así es en
la mayoría de los casos. Por ejemplo, en la medición de la masa de un cuerpo celeste a
partir de la variación de trayectoria de un cohete de masa conocida, la correlación cuanti-
tativa consiste en una combinación de leyes dináinicas generales con la ley de gravitación
universal; las condiciones empíricas que hacen posible esa medición son pues las estudia-
das por la dinámica y expresadas por sus leyes. Análogamente ocurre con la medición de
una masa mediante un dinamómetro. O con la medición de distancias inaccesibles me-
diante triangulación, que involucra determinadas leyes d e la geometría física.
Así pues, en la medida en que las correlaciones usadas en la medición indirecta
son del tipo indicado, su estudio no es tarea especijSca de cierta disciplina. El estudio y
establecimiento de dichas correlaciones. las leyes naturales, corresponde simplemente a
las diversas teorías empíricas cuantitativas. La metrización derivada es entonces una tarea
realizada (parcialmente) por las teorías usuales, no tiene contenido en tanto que disciplina
empírica específica diferente de las teorías cuantitativas usuales. Entiéndase bien, estas
teorías, obviamente, no estudian tales correlaciones empíricas con el$n de establecer las
condiciones que hacen posible la medición indirecta; lo que ocurre es que en esa medición
empleamos las leyes que de hecho han investigado y descubierto previamente las diversas
teorías. No hay pues un estudio específico de las leyes eit tanro que son aquello que
posibilita la rnediciórz indirecra; simplemente, en la medición indirecta se usa el hecho de
que ciertas cosas se comportan de cieno modo, cosas y modos de los que se ocupan las
teorías empíricas usuales.
La matización contenida en el párrafo anterior es fundamental. La metrización
derivada es una tarea realizada de hecho por las teorías cuantitativas usuales, pero sólo
en que las correlaciones usadas en las medicio-
pal-cialrnente, esto es, sólo en la ~í~edicla
nes indirectas expresen leyes empíricas. Puede ocurrir que algunas de las correlaciones
usadas para calcular el valor desconocido a partir de otros conocidos no expresen leyes
naturales en sentido estricto. ¿Qué expresan entonces? ¿Qué estatuto les corresponde a
esas correlaciones? El de definiciones. A veces las correlaciones usadas en la medición
indirecta son definiciones mediante las que se introduce una nueva magnitud a partir de
otras, considerando entonces aquélla una magnitud derivada a partir de éstas, calificadas
como primitivas en ese contexto (aunque alguna de ellas pueda haber sido introducida con
anterioridad como derivada a partir de sus propias primitivas). Concluiremos el examen de
la metización derivada con algunas observaciones sobre este tipo de introducción de
magnitudes derivadas mediante definición; en algunos casos, sólo plantearemos la cues-
tión, que dejaremos abierta.
Dimensiones. Hay muchas otras magnitudes introducidas de este modo: el. 1710-
inelzro liizeal como producto de la masa por la velocidad, el trabajo como producto de la
fuerza por la distancia, y tantas otras. Cuando definimos una magnitud a partir de otras,
éstas confieren cierta diinensiórt a la definida. En física, por ejemplo, hay seis magnitudes
básicas: masa (M), longitud (L), tiempo-duración (7). ángulo plano (A), temperatura abso-
luta (R) y carga eléctrica (Q). Las dimensiones de las magnitudes básicas (simbolizadas
entre paréntesis) son las dirne~tsio~~es básicas, y el resto de magnitudes tiene por dimen-
sión una combinación de ellas. Así, por ejemplo. el volumen tiene dimensiones L3, la
velocidad L'T', la intensidad QIT-', la densidad i\l'L-3, el trabajo M'L'T2, la entropía
R'h4'L2T2, etc. El estudio de las relaciones entre las magnitudes y sus dimensiones es el
objeto de una disciplina específica, el Análisis Di~nensioiral.Aunque determinar las di-
mensiones de cierta magnitud es en general sencillo, a veces hay problemas específicos
difíciles e interesantes relativos a la coherencia dimensional de las leyes y al papel de
ciertas constantes en las mismas. El análisis dimensional tiene también aplicaciones inte-
resantes en la resolución de algunos problemas empíricos. Por ejemplo, si se sabe que
cierta magnitud está vinculada legalmente a otras, pero se desconoce la forma matemática
específica de la relación, a partir de las dimensiones de las magnitudes in\~olucradases
posible determinar dicha forma específica (salvo por lo que se refiere a la posible presen-
cia de coeficientes numéricos puros adimensionales). No podemos exponer aquí, ni siquie-
ra brevemente, los principales elementos de esta disciplina; el lector interesado puede
consultar con provecho Palacios, 1956 (cf. también, como texto pionero en el tema,
Bridgman, 1931).
I
t enunciados que expresan la reducción de una propiedad a otras? En principio parecería que
# en un sentido inmediato si existen, pero, sin necesidad de entrar en profundidad en la
; cuestión ontológica, hay casos en los que tenderíamos a dar una respuesta negativa. No
5
! podemos definir lo que queramos; o mejor, sí podemos, pero parece que no todo lo que
definamos tendrá sentido enzpírico. Por ejemplo. podemos definir la masura, S, de un cuerpo
!j
como el producto de su masa rri por su temperatura T, pero no parece que eso sea una
propiedad. El motivo es que de eso no hablan las leyes, éstas no incluyen un producto así.
Quizá este ejemplo no es el mejor. Hay una ley que afirma que la cantidad de calor surninis-
trada a un cuerpo es igual a su calor específico por su masa y por el incremento de tempera-
tura, Q = cm(T2 - Ti); pero como eso es equivalente a Q = c,(rnTz - mTi), se podría
reformular entonces diciendo que el calor suministrado es igual al producto del calor especí-
fico por el incremento de masuras, Q = cs(S2- S , ) . ¿Existe entonces la masura, propiedad de
L
la que nadie había hnblndo hasta ahora? ¿Qué decir de la cantidad de movi}rziento (o
momento lineal) p, dz la que hablaban los físicos antiguos, y que ahora se dejne como el
I
i producto de la masa por la velocidad? Claramente hay leyes que "manejan" ese producto, en
1 las que parece que eso está opertl~zdo.Si existe la cantidad de movimiento, ¿existe la
masura? Quizá sólo se pueden descartar las "combinaciones" no presentes en leyes. Por
ejemplo, el producto de la acelzración de un cuerpo por su volumen V no interviene (explíci-
tamente) en ninguna Icy. Pero ése es un criterio difuso, pues siempre es posible reformular
artificialmente las leyes para que incluyan las combinaciones que queramos. Por ejemplo, si
d es la densidad, podemos reescribir la ley F = nla como F = dVa, con lo cual la fuerza
resulta ser igual al producto de la densidad por esa cosa. Se pueden imponer constricciones
adicionales, como que la ley sea simple, esto es, que no se pueda simplificar más. Pero qué
simplificaciones son posibles depende en parte de qué combinaciones se acepten como
magnitudes. Llamemos volución, C, al producto Va. Si la volución es una propiedad, ¿es más
simple F = rna que F = dC? En el sentido en que lo es, también habría entonces expresiones
más simples de las leyes que se refieren al momento lineal. Podemos optar por descargamos
de todas, pero ¿no parece que, por ejemplo, el volumen o la velocidad son efectivamente
propiedades?
La respuesta a todas estas cuestiones ontológicas dependerá de cuál sea nuestra
teoría para individualizar o identificar propiedades, uno de los temas actualmente más
debatidos en metafísica, y en el que no podemos entrar aquí. Con la presentación informal
de estas cuestiones concluimos el análisis de la metrización derivada y pasamos al de los
procedimientos de medición.
i
En la medición directa asignamos un valor a un objeto sin disponer de otros
i valores numéricos previos, directcr~nenrea partir de la experiencia cualitativa. Ya adverti-
S:
mos que esto se ha de entender en un sentido amplio, que incluya la medición por
i
$ comparación directa con un estándar. El estándar es el primer objeto al que se le asigna el
3 valor numérico y por comparación con él se asigna un valor a los demás. En este.sentido,
f:
la asignación a los demás supone el uso de una asiznación previa, la del estándar. Ello es
así en sentido estricto, y poco interesante puesto que la asignación numérica del estándar
es arbitraria; en ese sentido estricto sólo habn'a medición directa para el estándar mismo.
La medición directa se debe entender por tanto en el sentido amplio indicado, que es el
interesante.
5.1. EJEMPLOS
DE PROCEDlhlIE3TOS DE ~.IEDICIÓN
DIRECTA
5.2. FORMA
GENERAL DE LOS PROCEDIh.IIENTOS DE L I E D I C I ~ NDIRECTA
Hemos dicho que en los casos examinados, y en cualquier otro caso de medición
directa, el procedimiento de asignación se puede con-ipletar para todos los objetos del
dominio gracias a que los sistemas empíricos satisfacen ciertas condiciones cualitativas.
algún grupo de las estudiadas por la teoría de la metrización fundamental. Éste es el orden
de dependencia lógica de la medición directa respecto de la metrización fundamental.
Pero no se piense por ello que es también el orden de dependencia práctica o de realiza-
ción, esto es, que la medición directa no se realiza hasta que se ha determinado que el
sistema satisface tales condiciones. Esto tiene una lectura fuerte, en la que es falso, y otra
débil, en la que se puede considerar correcto. En la primera interpretación, fuerte, significa
que las mediciones directas no se pueden realizar, y por tanto no se realizan, hasta que la
investigación teórica desarrollada por TM establece los grupos de condiciones, los teore-
mas TRU con el tipo de transformación admisible, y comprueba que cierto sistema con-
creto satisface uno de esos grupos. Esto es claramente falso. Masa, longitud, temperatura y
otras magnitudes se medían directamente con este tipo de procedimientos mucho antes de
que se iniciara la investigación en metrización fundamental, que se remonta como mucho
a finales del siglo xrx con Helmholtz. TM proporciona losfirildan~entosde esos procedi-
mientos, e.e. investiga sus condiciones de posibilidad. Se procedía así pero, en cierto
sentido, sin fufuiidanze~zto,sin estar teóricamente bien fundamentada la diferencia entre
escalas proporcionales, de intenalos, logarítmicas, etc., que generaban los procedimien-
tos. Ahora bien, es claro que se podía proceder de hecho así antes de esa investigación
teórica pues, obviamente, esos sistemas cumplían de hecho esas condiciones antes de que
nadie se pusiera a investigarlas y a probar teoremas de representación y unicidad a partir
de ellas. Ésta es la interpretación débil, correcta. de aquella afirmación.
La medición directa no es posible si no se cumplen ciertas condiciones; pero, si de
hecho se cumplen, la realización efectiva del procedin~iento se puede considerar una
determinación implícita de que así es, pues el procedimiento "usa" tales propiedades. Esto
es así "antes" (e.e. independientemente) del desarrollo de TM, a no ser que se quiera
LIEDICIÓ'I EN LA CIENCIA 209
En la medición directa hemos visto que, una vez fijado arbitrariamente el tipo de
representación y los valores para los estándares, los valores para los demás objetos quedan
unívocamente determinados. Para el análisis general de la medición es fundamental insis-
212 FUND.43IE3TOS DE FILOSOFL~ DE LA CIENCIA
tir en un hecho cnicial, aunque obvio, a saber, que en la medición directa sólo quedan
determinados los valores de los objetos del dol?tiltio del sisre~?la,de los que entran en la
relación empírica cualitativa de comparación del sistema; o si se quiere, puesto que para
una misma magnitud puede haber varios sistemas cualitativos con diferentes dominios,
sólo queda determinado el valor de los objetos que están en el dominio de algzmo de esos
sistenías comparativos. Ahora bien, es claro que no todos los objetos que exhiben una
magnitud pueden pertenecer al dominio de algún sistema de comparación cualitativa; por
tanto, como avanzamos al comienzo del capítulo, no todos los objetos que exhiben la
magnitud se pueden medir directamente por comparación cualitativa con un estándar. Aquí
es donde entra la medición indirecta.
En la medición indirecta asignamos cantidades a los objetos utilizando otras canti-
dades ya conocidas con anterioridad (mediante medición directa o indirecta) y ciertas
fórmulas que relacionan las cantidades involucradas. Ahora vamos a ver sólo los casos de
medición indirecta en los que las fórn-iulas que correlacionan los valores expresan leyes
naturales, no definiciones de una magnitud introducida a partir de otras. Sobre este segun-
do tipo de casos ya nos extendimos en la sección dedicada a la metrización derivada; los
elementos estructuraIes de los procedimientos de medición indirecta para estos casos se
puede colegir fácilmente de lo dicho entonces.
La idea central para la caracterización de los procedimientos y métodos de medi-
ción indirecta (mediante leyes) es sencilla. Como en la medición indirecta obtenemos el
valor deseado mediante otros valores ya conocidos y relacionados con el ignorado de
cierto modo, este modo en que están vinculados los valores conocidos y el desconocido es
lo que caracteriza el método de medición. Los procedimientos serán casos o aplicaciones
concretas de esos métodos: una medición indjrecta concreta, un yroceJi17ziento de niedi-
cióiz ilidirec~a,utiliza cierto modo de obtener el valor desconocido a partir de los conoci-
dos, modo en el que puede coincidir con otras mediciones concretas conformando así un
procedimiento general, un inétodo de inedición iildirecta. Por ejemplo, los diferentes casos
concretos de medición de distancia mediante triangulación, independientemente de los
diferentes datos que se manejen en cada caso, coinciden en que obtienen la distancia
desconocida entre dos puntos con la ayuda de un tercer punto, con las nuevas distancias y
ángulo conocidos, y de cierta Iey geométrica que relaciona todos estos valores y que
proporciona, por tanto, el modo de obtener mediante cálculo el valor deseado a partir de
los otros ya conocidos. Lo mismo ocurre con las diferentes mediciones de la masa de
cuerpos celestes mediante desviación de la trayectoria de un proyectil controlado. O con
las mediciones de la masa de cuerpos de tamaño medio mediante un dinamómetro. Y
análogamente en los restantes casos de medición indirecta.
Si ésta es la idea intuitiva, la caracterizricjón formal de los procedimientos y
métodos de medición indirecta es senc~lla.¿Qué entidades van a representar los procedi-
mientos concretos de medición indirecta? La respuesta está implícita en la caracterización
intuitiva. Lo que hace a esos sistemas apropiados a fines de inedición es que "contienen"
cierto vínculo entre el valor a medir y otros valores ya conocidos. Puesto que no nos
ocupamos ahora de relaciones definicionales, ese vínculo es irit hecho físico, una relació~~
real entre los diferentes valores involucrados, esto es, una ley de la naturaleza. El mejor
modo de representar estos sistemas, de acuerdo con el enfoque semántica que veremos en
el capítulo 10, es en términos de modelos. De momento nos basta una noción intuitiva de
modelo de una teoría T como aquellos sistemas reales, formados por objetos y propieda-
des estudiados por T. en los que rigen las leyes de T(p.ej., en la mecánica, el sistema solar,
o el sistema Tierra-Luna, o un cohete acercándose a la Luna, o un cuerpo suspendido de
un muelle, etc.). Así, puesto que los modelos de las teorías cuantitativas contienen o
expresan las leyes de la naturaleza usadas en los procedimientos de medición indirecta,
estos procedimientos se pueden identificar por tanto con modelos de cierta teoría que
satisfacen ciertas constricciones adicionales.
No vamos a ver aquí en detalle las constricciones adicionales que han de cumplir los
modelos de una teoría T para ser modelos de medición indirecta. En general, las constnccio-
nes se expresarán mediante cierta fórmula J3que deberin satisfacer los modelos de T y que
permite determinar (con cierto grado de unicidad) el valor desconocido. La caracterización
es en realidad un poco más complicada puesto que es posible que en la medición del valor
buscado se usen leyes que no son estrictamente leyes de T (sólo de 0, sino leyes-puente
entre T y otras teorías; esto es, es posible que en la medición entren indirectamente en juego
modelos de otras teorías. A veces se puede reducir el caso complejo a una combinación de
casos simples cada uno de los citales involucra sólo modelos de una teoría, pero la existencia
de leyes-puente genuinas hace que no siempre se pueda proceder así (cf. la noción estructu-
ralista de vírzclrlo itltei-teórico introducida en la sección 5 dzl capítulo 10).
Ignoraremos provisionalmente estas complicaciones adicionales y presentamos la
caracterización gzneral de procedimiento de medición indirecta sólo para los casos más
simples, esto es, relativizada a una única teoría T. Así simplificada, la caracterización es,
en líneas generales, la siguiente.
Un procedimiento de medición directa determina el valor de una niagnitud 1b1 para
un objeto a , M(a), usando valores conocidos de otras magnitudes Mi, ..., M, para a , o de LCI
y M,, ..., M, para otros objetos a , , ..., al (o ambas cosas a la vez). En el caso más sencillo,
en el que se usa una ley de una teoría, el procedimiento es un modelo de la teoría, que
contiene entre sus funciones ICI y M I , .... Al,, y que es ampliado de cierto modo mediante
valores destacados. Así, si los modelos dz T son del tipo a, R,, ..., R,>, los procedimien-
tos de medición indirecta se pueden representar del siguiente modo:
cados que determinan el valor a medir; estos valores pueden ser, tanto de la misma
magnitud para otros objetos, como de otras magnitudes para el objeto en cuestión además
de para esos otros objetos. En realidad, en la determinación de M(a) no intervendrán todos
los valores de todas las magnitudes destacadas para todos los objetos destacados, pero
expresarlo así de modo preciso supone una complejidad notacional adicional considerable.
Por ejemplo, en la medición indirecta de la masa de la Luna (1) mediante su acción
mecánica sobre un cohete (c) enviado a sus proximidades, el valor a medir 111(I) se obtiene
a partir de la masa conocida del cohete ni(c) y de las trayectorias conocidas de la Luna y
del cohete, esto es, de los valores para ambos objetos de la función posición S durante
cierto intervalo de tiempo t 2 - r,. A partir de m(c) y de los valores S , ( / ) y s,(c) (las
trayectorias de ambos objetos durante t2 - r,) se puede obtener 1í1(1) suponiendo que cl
sistema Luna-cohete satisface ciertas leyes mecánicas, al menos los principios de Newton
y ]a ley de gravitación universal, esto es, que el sistema es modelo de (al menos algunas
leyes de) la mecánica clásica.
Éste es pues el esquema general de los procedimientos de medición indirecta. Así
dice muy poco, y el análisis es filosóficamente interesante cuando se desarrollan sus
detalles, pero no podemos hacerlo aquí (un análisis detallado en esta línea puede encon-
trarse en Balzer, 1985). Concluiremos con tres comentarios adicionales.
En primer lugar, el análisis de la medición indirecta hace explícito el sentido
principal en que los datos empíricos están cargados de teoría. Puesto que la medición
indirecta no sólo es la más común en la ciencia, sino la única en procedimientos sofistica-
dos de contrastación que involucran predicciones cuantitativas, los datos de estas contras-
taciones dependen esencialmente de la validez de las leyes que se usan para su determina-
ción. Pero veremos más adelante que, aunque a \.eces se ha sostenido lo contrario, esta
carga teórica de los datos no socava la legitimidad empírica de las teorías. Sobre esta cues-
tión nos extenderemos en los capítulos 8, 9, 10 y 12.
En segundo lugar, desaparece ahora cierta extrañeza que podía haber suscitado
el análisis de la medición directa. El lector atento habrá advertido entonces que la
medición directa sólo genera fracciones de los valores asignados a los estándares. Eso
no quiere decir que sólo genere como valores número racionales, pues los valores
asignados a los estándares pueden ser irracionales. Pero sí que, si a los estándares se les
asigna racionales, o enteros como de hecho se hace en las escalas usuales, la medición
directa sólo generaría valores racionales. Y sin embargo, aun usando en la práctica
científica valores enteros para los estándares, la ciencia maneja usualmente valores
irracionales. Nada hay de extraño en ello pues la medición directa es sólo uno de los
modos de realizar asignaciones. Aunque ella genere sólo valores racionales, a través de
la medjción indirecta obtenemos valores irracionales por efecto de las relaciones cuanti-
tativas contenidas en las leyes (cf. Hempel, 1952).
Por último, mencionaremos un fenómeno común en la medición que, aunque no
suele tener consecuencias prácticas importantes, es conceptualmente interesante. Se trata
de lo que a veces se ha llamado fallos sistentáticos (cf. p.ej. Balzer, op. cit.,cap. 5). Este
fenómeno consiste, descrito en general, en que algunas veces los procedimientos para
medir la magnitud de un objeto modifican dicha magnitud. Por ejemplo, al medir median-
te u n dinamómetro la fuerza de atracción gravitatoria de un objeto a una distancia d del
centro de la Tierra, el valor finalmente obtenido en el punto de equilibrio no es el corres-
pondiente a esa magnitud para la distancia d sino para otra distancia d' menor (debido a la
elongación del muelle), siendo ambos valores diferentes. O al medir la temperatura de un
líquido mediante un termómetro el valor obtenido no es la temperatura antes de introducir
el termómetro sino después, una vez se han equilibrado la temperatura del liquido y fa del
tert;tórnetro; ambos valores pueden no coincidir, de hecho no coinciden salvo que el
termómetro estuviera ya a la temperatura del líquido. Como hemos indicado, las conse-
cuencias prácticas de este fenómeno son casi siempre (pero sólo casi siempre) desprecia-
bles, pues ambos valores apenas difieren. Pero aunque a la mayoría de efectos prácticos se
puedan identificar, eso no elimina el hecho de que son valores diferentes. Se trata pues dz
fallos de medición, en el sentido de que el valor medido no coincide con el realmente
buscado. Pero son también fallos sistemáticos, esto es, responden a una regularidad natu-
ral y son por tanto corregibles. Haciendo la medición un poco más larga, siempre podemos
ir de los valores obtenidos a los realmente buscados mediante leyes físicas adicionales.
7. Consideraciones finales
valores a objetos que exhiben la magnitud pero a los que no se les puede asignar valores
mediante comparación directa con estándares. Ahora bien, esta afirmación supone un
hecho adicional no explicjtado hasta el momento, a saber, que "lo" medido indirectamen-
te, mediante las leyes, es lo mismo que "lo" medido directamente a partir de sistemas
puramente cualitativos. Brevemente: ;por qué lo medido directamente mediante una ba-
lanza es la masa, es esa cosa de la que habla la Mecánica Clásica? Análogamente con la
temperatura. Desde luego que en la medición directa medimos alguna magnitud, pero ¿por
qué es la misma magnitud que aparece como función numérica en los modelos de cierta
teoría cuantitativa? Eso indica que nuestro análisis de la medición directa es incompleto.
Hemos caracterizado los procedimientos y métodos de medición directa en general, pero
no los procedimientos y métodos de "medición directa de la magnitud M". Para ello es
necesario hacer explícito el vínculo entre ciertos procedimientos de medición directa y la
teoría cuantitativa que incluye la función métrica M. El vínculo consiste, básicamente, en
que el sistema cualitativo que constituye el procedimiento de medición directa satisface
las leyes de esa teoría, es uno de sus modelos. Intuitivamente: lo que medimos con la
balanza es la masa de la Mecánica porque la balanza satisface las leyes mecánicas, es un.
modelo de esa teoría. La cosa no es tan simple pues ios modelos de la teoría son cuantitati-
vos y 10s sistemas comparativos de los PMD son cualitativos. Expresar que el PMD
satisface las leyes de la teoría requiere algunas complicaciones que no podemos discutir
aquí (cf. Díez, 1994a), pero la idea es exigir determinados requisitos de coherencia entre
10s órdenes cualitativos y los valores numéricos que tienen los objetos del dominio de
comparación en los inodelos cuantitativos de la teoría en cuestión. En el capítulo 10 ( $ 5 )
veremos que éste es el motivo por el que la masa, a pesar de poder medirse mediante
procedimientos de medición directos, debe considerarse lo que allí llamareinos "mecáni-
co-dependiente", esto es, la masa es tal que su determinación o medición presupone
siempre la aplicación de alguna ley de la mecánica.
3. Por último, y después de este largo recorrido, ¿qué hay de la ontología de las
magnitudes? ¿Son meras propiedades relacionales con condiciones específicas que permi-
ten hablar de ellas cuantitativamente? ¿O existen efectivan-iente"las cantidades"? Aunque
la cuestión es muy compleja y requiere una discusión detenida, tendemos a considerar que
la posición más natural es la primera. Nada en todo este recorrido parece requerir la
existencia objetiva de esas entidades cuantitativas; podemos dar cuenta de todo lo referen-
te a la medición partiendo exclusi~amentede propiedades relacionales cualitativas. Esta
tesis se ve reforzada por el elemento de arbitrariedad contenido en la cláusula (3) del
esquema PMD, a saber, nada hay en el mundo que exija elegir entre diferentes tipos de
representación cuantitativa (aditiva. multiplicati~~a, etc.), eso sólo depende de nuestras
prácticas convencionales. Si reescribiéramos toda la física con, por ejemplo, repre-
sentaciones multiplicativas de las métricas combinatorias (masa, longitud, duración, etc.)
la forma cuantitativa de todas las leyes físicas cambiaría, pero el "contenido" sería el
mismo. La interpretación más natural de ello es que ese contenido, lo que se dice realinen-
te del niundo, es puramente cualitativo. Dicho esto, por supuesto, no hay ningún reparo en
Ilainar cuanritatii!as a esas relaciones que satisfacen las condiciones empíricas suficientes
para dejarse representar numéricamente. La cuestión permanece la misma: desde esta
perspectiva "relncionril", las relaciones dc comparación son lo básico y las "cantidades7' lo
derivado. El partidario de la perspectiva no relaciona1 ve las cosas al revés, lo básico son
las cantidades, y ellas expIican que se den ciertas relaciones de comparación. Nuestra
posición es que IL? prinlera postura es metafísicamente más conservadora y que nada exige
optar por la segiinda. Por tanto, el conservadurismo ontológico general deseable en filoso-
fía hace preferible la perspectiva relacional.
1. Explicación y explicación científica
barrio es el amante de la mujer de Pepe, y que Pepe lo sabe. Y supongamos también que
alguien, que no sabe que el lechero es el amante de la mujer de Pepe, nos pregunta por qué
Pepe se pasó todo el día de mal humor. En ese caso, "porque Pepe se ha cruzado en la
puerta de casa con el amante de su mujer" puede ser (en ciertas circunstanciac) una buena
expIicación, mientras que "porque Pepe se ha cruzado esta mañana en la puerta de casa
con el lechero" puede (en esas mismas circunstancias) no serlo. O supongamos que
queremos explicar por qué un beduino, que ignora que el agua es H 2 0 , modifica su ruta
para pasar por un oasis. Una buena explicación puede ser "porque tiene sed y en el oasis
hay agua", mientras que "porque tiene sed y en el oasis hay H20" no lo es. No vamos a
detenemos ahora en esta cuestión, en las secciones 4 y 5 haremos algunas consideraciones
al respecto.
Para concluir esta sección introductoria introduzcamos algo de terminología espe-
cífica. En una explicación llamamos 'explanandum' a aquello que requiere de una explica-
ción, y 'explanans' a aquello que proporciona la explicación del explanandum. Todo
análisis del concepto de explicación debe dar pues una caracterización precisa del expla-
nandum y del explanans. Pero no sólo de ellos. También debe caracterizar la relación que
se da entre ambos. Llamaremos 'relación explicativa' a aquella relación que, por darse
entre el explanans y el explanandum, hace que podamos considerar que el primero explica
al segundo. Todo análisis debe caracterizar estos tres elementos: explanandum, explanans
y relación explicativa; como veremos, los diferentes modelos alternativos se diferencian
en su análisis de alguno de estos elementos. Aunque el objeto principal es la explicación
científica, por los motivos indicados más arriba la discusión hará referencia a veces a
explicaciones ordinarias pre- o protocientíficas, especialmente cuando sean fuente de in-
tuiciones muy firmes.
2.1. FORMA
GENERAL DE LA EXPLIC.ACI~NMEDIANTE COBERTURA LEGAL INFERENCIAL
(1) El explanans contiene esencialmente al menos una ley, y todos los hechos
generales que contenga esencialmente deben ser leyes.
(2) Si el explanandum es un hecho particular, el explanans contiene también
esencialmente al menos un hecho particular. Los hechos particulares que
contiene el explanans son las condiciorzes antecedentes.
(3) La relación de explicación es una relación de inferencia lógica, el explanan-
dum se infiere del expldnans.
rencia inductiva sin premisas generales probabilistas y (ii) inferencia deductiva con con-
clusión particular y alguna premisa general probabilista).
Antes de pasar a discutir cada uno de estos tipos es preciso hacer dos obsenracio-
nes. En primer lugar, aquí hemos presentado las condiciones generales (1)-(3) en términos
de hechos pero. según Hempel, dada la naturaleza argumentativa de la explicación lo
apropiado es presentarlas referidas a eitiu?ciados:explanandum y explanans son enuncia-
dos o conjuntos de enunciados. Aunque Hempel sigue casi siempre esta práctica, a veces
también habla como si la relación explicativa se diera directamente entre lo que los
enunciados expresan, los hechos o, para ser precisos, las proposiciones. Hempel prefiere
hablar de enunciados porque le resulta más conveniente para su caracterización de las
leyes, pero lo mismo podría hacerse, si se formula con cuidado, hablando de hechos. Esta
cuestión no es de momento demasiado importante mientras no tomemos en consideración
los aspectos intensionales de la explicación que mencionamos más arriba. Aquí usaremos
indistintamente ambas versiones, privilegiando ligeramente la primera por ser quizá más
intuitiva; intuitivamente, lo que explicamos son "cosas que pasan" mediante "otras cosas
que pasan", no enunciados mediante enunciados.
La segunda observación se refiere a las condiciones generales adicionales que impo-
ne Hempel para considerar que una explicación es fácricameitte col-recra. Las condiciones
(1)-(3) caracterizan sólo lo que es una explicacióli porel~cialo posible. En las explicaciones
correctas ha de ocurrir además que el explanandum sea verdadero, que lo que explicamos sea
algo que efectivamente ocurre. Eso hace a la explicación real, esto es, que no sea un mero
ejercicio conceptual. Pero para que, además de ser real, sea fácricmnente correcta es preciso
algo más, a saber, que el explanans sea también verdadero. Para tener una explicación
correcta, el hecho que ocurre y que queremos explicar debe explicarse mediante hechos que
también ocurren. Explicamos que pasa cierta cosa porque ciertas otras cosas también yasall.
Como reconoce HempeJ, esta exigencia tiene algo de extraño pues descalifica como inco-
rrectas explicaciones intuitivamente inuy buenas en cuanto se ha comprobado que parte del
explanans, por ejemplo alguna ley, es falsa. Esta cuestión es en parte nominal, pero tiene
también un elemento que no lo es y que se hará explícito cuando nos ocupemos más adelante
de la explicación conlo unificación teórica.
2.2. EXPLICACI~N
N O M O L ~ G I C ADEDUCTIVA PARTICCLAR (NDP)
NDP
k ( A x + Bs)
(Ac + Bc) + Pa
Es deductivamente válido, la ley ocurre esencialmente, etc. No sólo eso, sino que también
es materialmente adecuado, pues si el explanandum es verdadero también lo es la segunda
premisa. Pero es obvio que no se puede considerar una explicación de que a es P, pues la
ley no tiene nada que ver con esas entidades. Hempel ya había advertido esta dificultad en
su primer trabajo y había introducido una condición adicional que establece, aproximada-
mente, que las condiciones antecedentes no se deriven de la ley y del explanandum. En
realidad es un poco más complicada para evitar otros casos semejantes, pero no la vamos a
exponer aquí (cf. Hempel y Oppenheim, 1948, 56). Sin embargo, Eberle, Kaplan y Monta-
gue (1 961) mostraron que dicha condición no era suficiente para bloquear otros casos más
sofisticados. Kaplan (1961) y Kim (1963) propusieron otras condiciones alternativas que,
como Hempel reconoce, sí logran el efecto deseado (cf. su postscripruií~ de 1964 a Hem-
pel y Oppenheim, 1948).
P4: Efectos de causa cornrín. Es una regularidad no accidental, nómica, que poco
tiempo después de que un barómetro registre una caída extremadamente brusca, se sucede
una tormenta en las proximidadrs. Podemos entonces infzrir la tormenta de la brusca
caída del barómetro, junto con esa regularidad, pero ello no se puede considerar una
explicación de la ocurrencia de la tormenta. Esta regularidad correlaciona dos efectos
diferentes de una causa común, a saber, el brusco descenso de la presión atmosférica. Lo
que proporciona la explicación de cierta tormenta particular es cierto descenso particular
de la presión, no la bajada del barómetro. Otro caso parecido es el de las mareas. Existe
una regularidad nómica (conocida desde la antigüedad) entre la intensidad de las mareas y
las fases de la Luna: la intensidad es cíclica, máxima en luna llena y nueva, mínima en
l
cuarto creciente y menguante. De esta regularidad, y de cierta fase específica de la Luna,
l se puede inferir (aproximadamente) la intensidad de la marea. Pero ello no es una explica-
\ ción genuina, la particular intensidad de la marea no se explica por la particular forma
aparente de la Luna. Ambos fenómenos están correlacionados por ser efectos de una causa
común, las posiciones relativas de la Luna. la Tierra y el Sol: la variación de esas posicio-
nes tiene como efectos ópticos las fases de Id Luna y como efectos dinámicos los cambios
de intensidad de las mareas. Este tipo de casos se suelen presentar además como contrae-
jemplos a la tesis de Hempel sobre la simetría entre explicación y predicción; podemos
predecir la tormenta mediante el barómetro. o la rnarea mediante la fase lunar, pero se
trata de predicción sin explicación.
P6: Explicaciones releológicas y fincioltales. Los casos anteriores son casos que
se ajustan a NDP pero, por diversos motivos, no parecen poder considerarse explicaciones.
Ahora ocurre lo contrario, las explicaciones teleológicas y funcionales parece que son
explicaciones genuinas y que (en la medida en que explican hechos particulares) no
satisfacen NDP. No lo satisfacen pues, aparentemente al menos, no se infiere el explanan-
dum del explanans, sino que (parte de) el explanans se infiere del explanandum (y .del.
resto del explanans). Explicamos el latido del corazón por su función en la circulación de
la sangre; o las largas orejas de los conejos por su función en el control de la temperatura
corporal; o el viaje de Rosa a Salzburgo por su finalidad de asistir a un determinado
concierto. En estos casos parece que, si es que se pueden considerar inferencias, no sucede
que el hecho explicado se infiere de las condiciones antecedentes, sino más bien lo
contrario: del tamaño de las orejas de este conejo (y de otras cosas) se infiere determinado
fenómeno particular de equilibrio térmico corporal; del viaje de Rosa (y de otras cosas) se
infiere su asistencia al concierto; etc. Explicamos un hecho mediante otro que es su
función o finalidad, pero parece que es éste el que se sigue de aquél y no al revés. En la
última sección volveremos sobre esta cuestión que, como veremos, tiene cierta relación
con la de la prioridad temporal planteada en P2.
El lector habrá percibido que casi todos estos casos están relacionados de una
forma u otra con la causalidad. Ello vale no sólo para P4, en cuya presentación hemos
hecho ya referencia explícita a la causalidad. En P2, si se rechaza como explicativa la
inferencia con condiciones antecedentes posteriores en el tiempo al explanandum es
porque se considera que tales condiciones tienen que ser causalmente responsables del
explanandum y que las causas siempre preceden temporalmente a los efectos. De modo
parecido, en P3 se acepta como explicación sólo una de las inferencias simétricas
porque la altura es causalmente responsable de la longitud de la sombra, no viceversa.
En P5, determinada propiedad contenida en el antecedente de la ley se considera expli-
cativamente irrelevante por ser causalmerzre irrelevante. Otro modo de apuntar en la
misma dirección es distinguir entre regularidades nómicas y leyes, siendo éstas sólo un
subgrupo de aquéllas. No toda regularidad nómica sería una ley y mientras que la
nolízicidad se preserva bajo relaciones de inferencia y simetría, la legalidad no (cf. cap.
5 , $1 y $2). Estos contraejemplos dejarían de serlo si en NDP exigiéramos, dada esa
diferencia, no sólo que las regularidades que intervienen esencialmente sean "no acci-
dentales", nómicas, sino que sean leyes. Los presuntos contraejemplos no serían tales
pues las regularidades involucradas (entre los descensos de barómetros y las tormentas,
entre las sombras y las alturas, entre los terrones embrujados y la solubilidad, etc.)
serían nómicas pero no leyes. Esta estrategia, por lo general, no es sino otro modo de
apelar a la causalidad pues, en general, quien defiende la diferencia entre regularidades
nómicas y leyes lo hace en términos de causalidad: las Ieyes serían aquellas generaliza-
ciones nómicas en las que se dan las apropiadas relaciones causales entre (las ejemplifi-
caciones de) las propiedades involucradas.
Hempel, por supuesto, percibió desde el comienzo que hay.una estrecha relación
entre explicación y causalidad, pero considera que el análisis de la explicación no debe
hacer referencia explícita a la causalidad. Reconoce el carácter causal de muchas explica-
ciones y defiende que, cuando tal es el caso, eso queda incluido en su modelo mediante la
referencia a las leyes, pues en tales explicaciones causales las leyes que intervengan serán
de hecho causales (como típicamente ocurre con las leyes de sucesión). Pero sostiene que
hay también explicaciones NDP no causales. Ello ocurre típicamente cuando se usan leyes
de coexistencia, como la ley de Ohm ("en cada material, el cociente entre la diferencia de
potencial y la intensidad de un conductor es constante") o la del péndulo (T = Z K ~ ( L / ~ ) ) .
Respecto de esta última, por ejemplo, Hempel sostiene que nadie diría que el período de
un péndulo es causado por su longitud (cf. 1965, cap; XII, 92.2). Pero ello no sólo ocurre
con las leyes de coexistencia, también es dudoso el carácter causal de algunas leyes de
sucesión, como la ley de caída de los cuerpos de Galileo. Ahora vamos a dejar de momen-
to el problema tan sólo planteado, volveremos sobre él más adelante.
2.3. EXPLICACI~N
NOMOL~GICADEDUCTIVA GESERAL (NDG)
NDG
E es la ley (no probabilista) que se deriva de las leyes explicativas L;. h'ótese que (7)
excluye la posibilidad de explicar hechos generales que no sean leyes. ¿No pueden expli-
carse regularidades accidentales? No, pues por ser accidentales no son "esperables", esto
es, explicables. Si se aceptaran como explanandum regularidades accidentales entonces
podrían aceptarse también en el explanans; por tanto, en la medida en que, como vimos,
haya buenas razones para exigir que todos los hechos generales que intervienen esencial-
mente en el explanans de una explicación sean regularidades nómicas, en esa misma
medida se excluyen como explanandum hechos generales accidentales. Otra cosa es que
se sostenga que no hay en última instancia regularidades accidentales, que todas las
regularidades son nómicas y que el que algunas parezcan accidentales se deriva sólo de
nuestro actual desconocimiento. Ésta es otra cuestión que ya tratanlos en el capítulo 5 y
sobre la que no vamos a volver ahora. Pero si hay regularidades meramente accidentales,
no pueden ser explicadas. Como dijimos anteriormente, accidellralidad y e-~plicarividad
son conceptos excluyentes.
E1 principal problema para un análisis satisfactorio de las explicaciones NDG es,
como reconoce Hempel, el de ofrecer una noción precisa y adecuada de i~zclusividadque
excluya los casos de autoexplicación:
DEDUCTIVO
2.4. EXPLICACI~N ESTAD~S~C,\
(DE)
nómicas, pero tampoco de accidentales. La condición es pues que todo hecho general
empírico que intervenga esencialmente en el explanans debe ser nómico. La idea es que el
explanans no puede contener esencialmente ninguna regularidad e~npiricaaccidei~ral,
pues ella contaminaría, por así decir, de accidentalidad el resto y m i n a r í a su pretendido
carácter explicativo.
De lo dicho se desprende que las explicaciones deductivo-estadísticas se caracteri-
zan por satisfacer, además de (1)-(3), las siguientes condiciones adicionales:
L,, L"
,.s
P,, Pk
e..,
Li, ..., L.
Pl, ..., Pt
Cl. cm
--------- [J-1
,
.e
Aquí '[I-1' denota el grado de soporte inductivo que el explanans confiere al expla-
nandum. Nótese que en estos casos rz puede ser 0, esto es, el explanans puede contener
quizá sólo leyes estadístico-probabilistas. Y en el caso más simple el explanans tiene una
única ley. estadística; así, en el ejemplo del cáncer de Luis, si A es la propiedad de
desarrollar cáncer de pulmón y B la de haber fumado tres paquetes diarios durante cuaren-
ta años, tenemos el siguiente esquema:
p(A/B) es próxima a 1
Ba
........................ [próximo a 11
Aa
Otro ejemplo que se ajusta a este patrón simple es la explicación de la cura de Juan de una
infección por estreptococos a partir del hecho de que la inmensa mayoría de tales infeccio-
nes remite al tratarse con penicilina y de que Juan se ha infectado y se ha tratado con
penicilina (cf. Hempel, 1965, $3.3). Un ejemplo de explicación IE un poco más compleja
es el siguiente (ibid.). El hecho a explicar es la reducción, en 7,64 días, de una muestra
particular de radón de 10 a 2,5 miligramos por desintegración radiactiva. Este hecho se
explica porque: a ) la muestra es de radón, b) la probabilidad de que un átomo de radón se
desintegre en 3,82 días es 0,5, c) las desintegraciones de diferentes átomos de radón son
sucesos estadísticamente independientes, y 6) 10 miligramos de radón contienen un canti-
dad muy elevada de átomos (y, habría que añadir en el explanans, tales y cuales principios
de la teoría de la probabilidad que se usan en la inferencia inductiva).
Éste es el núcleo del análisis que hace Hempel de las explicaciones inductivas.
Este análisis se enfrenta a muchas de las dificultades que vimos en las explicaciones NDP,
o las versiones inductivas de las mismas, y además a otras específicas. Concluiremos con
tres problemas principales. El primero cuestiona que la alta probabilidad sea un condición
suficiente para la explicación. El segundo, que sea una condición necesaria. El tercero, la
ambigüedad inductiva, lo presenta el propio Hempel y para resolverlo introduce una
modificación sustancial.
P8: Irrelecntzcin itzd~lctiva. Es la versión inductiva del problema de la irrelevan-
cia que vimos en las explicaciones NDP. Es una regularidad nómica que la mayoría de
1
i resfriados tratados con vitamina C remiten a la semana. De ella, junto con el hecho de que
Ana tome vitamina C la primera semana de su resfriado, se infiere con alta probabilidad
que su resfriado remitirá a la semana. Sin ernbarso, no se puede considerar una explica-
ción de la cura de Ana pues la mayoría de resfriados remiten a l a semana también sin
tomar vitamina C. Otro ejemplo típico es el de las neurosis. Que Pedro siguiera una
terapia durante un año y que la mayoría de las neurosis tratadas con psicoterapia remiten
al año implica inductivamente que la neurosis de Pedro remitiera al año, pero no lo
i explica, pues la mayoría de las neurosis remiten al año también sin psicoterapia. Así pues,
la alta probabilidad de la inferencia inductiva no e s suficiente para obtener una explicación
estadística genuina.
PlO: Ainbigiieliad inductivn. Hempel mismo menciona una dificultad del es-
quema básico IE que obliga a una modificación sustancial del mismo. Es el problema de
la ainbigiiedad esplicativn de las explicaciones IE. El problema se deriva de ün hecho
que ya comentamos en el capítulo 2 ($3). En esencia, consiste en que podemos tener
dos explanans ambos verdaderos de los que se infieren con alta probabilidad inductiva
dos explananda contradictorios. Supongamos que la probabilidad r de tener la propie-
dad A si se tiene la propiedad B, p(A/B) = r , es muy alta, próxima a 1; que la pro-
babilidad s de ser A si se es C, p(AIC) = s, e s muy baja, próxima a O, de donde la
probabilidad p(no-A/C) de no ser A si se es C es 1-S, por tanto muy próxima a 1; y que
cierto individuo a tiene a la vez las propiedades B y C. Consideremos entonces los
siguientes argumentos:
FL'ND;\b!E3TOS DE FILOSOF~ADE LA CIENCIA
Estos argumentos son inferencias inductivas válidas, y satisfacen además las con-
diciones para ser explicaciones IE. Parece entonces que puede haber explicaciones ade-
cuadas con explanantes ambos verdaderos y explananda contradictorios. Volvamos a]
ejemplo de Hempel de la infección con estreptococos. Si la infección es de una cepa
especial resistente al medicamento entonces la inmensa mayona no se cura. Aquí, A es
curarse, B es "infectarse (0 y tomar penicilina (P)" y C es "infectarse con la cepa especial
(E) y tomar penicilina (P)". Supongamos que Juan tiene una infección por estreptococos y
que toma penicilina, pero que los estreptococos son de la cepa especial. Entonces pode-
mos explicar tanto que se cure como que no se cure. Así es como lo reconstruye Hempel
(cf. 1965, §3.4.1), aunque sería más apropiado, como hace Salmon (1989, 92.4.2), consi-
derar que B es infectarse y tratarse con penicilina y que C es B & H, siendo H que los
estreptococos son de la cepa especial, pues eso parece una especificación a añadir a B.
Este tipo de casos, en los que condiciones adicionales van invirtiendo la probabilidad, es
muy común. La probabilidad de que no te moleste la policía en Barcelona es alta; pero si
eres norteafricano, pasa a ser baja; si, aunque seas norteafricano, vas elegantemente vesti-
do y con un acompañante europeo, vuelve a ser alta; pero si el acompañante tiene aspecto
de drogadicto, se vuelve a invertir; etc. Conviene señalar, sin embargo, que el problema de
la ambigüedad no se limita a estos casos, puede darse con condiciones no acumulativas;
por ejemplo: la probabilidad de que un fumador de más de tres paquetes diarios muera
antes de los ochenta años es alta; la probabilidad de que alguien con dieta equilibrada y
que practica deporte asidua y moderadamente muera antes de esa edad es baja; Juan fuma
esa cantidad, y también lleva una dieta equilibrada y practica deporte; tenemos dos expli-
caciones E con premisas compatibles de hechos contradictorios.
Nótese que el problema no es que puede haber argumentos inductivos válidos con
conclusiones contradictorias. Eso también pasa con los deductivos. El problema es que
puede haber argumentos inducti\ios válidos con conclusiones contradictorias y tales que
laspreinisas de ar?zbosson verdaderas. Eso no puede suceder con los deductivos, pues dos
grupos de premisas de las que se deducen conclusiones contradictorias no pueden ser
L
verdaderas a la vez, son también contradictorias. Esto no es un problema para las i~zfelmz-
cias inductivas en cuanto tales, pues es previsible que ello ocurra dado su carácter inducti-
vo. En cambio es un problema si queremos considerar tales inferencias explicaciones
inductivas, pues la noción de explicación excluye, a juicio de Hempel, que dos grupos de
hechos puedan ser simultáneamente verdaderos y explicar cosas contradictorias. Podría
argüirse que el supuesto problema no es realmente tal, pues de las dos explicaciones sólo
una puede ser una explicación real en el sentido precisado más arriba, a saber, sólo en una
el explanandum es verdadero, ocurre efectivamente. Pero esta escapatoria no es muy
satisfactoria. El problema no es que haya de hecho explicaciones compatibles de hechos
"que ocurren" incompatibles; ése no sería un problema pues no hay tales pares de hechos.
El problema es que podría haber explicaciones compatibles de hechos "posibles" que
fuesen incompatibles. Y eso parece un problema genuino independientemente de que por
supuesto sólo pueda ser verdadero uno de los dos explananda.
La solución de Hempel consiste en imponer un requisito adicional para poder
considerar explicativa una inferencia inductiva. Como la ambigüedad se debe a que una
explicación introduce información relevarrtr nueva respecto de la otra, la idea es imponer
alguna constricción al respecto. La alternativa más radical es imponer el requisito de
evidetzcia total (o de los eleinetttos de juicio rotales) a saber, que la inferencia sea tal q u e
no haya evidencia disponible adicional que cambie el grado de apoyo inductivo. Aunque
inicialmente Hempel pensó en esta alternativa (cf. Hempel, 1962), en seguida se dio
cuenta de que es excesiva (1965, n. 73). Si se exige que el explanans contenga toda la
evidencia relevante disponible, y puesto que a menudo el explanandum no sólo es verda-
dero sino que se sabe que lo es, entonces el explanandum mismo formará parte de la
evidencia en el momento de la explicación y debería por tanto incluirse también en el
explanans. Esto sería fatal pues convertiría la inferencia en deductiva, y ni siquiera en el
modelo recogido en NDP (puesto que no se usaría esencialmente ninguna ley), se inferiría
el explanandum trivialmente de sí mismo. Esta alternativa tendría pues como consecuencia
el incumplimiento de una condición básica de toda explicación, tanto deductiva como
inductiva, a saber, que en el explanans intervenga esencialmente alguna ley; por tanto, de
exigirse, implicaría que no hay explicaciones IE.
Hempel impone una condición más débil sobre la información disponible en el
momento de la explicación, el reqciisito de mrí-cima especificidad (RLME).Sea K el conjun-
to de hechos aceptados (incluyendo sus consecuencias lógicas) en el momento de la
explicación. El problema de la ambigüedad se da cuando K tiene subconjuntos que dan
alto apoyo inductivo a conclusiones contrarias, lo que sucede básicamente cuando hay
leyes p(A1B) = r, p(AIC) = s tales que r es cercano a 1, s es cercano a O, y la evidencia
contiene tanto Ba como Cn. La idea es entonces no considerar explicativas estas inferen-
cias inductivas en esa situación cognoscitiva. El RblE establece aproximadamente lo
siguiente (cf. 1965, $3.4.2).
1 puestas. Jeffrey (1969) defiende que cuando un mecanismo estocástico da lugar a resulta-
dos con diferente probabilidad, unos muy probables y otros muy poco, comprendemos
ig~talla ocurrencia de los probables que la de los improbables. Greeno (1970) desarrolla
ir
z
+
una teoría informacional de la explicación estadística centrada en el concepto de transmi-
sión de información, analizado en términos de relevancia estadística. Según estos autores,
las explicaciones estadísticas de sucesos particulares no son inferencias inductivas. Quien
ha desarrollado una alternativa más elaborada en esta línea ha sido W. Salmon en una serie
i
de trabajos iniciados en los años setenta (1970, 1971, 1977, 1978). Otra línea alternativa
es la de Railton (1978, 1980), quien defiende que hay explicaciones de sucesos con baja
3 probabilidad, pero a la vez que esas explicaciones sí son en parte inferenciales. Una
explicación de un hecho probabilista particular consta de a ) una inferencia dedttcriva de
que el hecho tiene cierta probabilidad, y b) un addendum que establece que el suceso ha
ocurrido. La explicación contiene por tanto una inferencia, aunque no una inferencia
inductiva que concluye con alta probabilidad el hecho, sino una inferencia deductiva que
concluye que el hecho tiene determinada probabilidad, para lo cual no importa que ésta
sea alta o baja. No vamos a examinar aquí los detalles de esta alternativa. Vamos a
centramos en el análisis que más influencia ha tenido, el de Salmon, conocido como
I modelo de la relevancia estadística ('statisrical relevance').
1
La idea básica de este nuevo análisis es que, para tener una explicación estadística
1I satisfactoria, las condiciones antecedentes no deben, con ayuda de una ley, hacer altamen-
te probable el explanandum, sino que simplemente deben ser un factor estadísticamente
releva~ztepara el explanandum. Por factor estadísticamente relevante se entiende un factor
que modifica la probabilidad del suceso, e.e. tal que las probabilidades del suceso toman-
do en cuenta el factor y sin tomarlo en cuenta son diferentes. Si llamamos probabilidad
anterior a la probabilidad sin tomar en cuenta el factor, y probabilidad posterior a la
probabilidad tomándolo en cuenta, un factor es estadísticamente relevante si marca rtrza
diferencia entre las probabilidades anteriores y las posteriores. Así, por ejemplo, explica-
mos la paresis del alcalde apelando a su sífilis latente no tratada pues ese factor es
estadísticamente relevante, aunque no haga muy probable el suceso. Veamos las principa-
les nociones con cuya ayuda se articula esta idea (cf. p.ej. 1984, cap. 2, y 1989, $3. l).
El explanandum, según Salmon, no es simplemente del tipo "a es A", p.ej. que +
Peter es delincuente. La pregunta no es "¿por qué a es A?" sino "¿por qué a, que es B, es
también A?", ''¿por qué Peter, un joven californiano, es delincuente?". La clase (o propie-
dad) B es la clase de referencia, y la explicación consiste en identificar un factor C que, en
esa clase de referencia, es estadísticamente relevante para ser A, p.ej. "Peter, además de
ser joven californiano, es un inmigrante ilegal", donde ser inmigrante ilegal es, entre los
jóvenes californianos, estadísticamente relevante para ser delincuente (ahora identificare-
mos propiedades, clases, atributos y factores).
244 FUSDAMEXTOS DE FILOSOF~A
DE LA CIESCIA
(16) El explanandum es un hecho singular que establece que cierto individuo que
pertenece a cierta clase de referencia B tiene cierto atributo A: "a, que es B,
es también A".
(17) El explanans consta de: (i) la probabilidad anterior p(AI3) = r; (ii) una
(P
partición B & Bi, B & Bz, ... de B, junto con las probabilidades posteriores
p(AIB & BI) = ri,p(A1B & B:) = rz, ...; (iii) el supuesto de que la partición es
A-relevante y A-homogénea; (iv) la condición antecedente de que a tiene
además determinada propiedad Bk,e.e. que pertenece a una determinada
celda B & Bi de la partición. Los hechos estadísticos relativos a las pro-
babilidades anteriores y posteriores son generalizaciones nómicas, leyes na-
turales.
(18) La relación explicativa es la de relevancia estadística: el explanas explica el
explanandum syss p(AIB & Bk)# p(A/B).
4. Pragmática de la explicación
diferentes, p.ej. a ) "¿por qué fue Jzran a la fiesta?', o b) "¿por qué fue Juan a la fiesta?".
En el primer caso se pide una razón de que fuera Juan, y no otra persona, a la fiesta; en el
segundo, se pide una razón de que Juan fuera a la fiesta y no a otro lugar. Ambas son
presuntas diferentes y requieren respuestas diferentes. Una P-pregunta. por tanto, debe
incluir (aunque usualmente quizá sólo de modo implícito determinado por el contexto),
una clase de alternativas frente a las que se contrapone el hecho por cuya razón se
inquiere. La forma explícita de una P-pregunta es entonces la siguiente: ''¿por qué a,
contrariamente a pl, p2, ...?". Van Fraassen denomina a a el reina de la presunta, y a la
clase X = { a ,Di, P?, ...) de todas las alternativas, incluido el tema, clase de contraste.
El tema y la clase de contraste no bastan, sin embargo, para identificar completamen-
te una P-pregunta. El motivo es que incluso fijada X, puede haber vanos tipos de respuesta
dependiendo de qué relación se considere en ese contexto que es la relevante para que la
respuesta se considere una explicación. Por ejemplo, supongamos que pedimos razón de que
Juan viniera a la fiesta contrariamente a que se quedara en casa o se fuese al cine. Una
respuesta, de un tipo determinado, puede ser que Juan salió de su casa un rato antes, caminó
en cierta dirección por cierta ruta, se detuvo en un portal, subió a un piso y el piso es donde
tiene lugar la fiesta. Pero en muchos contextos eso, que es una respuesta, no se aceptaría
como explicación. No se aceptaría porque se pedían razones de otro tiyo. Esa respuesta no es
del tipo que el contexto considera relevante, mientras que sí lo sería, por ejemplo, que Juan
quería ver a Luisa y sabía que Luisa iba a ir a la fiesta. Por tanto, hasta que no esté
determinado el tipo de respuesta que se considera explicativa en el contexto, la pregunta está
indeterminada, en cierto sentido no se sabe qué se pregunta. Van Fraassen denomina relaciólz
de relevaizcia explicativa, R, a este elemento adicional necesario para identificar la P-pregun-
ta. R es una relación que relaciona proposiciones (o hechos) y con temas junto con la clase de
contraste: yR < o ~X> syss y es (considerada en el contexto) explicativamente relevante para
que ocurriera a en lugar de p,, P:, ... Nótese que R sólo determina el tipo de respuesta
considerada relevante, no la respuesta misma, pues hay varias respuestas que pueden ser
relevantes en el contexto; p.ej. en el caso mencionado podría quizá considerase también
relevante como respuesta el que Juan quiere ir al menos a una fiesta cada mes, que ese día es
fin de mes y que ese mes todavía no ha ido a ninguna. Ésta es la enseñanza que van Fraassen
atribuye a la teoría aristotélica de las cuatro aitiai. La teoría establece cuatro tipos caracterís-
ticos de relación de relevancia explicativa dependiente del contexto; en cierto contexto nos
pueden interesar causas eficientes, en otro causas finales, etc. En realidad, las posibilidades
son mayores pues p.ej. dentro de las causas eficientes, en un contexto se pueden considerar
relevantes causas muy lejanas (p.ej. el Big-Bang) y en otro no pues sólo se aceptan como
relevantes antecedentes cercanos.
Así, una P-pregunta se identifica mediante el tema a, la clase de contraste X y la
relación de relevancia explicati\.a R. Podemos representar entonces una pregunta Q me-
diante la tema Q = <a, X, R>. X y R dependen del contexto, y aunque en algunos
contextos, como los contextos científicos en períodos de ciencia normal, están fijados con
bastante rigidez, en otros pueden ser muy variables. Hasta aquí los elementos que Consti-
tuyen las P-preguntas. Quedan por precisar las condiciones en que en el contexto se
acepta la pregunta.
Toda pregunta Q supone ciertos presupuestos, y Q se aceptará en el contexto si
tales presupuestos encajan en el cuerpo de información fáctica aceptada en el contexto.
Una pregunta Q presupone tres cosas; a ) a es verdadera, b) las restantes alternativas Pi son
todas falsas, y c ) existe al menos una proposición y tal que ;lR<u,X>. Si K es el cuerpo de
información aceptado en e[ contexto, la pregunta Q se prodrlce ('arises') en el contexto si
K implica a ) y b) y no implica la negación de c). Esto es, para que una pregunta se acepte
en un contexto como pregunta que requiere respuesta, la información aceptada en el
contexto debe incluir que, de todas las alternativas de X , el tema y sólo él es verdadero, y
además no debe excluir que exista respuesta. En caso contrario la pregunta simplemente
no se produce, se rechaza. Si Q se produce en el contexto, entonces es posible, si se
encuentra, darle una respuesta-explicación. Estas respuestas tienen la forma estándar "u,
contrariamente a Bl, p2 ..., porque -i', que muchas veces se expresa en la forma abreviada
"porque y" (y es el nzícleo de Ia e~plicación).En términos del análisis visto, estas respues-
tas dicen dos cosas: a ) u es verdadera, y b) yRcu. X>,e.e. y es relevante (en el contexto)
para que ocurra cr en lugar de P1,P2 ... .
Éste es el núcleo del análisis de van Fraassen. Nótese que aunque ios ejemplos de
terna que usa son de hechos-proposiciones particulares, nada impide que los temas sean
proposiciones generales, p.ej. "¿por qué las soluciones ácidas colorean el papel tornasol de
rojo?", donde diferentes clases de contraste pueden contener colores alternativos, o pape-
les alternativos, o soluciones alternativas. Podemos esquematizar el modelo pragmático de
van Fraassen del siguiente modo.
Con este análisis van Fraassen reconsidera algunos de los problemas que hemos
visto en las secciones anteriores. Uno de ellos es el relativo a la expIicación de hechos
poco probables, como la famosa paresis del alcalde. Para unos, tales sucesos no son
explicables, para otros sí. La disputa se disuelve si tenemos en cuenta la clase de contras-
te: la pregunta de por qué el alcalde, en contraste con otro ciudadano general, contrajo
paresis tiene una respuesta correcta verdadera: por su sífilis latente; pero la pregunta
diferente de por qué la contrajo, en contrastz con otros miembros de su club de campo
también sifilíticos, no la tiene (al menos de momento, cf. 1977, 311.6). Acabamos de ver
que este análisis explica también los casos de rechazo de algunas P-preguntas. En cuanto a
las irrelevancias, el cuerpo de información K aceptada en el contexto excluye simplemente
que la vitamina C sea relevante para la cura del resfriado, o que tomar pastillas lo sea para
el no embarazo de los varones, o someterse a una psicoterapia lo sea para la remisión de la
neurosis. Por último, el supuesto problema de la simetría no es en realidad, según van
Fraassen, tal problema. Aunque en la mayoría de contextos es la altura del mástil la
relevante para la longitud,de la sombra y no viceversa. puede haber contextos en los que la
relevancia se invierta, por ejemplo si lo que se pretende construir es un enorme reloj de sol
visible desde cierto lugar (1977, 8111.4; cf. también 1980, cap. 5, 93.2). Lo mismo se
aplica a los restantes casos.
Algunos elementos de la relativización pragmática propuesta por van Fraassen
han sido generalmente aceptados. especialmente los relativos a la clase de contraste. El
mayor problema lo representa la no restricción de la relación de relevancia. En un
detenido estudio, Kitcher y SaJmon (1987) muestran las consecuencias a su juicio
inaceptables d e esta liberalidad. Si no se impone ninguna constricción a R, podría haber
un contexto en el que esa relación fuese cualquiera, con lo que clialquier proposición
podría explicar cualquier <a,X>. bastaría estipular R = {<y, c a, X>>}. No se objeta
que eso se pueda proponer en el sentido de que se le ocurra a alguien proponerlo, sino
en el sentido de-que no es conceptualmente imposible según el análisis de van Fraassen,
y en su opinión eso es una posibilidad que el análisis del concepto de explicación debe
excluir. Quizá este ejemplo no sea el mejor, pues van Fraassen sí parece imponer alguna
constricción que quizá lo bloquea. La condición es la de cierztiJicidad, los factores
relevantes deben ser al menos científicamente relevantes, "y entre los factores científi-
camente relevantes el contexto determina los explicativamente relevantes" (1980, p.
126). Pero la caracterización que hace después de relevancia científica es extremada-
mente débil: "Calificar una explicación de científica no es decir nada de su forma o del *
tipo de información aducido, sólo que la explicación recurre a la ciencia (al menos en
alguna medida) para obtener la información y, más importante, que los criterios de
evaluación de cuán buena es una explicación se aplican usando teorías científicas" (ibid.
p. 155-156). Esta caracterización excluye quizá los casos ad hoc radicales, como el
mencionado de la estipulación extensional de R, pero difícilmente otros menos artificia-
les. Como señala Salmon, ;es un factor científicamente relevante de la muerte de Ken-
nedy cierto día, por contraste a otros días, que el Sol estuviera en Acuario?, Les científi-
camente relevante la relación de influencia astral? Para que la anterior caracterización la
excluyese, la teoría astrológica debe ser excluida de la ciencia, pero van Fraassen no
dice nada al respecto. Y en realidad le sería difícil decir algo pues, en ausencia de
constricciones a las que no quiere recurrir, la cientificidad es un atributo con una gran
carga pragmática y extremadamente sociodependiente.
Así pues, sin ulteriores precisiones la cientificidad no puede soportar el peso de
excluir conceptualmente algunas relaciones como irrelevantes en lodo contexto. Esta si-
tuación quizá no es tan indeseable para alguien como van Fraassen, cuya extrema liberali-
dad en este punto se compadece bien con el empirismo constructivista que defiende (cf.
irgra capítulo 10, $4). Para muchos, sin embargo, es inaceptable. Según éstos, aunque
indudablemente el contexto desempeña un papel importante en la determinación de la
relación de relevancia explicativa, esta relación debe estar conceptualmente restringida a
límites más estrictos. Los análisis de las anteriores secciones se pueden ver como propues-
tas en este sentido. Hempel exige que la relación sea de inferencia lógica (deducti~~a o
inductiva) mediante leyes naturales. Salmon exige que sea de relevancia estadística, tam-
bién mediante leyes naturales. Vamos a ver ahora dos nuevas propuestas, la que exipe que
la relación sea causal y la que exipe que sea de subsunción o unificación teórica.
5. Esplicación y causalidsid
j
En la sección 2 vimos que muchos de los problemas con los que se enfrentaba el
i análisis d e Hempel tenían que ver intuitivamente con la causalidad. Según muchos críti-
t cos, dicho análisis presenta como explicativas determinadas inferencia que intuitivaniente
no se pueden considerar así por no incluir los elementos causales apropiados. En las dos
secciones anteriores hemos visto dos intentos de afrontar esos problemas sin recurrir
explícitamente a nociones causales, y las dificultades a que se enfrentaban. Para muchos,
f el único modo d e responder satisfactoriamente a estas dificultades es apelando directa-
mente a nociones causales. Los principales autores.que defienden esta tesis son Brody
(1972, 1974), Humphreys (1981, 1983, 1989). D. Lewis (1956) y Salmon en su segunda
5 época (1980, 1984, 1989). Estos autores difieren sobre todo en su peculiar elucidación del
$; concepto de cansa, pero comparten un núcleo común en su uso de este concepto para el
análisis de la noción de explicación. La idea central es que en la explicación de un hecho
F* el explanans no tiene por qué asegurar la ocurrencia del explanandum, tampoco hacerlo
.L altamente probable, ni siquiera (en opinión de Salmon) incrementar su probabilidad. Todo
ello est5 vinculado a la idea hempeliana de esperabilidad, pero la noción de explicación no
E
a
tiene que ver,,al menos no directamente, con esa idea. Explicar un hecho no es mostrar
'&
que es (totalmente, mucho, o tan sólo más) esperable, es proporcionar información causal
g sobre su ocurrencia: "explicar un acontecimiento es proporcionar información acerca de
$ su historia causal" (Lewis, 1986, p. 217). Quizá a veces, o incluso en muchas ocasiones, la
; explicación confiere cierta esperabilidad al explanandum, pero ello es así sólo derivativa-
i
. ;;
mente, consecuencia de que a veces la información sobre la historia causal, que es el
:I$ objeto básico de la explicación, tiene ese efecto.
Los hechos tienen una larga historia causal y una explicación no requiere informar
,
acerca de toda ella. Cada hecho tiene muchos otros hechos antecedentes como causas; en
1% cada momento del pasado de un hecho (p.ej. este accidente de automóvil) hay una multi-
íj
plicidad de hechos (la carretera mojada, el cansancio del conductor, el estado de las
'
i: ruedas, ...) que son causas parciales del mismo y que conjuntamente constituyen su causa
totnl en ese momento (cf. cap. 5, 53). Además, en general dicha multiplicidad causal varía
1 ,
;
ft
' en cada momento del pasado de un suceso. Así, la historia causal completa de un hecho
recoge el conjunto de todas las causas parciales antecedentes. Pues bien, una explicación
no requiere informar sobre toda la historia causal, ni siquiera, generalmente, sobre la
causa total en un momento antecedente dado. En general se exipe sólo información sobre
akurzos factores causales. Cuáles son esos factores es algo que depende de cada contexto
explicativo, el contexto determina qué antecedentes causales se consideran relevantes o
5 destacados a efectos explicativos en esa ocasión. La relación de exp-licaciónes la relación
de relei~anciacartsal; que es causal lo establece el análisis, pero cuáles de los innumera-
bles antecedentes causales son los relevantes a efectos expliccttivos lo establece el contex-
252 FüND.4SlEhTOS DE FILOSOF~.~
DE LA CIENCIA
to. Éste es el núcleo de los análisis causalistas de la explicación, que podemos resumir del
siguiente modo:
Nótese que aparentemente este esquema no hace referencia a leyes, pero sólo
aparentemente. No hay referencia explícita a las leyes pero sí irnplícita. El explanans está
causalmente relacionado con el explanandum y, como vimos en el capítulo 5, las relacio-
nes causales entre hechos particulares se dan ert virtud de que los hechos eje~nplifica~t
ciertas propiedades (p.ej. "ser un accidente", "ser un pinchazo") y de que hay urta relación
nómica entre esas propiedades, esto es, ciertas leyes que las conectan. Por tanto, la
referencia a las leyes está implícita en (23).
Ahora podemos ver que este análisis resuelve los problemas tradicionales. Priori- i
1
dad temporal: las explicaciones en las que el explanans es posterior al explanandum 1
1
(eclipse actual explicado por posiciones futuras) no son válidas, pues el explanans debe
ser causa del explanandum y las causas preceden a sus efectos. Simetría: la sombra no
explica la altura del mástil, ni el espectro lumínico la estructura atómica de un elemento
determinado, pues las relaciones causales son de heclzo las inversas, el mástil causa la
sombra y la estructura atómica el espectro, y la causalidad es una relación asimétrica (si x
causa y, y no puede a su vez causar x). Efectos de causa común: el descenso del barómetro
no explica la tormenta pues, aunque está correlacionado con ella, no es parte de su historia
causal, la causa antecedente es el descenso de presión. Irrelevancia: que Juan tome pasti-
llas anticonceptivas no explica que no se haya quedado embarazado, que el terrón esté
embmjado no explica que se disuelva, que Luisa tome vitamina C no explica la remisión
de su resfriado. El suceso que pretende ser explanans no está causalmente vinculado con
el explanandum. Quizá se piense que el que Juan tome pastillas anticonceptivas sí forma
parte de la historia causal de su no embarazo, pues ese mismo Juan, rnienrras se torna las
pastillas es varórz, y ese su ser varón es causa de su no embarazo. Aquí hace falta hacer
una observación sobre la metafísica de los hechos o acaecimientos. Los hechos, como
otros particulares, se idem.$caiz al menos en pane por las propiedades que ejemplifican,
de modo que puede haber hechos copresentes diferentes. El hecho consistente en que Juan
toma (este mes) pastillas es diferente del consistente en que Juan es (este mes) varón,
aunque ambos son copresentes, ocurren en la misma región espaciotemporal. Pues bien,
de estos hechos particulares diferentes, el segundo y no el primero está causalmente
relacionado con su no embarazo; por supuesto que con una mujer pasaría al revés, pero
nada raro hay en eso, simplemente las relaciones causales que de hecho se dan en el
mundo son en cada caso ésas.
Este esquema básico es perfilado de modo parcialmente diferente por los diversos
autores. Algunos (Humphreys, Salmon) distinguen causas propiciarisas ('contrib~itirig') y
resistivas ('counteracting'). Las primeras contribuyen positivamente a la ocurrencia del
efecto, las segundas negativamente, e.e. contribuyen a su no ocurrencia; p.ej. fumar es una
causa propiciativa del cáncer de pulmón, hacer ejercicio es una causa resistiva. Este
carácter no es absoluto, puede alterarse por [a presencia de otras causas, p.ej. la arena es
causa propiciativa de accidentes, pero en presencia de hielo es causa resistiva. Las explica-
ciones apelan a ambos tipos de causa, tienen la forma general "e porque X a pesar de Y',
donde X es un conjunto de causas propiciativas e Y uno de causas resistivas. Humphreys
permite que Y pueda a veces ser vacío. Por lo que comentamos en la sección 3 sobre la
relevancia estadística negativa, Salmon parece comprometerse además con que también
puede ocurrir lo contrario, que el explanans sólo contemple causas resistivas, pero eso
parece más implausible.
Otra variación afecta el tipo de elementos sobre los que actúa el contexto. Según
algunos autores, los factores causrtles quz en el contexto se consideran explicativamente
relevantes no dependen sólo de cuál sea el hecho antecedente sino además de cómo se
describa éste. Un mismo hecho, antecedente causal, puede considerarse explicativamente
relevante bajo una descripción y no bajo otra. Un mismo hecho puede tener más de una
propiedad, no toda propiedad determina un hecho diferente.= Por ejemplo, eso que está
sucediendo a mil metros sobre la estatua de Colón de Barcelona tiene la propiedad de ser
un huracán, pero también, p.ej., la de ser comentado en primera página de la edición de
mañana del diario El País, y también por cierto la de estar ocurriendo a mil metros sobre
la estatua de Colón, y la de ser usado como ejemplo en este libro. Pues bien, esas
diferentes propiedades que ejemplifica un mismo acaecimiento permiten dar descripciones
diferentes de él, y puede ser que bajo una descripción sea explicativamente relevante y
bajo otra no. Por ejemplo, el huracán y lo descrito mañana en primera página de El País
son el mismo acontecimiento, pero mientras que "el accidente se produjo porque el avión
intentó atravesar el huracán" sería explicativo, "el accidente se produjo porque el avión
intentó atravesar lo qi:e describió al día siguiente en primera página El País" no lo sería.
O, suponiendo que creencias y deseos sean acontecimientos particulares idénticos a acae-
cimientos particulares microfísicos, "Juan se compró el último libro de García Márquez
porque d e s e a b ~leer un buen reportaje sobre el narcotráfico en Colombia" sería una
explicación, pero "lo compró porque tales y cuales átomos estaban así y asá", no lo sería.
Aunque los eventos particulares son el mismo, y por tanto de ambos modos se nombra un
mismo hecho particulx que es causa del explanandum, en un caso se describe mediante la
propiedad que está causalmente conectada con la propiedad con la que se describe el
explanandum, y en el otro no.
Así, entre los muchos modos en que se puede nombrar el suceso que es causa
antecedente, el contexto determinaría cuál de ellos es el explicativo. Se puede exigir que
sea siempre el que describe el suceso antecedente mediante una propiedad causalmente
vinculada a aquella con la que se describe el explanandum; o, como Lewis, se puede dejar
totalmente abierto considerando que el contexto puede privilegiar como explicativa cual-
2. Aunque algunos filósofos lo niegan (cf. p.ej. Kim. 1996, cap. 3, $7).
254 FCSD.AI\~E\TOS DE FILOSOF~ADE LA CIENCIA
quier descripción. Es importante notar que si la relevancia explicativa depende del modo
en que se describe el antecedente causal, entonces no se puede hablar, corno venimos
haciendo, del explanans y del explanandum como hechos; habría que presentarlos como
enunciados o, alternativamente, como hechos más modos de presentación. Éste es el
motivo último, según los causalistas, de los aspectos intensionales de la explicación que
mencionamos al final de la primera sección.
Concluiremos mencionando tres retos a los que deben enfrentarse los modelos de
la explicación causales. Se trata de tres tipos de explicaciones que, en principio, parecen
difíciles de analizar en los términos propuestos por el causalista.
6. Unificación teórica
La idea básica que hay detrás de los análisis de la explicación como unificación es
que la comprensión del mundo que proporcionan las explicaciones consiste en la reduc-
ción de la cantidad de supuestos básicos independientes de nuestro cuerpo de creencias.
La unificación consiste en mostrar dependencias, reduce pues la cantidad de supuestos
independientes y es lo que proporciona verdadera comprensión. Aunque hay ciertas suge-
rencias anteriores en este sentido (cf. p.ej. Mill, 1904, pp. 229-30 y Feigl, 1970, p. 12), el
primero en presentar un modelo elaborado de explicación como unificación fue Friedman
(1 974).
La idea central de Friedman es que la explicación científica consiste esencialmente
en la reducción de la cantidad de leyes indepei~dienreineitreaceptables. Friedn-ian, que
considera que los fenómenos a explicar son primariamente fenómenos generales, desarro-
lla esta idea en conexión con el problema de Hempel de distinguir, en las explicaciones de
leyes, los casos espurios de los genuinos (cf. más arriba P7 de la sección 2). El núcleo de
su propuesta para resolver el problema es que una regularidad es explicada por otras si se
sigue de ellas y además éstas reducen la ca~itidadde Izechos ilideyeiidieiire/?ze~zteacepta-
bles. Las leyes de Newton explican las de Kepler porque, además de implicarlas, reducen
la cantidad de regularidades que se aceptan independientemente unas de otras: antes de la
explicación, las leyes de Kepler y, p.ej., la de Galileo eran aceptadas independientemente
unas de otras, después no; la conjunción de las le1.e~de Kepler con la de Boyle no es una
explicación de las primeras porque no produce ese efecto. Nótese que esta noción de
explicación está esencialmente relativizada a un cuerpo K de creencias aceptadas en un
momento dado, y exige una elucidación precisa de la relación de ilidepelidieiite acepfabili-
dad entre las creencias de K. Con ayuda de estas nociones, Friedman define a) una
regularidad K-atóiizica como aquella que no equivale a una conyunción de otras inde-
pendienremente aceptables entre sí, y 6 ) una K-parricióit de un conjunto Y de regularida-
des aceptadas como un conjunto de regularidades K-atómicas cuya conjunción equivale a
la conjunción de los miembros de Y. Con este instrumental expresa su idea central aproxi-
madamente del siguiente modo (esta versión omitz alzunas complicaciones importantes
que no podenlos tratar ahora): el explanans, S, K-explica el explanandum, E, syss E se
sigue de S y la cardinalidad de la K-partición más pequeña de K es menor que la de la
K-partición más pequeña de K-{S}. La explicación es una iiferencia uitificadora, el expla-
nans reduce la cantidad dz creencias independientemente aceptadas.
El análisis de Friedman presenta algunas dificultades importantes. La principal,
puesta de manifiesto por Kitcher, es que excluye explicaciones intuitivamente satisfacto-
rias cuyo explanans está formado por leyes independientemente aceptadas, como la expli-
cación de la ley de la expansión adiabática de los gases a partir de la ley de Boyle y el
primer principio de la termodinámica (Kitcher, 1976, p. 209 SS.).A pesar d e ello, Kitcher
considera que el núcleo del análisis de la explicación como inferencia unificadora es
esencialmente correcto y desarrolla su propio modelo del mismo (cf. 198 1, 1989), siendo
en la actualidad el principal exponente de esta concepción. La idea central de Kitcher es
que hay varios modos de sistematizar mediante inferencias un cuerpo de creencias acepta-
das K, que sistematizaciones alternativas son comparables según la mayor o menor unifi-
cación que producen en K, y que una inferencia es explicativa si pertenece a la mejor
sistematización de K (las creencias de K son sobre hechos generales, sobre regularidades).
No podemos exponer aquí la elaboración que hace de esta idea en todos sus detalles; nos
limitaremos a presentar someramente sus líneas generales.
El concepto central es el de patrón argurnentntivo. Según Kitcher, para evaluar el
carácter explicativo de una inferencia no cuenta sólo cuáles son las premisas y la conclu-
sión, se debe tomar en consideración también "cómo las premisas conducen a la conclu-
sión" (1989, p. 431). Kitcher denomina arg~itnentaciones,o también derivaciones, a las
inferencias en este sentido, premisas más conclusión más el camino de aquéllas a ésta.
Cada argumentación concreta está constituida por una secuencia de sentencias. Si en una
sentencia sustituimos por variables algunas de (no necesariamente todas) sus expresiones
no lógicas obtenemos un esqiiema sentencinl; por ejemplo en la Teoría de la Herencia: (*)
"P es estable en el linaje que conduce de S a G" (nótese que este esquema sentencia1
contiene todavía algunas constantes no lógicas, p.ej. "linaje"). Un esquema nrguineiztal es
una secuencia de esquemas sentenciales. Los esquemas argumentales se acompañan de
iizstrrrcciottes de relleno que especifican las expresiones por las que se puede sustituir cada
variable, p.ej. "P se debe sustituir por nombres de rasgos, G por nombres de grupos de
organismos o poblaciones y S por nombres de especies". Los esquemas argumentales,
secuencias de esquemas sentenciales, también van acompafiados de una clasificación, que
especifica las características inferenciales de los elementos de la secuencia, esto es, cuáles
son premisas, cuáles se infieren de cuáles otros, mediante que reglas, etc. Un esquema
argumental, junto con un conjunto de instrucciones de relleno y una clasificación, consti-
tuyen un patrón argurnentntivo. Un patrón argurnentativo es más rigrrroso ('stringent')
que otro si "las condiciones de sustitución [del primero] son más difíciles de satisfacer
[que las del segundo]'' (1989, p. 433).
La idea es que las sistematizaciones alternativas de K consisten en conjuntos
alternativos de argumentaciones concretas que se pueden comparar en términos de los
patrones argumentativos que tales argumentaciones concretas ejemplifican. Una sistemati-
zación de K, S(K), es cualquier conjunto de derivaciones concretas que obtienen como
conclusión unos miembros de K a partir de los otros; una sistematización es aceptable,
relativamente a K, si sus argumentos. que contienen como premisas miembros de K, son
dedzrctivos (1989, p. 434; sobre la exigencia de deductividad vol~eremosdespués). Deci-
mos que un conjunto P de patrones argumentativos geríern una sistematización S(K) si
cada derivación concreta de S(K) es una instancia de algún patrón de P. Es obvio que
puede haber diferentes conjuntos generadores para una misma sistematización. Un con-
junto generador de S(K) no es más que un modo de esquematizar las derivaciones concre-
tas de S(K) y hay por lo general más de un modo de hacerlo, Lo importante es que se
puede establecer un criterio para comparar el poder wzificador de los diversos conjuntos
seneradores. El poder unificador de un conjunto de patrones que _genera un conjunto de
derivaciones concretas depende directamente de a) la cantidad de conclusiones de las
derivaciones y b) el rigor de sus patrones, e inversamente de c) el número de sus patrones.
Esto es, un conjunto generador es tanto más unificador cuanto más conclusiones pueda
generar, cuanto más rigurosos sean los patrones y cuantos menos patrones use. Pues bien,
entre los diversos conjuntos generadores de S(K), denonlinamos base de la sistematiracióil
S(K), B(S(K)), al conjunto generador con mayor poder unificador (nótese que si compara-
mos conjuntos generadores de la inisina sistematización, el criterio a) no tiene efecto, pues
se refiere a la cantidad de conclusiones del conjunto generado). B(S(K)) da la medida del
máximo grado de unificación asociable a la sistematización S del cuerpo de creencias
aceptadas K, expresa la esquematización de S(K) máximamente unificadora.
Ahora podemos comparar sistematizaciones alternativas de K. Simplemente, la
mejor sistematización de K es aquella que tiene la mejor base. Sean Si(K), S2(K),...
diferentes conjuntos de inferencias que sistematizan K, y sean B(S,(K)), B(S2(K)), ... sus
bases: Si(K) es la sistematización más unificadora syss B(S;(K)) es la base más unificadora
según los criterios a)-c). A la mejor sistematización la denomina Kitcher el alinacéiz
esplicativo de K, E(K) ('explarzatoly store'). Intuitivamente, E(K) es el conjunto de deriva-
ciones que sistematizan K que maximiza el número de conclusiones y el rigor de los
patrones inferenciales y que minimiza el número de patrones (y por tanto también el
número de premisas). Pues bien, una explicación no es más que una inferencia que
pertenece al almacén explicativo, a la mejor sistematización de K. El lector habrá adivina-
do quizá que las diferentes sistematizaciones del mismo cuerpo K son en cierto sentido
diferentes teorías sobre K. Efectivamente, las teorías científicas no son para Kitcher sino
conjuntos de derivaciones que constituyen sistematizaciones en el sentido preciso indica-
do; con esta noción de teoría afronta las cuestiones principales de la dinámica científica
(cf. 1989, $7, y especialmente 1993; para algunas dificultades de este programa cf. Díez,
1994b). Por tanto, una explicación no es más que una inferencia que pertenece a la teoría
más unificadora. Nótese que de esta concepción se sigue que el carácter explicativo o no
de una inferencia puede cambiar con el tiempo, la aparición de teorías más unificadoras
puede desacreditar explicaciones anteriores. Pero esto es una consecuencia que Kitcher no
considera un defecto de su modelo sino todo lo contrario.
Éste es en líneas generales el núcleo del análisis de Kitcher. Se trata de un progra-
ma todavía en desarrollo y, por tanto, parcialmente abierto. Algunas de las principales
cuestiones que requieren ulterior tratamiento son las siguientes.
(En realidad, Wright no exige que I produzca N invariablemente, sino que tienda a produ-
cirlo, o que lo produzca generalmente. Pero este aspecto aproximativo del análisis pode-
mos obviarlo en el presente contexto.)
Aquí I y N son conductas y sucesos particulares, pero se hace referencia implíci-
ta a tipos de conductas y sucesos. h ) dice que la conducta particular I causa el suceso
particular N,pero ya sabemos que tras una afirmación causa1 particular hay u n a relación
causal general, a saber, conductas del tipo de 1 causan sucesos del tipo de N. La
referencia implícita a los tipos de conductas y sucesos en i) es más fundamental. i) se ha
de leer del siguiente modo: es parte de la historia causal de la acción concreta / e l que
acciones del tipo de 1 causen sucesos del tipo de N. Así, la condición h) sólo da cuenta
de (parte de) la dimensión causal de la explicación, no de su orientación hacia el futuro.
Esto es, h ) no da cuenta de en qué sentido apelamos a N, que pertenece al futuro de 1,
para explicar la ocurrencia de I. Eso lo hace i). La explicación de una ocurrencia
concreta de la conducta I está dirigida hacia ("se encuentra en") el futuro en el sentido
precisado por i): sucesos que son del mismo tipo del que tendrá lugar en el futuro, N,
pero que ocurrieron en el pasado, son causalmente responsables de la ocurrencia actual
de I; esto es, que en el pasado sucesos del tipo de I causaran sucesos del tipo de il',
causa la actual ocurrencia de I.
De este modo conjuga Wright causalidad hacia adelante y orientación hacia el
futuro en las explicaciones teleológicas. La referencia a los casos pasados sólo es esencial
en las explicaciones de conductas que, como las de los animales, no resultan de actos de
deliberación. En el caso de los artefactos, diseñados para desempeñar cierta función, se
puede tener la finalidad "desde la primera vez", por así decir. Pero incluso la primera vez,
Iri causa de que ocurra un ejemplar dri I es que I carisn N: el acontecimiento I ocurre
porque el diseñador hace que ocurra, y el diseñador hace que ocurra I porque sabe que I
causa N y quiere quz ocurra N, por tanto (*) "que (acontecimientos de tipo) I causa(n)
(acontecimientos de tipo) M'pertenece a la historia causal del acaecimiento particular dz
tipo I. Pero nótese que (*) pertenece a esa historia en un sentido especial, pues es un hecho
general, una regularidad, y por tanto co "causa" las ocurrencias particulares de I ya que
los acaecimientos particulares tienen como causas otros acaecimientos particulares (p.ej.
las intenciones de los diseñadores de los instrumentos). Análogamente sucede en los casos
de conducta deliberada consciente de un sujeto cuando la conducta es resultado de una
acción deliberada que se realiza por primera vez. Eso plantea el problema de las primeras
ocurrencias de conductas finalistas no deliberadas (todas las de los animales no conscien-
tes y la mayoría de las nuestras). En estos casos, o bien al principio se da cierta indeternii-
nación sobre su carácter finalista, o bien se supone que opera cierto tipo dz agente
diseñndor (la selección natural, o quizá un deus arrifex).
El análisis que Wripht hace de las explicaciones, o adscripciones, funcionales es
esencialmente el mismo. La diferencia es que ahora lo que se explica no es una acción o
conducta sino la presencia de una entidad en cierto sistema, p.ej. un trozo de papel bajo
una puerta, un pico curvado en la cabeza de un ave o una señal de tráfico en una curva. El
anilisis es análogo al de las acciones:
1. Teorías axiomáticas
1.1. CÁLCULOS
Y TEOR~ASAXIOSIÁTICAS:
TÉRMINOSPRIMITI\'OS. AXIOMAS Y TEOREMAS;
DEFlNIClONES Y TÉRMINOS DERI\!ADOS
Aquí t es el nuevo término y ti, ..., tk, son términos ya disponibles, esto es, términos
pri~iiitivoso ya definidos con anterioridad a r ; n indica el número de variables a las que se
aplica el término, esto es, su ariedad; a y P son funciones proposicionales. Ésta es la
forma estándar que claramente presentan las definiciones de los relatores (n-ádicos), que
nombran propiedades o relaciones entre individuos; por ejemplo, 'ser impar': ".r es impar
syss~,fxdividido entre 2 da de resto 1" (análogamente, p.ej., con 'ser múltiplo de'). Pero
los términos de un lenguaje no siempre son relatores, puede haber también términos
singulares (p.ej. ' 1') y functores (p.ej. 'el siguiente de ...', 'la intersección de ... y ...' que
nombran, respectivamente, a individuos y a funciones-operaciones entre individuos. En
donde en ambos casos la parte derecha, "y(...)" es una descripcin'ií que usa otros términos
ya disponibles; por ejemplo: "1 =dg el siguiente de O"; "x n y =dd el conjunto cuyos
elementos son los elementos comunes a x e y". Sin embargo, es fácil ver que estas
definiciones se pueden expresar también mediante una equivalencia de la forma (l), esto
es, respectivamente, mediante:
Por tanto, la forma general de la definición queda bien expresada mediante (1) (ligeramen-
te modificada pues, como el lector habrá advertido, (2') y (3') contienen cuantificadores y
(1) no). Ahora bien, una vez señalado esto, lo usual es introducir los términos singulares y
los functores mediante (2) y (3) respectivamente, y así lo haremos también aquí.
Las definiciones no son afirmaciones del mismo tipo que los axiomas y los teore-
mas, no son afirmaciones sustanevas de la teoría sino que expresan meras abreviaturas
notacionales. Esto se expresa diciendo que las definiciones deben cumplir dos requisitos:
han de ser a) elNni?zablesy b) no creativas o inocuas. Lo primero significa que cualquier
afirmación que contenga un término definido ha de poder eliminarse usando la definición
que introduce dicho signo; esto es, con ayuda de la definición se debe poder probar que tal
afirmación es equivalente a otra que no contenga dicho signo, y en última instancia, si
eliminamos los otros signos definidos previamente, equivalente a otra afirmación que
contenga sólo signos primitivos. Lo segundo significa que si tenemos una afirmación que
involucra el término definido t cuya prueba recurre, además de a los axiomas y otras
definiciones previas, a la definición de t , su afirmación equivalente resultante de eliminar t
ha de poder probarse sin recumr a la definición de t, y si se han eliminado todos los
términos definidos, ha de probarse a partir de los axiomas solos. Nótese que en caso
contrario la presunta definición contendría subrepticiamente información sustantiva, no
sería una mera abreviatura terminológica. En este sentido las definiciones son inocuas, no
añaden nada al contenido de la teoría; por ello son teóricamente prescindibles, lo que se
dice con su ayuda se puede decir igualmente sin ellas. Por supuesto que si un teorema
contiene un término definido, para probarlo no nos bastan los axiomas, necesitamos ade-
más al menos una definición, la que ha introducido dicho término (y sólo esa definición si
es el único término no primitivo del teorema). Pero si el término se ha introducido
correctamente, mediante una definición eliminable y no creativa, ese teorema es equiva-
lente a otro cuya prueba no requiere dicha definición, y en última instancia equivalente a
otro que contiene sólo términos primitivos cuya prueba recurre exclusivamente a los
axiomas. Las definiciones son pues prescindibles, todo lo que se dice con su ayuda se
puede decir sin ella; no se puede decir exactamente de la misma forma, si dicha forma usa
términos no primitivos, pero sí de otra equivalente que sólo use términos primitivos. Ahora
bien, aunque las definiciones son teóricamente superfluas, no lo son en la práctica de la
construcción y aplicación de una teoría; en efecto, para teorías de un mínimo de compleji-
dad conceptual y fuerza expresiva, el prescindir totalmente de definiciones haría a éstas
inmanejables y prácticamente incomprensibles. Las definiciones poseen un gran valor de
"economía intelectuai" en la construcción de las teorías.
En general al axiomatizar una teoría se pretende reducir al mínimo no sólo las
afirmaciones primitivas o básicas, los axiomas, sino también los términos primitivos. Es
cierto que en esto último la práctica es un poco más laxa y a veces se ofrecen axiomati-
zaciones en las que algunos términos básicos son definibles a partir de otros, pero ello
casi siempre responde a motivaciones pedagógicas (y por los mismos motivos, aunque
es menos usual, se dan a veces axiomas no independientes del resto); el ideal estricta-
mente científico es siempre el mismo: no presentar como primitivo lo que pueda ser
derivado, ya sean afirmaciones o conceptos. A veces las simplificaciones de axiomas y
términos van de la mano, pues un axioma puede ser eliminado si determinado término,
considerado primitivo hasta entonces, se define apropiadamente. Por ejemplo, en TC se
puede dar una axiomatización que contenga como término primitivo el signo functor de
par ordenado '< , >' y un axioma que regule su comportamiento, a saber "-,y> = <z,tt>
syss x = z y y = v"; pero esta axiomatización se puede simplificar, se puede eliminar
dicho término como primitivo mediante la definición '-<Y,J> =JeJ{.r,{x,y}}", de modo
que el mencionado axioma se convierte en un teorema que se prueba a partir de los
restantes axiomas y de dicha definición.
Hasta ahora hemos presentado las cosas como si una teoría axiomática fuese el
resultado de axiomatizar, reconstruir axiomáticamente, una teoría "en estadio intuitivo"
consistente en una serie de afirmaciones sobre un ámbito. afirmaciones que usan una serie
de conceptos. Entonces la teoría axiomática resulta de seleccionar apropiadamente algu-
nos de los conceptos como primitivos, seleccionar algunas de las afirmaciones que contie-
nen sólo dichos conceptos como verdades primitivas o axiomas, definir el resto de concep-
tos que ya usa la tzoría, y probar como teoremas el resto de afirmaciones, usando en las
pruebas sólo los axiomas cuando las afirmaciones contengan sólo términos primitivos, o
usando además las definiciones cuando contengan términos no primitivos. Ésta es la
presentación que más naturalmente se corresponde con lo que de hecho ocurre histórica-
mente, pues casi siempre la formulación de una teoría axiomática es el resultado de
axiomatizar, en este sentido, una teoría en estadio intuitivo. Según este modo de presentar-
lo, de los términos no primitivos "ya se dispone" en la teoría.
La distinción entre axiomas y teoremas, y entre términos primitivos y definidos,
expresa la "dependencia" de unas afirmaciones respecto de otras y de unos conceptos
respecto de otros. Esta dependencia tiene claro sentido en una teoría ya axiomatizada
("regimentada"), pero en una teoría intuitiva (en el estadio intuitivo de una teoría) es
dudoso que se puedan identificar relaciones de dependencia o prioridad en este sentido.
Desde una perspectiva preaxiomática, todas las afirmaciones y todos los conceptos están,
por así decir, "al mismo nivel". Otra cosa son las relaciones de prioridad de otro tipo, por
ejemplo epistémico, esto es, qué afirmaciones se consideran mejor fundamentsdas, o más
fácilmente cognoscibles. De eso no vamos a decir nada squí, sólo que esta dependencia
epistémica es en principio independiente de la que se introduce al axiomatizar y que, por
tanto, la axiomatización no tiene por qué seguir criterios de prioridad epistémica.
En la presentación axiomática de una teoría se ofrece simplemente una serie de
términos primitivos y una serie de afirmaciones primitivas que usan dichos términos, y los
términos definidos se introducen. si se quiere, después para abreviar los teoremas que
resultarían de escritura excesivamente larga si se usaran sólo los términos originales. .4sí
vista, una teoría parece "que parte de cero", pero no hemos de olvidar que en la mayoría
de 10s casos 10 que se pretende es "poner orden" en un cuerpo de afirmaciones previamen-
te existentes. Es importante señalar, además, que este proceso no siempre consiste en una
mera ordenación, pues a veces la versión intuitiva incluye afirmaciones incompatibles
entre sí y al axiomatizar se debe tomar partido por alguna de las alternativas. De hecho.
algunas de las axiomatizaciones han surgido precisamente como respuesta a determinadas
inconsistencias, o en general dificultades, descubiertas en la versión intuitiva; tal es el caso
de las teorías axiomáticas de conjuntos, motivadas principalmente por la paradoja de
Russell, o de las axiomatizaciones de las geometrías no euclídeas, que surgieron del
intento de probar la independencia en la geometría euclídea del axioma de las paralelas
respecto de los restantes.
Antes de ver algunos ejemplos es conveniente señalar que este análisis de las
teorías, o en general cuerpos de conocimiento, plantea inmediatamente cuestiones fun-
damentales relativas al significado de los términos teóricos y a la justificación de las
afirmaciones de la teoría. El significado de los términos definidos se retrctrae al de los
términos primitivos a través de las definiciones. La justificación de los teoremas se
retrotrae a la de los axiomas a través de las pruebas de aquéllos a partir de éstos. Como
aprendemos pronto de niños, no toda afirmación se puede derivar de otras, ni todo
término se puede definir eliminativamente a partir de otros. Los términos primitivos y
10s axiomas son los primitivos en los que nos detenemos; pero entonces el significado
de los términos de la teoría pende en última instancia del significado de términos para
los que no hay definición explícita, y la justificación de todas las afirmaciones de la
teoría pende en última instancia de la justificación de afirmaciones para las que no hay
demostración que parta de otras. ¿Cómo adquieren aquéllos significado y éstas justifica-
ción? Nótese que, por más que dispongamos de cierta "preconcepción" del significado
de los términos primitivos, ello corresponde al estadio intuitivo o preaxiomático de la
teoría. Desde una perspectiva axiomática, lo único que especifica explícitamente la
teoría al fijar los términos primitivos es su categoría lógica, esto es, si se trata de
relatores, functores o términos singulares, categoría que nos permite combinarlos co-
rrectamente de acuerdo con la gramática del lenguaje lógico que se utilice. En cuanto a
las afirmaciones primitivas, lo único que hace la teoría desde un punto de vista formal
es elegir, de entre las infinitas combinaciones bien formadas de términos primitivos y
signos complementarios (lógico-matemáticos, según la teoría formal que se presupon-
ga), algunas de ellas para fijarlas como axiomas. La pregunta por el significado de los
términos primitivos y por la justificación de los axiomas de la teoría surge pues inme-
diatamente al contemplar las teorías como sistemas axiomiticos. De esta cuestión nos
ocuparemos por extenso más adelante en este y en los dos próximos capítulos, de
momento nos interesa tan sólo la estructura formal de los sistemas axiomáticos.
Para fijar las ideas anteriores vamos a dar el esbozo de algunas teorías axiomáti-
cas, principalmente de las ciencias formales que es donde mis claramente, al menos
hasta mediados del siglo XX, ha sido aplicada esta noción; lo peculiar de cierto modo de
entender las teorías empíricas es que considera que la naturaleza y estructura de las
teorías empíricas también se expresa adecuadamente mediante la noción de teoría axio-
mática, adecuadamente completada para dar cuenta de las peculiaridades del conoci-
miento empírico frente al lógico-matemático. Antes de ver los ejemplos reales prove-
nientes.de las ciencias formales, y puesto que no cabe suponer en general el conoci-
miento del contenido intuitivo de dichas teorías, comenzaremos con una pseudoteoría
cuyo contenido nos es familiar a todos, la "Teoría" del Parentesco. Vamos a ver cómo se
puede expresar este cuerpo de afirmaciones como teoría axiomática en el sentido eluci-
dado, de modo que capte "las verdades sobre el parentesco" que conocemos. El esque-
ma es siempre el mismo: n términos primitivos ti, ..., r,, tn axioma s.^^,, ..., A,; teoremas
T , , Tz, .., con términos primitivos; p definiciones-abreviaturas Di, ..., D,, que introducen
p tCrminos derivados t,,,, ..., t,,, y finalmente nuevos teoremas que contienen también
términos derivados. Toda afirmación de la teoría ha dz estar constituida exclusivamente
por términos propios de la teoría, primitivos o definidos, más vocabulario lógico
('todo', 'y', 'no', etc).
Vamos a presentar aquí, como ejercicio, algunas "teorías del parentesco" de entre las
varias que es posible construir. Estas teorías expresan, mejor o peor, las afirmaciones básicas
relativas a ese ámbito de la realidad constituido por las relaciones de parentesco sanguíneo o
biológico. Además de fijar las ideas anteriores, estos ejemplos servirán para introducir algu-
nas ideas nuevas concernientes a las posibles relaciones que pueden darse entre diversas
teorías. Para una mayor precisión, la presentación de las teorías debería utilizar el lenguaje
formal de primer orden, pero de momento, y para facilitar la lectura, escribiremos aquí en
general los diversos enunciados de las teorías en lenguaje informal; sólo daremos como
muestra la versión formal de los axiomas en el primer ejemplo. El lector debe notar que,
como señalamos más amba, los enunciados contienen exclusivamente términos introducidos
explícitamente por la teoría o términos puramente lógicos.
Como muestra T3, algunos teoremas pueden ser muy largos, por lo que es conveniente
introducir algunas abreviaturas o definiciones (las incompletas las puede completar el
lector; nótese que según la noción de hermano que se va a definir, todo individuo es
hermano de sí mismo):
El lector puede dar las definiciones restantes (sob, sobrino, sobrina, prim, primo, etc.).
Con estas definiciones podemos abreviar, p.ej., T3 como T4 y, en general, expresar mu-
chas de las afirmaciones de la teoría intuitiva mediante términos no primitivos:
Términos primitivos:
C 1. Ancestro (relator diádico)
C2. Progenitor (relator diádico)
C3. Varón (relator monádico)
C4. Hembra (relator monádico)
Axiomas:
A l . Si uno es ancestro de otro, éste no lo es de aquél.
A2. Si uno es ancestro de otro y éste lo es de un tercero, entonces el primero lo
es del último.
A3. Si un individuo es progenitor de otro, también es su ancestro.
A4. Si un individuo es ancestro de otro, entonces le conecta con éste una secuen-
cia finita de progenitores.
A5. Todo individuo es varón o hembra, y sólo una de las dos cosas.
A6. Todo individuo tiene al menos un progenitor varón.
A7. Todo individuo tiene al menos un progenitor hembra.
AS. Todo individuo tiene como máximo dos progenitores.
A9. Si un individuo es progenitor de otro, éste no lo es de aquél.
Hemos dado los axiomas de TP2 añadiendo simplemente los cuatro primeros a los
de TP1, extendiendo o aumentando TP1 con un nuevo ténnino primitivo y nuevos axio-
mas. El resultado no es muy feliz, pues ahora A9 es redundante, no es independiente del
resto pues se sigue de A l y A3. Construyamos ahora una nueva teoría del parentesco
276 FCNDA~~E\TOSDE FILOSOFL~
DE LA CIENCIA
Los mismos términos primitivos y derivados que TP2 y los mismos axiomas salvo
Ag.
TP3 está un poco mejor que TPl pues se obtienen como teoremas todos los de TP1
más algunas afirmaciones que se le escapaban a TPI, como "nadie es bisabu de sí mismo",
y además otras afirmaciones deseables sobre el nuevo concepto, tales como "todo indivi-
duo tiene tantos ancestros varones como hembras" y "dos individuos tienen los mismos
progenitores si y sólo si tienen los mismos ancestros". TP3 presenta además una caracte-
rística novedosa respecto de TPI. TP1 contiene, además de sus términos primitivos, sólo
términos lógicos, términos de la lógica de primer orden (LPO) que es por tanto la teoría
presupuesta por TPl y "dentro de la cual" realizarnos nuestras demostraciones. Pero TP3,
en su A4, contiene un término extralógico, el término 'secuencia finita'. Este término no
pertenece a LPO sino a otra teoná formal específica más rica que LPO, la aritmética o,
alternativamente, la teoría de conjuntos. Algunas teorías pueden por tanto utilizar como
recursos formales adicionales (ténninos y principios), no sólo los de la lógica que utilice
sino también los de alguna teoría matemático-formal. En TP3 esos recursos teóricos
formales adicionales son muy sencillos, pero en teorías físicas altamente matematizadas
pueden incluir partes muy elevadas de la matemáticas (cálculo diferencial, teoría de tenso-
res, etc.).
TP3 ilustra además otro hecho. Diremos que una teoría es inmediatalne~ztesimnplifz-
cable si sus axiomas no son independientes. Vimos que TP2 era una extensión de TP1
inmediatamente simplificable y eliminando el axioma redundante obteníamos TP3, que ya
no es inmediatamente simplificable. Pero aunque TP3 es mejor que TP2, no es todo lo buena
que podría ser pues es simplificable en otro sentido menos inmediato pero igualmente
importante, sentido en el que desempeñan un papel fundamental los términos primitivos. El
sentido es el siguiente: podemos definir alguno de sus términos primitivos en función de los
restantes de modo que alguno de los axiomas pase a ser deducible del resto, esto es, de modo
que la nueva teoría sea inmediatamente simplificable. Eso es lo que pasa con TP3, pues
puedo definir 'progenitor' en función de 'ancestro' (un progenitor es un "ancestro de primera
generación") obteniendo una teoría inmediatamente simplificable.
Los mismos términos primitivos que TP3 salvo 'progenitor', que se introduce
ahora como término definido del siguiente modo:
x. es progenitor de y s y s ~ es
~ ~ ~ x de y y no hay ningún individuo z tal
ancestro
que x es ancestro de z y z es ancestro de y.
Los mismos axiomas que TP3.
Se dirá que ahora los axiomas de TP4 no pueden ser directamente los de TP3 pues
contienen un término, 'progenitor', que ahora no es primitivo. Pero nada impide que una
teoría contenga axiomas con términos definidos; estos términos son meras abreviaturas y,
si se prefiere, podemos escribir los axiomas sin ellos, pero también podemos hacerlo con
su ayuda si usando sólo términos primitivos resultan muy engorrosos, como ocurriría con
los axiomas 3, 6, 7, 8 y, en especial, 4 de TP4 (que ahora diría que no hay secuencias
infinitas de "ancestros consecutivos"). Pues bien, los escribamos como los escribamos, en
su actual forma o "deshaciendo" la definición de 'progenitor', el resultado es que ahora
A3 se puede probar como teorema, es decir, TP3 es inmediatamente simplificable.
Esta situación nos permite una primera aproximación intuitiva a dos conceptos de
los que nos ocuparemos por extenso más adelante, los de redllcción y eqrrivalencia (cf.
cap. 11). Obtengamos ahora una nueva teoría eliminando de la teoría inmediatamente
simplificable TP4 el axioma redundante A3.
Los mismos conceptos primitivos y derivados que TP.4 y los mismos axiomas
menos A3.
Olvidemos por el momento TP2 y TP4, que no son buenas teorías asiomiticas al
ser inmediatamente simplificables, y centrémonos en TPl, TP3 y TP5, buenos sistemas
axiomáticos con todos sus axiomas independientes. Tal como hemos dado con ellas,
deberían estar claros ahora los siguientes hechos: a ) TP3 y TP5 "dicen lo mismo", tienen
el mismo contenido; 6 ) TP3 y TP5 "dicen al menos tanto como" TP1, todo el contenido de
TP1 es también contenido de éstas. En el primer caso decimos que TP3 y TP5 son
equivalentes, en el segundo que ambas reduceil TP1. Intuitivamente: una teoría T reduce
otra T' si el contenido de T' es parte (quizá no estricta) del contenido de T; una teoría T es
equivalente a otra T' cuando tienen el mismo contenido, es decir, cuando se reducen
mutuamente.
Tal como hemos obtenido nuestras teorías, quizá estas relaciones no parezcan muy
interesantes. TP3 es una simplificación de TP2, que es una simple ampliación (inmediata-
mente simplificable) de TP1, por lo que poco tiene de sorprendente que TP2, y con ella
TP3, reduzcan TP1; en realidad TP3 tiene incluso todos los conceptos primitivos de TP1,
y algunos más, nada muy sorprendente pues que diga lo mismo que ella y quizá algo más.
Pero es esencial destacar que la reducción no exige que la teoría reductora contenga como
primitivos 10s términos primitivos de la reducida; TP5 reduce TP1 y entre sus términos
primitivos ('ancestro', 'varón', 'hembrat) no están todos los primitivos de TP1 ('progeni-
tor', 'varón', 'hembra'). Y lo mismo ocurre respecto de la equivalencia o reducción recí-
proca. TP3 y TP5 son equivalentes y sin embargo no tienen exactamente los mismos
términos primitivos. En este caso particular, los términos primitivos de una de las teorías,
TP3 ('ancestro', 'progenitor', 'varón', 'hembra'), incluyen los primitivos de su equivalen-
te TP5. Pero no es necesario ni que tengan los mismos tirminos primitivos ni siquiera que
los de una lo sean también de la otra. Como ejemplo tómese la siguiente teoría del
parentesco.
27 8 FüSDA51EhT3S DE FILOSOFLA DE LA CIENCIA
Términos primitivos:
C 1. Padre (relator diádico)
C2. Madre (relator diádico)
C3. Varón (relator monádico)
C4. Hembra (relator monádico)
Axiomas:
A l . Todo individuo es varón o hembra, y sólo una de las dos cosas.
. A2. Todo individuo tiene exactamente un padre.
A3. Todo individuo tiene exactamente una madre.
A4. Los padres de alguien son varones y las madres hembras.
A5. Si un individuo es padre de otro, éste no lo es de aquél.
A6. Si un individuo es madre de otro, éste no lo es de aquél.
Definiciones:
D1. Progenitor: x es progenitor de y syssddxes padre o madre de y.
El resto de definiciones como en TP1.
Pues bien, es fácil ver que TP6 es equivalente a TP1 (y como TPI, por tanto,
reducida por TP3 y TP5) y sin embargo ninguna incluye como primitivos todos los concep-
tos primitivos de la otra. Lo que sí ocurre, y este es el punto esencial, es que los términos
primitivos de una pueden ser defiilidos mediante los de la otra (en los términos comunes la
definición es inmediata, la gracia está en los no comunes) de modo que los axiomas de una
se convierten en afirmaciones (axiomas o teoremas) de la otra. Éste es el concepto un poco
más refinado de reducción: Treduce T' 'si los términos primitivos de T' pueden ser definidos
en T de modo que los axiomas de T' se obtienen como axiomas o teoremas de T (s610 como
teoremas, si no tienen ningún término en común); T y T' son equivalentes si se reducen
mutuamente. Cuando las teorías tienen términos comunes, como en nuestras teorías del
parentesco, estas relaciones no suelen ser extremadamente interesantes, después de todo
"parecen hablar (al menos parcialmente) de lo mismo". Más interesantes son los casos, que
discutiremos por extenso más adelante (cf. en el próximo apartado de esta sección el ejemplo
de la teoría de conjuntos y la aritmética, y para ejemplos empíricos el capítulo 11), en los que
las teorías involucradas no compmen ni siquiera parcialmente el material conceptual, esto
es, cuando las teorías parecen en principio estar hablando de cosas diferentes y se descubre
que una teoría reduce otra. Este tipo de situaciones tienen el máximo interés desde el punto
de vista metacientífico, como veremos, por su relevancia en los fenómenos de cambio
teórico y sus implicaciones epistemológicas y ontológicas (cap. 13).
AP, axiomatizada por Peano (y Dedekind) a finales del siglo xrx, pretende sistema-
tizar axiomáticamente las verdades conocidas y utiIizadas informalmente desde antiguo
sobre los números naturales y sus propiedades, relaciones y operaciones básicas.
Términos primitivos.
C1. Número natural (relator monádico)
C2. Cero (término singular)
C3. El siguiente de (functor monádico)
Axiomas:
A l . Si un objeto es número natural, su siguiente también lo es.
A2. El cero es un número natural.
A3. El cero no es el siguiente de ningún número natural.
A4. Dos objetos con el mismo sizuiente son el mismo.
A5. Si el cero tiene una propiedad cp y el que un número natural sea cp implica que
su siguiente también es cp, entonces todo número natural tiene la propiedad 9.
Teoremas:
T1. El siguiente del siguiente del cero es un número natural.
T2. El siguiente del siguiente del cero no es el siguiente del cero.
T3. Cero no es el siguiente del siguiente de cero.
Definiciones:
D 1. Uno = d,f el siguiente de cero.
D2. Dos = defelsiguiente de uno.
D3. T r e ~ =.........
~~f
D4. Suma (functor binario: la suma de ... y ...):
a ) x más cero = dcfir
b) x más el siguiente de y = J,rel siguiente de (x más y).
D5. Producto(functor binario):
a ) x por cero = dsfcero
b) x por el siguiente de y = 2tf.u más (.u por y).
D6. x I:y syssJ4existe un número natural z tal que x más z = y .
D7. x es par syssd4existe un natural z tal que .r = dos por z.
(D4 y D5 son lo que se denomina defiiziciones recztrsii~as;intuitivamente: el resultado de
la operación de un número con otro diferente de cero se da en función del resu:tado con el
anterior del segundo -cláusula b)-; como además se da el resultado de operar cualquier
número con el cero -cláusula a)-, queda bien definida la operación para cualesquiera
números, pues todos los números surgen del cero mediante la función siguiente.)
Teoremas:
T3. Dos es número natural y par.
T4. Dos no es el siguiente del cero.
T5. Cero no es el siguiente de uno.
T6. Uno más dos = tres.
T7. Para todo .Y, y: x más J = y más x.
T8. Para todo x: x por uno = x.
T9. Para todo x, y: s I s más y.
Términos primitivos:
C 1 . Conjunto (relator monádico).
C2. Pertenencia (relator diádico: ... es elemento de ...).
Axiomas:
A l . Dos conjuntos a los que pertenecen los mismos objetos son el mismo.
A2. Dado un conjunto y una propiedad 9,hay un conjunto cuyos elementos son
los elementos del primero que tienen la propiedad cp.
A3. Existe un conjunto que no tiene elementos.
A4. Dados dos conjuntos, existe otro formado por los elementos de los anteriores.
A5. Dados dos objetos, existe un conjunto formado por ambos.
Teoremas:
T I . Existe un y sólo un conjunto sin elementos.
T2. Dados dos conjuntos, existe un y sólo un conjunto cuyos miembros son los
elementos de los anteriores.
T3. Dados dos conjuntos, existe otro formado por los elementos comunes de
ambos, y es único.
T3. Dados dos conjuntos, existe otro formado por los elementos del primero que
no pertenecen al segundo, y es único.
Definiciones:
D I . 0 = dcf el conjunto sin elementos.
D2. x cy syssdeflos elementos de .u son también elementos de y.
D3. x u y = def el conjunto formado por los elementos de .u o de y.
D4. x ny = J,f el conjunto formado por los elementos comunes de x e y.
D5. x - y = def el conjunto formado por los elementos de x que no pertenecen a J .
Teoremas:
T5. Para todo x: 0 c.u.
T6. Para todo x: x u 0 = s.
T7. Para todo .u, y: .u nJ = J n.u.
TS. Para todo x, y, z: .Y - C\' u z)=(s - J ) n ( x - z).
T9. Para todo x, y: si .Y cy entonces s n y = .Y.
Términos primitivos:
C 1. Negador: 7 (functor monario).
C2. Implicador: + (functor binario).
Axiomas:
A l . x+(y-+x).
A2. ( i x + l y ) + ( y + . x ) .
A3. (x -+ 0> 4 2 ) ) ((x 4 y) -+ (x -+ z)j.
Teoremas:
TI. x + x .
T2. -i (x-+ 7x).
T3. x + ( l x + y).
Definiciones:
91. X V Y = ~ ~ J ~ X + ~ .
D2. x r \ y = d r f 7 ( x - + - i y ) .
D3. ~ t j y = ~ ~ ( x + y ) ~ O > + x ) .
Teoremas:
T4. ~ ( x A - x ) .
T5. x v - i x .
Con LO como última ilustración concluimos la presentación del concepto de
cálculo o teoría axiornática y de otras nociones relacionadas, como las de reducción y
equivalencia. Para fijar estos conceptos hemos utilizado intencionadamente como ejem-
plos (además de nuestras inventadas teorías del parentesco) teorías pertenecientes al cam-
po de las ciencias formales. El motivo es que el análisis de las teorías de las ciencias
empíricas como cálculos axiomáticos presenta problemas específicos que no tienen que
ver con el concepto abstracto de teoría axiomática. Una vez fijado el instrumental concep-
tual, en las secciones subsiguientes nos ocuparemos por extenso de su eventual aplicación
a las ciencias empíricas y los problemas específicos que tal aplicación comporta. Finaliza-
remos esta introducción del aparato conceptual presentando el concepto formal de modelo
o realización de una teoría axiomática.
2. Teorías y modelos
son modelos de dicha teoría, y Francia, Italia y Portugal no lo son. Esta idea intuitiva se
puede hacer precisa mediante la noción formal de sistema o estructura que presentamos en el
Apéndice. Recordemos que un sistema es simplemente una tupla o secuencia de entidades
conjuntistas construidas a partir de un universo o dominio básico de objetos. A veces puede
haber varios dominios básicos, pero eso no es una diferencia esencial, pues siempre se puede
tomar su unión como el universo y después destacar de él los subconjuntos principales. Lo
importante es que un sistema es o representa "un pedazo de la realidad,
entidad lingüística, salvo quizá, en algunas ocasiones. en un sentido d
objetos del universo son ellos niismos entidades lingüísticas. El dominio
tar de personas, números, proposiciones, partículas o cualesquiera otras e
plo enunciados. En el primer caso tenemos un sistema "humano", en el s
rico", y en e1 último caso tenemos un sistema "lingüístico", constituid
~üísticas.Pero incluso si en este caso queremos decir que el sistema es
+
ca en el sentido de estar construido por entidades lingüísticas, ello sólo
pues estos sistemas "lingüísticos" no son ellos mismos entidades ling
sistemas son simplementepa~~es estiucticradas de la realidad, y como
lingüísticas susceptibles de ser verdaderas o falsas o de tener signifi
realidad respecto de la cual ciertas entidades lingüísticas, enunciado
las teorías entendidas en el sentido axiomático visto. son verdaderas
contemplada la relación en la dirección opuesta, son panes de la reali
no como afirma la teoría, que satisfacen o no las afirmaciones de la t
teoría axiomática todas sus afirmaciones, su contenido, está expres
implícitamente, por los axiomas, para ver si un ---
sistema .es- o no
__-m .-.--
-
ver si satisface o no sus axiomas.
C - - - - - 1
Términos primitivos:
C1. M (relator diádico).
C2. * (functor diádico).
C3. 0 (functor diádico).
C4. - (functor monádico).
C.5. e (constante individual).
Axiomas (léanse clausurados universalmente):
A l . xMx
A2. x M y ~ y M z - + x M z
A3. x*y =y*x
A4. xoy =yox
A.5. (x*y)*z = x*(y*z)
A6. xOx= x
A7. - - x = x
A8. xhL~*y
Ag. x0yM.r
A 10. xob*z) = (xoy)*(.xoz)
A l l . -(.vy)=-x* - Y
A12. x * e = x
A13. x o e = e
A14. x* - . r = e
S, = <N, 5, +, ., S, O> (los naturales con "menor o igual que", la suma, el producto,
la función "siguiente de" y el cero).
S?= cZ, S, +, -,-, O> (los enteros con "menor o igual que", la suma, el producto, el
opuesto y el cero).
S3 = <I, 5, +, -,-, O> (los enteros impares con "menor o igual que", la suma, el
producto, el opuesto y el cero).
S4 = cQ. 2, :, -', l > (los racionales con "menor o igual que", el producto, el
a,
1; Como se ve, una misma teoría, un mismo conjunto de axiomas, puede tener mode-
j los muy diferentes. De hecho no hay ninguna teoría que tenga un único modelo o realiza-
ción, al menos si estamos dispuestos a aceptar siempre modelos matemáticos. Ahora bien,
aunque las teorías no determinan unívocamente sus modelos en este sentido tan estricto, lo
pueden hacer en otro sentido todavía interesante. un poco más débil que el anterior y de
hecho más razonable. En la interpretación que venimos usando, una teoría pretende "des-
cribir (un trozo de) la realidad". Pues bien, si los diversos modelos son "extremadamente
semejantes" entre sí, aunque no se describa un ú*co modelo se tratará de una buena
descripción en el sentido de suficientet~tenteuníi,oca. Dicho técnicamente: si los diversos
modelos son isomorfos entre sí (para la noción de isomorfía, cf. Apéndice), la teoría
determina la realidad del modo más fuerte que es razonable exigir; a una teoría así se le
-> denomina categórica. Dar con una teoría categórica no es fácil. Por ejemplo, la teoría
consistente en todos los axiomas que acabamos de presentar tiene modelos no isomorfos,
S5 y S,. La teoría consistente en los axiomas 1, 2, 3,4,5,7, 10, 12, 13 y 14, tiene modelos
isomorfos, S2 y SI, pero otros no isomorfos, pues S5 y S6 son también modelos de esa
teoría y no son isomorfos entre sí ni respecto de S: y SI. En realidad no siempre es bueno
pretender que la teoría sea categórica. Quizá eso sea deseable en las teorías formales, pero
desde luego no lo es en las teorías empíricas. En las teorías empíricas es natural pretender
que una teoría tenga modelos que sean partes de otros modelos o, como se dice técnica-
mente, q r e entre sus modelos algunos puedan ser extensiones de otros, esto es, partes más
grandes de la realidad, por así decir. Eso no siempre impide la isomorfía, por ejemplo SI
es una extensión de Sj y son isomorfos; pero la impide cuando los modelos, como parece
razonable no descartar en las teorías empíricas, tienen un universo finito. Sobre este tipo
de cuestiones trataremos más adelante. De momento es conveniente insistir ahora tan sólo
en el siguiente hecho, trivial pero interesante: todos los modelos de una teoría, sean o no
isomorfos, se parecen mucho en cierto sentido, a saber, todos se comportan como la teoría
dice. Y eso por supuesto es un parecido digno de tener en cuenta, de hecho es el tipo de
parecido a tener en cuenta cuando se trata de teorías empíricas.
Examinemos ahora los primeros análisis que se hicieron del concepto de teoría
empírica. Según la concepción a que dichos análisis dieron lugar, una teoría empírica es un
cálculo interpretado, donde por 'cálculo' se entiende un cálculo o teoría axiomática en el
sentido presentado en la sec. 1. Allí vimos unos ejemplos puramente formales, y la ilustra-
ción era intencionada, pues de hecho los primeros filósofos de la ciencia tomaron la idea de
las axiomatizaciones que entonces se hacían de algunas teorías lógicas y matemáticas (axio-
matizaciones en matemáticas que hasta mediados de siglo seguirían invariablemente el es-
quema de la sección 1). Es más, el primer análisis detallado de las teorías empíricas como
cálculos interpretados se presenta explícitamente en relación con una teoría axiomática
puramente matemática. Se trata del estudio que hace Reichenbach en los años veinte de las
semejanzas y diferencias en naturaleza y estructura de la Geometría Pura (GP) y la Geome-
tría Física (GF) (cf. 1928). La semejanzas consistían básicamente en la estmctura axiomática
de ambas; las diferencias se derivaban de la naturaleza empírica de la segunda. A diferencia
de GP, cuyo análisis se agota al dar su estructura axiomática puramente formal, el carácter
empírico de GF obliga a completar la parte puramente axiomático-formal con elementos
adicionales que den cuenta de su carácter "físico"; estos elementos deben hacer explícitos los
modos en que el formalismo abstracto se pone en contacto con la experiencia, esto es, el
modo en que recibe una interpreraciónflsica determinada.
Éste es el origen y núcleo del análisis de las teorías empíricas como cálculos
interpretados. La idea básica es desarrollada, en los años veinte y treinta del siglo xx, de
modo parcialmente coincidente por Reichenbach, Ramsey, Bridgman, Campbell y Camap,
que sería su principal impulsor. Esta idea se conforma como el núcleo central de lo que se
denominará más tarde Concepción Heredada y encuentra su expresión más elaborada en
las principales monografías que en los años cincuenta y sesenta escriben sus principales
representantes (cf. especialmente Braithwaite, 1959; Camap, 1966; Nagel, 1961 y Hem-
pel; 1965 y 1966) y será prácticamente dominante en filosofía de la ciencia hasta casi los
años setenta. Veremos primero en esta sección cuáles son sus aspectos más generales y
discutiremos en las sisuientes con algo de detalle algunos de sus elementos, la evolución
que sufrieron y las últimas revisiones críticas, principalmente por parte de Hempel.
Según el análisis que estamos presentando, por tanto, cada teoná científica está con-
formada por un cálculo axiomático abstracto y otro componente que conecta las expresiones
de dicho cálculo abstracto con situaciones de la experiencia entendidas como situaciones de
obsen~acióndirecta. Este segundo elemento está conformado por enunciados que vinculan los
términos del sistema axiomático con términos obse~-racioiilalesque refieren a objetos, propie-
dades o relaciones directamente obsenfables. A esos "enunciados conectores" se les ha deno-
minado de varios modos: reglas de correspoltdelzcia (Camap, Nagel, Margenau), defiiziciones
coordi~~ativas (Reichenbach), elzunciados ilzterpretariilos (Hempel), postulados de siglzifica-
ción (Camap, Hempel) diccioizario (Campbell, Rarnsey) o defniciones opemcioiiuzles (Bridg-
man). Pero, a pesar de que hay algunas diferencias de concepción (especialmente notables en
el último caso), su función es en términos generales la misma, proporcionar interpretación
empírica al cálculo axiomático que por sí mismo está sacío de contenido empírico. Las teorías
empíricas son pues cálculos axiomáticos inrerpi-etadosempíricamente a través de esos enun-
ciados que conectan los términos del formalismo con situaciones de obsen~acióndirecta. En
este punto, y antes de esquematizar los elementos centrales de esta concepción, es necesario
hacer una observación.
Hemos dicho que el cálculo axiomático por sí solo carece de contenido empírico y
que, para dar cuenta de su interpretación empírica, el análisis añade junto a los axiomas
del cálculo un conjunto de reglas de correspondencia. Pero podría pensarse, quizá, que las
cosas no tienen por qué ser así. Aunque lo distintivo de las teorías empíricas sea que tienen
contenido empírico, e incluso si tal contenido se adquiere a partir de ciertas situaciones de
observación, no es necesario introducir las reglas de correspondencia, puede bastar con el
cálculo axiomático si algunos de sus términos fuesen términos de obsentación, en cuyo
caso algunos de los axiomas estarían ya cargados de contenido empírico. Bien, esta
cuestión es en parte puramente nominal, derivada de cómo hemos presentado las cosas.
Tomemos todas las afirmaciones (primitivas) de la teoría y seleccionemos entre ellas las
que no contienen términos observacionales: direinos que estas afirmaciones constituyen el
cálculo axiomático abstracto. Tomemos las afirmaciones que incluyen términos tanto ob-
sernacionales como no observacionales, éstas son las reslas de correspondencia. Se trata,
si se quiere ver así, de que el análisis "divide" el sistema de afirmaciones completo en dos
partes, o en realidad en tres partes, pues hay que añadir las afirmaciones que sólo contie-
nen términos observacionales, esto es, las afirmaciones puramente observacionales.
Esta estrategia de análisis sería insatisfactoria si toda afirmación contuviera términos
obsenracionales, pues en tal caso lo que hemos venido llamando cálculo axiomático abstracto
no existiría. Pero ello no es así, toda teoría mínimamente compleja y sistematizada, que no sea
un mero informe de afirmaciones obsenlacionales, contiene afirmaciones sin términos obser-
vacionales. Y no sólo eso, sino que la mayoría de sus afirmaciones son de ese tipo, al menos
tal y como aparecen las teorías formuladas en los libros de texto avanzados. Esas afirmacio-
nes, aisladas, están desconectadas de la experiencia, de modo que lo que nos presenta una
formulación estándar de una teoría empírica conlpleja altamente elaborada se parece mucho a
lo que hemos caracterizado como un cálculo axiomático abstracto no interpretado (o al menos
así lo pensaban los autores mencionados). Eso representa un serio reto para los filósofos de
orientación empirista que, como parte de un proyecto que arranca de la Ilustración, quieren
descartar como carentes de sentido las afirmaciones (no puramente analíticas) desconectadas
de la experiencia, típicamente las de la metafísica especulativa y las de pseudociencias como
la astrología. Es un reto, pues las afirmaciones que aparecen en los textos avanzados de
muchas teorías científicas parecen en principio de ese tipo. La solución radica e n que, aparez-
can o no en las exposiciones usuales de la teoría, forman parte esencial de la teoría otras
afirmaciones que ponen en conexión expresiones que aparecen en las primeras con situaciones
observacionales; y si no existen afirmaciones de ese tipo, no se trata de una teoría empírica.
Ésa es la diferencia entre la ciencia empírica y la metafísica; la diferencia con las pseudocien-
cias consistiría en que, o carecen (como la metafísica) de reglas de correspondencia, o si
tienen tales conexiones con la experiencia, entonces son patentemente falsas.
Pasemos ahora a esquematizar sumariamente los principales elementos del análisis
presentado. Las teorías empíricas dan cuenta de fenómenos empíricos postulando ciertas
entidades o procesos gobernados por ciertas leyes; esas entidades postuladas no están
directamente dadas en la observación, están "alejadas" de la experiencia observable, con-
trariamente a los fenómenos de los que pretenden dar cuenta, directamente accesibles a la
observación. La teoría introduce nuevos términos para referirse a esas entidades y proce-
sos no observables. Diremos de esas entidades que son entidades teóricas'y de los térmi-
nos introducidos para referirnos a ellas que son ténnirzos teóricos.
2. Algunos representantes de esta concepción, como Xagel (cf. 1961, cap. 5, 511.3, también Hesse,
1966) incluyen, como "elemento adicionai", además de axiomas y reglas, tiiodelos. Pero la referencia a
Esta estructura es plásticamente expresada por Hempel mediante su famosa me-
táfora de la red: "Una teoría científica puede entonces ser comparada con una red
espacial compleja: sus términos est6n representados por los nudos, mientras que los
hilos que unen éstos corresponden en parte a las definiciones y en parte a las hipótesis
fundamentales y derivadas incluidas en la teoría. Todo el sistema flota, por así decir,
sobre el plano de la observación y está anclado en él mediante reglas de interpretación.
A éstas se las puede considerar conlo cuerdas que no forman parte de la red pero que
conectan ciertas partes de ella con lugares específicos de la observación. En virtud de
estas conexiones interpretativas, la red puede funcionar como teoría científica: a partir
de ciertos datos observacionales podemos ascender a través de una cuerda interpretativa
hasta algún punto de la red teórica, de aquí pasar a través de definiciones e hipótesis a
otros puntos, desde los cuales otras cuerdas interpretativas permiten descender al plano
. de la observación" (1952, $7).
Hasta aquí las líneas generales del análisis de las teorías empíricas, de sus consti-
tuyentes, naturaleza y funcionamiento, propio de la Concepción Heredada. Para concluir
con este enfoque comentaremos en las próximas secciones dos cuestiones que fueron
objeto de especial atención: a) la naturaleza de las reglas de correspondencia y sus conse-
cuencias para la supuesta eliminabilidad de los términos teóricos: y b) la distinción teóri-
co/observacional y la naturaleza de la base empírica. En esta última cuestión presentare-
mos las críticas internas de Popper y el último Hempel, que sugieren modificaciones
fundamentales.
Hasta ahora hemos presentado las reglas de correspondencia de una forma extre-
madamente general, sin especificar su estructura, tan sólo hemos dicho de ellas que
contienen términos tanto teóricos como observacionales. Ésta es una caracterización muy
débil compatible con prácticamente cualquier forma ~intáctica.~ Pero eso no fue siempre
así y en los inicios se pretendió imponer consuicciones más fuertes sobre la forma de las
reglas, constricciones derivadas de la finalidad que se les atribuía.
modelos en esta concepción es excepcional y, cuando se hace, está poco desmollada, mal estructurada con el
resto de elementos y, en general, es muy confusa. Al no pasar a formar parte de la versión oficial, no vamos a
detenemos aquí en ella.
3. Aunque no con cualquiera, al menos no si se entiende la inclusión de términos de ambos tipos en
sentido esencial, e.e., que las reglas contienen esenciulmenre términos tanto teóricos como observncionales. Si
eso es así y, supuesto que t es el único timiino de uno de los tipos, la regla no puede tener la forma, P.e., "a A
( X t ) v -. y(t)) + p', pues ahí r no ocurre esencialmente (a no ser que ocurra esencialmente en a o en p); es
sólo este tipo de formas el que queda excluido por la caracterización general anterior.
791 FUND.r\hlE\TOS DE FILOSOF~.-\ DE LA CIENCIA
Las reglas expresan la conexión de los términos teóricos con la experiencia obser-
vable, cargan de contenido o significación empírica tales términos. Como hemos indicado
más arriba, una de las preocupaciones de estos filósofos, de orientación general neoempi- 1
rista. era dejar clara la legitimidad-ca de las expresiones científicas, por contrapo- fpc
sición a otras según ellos carentes de sentido. Esa legitimidad la da el anclaje en la
experiencia obsenable, y es tanto mayor cuanto m%s fuerte sea dicho anclaje obsenlacio-
hal. Si eso es así, entonces la alternativa más fuerte a considerar es que los términos
teóricos sean completamente definibles mediante términos obsenlacionales, esto es, que
i
jiLk21
1"
haya'de$ziciones explícitas de los términos teóricos mediante vocabulario observacional.
Más arriba hemos indicado que no puede haber definiciones explícitas de los términos
primitivos del cálculo axiomático, pero en ese contexto estaba claro que teníamos en
cuenta únicamente la intervención de términos teóricos. La opción ahora es definir explí-
1
j
citamente los términos primitivos teóricos del formalismo abstracto, no mediante otros f
términos teóricos sino mediante términos observacionaies; puesto que con los términos
teóricos prin~itivosse definen los restantes términos teóricos, la alternativa implica la
eliminabilidad total de los términos teóricos, los convierte en meras abreviaturas de expre-
1
I
iI
siones más complejas cuyos componentes se refieran sólo a entidades observables.
Esta alternativa determina la forma que deben tener las reglas de correspondencia, i
I
a saber, la de las definiciones explícitas: para cada término r de Vi-hay una regla de
correspondencia que tiene la forma "$1) cp(o,, ..., o&)".donde t es el único término
teórico que ocurre en y y cp sólo contiene como términos descriptivos k términos observa-
cionales o,, ..., oi. Si esta propuesta fuese viable, entonces la teoría estaría utilizando ,
siempre un vocabulario en realidad exclusivamente obsemacionai, sólo que usando a I
menudo abreviaturas notacionales. No es difícil ver que ello conferiría la máxima legitimi-
dad observacional al lenguaje de la teoría: las entidades teóricas "desaparecen" o, más
suavemente, se reducen a, o se consuuyen como, complejos de observables.
El principal defensor de dicha propuesta, Carnap, reconoció pronto su inviabilidad.
El problema principal lo ejemplificaban los términos de propjedades disposicionales,
como 'frágil', 'elástico' o 'soluble'. Estos términos se refieren a propiedades que se
caracterizan por cierta reacción ante ciertas circunstancias; por ejemplo, un cuerpo es
soluble si, al sumergirse en agua, se disuelve (las propiedades no disposicionales se
denominan categóricas, p.ej. ser molécula de ácido sulfúrico o ser vertebrado). Aunque no
10 parezcan en primera instancia, muchas de las propiedades teóricas de la ciencia son
disposicionales, lo que representa un serio problema para el programa eliminativista. Las
únicas definiciones explícitas para estas propiedades deben tener la forma
donde D es la propiedad disposicional que queremos definir, C son las condiciones ob-
servables en las que se actualiza la disposición y R es la respuesta observable que la
disposición produce en las condiciones C; por ejemplo, "x es soluble syss, si x se sumerge
en agua, entonces x se disuelve". El problema es que, por la lógica del condicional
material, estas definiciones atribuyen la propiedad disposicional a todo individuo que no
sea sometido a las condiciones C,por ejemplo a toda sustancia que no se sumerja nunca
en agua, lo cual es inaceptable. La solución de Carnap (cf. 1936-1937, 57) es abandonar la
propuesta reduccionista radical, optar por otra que no tenga consecuencias inaceptables
aunque no permita la eliminación vía definición explícita de los términos teóricos.
La nueva propuesta consiste en modificar la forma de las reglas para términos
disposicionales del siguiente modo:
Es claro que (2) no tiene los problemas de (l), pero también que no permite eliminar el
término disposicional al no ser una definición explícita, sino una definición "parcial" o, en
expresión de Camap, un enunciado de reducción parcial. Una reducción (definición,
eliminación) earcial es, Simplemente, una no reducción (de&ión. eliminación). m
ahora, cuando las condiciones de prueba C no se satisfacen, la posesión o no de la
propiedad dhosicional D queaa simplemente indeterminada; por ejemplo, de una sustan-
cia que nunca se sumerja en agua queda indeterminado, según (2), si es o no soluble. Eso
sería una consecuencia inaceptable si pretendiéramos que (2) es una definición, esto es, si
pretendiéramos que determina las condiciones necesarias y suficientes de que algo sea o
no soluble. Pero ahora ya no se pretende tal cosa.'
Los términos disposicionales no son los únicos que sugieren estas modificaciones,
aunque son los que mejor las ilustran, al menos en primera instancia. Se reconoce que lo
mismo ocurre con términos en principio no disposicionales, como 'temperatura'. También en
estos casos las reglas sólo proporcionan interpretaciones empíricas parciales. Por ejemplo, la
regla "si al introducir un tubo de vidrio con mercurio en una sustancia y después introducirlo
en otra, la columna de mercurio asciende, entonces la segunda sustancia está a mayor
temperatura que la primera" interpreta sólo parcialmente el término 'temperatura', pues no
se aplica a sólidos, o a temperaturas muy altas, o muy bajas, etc. (cf. p.ej. Camrip 1966, cap.
XXVIII). Y lo mismo ocurre con las demás reglas para el término. Podría pensarse que la
situación se rzsuelve conyuntando todas las reglas de correspondencia para cada término,
pero, y esto es verdaderamente importante, no es así. La conyunción proporciona la total
interpretación empírica, pero no constituye una definición o eliminación del término, pues
no incluye situaciones en las que, según los axiomas teóricos, también se aplica: por ejem-
plo, no hay ninguna regla de correspondencia directa para la situación consistente en que el
centro del Sol está a mayor temperatura que su superficie.
Una vez abandonada la propuesta eliminativista radical y abierta la puerta a reglas
de correspondencia no definicionales, no hay especial razón para imponer constricciones
4. Es cierto que ésta no es la única alternativa al problema, hay otns que mantienen Ia vocación
drfinicional. La mis inmediata es sustituir en (1) el condicional material por un condicional contrafictico o de
necesidad física (cf. cap. 5), pero para la mayoría de nuestros filósofos neoempinstas (especialmente Cxnap.
pero no sólo él) las soluciones en esta línea son inaceptabks por apelar ir conceptos modales, como el dr
necesidad. que prefieren evitar en una reconstrucción lógica de la ciencia.
muy específicas a la forma de las reglas. De este modo se acaba admitiendo como regla
cualquier tipo de enunciado mientras contenga esencialmente términos teóricos y obsenra-
cionales. O para ser más precisos, de los tres tipos de enunciados que puede contener una
teoría científica, a saber, enunciados sólo con términos teóricos, enunciados sólo con
\ términos observacionales y enunciados con términos tanto teóricos como obsen7acionales,
j se se'_eccioaan esto~~últimos ,_---- las reglas
(o una subclase-representante de los mismos) como
1 de ;orre9a&xxi.a L.-de%_--teoría sin importar la forma --
-- -sintáctica que- tengan
- (incluso a
veces, como señalaron Ramsex-Camap yTráithi+yáite,las reglas p e d e n tener la forma de
definiciones explícitas de términos observacionales mediante términos teóricos). El propio
Camap acaba poniendo como ejemplo de regla de correspondencia enunciados que sim-
plemente conectan mediante un condicional material un término teórico con otro observa-
cional, por ejemplo "si u es más caliente que v, entonces la temperatura de u es mayor que
la de v" (cf. Carnap, 1956, QV). Esta liberalización en la forma Iógica de las reglas va
acompañada de otra en apariencia más radical, a saber, ni siquiera es necesario que todo
término teórico intervenga esencialmente en al menos una reglz de correspondencia. Pero
esta liberalización es más radical sólo en apariencia. En efecto, si no se trata de definir
observacionalmente los términos teóricos, si basta con que estén conectados con términos
obsen~acionalesmediante las reglas, entonces no es necesario que esa conexión deba ser
directa para todos y cada uno de los términos teóricos; esto es, puede que algunos se
conecten sólo Ntdirectarnenre con la base observacional a través de su conexión axiomáti-
ca con términos teóricos conectados directamente con la base observacional. Algunos
términos teóricos*fendrán varias reglas (p.ej. varios enunciados de la forma (2) con dife-
rentes Cs y Rs), pero otros pueden no tener ninguna y no por eso carecen de contenido
empírico (y con ello de legitimidad semántica) pues adquieren tal contenido (legitimidad)
indirectamente por su conexión a-través de los axiomas con otros términos para los que sí
hay reglas de correspondencia.
Resumiendo, los términos teóricos (primitivos), por tanto, no son eliminables me-
diante definiciones explícitas a partir de términos observacionales. Son términos con "vida
propia" que fijan su contenido o significado por dos vías, cada una de las cuales los
"define" sólo parcialmente: a ) su conexión con otros términos teóricos a través del cálculo
axiomático, y b) su conexión, directa o indirecta, con términos observacionales a través de
las reglas de correspondencia. Así pues, el significado de los términos teóricos no es
puramente observacional, las conexiones axiomáticas contribuyen esencial e ineliminable-
mente al mismo. 3
Nótese que tampoco es viable la alternativa opuesta, a saber, que el significado
fuese puramente teórico, que los axiomas diesen el significado (implícito) completo de los
términos teóricos y que las reglas fuesen hipótesis empíricas que no contribuyeran al
significado de tales términos. Si eso fuera así, los axiomas teóricos, las leyes, serían (como
en las ciencias formales) verdades analíticas, verdades en virtud del significado de los
términos que involucran, carentes por tanto de todo contenido empírico; sólo tendrían
contenido empírico las reglas de correspondencia, la mayoría de las afirmaciones de las
teorías consideradas enipíricas serían, contra toda apariencia, analíticas. Puesto que ésta
parece una conclusión claramente rechazable, el significado de los términos teóricos no
puede depender de los axiomas solos, como tampoco depende de las reglas solas, sino de
ambos a la vez. Aquí, sin embargo, se abre uno de los problemas más profundos de la
filosofía de la ciencia, relativo al significado de los términos teóricos y al estatuto episté-
mico de las afirmaciones científicas. El lector avisado habrá advertido que, si el significa-
do de 10s términos teóricos no es constituido por los axiomas solos, ni por las reglas solas,
sino por ambos a la vez, entonces parece que se puede decir de "los axiomas más las
reglas" lo mismo que se dice en las ciencias formales de los axiomas, a saber, que puesto
que constituyen el significado de los términos, entonces axiomas y reglas son analítica-
mente verdaderos, verdaderos en virtud de definiciones. Ésta es en parte la brecha por la
que Quine ataca la distinción analítico/sintético (cf. 1951) al poner de manifiesto toda una
serie de problemas en la distinción tradicional que obligarán a revisar la relación entre
analítico y etnpíricamente revisable. No podemos detenemos aquí en esta cuestión. Para
concluir con las reglas de correspondencia mencionaremos brevemente dos modos en los
que, en este enfoque, se acepta que los términos teóricos son eliminables en cierto sentido
en favor de los observacionales, aunque no mediante definiciones explícitas.
Pues bien, se puede demostrar entonces que todo enunciado (puramente) observacional
que se sigue de T se sigue también de TR, enunciado éste que, como hemos visto, no
contiene términos teóricos.
En este sentido los términos teóricos son ciertamente eliminables. Sin embargo,
este resultado tiene poca trascendencia filosófica si lo que se pretende es prescindir de las
entidades teóricas (lo que no era la pretensión de Ramsey). En primer lugar, la versión-
Ramsey de la teoría requiere lógica de segundo orden, pues algunas constantes descripti-
vas teóricas serán predicados, con lo que la versión-Rarnsey de enunciados con predicados
cuantificará sobre variables predicativas (como en nuestro ejemplo, que cuantifica sobre
298 FUNDAMEATOS DE FILOSOFÍ-~DE LA CIENCIA
La alternativa de Ramsey no depende de que los dos grupos de términos sobre los
que se realiza la eliminabilidad relativa sean los teóricos y los observacionales en el
sentido pretendido, se aplica a cualquier teoría en la que dividamos el vocabulario en dos
conjuntos disjuntos. Lo mismo sucede con el segundo expediente de eliminación, debido a
Craig y que es consecuencia de un teorema de lógica formal del mismo autor. Craig
mostró (cf. 1953 y 1956) que si el vocabulario V de una teoría T se divide en dos
conjuntos disjuntos de términos VI y Vz, y la teoría satisface ciertos requisitos formales (no
especialmente estrictos), entonces siempre existe otra teoría P que usa términos sólo de
un tipo, digamos Vi,y de la cual se derivan los mismos V,-enunciados (e.e. enunciados
que involucran sólo términos de V , )que se derivaban de T; T y T; son por tanto Vl-equiva-
lentes. Además TX no contiene, contrariamente a la versión de Ramsey, recursos expresi-
vos nuevos, nuevas variables. Aplicado a la distinción entre los vocabularios teórico y
observacional, este resultado implica que las mismas consecuencias observacionales que
se derivan de una teoría con términos teóricos, se derivan también de otra teoría que no
contiene términos teóricos ni variables que los sustituyan. En este sentido parece que los
términos teóricos son eliminables o prescindibles, y ahora no se trata sólo de los ténninos
sino también de las entidades teóricas mismas.
Pero, como antes, esta vía no es tan prometedora para el eliminativista como a
primera vista parece. Aunque ahora parecen ser eliminables las entidades teóricas mismas,
ello es sólo "en principio". En primer lugar, la eliminabilidad es sólo a posteriori, esto es,
una vez tenemos previamente la teoría original con sus tkrminos teóricos, por lo que la
teoría puramente observacional "sustituta" no puede desempeñar ninguna función heurísti-
ca o metodológica efectiva. Pero además el expediente es tal que la teoría puramente
observacional T: consiste siempre en un conjunto infinito de axiomas no simplificable de
manera significativa (ni siquiera mediante esquemas axiomáticos). Las consecuencias filo-
sóficas de la eliminabilidad a lo Craig son prácticamente nulas, a lo sumo satisfacer la
mala conciencia de las mentes empiristas radicales con una eliminabilidad en principio
completamente irrelevante para la práctica científica. Pero si nos contentamos con eso, ni
siquiera se precisa de complejos resultados formales, pues es trivial construir una teoría T'
puramente observacional y observacionalmente equivalente a otra T que use sólo términos
observacionales: simplemente seleccionamos como axiomas para T' todas las (infinitas)
consecuencias puramente observacionales de T (dado T = AR, T' = { a/aes consecuencia
de AR y contiene sólo términos observacionales).
Hasta aquí hemos procedido como si estuviera clara la naturaleza de los términos,
y las entidades, observacionales. Pero eso dista mucho de ser así y en la Concepción
Heredada se plantearon, casi desde los inicios, diversos problemas relativos a la naturaleza
dz estos términos. Comentaremos aquí muy brevemente tres que están íntimamente conec-
tados, dos de los cuales hemos mencionado anteriormente: a ) el problema ontológico de la
naturaleza de las entidades teóricas, la fundamentación a partir de ella de la distinción
teórico/observaciona1 y el carácter rígido o fluido de tal distinción; b) el problema semán-
tico de la supuesta neutralidad teórica de los términos observacionales; c) el problema
metodológico de la supuesta naturaleza observacional de la base empírica de contrasta-
ción, no sólo del conjunto de nuestro conocimiento, sino para cada teoría científica par-
ticular. Estas cuestiones motivaron multitud de debates, han sido tratadas por casi todos
los filósofos de la ciencia y en relación con ellas surgieron algunas de las posiciones que
dieron lugar a concepciones alternativas a la Concepción Heredada. En el primer parágra-
fo nos limitaremos a los aspectos más generales, y en los dos siguientes desarrollaremos
algunos problemas específicos.
5.1. ENTIDADES
OBSERVABLES Y DISTINCIÓNTEÓRICO/OBSERVACIONXL
Las teorías empíricas se generan a partir de una serie de fenómenos de los que, tras
la elaboración teórica, se pretende dar cuenta; esos mismos fenómenos, u otros nuevos del
mismo tipo, constituyen el ámbito de experiencia sobre el que la teoría hace predicciones
y se somete a contrastación. Llamemos a esos datos, fenómenos o hechos que constituyen
el ámbito de experiencia y contrastación de una teoría, la base e~npíricao base de contras-
ración de la teoría en cuestión. Hemos visto que en la versión oficial de la Concepción
Heredada se entiende la base empírica en términos obsen~acionales.
Por otro lado, aceptemos, como demuestran múltiples estudios tanto empíricos como
teóricos, que la observación "directa" incluye conceptualización. A pesar de ello, cabe supo-
ner que algunos aspectos de esa conceptualización, los cognitivamente más básicos, serán
generales, comunes a todo sistema cognitivo (o al menos, en su dimensión biológica-evoluti-
va, comunes a todos los seres humanos). Si eso es así, del hecho de que la observación
presuponga cierta conceptualización no se sigue que dicha conceptualización dependa siem-
pre esencialmente de las teorías científicas. Por tanto, si la base de contrastación &ese
observacional, ello no implicaría que lo que cuenta como base empírica depende esencial-
mente de las teorías cienrljTcas. En realidad, pues, lo que hay implícitamente detrás de las
co~sjderaciones.críticas sobre la carga teórica (cientrjTcainerzte teórica) de todo dato de
contrastación es una puesta en cuestión del squesto de la ConcepCión Heredada de que la
base de contrastación es en general de naturaleza observacional. Tras muchas de las críticas a
la supuesta neutralidad de las observaciones, lo que hay en realidad es un rechazo a la
identificación entre base empírica de contrastación y experiencia directamente observable. El
principal motivo para identificar la base empírica con la experiencia observable directa es el
viejo anhelo empirista de fundamentar y justificar todo nuestro conocimiento e n la expenen-
cia sensorial. Todo conocimiento (empírico) empieza con las afecciones de nuesrro entorno
sobre nuestro aparato sensorial y toda justificación del mismo debe apelar en última instan-
cia a esa "observación directa" del entorno. Pero, como dijimos más arriba (seccibn 3), de
este supuesto razonable no se sigue que la justificación de cada pieza de nuestro conocimien-
to deba proceder del mismo modo, que esta tesis global sea también válida localmente.
Puede ocumr que, como organismos vivos, la interacción más básica con nuestro entorno la
realicemos en términos globales perceptualmente mediante observación directa, pero que en
algunas partes de nuestro sistema cognitivo. especiaImente en las muy complejas que dan
lugar a las teorías científicas (muy escasas 4 raras en términos evolutivos globales), la base
de experiencia no se dé a través de observación directa inmediata. Puede que todo empiece
por la observación pero, si el sistema cognitivo es modular y jerárquico, no en todas partes.
Si eso es así, la base de contrastación de muchas, o (casi) todas, las teorías científicas puede
estar constituida por datos o fenómenos que no sean de observación directa; y por tanto,
f! alternativamente, lo distintivo de los términos teóricos no será que denotan entidades inob-
servabIes.
ii Ya en 1962, Putnam se opuso a identificar la distinción "inobservable/observable"
con "teórico/no teórico". Afirmaba, por un lado, que hay teorías cuyo aparato teórico se
refiere a entidades observables, y, por otro, que casi nunca los fenómenos a explicar son
accesibles mediante observación directa. Se trata de dos dicotomías diferentes. Un término
1 teórico es un término que proviene de una teoría científica y "el problema apenas tocado
: en treinta años que se lleva escribiendo acerca de 'términos teóricos' es qué es lo realmen-
te distintivo de dichos términos" (1962, $1). Poco antes, Ryle había distinguido entre
expresiones de una teoría que están cargadas con el peso de esa teoría particular y expre-
siones que no lo están; así, p.ej., "los términos técnicos de la genética están impregnados
de teoría, l...] no sólo con equipaje teórico de alguna clase, sino con el de la teoría
genética" (1956, p. 90). Estas consideraciones apuntan a la idea de que un término es
teórico o no en relación con una teoría en función de si depende O no, de un modo que hay
que especificar, de la teoría en cuestión. Achinstein (1968, cap. 6) hace explícita esta
caracterización y discute varios sentidos en que un término puede depender de una teoría.
Como veremos en el próximo capítulo, durante los años sesenta, Kuhn y Lakatos hicieron
también consideraciones que apuntan en la misma dirección.
El primero en dar una caracterización mínimamente articulada y elaborada de la
nueva distinción que se está gestando fue Hernpel en una sene de trabajos de finales de los
años sesenta y principios de 10s setenta (1966, cap. 6, 1970, 1973). En estos trabajos,
Hempel divide ahora el vocabulario básico de cada teoría en dos clases que se pretenden
nítidamente separadas y relativjzadas a una teoría específica. Una clase está formada por
los términos con los que se describen los fenómenos a explicar, la base empírica. Estos
términos constituyen el vocabu!ario preteórico o, como también dice, "previamente dispo-
nible". Estos términos preteóricos no corresponden en general a situaciones observables
306 FUXD.;\SíE\TOS DE F I L O S O F ~DE
. ~ L.4 CIENCIA
consideran cargados de teoria pero no de la misma teoría para la que constituyen su base
empírica. Las principales dificultades radican en: (i) la imposibilidad de distinguir entre
principios internos y principios-puente, y (ii) la inexistencia de un criterio preciso para
poner en obra la distinción entre términos teóricos y preteóricos.
6. Consideraciones finaIes
1. La primera dificultad tiene que ver con la excesiva "rigidez" del uso que se
hace de la noción de cálculo axiomático. Tal como se presenta aquí, todos los axiomas
(y reglas) de una teoría están al mismo nivel, no hay unos más esenciales, básicos, y
otros menos, complementarios. Nótese que estamos hablando sólo de los axiomas, no se
piense por tanto que la distinción entre axiomas y teoremas tiene que ver con ésta que
ahora estamos apuntando. Por lo que a los axiomas se refiere, si todos están al mismo
nivel, si todos son igualmente esenciales, entonces es difícil que esta noción tan rígida,
"monolítica", de teoría sincrónica permita una elucidación adecuada de las teorías en
sentido diacrónico. Si todo está al mismo nivel, si no se distingue entre afirmaciones
esenciales y otras sólo complementarias ("no esenciales"), entonces el más mínimo
cambio implica un cambio de toda la teoría, la sustitución de una teoría por otra teoría
diferente. Esto es intuitivamente insatisfactorio. Una de las principales contribuciones
de los nuevos filósofos de la ciencia que estudiaremos en el próximo capítulo consistz
precisamente en llamar la atención sobre esta inridecuación y proponer un concepto de
teoría mucho más rico y dúctil.
2, La segunda dificultad tiene que ver con la noción misma de sistema axiomáti-
co. Tal como se presenta la identidad de una teoría, ésta parece depender de los axiomas
que se elijan en su axiomatización, lo cual es inruitivamente insatisfactorio. Parece que
una teoría puede decir "lo mismo" mediante recursos expresivos diferentes. Esto no lo
niegan los representantes de la Concepción Heredada pero, simplemente, la articulación
"enunciativista" que hacen de la idea básica no les permite recoger plenamente las intui-
ciones. Como veremos en el capítulo 10, para ello es necesario hacer jugar un papel más
central en la caracterización de las teorías a la noción de modelo que presentamos en la
sección 2. Ésta será la principal contribución de las concepciones semanticistas que estu-
diaremos en ese capítulo.
3. Por último, en la discusión sobre la naturaleza de la base de contrastación, su
supuesta carga teórica y su eventual naturaleza observacional, se deben distinguir dos
niveles, el local y el global. Por lo que se refiere al supuesto carácter observable de la base
de contrastación, una cosa es a) que las teorías científicas, globalmente consideradas
como partes del sistema total de nuestro conocimiento, descansen en última instancia, por
lo que a su justificación se refiere, en los modos más básicos de experiencia "observable"
("observabilismo" global), y otra b) que cada teoría científica sea tal que los enunciados
que expresan los hechos con los que se contrasta involucren sólo expresiones que se
refieren a situaciones observacionales básicas ("obsen~abilismo" local). Lo primero es
seguramente cierto, lo segundo es, a la luz de las teorías reconstruidas, muy poco plausi-
ble. En cuanto a la carga teórica de la base de contrastación, una cosa es c) que la
determinación de los datos de contrastación presuponga "directamente" la teoría que se
quiere contrastar mediante dichos datos (autojustificacionismo local), y otra 4 que tal
determinación presuponga otra u otras teorías vinculadas a nivel global de una disciplina,
o incluso la ciencia entera, con la teoría original (holismo de contrastación). Lo primero es
claramente inaceptable, lo segundo merece un juicio filosófico más detenido. Sobre estas
cuestiones volveremos en los próximos capítulos.
ANÁLISIS SINCRÓNICODE TEORÍAS 11.
LAS CONCEPCIONES HISTORICISTAS:
LAS TEOR~ASCOMO PROYECTOS DE INVESTIGACI~N
Durante los años sesenta, y en parte como consecuencia de los debates sobre
algunas de las cuestiones que hemos expuesto en el capítulo anterior, se gestan y desarro-
llan concepciones alternativas a la Concepción Heredada que cuestionan sus supuestos
fundamentales. De ellas, la que más pronto cristaliza como alternativa es la que entonces
se denominó niteva filosofía de la ciertcin, vinculada a autores como Hanson, Toulmin,
Kuhn, Feyerabend y Lakatos, y mucho más tarde y sin pertenecer oficialmente al grupo,
pero con orientaciones parecidas, Laudan. Una de las características de estcs pensadores
es su mayor preocupación por, y su mejor conocimiento de, la historia de la ciencia (el
más representativo e influyente de ellos, T. Kuhn, se había dado a conocer años antes
como un extraordinario y renovador historiador de la ciencia). En su opinión, la atención a
la ciencia real que la historia nos presenta obliga a modificar la práctica totalidad de la
imagen de la misma que se ofrece en la Concepción Heredada. Esta rev~ieltahistoricista
propicia una revisión drástica en prácticamente todos los ámbitos metacientíficos. Aunque,
como siempre, también en esta concepción las tesis centrales en los diversos ámbitos están
extremadamente interrelacionadas, vamos a ocupamos aquí, en la medida d e lo posible,
exclusivamente de las tesis relativas a la naturaleza y estructura de las teorías científicas
en su dimensión estática o sincrónica (en el capítulo 13 nos detendremos en los aspectos
diacrónicos).
Conviene advertir que, contrariamente a la Concepción Heredada, ésta no es una
cuestión que reconozcan como central los nuevos filósofos, ni siquiera hacen de ella un
tema de estudio explícitamente declarado (salvo quizá Kuhn en una segunda etapa). En
la medida en que se ocupan de las teorías o constructos teóricos, lo hacen siempre,
consecuentemente con su orientación general historicista, desde una perspectiva diacró-
nica, centrándose en los aspectos dinámicos de las teorías como entidades que se extien-
den en el tiempo, esto es, que nacen, se desarrollan y "mueren" (se desalojan mutua-
mente). Sin embarso, debe quedar claro que, independientemente de que se reconozca o
no explícitamente, el estudio diacrónico presupone una concepción de la naturaleza
310 FUND.A~IE\TOSDE FILOSOFLADE L.4 CIESCIA
2.1. CIENCIA
NORMAL Y CIENCM REVOLUCIOS.ARIA
En las ciencias maduras, Kuhn distingue dos modos de "hacer ciencia" que ade-
más, en su opinión, se suceden históricamente. Al primero lo llama norr~ialpues es el
modo usual en que opera la ciencia. la manera en que ésta se desarrolla la mayor parte del
tiempo. Al segundo lo denomina, por oposición, no-rzor-mal o e,rtraordinario y, a veces,
revolucionario. Es importante insistir en que éste es el modo en que, según Kuhn, procede
la ciencia madura, pues el panorama que vamos a trazar no se aplica a los períodos de
formación o asentamiento de una disciplina.
Los períodos de ciencia normal se caracterizan por el hecho de que la comunidad
de científicos que trabaja en un determinado ámbito comparten ciertos presupuestos de
muy diverso tipo (tejricos, experimentales. metodológicos y otros) que son los que les
permiten ir haciendo ciencia. Estos elementos compartidos se encuentran, implícitamente
unos, explícitamente otros, en los canales usuales de enseñanza y transmisión de una
disciplina (principalmente los libros de texto) y el futuro científico los adquiere por regla
general en su período de aprendizaje. En ciencia normal la tarea casi exclusiva consiste en
lo que Kuhn llama trabajo de resollrción de enigmas o rorrrpecabezas. Esta tarea consiste,
grosso modo, en ir ampliando y perfeccionando la aplicación del aparato teórico-concep-
tual a la experiencia, y a la vez y como consecuencia de ello, en ir ajustando y puliendo la
base teórico-conceptual. Algunas de 1 arcas típicas de la investigación normal son la
Z
Genera1i:aciones simbólicns
No todas las generalizaciones simbólicas son paradigmáticas, esto es, :)O todas se
consideran incuestionables. Es típico que así ocurra con las que tienen cierto carácter funda-
cional o programático. De entre ellas, son especialmente importantes las "más generales",
cuasi-vacías o cuasi-tautológicas, como f = ina o la ecuación de onda de Schrodinger, que
más que generalizaciones son esquemas de tales: "no son tanto generalizaciones como
esquemas de generalizaciones, formas esquemáticas cuya expresión simbólica detallada
cambia de una aplicación a la siguiente" (1970c, SIII). Una de las tareas de la ciencia normal
consiste precisamente en intentar aplicarlas a situaciones empíricas concretas encontrando
formas especiales de las mismas: "En el problema de la caída libre, f = I?UI pasa a ser 17lg =
~nd'sldr'. Para el péndulo simple se convierte en mg seno = - ~ítd'sldt~.Para osciladores
armónicos acoplados, la mencionada fórmula se convierte en dos ecuaciones, la primera de
las cuales puede escribirse mid2sildt?+ kisi= k2(d+ s2- S,). Problemas mecánicos de mayor
interés, por ejemplo el movimiento de un giroscopio, mostrarían aún mayor disparidad entre
f = ma y la generalización simbólica a la que efectivamente se aplica la lógica y la matemáti-
ca" (ibid.). Es en este sentido que f = riza no es tanto una generalización específica cuanto un
esquema que va adquiriendo formas específicas para casos de aplicación específicos. Y por
eso es, cortsiderada en sí mis~na,cuasi-vacía o cuasi-tautológica y, por tanto, difícilmente
refutable, difícilmente puede entrar en conflicto con la experiencia. Por sí sola apenas tiene
"contenido", son sus versiones específicas las que lo tienen y las que entran en conflicto con
la experiencia. Pero si ello ocurre, siempre es posible mantener la ley más general y retocar
sólo sus desmollos específicos. La idea es que tales leyes generales son "programáticas",
son algo así como "guías para la investigación": si tienes un feiiómeno cinemático a explicar,
busca fuerzas responsables del mismo de modo que la suma de todas ellas sea igual al
producto de la masa por la aceleración; si la suma de fuerzas no coincide con dicho valor, la
conclusión no es que 1a.segunda ley es falsa, sino que debes seguir buscando nuevas fuerzas
o precisar mejor la naturaleza y magnitud de las ya detectadas. En este sentido, este tipo de
generalizaciones son "irrefutables" y sólo sus versiones específicas entran en conflicto con la
experiencia. Su abandono es un fenómeno re~~oluciottar.io. Durante los períodos de ciencia
normal no se cuestionan, s61o se cuestionan en los momentos de crisis y si se terminan
abandonando es porque han perdido la confianza de la comunidad como principios que guían
la investigación. Las revoluciones entrañan, entre otras cosas, el abandono de estos pnnci-
pios, de estas leyes paradig~ízáricas,pero como parte del proceso general de pérdida de
confianza en el paradigma-matriz en crisis (sobre la forma lógica de estos pri~icipiosguía, cf.
Moulines, 1982, cap. 2.3).
Modelos
Kuhn usa aquí 'modelo' en el sentido de imagen, algo a lo que se puede asimilar
otra cosa, por ejemplo cuando decimos que un computador es un modelo de la mente. Los
modelos proporcionan al grupo las analogías preferidas o? si se les sostiene a fondo, una
ontología. En un primer sentido, los modelos son simples analogías, son sólo heurísricos,
por ejemplo la asimilación del con~portamientode un gas con el de un conjunto de
pequeñas bolas en movimiento, o del funcionamiento de la mente con el de un computa-
dor. En un segundo sentido, más fuerte, los modelos son objeto de compromiso metafísi-
co, son ontológicos, por ejemplo la creencia de que todo fenómeno perceptible es debido
al movimiento e interacción de átomos en el vacío. Kuhn admite que ambos tipos de
modelos son conceptualmente diferentes, pero los subsume en un mismo grupo de com-
promisos porque su función metodológica y epistémica es muy parecida (cf. 1962-1979,
"Postscriptum", n. 9). Además de proporcionar a la comunidad científica sus analogías
preferidas, muchas veces determinan qué puede ser aceptado como solución a un proble-
ma. Por otro lado, a veces modelos heurísticos pueden pasar a convertirse en ontológicos,
como ocurrió en la reducción de la termodinámica a la mecánica estadística con la asimi-
lación del calor con la energía cinética media de las moléculas. Kuhn enfatiza que, aunque
usualmente los miembros de una comunidad comparten los modelos, ello no es esencial,
pueden no compartirlos, ni siquiera los heurísticos. En este punto, sin embargo, no está
claro qué grado de "esencialidad" tienen estos componentes de las matrices (cf. 1962-
1970, pp. 15 1-152).
Valores
Ejemplares
Sirp~iestoscornpnrridos
Arriculación teórica
Las tradiciones poseen un cierto número de teorías especljScas asociadas que las
ejemplifican y las constituyen parcialmente. Son los elementos empíricamente contrasta-
bles de la tradición, el "lugar" donde se contrasta la tradición con la experiencia.
Resolución de problemtlas
Desarrollo histórico
Coexistencia
sorprendente dentro de su propio enfoque, pues Laudan sostiene a la vez que tales
supuestos básicos identifican la tradición, por lo que parece que pueden perder (al
menos parte de) su identidad y seguir siendo ellas mismas (!). Una vez más, este efecto
es querido por Laudan, que discrepa en este punto de Kuhn y Lakatos sobre la persis-
tencia de la esencia o núcleo a lo largo de la tradición. La esencia, afirma, está relativi-
zada respecto al tiempo. El núcleo muy raramente permanece constante a lo largo de
toda la evolución de la tradición: "difícilmente hay un conjunto interesante de doctrinas
que caracterice las tradiciones de investigación a lo largo de roda su historia" (op. cir.,
cap. 3, 46). Es cierto que existe una continuidad, pero se trata de una "continuidad
relativa entre etapas sucesii~asdel proceso evolutivo" (ibid.).Es importante enfatizar
que, aun restringida a estadios sucesivos, la continuidad debe ser sólo aproximada, no
absoluta, en cada paso se pueden modificar parte de los supuestos básicos; si en cada
paso se debieran conservar todos los supuestos básicos, entonces en el conjunto del
proceso se seguirían conservando.
Pero si parte de la esencia se puede abandonar, la pregunta que surge inmediata-
mente es, ¿qué y cuanto se puede cambiar del núcleo sin abandonar la tradición?, ¿qué
distingue a ) el paso de un estadio a otro de la misma tradición de b) el paso del estadio
terminal de una tradición al inicial de otra tradición nueva diferente?: "Una respuesta
parcial a esta pregunta proviene del reconocimiento de que, en cualquier nzotítento dado,
determinados elementos de una tradición de investigación son más medulares y están más
alojados en la tradición de investigación que otros. [...] Ciertos elementos son sagrados y
no pueden rechazarse sin repudiar la tradición misma. Pero, a diferencia de Lakatos,
quiero insistir en que el coigurzro de eleinentos de esta clase (los irreclznzables) cainbia
con el rieinpo" (ibid.).Pero esto no parece ser una respuesta ni siquiera parcial, pues si el
conjunto de elementos irrechazables cambia con el tiempo, ¿en virtud de qué dos conjun-
tos diferentes sucesivos se consideran correspondientes a la misma tradición o tradiciones
sucesivas diferentes?
S610 hay dos modos en que, como pretende Laudan, pueda no conservarse nada en
el transcurso de una tradición. Uno es que en cada paso no haya un conjunto bien definido
de elementos irrechazables, pudiendo ser rechazado cualquiera de ellos mientras se preser-
ve la inmensa mayoría; así, tras una serie de pasos puede que no permanezca ninguno de
los originales. Otro es que sí haya un conjunto bien definido de elementos irrechazables,
pero que ese conjunto cambie parcialmente en cada estadio; también así puede que tras
varios pasos no permanezca ninguno de los elementos originales. Pero si no se dice nada
más, en ambos casos no está clara la diferencia entre el cambio etz una tradición y el
cambio de tradición. Quizá sea sólo una cuestión de grado, o de convención en la recons-
trucción histórica. Pero si no se aceptan estas consecuencias, la única posibilidad es que
haya algo que se mantenga a lo largo de toda la tradición y cuyo cambio sea precisamente
el indicio de un cambio de tradición. Esto es, que las teorías científicas, aun cuando
cambien en el tiempo, tengan un núcleo persistente.
5. Consideraciones finales
1.1. AXIOMAS
Y MODELOS
1. Una teoría se caracteriza en primer lugar, como hemos visto, por determinar
un conjunto de modelos; presentar-identificar una teoría es presentar-identificar la familia
de sus modeIos. La determinación de los modelos se realiza mediante una serie de princi-
pios o leyes. Las leyes se deben entender, por tanto, como definiendo una clase de mode-
los: "x es un sistema ... [un modelo de la teoría - ] s y s s q(.r)",
~ ~ ~ donde <p expresa las
leyes en cuestión. Que esto sea una definición, que las leyes definan los modelos, no
significa por supuesto que una teoría sea una definición, o que vaya a ser verdadera por
definición, o cosas parecidas. Que las leyes definen una serie de modelos significa sólo
que las leyes determinan qué entidades son las que se comportan de acuerdo con la teoría;
por ejemplo, cierta entidad, cierto pedazo del mundo, es "por definición" un sistema
mecánico si y sólo si cumple tales y cuales principios.
2. Una teona no sólo determina, a través de sus leyes, una clase de niodelos. Si
sólo hiciera eso, poco tendríamos. Ya sabemos. por ejemplo, qué es en abstracto un
sistema mecánico. ¿Qué hacemos sólo con ello? Nada. Definimos los sistemas mecánicos
para algo más,quizá p.ej. para explicar el comportamiento del par de objetos Tierra-Luna.
Una teoría determina una clase de modelos para algo, para dar cuenta de ciertos datos,
fenómenos o experiencias correspondientes a determinado ámbito de la realidad. Parte de
la identificación de la teoría consiste entonces en la identificación de esos fenómenos
empíricos de los que pretende dar cuenta.
3. Una vez identificados los modelos teóricos abstractos y los fenómenos empíri-
cos de los que se pretende dar cuenta, tenemos lo esencial de la teoría. Lo que hace la
teoría es definir los modelos con la pretensión de que representan adecuadamente los
fenómenos, esto es, con la pretensión de que los sistemas que constituyen los fenómenos
de que queremos dar cuenta están entre los modelos de la teoría; en términos tradicionales,
que tales fenómenos concretos satisfacen las leyes de la teoría, que ellos se comportan
como las leyes dicen. Esta pretensión se hace explícita mediante un acto lingüístico o
proposicional, mediante una afin?zación,la afirmación o aserción "empírica" de la teoría.
La aserción empírica afirma que entre los sistemas empíncos reales de que queremos dar
cuenta y los modelos determinados por las leyes se da cierta relación. Esta relación puede
ser de diversos tipos, más fuertes o más débiles, según las diferentes versiones. Puede ser
la identidad, e.e. que los sistemas empíncos son literalmente algunos de los modelos; o la
aproximación, e.e., que los sistemas empíncos se aproximan (en un sentido que hay que
precisar) a los modelos; o de subsunción, e.e., que los sistemas empíricos son subsumibles
(en un sentido que hay que precisar) bajo los modelos. Pero más allá de los detalles,
importantes como veremos, lo esencial es que expresa la pretensión de que nuestra teoría
representa adecuadamente la realidad, esto es, que nuestros modelos se "aplican bien" a
los sistemas a explicar. Así es cómo la teoría dice cómo es el mundo, esos pedazos del
mundo de que quiere dar cuenta en su ámbito de aplicación específico. Dice que el mundo
es de cierto modo al afirmar que ciertos sistemas empíricos específicos son (o se aproxi-
man a, o se subsumen bajo) modelos de los que ella ha definido; "el mundo", los sistemas
empíricos, se comporta de "ese" modo.
1. No se piense que por eso se destierran de la familia semántica, pues siguen pensando que el
mejor modo de describir esa entidad es en iérrninos de modelos y sus relaciones.
por tanto, identificar las teorías con esos pares de conjuntos de modelos (en realidad,
como veremos, con secuencias un poco más complejas de conjuntos de modelos). Así
identificadas, es obvio entonces que, en un sentido estricto, las teorías no son entidades
susceptibles de ser verdaderas o falsas, pues un par (una secuencia) no es una entidad a la
que quepa atribuir con sentido ~&*~redicados verdadero y falso. Es cieno pues que, si las
identificamos de ese modo, estrictamente las teorías no son verdaderas ni falsas. Pero nada
filosóficamente sustantivo se deriva sólo de ello. Las teorías, esos pares, llevan biunívoca-
mente asociadas entidades que sí son susceptibles de ser verdaderas o falsas, a saber, sus
aserciones empíricas. Por tanto, aunque no cabe atribuir primariamente valores veritativos
a las teorías, sí cabe atribuírselos deifvativarnente: una teoría es "derivativamente verdade-
ra" si y sólo si su aserción empírica es verdadera. Y este sentido derivativo es suficiente-
mente importante desde el punto de vista filosófico.
Insistir en que las teorías deben ser, o incluir esencialmente, aserciones puesto
que decimos que son verdaderas o falsas, no es un argumento suficiente si hay buenas
razones para no identificarlas de ese modo. Pero del hecho de que no se identifiquen
con entidades proposicionales no se pueden extraer conclusiones apresuradas sobre
problemas filosóficos sustantivos relativos a la "verdad" de las teorías. Por ejemplo
(como veremos más adelante en detalle, cap. 12, 5 3 , si hay cierto sentido interesante en
el que las teorías no son falsables, no es porque no sean entidades a las que no cabe
atribuir los predicados verdadero o falso. No cabe atribuírselo primariamente, pero sí
derivativamente y con ello es suficiente para el sentido importante de falsar: si la
aserción es falsa la teoría queda "falsada" en el sentido de que no todo puede permane-
cer igual. Si no son falsables será, como veremos, porque entendemos entonces por
teoría sólo la parte esencial, el núcleo lakatosiano que siempre se puede mantener
indemne a costa de suficientes reformas en la parte accidental, el cinturón protector de
hipótesis específicas.
Una última advertencia antes de ver algunas de lds versiones de la familia semánti-
ca. Al caracterizar los elementos generales compartidos de esta familia hemos hecho
constante y central referencia a los modelos. En la sección 2 del capítulo 8 presentamos la
noción intuitiva informal de modelo y una de sus posibles precisiones, la que se establece
en la teoría formal de modelos. Debe quedar claro que cuando hemos hablado aquí de
t
modelos nos referíamos a la noción informal. Las diversas versiones de la concepción
semántica discrepan, entre otras cosas, en la naturaleza precisa de esas entidades a las que
i denominan modelos y cuya determinación identifica una teoría. Para Suppes y la concep-
1
F
ción estructuralista, se trata de modelos en el sentido genirico de la teoría de modelos,
para van Fraassen y Suppe son lo que se denomina espacios de estado, para Giere son
modelos en cualquier sentido informal aceptable del término.
a ) Las entidades que componen .Y, esto es, que x es una estructura o secuencia de
conjuntos y relaciones y funciones sobre ellos.
b) (i) Los tipos lógicos de las entidades componentes de x, esto es, si se trata de
dominios de objetos, de relaciones o de funciones; (ii) su constitución relativa, esto es, los
dominios y contradominios de relaciones y funciones; y (iii) sus propiedades matemáticas
más generales, como que ciertos conjuntos son finitos, o infinitos numerables, o que cierta
función es continua, etc. Los axiomas mediante los que se hacen estas caracterizaciones
son meras tipificaciones, son por tanto axiomas su¿ generis, o como diremos después,
axiomas impropios. Los axiomas impropios no imponen constricciones efectivas a las
estructuras, simplemente nos dicen de qui tipo de entidades están constituidas, qué pro-
piedades matemáticas tienen y cuáles son las relaciones lógicas de constitución entre ellas.
c) Condiciones restrictivas no puramente constitutivas o lógicas. Esto es, se trata
de axiomas en sentido propio que tienen un efecto constrictivo. A las estructuras que
satisfacen las condiciones definicionales de b) se les impone ahora como condiciones
adicionales las leyes, en sentido tradicional, de la teoría. Son efectivamente restrictivas
porque las cumplirán sólo algunas de las estructuras especificadas en b), otras no. Muchas
veces tendrán la forma de relaciones entre varias de las entidades; por ejemplo, si en la
estructura hay dos operaciones, uno de estos axiomas propios puede exigir que una sea
distributiva respecto de la otra. Pero a veces pueden afectar a un solo componente; por
ejemplo, se puede exigir que cierta operación sea asociativa.
Para fijar las ideas, reproducimos como ejemplo la definición del predicado "x es
un sistema de mecánica de partículas" (cf. Suppes, 1957, cap. 12, parcialmente modifica-
do en Adams, 1959; Iri presente es una versión mixta, con algunas simplificaciones nota-
cionales que suponen algunas deficiencias técnicas, sobre todo en (8), pero es suficiente
para los actuales fines ilustrativos).
Definición 1O. 1:
(1) presenta (el número de) los constituyentes de las estructuras. (2)-(6) son los axiomas
impropios, meras tipificaciones lógico-matemáticas de las entidades que constituyen la
estructura. La idea es que P es un conjunto específico de partículas: en una estructura x
determinada ese conjunto contiene sólo la Tierra y la Luna; en otra, el Sol y los
planetas; en otra, la Tierra y un péndulo; en otra la Tierra y dos objetos en una polea;
etc. T es un conjunto de instantes temporales. s es la función posición, que asizna a cada
partícula del sistema un determinado vector-posición en cada instante; es dos veces
diferenciable respecto del tiempo, su primera derivada es la velocidad y su segunda
derivada es la aceleración. 171 es la función masa, que asigna a cada partícula un número
real positivo, su masa (que es independiente del tiempo). f es la función fuerza, que
asigna a cada partícula en cada instante una serie de vectores-fuerza, las fuerzas actuan-
tes sobre la partícula en ese instante; en vez de tener varias funciones, tenemos una
única función que tiene como argumentos, además de partículas e instantes, ciertos
índices que distinguen los diferentes \lectores-fuerza actuantes sobre p en r; así, f(p, t, i)
= (Y,,x2, x3> y 0, t, j ) = <y,, F.y3> (i f j ) son los valores de dcs fuerzas diferentes
actuantes sobre la partícula p en el instante t. (7) y (8) son los axiomas propios,
expresan las leyes propiamente dichas de esta teoría. (7) expresa el segundo principio de
Newton: la suma (vectorial) de las fuerzas actuantes sobre una partícula en un instante
es igual a la variación de cantidad de movimiento, o como se suele decir, al producto de
la masa de la partícula por su vector-aceleración en ese instante. (8) expresa (con ciertas
deficiencias técnicas) el principio de acción y reacción: las fuerzas que se ejercen
mutuamente dos partículas son de igual módulo y dirección y de sentidos contrarios.
Éste es un ejemplo típico de la axiomatización suppesiana de una teoría mediante
la definición de un predicado conjuntista. Debe quedar claro que lo que se hace es, como
habíamos anunciado, definir cierta clase de modelos. Las estructuras que satisfacen (1)-(8)
son, por dejiizición,sistemas mecánicos newtonianos. Presentar la mecánica newtoniana es
presentar (definir) esa clase de modelos. Debe quedar claro también que esos modelos
están sometidos a, son caracterizados a través de, algunas condiciones efectivamente
restrictivas. Las condiciones (1)-(6), meras tipificaciones, determinan simplemente el tipo
lógico-matemático de las entidades que constituyen los sistemas. Las entidades de ese tipo
lógico, que satisfacen (1)-(6), son, por decirlo así, candidatos a ser modelos de la teoría;
esto es, entidades de las que tiene sentido plantearse si se comportan del modo que dice la
teoría, si cumplen las leyes propiamente dichas. Si una estructura no tiene una función que
asigne a los elementos del dominio números reales, no tiene sentido preguntarse si cumple
o no ei segundo principio de Newton, pues tal principio involucra funciones de ese tipo. A
las estructuras que satisfacen las tipificaciones las llama Suppes realizncionesposibles (cf.
1960, pp. 287-289). Lo que debe quedar claro es que lo esencial de una teoría no son
(sólo) sus posibles realizaciones, sino (principalmente) sus realizaciones efectivas o mode-
los en sentido propio. La teoría no sólo contiene tipificaciones, contiene condiciones
adicionales que son restrictivas en el sentido de que algunas de las realizaciones posibles
las cumplirán, pero otras no. No por tenzr el tipo de conjuntos y funciones que especifican
(1)-(6) toda estructura va a satisfacer (7)-(8); puede ser que tenga ese tipo de entidades,
pero que la suma de los vectores-fuerza para una partícula en un instante simplemente no
dé el mismo resultado que el producto de su masa por su aceleración, por ejemplo que sea
igual al producto de la masa por el cuadrado de la aceleración, o la raíz cuadrada del
producto de la masa por la aceleración, o cualquier otra cosa (como ejercicio, el lector
puede construir un ejemplo puramente numérico de sistema que cumpla (1)-(6) pero no
(7)). Las realizaciones efectivas o modelos de una teoría son aquellas realizaciones posi-
bles que además satisfacen los axiomas propios; el conjunto de modelos será por tanto en
general un subconjunto propio del conjunto de realizaciones posibles.
2. En Última instancia porque, como vimos en el capítulo 6, algunas veces (la mayoría en realidad)
la medición de una magnitud para cierto objeto usa simplemente otros valores. Eso es la medición indirecta.
Pero, recuérdese, la medición indirecta no puede ser el único procedimiento de medición, pues los valores
previamente disponibles se han tenido que medir con anterioridad, y así sucesivamente. Así, en algún lugar
debe empezar la tarea, en algún momento asienamos números a las cosas sin usar números previamente
disponibles. Esos son justamente los procedimientos de medición directa o fundamentales, sobre los que
descansa en úlrim instancia toda medición, y a los que se refiere Suppes.
C OTEORIAS III
~ I N , ~ L ISS I SS C R ~ N IDE 339
según la teoría. Pero ¿de qué cosas trata? La teoría guiere decir "así son las cosas". Pero ¿de
qué cosas dice ella que son asi?: ¿planetas?; iPén&ulos?, @aíses?, ¿ángeles?, ¿simples
números? El "así" está expresado por el conjunto de modelos. Pero si eso es todo lo que
tenemos, nos falta algo que exprese "las cosas" de las que se pretende que son de ese modo.
Sin eso no podemos expresar esa pretensión de la teoría. Como vimos, esta pretensión es
esencial a las teorías, pues éstas son ideadas para dar cuenta de parcelas específicas de la
realidad. Y esra pretensión contiene el elemento proposicional de las teorías, pues se expresa
mediante una afirmación susceptible de ser verdadera o falsa: verdadera si esas cosas son
efectivamente así(si están entre los modelos), falsa si no lo son.
Adams propone "abordar el concepto de verdad o corrección [...] a través de la
noción de interpretación pretendida ['intended'] o AodeCo pretindido de la"&~i%a,[... que
es] cualquier sistema del cual [...] se pretende que se ajusta a los axiomas. Hay siempre en
general un enorme número de sistemas que satisfacen los axiomas de la teoría, pero en las
teorías de la ciencia empírica, normalmente sólo unos pocos de ellos serán aplicaciones o
modelos pretendidos" (1959, p. 258). Son modelos pretendidos de la mecánica newtonia-
na, por ejemplo, el sistema formado por la Tierra y la Luna, o el constituido por el Sol con
los planetas, o un plano inclinado, o un proyectil sobre la Tierra, etc. La identificación o
caracterización metateórica de una teoría debe incluir entonces, además del conjunto de
modelos que satisfacen el predicado, un conjunto de aplicaciones, de sistemas físicos
específicos, de "partes concretas de la realidad", de las que se pretende que se comportan
como la teoría dice, esto es, de las que se pretende que están entre los modelos. Resumien-
do: "Si la verdad y la falsedad han de ser definidas, hemos visto que se deben tener en
cuenta dos aspectos de una teoría: primero, el aspecto formal que corresponde al predica-
do conjuntista definido mediante los axiomas, [... o mejor,] la extensión de dicho predi-
cado, el conjunto de los sistemas que satisfacen los axiomas; y segundo, el aspecto
aplicativo, que corresponde a1 conjunto de modelos pretendidos. Formalmente, una teoría
T se caracterizará como un par ordenado de conjuntos T = cC,I> tal que C es el conjunto
de todas las entidades que satisfacen los axiomas, e I es el'conjunto de modelos pretendi-
dos" (ibid.). Como se ve, una teoría no es estrictamente una entidad de la que cabe
predicar primariamente la verdad o la falsedad, pero en un sentido lato, derivativo, sí que
es adecuado, y esencial, decir que puede ser verdadera o falsa: "La teoría es verdadera si y
sólo si todos sus modelos pretendidos satisfacen sus axiomas, en caso contrario es falsa. Si
T = <C,I>, entonces T es verdadera si y sólo si I está incluido en C' (ibid., pp. 259-260).
''1 C' expresa pues sucintamente la aserción o hipótesis empírica vinculada a la teoría,
de la cual ésta hereda su valor veritativo.
Ésta es la modificación esencia: con la que Adams contribuye al programa de
Suppes. En la versión de Adams, esta modificación presenta sin embargo algunas dificul-
tades. La más inmediata es que queda oscuro el modo en que se determinan las aplicacio-
nes pretendidas y, con ello, la forma en que se contrasta la aserción empírica. Por supuesto
que las aplicaciones no se "extraen" simpIemente de entre los modelos del conjunto C,
pues entonces la aserción sería tautológica. Para que quede claro la naturaleza del proble-
ma es esencial distinguir dos sentidos de 'determinar las aplicaciones'. En un primer
sentido significa ''seleccionarlas". La cuestión es entonces cómo se seleccionan los siste-
mas empíricos, las partes concretas de la realidad a la que se pretende aplicar ia teoría. E]
único modo de responder a esta cuestión es apelando a las intenciones de la comunidad de
cjentíficos: I es el conjunto de sistemas empíricos x tales que la comunidad científica cc
pretende o i~tterztaaplicar T a x. Por ejemplo, en las fases iniciales de la Mecánica Clásica,
los físicos pretendían que la teoría se aplicaba a cuerpos en caída libre, tiros parabólicos,
trayectorias de cuerpos celestes, y muchas otras cosas, entre ellas los rayos de luz; la luz
fue inicialmente una aplicación intencional de la mecánica (al menos de 10s partidarios de
la teoría corpuscular, como el propio Newton), aplicación que terminó por excluirse del
dominio de aplicaciones cuando se impuso la teoría ondulatoria rival. Simplemente, qut
sistemas específicos están en I depende exclusivamente de las pretensiones o intenciones
de 10s científicos (en un momento dado, cf. cap. 13).
En un segundo sentido, 'determinar las aplicaciones' significa, una vez selecciona-
das, "determinar sus parámetros", típicamente en los casos de teorías cuantitativas, deter-
minar en cada aplicación los valores precisos de cada una de las magnitudes involucradas.
Y aquí es donde aparece el problema, pues, si en la determinación de las aplicaciones, en
la medición de los valores de las magnitudes del sistema-aplicación x del que se quiere
contrastar si se ajusta o no a las leyes de T, se usaran las leyes de T, estaríamos ante un
expediente autojustificativo. Esto es, si en la determinación de los hechos o base empírica
de aplicación se usaran las leyes de la teoría, la aserción se autojustzj5caría. El problema
con la caracterización de Adams es que no es lo suficientemente fina para abordar esta
cuestión. Nótese que según Adams la aserción empírica es de la forma Z c C, y por tanto
cada aplicación concreta x es un sistema del mismo tipo lógico que los modelos actuales,
tienen los mismos componentes, las mismas funciones. Eso supone que determinar una
aplicación seleccionada exige medir en dicho sistema los valores de todas las funciones de
las que habla la teoría. Como veremos más adelante, si eso fuese efectivamente así,
estaríamos irremisiblemente condenados al problema de la autojustificación, pues algunas
de las funciones de las que habla la teoría no se pueden medir sin usar sus propias leyes.
En la medida en que las teorías no son localmente autojustificativas, en esa misma medida
el análisis de Adams es insatisfactorio, no puede ser que la contrastación de una teoría
exija disponer en los sistemas-aplicación de los valores para todas las magnitudes de que
habla la teoría. Veremos que una de las motivaciones por las que surge el estructuralismo
en Sneed es precisamente caracterizar las aplicaciones pretendidas de un modo más ade-
cuado que permita elucidar el carácter no autojustificativo de la aserción empírica.
Antes de concluir con la escuela de Stanford, hay que señalar que el propio Suppes
se plantea en cierto momento la cuestión de la aplicación empírica de las teorías empíricas
desde una perspectiva que guarda algo de semejanza con el espíritu de la propuesta de
Adams. En un trabajo de 1960 publicado dos años más tarde, 'Models of Data', defiende
que lo que cuenta como datos para una teoría se presenta también en forma de modelos,
los ?nodelosde datos. La diferencia entre las teorías empíricas y matemáticas es que en las
primeras, y no en las segundas, los modelos de datos son de distinto tipo lógico que los
modelos teóricos. Aunque no es totalmente explícito en este punto, parece que la diferen-
cia de tipo lógico a que se refiere en el caso de teorías empíricas consiste en que los
modelos de datos son subestructuras de los modelos teóricos. A juzgar por el ejemplo que
presenta, de este modo parece que se debe interpretar su afirmación de que "en la teoría
[empírica] se usan nociones teóricas que no tienen un análogo directo observable en los
datos experimentales" ($1). En su ejemplo, la teoría del aprendizaje Estes-Suppes (cf,
Suppes y Estes, 19.59). los modelos de la teoría están constituidos por ciertas entidades,
algunas consideradas observables y otras no; los modelos de datos están constituidos
entonces por los constituyentes observables de los modelos teóricos, de modo que resultan
ser subestructuras de aquéllos. Los modelos de datos, además, son definidos por sus
propias teorías, y es a través de su conexión con estas teorías de datos como adquiere
contenido empírico la primera. '*Lo que he intentado argüir es que se establece una
jerarquía completa de modelos entre los modelos de la teoría básica y la base experimental
completa. Más aún, para cada nivel de la jerarquía hay una teoría por derecho propio. A la
teoría de cierto,nivel le es dado su significado empírico al hacer conexiones formales con
la teoría de un nivel más bajo" ($3).
La propuesta de Suppes está sólo esbozada en este artículo, y no llegó a desarrollarla
en trabajos posteriores (de hecho, posteriormente parece contradecirla parcialmente, pues
exige que los datos sean del mismo tipo lógico que los modelos teóricos, cf. Suppes 1989,
p. 264). En esa versión es muy imprecisa, está poco articulada con el resto de su programa y
contiene elementos problemáticos que no se tratan. Aunque puede encontrarse cierta seme-
janza de espíritu con las ideas de Adarns, sus modelos de datos no se corresponden exac-
tamente con las aplicaciones pretendidas de Adams. Aquéllos son observacionales y plena-
mente determinables teóricamente (mediante otra teoría de bajo nivel); éstas se determinan
intencionalmente y no tienen porqué ser plenamente observawcionaies, de hecho no lo
pueden ser si deben tener el mismo tipo lógico que los modelos teóricos. Veremos que el
análisis satisfactorio de la base empírica incorpora elementos de ambos.
4. La familia semanticista
4.1. VANFRAASSEN:
ESPACIOS DE ESTADO; BASE E ~ ~ P Í R I C Y
A OBSERV4BILIDAD
L7an Fraassen coincide con Suppes en que el modo filosóficamente más ilumina-
dor de caracterizar una teoría es presentándola como definiendo una clase de modelos.
Discrepa de él, sin embargo, en la naturaleza matemática de estas entidades. Frente a
los modelos como estructuras conjuntistas de Suppes, van Fraassen opta por los mode-
los como "puntos" o "trayectorias" en un espacio de estados, idea cuya aplicación a las
teorías físicas atribuye a Beth. Beth (cf. 1960) propone un análisis semántico de las
mecánicas newtoniana y cuántica en términos de sistemas constituidos por estados
gobernados por las ecuaciones mecánicas fundamentales. Van Fraassen desarrolla y
generaliza esta idea a principios de los años setenta (cf. 1970 y 1972). Aunque los
detalles son complicados y no podemos verlos aquí, el núcleo de la idea es el siguiente
(van Fraassen advierte sobre las limitaciones para el caso de teorías físicas relativistas,
pero no nos detendremos en ello).
Un estado de un sistema está definido por los valores de ciertas magnitudes en
cierto momento (cf. cap. 5, $1.3). Por ejemplo, un estado de un gas queda definido por los
valores del volumen, la presión y la temperatura; se puede identificar por tanto con una
triada ordenada <v, y , r> de números reales, donde cada componente es, respectivamente,
el valor de la correspondiente magnitud. En mecánica, el estado de cada partícula en un
instante lo determina su posición q = (q,, q,, q,) y su momento p = (p,,y,, p;); el estado se
puede identificar con el séxtuplo ordenado <q,, q,. q,, p,. p.,,y,>. Los estados se identifican
por tanto en general con puntos en un determinado sistema de coordenadas, de tantas
dimensiones como componentes tengan los estados, tridimensional en el primer ejemplo,
hexadimensional en el segundo. A cada tipo de sistema le corresponde entonces un esya-
cio de estados, el conjunto de todas las posibles n-secuencias (n es la dimensión del
espacio) de valores; los estados posibles de los sistemas de ese tipo son pues los puntos de
ese espacio. Lo que hacen los postulados y leyes de una teoría es imponer constricciones
sobre las relaciones entre estados, permitiendo ciertas transiciones (leyes de sucesión) o
coexistencias (leyes de coexistencia) entre estados y excluyendo otras (sobre las leyes de
sucesión y coexistencia, cf. cap. 5, $1.3). Las transiciones se identifican con determinadas
trayectorias en dicho espacio, y las coexistencias con regiones específicas del mismo. Las
leyes de una teoría permiten ciertas trayectorias y regiones y excluyen otras; de entre todas
las trayectorias y regiones I(jgicat7rerzte posibles, la teoría determina sólo algunas de ellas,
las nómicarrtente posibles. Así, el conjunto completo de puntos del espacio es el análogo al
conjunto de realizaciones posibles de Suppes, y el subconjunto del mismo permitido por
las leyes es el análogo al conjunto de realizaciones efectivas de Suppes. En ambos casos
tenemos un espacio de modelos lógicalnente posibles en relación con el cual las leyes de
la teoría determinan el subespacio de modelosfísicamente posibles.
Como en Suppes, por tanto, la teoría define mediante las leyes una clase de
modelos, pero ahora tales modelos son trayectorias o regiones permitidas en un espacio de
estados de determinada dimensión. Esta diferencia en la caracterización de los modelos no
tiene consecuencias filosóficas sustantivas. En concreto, la forma de antirrealismo que van
Fraassen defiende, su llamado etnpirisrno constr~rctivo,no depende de las preferencias
sobre la forma de los modelos. El empirismo constructivo es una tesis epistemológica
acerca de qué creencias implica la aceptación de una teoría. En la defensa de esta tesis
epistemológica, \.an Fraassen desarrolla toda una variedad de tesis, de orientación general
también antirrealista, sobre muchas cuestiones filosóficas sustantivas, como la causalidad,
la explicación, las leyes, la modalidad o la observabilidad (cf. especialmente 1980 y
1989). No es éste el lugar de revisarlas, ni siquiera someramente. Nos limitaremos para
concluir a presentar la idea de base empírica sobre la que sostiene parte de su argumento
general.
"La parte 'pura' de la teoría define el tipo de sistemas a los cuales se aplica; las
aserciones empíricas tendrán la forma de que cierto sistema empírico dado pertenece a tal
clase" (1970, p. 3 11). En realidad la aserción no dice, como en Adams, exactamente que los
sistemas empíricos pertenecen a dicha clase, que son algunos de los modelos, sino sólo que
son "subsumibles". La diferencia radica en que los sistemas a los que se aplica la teoría son
submodelos, subestructuras de los modelos determinados por las leyes consistentes en que-
damos con la parte observacional de los modelos: "ciertas partes de los modelos [son]
identificadas como subestrzrcturas empíricas, y esos [son] los candidatos para la repre-
sentación de los fenómenos observables con los cuales la ciencia se puede confrontar en
nuestra experiencia, [...] la adecuación empírica consiste en la subsumibilidad de esas partes
en algún modelo único del mundo permitido por la teoría" (1989, pp. 227-228). Lo que hace
la teoría es postular la existencia de ciertas entidades inobservables, "ocultas", cuya (supues-
ta) interacción con las entidades observables produce (pretendidamente) los efectos obser-
vables, los fenómenos. Parte de lo que la teoría sostiene es que esas subestructuras empíricas
son subsumibles bajo uno de sus modelos, esto es, que se comportan del modo en que lo
harían si el mundo fuese uno de sus modelos, con sus entidades ocultas interaccionando con
las observacionaIes del modo específico indicado en las leyes. Ése es el contenido de la
aserción empírica y si dicha aserción es verdadera decimos que la teoría es emnpíricamnente
adecuada (que "salva los fenómenos").
Van Fraassen insiste en que eso es sólo parte de lo que la teoría dice, porque quiere
defender que la teoría dice también algo más, dice que el mundo contiene tales y cuales
entidades además de las observables: "Es claro que podemos discutir dos cuestiones
separadas: ¿qué dice la teoría sobre cómo es el mundo? J ¿qué dice la teoría sobre cómo
son los fenómenos? Puesto que los fenómenos son la parte observable del mundo, y es
344 FUNDASIENTOS DE F I L O S O F ~
DE~ L 4 CIENCIA
contingente que haya o no otras partes, se sigue que estas preguntas no son la misma"
(1989, p. 191). Lo que quiere defender es que la teoría misi?za, y no sólo su aserción
empírica, puede ser verdadera o falsa. Por eso insiste en que la teoría debe ser una entidad
en cierto sentido proposicional, con valor veritativo y susceptible de ser o no creída. Hay
un sentido débil en que la teoría puede ser verdadera o falsa, a saber, que su aserción es
verdadera o falsa, que /a parte observacional del mrotdo es como dice la teoría. Pero hay
un sentido más fuerte en que la teoría puede ser ~erdaderao falsa, a saber, es verdadera si
y sólo si el ~nundoes como dice la teoría, esto es, si el mundo es rtrto de sus nod del os. En el
primer sentido prefiere hablar, más que de verdad de la teoría, de adecuación emnpím-ica;
sólo en el segundo sentido la teoría es propiamente iyerdadera. Este doble sentido se aplica
también a las actitudes proposicionales que los sujetos epistémicos podemos tener hacia
las teorías. Podemos creer sólo que la teoría es empíricamente adecuada, que su aserción
empírica es verdadera; o podemos creer algo más.a saber, que la teoría misma, toda ella,
es verdadera.
En estos términos puede formular ahora van Fraassen su antirrealismo sucintamen-
te. En su opinión, el realismo no es una tesis onrológica sobre lo que hay, sino una tesis
epistemológica sobre lo que estamos justificados en creer que hay. Su antirrealismo sostie-
ne que al aceptar una teoría estamos justificados sólo en creer en su adecuación empírica,
no en su verdad. Aceptar una teoría nos compromete sólo a creer que lo que afirma de la
parte observable del mundo es verdad, no a creer que lo que también afirma acerca de
inobsemables es verdad. A esta posición antirrealista hacia lo inobservable la denomina
van Fraassen emnpii-iano co~7strz~crivo: "Uso el adjetivo 'constructivo' para indicar mi
concepción de que la actividad científica es una actividad de construcción y no de descu-
brimiento: construcción de modelos que deben ser adecuados a los fenómenos, y no
descubrimiento de la verdad acercade lo inobsen~able"(1980, p. 5).
Este antirrealismo es en opinión de van Fraassen la conclusión ineludible de dos
premisas en su opinión irrechazables: a ) la tesis empirista según la cual la justificación de
toda creencia empírica debe descansar en los fenómenos, en la experiencia, y b ) el hecho
lógico de que puede haber teorías diferentes ii~coi?ipatiblesentre sí pero e~npíi-icameizte
equivalemíres, con las mismas consecuencias contrastacionales (en esto consiste la iigrade-
terrni~zacióizde la teoría por la experiencia, sobre la que volveremos por extenso en el
capítulo 12 dedicado al problema de la inducción). De b) se sigue que la creencia en una
teoría frente a otra incompatible empíricamente equivalente no está basada en la experien-
cia y, por tanto, por a), no será una creencia justificada. En general, pues, sólo estamos
justificados en creer en la adecuación empírica, no en la verdad de una teoría, de roda ella.
Aunque no podemos discutir aquí a fondo este argumento, debe notarse que para que
concluya lo que pretende van Fraassen ha de aceptarse una premisa implícita adicional. De
a) y b ) se sigue que sólo estamos justificados en creer las afirmaciones que las teorías hacen
sobre entidades "dadas en la experiencia", pero para concluir que sólo estamos justificados
en creer las afirmaciones que las teorías hacen sobre entidades observables, hace falta la
premisa adicional según la cual c ) la parte e~npíricade las teorías, su base de comzrrastacióiz,
es siempre obsemvaciomial. El reto todavía pendiente es ofrecer una noción precisa y plausible
de obseivabilidad que sustente c). Van Fraassen defiende un concepto antropocéntrico de
observable. Afirma que. en tanto que organismos biológicos, somos cierto tipo de mecanis-
mos de medición o detección, que como tales tenemos ciertas limitaciones inherentes y "son
estas limitaciones a las cuales refiere el 'able' de 'observable"' (1980, p. 17). Por ser
antropocéntrico, este concepto no puede tener relevancia ontológica, para saber lo que hay,
pero sí epistemolópica, para saber qué estamos justificados a creer que hay. Reconoce
además que el concepto es hasta cierto punto vago. Por ejemplo, sostiene que las lunas de
Júpiter son observables, pues los astronauta serían capaces de verlas directamente si se
acercaran a ellas, pero que las partículas en una cámara de niebla no lo son, pues el juicio
sobre su presencia incluye inferencias teóricas; pero entonces, ¿que decir de la observación
con microscopio electrónico?, i y de una estrella lejana que quizá ya ha desaparecido? Pero
antropocentrismo y vaguedad no son los problemas principales, pues son asumibles por sus
tesis. Recuérdese que su tesis antirrealista es epistérnica, es una tesis acerca de lo que los
humanos estamos justificados en creer que hay, y por eso no es objetable que su antirrealis-
mo esté relativizado a nuestras capacidades epistémicas, esto es, que dependa de una noción
antropomórfica de 'observable'.
El problema principal es si se puede sostener que los sistemas empíricos que
ejercen de datos en las teorías están constituidos por entidades observables en srr serztido
de 'observable'. Él mismo reconoce que "la teoría no se confronta con datos brutos sino
con modelos de datos, y la constmcción de estos datos es un proceso sofisticado y creati-
vo" (1989, p. 229). De nuevo, como ocurría con la Concepción Heredada, incluso si en
términos globales nuestro conocimiento se origina en situaciones observables en dicho
sentido, hace falta un argumento adicional para establecer que la base empírica de cada
teoría tiene esas características. Más bien parece que no siempre es así; en realidad casi
nunca es así, o nunca si hablamos de teorías científicas mínimamente desarrolladas. Por
seguir con su propio ejemplo: reconoce que las partículas no son observables en una
cámara de niebla, que lo observable son los rastros en la niebla; afirma que los modelos de
datos que ejercen de base empírica son partes, subestructuras, de los modelos de la teoría;
pero, simplemente, sucede que los modelos de la mecánica cuántica no incluyen entre sus
entidades cosas como rastros en la niebla.
Si C) no es cierto, entonces para que su argumento concluya lo que pretende hay
que reinterpretar a) de modo que se refiera a la observación: la justificación de toda
creencia descarzsa en la "observación directa". Pero el problema ahora es con 'descansa'.
Si es "descansa inmediatamente", entonces su antirrealismo se aplica también a la base
empírica de contrastación cuando no sea directamente observable. Si es "descansa en
última instancia", entonces hay que elaborar en detalle cuál es la relación entre la base
empírica y la observación y qué se considera "en última instancia" Esto es esencial, pues
dependiendo de qué aceptemos como "descansar en última instancia", vuelven a abrirse
toda serie de estrategias a los realistas para recuperar la justificación de la creencia en las
entidades "teóricas" postuladas por la teoría para dar cuenta de los modelos de datos de
experiencia. En definitiva, el antirrealismo de van Fraassen parece, sin especificaciones
adicionales, inestable: o se aplica también a la base de contrastación (cuando ésta no sea
directamente observable), o no tiene por qué aplicarse a las entidades teóricas.
Suppe inicia su propio enfoque semántica en su tesis doctoral (cf. 1967) dedicada
al significado y uso de los modelos en la ciencia, influido por los trabajos de von Neu-
mann y Birkhoff sobre fundamentación de la mecánica cuántica y por los de Suppes sobre
modeIos de datos. En dos trabajos clásicos sobre la Concepción Heredada, prácticamente
ignorada en su tesis, contrasta los aspectos centrales de dicho enfoque con la concepción
axiomática clásica (cf. 1972 y 1974), y durante finales de los años setenta y en los ochenta
desarrolla su concepción aplicándola a los principales temas de la filosofía de la ciencia
(cf. 1989).
Suppe sigue a Suppes en la aproximación modeloteórica general pero, como van
Fraassen, influido en su caso por los trabajos de von Neumann y Birkhoff, prefiere
caracterizar los modelos mediante estados en un espacio de estados, no al modo conjun-
tista de Suppes. El instrumental matemático es prácticamente coincidente con el de van
Fraassen y no abundaremos en él. Una teoría se analiza ahora como un sisteina relacio-
nal (cf. 1989 p. 84), consistente en a ) un dominio que contiene todos los estados
lógicamente posibles de los sistemas de que trata la teoría (e.e. el espacio de estados
entero) y b) una serie de relaciones entre los estados, determinadas por los postulados o
leyes de la teoría, que especifican las trayectorias y regiones físicamente posibles. El
sistema relaciona1 contiene lo que Suppe denomina sistenzas físicos cartsaline?zreposi-
bles, que son los que hacen de modelos teóricos. Una teoría, entonces, determina, a
través de alguna de sus formulaciones, una clase de tales sistemas, una clase de mode-
los. Para su identidad no es esencial la particular formulación sino la clase de modelos.
Mediante la determinación de los sistemas físicos causalmente posibles, la teoría
pretende dar cuenta de cierto ámbito de la experiencia, lo que Suppe llama el alcance
pretendido ('inteizded scope'). Este ámbito de aplicación está constituido por sistemas
físicos que ejercen de "datos duros" (' "lzard" darn') para la teoría. Pero los datos no son
en ningún sentido relevante "observables3: "Las teorías tienen como su principal objeto
los informes de datos duros, no informes de obsen~acióndirecta. [...] La necesidad de una
dicotomía observacionaVteórico desaparece. La reemplaza la distinción entre datos duros
aproblemáticos sobre sistemas físicos y condiciones de entorno y los más problemáticos
asertos teóricos acerca de ellos" (1989, pp. 69, 71). Los datos son relarii~ameizteaproble-
máticos en dos sentidos: primero, porque son aproblemáticos relatiimnente a una teoría,
aquella teoría para la que son datos; segundo, porque, incluso para la teoría en cuestión, no
son totalmente aproblemáticos, en caso de contrastación negativa pueden ser problemati-
zados, esto es, revisados. Ello es posible porque los sistemas físicos que presentan los
datos son réplicas altamente abstractas e idealizadas de los fenómenos. En la réplica se
seleccionan sólo los parámetros del sistema relevantes para la teoría y se abstraen los
demás, y los que se seleccionan se idealizan. Por ejemplo (ibid., p. 65), en la determina-
ción del sistema-dato en un caso de caída libre en mecánica se prescinde de parámetros
como el color, etc., y otros relevantes como la velocidad se seleccionan en condiciones
ideales, como ausencia de rozamiento, masa puntual, etc. La determinación de los datos es
pues un complejo proceso de elaboración a partir de los fenómenos, que involucra un gran
número de supuestos teóricos en la selección de los parámetros, su medición, la idealiza-
ción, la determinación de las condiciones de entorno, etc. En ciertas circunstancias puede
ser más adecuado revisar este proceso que los postulados teóricos. Quizá se piense que
esta caracterización de los datos, obtenidos a partir de los fenómenos, abre la puerta
trasera a la distinción que se ha abandonado, pues aunque los datos no serían observables,
los fenómenos "de los que se extraen" sí lo serían. La distinción volvería a ser fundamen-
tal, sólo que un peldaño más abajo. Pero según Suppe no es así. Los fenómenos están
constituidos por particulares que poseen ciertas propiedades y que están en ciertas relacio-
nes, pero "estos particulares, sus propiedades y relaciones no necesitan ser observables"
(ibid., p. 93).
Así caracterizada, una teoría es empíricamente verdadera si los datos coinciden
con los modelos de la teoría, si los sistemas físicos del alcance pretendido coinciden con
los sistemas flsicos cairsaknente posibles determinados por la teoría, esto es, si en los
sistemas de datos los valores de los atributos son los determinados por la teoría (quizá con
ciertas idealizaciones). En realidad esa es una condición sólo necesaria, pues Suppe añade
otra condición "antinominalista", que aquí sólo podemos presentar imprecisamente y sin
comentario: los parámetros de los sistemas de datos corresponden a clases nat~rrales(cf.
ibid., p. 98; sobre este concepto, cf. supm, cap. 5, $2). Suppe coincide con van Fraassen
en que la aceptación de la teoría no supone aceptar su verdad, la verdad de toda ella. Pero
no coincide con aquél en sus motivos. Esta diferencia es la que le permite defender, contra
van Fraassen, lo que califica de cuasi-realismo. Las teorías, afirma, no dan descripciones
literales de cómo funciona el mundo real, sólo pretenden describir cómo funcionaría el
mundo si los parámetros seleccionados fuesen independientes de los desestimados. "Las
teorías proporcionan descripciones contrafácticas de cómo sería el mundo si los paráme-
tros desestimados no inflriyesen en los fenómenos que la teoría pretende describir. Pero
típicamente los parámetros desestimados influyen al menos a veces en los fenómenos, y
por tanto las caracterizaciones ofrecidas por las teorías no son literalmente verdaderas,
sino como máximo contrafácticamente verdaderas, de los fenómenos de su alcance. Ésta
es la postura cuasi-realista que he defendido" (ibid., pp. 316-349).
Una teoría tiene, como en la versión de Adams del programa de Suppes, una parte
formal y otra aplicativa. Pero ambas partes se articulan a su vez, como en Kuhn y
Lakatos, en diversos niveles de especificidad. Esta idea de los diversos niveles de especifi-
cidad se expresa mediante la noción de red teórica, que describe en toda su riqueza la
estructura sincrónica de las teorías, su imagen "congelada" en un momento dado de su
evolución. Las redes están formadas por diversos elementos estratificados según su especi-
ficidad. Cada uno de estos elementos tiene una parte formal y otra aplicativa. La parte
formal global de la teoría-red queda expresada por el conjunto de las partes formales de
los eIementos constituyentes; su parte aplicativa global por el conjunto de las partes
aplicativas de sus constituyentes. A estos elementos constituyentes se les denomina ele-
mentos teóricos. La parte formal de los elementos teóricos se denomina núcleo y su parte
aplicativa, doininio de aplicaciones pretendidas (o intencionales).
y modelos actuales
Modelos pote~~ciales
Ya vimos entonces que algunos de los axiomas del predicado conjuntista, en ese
caso los axiomas (1)-(6), son meras caracterizaciones o tipificaciones de los modelos.
~Esos&ma~s3rnp~ogi~s'', s&8s;.d&dei.r eEk"amente entidades o modelos, pero sólo e1
tipo lógico-matemático de los &s&s, por lo que toda estructura de ese tipo será modelo
de ellos, sin irnporrar qué pase después de szrstantivo o espec$co a sus cortstiluyenres.
Los axiomas (7) y (8) no son así, imponen constricciones efectivas adicionales no mera-
mente lógicas, expresan las leyes en sentido propio de las teorías. Eso significa que de
todas las estructuras que satisfacen (1)-(6), sólo algunas satisfacen además (7) y (8).
Llamaremos modelos potelzciales (de la teoría en cuestión), y denotaremos su conjunto
mediante 'Mp', a las estructuras que satisfacen los axiomas impropios o tipificaciones, y
inodelos actuales (de la teoría en cuestión), y denotaremos su conjunto mediante 'M'. a las
estructuras que satisfacen además los axiomas propios que expresan constricciones no
meramente lógicas. Los modelos potenciales son porel~cialesporque pltederz ser modelos
efectivos de la teoría, porque son las entidades de las que tiene sentido preguntarse si
satisfacen o no las leyes propiamente dichas. Aquellos modelos potenciales que, además
de las tipificaciones, satisfacen las leyes propiamente dichas son los modelos actuales o
efectivos; es inmediato, por tanto, que M cMp.
Condiciones de ligadura
Las restricciones a que nos referimos son lo que el estructuralismo denomina ligadu-
ras o restriccio~tescruzadas ('constraints'). La idea es que las leyes usuales no son las
únicas que imponen condiciones adicionales efectivas a los modelos potenciales. Si conside-
ramos modelos sueltos, sí, pero si tenemos en cuenta varios modelos a la vez, no. Por
ejemplo, según la mecánica clásica no puede ser que una partícula p tenga una masa en un
modelo x y otra masa diferente en otro modelo y (por supuesto que la mecánica clásica
permite los cambios de masa, por ejemplo "si se quita un trozo" a un objeto, pero se
considera siempre que eso corresponde a la generación de otra partícula); por ejemplo, si
cierto cohete está en el dominio de dos sistemas, uno el sistema Tierra-cohete y el otro el
sistema Luna-cohete, en ambos modelos ha de tener la misma masa. Ésta no es la única
constricción intermodélica. La teoría tampoco permite que si un modelo x contiene una
partículap, (p.ej. conductor-más-coche), que es la combinación de dos partículas p2(conduc-
tor solo) y p3(coche solo), haya modelos que asignen a p2y p3 masas cuya suma no coincida
con la asignada a p, en x. La primera condición expresa simplemente que la masa de una
partícula es constante, y la segunda que la masa es aditiva, esto es, la masa de un compuesto
es la suma de las masas de los componentes. Este tipo de condiciones inrennodélicas son las
que permiten "transportar la información" de unos modelos a otros. Si tengo la masa del
cohete en el modelo que forma con Ia Tierra, puedo calcular ciertos valores dinámicos de la
Luna gracias a que exporto la información sobre la masa del cohete al modelo que forma con
la Luna (cf. cap. 6, $6 sobre la trascendencia de estos hechos para la medición indirecta).
Debe quedar claro que no hay manera de expresar este tipo de constricciones me-
diante los axiomas usuales, pues éstos se aplican a modelos sueltos. La condición que define
la ligadura de identidad para la masa es la siguiente: "para toda partícula p, y modelos
potenciales x, y (que tengan a p en su dominio): nz,@) = m,@)". Esta condición no es
satisfecha o insatisfecha por modelos potenciales sueltos sino por grupos de ellos: si un
conjunto tiene dos modelos con una partícula común a ambos dominios y en cada uno la
función m asigna a esa partícula valores diferentes, no satisface la condición; si todos los
modelos del conjunto asignan a las partículas comunes de sus dominios la misma masa, sí
que la satisface. El efecto que tiene esta condición, por tanto. no es determinar un conjunto
de modelos, sino uq conjunto de conjuntos de modelos: esto es, agrupa los modelos en
grupos, grupos taIes que, en cada uno, sus modelos asipan a una misma partícula una
misma masa; cada grupo se caracteriza porque en él los modelos asignan a cada partícula
determinada masa. Una condición que es satisfecha o no por modelos sueltos define un
conjunto de modelos, el conjunto de los modelos que la satisfacen; éste es el caso de los
axiomas (7)-(8). Una condición que es satisfecha o no por conjuntos de modelos, define un
conjunto de conjuntos de modelos, el conjunto de los conjuntos de modelos que la satisface.
Éste es el caso de la ligadura de identidad para la masa. La condición define pues un
conjunto de conjuntos de modelos potenciales, al que denotaremos mediante C ' ,.'
Definición 10.4:
Debe estar claro que, mientras que M ( M C ) c Mp(XfC). C=,(MC) c Pot(hfp(MC)). Aná-
logamente procede la condición de aditividad, que definz otro conjunto de conjuntos de
modelos. Ahora en cada uno de esos grupos la masa de una partícula compuesta es la
suma de la masa de sus componentes, en cualesquiera modelos del grupo en que estén el
compuesto o los componentes ('o' denota aquí la composición de partículas).
Estas dos ligaduras cuentan por tanto como constricciones efectivas adicionales de la
teoría, que, a diferencia de las leyes usuales, no operan a nivel de modelos aislados sino de
grupos de modelos, por eso se califican de restricciones cruzadas. Como en nuestro
ejemplo, puede haber varias ligaduras en una misma teoría, y lo que interesa es tener
identificado el efecto combinado de todas ellas. A este efecto combinado o suma de las
ligaduras se la denomina ligadura global y se denota mediante 'GC'. Puesto que cada li-
gadura es determinado subconjunto {{xl, y,, z,, ...}, {x-, y,, ...), ....} de Pot(Mp), la
ligadura global se identifica con su intersección conjuntista, pues los elementos de dicha
intersección satisfarán a la vez todas las condiciones de ligadura.
Así, en general, si Cl, ..., C, son las n ligaduras de una teoría (Ci Pot(Mp)), entonces GC
= C, n ... n C., GC se incorpora pues como un nuevo componente dzl núcleo K, junto con
n4p y M.
Falta un último elemento para que el núcleo contenga todo lo que es relevante de
"la parte formal" de la teoría (último provisionalmente, pues como hemos anunciado en el
último apartado haremos referencia a otro). Este elemento tiene que ver con la recurrente
cuestión de la teoricidad. El estmcturalismo rechaza la distinción "teórico/observacional"
por ambigua. Esta distinción esconde en realidad dos: "observable/inobservab~e" de un
lado, y "no teórico/teórico" de otro. Ambas distinciones no coinciden intensionalmente rzi
extensionalmente. La primera distinción no tiene relevancia alguna para el análisis local
de la estructura de las teorías (aunque por supuesto es relevante para la cuestión general de
cómo se relaciona el conjunto de las teorías con la observación). Para el análisis local de
la estructura de las teorías la distinción relevante es la segunda, pero en este caso no se
trata ya de una distinción absoluta, sino que está relativizada a las teorías. Un término, o
un concepto, o una entidad, no es teórico o no teórico sin más, sino relativamente a una
reoría dada. Por eso no se debe hablar tanto de teoricidad cuanto de T-teoricidad, teorici-
dad relativamente a una teoría T. La idea que hay detrás es, expresada en términos
modeloteóricos, similar a la distinción que vimos en el último Hempel entre vocabulario
antecedente y vocabulario propio (aunque formulada ya con anterioridad en la obra funda-
cional del estructuralismo, Sneed, 1971). La idea es que un concepto es T-teórico si es un
concepto propio de la teoría T, "introducido" por ella, y es T-no teórico si es un concepto
disponible previamente a T. La cuestión es precisar esta intuición.
La formulación precisa del criterio de T-teoricidad usa de la noción técnica de
procedimiento de determinación, que no podemos presentar aquí en detalle. Bastará de
momento con la siguiente caracterización informal. Como vimos en el capítulo 4, los
conceptos se aplican o no a las cosas, o si son cuantitativos, asignan valores a ciertas
cosas. Determinar un concepto es determinar si se aplica o no a un objeto particular dado,
o si es cuantitativo, determinar el valor de la magnitud para el objeto. Los modos para
proceder a ello son los procedimientos de determinación de los conceptos. Puedo determi-
nar la distancia entre la Tierra y la Luna haciendo ciertos cálculos a partir del período de
rotación y las masas correspondientes. Puedo determinarlo también mediante ciertos pro-
cedimientos óptico-geométricos. Puedo determinar la masa de un objeto mediante una
balanza de brazos. También mediante una balanza de muelle. O viendo cuánto se desplaza
otra masa tras chocar con ella a cierta velocidad. Todos ellos son procedimientos de
determinación, unos de la distancia, otros de la masa, etc. Pues bien, si un concepto es
T-no teórico, si es "anterior" a T, entonces tendrá al menos algunos procedimientos de
determinación independientes de T; en cambio si es T-teórico, si es propio de T, su de-
terminación depende siempre de T. Un procedimiento de determinación se considera
dependiente de la teoría T si presupone la aplicabilidad de T, la validez de sus leyes, esto
es, si usa o presupone modelos actuales de T. La idea es que un concepto es T-teórico si
no se puede determinar sin presuponer la aplicabilidad de T, si todo procedimiento para su
determinación la presupone; y es T-no teórico si tiene algiín procedimiento de determina-
ción T-independiente, si es posible determinarlo sin suponer la aplicación de la teoría, por
más que también tenga otros T-dependientes.
En el caso de la mecánica que venimos usando como ejemplo, la posición es MC-no
teórica. Es cierto que, como ilustra el caso de la distancia Tierra-Luna, se puede determinar
por procedimientos que usan las leyes de la mecánica, como el efecto gravitacional, pero
también se puzde determinar sin usar leyes mecánicas, por procedimientos óptico-geométri-
cos. Lo mismo ocurre con el tiempo o duración. Sin embargo no ocurre así con la masa:
todos los procedimientos de determinación de esta magnitud presuponen la aplicabilidad de
la mecánica, usan modelos mecánicos. Ello es obvio de los procedimientos de medición
indirectos (mediante dinamómetro, o a través de la alteración en la trayectoria de otro
cuerpo, etc.). Pero también lo es respecto de la medición directa mediante balanza, pues a
menos que se considere que la balanza satisface ciertas leyes mecánicas no se puede conside-
rar que lo que se mide es la masa de la que habla la tnecánica (cf. cap. 6, 37). Faltaría más,
se dirá, la masa es un concepto mccánico. Pues bien, eso es justamente lo que queríamos,
precisar el sentido exacto en que lo es, en que es un concepto "propio de" o "introducido
por" la mecánica. En eso consiste la distinción "T-teónco/T-no teórico". En el caso de la
mecánica clásica de partículas, espacio y riernpo son MC-no teóricos, conceptos cinemáticos
previos. masa y fi~erzason conceptos hIC-teóricos, los conceptos propiamente mecánicos,
dinámicos. Es probable que para todo concepto T-no teórico haya otra teoría 7" respecto de
la cual el concepto sea TI-teórico, pero eso es una hipótesis metaempírica que se debe
confirmar.
La noción de T-teoricidad permite precisar el último componente del núcleo. Hemos
visto que los modelos potenciales expresan el aparato conceptual de la teoría. Es conveniente
ahora distinguir en el núcleo entre el aparato conceptual global de la teoría y el aparato
conceptual específico de ella. Esto es, distinguir los modelos que usan todo el aparato
conceptual de la teoría de aquellos que usan sólo conceptos previamente disponibles, en esa
diferencia radica la contribución conceptual específica de la teoria (además de para estas
consideraciones generales, la necesidad de distinguir entre ambos tipos de modelos se hará
patente cuando discutamos la base empírica). La determinación de esos modelos que no
contienen el aparato específico de la teoría es sencilla una vez se dispone de la noción de
T-teoricidad presentada, pues tales modelos contienen como constituyentes exclusivamente
las entidades correspondientes a los conceptos T-no teóricos; esto es, estos n~odelosse
obtienen a partir de los modelos potenciales "recortando" de ellos las entidades T-teóricas. A
estos modelos se les denomina ~ílodelos(potenciales) parciales, y se denota su conjunto
mediante 'Mpp'. Así, en general, se puede definir una jiinció~zre-eco~~e r que genera los
n.iodelos parciales a partir de los potenciales. Si los modelos potenciales de T son estructuras
del tipo x = d),, ..., DI, ..., Rl, ..., R,, ..., R,> y R,+l, ...,R, son T-teóricos, entonces r(x) =
<DI,..., DL, ..., Rl, ...,R,,>. El conjunto Mpp de los modelos parciales es entonces simplemen-
te el conjunto de los modelos potenciales una vez que hemos recortado de ellos las funciones
T-teóricas: Mpp = dCdg/ 3 x E Mp : y = r(x)} o, abreviadamente, Mpp = A, r[hlp], donde
'r[ ...]' denota la función recorte aplicada a conjuntos de modelos (recuérdese, cf. Apéndice,
que r[X] es el recomdo de r restringido a X, en este caso el conjunto formado por los
modelos de X una vez recortados). En nuestro ejemplo, los modelos parciales de la mecánica
son entidades del tipo <P,T, S>. que no contienen parámetros MC-teóricos, contienen sólo
parámetros cinemáticos; mientras que los modelos potenciales <P,T, S, 171, f> incluyen
además los parámetros dinámicos, los propiamente mecánico-teóricos.
Con ello concluimos la presentación del núcleo, la parte formal de los elementos 7.7
teóricos. El núcleo K se
el conjuntode modelos
ediante la tupla = 41p, Mpp, M, GC>,d@de Mp es
,Mpp el de los modelos parciales (Mpp = r[Mp]), M el
Y
3
de los modelos actuales (M L Mp) y GC la ligadura global (GC G Pot(Mp)).
Elementos teóricos
Aserción empírica
Los elementos teóricos expresan la estructura sincrónica de las teorías sólo parcial-
mente, pues hay un aspecto estructuralmente relevante a nivel sincrónico que ellos no
recogen. Se trata de un aspecto que, como vimos, enfatizaban especialmente Kuhn y
Lakatos con la idea de que las teorías contienen partes esenciaks o inamovibles donde
descansa su identidad y partes más accidentales que pueden 'perderse o modificarse per-
maneciendo, en un sentido diacrónico relevante, la misma teoría. Para capturar y formular
en términos precisos esta idea, el estnicturalismo ha desarrollado el concepto de red
teórica, que expresa la naturaleza sincrónica de las teorías en toda su riqueza estructural, y
que el propio Kuhn ha reconocido que es una buena precisión semiformal de sus matrices
disciplinares en cierto momento de su evolución (cf. Kuhn, 1975).
Especialización
Una red teórica es un conjunto de elementos teóricos que guardan cierta relación
entre sí. La idea es que el conjunto represente la estructura (sincrónica) de una teoría en
sus diferentes estratos, esto es, en sus diversos niveles de especificidad. Tal conjunto,
partiendo de elementos muy generales, se va concretando progresivamente en direcciones
diversas cada vez más restrictivas y específicas, las "ramas" de la teoría-red. La relación
que se ha de dar entre los elementos teóricos para considerar el conjunto una red ha de ser
de "concreción" o "especificación" o, como se dice en terminología estructural, una rela-
ción de especialización. Podemos ilustrar esta situación con el ejemplo de la mecánica que
hemos venido manejando. Vrolvamos a la definición de los modelos de la mecánica tal
como vimos que la presentaba Suppes. Suppes exige que los modelos actuales de la
mecánica satisfagan tanto el axioma (7), el segundo principio de Newton, como el (S), e1
principio de acción y reacción. Desde un punto de vista histórico eso es correcto, si por
mecánica entendemos mecánica nebvtoniana, esto es, la que concibió y en la que creía
Newton. Pero desde un punto de vista estructural, la estrategia es inadecuada. El segundo
principio y la ley de acción y reacción no están al mismonivel, y es importante que este
hecho se refleje en la estructura de la teoría. En contra de lo que creía Newton, no todo
sistema que se ajusta a su segundo principio satisface además esa ley de acción y reacción.
Hay sistemas mecánicos que satisfacen el segundo principio y que sin embargo son "no
newtonianos", en el sentido de que incumplen dicha ley, por ejemplo sistemas que inclu-
yen partículas moviéndose en un campo electromagnético (aunque este hecho queda algo
oscurecido en la versión, como advertimos, técnicamente imperfecta que dimos de la ley).
Así, mientras todo sistema mecánico satisface (7), no todos ellos satisfacen (8), sólo lo
hacen algunos de ellos. Los modelos actuales que satisfacen (8) además de (7) son una
especialización de los que sólo satisfacen (7). Los modelos actuales más generales de la
mecánica son los que satisfacen (7). A partir de ahí se pueden abrir varias líneas de
especialización. Algunos satisfarán además (8). Otros no satisfarán (8) pero satisfarán otro
u otros principios específicos, etc. Y esto puede pasar también en niveles inferiores. Por
ejemplo, no todos los sistemas de acción y reacción satisfacen otros principios adiciona-
les. Unos satisfarán el principio de las fuerzas cuadrático-inversas de la distancia, otros el
principio de oscilación armónica, etc. A partir del segundo principio, general, la mecánica
clásica se va especializando en diversas direcciones específicas imponiendo propresiva-
/ mente condiciones adicionales en diversas direcciones con la intención de dar cuenta de
aplicaciones específicas.
Éste es el panorama que pretende recoger y expresar la noción estructuralista de red
teórica. El primer paso es definir de modo preciso la relación de especialización. Un elemen-
to T' es una especialización de otro T si la parte formal (las constricciones) de T' es una
concreción de la de T y está destinada a dar cuenta de una parte de las aplicaciones pretendi-
das de T. En términos modeloteóricos, ello si,@íca lo siguiente: (1) los modelos determina-
dos por las constricciones (leyes y ligaduras) del núcleo K son parte de los detem~inadospor
K,esto es, los correspondientes conjuntos M' y G C de K' están incluidos respectivamente en
M y GC de K (pues se van imponiendo condiciones adicionales), mientras que la parte
conceptualizadora de los elementos teóricos, los conjuntos Mp y Mpp, queda igual; y (2) las
aplicaciones de I' son algunas de las de I. La definición es pues la siguiente, donde 'T' o T'
abrevia 'T' es una especialización de T': T' o T syssw (1) M'p = Mp, M'pp = Mpp, M' E M,
G C c GC y (2) fc 1. Como puede verse, Ia relación de especiaIización es reflexiva,
antisiméuica y transitiva, esto es, de orden parcial (no estricto).
Redes teóricas
Es obvio que no todas las teorías dentro de una disciplina, o de toda la ciencia, son
la misma teoría. Por tanto, considerar los vínculos interteóricos exactamente del mismo
modo que los axiomas propios de las teorías es inaceptable. Lo adecuado es reconstmirlos,
e incluirlos en la caracterización de las teorías, como lo que son, a saber, leyes puente que
vinculan teorías diferentes. Su existencia genera cierto tipo de "unidad", pero no puede
convertir teorías diferentes en la misma teoría. Esas unidades que generan no son teorías
individuales sino grupos de teorías interconectadas, o lo que el estructuralismo denomina
holones ("totalidades") teóricos. Estas macro-unidades científicas pueden englobar partes
de una disciplina, o incluso de disciplinas diferentes, y son fundamentales para elucidar
algunas cuestiones relativas a la estructura global de la ciencia. El examen de estas
cuestiones, sin embargo, sobrepasa los límites de este libro (para un estudio detallado, cf.
Balzer, Moulines y Sneed, 1987, cap. VIII).
6. Consideraciones finales
1. Las teorías tienen una parte formal, las leyes, y otra aplicativa, los sistemas
físicos concretos a los que se pretende aplicar las leyes. Tal pretensión es expresada por la
aserción empírica de la teoría.
2. Es más adecuado identificar las teorías a través de sus modelos que a través de
sus enunciados. Para dar cuenta de algunas intuiciones hemos de referimos siquiera implí-
366 FUND.4XíESTOS DE FILOSOFL~DE LA CIENCIA
citamente a los modelos, y lo preferible es presentar el análisis metateórico, así como las
cuestiones vinculadas al mismo, directamente en términos de modelos.
3. El aparato conceptual con el que se describen y determinan los modelos de
datos es sólo parte del usado por la teoría. La determinación de los modelos de datos no
puede depender de conceptos cuya aplicación presupongan la validez de la teoría. Los
conceptos mediante los que se determinan los datos son pues previos, anteriores o no-teó-
ricos en relación a la teoría para la que son datos. Los conceptos mediante 10s que la teoría
explica o subsume esos datos son los conceptos propios o teóricos en relación a la teoría.
La distinción "te6rico/no-teórico" es relativa a cada teoría.
4. La caracterización del componente formal debe hacer manifiesta la diferencia
entre aparato meramente conceptualizador y aparato propiamente constrictivo.
5. En cuanto al aparato conceptuaiizador, se debe hacer manifiesta la diferencia
entre los conceptos previos, T-no teóricos, y los conceptos propios, T-teóricos.
6. En cuanto al aparato propiamente constrictivo, la reconstrucción debe hacer
manifiesta la diferencia entre: a) constricciones que se imponen a sistemas aislados e
involucran conceptos exclusivos de la teoría en cuestión (leyes propias); b) constricciones
que se imponen a sistemas aislados e involucran conceptos de diferentes teorías (leyes
puente); c) constricciones que se imponen a grupos de sistemas (condiciones de coheren-
cia o ligaduras).
7. La parte aplicativa, los sistemas de datos, seleccionada intencional y paradig-
máticamente y determinada T-no teóricamente, contribuye esencialmente a la determina-
ción del significado empírico de los términos teóricos.
8. Todo lo anterior se debe considerar conformando una estructura dúctil, con
unas partes más genéricas y esenciales que constituyen el núcleo firme de la teoría, y otras
partes más específicas y accidentales que pueden ir modificándose como resultado de la
contrastación de la aserción empírica. En qué sentido se pueden producir estas modifica-
ciones lo examinaremos en detalle en el capítulo 13.
Las teorías de las ciencias empíricas en general (a diferencia, quizá, de algunas
teorías de la matemática pura y de las teorías metafísicas) no son "mónadas" conceptuales
y metodológicas; es decir, ni desde el punto de vista de su armazón conceptual, ni toman-
do en cuenta el modo como funcionan, como se aplican y ponen a prueba, pueden ellas
existir de manera completamente aislada unas de otras. En el capítulo anterior hemos visto
ya un modo en que las teorías empíricas están conectadas unas con otras, a través de los
vínculos interteóricos o leyes puente. En este capítulo examinaremos otros tipos de rela-
ciones interteóricas de naturaleza más global, en especial la teorización, la reducción y la
eq~~ivalencia. Después de una introducción a la noción general de relación interteórica,
examinaremos cada una de estas relaciones y concluiremos con un apéndice dedicado al
reduccionismo entre ciencias especiales y ciencia básica.
2. Teorización
1. La distinción entre conceptos T-teóricos y T-no-teóricos que establecemos aquí está inspirada en
13sideas básicas de la concepción estnictunl, expuestas en el capítulo 10 ($5). Sin embargo, en Iq forma en
que aquí la discutimos es independiente de dicha concepción.
a Ti. También podemos decir que To es una teoría 171etodológicainenteprevia a Ti, pues sin
ella algunos de los conceptos de TI no quedarían determinados y por tanto no sabríamos
cómo aplicar Ti ni, en definitiva, de qué trata dicha teoría.
Así, por ejemplo, si no dispusiéramos de los conceptos cinemáticos de distancia,
tiempo, velocidad y aceleración (y de maneras de determinarlos de acuerdo a ciertos
principios cinemáticos y geométncos), no tendría sentido tratar de utilizar, aplicar o poner
a prueba una teoría mecánica. Por ello podemos decir que la mecánica es una teorización
de la cinemática. O bien, si no dispusiéramos del concepto de volumen, no podríamos ni
siquiera entender de qué trata la termodinámica, por lo que hay que considerar esta última
como una teorización de la geometría física. Finalmente, está claro que la distinción entre
fenotipo y genotipo es esencial para cualquier teoría genética; pero la noción de fenotipo
viene determinada por los rasgos anatómicos y fisiológicos de los seres vivos, por lo que
la genética será una teorización de la anatomía y la fisiología.
En general, se suele suponer que, si Ti es una teorización de To, es porque TOestá
más próxima a la experiencia inmediata del sujeto epistémico, puede servir como "base
empírica" para poner a prueba TI, la cual por lo general se considerará más "abstracta",
más alejada de la experiencia. Algunos autores también contraponen el lenguaje en que
está formulada To, considerado como "lenguaje observacional", al lenguaje propio de Ti,
considerado como "lenguaje teórico" (cf. cap. 8). Podemos aceptar este modo de hablar
siempre y cuando tengamos presente que se trata de una distinción relativa al par <Ti,
To> : To es "observacional" con respecto a TI, pero no tiene por qué serlo en un sentido
absoluto; es decir, TOno tiene por qué considerarse una teoría basada únicamente en
"observaciones puras", suponiendo que haya tal cosa. Basta simplemente que las deter-
minaciones de los conceptos en To hayan de presuponerse antes de pasar a utilizar Ti.
Pero por supuesto que To puede ser, a su vez, teorización de otra teoría aún más
"elemental" T:, y por otro lado Ti puede servir de "base empírica" a otra teoría aún más
"abstracta" T3,etc.
La teorización puede ser total o parcial. Diremos que TI es una "teorización total"
de To cuando To es la única teoría de la cual Ti es teorización, o sea, Te es 'la única teoría
que subyace a TI. Es plausible suponer que un ejemplo de teorización total lo constituye la
relación entre la mecánica y la cinemática, pues todos los conceptos no propios de la
mecánica que hay que presuponer para aplicar la mecánica provienen de la cinemática.
Sin embargo, la teorización total es más bien la excepción y no la regla. Por lo general, a
una misma teoría subyacen varias teorías distintas, o sea, TI es teorización de To, To', T,,",
... . Así, por ejemplo, la termodinámica es teorización de por lo menos tres teorías: la
geometría física (por el volumen), la hidrodinámica (por la presión) y la estequiometría
(por el concepto de mol).
Parece muy plausible suponer que la teorización es una relación asi~?zétrica;o sea,
que si Ti es teorización de To, entonces no podrá ser To también teorización de TI. Sin
embargo, es importante notar que no hay ninguna razón a priori o conceptual para que
ello sea así: en principio, podría ocurrir en al& caso que algunos conceptos de TI
presupusieran To, pero que ciertos conceptos de Tcpresupusieran a su vez la determinación
de otros conceptos de Ti. En tal caso no tendríamos un círculo lógico vicioso, pero sí lo
RELACIONES INTERTE~RJCAS 37 1
que podríamos denominar un "círculo metodológico vicioso". Está claro que la praxis
científica está constituida de tal modo que, en principio, tratará de evitarse trna situación
así. No obstante, que realmente consiga evitarse siempre, es otra cuestión. Puede ocurrir
que, en la práctica del uso de teorías, se introduzcan inadvertidamente tales círculos. Ello
puede ocurrir especialmente cuando las "cadenas de teorizaciones" son relativamenta
largas. En efecto, supongamos que tuviéramos una serie de teorías To, T I ,..., T,-1, T,, tal
que T, sea teorización de T.-!, ..., Ti teorización de Toy finalmente que TQsea teorización
de T,; admitamos además que la relación de teorización es transitiva, o sea que, si T, es
teorización de T2 y T2 es teorización de TI, entonces también habrá que considerar T3
como teorización de TI (lo cual es un supuesto muy plausible); entonces tendríamos en el
caso de esa "cadena" de teorías que T, es teorización de Ta y To es teorización de T,,
precisamente el círculo que tratábamos de evitar.
Es una cuestión todavía abierta la de si una situación como la descrita puede
realmente darse en las ciencias empíricas, y qué consecuencias epistemológicas y metodo-
lógicas tendría ella; esta cuestión, como el lector habrá adivinado, está emparentada con
las tesis del holismo señaladas al principio, en particular en su forma extrema debida a
Quine. Aquí no podemos detenemos a fondo en este problema y nos limitamos a apuntarlo
tan sólo. En general, supondremos que tales círculos no se dan. y que la constitución de la
mayoría de disciplinas (al menos desde el punto de vista sittcrónico) es tal que la teoriza-
ción es realmente una relación transitiva y asimétrica. EHo implica, a su vez, la existencia
de un orden jerárquico entre las teorías, desde las más "básicas", que no son teorizaciones
de otras teorías, hasta las más "teóricas", que revelan tener tras de sí largas cadenas de
teorizaciones. Ésta es la alternativafundacionis{a. Según la alternativa opuesta, coheren-
tista, no habría teorías básicas y globalmente considerado "todo estaría presupuesto en
todo'". Caben alternativas intermedias, con la presencia tanto de algunas teorías básicas
como de algunos círculos metodológicos. Aunque hemos supuesto que en general tales
círculos no se dan (fundacionismo), debe quedar claro que ello no es algo que se pueda
establecer a priori, sino que se debe resolver (meta)empíricamente mediante un detallado
y exhaustivo trabajo de análisis y reconstrucción de conjuntos de teorías.
Hemos iniciado la discusión de la relación de teorización caracterizándola como la
relación que existe entre dos teorías TI y To cuando algunos de los conceptos de Tivienen
determinados por To, mientras que otros conceptos de Ti no vienen determinados por
ninguna teoría independiente de TI y son por tanto "TI-teóricos". Esta caracterización es
más o menos intuitiva pero por ello mismo también más o menos vaga. Conviene que
nuestra caracterización sea más precisa.
La noción clave aquí, que aún no hemos dilucidado formalmente, es la de deternzi-
nación. Hemos dicho que, cuando TI es una teorización de To,a l p n o s conceptos de T i
vienen determinados en Toy otros no. Pero ¿qué quiere decir exactamente que los concep-
tos de una teoría son "determinados" en otra? Para elucidar esta cuestión haremos uso de
la concepción modeloteórica de las teorías tal como la hemos expuesto en el capítulo
anterior, especialmente en su versión estructural. Antes, sin embargo, conviene introducir
la noción general de subestruca~ra.
Definición 11.1:
Sean dos estructuras x = <Di,..., D,,RI,..., R,> y = <Dfi,..., D',,R'I, ..., Rfq>.
Diremos que y es una subesrructura de x, ?Sx, si y sólo si:
(1) p 5 m ~ q S n
(2) V i 3 j D ' , ~ D j ( 1 l i l p , 1 I j l ~ n )
(3) '1!i3jR'~cR~(l l i < q , 1 lj51z)
Definición 11.2:
3. Reducción
volumen que sufrirá un gas al ser sometido a cierta presión sin preocuparnos del movi-
miento de las moléculas en el interior del gas. La cuestión que nos planteamos ahora es la
de cómo desarroIIar un concepto genera1 de reducción que responda a estos ejemplos y a
la idea intuitiva que ellos sugieren.
Hemos dicho que la teoría reductora se refiere en lo esencial al mismo campo de la
experiencia y que contiene la misma información, y más, que la que provee la teoría
reducida. Ello sugiere dos cosas. Por un lado, que ambas teorías estarán vinculadas se-
mánticamente, y por tanto que habrá una conexión entre los conceptos de ambas. Y por
otro, que las aseveraciones sobre el mundo que hace la teoría reductora son "más fuertes"
que las que hace la reducida, pero no incompatibles con ellas. Estos dos requisitos intuiti-
vos de la reducción han sido explicitados en la concepción axiomática de las teorías como
las dos condiciones fundamentales de toda reducción: la condición de conectabilidad y la
de derivabilidad. Cuando en el capítulo 8 presentamos la noción de teoría axiomática ya
dimos una primera idea de esta noción de reducción (sin tener entonces en cuenta los
aspectos empíricos). Recuérdese (cap. 8, 61) que lo esencial consistía entonces en que una
teoría reduce a otra si se pueden definir los términos primitivos de la segunda mediante
términos primitivos de la primera de modo que los axiomas de la segunda se deriven de
los axiomas de la primera más estas definiciones. Éste es el núcleo de la idea clásica de
reducción (dos referencias básicas para la misma son Kemeny y Oppenheim, 1956, y
Nagel, 196 1, cap. 11).
El requisito de conectabilidad exige que, para disponer de una formulación explíci-
ta de la reducción de T a P,se establezcan ciertas "dzfiniciones coordinadoras" entre
todos los conceptos básicos de T y al menos algunos conceptos básicos de P.Estas
definiciones tendrán en general la forma de condicionales que afirman que, si cierto
concepto C de T se aplica a cierto dominio de objetos D, entonces necesariamente a este
dominio D se aplicará(n) también cierto o ciertos conceptos Ci,..., Cn de T* "coordina-
dos" con C. El segundo requisito, el de derivabilidad, exige que las leyes de T sean todas
deducibles de las leyes básicas de T:junto con las definiciones coordinadoras (y eventual-
mente algunos enunciados más particulares sobre condiciones iniciales). Tomemos el
ejemplo de la reducción de la mecánica del sólido rígido a la mecánica newtoniana de
partículas. En la primera, un concepto básico es el de sólido rígido y una ley básica es la
de conservación del momento angular. En la segunda, tenemos como concepto básico el
de partícula y las leyes básicas son el Segundo Principio de Newton y la ley de acción y
reacción. Pues bien, para reducir la primera teona a la segunda hay que establecer primero
una definición coordinadora del concepto de sólido rígido en términos del concepto de
partícula, por la cual se define un sólido rígido como un conjunto de partículas que
mantienen distancias constantes entre sí (y análogamente con las restantes nociones pro-
pias de la teoría reducida); y luego hay que demostrar que, de las leyes de Newton, más la
mencionada definición coordinadora, se deduce la ley de la conservación del momento
angular. Debe notarse que aunque las definiciones coordinadoras son afirmaciones genera-
les cargadas (si la reducción es viable) de cierta noinicidnd ("necesidad" en virtud de la
naturaleza), no se trata de leyes usuales; se trata más bien de relaciones de constitución
(sobre esto, cf. más adelante la última sección).
Este análisis de la noción de reducción apunta, en lo esencial, en la dirección
correcta; sin embargo, cuando la queremos aplicar a casos concretos, nos percatamos de
que adolece aún de deficiencias. de que es demasiado simplista o idealizada. Ella enfrenta
sobre todo dos problemas: (i) muchas veces es difícil o inverosímil establecer para cada
uno de los conceptos básicos de Tuna definición coordinadora con conceptos de P;(ii) la
deducción de las leyes de T a partir de las de T^ muchas veces no puede llevarse a cabo
formalmente, ya sea porque nos faltan precisamente las definiciones coordinadoras (o ]as
que se han propuesto son intuitivamente inaceptables), o bien porque la derivación requie-
re, además, de ciertos postulados o supuestos adicionales difíciles de formular o variables
según el tipo de aplicación.
Por ello, aun cuando podemos conservar la noción general de reducción estipulada
antes, es conveniente tomar un enfoque "más global", que no adolezca de las dificultades
señaladas. De nuevo nos ayudará aquí la versión modeloteónca. Los requisitos fundamenta-
les serán ahora, dicho de manera intuitiva, los siguientes. Primero, en vez de estipular una
coordinación para cada uno de los conceptos de T tomado singularmente, requeriremos
simplemente una "correspondencia global" entre el marco conceptual de T y el de P;eila
será formalmente una relación entre Mp(T) y Mp(T*). Ahora bien, tal correlación no sólo
deberá existir a nivel de los modelos potenciales respectivos, sino también a nivel de las
aplicaciones I(T) e I(F),o sea, de las porciones del mundo empírico a las que pretenden
aplicarse ambas teorías; toda aplicación intencional de T deberá tener su correlato en P,
pero no necesarimente a la inversa (en general, TXtendrá un mayor campo de aplicación que
T). La correlación entre I(T) e l(T*), formalmente hablando, no será exactamente la misma
relación que la que se da entre Mp(T) y Mp(T4), pues recuérdese que las aplicaciones
intencionales son modelos parciales, esto es, subestructuras resultantes de "recortar" de los
modelos potenciales sus constituyentes T-teóricos; sin embargo, es una relación "derivada"
de la primera, en el sentido de que es esta misma restringida a las subestructuras en cuestión.
Finalmente, el requisito de derivabilidad de las leyes adoptará en esta interpretación modelo-
teórica la siguiente forma. Aunque no podamos decir, en sentido estricto, que las leyes de T
se deducen de Ias de P,no obstante podremos postular una condición intuitivamente análo-
ga: siempre que una aplicación cumpla las leyes de P,es decir, sea extensible a un modelo
actual de F ,y adernás cumpla ciertas condiciones específicas, es decir, sea extensible a un
modelo actual de ulza especialización de F ,llamémosla Ff, entonces en T el correlato de esa
aplicación cumplirá las leyes de la teoría reducida T, o sea, será extensible a un modelo
actual de T. Podemos ahora sintetizar estos requisitos en la siguiente definición; en ella,
denotamos añadiendo el subíndice 'e' a la relación que cualquier relación entre modelos
potenciales genera a nivel empírico (T-noteórico): si p es una relación entre modelos poten-
ciales, p, es el resultado de recortar los constituyentes T-teóricos de los modelos potenciaIes
de 10s pares de p, esto es, p, = r[p]. La idea que hay detrás es que en la reducción no se usa
"toda" la teoría reductora sino sólo parte de ella, determinada especialización (en la defini-
ción que sigue, y para simplificar la notación, no usaremos la noción de red teórica sino la de
elemento teórico y consideraremos que la teoría reductora es un elemento teórico que tiene
especializaciones; recuérdese que la relación o es la relación de especialización entre ele-
mentos teóricos, cf. cap. 10, $5).
Definición 11.3:
La primera condición establece simplemente que ambas teorías están "globalmente corre-
lacionadas" a nivel de sus marcos conceptuales. La segunda condición establece que la
relación p, generada por p a nivel no-teórico (empírico) conecta también globalmente las
aplicaciones, con la especificación adicional de que toda aplicación intencional de T
deberá tener un correlato en T* (aunque no necesariamente a la inversa). La tercera
condición dice, de cada par de aplicaciones correlacionadas, que si la "aplicación reducto-
ra" cumple ciertas leyes especiales de la teoría reductora (más, por supuesto, las leyes
fundamentales de la misma), entonces la "aplicación reducida" cumplirá necesariamente
las leyes fundamentales de la teoría reducida. En este sentido, dichas leyes se "derivan" de
las primeras: que cierta aplicación es subsumible bajo la teoría reductora implica que su
correlato es subsumible bajo la teoría reducida; esto es, que la reducida se aplique con
éxito "se deriva" de que la reductora se aplica con éxito. Por otro lado, debe notarse que la
condición (3) no exige que la especialización de T+sea siempre la misma para cada par
de aplicaciones correlacionadas; en algunos casos puede que sea así, pero en otros la
especialización escogida puede que varíe según ciertos tipos de aplicaciones intencionales
consideradas en una y otra teoría.
4. Equivalencia
mos partir del concepto de "línea recta" como concepto básico y definir los "punros"
como las intersecciones de líneas rectas. Si escogemos bien los axiomas dz una y oira
teoría, la que trata primordialmente de puntos y la que trata primordialmente de h e a s ,
constataremos que, aunque aparentemente las dos teorías hablan de cosas distintas, ambas
establecen exactamente las mismas relaciones espaciales entre los objetos que podemos
comprobar en nuestra experiencia cotidiana, y en este sentido "hablan de lo mismo". En
otro campo, el del movimiento de los cuerpos, constatamos que la teoría mecánica de
Newton y la teoría mecánica de Lagrange, aunque construidas sobre conceptos y princi-
pios distintos, conducen a los mismos resultados empíricos sobre el movimiento de los
cuerpos en general; por ello es frecuente leer en los libros de texto de física que la
mecánica newtoniana y la mecánica lagrangiana son dos "formuiaciones equivalentes" de
la mecánica clásica.
Al tratar el tema de la equivalencia de teorías y sus consecuencias epistemclógi-
cas conviene, sin embargo, distinguir dos tipos generales de equivalencia que muchas
veces se confunden: la que podemos llamar equii~aleitciafuerte, o equivalencia "en
sentido estricto", y la que llamaremos equivalencia empírica, que es más débil. En el
primer caso, aunque conceptos y leyes de una y otra teoría sean distintos, hay una
correspondencia plena y biunívoca entre ambas teorías, de modo que todo lo que puede
decirse en la primera teoría puede traducirse sin pérdida de información a la segunda, y
viceversa. Es decir, hay una correspondencia exacta entre ambas teorías tanto a nivel
conceptual como a nivel del contenido de sus afirmaciones respectivas. El ejemplo de la
correlación entre una "geometría de puntos" y una "geometría de líneas" es de esta
naturaleza.
En el caso de la equivalencia empírica, más débil, ese paralelismo sólo se da a
nivel de los datos empíricos que cubren ambas teorías: todo dato predicho por una teoría
es también predicho por la otra, y a la inversa. Y, sin embargo, puede que no haya una
correlación plena ni entre los conceptos ni entre las Ieyes de ambas teorías, de modo que
no pueden derivarse las leyes de una teoría a partir de las de la otra, ni a la inversa. En
tales casos pueden existir serias divergencias teóricas entre ambas teorías, las cuales, no
obstante, no se traducen en divergencias en el campo de lo que podemos experimentar: las
teorías dicen "más" de lo que dice la experiencia que ellas cubren. Es en este caso en el
que piensa Quine cuando insiste en la Tesis de la Indeterminación de la Teoría por la
Experiencia: el mismo dominio de datos experimentales es igualmente compatible con dos
o más teorías, las cuales, sin embargo, son incompatibles entre sí a nivel teórico (de ello
nos ocuparemos por extenso cuando estudiemos en el próximo capítulo el problema de la
inducción; recuérdese también el argumento de van Fraassen que examinamos en el capí-
tulo 10).
Si bien la equivalenciafierte o estricta aparece con bastante frecuencia no sólo en
geometría, sino en la mayoría de las ramas de la matemática pura, es dudoso que ella
juegue un gran papel en las ciencias empíricas propiamente dichas (excepto en casos
triviales como el de dos teorías físicas que se distinguen solamente por un cambio de
notación). Se ha solido señalar el ejemplo, ya mencionado, de la relación entre la mecáni-
ca de Newton y la de Lagrange como caso de equivalencia fuerte en la física; sin embargo,
un análisis formal detenido de este ejemplo, como el que se ha realizado dentro de la
concepción estructuralista, muestra que la equivalencia fuerte es válida sólo si se hacen
ciertos supuestos (generalmente implícitos) acerca de la estructura global de ambas teorías
que están lejos de haber sido confirmados (cf. Balzer, iMoulines y Sneed, 1987, cap. VI,
$5.1). La cuestión de la equivalencia "Newton-Lagrange" sigue, en realidad, abierta. Con
más razón aún puede decirse ello de otros ejemplos que suelen aducirse en la física, como
la supuesta equivalencia entre la mecánica de Newton y la de Hamilton, o entre la mecáni-
ca ondulatoria y la mecánica de matrices en la física cuántica; lo más probabIe es que
éstos sean sólo casos de equivalencia empírica.
Dada la importancia de la distinción entre equivalencia fuerte y equivalencia empí-
rica, conviene establecerla de la manera más rigurosa posible, pues ello también puede
facilitar el examen de ejemplos concretos. Utilicemos de nuevo para ello nuestro aparato
modeloteórico habitual.
Hemos dicho, de manera intuitiva, que en el caso de la equivalencia fuerte todo
lo que puede decirse en una teoría halla su correlato exacto en la otra, y a la inversa; o
sea que hay un paralelismo estricto tanto a nivel del aparato conceptual como de las
leyes y sus aplicaciones. En nuestros términos modeloteóricos ello significa una corre-
lación tanto a nivel de los modelos potenciales y aplicaciones intencionales como a
nivel de los modelos actuales. Y tomando en cuenta la noción de reducción que hemos
explicado más arriba es plausible entonces interpretar la equivalencia entre dos teorías
como reducción "de doble vía": una teoría es equivalente a otra cuando la primera es
reducible a la segunda y la segunda lo es a la primera. Llegamos así a la siguiente
definición.
Definición 11.4:
Definición 11.5:
5.1. D i s r i x c r o ~ ~PREVIAS:
s TÉRSIINOS GENERALES, COSCEPTOS EXPRESADOS
Y ENTIDADES DENmADAS; ACAECIS1IE.UTO-UEXIPLAR Y ACAECISIIENTO-TIPO
El grado máximo de dependencia entre una ciencia especia1 y una ciencia básica, o
mejor entre predicados de la primera y de la segunda, es el reduccionismo sernántico: los
dos predicados significan lo mismo, son sinónimos, expresan el mismo concepto. 0, si se
prefiere, uno da el significado del otro: el concepto expresado por el predicado 'E' de la
ciencia especial se reduce a, se identifica con, el concepto expresado por determinado
predicado 'B' de la ciencia básica. Se trata pues de una identidad entre los conceptos
expresados o significados por ambos predicados.
Ejemplos independientes de la relación entre ciencias especiales y ciencia básica
provienen de los casos usuales de sinonimia en los que una expresión explicita el signifi-
cado conceptual de otra. Por ejemplo, 'soltero' y 'varón adulto no casado'; o más intere-
sante, 'agua' y (supongamos) 'sustancia inodora e insípida, que en estado líquido es (sin
impurezas) incolora y que (en diversas disoluciones) confornla los lagos, ríos y mares; que
en estado sólido constituye las nieves, hielos, etc.'. Así, aunque las expresiones lingüísti-
cas 'agua' y 'sustancia incolora, [etc.]' son expresiones linpüísticas diferentes, los concep-
tos agua y sustancia incolora, [etc.] son el mismo concepto, análogamente a como las
diferentes expresiones 'silla' y 'chair' expresan el mismo concepto silla (aunque en este
caso una no "da" el significado de la otra).
Ésta es la tesis que defendía el cond~ictianológico sobre la relación entre lo
mental y lo conductual. Según los conductistas lógicos (cf. p.ej. Hempel, 1949; Ryle, 1949
y Wittgenstein, 1958), los predicados mzntales expresan conceptos conductuales disposi-
cionales. Por ejemplo, 'tener sensación de dolor' y 'tener la disposición a chillar en tales
circunstancias, a retorcerse en tales otras, a [etc.]' tienen el mismo significado conceptual;
e1 concepto sensación de dolor y el concepto tener la disposición a chillar si ..., a
retorcerse si... [etc.] son el mismo concepto, en el mismo sentido en que aglia y sustancia
inodora, ins@ida [etc.] son el mismo concepto. Y análogamente, por ejemplo, con los
predicados 'creer que va a llover la próxima hora' y (p.ej.) 'tener la disposición a tomar un
paraguas si se desea salir de casa, a recoger la ropa si no se quiere que se moje, a [etc.]'. Si
el conductismo lógico fuese correcto, esto sucedería con todo predicado mentalista.
El modo de evaluar una hipótesis sobre una identidad conceptual específica es
determinando si es o no conceprrialtnetirs posible que se ejernplifique una propiedad sin
que se ejemplifique otra. Si 'E' expresa el mismo contenido conceptual que 'B', entonces
una situación en la que un particular tensa la propiedad E y no tenga la propiedad B es
conceptualmente imposible. Alternativamente: si tal situación es conceptualmente posible
(incluso aunque no sea nómicamente posible), entonces los conceptos expresados por
ambos predicados no pueden ser el mismo (sobre posibilidad conceptual y nómica, cf.
cap. 5, $1). Ésta es la estrategia que usó Putnam para "refutar" el conductismo lógico.
Putnam (cf. 1963) diseñó un experimento mental que a su juicio presenta una situación
perfectamente concebible (aunque quizá biológicamente imposible) en la que unos sujetos
(super-super-espartanos, los denomina) tienen dolor pero no tienen ninguna disposición a
la conducta, no ya gestual sino ni siquiera verbal.
El conductismo lógico radical tiene otros problemas, como los derivados del holis-
mo de lo mental, que no vamos a comentar aquí. Tras su, por lo general reconocido,
fracaso, algunos filósofos de la psicología han propuesto otra alternativa también re-duc-
cionista conceptual pero mucho más plausible. Se trata delfirl~cioilalisinoai7alític0, según
el cual los predicados mentalistas significan conceptos funcionales, donde un concepto
funcional es un concepto que establece las relaciones de causa-efecto, el rol causal, de los
estados de un sistema computacional (cf. p.ej. Putnam, 1967; Fodor, 1968 y Lewis, 1972;
para una buena exposición, García-Carpintero, 1995).
5.5. DUALISMO
DE PROPIEDADES CON IDENTIDAD DE EIEXIPLARB Y SUPERVENIENCIA
5.6. D u ~ ~ r s hDE
f o PROPIEDADES CON IDEhTiDAD DE EJEMPLARES Y EPIFENOMENISMO
1 hechos particulares. Pero a ) las aseveraciones generales estún justificadas, de otro modo no las
consideraríamos conocimiento, y b) su contenido factual excede el de la serie de hechos
particulares que constituye su base de justificación. Así pues, parece que el conocimiento en
general, y la ciencia en particular. usa justificaciones ampliativas, inducciones. Es aquí donde
se plantea la cuestión: ¿en qué sentido estas inferencias ampliativas son justificativas?
Como sabemos, fue Hume el primero en cuestionar esta estrategia empirista. La
solución (o disolución) escéptica de Hume consiste en rechazar a): ningún tipo de
inferencia arnpliativa es justificativa, las creencias generales o sobre el futuro, incluso si
resultan de hecho verdaderas, no constituyen conocimiento pues no están justificadas
(cf., para lo que sigue, Hume, 1748, Libro 1, Parte 111, sec. VI). El paradigma de
inferencia arnpliativa es para Hume la inducción por enumeración, la proyección de
casos observados a nuevos casos. Para que tal proyección fuese "conforme a la razón",
debería disponerse de un principio de rtrziformidnd de la natrtraleza, que establece que
"los casos de los que no hemos tenido experiencia deben ser semejantes a aquellos en
que sí la hemos tenido". Este principio debe ser, o bien a priori ("basado en argumentos
l
I demostrativos"), o bien empírico. No puede ser a priori, justificable mediante una
1 inferencia demostrativa, pues las inferencias demostrativas descansan en el principio de
1 no contradicción y no es contradictorio suponer (concebir) "un cambio en el curso de la
i naturaleza". Pero su justificación tampoco puede ser empírica, pues tal justificación se
basaría en casos observados y requeriría del mismo principio para ser justificativa. Así
pues, tal principio no está justificado conforme a razones y sin él las inferencias amplia-
tivas no proporcionan justificación: "[D]espués de que la experiencia nos haya informa-
do de su conexión constante, nuestra razón es incapaz de convencemos de que tengamos
que extender esa experiencia más allá de los casos particulares observados" (lb. prime-
ro, parte 111, sec. IV). Como declara explícitamente Hume, no se niega la "justificación
I psicológica" de la proyección, sino que a dicha tendencia psicológica corresponda una
1 justificación objetiva: "Suponemos que debe haber una semejanza entre los objetos
experimentados y los que están más allá de nuestra experiencia actual, pero nunca
1
podremos probarlo" (ibid., cursivas nuestras).
Después de doscientos cincuenta años la epistemología sigue buscando una res-
puesta satisfactoria al reto escéptico de Hume. Nótese que, planteado en sus estrictos
términos, el argumento de Hume no tiene escapatoria. Si por ' a justifica p' se entiende
que la verdad de a garantiza plenamente la verdad de P, no hay nada más que hablar. En
ese sentido, las únicas inferencias justificativas son las demostrativas; las inferencias
ampliativas, por su propia definición, no son justificativas. Eso es así aunque se pretenda
algo aparentemente más débil, a saber, que aunque no todas las inferencias ampliativas
garantizan la verdad de la conclusión, la mayoría sí lo hace. El argumento de Hume no se
ve afectado por esa aparente variación. Lo que el argumento muestra no es sólo que no
podemos justificar que todas las inferencias ampliativas con premisas verdaderas tienen
conclusiones verdaderas, sino que no podemos justificar eso de ninguna de ellas.
El argumento de Hume, de ser conecto, obliga a rechazar una de las tres cosas
siguientes: (1) la ciencia (caso de ser verdadera) proporciona conocimiento, esto es, creen-
cia (verdadera) jrtstificada; (2) la ciencia usa inferencias ampliativas; (3) la justificación
preserva la verdad. Hume rechaza (l), la ciencia procede de hecho inductivamente pero la
inducción no proporciona justificación. Popper aparentemente rechaza (2), la ciencia no
pretende justificar hipótesis a partir de datos empíricos (cf. más adelante 34). La mayoria
de los restantes filósofos rechazan (3). Para este último grupo de filósofos, hay justifica-
ciones que no preservan la verdad. Eso no quiere decir que renuncien a vincular las
nociones de justificación y ilerdad, sólo renuncian a establecer dicho vínculo en los
términos tan fuertes de Hume. Algunas justificaciones (las ampliativas) no preservan la
verdad pero, por así decir, sí la "transfieren parcialmenteo'. El problema es precisamente si
se puede concretar esa idea de modo suficientemente preciso sin perder el vínculo entre
justificación y verdad. Las diferentes alternativas recurren casi siempre de alguna forma u
otra a la probabilidad. En las inferencias ampliativas la verdad de la base de justificación
(premisas) no garantiza plenamente la verdad de la conclusión, sólo la garantiza parcial-
mente, hasta cierro grado, con cierra probabilidad: las justificaciones no demostrativas
nos justifican en creer que si las prernisas son verdaderas la conclusión es probablemente
verdadera. Ésta es la idea que defienden los inductivistas y que sus detractores consideran
conceptualmente inconsistente. El reto de los primeros es dar un sistema de justificación
ampliativa a la vez preciso y consistente.
Nicod una confirmación de H1. Lo mismo sucede con otras equivalencias. Por ejemplo,
HI es equivalente al condicional (H3) "Vx (AYv -I AY+ 7 Ax v Bx)", que según el
criterio, para el ejemplo que nos ocupa, es confirmado por la presencia, tanto de cualquier
cosa que no sea cuervo (sea o no negra), como de cualquier cosa negra (sea o no cuervo),
y por la condición de equivalencia las mismas evidencias confirmarían el original '"Todo
cuervo es negro". Por otro lado, H1 también es equivalente a (H4) "Vx (Ax A Bx + Bx
A 7 Bx)", pero H3 no puede tener ninguna instancia positiva en el sentido de Nicod, pues
su consecuente es contradictorio, y entonces puesto que es equivalente a H1 ésta tampoco
podría tenerla.
Hempel concluye que, contra lo que en principio parece, no hay nada realmente
problemático en estos hechos. Para empezar con H4, que no pueda tener instancias positi-
vas sería un problema si el criterio de Nicod se considerase una condición necesaria
además de suficiznte, pero ya hemos advertido que no es así. Los casos interesantes son
H2 y H3. La posición de Hempel, que considera correctas tanto la idea básica de Nicod
como la condición de equivalencia, es que la impresión de que una instancia positiva de
H2 (o H3) no constituye una confirmación de H1 es errónea si nos restringimos al
concepto puramente cualitativo de conjnnación. La impresión la produce la idea errónea
de que una generalización "habla sólo" de las cosas que satisfacen la propiedad anteceden-
te. Supongamos, dice Hempel, que en la habitación de al lado hay un objeto x que no es
negro. L1 dice algo de él, a saber, que no es cuervo, y por tanto si efectivamente x resulta
Algunos de los llamados filósofos del lenguaje ordinario han defendido que el
supuesto problema de la justificación del razonamiento inductivo es sólo aparente (cf. p.ej.
Strawson, 1952). El análisis lingüístico muestra que tal demanda de justificación es ella
misma injustificada y por tanto el problema, más que resolverse, se disuelve. En su
opinión, casi siempre que se exige una justificación de la inducción lo que se busca es un
fundamento que la haga tan "firme" como la deducción, pero ello es simplemente un error
conceptual, la inducción no puede ser tan firme como una inferencia demostrativa pues,
simplemente, es por definición una inferencia no demostrativa. La inducción no requiere
justificación. Es parte del significado de las palabras 'evidencia', 'grado de convicción' y
'creencia razonable' que es razonable aumentar el grado de convicción con la evidencia.
"Es una proposición analítica aquella que dice que es razonable creer en cierta medida en
un enunciado, medida que es proporcional a la fuerza de la evidencia [y es analítica en
virtud de] lo significado por 'ser razonable"' (Strawson, 1952, cap. 9, $11.10). El proble-
ma, sin embargo, es que esta concepción no da cuenta del aspecto normativo de la inferen-
cia inductiva, no explica en qué consiste la diferencia entre inferencias inductivas correc-
tas e incorrectas (o más o menos correctas), y ése es el problema de la inducción. Las
nociones defuerza de la evidencia y de creelzcia razonable proporcioizal a la fuerza de la
evidencia dependen conceptualmente de la de (mayor o rnertor) corrección de la iriferen-
cia rzo demostrativa, y el problema es determinar de modo preciso dicha dependencia.
momento eso nos ha ido bien, que la mayoría de las predicciones realizadas con tal
método han sido exitosas, etc., entonces se está tomando por garantizado el punto en
discusión, a saber, que en el futuro podemos esperar que las cosas sigan yendo igual de
bien que en el pasado. Como ya advirtió Hume, justificar inductivamente un principio
inductivo de regularidad de la naturaleza es circular. Algunos filósofos, sin embargo,
sostienen que a pesar de las apariencias esta línea de defensa no es inadecuada. Braithwai-
te (1959, cap. 8)) sostiene que la circularidad es sólo aparente. Black (1954) que no es
viciosa, pues las reglas inductivas son autoaplicativas por naturaleza. Skyrrns (1966) apela
a una jerarquía sucesiva de niveles inductivos, pero entonces eIude la circularidad al precio
del regreso.
Una posibilidad es considerar que las inferencias inductivas son en realidad infe-
rencia~deductivas con premisas implícitas u ocultas, esto es, entimemas. Una vez explici-
tadas las premisas ocultas, la inferencia es perfectamente demostrativa. La justificación de
(1) "Todas las esmeraldas son verdes" a partir de (2) 'Todas las esmeraldas observadas
antes de 1950 son verdes" consistiría en una deducción añadiendo una premisa adicional.
Pero, enprimer lugar, esta opción se debe enfrentar al problema de la justificación de esta
premisa adicional. Y en segundo lugar, ni siquiera es claro que (independientemente de su
justificación) una premisa tal siniera. La premisa adicional no puede ser un principio
inductivo general del tipo (3) "La naturaleza se comporta regularmente", pues la naturale-
za se puede comportar regularmente de itzjirzitas maneras diferentes, p.ej. siendo todas las
esmeraldas verdes, o siendo todas verdules, etc. Así que añadiendo (3) a (2) no se deduce
(1). Tampoco sirven variantes aparentemente más específicas, como (3') "Las esmeraldas
no observadas son del mismo color que las obsenadas hasta 1950", pues (3') es ambigua,
ya que estas esmeraldas además de verdes son verdules. Sólo serviría como premisa
implícita para deducir (1) una premisa implícita como (3") "Las esmeraldas futuras son
verdes", pero claro, eso es justamente lo que queríamos justificar. Esto muestra directa-
mente el problema principal de esta alternativa: sean cuales sean las pre~nisasadicionales
de las que efectiva?nenrese deducca la hipótesis original a justificar, el problema es que
se pretende resolver la dificultad que plantean las inferencias ampliativas convirtiéndolas
en demostrativas, pero al precio de trasladar su carácter arnpliativo a una premisa ociilta
que requiere al menos tanta justificación como la hipótesis original.
vo sea correcto. pero apostando por la inducción no tenemos nada que perder y sí mucho
que ganar. La idea es que si hay algún método correcto para hacer predicciones sobre lo
inobsewado, entoizces la inducción es ese método. Aunque no podemos justificar racional-
mente el antecedente de este condicionai, sí podemos justificar el condiciona\. ESposible
que la naturaleza no siga un curso regular, pero si lo sigue entonces el mejor modo de dar
con él es el inductivo. Por eso apostar por la inducción es pragmáticamente correcto, no
tenemos nada que perder y si mucho que ganar. Consideremos otro método para hacer
predicciones además del inductivo, por ejemplo, predecir siguiendo las visiones de un
mago con su bola de cristal. Quizá ninguno tenga éxito, pero si alguno lo tiene es el
inductivo. Se dirá que el mago, quién sabe por qué motivos, podría también tener éxito en
sus predicciones. Reichenbach no niega esa posibilidad, pero señala acertadamente que en
tal caso el método inductivo daría el mismo resultado (pues s610 si la naturaleza es regular
puede tener éxito el mago). Así, puede haber otros métodos tan exitosos como el inducti-
vo, pero no mcis exitosos que él. Eso es suficiente para apostar por el método inductivo. 0,
quizá se objete, por cualquier otro de entre los más exitosos. Pero no. En primer lugar, no
habría ninguna diferencia práctica, pues los eventuales métodos alternativos igualmente
exitosos darían los mismos resultados. Y en segundo lugar, y lo que es verdaderamente
importante, sólo de la inducción podemos saber que está entre los más exitosos. Resu-
miendo: si algún método funciona, entonces la naturaleza se comporta regularmente; y si
la naturaleza se comporta regularmente, entonces el Único método para realizar prediccio-
nes del que podemos saber que es correcto es el inductivo. Ésta es la justificación del
mencionado condicional. Nótese, sin embargo, que esta defensa nada resuelve en cuanto a
la aplicación del método inductivo, pues como hemos señalado en diversas ocasiones, la
naturaleza se puede comportar regularmente de muy diversos modos; el curso seguido en
el pasado es compatible con infinitos cursos futuros diferentes todos ellos regulares (infra-
determinación de la teoría por la experiencia).
'
Hasta aquí todas las concepciones aceptan que la ciencia procede inductivamente e
intentan justificar tal procedimiento. La última posibilidad consiste en negar justamente
eso, en negar que la ciencia proceda inductivamente. Ésta no es la posición de Hume, que
rechaza que la inducción proporcione justificación pero acepta que la ciencia procede
inductivamente (y por ello la ciencia no proporciona conocimiento justificado). El único
filrjsofo influyente que rechaza, o dice rechazar, que la ciencia es inductiva es Popper.
Introducimos esta cautela en la descripción de su postura porque, como veremos en la
sección 4, su teoría de la conoboración se parece mucho a una nueva conceptualización
del soporte evidencia].
1
Éstos son los principales enfoques clásicos al problema de la inducción. Vamos a
examinar ahora en detalle dos de ellos, el justificacionismo de C m a p y su escuela y el
refutacionismo de Popper.
308 FUND.451EhTOS DE FILOSOFLADE LA CIENCIA
3.3. PROBABILIDADES
ANTERIORES
A F,ar., A 7 F l a k , A7 F2aiA ... A F2akA ... A Fnal A ... A F.akw.Puesto que hay n k
estados de cosas atómicos, el número total de descripciones de estado es 2". '. Así. por
ejemplo, si hay un único predicado 'F y tres constantes individuales 'a', 'b' y 'c', hay
ocho diferentes descripciones de estado:
Lenguaje cuantitativo. Las formulaciones iniciales que hace Carnap del programa
inductivista se limitan a lenguajes muy pobres que contienen sólo predicados cualitativos.
Esto representa un grave problema para la aplicabilidad del programa a casos de la ciencia
real, pues la mayoría de las teorías científicas usan habitualmente conceptos cuantitativos.
Aunque no es una dificultad de principio, Carnap la percibió como una grave limitación y en
los Últimos tiempos trabajó en sistemas que incluyeran conceptos cuantitativos.
-
prirsmetro numerico h. Este patrímetro puede variar entre O y -a, coriespondiendo c- y c.,
respectivamente, a íos casos con h = y A = 2. Tenemos pues a nuestra disposición un
continuo de métodos inductivos diferentes e incompatibles que dependen del valor que
frjzmos para el parárnetro h. La medida c' correspondz a h = 2, ¿qué razones hay para
considerar que esa, o cualquier otra, es la lógica inductiva correcta?
A veces se expresa esta dificultad acusando a Carnap de apt-ioristno. Pero ésa no
es una acusación para el inductivista. Si el grado de confirmación c ha de expresar tina
Iógicn inductivri, las probabilidades anteriores m se deben detennitzar a priori. El proble-
ma no es el apriorismo sino la arbitrariedad puesto quz no parece haber más razones n
priori en favor de una m que de otras, jcórno se jrlstifca nuestra elección de una determi-
nada? Los inductivistas, incluido Carnap, suelen identificar los diversos valores de h con
los diversos grados posibles de uniformidad de la naturaleza; h sería una medida de la
complejidad del mundo. Pero entonces, aceptar un valor determinado para h equivale a
aceptar un principio especij7co de regularidad-simplicidad de la naturaleza y la cuzstión.
obviamente, es qué justifica esa elección.
Dicha justificación no parece poder ser a priori, pues el concepto de justifica-
ción no basta para determinar una única h. Carnap y otros sugieren a veces que h puede
determinarse empíricamente, por ejemplo atendiendo a frecuencias observadas (cf. p.ej.
Carnap, 1950, p. 181, y 1952, p. 55). Pero en primer lugar, y caso de ser viable optar
por esta alternativa, ello supone renunciar al proyecto entero de una lógica inductiva,
pues tal lógica no puede depender de hipótesis empíricas sustantivas. Y en segundo
lugar, la alternativa es simplemente inviable, pues una hipótesis empírica sobre el valor
de h requeriría, cor;io cualquier hipótesis empírica, dz justificación. lo cual conduce a
un círculo o a un regreso infinito, ambos viciosos. Carnap mismo acaba desestimando
explícitamente esta vía: "no es necesario referirse a la experiencia para juzgar la racio-
nalidad de la función c" (1965, p. 263). En algunos lugares parece proponer que la
elección de c descansa en nuestra intiiición indzicriva (cf. 1963, p. 978), pero eso hace
que la lógica inductiva sea n priori en un sentido muy problemático. En la medida en
que esa intuición pueda variar entre individuos o comunidades se estaría despIazando
hacia el subjetivismo (al respecto, cf. también 1960).
En definitiva, ninguna razón a priori determina una única función c entre todas las
conceptualmente posibies, pero tampoco evidencia empírica alguna puede justificar induc-
tivamente su determinación, pues antzs de determinar c no sabernos lo que significa
'justificar inductivamente'. Estamos una vez más ante el viejo problema de Hume; la
indlicción no se puede justificar ci priori, pues su negación no es inconcebible, ni n
posteriori, pues su justificación empírica presupondría la validez de un principio inducti-
vo, que es lo que está en juego.
Ateoricisrno. Adem5s de las dificultades anteriores que afectan a la concepción
misma del programa inductivista, hay otras más específicas. Una de las más graves es que,
tal como se formula al principio, la lógica inductiva no se puede aplicar a aquello para lo
que se había pensado, a saber, hipótesis generaIes o teorías. Como enfatizaron Popper y
otros, y Caniap reconoció inmediatamente, Ias primeras y más acabadas versiones del
programa (1950 y 1952) tienen la siguiente consecuencia: si el lenguaje contiene infinitas
constantes individuales entonces, para cualquier h que sea una hipótesis condicional gene-
ral (ley, teoría) y cualquier e que sea una afirmación particular (o un conjunto de ellas),
c(k/e) = O. Eso se ve claramente con c' (compruébelo el lector), pero no depende de esa
elección específica; lo mismo ocurre con cualquiera de las c que generan los diferentes
valores de h. Así pues, cualquier cantidad finita de evidencia particular confirma (apoya,
justifica) una hipótesis general en grado cero, esto es, no la confirma en absoluro. La
lógica inductiva de Carnap es pues ateórica, no se aplica a hipótesis generales o teorías.
Las teorías quedarían al margen de la justificación, serían dispeizsables en el contexto de
justificación (aunque no en el de descubrimiento).
Esta consecuencia no le parece a Camap, en principio, tan insatisfactoria. De
hecho, ella se compadece bastante bien con la postura instmmentalista respecto de las
teorías que durante mucho tiempo mantuvo Carnap, a saber, con la tesis de que las teorías
son instrumentos para manejar datos de experiencia, para inferir unos a partir de otros,
pero ellas no tienen "significación óntica" real. Sin embargo, incluso dejando al margen la
cuestión de fondo del instrumentalismo, este ateoricismo tiene algo de contraintuitivo.
Como dice Lakatos (1968a, 33b), Carnap primero exriende el problema clásico de la
justificación inductiva, incluyendo hipótesis particulares, y después suprime la parte origi-
nal, las hipótzsis generales. Para resolver este aspecto contraintuitivo, Carnap introduce la
noción de confinnación cualificada por casos ('qualified insrance cor~firmariort') de una
ley. La idea que hay detrás, y que en su opinión permite ajustar nuestras intuiciones, es
que el grado de confirmación de una hipótesis se puede identificar con la fiabilidad o
cocienre de apuesta raciortal a la luz de la evidencia disponible. Si eso es así, entonces
podemos dar cuenta de lo que los científicos consideran justificación de las teorías en los
siguientes términos. Cuando un científico sostiene que una teoría (hipótesis general) está
bien fundamentada empíricamente, o que es fiable, no quiere decir que apostaría a que la
teoría es verdadera (seguramente no apostaría nada a ello, e.e. c(lt, e) = O), sino que
apostaría a que un nuevo caso (predicción) encajará en la teoría. Así, si It es la ley "Todo A
es B", el grado de confirmación cualificada cc(lt, e) de la hipótesis-ley por la evidencia e
es el grado de confirmación de un caso nuevo de la ley: cc(Vx(Ax + B.;), e) = c(Aa 4 Ba,
e), siendo a cualquier individuo no involucrado en la evidencia e. Es inmedjato que cc,
como c, sólo depende de la ley y de la evidencia, y además que aumenta hacia 1 al
aumentar el número de instancias positivas de la ley de las que se tiene evidencia.
Esta innovación es considerada inaceptablemente ad ltoc por Popper, Lakatos y
muchos otros, pues consideran que su única finalidad es resolver lo que de contraintuitivo
tiene la ateoricidad. Esto no es en realidad una objeción, si ése fuese el único problema.
Pero no lo es. En el sistema de Carnap, si e implica la negación de 11 entonces c(h, e) = O
pues m(h A e) = O. Aplicado a leyes, eso quiere decir que el grado de confirmación c de la
ley "Todo A es 8"por evidencia que contenga un caso de A que no sea B. "Aa y no Bu", es
cero. La lógica inductiva de la confirmación basada en c incluye pues la refutación como
caso especial. Pero con fa confirmación cualificada las cosas cambian, cc(V.r(Ax 4 B.r), e)
puede ser muy cercano a 1 aunque e contenga muchos contraejemplos de la ley. Es fácil
ver que el valor de cc aumenta hacia 1 al aumentar la proporción de casos positivos
respecto de Ios negativos; esto es, si de los casos contemplados en e el x % son instancias
positivas de la ley y el resto contraejemplos, el valor de cc es ~1100.Eso le parece a
Popper completamente inaceptable, pues una medida que tenga esa consecuencia no tiene
nada que ver con las nociones intuitivas de confirmación, apoyo evidencia1 o evaluación
empírica (cf. p.ej. 1963, cap. 11, 46). Por ejemplo, si la e~idenciadisponible al lanzar una
moneda varias veces es que la mitad son caras y la mitad cruces, según cc esa evidencia
apoya la ley "Al lanzar una moneda siempre sale cara" en grado 0,5.A Popper eso le
parece inadmisible, pues considera que esa evidencia no apoya esa ley etz absoluto. A
Camap no le parece tan objetable, pues según él cc mide el cociente de apuesta racional, y
en esas circunstancias es racional apostar a caras la mitad.
La cuestión de fondo es hasta qué punto cc es una medida de evaluación de la ley.
Si de evaluar la ley se trata, dice Popper, en el caso del ejemplo la evaluación debería ser
totalmente negativa (a no ser que se rschace e, pero esa es otra cuestión de la que
hablaremos más adelante). Y parece que en esto tiene razón. Pero Camap se resiste porque
en realidad no acepta que se puedan evaluar las leyes en sentido estricto, en eso consiste
su ateoricismo. Lo único que según él pretende cc es explicar qué quieren decir los
científicos cuando dicen que una ley está bien fundamentada experimentalmente. Pero ni
siquiera eso parece ser así si nos tomamos las leyes en serio, como objetos susceptibles de
evaluación; en el caso del ejemplo es muy dudoso que los científicos considerasen media-
rrnrnente fundada la ley de que en todos los lanzamientos saldrá cara. Lo que ocurre
simplemente es que con esta innovación Camap tiene no uno, sino dos conceptos de
confirmación y pretende tomar uno y dejar otro, o viceversa, cuando la situación lo
requiera. Pero eso no se puede hacer sin más. Puesto que dan diferentes valores, jcuál es
el que recoge la intuición de la justificación inductiva, del grado de apoyo eviilencial? El
problema de la inducción, del grado de confirmación, se inició con las hipótesis generales.
Carnap lo "ensancha" incluyendo hipótesis particulares. Entonces define una medida c de
soporte inductivo que sólo se aplica a las hipótesis particulares, no a las generales. Para
recoger las intuiciones sobre la confirmación de hipótesis generales define otra medida,
cc, según la cual una ley cuya evidencia disponible contiene igual número de instancias
positivas que de contraejemplos, está tan confirmada como disconfirmada por dicha evi-
dencia. Ésta no parece una buena solución al problema del ateoricismo. Y de hecho
Camap apenas fue seguido en este punto. La mayoría de los inductivistas, principalmente
Hintikka, intentaron resolver el problema desarrollando sistemas de lógica inductiva en los
que aun conteniendo L infinitas constantes individuales las hipótesis generales pueden
tener grados de confirmación no nulos. El más conocido es el sistema bidimensional de
Hintikka en el que c no depende de un único parámetro real h sino de dos. Estos sistemas
son extremadamente complejos y no vamos a detenemos aquí en ellos (cf. Hintikka, 1965,
1966 y 1968; para una buena exposición simplificada, Kuipers, 1975).
Condicioizes de aplicacióit y guía para la racioi~alidad. Carnap, c o r o en general
todos los teóricos de las inferencias ampliativas, pretende vincular su lógica inductiva con
la teoría de la creencia y la acción racionales. La creencia racional se supone que ideal-
mente está cerrada bajo relaciones inferenciales. En el caso de las inferencias deductivas
es claro. Si alguien cree a, de a se deduce P, y el sujeto es racional, entonces debería
idealmente creer P; o si alguien está justificado en creer a y de a se deduce P, está
justificado en creer 0. En este sentido la inferencia inducti\.a también debería ser guía de
racionalidad. Sin embargo aquí la cuestión es un poco más complicada, pues la aplicación
de la lógica inductiva requiere condiciones adicionales (cf. Carnap, 1950, 634 SS.).La más
manifiesta es la condición de eiidencia total. Aunque c(h, e) sea muy próximo a 1 y se
esté justificado en creer e, no se debe "inferir" sin más h, pues la inclusión de evidencia
adicional puede invertir drásticamente el soporte inductivo, esto es, c(lzle A e') puede ser
cercano a O (ya mencionamos esto anteriormente, cf. cap. 2, 53, cap. 5, $5 y cap. 7, $2 y
93). Si la evidencia adicional e' está disponible en esas circunstancias, tomar esa decisión
sin tenerla en cuenta no es racional. Por ello, el requisito de evidencia total exige que para
aplicar Ia probabilidad inductiva racionalmente es necesario, además de que c(hle) sea alto
y e esté justificado, que e incluya toda la evidencia relevante disponible.
La satisfacción del requisito de evidencia total no basta. Es necesario además que
se especifique cónto usar el grado de confirmación. Consideremos por ejemplo que lo
vamos a aplicar para hacer apuestas, o para sostener creencias más o menos intensamente.
Hay varias aplicaciones posibles. Una podría ser: si c(1zle) supera 0,5, apuesta todo a h.
Otra de este mismo tipo exigiría un límite mayor. Éstas son condiciones de tipo ulí~br-al:si
c supera cierto umbral (y se cumple e) apuesta todo a h. La condición que establece
Carnap no es de este tipo sino propolrio~zal:apuesta proporcionalmente a c. Si c(lz1e) = r
(y se cumple e), apuesta por h "r a 1-r"; p.ej. si c(h1e) = 0,75 apuesta 3 a 1 por I?. Por eso
califica el grado de confirmación c de cociente de apuesta racional. Aquí Carnap presenta
ciertas inconsistencias terminológicas (hemos visto más arriba que en el caso de hipótesis
generales el cociente de apuesta racional es cc y no c, pero dejaremos esta inconsistencia
de lado ahora). A veces parece que con el cociente de apuesta racional no se refiere a c(h, e)
sino, justamente, al cociente de la apuesta c(h, e) l 1-c(h. e) (el cociente de la apuesta 3 a 1
no es 0,75 sino 0,75/0,25). Pero otras veces lo identifica con el grado de apojo evidencial,
entendiendo por tal la diferencia c(h, e ) - m(lz), e.e. el i11crer7íentode probabilidad que e
confiere a h. La idea es que lo que mejor expresa la fuerza evidencial de e es el efecto
producido por e , la comparación entre las probabilidades de h antes y después de e (otros
inductivistas usan el cociente p(hle) l p(lz)). Estas oscilaciones presentan algunos proble-
mas no meramente terminológicos, pero no vamos a detenemos en ellos ahora (cf. p.ej.
Lakatos, 1968a, 64).
de \os setenta en una fase de estancamiento de la que no se ha recuperado. Uno de 10s más
feroces detractores del programa inductivista es K. Popper, que comanda la escuela episte-
mológica rival conocida comofalsacionismo o refutacionisrno. Este programa alternativo
es iniciado por Popper en los años treinta con la publicación de Logik der Forschlirtg
(1935). pero permanece prácticamente ignorado, salvo por unos pocos, durante más de
veinte años hasta que se traduce la obra al inglés a finales de los cincuenta. El falsacionis-
mo se consolida a partir de los sesenta y constituye durante casi dos décadas la epistemo-
logía dominante en 10s países anglosajones y nórdicos, influencia q u e ha ido muchas veces
más allá de la comunidad de especialistas y se ha extendido al gran público. Junto con el
fundacional Popper, 1935-1958, otros trabajos destacados son Popper, 1956-1983, 1963,
1972 y 1974a; Watkins, 1968; Musgrave, 1973, y Niiniluoto, 1977, 1982 y 1984.
El lema del falsacionismo de Popper es el siguiente: el método científico no es
inductivo, el método de la ciencia es el de conjetlrras y refiltaciones. Ésta es la esencia del
famoso racionalismo crítico de Popper. Sin embargo, este lema es parcialmente confun-
dente. Es cierto que Popper niega que la ciencia proceda inductivamente, pero sólo si por
'inducción' se entiende estrictamente lo que los camapianos entienden. Como veremos, y
aun a pesar de las protestas de su fundador, la metodología popperiana se puede calificar
de inductiva en un sentido amplio.
Algunos de los problemas del inductivismo carnapiano que hemos visto habían
sido planteados por Popper ya en 1935 pensando, a partir de ideas de Keynes y Reichen-
bach, en sistemas similares a los desarrollados posteriormente por Carnap. La crítica de
Popper es pues incluso anterior a la primera versión acabada del programa carnapiano en
1950, y continuaría implacable ante las sucesivas modificaciones. Muchos de esos proble-
mas no los señala sólo Popper, sino tambiin muchos otros autores (incluidos los propios
inductivistas). Pero hay una crítica adicional específica de Popper que según él le separa
del resto de los críticos. No la hemos incluido en la sección anterior porque no se refiere a
la dificultad que tiene Carnap para desarrollar sus intuiciones sino a las intuiciones mis-
mas, a saber, a la tesis de que el apoyo evidencial se mide en términos probabilistas. Así
pues, a lo que Popper objeta especificamente es a la versión probabilista de1 grado de
apoyo evidencia¡, que, como hemos visto, constituye el núcleo de la versión carnapiana de
la inducción. Popper rechaza de plano la idea de una lógica indllctivn probnbilista. Cuan-
do el grado de apoyo de una proposición por otras no es total (deducción), no se puede
medir el apoyo parcial con una función probabilista. El grado de apoyo evidencial no es
una probabilidad.
Popper dice haber dado con un arsumento que prueba definitivamente que cual-
quier medida razonable del apoyo evidencial no puede ser probabilista. Hay varias versio-
nes del argumento, pero la esencia del mismo es la siguiente (cf. p.ej. 1935-1958, SS3 y
apéndice *iXy 1963, cap. 11, $6). (1) El contenido informacional varía inversamente con
la probabilidad; cuanto más fuerte es una hipótesis, cuanto más dice, menor es su pro-
430 F U N D A S I E X ~ SDE FILOSOF~ADE LA CIENCIA
habilidad (las tautologías tienen probabilidad 1 al precio de ser vacías). (2) La ciencia
persigue hipótesis cada vez más informativas, con más contenido. (3) La ciencia persigue
hipótesis cada vez mejor apoyadas por la evidencia. Por tanto (3), el apoyo evidencial no
es una probabilidad. Nótese que si e1 argumento es válido se puede concluir también algo
más fuerte, a saber, que ninguna medida que varíe directamente con la probabilidad puede
medir el apoyo evidencial. La ciencia no avanza hacia hipótesis más probables sino más
improbables.
La aparente fuerza de este argumento depende de su ambigüedad; para que las
premisas sean verdaderas, o convincentes, el término 'probabilidad' debe significar algo
diferente en alguna de las premisas y en la conclusión. Si el término significa siempre lo
mismo, el argumento es formalmente válido pero alguna premisa es claramente inacepta-
ble; y si todas las premisas se interpretan de modo que sean aceptables, entonces el
argumento es inválido por constituir una falacia de equivocidad (cf. cap. 2, $2). La equivo-
cidad en cuestión involucra los sentidos incondicionado y condicionado de 'probabilidad'.
Una cosa es la probabilidad de determinada hipótesis sin más, incondicionada (o condicio-
nada sólo a cierto conocimiento de fondo), y otra diferente es la probabilidad de una
hipótesis relativa o condicionada a una determinada evidencia. Y estas dos probabilidades
pueden ser muy desemejantes, una hipótesis puede ser muy improbable "por sí sola" pero
muy probable relativamente a ciertos datos. En concreto, para que la premisa (1) sea
aceptable debe referirse a probabilidades incondicionadas, y en conlbinación con (2) dice
que la ciencia persigue hipótesis cada vez menos probables, que es verdadero sólo en este
sentido absoluto o incondicionado. Pero la conclusión (4) debe referirse a la probabilidad
condicionada a la evidencia, pues de otro modo no se seguiría de la premisa (3), que habla
del apoyo evidencia]. Lo único que se infiere válidamente de este argumento es (4') que el
grado de apoyo evidencial no es una probabilidad incondicionada, algo que ningún induc-
tivista ha defendido.
Debe quedar claro que el sentido en que (1) + (2) es verdadero es el sentido
incondicionado. En el sentido en que la probabilidad involucra 13 referencia a evidencia
específica para la evaluación es fácil mostrar que en ciencia no siempre se prefieren las
hipótesis menos probables. Supongamos que h, implica e y que e ocurre, con lo que e
apoya evidencialmente (en el grado que sea) /ti; por ejemplo, h , puede ser la mecánica
celeste newtoniana y e la reaparición del cometa Halley. Ahora tomemos una hz que no
tenga intuitivamente nada que ver con e, por ejemplo la teoría de la combustión de
Lavoisier. La conyunción hl A 1z2 es una nueva hipótesis que tambjén implica e, y
además es más informativa o improbable en el sentido precisado, efectivamente ocurre
que p(1t1 A h2) 5 p(h1). Pero en esta situación nadie diría que, relativameltte a la
ei~idenciadisponible, la reaparición del cometa Halley, la ciencia prefiere la hipótesis de
más contenido h , A 1z2.
En cualquier caso, en opinión de Popper la idea de las probabilidades inductivas
está inspirada en la vieja concepción de "La Ciencia" como conocimiento cierto, de-
mostrable. La idea se ha modif cado, pues se reconoce que la certeza plena es inalcan-
zable, pero "como la inducción se considera una especie de generalización debilitada de
la deducción, el antiguo ideal se ha modificado sólo ligeramente" (1956-1983, cap. IV,
S27). La pretensión que persisue el inductivismo es establecer nuestras hipótesis ernpi-
ricas, si no con certeza plena, sí con certeza silfícietzte, con alta probabilidad. Pero esta
pretensión es vana. En su opinión, no sólo los intentos específicos para desarrollarla
están, como los propios inductivistas reconocen, llenos de problemas, sino que la idea
misma de inducción probabilista, según cree haber probado con su argumento, está
condenada al fracaso por principio: "Nuestra ciencia no es conocimiento (episteme);
nunca puede pretender que ha alcanzado la verdad, ni siquiera el sustituto de ésta que es
la probabilidad" (1935-1958, $85).
i
El método científico es por tanto un método de contrastación de hipótesis, pero
5 mediante la contrczstación la ciencia no pretende justificar sus hipótesis sino refictarlas.
i En esto consiste el racionalismo crítico, en hacer todo lo que está en nuestras manos para
i demostrar que estamos equivocados. Hacer todo lo que esté en nuestras manos incluye
I
usar toda la lógica que podamos, pero no hay más lógica que la deductiva y por tanto no
hay más inferencia posible en la contrastación que el ~nodztstollens, la refutación. Si el
rnodus tollens no se puede aplicar porque la predicción es exitosa, no hay nada más que
aplicar. La lógica sólo permite refutar hipótesis, nunca confirmarlas, ni total ni parcial-
mente. Al final de su Logik der Forschltng concluye: "No conocemos: sólo podemos
conjeturar" (1935-1958, $85). Y nunca podemos saber, ni siquiera aproximadamente, si
hemos acertado con nuestras conjeturas, sólo podemos saber que nos hemos equivocado.
! Ésta es la idea central del falsacionismo de Popper. Conviene enfatizar que no
1 pretende establecer sólo cómo debe proceder la ciencia, sino cómo de hecho procede. Hay
11 un problema lógico de la inducción, que resolvió Hume de una vez por todas (esto es, no
hay lógica inductiva). Pero no hay un problema ~~~erndológico de la induc~iónpues.
simplemente, la ciencia no sigue de hecho un supuesto método induc~i\~o. La ciencia sigue
de hecho el método de las conjeturas y las refutaciones, como muestra en su cpinión una
correcta revisión de la historia de la ciencia, de la que él mismo extrae numerosos ejem-
plos (cf. p.ej. 1956-1983, "Introducción de 1982"). Conviene insistir en que no hay que
interpretar estas afirrnliciones. hay que tomar literalmente la afirmación de que mediante
la conuastación la ciencia 170 P K I C I Ijustificar
~ ~ SUS hipótesis sino refutarlas. Popper no
dice que se pretende justificarlas empíricamente pero que tal pretensión es ilegítima, pues
la justificación inductiva es impositile. Dice literalmente que no se pretende tal cosa, que
cuando los científicos contrastan sus hipótesis no tienen la intención de justificar sus
conjeturas sino de refutarlas. Eso. nuevamente, es un juicio metaempírico sobre las inten-
ciones de los científicos que. cuando menos, dista de ser evidente sin cualjficaciones
ulteriores. Como \*eremos, su teoría de la corroboración cabe entenderla como una impor-
tante cualificación al respecto.
Hasta aquí cabria considerar la epistemolo,oía de Popper como una epistemología
~legatii-aen el sentido de que el único saber justificado sobre el mundo no es saber sobre
cómo es el mundo sino sobre cómo no es. Se puede aducir que eso es efectivamente un
modo de saber: saber que cierta hipótesis es falsa es saber algo del mundo. Pero aunque
eso sea así, es cuando menos algo conuaintuitivo defender que ése es todo el saber al que
aspira la ciencia, esto es, el tipo de saber que caracteriza al conocimiento científico
(dejamos por el momento de lado el saber sobre hechos de obsen-ación particulares, sobre
el que volveremos más adelante). La ciencia sólo podría aspirar a ser una especie de docra
ignot-anria. Y, ciertamente, muchas veces Popper parece asumir abiertamente y sin reparos
esta posición ("Fue mi viejo rnaesuo ebanista quien me enseñó l...] que cualquier saber al
cual pudiera aspirar sólo podía consistir en conocer cada vez más la infinitud de ini
ignorancia", 1973~7,8 1). Sin en~bargo.es difícil rechazar completamente la idea de que las
contrastacjones exitosas permiten decir algo po~iti\~o de las hipótesis, esto es, que cuantos
más datos resulten acordes con la hipótesis, ésta está, en algún sentido a especificar, mejor
"justificada". Ésta es la intuición que hay tras el inductivismo y que parece difícil rechazar
plenamente. La teoría de la corroboración de Popper matiza este rechazo incorporando ri
su falsacionismo. pace Popper. un grano de intuición inductivicta.
hipótesis). Pero, fijados esos elementos, los restantes se pueden precisar formalmente en
términos del contenido de las proposiciones involucradas. Ya hemos visto que, según
Popper, se debe aspirar a hipótesis de mayor contenido y que por 'contenido' se debe
entender improbabilidad, esto es, el contenido Ct de una afirmación Cl es el complemento
de su probabilidad: Ct(a) = J - ~ ( a ) . ~
Popper identifica por lo general ia noción de contenido (o irnprobabilidad) con la
de falsabilidad (o corroborabilidad), y ésta con la de explicatividad. La falsa'oilidad de
una afirmación depende de la cantidad de sus falsadores porenciales: cuantos más hechos
particulares puedan falsar a,tanto más falsable es. Hay casos en que es inmediato ver cuál
de dos afirmaciones es más falsable: "Todos los seres inteligentes habitan en la Tierra" es
más falsable que "Todos los seres inteligentes habitan en el Sistema Solar'', pues hay más
hechos que falsarían la primera que la segunda (todo hecho que falsa la segunda falsa
también la primera, p.ej. la presencia de inteligencia en Alfa Centauro, y la primera es
falsada además por hechos que no falsan la segunda, p.ej. la existencia de un marciano
inteligente). Aunque para otros pares de afirmaciones no sea tan fácil de determinar, se
supone que también son comparables en cuanto a falsabilidad. Este concepto comparativo
de falsabilidad sugiere otro absoluto que "mida" la falsabilidad de cada afirmación, y el
mejor candidato al mismo es el contenido o improbabilidad.
Aunque en general Popper recomienda proponer hipótesis de mayor contenido, el
rigor de una contrastación no depende del contenido de la hipótesis. Lo que se quiere es
determinar cuán riguroso es el test de h mediante la evidencia e y ello no depende del
contenido de h sino de la relación entre h y e, y del contenido de e; dos hipótesis con
diferente grado de falsabilidad se pueden contrastar con igual rigor. El ri;or depende, en
primer lugar, del contenido de e, esto es, de la improbabilidad absoluta de e sin tensr en
cuenta h (teniendo en cuenta tan sólo el conocimiento de fondo). Y en segundo lugar, de lo
probable que sea e teniendo en cuenta h. La idea es que la contrastación de h a la luz de la
evidencia e es tanto más rigurosa cuanto más probable sea e suponiendo que h es verdade-
ra y menos probable sea e independientemente de h. La intuición que hay detrás es que un
test en el que la predicción es muy probable tanto si ocurre h como si no, no es un buen
test. La medida de rigor S(e, h) del test de h mediante e se puede identificar pues con
p(e1h) - p(e) (en realidad, por motivaciones técnicas, Popper define la medida de un modo
un poco más coinplicado, S(e, h) = [p(elh) - p(e)] / [p(elh) + p(e)], pero ello no afecta al
núcleo de la cuestión y no tendremos en cuenta esta complicación técnica); esta medida
S(e, h) se puede considerar también, según Popper, como una medida del poder explicativo
de h respecto de e (cf. 1963, Apéndice, 42). En los casos de contrastación usuales en los
que e se predice a partir de h (y del conocimiento de fondo), h implica e con lo que p(elh)
= 1 y la medida del rigor es 1 - p(e), justamente la improbabilidad de e. Apreciará el
lector que esta condición de Popper para un buen test no es sino la recurrente Condición 2
(cf. 1956-1983, $31). La definición del grado de corroboración queda entonces del si-
guiente modo: C(h, e) = [p(elh) - p(e)] / [p(e/h) - p(h A e) + p(e)l, donde el numerador
contiene toda la intuición expresable por el concepto.
Esta medida del grado de corroboración como grado de apoyo evidencial tiene en
opinión de Popper muchas consecuencias satisfactorias. Primero, es una medida no pro-
babilista y muestra que el grado de apoyo evidencial no es. una probabilidad. La pro-
babilidad p (como el grado de confirmación carnapíano c ) varía entre O y 1, el grado de
corroboración C varía entre -1 y 1 (másadelante discutiremos si esta razón basta como
argumento antiinductivista); la interpretación pretendida es que la evidencia es favorable,
irrelevante o desfavorable si C es, respectivamente, mayor, igual o menor que 0. Segundo,
si e implica no-h (refutación), tanto p(elh) como p(h A e) son O y por tanto C(h1e) = -1.
Tercero, si e y h son lógicamente independientes, entonces p(h A e) = p(h) p(e) y por
tanto C(h/e) = O. Cuarto, la máxima corroboración C(hle) = 1 se obtiene cuando h implica
e (e.e. p(h A e) = p(h)) y p(e) = 0; eso quiere decir que en casos de predicción exitosa, en
los que e se deduce de h, el grado de corroboración se aproxima tanto más a 1 cuanto más
se aproxima p(e) a 0, esto es cuanto mayor es el contenido de e.
Éste es el núcleo de la teoría de la corroboración de Popper. Si la evidencia es
contraria a una hipótesis, ésta queda refutada. Si la hipótesis resiste la contrastación, se
puede mantener provisionalmente y considerarla "apoyada" por la experiencia en grado
proporcional al contenido de e. Pero Popper sostiene que este apoyo evidencial no es
probabilista. La experiencia no permite establecer la verdad de una hipótesis, ni ningún
sucedáneo suyo como la probabilidad. Su grado de corroboración, insiste Popper, no es
como el probabilista grado de confirmación de los camapianos. Lo que debemos perseguir
son hipótesis mejor corroboradas, no más probables. Y no se ha de pensar por eso que el
grado de corroboración es indicio de la aptitud para salir indemne de contrastaciones
futuras. S610 expresa la nota con que ha pasado contrastaciones pasadas, y de ahí no se
puede inferir nada del futuro. A pesar de ello, la corroboración es guía para la acción:
"Desde un punto de vista racional no podemos~umosde ninguna teoría [...] sin embargo,
debemos elegir la teoría mejor contrastada como base para la acción" (1972, $9).
Ateoriciano. Popper es uno de los que más duramente ataca la ateoricidad del
grado de confirmación c carnapiano (y la introducción, en su opinión ad hoc, del grado de
confirmación cualificada cc; cf. p.ej. Popper, 1963, cap. 11, $6). Pero a su medida de
corroboración le ocurre algo parcialmente semejante, con el agravante de que, contraria-
mente a Camap, él no está dispuesto a ser instmmentalista. En Camap, si el lenguaje es
infinito, c asigna a toda hipótesis general el valor mínimo 0. Con la medida C de Popper
no ocurre eso, pero ocurre que, relativamente a l mismo cuerpo de predicciones exitosas e,
todas las hipótesis generales son corroboradas en el misino grado. En efecto, en los casos
en que los datos e son los predichos, e es implicado por h y por tanto p(e1h) = 1. Si
además h es universal (y, como en la situación problemática para Carnap. el lenguaje
infinito), p(h) = O y por tanto también p(h A e) = O. Pero entonces, sustituyendo estos
valores en la medida de Popper, tenemos que para cualquier hipótesis universal h, C(h, e)
= (1 - p(e)) 1 (1 + p(e)). Como puede verse, este valor no depende de h, esto es: los
mismos datos corroboran en igital grado crlalquier hipótesis general que los prediga. Ello
representa sin duda otra forma de ateoricismo, pues el grado de corroboración es insensi-
ble a diferencias teóricas, es independiente de las diferencias entre las hipótesis generales
en juego. No se ve, entonces, cómo se va a poder "perseguir" o "elegir" entre diferentes
hipótesis la mejor corroborada si de hipótesis generales (e.e. teorías) se trata.
como C(lz, e,) 2 C(h, e:) syss p(Wei) 1 p(lzlez). Ello significa que, en los casos de apoyo
positivo por predicciones exitosas, el grado de corroboración popperiano y el grado de
confirmación camapiano son cualitativamente indistinguibles. Si añadimos su insistencia
en que lo que importa no es la asignación numérica específica, y si prescindimos de las
condiciones derivadas de los límites -1 y 1 impuestos ad Aoc, entonces hay muy serias
razones para considerar que el grado de corroboración de Popper, a pesar de sus declara-
ciones en sentido opuesto, es una medida de evaluación de carácter probabilista. Su lema
"no hay que perseguir hipótesis altamente probables sino altamente corroboradas" es
equívoco. De nuevo se fluctúa entre las probabilidades incondicionadas y las condiciona-
das, y si, como en Carnap, la cuestión es qué pasa con estas últimas, entonces también en
Popper cuanto más corroborada está 1%por datos predichos e, más probable es h relativa-
mente a e.
Toulmin (1961, 1970). Hanson (1958, 1967, 1971). Feyerabend (1963, 1965, 1 9 7 0 ~ .
1975), Kuhn (1962-1970, 1 9 7 0 ~ .1970b, 1970c) y Lakatos (19686, 1970. 1971. 1973a,
1974b, 1977). La crítica de casi todos ellos consiste en llevar hasta las últimas consecuen-
cias algunos elementos que ya están presentes en la filosofía de Popper, especialmente la
carga teórica de los hechos, pero que éste se resiste a asumir. Aquí nos detendremos sólo
en Feyerabend, Kuhn y Lakatos, y especialmente en los dos Últimos. L a crítica de Kuhn y
Lakatos muestra además la necesidad de distinguir, por lo que a la evaluación empírica se
refiere, entre hipótesis y teorías. Aunque ellos mismos no lo hacen explícito, su crítica al
falsacionismo popperiano aplicado a las teorías depende esencialmente de la nueva con-
cepción de teoría empírica que estos autores están gestando (cf. cap. 9).
Las críticas de Kuhn y Lakatos también explotan la carga teórica de los hechos
señalada ya por Popper, aunque tienen consecuencias menos radicales que las de Feyera-
bend, principalmente porque disponen de una nueva noción de teoría que les permite
configurar una alternativa metodológica. Las posiciones de Kuhn y Lakatos no son plena-
mente coincidentes (en general Lakatos es un poco más matizado en sus juicios sobre
Popper), pero aquí vamos a obviar sus diferencias y a centramos sólo en un núcleo
mínimoque comparten en líneas generales.
Kuhn y Lakatos critican el falsacionismo ingenuo que, en su opinión, cabe atribuir
a Popper a pesar de sus declaraciones en contra. El falsacionismo ingenuo es doblemente
inaceptable. Es inaceptable de heclw, pues la historia nos muestra que no siempre, en-
realidad muy raramente, se abandonan las teorías tras contrastaciones desfavorables. Las
teorías están permanentemente llenas de arzomalías enlpíricas, experiencias que no enca.
jan en la teoría, que son inconsistentes con ella y por tanto instancias refutadoras en el
esquema falsacionista. Si fuera por eso, todas las teorías nacen ya refutadas y no dejan de
estarlo jamás. Y también es inaceptable de derecho, pues las teorías no deben abandonarse
ante cualquier contrastación desfavorable. El motivo es que los datos empíricos no son
neutrales, no constituyen un tribunal "teóricamente neutral" sino que encubren hipótesis
teóricas muchas veces de alto nivel. Lo que hay, pues, es un conflicto entre hipótesis
teóricas: "No se trata de que nosotros propongamos una teoná y la Naturaleza pueda gritar
NO; sino que nosotros proponemos una red de teorías y la Naturaleza puede gritar INCON-
SISTENTES'~ (Lakatos, 1970, p. 130). Las teorías nunca pueden considerarse falsadas con-
cluyentemente, siempre se pueden arreglar las cosas modificando, en lugar de la hipótesis
central en.juego, algunos de los supuestos auxiliares involucrados en la aceptación de los
datos (es más, como ahora veremos, incluso si los datos se aceptan como aproblemáticos,
siempre es posible preservar el núcleo de lo que está en juego y modificar aspectos
específicos del cinturón protector).
EV,\LUACI~NDE LAS TEOR~AS
Y EL PRORI-E\l;\ DE LA IN[IUCCIÓN 433
Popper se declara sorprendido por esta crítica pues, afirma, estas ideas no sólo no
se oponen sino que coinciden plenamente con las suyas propias formuladas treinta años
antes. En parte así es. Hemos visto sus tesis sobre la carsa teórica de los hechos conteni-
das ya en su primera obra, en las que insiste en su revisión para la traducción inglesa: "Las
observaciones son siempre interpretaciones [...] a la luz de teorías" (1935-1958, $30, nota
2 añadida a la edición inglesa de 1958). Y también desdc el principio reconoce las limita-
ciones que ello supone a la idea de una refutación efectiva: "no es posibIe jamás presentar
una refutación concluyente de una teoría" (ibid., $9); "siempre es posible encontrar una
vía de escape a la falsación" (ibid., $6); "siempre he mantenido que nunca es posible
demostrar concluyentemente que una teoría científica empírica es falsa" (1956-1983, $1).
Pero coinciden sólo en parte, pues al mismo tiempo Popper hace numerosas afirmaciones
que no se compadecen completamente con las anteriores, p.ej. "[las teorías científicas]
deben ser eliminadas si entran en conflicto con observaciones" (1963, cap. 1, SIV), "ha de
ser posible refutar por la experiencia un sistema científico empírico" (1935-1958, $6).Y lo
que es más importante, aunque reconoce la posibilidad lógica de escapatorias a la falsa-
ción, anuncia que va "a proponer que se caracterice el tnérodo empírico de tal forma que
excluya precisamente aquellas vías de eludir la falsación que mi imaginario crítico señala
insistentemente, con toda razón, como lógicamente posibles" (ibid.). Y en plena polémica
con Kuhn afirma que "[dlebería subrayarse que la incertidumbre de toda falsación empíri-
ca (que yo he señalado repetidas veces) no debe tomarse demasiado en serio (como
también he señalado)" (1956-1983, $1). Estas afirmaciones, y muchas otras semejantes,
hacen que Kuhn replique que "aunque no es un falsacionista ingenuo, sir Karl puede,
sugiero, ser tratado legítimamente como tal" (1970a, p. 13).
No es éste el lugar para seguir el detalle de la polimica, en la que cada parte dice
no ser comprendida por la otra y a la vez, sorprendentemente, estar defendiendo en el
fondo lo mismo (para un estudio detallado de la misma, cf. Díez, 1998). Lo importante es
que el desacuerdo no se puede explicar atendiendo sólo a sus afirmaciones, aparentemente
coincidentes, sobre la posibilidad o no de falsación. Tras la aparente congruencia en la
superficie del problema hay una diferencia de fondo sobre la naturaleza y estructura de las
teorías que hace entender a cada uno las mismas afirmaciones de diferente modo. Éste es
uno de los puntos en los que, como expusimos en el capítulo 1 (S2), la dimensión interpre-
tativa de la filosofía de la ciencia interacciona con la normativa o evaluativa. Popper tiene
dificultades para articular coherentemente sus ideas sobre las normas que rigen la contras-
tación de las teorías porque maneja un concepto de teoría demasiado pobre. Si Kuhn y
Lakatos pueden hacer "las mismas" afirmaciones de modo más coherente, y expresando
en parte un contenido nuevo, es porque tras esas afirmaciones está emerpiendo un nuevo
concepto de teoría empírica mucho más rico que el axiomático tradicional.
La importancia de sus diferencias sobre la naturaleza de las teorías para el proble-
ma de la evaluación empírica se pone de manifiesto en una cuestión sobre la que Popper y
Kuhn reconocen discrepar abiertamente, a saber, la existencia y el valor de la ciencia
normal. Lo que está verdaderamente en juego no es el reconocimiento de la posibilidad
lógica de escapatorias a la falsación, que ambos bandos reconocen, sino la valoración de
las mismas. Kuhn afirma que las estrategias anti-falsación no sólo son extremadamente
434 F U K D A M E ~ ~DES FILOSOFL~ DE LA CIENCIA
comunes sino necesarias y las valora en general positivamente. Este tipo de estrategias son
"normales" en el sentido kuhniano del término, son consustanciales al modo como nor-
~nalrnentese lleva a cabo la actividad científica, consustanciales a la ciencia normal. En
este punto está plenamente de acuerdo con Lakatos y su idea de un cinturón protector al
que se dirigen las refutaciones salvaguardando el núcleo de los programas-paradigmas.
Para Kuhn y Lakatos, estas prácticas deben valorarse positivamente, pues son consustan-
ciales a la práctica científica; simplemente, sin tales prácticas no sería posible la ciencia,
pues no existe ni puede existir algo así como ciencia sólo revolucionaria y... la frase de
sir Karl 'revoluciones permanentes', al igual que 'círculo cuadrado', no describe un fenó-
meno que pueda existir", Kuhn, 1970b, p. 242). Popper acepta que siempre se puede
atener uno a tales estrategias, pero las califica casi siempre de ad hoc y las valora negati-
vamente. Que además ese proceder pueda ser usual durante ciertos períodos le parece un
serio peligro. Éste es el punto de abierto desacuerdo. Popper reconoce que Kuhn ha
descubierto un fenómeno que a él se le pasó por alto, pero disiente radicalmente d e la
valoración que Kuhn hace del mismo y llega a calificar al científico "normal" kuhniano de
un peligro para la ciencia y hasta para la civilización (cf. 1970).
Las reticencias y temores de Popper frente a la ciencia normal de Kuhn, y a
ideas parecidas de Lakatos, y sus esfuerzos por admitirla-pero-desaprobarla, se deben a
que no se apercibe de que lo que hacen Kuhn y Lakatos es básicamente llamar la
atención sobre la complejidad estructural de las teorías y sobre el hecho obvio de que
las teorías, entendidas de este modo, duran cierro tiempo. Los paradigmas de Kuhn y
10s programas de investigación de Lakatos son las teorías científicas contempladas emz
toda su conzplejidad estructural. Los períodos normales son entonces aquellos en que
las teorías "viven y se desarrollan" y los revolucionarios aquellos en que "nacen" y
"mueren" (se suplantan). Aunque Kuhn y Lakatos contribuyen muchas veces a oscure-
cer el panorama, éste es el núcleo del que dependen el resto de sus afirmaciones sobre la
evaluación de las teorías.
Para la cuestión que ahora nos ocupa, los prjncipaies elementos de la nueva con-
cepción de las teorías de Kuhn y Lakatos son dos (cf. para esto el capítulo 9, $2 y 33). En
primer lugar, y aceptado ya por Popper, el carácter teórico de la base de contrastación; los
datos experimentales están cargados con hipótesis teóricas implícitas. En segundo lugar, y
no reconocido, o al menos no tematizado, anteriormente, la complejidad estructural de las
teorías. Las teorías no son entidades monolíticas sino entidades estructuralmente muy
complejas organizadas en diferentes niveles de esencialidad, con un núcleo programático
formado por principios muy generales cuasi-vacíos que se desarrollan mediante un siste-
ma de hipótesis-leyes progresivamente más específicas. Ante una experiencia refutadora
siempre es posible "revisar los hechos", esto es, revisar las hipótesis implícitas que con-
ceptualizan la experiencia. Pero incluso si se aceptan los hechos, la lógica no obliga a
abandonar la teoría, siempre es posible retocar una o varias hipótesis específicas preser-
vando el núcleo central. Popper no contempla esta posibilidad, o cuando lo hace la consi-
dera ilegítima, porque no la conceptualiza así. En línea con la tradición, concibe las teorías
como entidades simples, monolíticas, ante las cuales la única opción es de tipo todo-o-
nada; no distingue entre teorías, hipótesis y leyes. Y con esta concepción es imposible
diferenciar cambios de teorías y cambios en las teorías. Las teorías, según Kuhn y Laka-
tos, son entidades con diferentes niveles de esencialidad, con unas partes esenciales y
otras accidentales. Una vez se ha reparado en esta complejidad estructural, lo que sostie-
nen sobre la irrefutabilidad de las teorías (incluso no cuestionando los hechos) es casi una
obviedad. Seguramente Popper no negaría que la Mecánica es, en un sentido del término
'teoría' que es cmcial para entender la ciencia real, una misma teoría de Newton a Laplace
(con todos sus cambios). Pero en su metodología ese sentido no juega ningún papel, y es
ese sentido el que le hubiera permitido articular coherentemente un falsacionismo no
ingenuo, o no radical. Cuando discute con Kuhn y Lakatos sobre la falsación de teorías no
está pensando en ese tipo de entidad, mientras que ellos sí.
Popper tiene razón al decir que cuando las cosas van mal algo hay que hacer, pero
no la tiene al decir que lo que hay que hacer es cambiar de teoría. Para aceptar lo primero
sin verse obligado a aceptar lo segundo es preciso disponer de un concepto más rico y
dúctil de teoría que permita distinguir entre cambio dentro de una misma teoría y cambio
de una teoría por otra. Se dirá que, después de todo, Popper está en lo cierto respecto de
su sentido estrecho de teoría: incluso desde la perspectiva de Kuhn y Lakatos, las hipótesis
o leyes específicas sí se deben abandonar ante datos refutadores no cuestionados. Así es y
así lo aceptan Kuhn y Lakatos. Éste es el grano de verdad del falsacionismo, aunque así
presentado, sin cualificaciones ulteriores, es desorientador como análisis de la evaluación
de teorías. Si no se añade nada más, se corre el riesgo de considerar cualquier cambio
teórico al mismo nivel. Pero hay muy buenas razones para no hacer tal cosa. Considere-
mos los dos siguientes ejemplos de cambio teórico: a ) la introducción de un nuevo epici-
clo en la órbita de Venus dentro de la teoría geocéntrica y b) la sustitución de la Tierra por
el Sol como centro de giro en la revolución copemicana. Está claro que se trata de
cambios teóricos cualitativamente diferentes. En el análisis de la evaluación de las teorías
es esencial reconocer esta diferencia y, junto con ella, que la lógica sola jamás obliga a
optar por una opción u otra. La diferencia cualitativa entre ambos tipos de cambio es, por
supuesto, la que se da en cualquier entidad persistente entre cambios accidentales y
cambios esenciales. En el caso de las teorías científicas, entre cambios intrateóricos- y
cambios interteóricos. De ambos tipos de cambio nos ocuparemos en el próximo capítulo.
Debe enfatizarse que no se trata de que Popper negara la complejidad estmctural de las
teorías de la que depende una apreciación correcta de la lógica de la contrastación, sino
que simplemente esta complejidad, puesta de manifiesto por los historicistas, no juega
antes de ellos ningún papel, ni en Popper ni en ningún otro filósofo de la ciencia clásico.
Seguramente, si se le hubiera planteado la cuestión abiertamente en estos términos, Po-
pper mismo hubiera articulado su falsacionismo del modo "sofisticado" (e.e. no ingenuo)
que pretendía.
6. Consideraciones finales
2. Cambio intrateórico
2.1. CARAOERIZAC~~N
GENERAL
1. O la parte pxadigmática de ella, según se considere que la matriz en un momento dado es todo el
conjunto de supuestos compartidos o sólo los esenciales (cf. cap. 8, 92).
ción de ciertas hipótesis secundarias y aplicaciones concretas. Según Kuhn, el consenso
básico se rompe únicamente durante el proceso que él denomina revolució?l cientfica,
cuando una teoría fundamental o matriz disciplinar es reemplazada enteramente por otra.
Durante la ciencia normal, la comunidad cambia las leyes especiales y las aplicaciones
concretas, pero no los principios fundamentales ni las aplicaciones paradigmáticas.
Abundan los ejemplos históricos claros de cambio intrateórico, en el sentido aquí
especificado, sobre todo en las disciplinas físico-químicas. Un ejemplo notorio de tal tipo
de desarrollo es el de la astronomía ptolemaica, es decir, la teoría geocéntrica de epiciclos
para explicar el movimiento de los planetas, teoría cuyo desarrollo tiene sus inicios no en
Ptolomeo, sino en Apolonio e Hiparco unos siglos antes. Esta teoría estuvo vigente hasta
fines del siglo x v ~y, por tanto cubrió un lapso de casi 2.000 años. Sin embargo, y contra lo
que sugieren algunas descripciones superficiales, no hay que creer que se tratara de un
período de "estancamiento" de la astronomía. Al contrario, durante su larga vida la teoría
sufrió diversos e importantes refinamientos y modificaciones, y estuvo asociada a deterrni-
naciones conceptuales y empíricas cada vez más precisas y diferenciadas, todo ello, claro
está, regido por el principio "intocable" geocéntrico-epicíclico.
Otro ejemplo claro de tal desarrollo intrateórico es el de la mecánica clásica de
partículas, iniciada por Newton en los años ochenta del siglo xvr~y que tuvo un desarrollo
relativamente largo y en cualquier caso muy fructífero hasta fines del siglo x u , durante
más de dos siglos. También aquí se dieron durante este período una serie de cambios
importantes en la teoría, con la postulación de nuevas leyes y la adquisición de nuevos
casos de aplicación empírica o el abandono de casos propuestos anteriormente. Y, sin
embargo, la teoría siguió siendo la misma, puesto que en ningún momento se cuestionaron
las leyes fundamentales de Newton y sus aplicaciones paradigmáticas (sistema planetario,
caída de graves, proyectiles, etc.).
Podemos añadir algunos ejemplos más dentro de la física, muy plausibles, de
cambio intrateórico en un período que Kuhn llamaría de ciencia normal: el desarrollo de la
teoría del flogisto a lo largo del siglo XVIII; el de la teoría del calórico entre la Revolución
Francesa y 1830; el de la termodinámica gibbsiana del equilibrio desde 1870 hasta la
Segunda Guerra Mundial; el de la teoría general de la relatividad desde la Primera Guerra
Mundial; y sin duda muchos otros. Dentro de las ciencias naturales, pero fuera de las
ciencias físico-químicas, posiblemente no sea tan fácil encontrar muchos ejemplos de
"cambio bajo permanencia", pero sin duda es plausible caracterizar así en biología el
desarrollo de la teoría danviniana de la selección natural desde mediados del siglo xrx y el
de la genética llamada "mendeliana" (es decir, en realidad, "morganiana"), desde la Pri-
mera Guerra Mundial hasta los años cincuenta. En geología, el desarrollo de la teoría de
las placas tectónicas desde los años sesenta parece mostrar también esta estructura.
En el caso de las ciencias sociales se ha argüido con frecuencia, en base a la
noción kuhniana de paradigma, que no puede hablarse de períodos de ciencia normal en
el sentido de Kuhn, puesto que tales períodos se caracterizan por estar dominados por
un solo paradigma, y las ciencias sociales en cambio se hallan en una situación pr-e-ya-
radigmática, con múltiples enfoques radicalmente en competencia. Ahora bien, puede
que esta conclusión sea correcta si se toman las ideas de Kuhn al pie de la letra y se
hace especial hincapié en los aspectos sociológicos o institucionales de las mismas; en
efecto, la situación sociológica actual de disciplinas tales como la psicología, la econo-
mía o las ciencias de la cultura se caracteriza por la existencia de diversas comunidades
científicas en agria competencia dentro de la misma disciplina, que no aceptan los
postulados más básicos de las comunidades rivales. No obstante, si prescindimos de la
caracterización sociológica de la ciencia normal y nos atenemos sólo a su aspecto
metodológico-estructural, como desarrollo en que los cambios son meramente internos
a cada teoría, entonces la diferencia entre las ciencias "paradigmáticas" y las "pre-para-
digmáticas" se desvanece, o cuando menos se diluye considerablemente. En efecto, aun
cuando. en una disciplina dada existan diversas subcomunidades rivales que "no se
entienden entre sí", cada una de ellas puede operar con su propia teoría fundamental del
mismo modo como lo haría una comunidad científica "total" en una etapa de ciencia
normal en el sentido kuhniano, es decir, variando las componentes especiales de la
teoría pero dejando incólume el núcleo fundamental. Tenemos, por así decir, varias
teorías "simultáneas". Así, por ejemplo, es plausible describir el desarrollo histórico
tanto del psicoanálisis como del conductismo en psicología desde principios del si-
glo XX hasta fechas recientes como "cambios intrateóricos" en nuestro sentido, aun
cuando no haya habido el menor acuerdo entre psicoanalis'tas y conductistas acerca de
los principios fundamentales de la psicología. En ambos casos se fueron introduciendo,
modificando y desechando hipótesis particulares y explicaciones de fenómenos psicoló-
gicos concretos sin afectar los supuestos básicos de partida, aunque claro que estos
últimos son completamente dispares en el psicoanálisis y el conductismo.
'
decir, si N = c{T,},o>es una red teórica arbórea con n elementos y Tosu elemento básico,
entonces ocurre que para todo E { K } (T To. Recordemos, además, que cada elemento
teórico T consta de un núcleo K (K = Mp, Mpp, M, GC>) y de un dominio de aplicacio-
nes I, T = <K, I>. El núcleo básico Ko de To viene determinado por las leyes y ligaduras
fundamentales de la teoría, mientras que 10representa el dominio total de aplicaciones
intencionales de la teoría.
Podemos entonces reconstmir lo esencial de la idea intuitiva de un cambio jntra-
teórico de la siguiente manera: un desarrollo científico de tipo cambio irzrrareórico es un
proceso evolurivo gradual que podemos representar formalmente como una sucesión finita
O,, N2, ..., N,,> de redes teóricas (donde cada subíndice representa un determinado perío-
do histórico en Ia evoIución de la teoría) que satisface ciertas condiciones de continuidad
parcial tanto a nivel teórico como aplicativo. Estas condiciones quedan recogidas en la
siguiente definición de evolución teórica, reconstrucción formal del fenómeno de cambio
intrateórico. (En lo que sigue, los supraíndices indican la red a la que los elementos
pertenecen, y los subíndices fijan el elemento teórico concreto de que se trate. Así, 'E'
denota el tercer elemento teórico de la segunda red de la sucesión, aunque recuérdese que
los elementos de las redes no están ordenados en secuencias; y análogamente para núcleos
y dominios de aplicaciones: ' K f ' y 'G'denotan, respectivamente, el núcleo y el dominio de
aplicaciones de dicho elemento.)
Sean N,, N*, ..., N,, n redes teóricas (arbóreas). Diremos que E = <Ni,N2, ..., N,,> es
una evolución teórica syss:
( 1 ) Hay un núcleo Kotal que para todo Kó (1 I iI 12): Kó = Ko.
(2) Hay un conjunto Ip tal que 0 # Ip c 1; n ... nlo".
RED N,
RED 4
,\N,~LISISUIACRÓNICO
DE TEORÍAS
RED N,
Veamos cómo pueden precisarse estas intuiciones mediante las entidades que, según
el estructuraIismo, componen una teoría cualquiera. Para simplificar y restringir nuestra
atención a lo esencial haremos uso solamente de las nociones de conjunto de modelos
potenciales (Mp),conjunto de modelos potenciales parciales (Mpp), conjunto de modelos ac-
tuales (M) y dominio de aplicaciones intencionales I. Recordemos (cf. cap 10, $5) que las
relaciones entre estos componentes son las siguientes: Mpp = r[MpJ,M G Mp. I G Mpp.
Recuérdese también que en las redes teóricas arbóreas, que por lo general representan
modelo-teóricamente las teorías científicas, hay siempre un subconjunto MOde Mp pnvile-
giado que es el conjunto básico de modelos actuales de la red, es decir, el conjunto de
u
modelos determinado por las leyes fundamentales. Por otro lado, y como venimos haciendo,
usaremos 'M;' como variable para clases de modelos actuales especiales, los determinados
por leyes especiales de la teoría (que, naturalmente, presuponen la ~alidezde las leyes
fundamentales). Para referimos a la teoría incorporadora, o a cualquiera de sus componentes,
usaremos los signos usuales seguidos de un asterisco: para referirnos a la teoría incorporada,
o a sus componentes, usaremos los signos usuales solos. Finalmente, usaremos '=' como
subíndice de relaciones conjuntistas para denotar que la relación en cuestión no es "exacta"
sino "aproximada"; así, 'x E A' y 'A c B' significan, respectivamente, que los correspon-
dientes casos de pertenencia e inclusión son aproximados.' Con estos instrumentos en
la mano podemos definir ahora la relación de incorporación anunciada (de nuevo, cf;
cap. 11, def. 11.3, p, es la relación que genera p a nivel no-teórico, entre modelos parciales;
e.e. p, = r (p)).
2. Esta noción puede precisarse formalmente con instrumentos topológicos (cf. Bnlzer, hfoulines y
Sneed, 1987, cap. VlI, o bien, para una exposición m S sucinta, Moulines, 1982, cap. 2.9).
queda excluida formalmente por nuestra definición, pero está claro que no representa los
casos normales.
Ahora bien, aunque la relación de incorporación.quede definida entre redes en su
totalidad, la incorporación atañe, por el lado de la teoría incorporada, directa y explícitamen-
te sólo al elemento teórico básico To.Ello no significa una restricción indebida. En efecto,
dado que los demás elementos teóricos de la red incorporada son especializaciones del
elemento básico, podemos decir que la incorporación de este último en una red distinta
"arrastra" consigo, indirectamente, la incorporación de sus especializaciones. Nótese que
esta determinación deja abierta la posibilidad de que, a pesar de que hayamos establecido la
incorporación de N en N* y por tanto de los conceptos y principios básicos de N en los de
N*, no obstante, no dispongamos explícitamente para alguna ley especial de N de su correla-
to en N*, o simplemente lo ignoremos. Podría quizá argüirse que ello representaría una
situación metodológicamente inaceptable para una "buena" incorporación, y que para que
ésta sea verdaderamente satisfactoria debe indicarse qué elemento(s) teórico(s) especial(es)
de N* corresponde(n) a cada uno de los elementos teóricos especiales de N. Desde un punto
de vista puramente formal, sería fácil añadir una estipulación en este sentido a nuestra
definición general de incorporación. Sin embargo, desde el punto de vista de la praxis real de
las incorporaciones históricamente dadas, no parece necesario ni conveniente añadir esta
condición tan restrictiva. En efecto, en la mayoría de casos se acepta una incorporación
cuando se ha mostrado que ella ha podido establecerse para los conceptos y leyes fundamen-
tales, así como las aplicaciones en general, de la teoría a ser incorporada, y no se espera a
que se haya especificado, para cada ley especial de la red incorporada, cuál es su correlato
concreto en la red incorporadora. En teorías con un mínimo de complejidad sería sumamente
tedioso encontrar o construir tales correlatos para cada una de las numerosas leyes especia-
les; ello sólo se lleva a cabo para algunas leyes especiales cuyos correlatos incorporadores
parecen especialmente interesantes por alguna razón concreta. Así, por ejemplo, para aceptar
el éxito de la incorporación de la mecánica newtoniana en la mecánica relativista especial,
cadie esperó a ver cómo las numerosas leyes dinámicas especiales de la mecánica newtonia-
na (incluyendo complicadas ecuaciones que ni siquiera aparecen en los manuales de física,
sino sólo en los formularios de ingenieros dedicados a problemas mecánicos muy especiales)
encontraban su correlato en la mecánica relativista; bastó comprobar cómo los conceptos y
principios fundamentales de la mecánica newtoniana, y a lo sumo algunas otras leyes de alto
nivel de generalidad, podían asimilarse a otras relativistas.
Así, pues, para la relación interteórica que estamos analizando aquí, lo único
esencial es la incorporación del elemento básico de la teoría anterior .al cambio. Esta
incorporación ha de realizarse con respecto a los tres componentes más importantes de
dicho elemento: el marco conceptual Mp (que, por definición, es el mismo para todos los
elementos de la red N), las leyes fundamentales recogidas en M0 (de las cuales todas las
demás leyes de N son especializaciones) y el dominio general 10 de aplicaciones (que
abarca todos los casos de aplicación contenidos en la red). A estos tres componentes del
elemento básico se refieren las tres condiciones de la Definición 13.2.
Según la condición (l), la relación de incorporación queda formaImente fijada
como una relación entre los modelos potenciales de ambas teorías que además es una
firi~ciónefecriifaiíre~~re
calcz~lablede la clase incorporadora sobre la clase incoqorada; en
general, sin embargo, la relación inversa p-' 110 será una función. Estas determinaciones de
]a relación tienen una serie de consecuencias dignas de ser notadas. En primer lugar, que p
sea efectivamente calculable significa que entre Mp* y Mp no sólo se estipula la existencia
de una relación cualquiera (lo cual siempre es trivialmente válido), sino que la relación p
escogida debe ser tal que, en un número finito de pasos, pueda determinarse qué modelo
de Mp corresponde a cuál de Mp* o a la inversa. Que además p cubre todo Mp significa
que todo modelo potencial de h' tiene al menos un correlato en N*, es decir, queda
efectivamente incorporado a N*. Pero, por otro lado, como p-' no es necesariamente una
función, es posible que los modelos potenciales de N tengan ivat-ios correlatos distintos en
N*. La idea intuitiva es que cada modelo incorporado puede traducirse en versiones
diferentes en la teoría incorporadora, lo cual, a su vez, expresa el hecho de que esta última
suele tener mayor poder de diferenciación o de análisis en la representación de los fenó-
menos. Por otro lado, el hecho de que el dominio de p esté incluido en Mp*, sin ser
necesariamente idéntico a este conjunto, significa que, en general, habrá muchos modelos
potenciales de la teoría incorporadora que no tienen ningún correlato en la teoría incorpo-
rada: intuitivamente, la teoría incorporadora puede tratar de algunos sistemas que caen por
completo fuera del marco conceptual de la teoría incorporada.
La condición (2) es, en lo esencial, una reconstrucción modeloteórica de la idea
intuitiva acerca de la reducción de una teoría a otra según la cual las leyes fundamentales
de la teoría reducida se "deducen" de las leyes fundamentales y algunas de las especiales
de la teoría reductora. Recordemos el teorema elemental (pero metateóricamente muy
relevante) de la teoría de modelos, según el cual si una fórmula a implica otra P, entonces
10s modelos de a, es decir, las estructuras que satisfacen a, constituyen un subconjunto
del conjunto de modelos de P:
U: r= p syss M, c Mp.
La condición (2) reproduce, en lo esencial, esta idea pero generalizándola al caso en que
las leyes de una y otra teoría pertenecen a "lenguajes", esto es, a marcos conceptuales
diferentes aunque correlacionados por la función p. Tomamos primero cierto número de
leyes especiales incorporadoras a!,..., a, (puede ser una sola), todas las cuales presuponen
las leyes fundamentales (esto es, las clases de modelos que satisfacen esas leyes especiales
son subconjuntos de m. A continuación construimos su "traducción" al lenguaje de N
mediante p y ello ha de ser suficiente en cualquier caso para implicar las leyes fundamen-
tales de N. Al tomar la unión M? u ... u M~contemplamosla posibilidad de que, según el
tipo de sistema considerado, se necesiten diversas leyes especiales de N* para llevar a
cabo la "deducción" de las leyes fundamentales de N. Dado que con frecuencia, si no casi
siempre, la relación de incorporación ha de concebirse como una relación apt-oximativa
entre las teon'as involucradas, la implicación de una teoría por la otra valdrá en general
sólo de manera aproximada; en términos modeloteóricos ello se traduce en el hecho de
que las relaciones conjuntistas de la condición (2) en general no se cumplen de manera
exacta sino sólo aproximada. Por supuesto que el caso eventual en que la incorporación
valga con exactitud también queda subsumido bajo este esquema, pues c-contiene como
casos especiales aquellos en los que vale c.
La condición (3) se refiere a la parte "empírica" o "base de datos" de una y otra
teoría. Para que la incorporación sea realmente exitosa no basta con la correlación entre
marcos conceptuales y la implicación (aproximativa) de leyes, sino que debe estar garanti-
zado que todas las apIicaciones intencionales exitosas de N quedan engIobadas por la
p-traducción de las aplicaciones intencionales exitosas de N*, o más exactamente, por un
entorno topológico de las mismas, pues también aquí debemos tomar en cuenta el fenóme-
no de la aproximación.
Esta condición relativa a las aplicaciones puede parecer quizá demasiado restricti-
va o contraintuitiva en el sentido de que podría ocumr (y parece haber ejemplos históricos
de ello) que algunas aplicaciones intencionales de la vieja teoría sean consideradas fuera
de lugar por la nueva teoría y por tanto no se esperen conelatos pertinentes de aquellas en
el nuevo dominio de aplicaciones intencionales. Para reflejar esta posibilidad podríamos
debilitar de alguna manera la condición (3), por ejemplo, exigiendo sólo que una porción
considerable de 10 n r[Mo] sea subconjunto de su correlato aproximativo en N*. Sin
embargo, aquí mantendremos la formulación estricta de la condición (3), y no sólo a
efectos de simplicidad expositiva sino, además, porque la posibilidad mencionada de que
algunas de las aplicaciones intencionales exitosas de N caigan "en desuso" es menos
probable de lo que parece a primera vista y de lo que algunos ejemplos históricos quizá
sugieren. En efecto, la relación entre N y N* no ha de ser concebida en el sentido de que
N* recoja toda la evolución de la teoría anterior desde sus inicios y con todos los cambios
en el dominio de aplicaciones que el proceso lleva parejo, sino sólo lo que es la teoría en
su último estadio. Es decir, la red N que hay que incorporar es sólo el último término de
cierta sucesión <Ni, N?, ..., N,,> que representa una evolución teórica en el sentido de la
Definición 13.1, esto es, N = N,. En tal caso, sí es de esperar que la teoría incorporadora
N* recoja todos los éxitos de aplicación empírica que estaban ya recogidos en la teoría a
ser incorporada; de la contrario, probablemente no consideraríamos que la incorporación
ha sido verdaderamente exitosa.
Este esquema da cuenta de la siguiente posibilidad históricamente interesante.
Supongamos que una teoría dada ha evolucionado hasta llegar a una "fase" (una red) N,,
en la cual es incorporada a una nueva teoría representada por la red Ni. Supongamos, no
obstante, que a pesar de que Ia comunidad científica acepte el éxito de esta incorporación,
una parte de la misma sigue desarrollando la primera teoría y que ésta llega a una fase N,,.
en la que ya no se cumple la condición (3) de la i oración porque se descubren nuevas
aplicaciones exitosas de la primera teoría que no n ningún correlato adecuado (exito-
so) en la segunda. En tal caso, sena legítimo ab dudas acerca de si la incorporación
realmente puede efectuarse de manera satisfactor robablemente se seguirían desarro-
llando ambas teorías en paralelo. Puede interpre sta situación como la traducción a
nuestros términos del fenómeno histórico que S describe en términos intuitivos
como programas de investigación en competen Lakatos, 1977); al menos es ésta
una interpretación plausible de algunos de los c vistos por dicho autor. En efecto,
Lakatos sostiene que la mayoría de los ejempl ue Kuhn considera revoluciones
456 FUNDAMEhTOS DE FILOSOF~ADE LA CIENCIA
Definición 13.3:
Sean E = <N,, N2, ..., N,,> y E' = <N:, N;, ..., N>
: dos evoluciones teóricas distintas
en el sentido de Def, 13.1. Diremos que E y E' son programas de invesrigación en
coinpetencia syss hay N;y Ni+,,de E y Nide E' tales que N; queda incorporada en N:.
de E' que incorpore a Ni+h.
pero no existe N ~ A
Nótese que la definición permite que la competencia se dé en los dos sentidos, con lo cual
tendríamos el caso de una "competencia perfecta" entre programas: cierta fase del uno es
incorporada a una fase del otro, mientras que cierta fase del otro queda incorporada en una
fase del primero; pero ninguno de ambos logra incorporar todas las fases ulteriores del
otro.
Para conc!uir queda por precisar la idea rival kuhniana de cambio revolucionario o
cambio de paradigma (con inconmensurabilidad concomitante); para ello utilizaremos la
noción de suplantación de teorías.
Dejnición 13.4:
condición homóloga respecto a las aplicaciones intencionales es mucho más débil: sólo
exigimos que haya un subconjunto coiízlín de aplicaciones que hayan representado un
fracaso para la teoría suplantada y resulten un éxito para la teoría suplantadora. A este
subconjunto I, lo podemos interpretar como el conjunto de las anoríza~ías(en e1 sentido
de Kuhn) de que adolece la -teoría suplantada (claro que la teoría suplantadora puede
tener también sus propias anomalías, pero ellas no están en el punto de mira de la
comparación entre ambas teorías). Para expresar esta idea (4) exige de este conjunto dos
cosas: en primer lugar, que esté formado por aplicaciones pretendidas por ambas teo-
rías; y en segundo lugar, que tales aplicaciones no sean subsumibles bajo las leyes de la
suplantada pero sí bajo las de la suplantadora. Aunque esta estipulación respecto a las
aplicaciones intencionales es más débil que en el caso de la incorporación, no obstante
ella es suficiente para establecer la superioridad de la teoría suplantadora frente a la
suplantada: la primera explica las cosas que la segunda quería explicar pero no podía.
Es perfectamente comprensible entonces que la comunidad científica acabe por preferir
una teoría frente a la otra, sobre todo en aquellos casos en los que, por razones cognos-
citivas o tecnológicas, el conjunto I, se considere especialmente importante para la
comunidad. Tampoco hay en esta preferencia ningún elemento que sea sospechoso de
"irracionalidad".
Estos tres tipos de progreso científico ciertamente no son los únicos que pueden
definirse con precisión. Las condiciones que hemos señalado son suficientes pero no
necesarias para la idea intuitiva de progreso científico en general, tanto si nos restringimos
al cambio intrateórico como si lo hacemos al cambio interteórico. Por ejemplo, una forma
muy importante de progreso científico, en la que no hemos entrado aquí pero que sin duda
es caracterizable formalmente, es la que representa el aumento en el grado de aproxima-
ción con el que el núcleo de un elemento teórico se aplica a sus aplicaciones correspon-
dientes (cf. p.ej. Balzer, Moulines y Sneed, 1987, cap. VII). Esta forma de progreso ha
tenido mucha importancia en la evoluciún de la astronomía y la física, por ejemplo. En
462 NNDAMENTOS DE FILOSOFÍA DE LA CIENCIA
cualquier caso, basten las formas señaladas para poner de manifiesto que la noción de
progreso científico es precisable según diversos tipos y que es verosímil admitir que ellos
tienen múltiples realizaciones en casos reales de la historia de la ciencia. Las consecuen-
cias que se derivan de cada una de estas formas de progreso para otras nociones más
fuertes, como la de progreso hacia la verdad, y su relación con otros problemas filosóficos
sustantivos, como el del realismo cientifico, quedan fuera de los límites de esta obra.
1. Conjuntos
Los conjuntos, o clases, son colecciones de cosas, son entidades que consisten en tener
otras entidades como miembros. Ejemplos de estas entidades son el conjunto de los filósofos
alemanes del siglo XIX, el conjunto de las letras de este libro, el conjunto de los números primos, el
conjunto de los números primos menores que 10, el conjunto de los conceptos termodinámicos, el
conjunto de las virtudes teologales, el conjunto de las teorías biológicas, el conjunto de los conjun-
tos de tres elementos, etc.
Podemos nombrar estas entidades en lenguaje ordinario, como acabamos de hacer, pero para
abrevix se suele usar el s i g o '( ... )', que se lee "el conjunto formado por ...". Este signo se puede usar
de dos modos: a ) poniendo en los puntos suspensivos un nombre de todos y cada uno de los objetos que
constituyen el conjunto; 6) poniendo una variable y dando una condición que satisfacen todos y sólo los
objetos que constituyen el conjunto, e.e. '.(x1cp(x)}', que se lee "la clase de objetos d e s que cumplen la
condición 9''(no toda condición determina un conjunto, pues eso conduce a paradojas, pero no pode-
mos detenemos aquí en ello). En el primer caso decimos que nombramos el conjunto por extensión, en
el segundo que lo nombramos por comprehensión; obviamente, sólo se pueden nombrar por extensión
los conjuntos finitos. Son ejemplos de nombres de conjuntos por extensión '(1,2,3,5,7)', '(Churchill,
Staiin, Roosevelt}', '{fe, esperanza, caridad}', etc.; y de nombres por comprehensión '(x l x es una letra
de este libro)', '(x / x es un número primo)', '(x 1x es un número primo menor que lo}', ( x / x es una
virtud teologal}', {xlxes un conjunto con exactamente tres elementos}', etc.
Para referirse a la relación que se da entre un objeto y un conjunto del que es miembro se
usa el signo de pertenencia ' E ', que debe estar flanqueado por un signo de objeto a su i~quierday
por un signo de conjunto a su derecha. En general usaremos letras mayúsculas cursivas para
variables de conjuntos; así, 'x E A' se lee "(el objeto) x pertenece a, es miembro de, es elemento de,
(el conjunto) A", y su negación 'x E A' se lee "x no pertenece a (no es miembro de, no es elemento
de) A". Son pues ejemplos de afirmaciones conjuntistas verdaderas "3 E ( 1, 2, 3,5, 7}", "3 E (x / x
es un número primo)", "Schopenhauer E (x / x es filósofo alemán del siglo XK}", "(Churchill,
Stalin, Roosevelt) E ( x / x es un conjunto de tres elementos}", "4 e ( 1, 2,3, 5, 7}", "4 E {xI x es
un número primo}", "Stalin e ( x / x es un conjunto de tres elementos}", etc.
El principio básico que rige la identidad de los conjuntos es el principio de exfensionali-
dad, a saber, los conjuntos son extensionales, su identidad depende sólo de su extension, de cuáles
son los elementos que los constituyen:
Axioma de extensionalidad:
Si dos conjuntos tienen los mismos elementos son el mismo conjunto: VA, B (VX(XE A ++
XE B)+A=B)
Así, por ejemplo, { 1, 2, 3,5, 7 ) y ( x / x es un número primo menor que 10) son el mismo conjunto,
pues todo objeto que está en uno está en otro y viceversa; '{ 1,2, 3,5, 7)' y ' { x / x es un número primo
menor que 10)' son nombres diferentes de la misma entidad. Es esencial notar que la extensionalidad
de los conjuntos es una propiedad de las entidades mismas y que, por tanto, no depende de cómo se
nombren. Que nombremos un conjunto por comprehensión, apelando a una propiedad que satisfacen
sus miembros, no afecta para nada la extensionalidad del conjunto. Las propiedades pueden ser
intensionales (e.e. puede haber propiedades diferentes que se apliquen a las mismas cosas), pero los
conjuntos de cosas que las satisfacen no lo son. Así, { x1x es un número primo mayor que 2 y menor
que 8) y (x / x es un número impar mayor que 2 y menor que 8) son el mismo conjunto, y { x/ x es un
animal racional) y { x / x es un bípedo implume) también son el mismo conjunto; y eso inde-
pendientemente de que las propiedades ser un número primo (entre 2 y 8) y ser un número impar
(entre 2 y 8), o ser un animal racional y ser un bljledo implume, sean diferentes.
Aunque intuitivamente un conjunto es una colección de cosas y no es claro que haya
colecciones vacías en sentido intuitivo, es esencial para la teoría poder disponer de un conjunto que
no tenga elementos. Este conjunto al que nada pertenece es el conjunto vacío, y se le denota
mediante '0'.
1.2. INCLUSI~N
Y CONJUNTO POTENCIA
Los conjufitos pueden estar en diversas relaciones entre sí. Por ejemplo, dados A y B puede
ocumr que todos los objetos que están en A estén también en B, o que no lo esté ninguno, o que
estén unos pero no otros. De los dos últimos casos nos ocuparemos más adelante. Cuando ocurre lo
primero se dice que el conjunto A está incluido en, o es un subconjunto de, B, y denotamos esta
relación mediante el signo ' c ': A c B syssdefV x ( x E A + x E B). Así, por ejemplo, { ],S)E { 1,2,
3, 5), { l . 2, 3, 5 } E {1,2,3,5),{ x 1 x es un número primo menor que 10) c { x / x es un número
primo), pero no { 1,2,8) c { 1,2,3,5), etc. Como se ve, todo conjunto esta incluido en sí mismo.
Cuando los elementos de A están en B pero B tiene elementos que no están en A decimos que A está
incluido esrricramente en, o que es un subconjunro propio de, E, y denotamos esta relación median-
te 'c':AcBsyssd4A G B A A # B . A s ~{1,2) . c (1,2,3,5},perono {1,2,3,5) c {1,2,3,5].Por
tanto, todo conjunto está incluido en sf mismo, pero ninguno lo está estrictamente; por otro lado, es
fácil ver que 0 está incluido en todo conjunto y además lo está estrictamente en todo conjunto
diferente de él.
A veces es útil poder hablar de todos los subconjuntos de un conjunto dado. Para ello
acuñamos la noción de conjunro potencia o conjunto de las partes de un conjunto. El conjunto
potencia, o conjunto de.las partes, de un conjunto A, 'Pot A' es el conjunto consistente en todos los
subconjuntos de A: Pot A = hf { B / B E A). Así, por ejemplo, si A = {1,2), Pot A = ( 0 ,
Il)>I2)7Il211.
Dados dos conjuntos podemos formar otros reuniendo los elementos de los primeros de
modo específico. Los modos más comunes son la intersección,-la unión y la diferencia. operaciones
a las que denotamos, respectivamente, mediante 'n', 'u' y ' - '.
La intersección A n B de dos conjuntos A y B es un nuevo conjunto que tiene por
elementos los elementos comunes a A y a B: A n B = ( x 1 x E A A x E B ) .
La unión A u B de dos conjuntos A y B es un nuevo conjunto que tiene por elementos los
e l e m e n t o s d e a m b o s : A u B = ~ , ~ ( x lAxV~ X E B ) .
La diferencia A-B de dos conjuntos A y B es un nuevo conjunto que tiene por elementos los
elementos de A que no pertenecen a B: A-B = ( x 1x E A A x E B}.
J C ~
Así,p.ej.siA=(1,3,5,7}yB=(3,4,5,6},AnB=(3,5},AuB={1,3,4,5,6,7],
A-B = ( 1 , 7 ) y B-A = (4,6}; si A = ( x / x es un número primo} y B = (A 1x es un número par), A n
B = ( x / x es un número primo par} = {2},A u B = ( x 1 x es un número primo o par], A-B = ( x / x
es un número primo impar} y B-A = ( x / x es un número par no primo} = ( x / x es un número par
diferente de 2}.
Nótese que tanto la intersección como la unión son conmutativas y asociativas, mientras
que la diferencia no es ninguna de las dos cosas. Cuando dos conjuntos son tales que no tienen
ningún elemento en común decimos que son disjuntos; por tanto, dos conjuntos son disjuntos si y
sólo si su intersección es el conjunto vacío.
2. Relaciones
2.1. PARES
ORDENADOS Y PRODUCTO CARTESUNO
Los conjuntos en general se identifican sólo por los elementos que los integran, sin impor-
tar el orden en que se consideran tales elementos. Así, el conjunto de las letras de este libro es el
mismo tal como estdn que cambiándolas de posición. En general, y si nos restringimos provisional-
mente a conjuntos sólo con dos elementos, el conjunto ( x , y} es el mismo conjunto qae el conjunto
(y, x ) . O de otro modo, si ( x , y} = ( 2 , t ) , no podemos asegurar que x = z e y = t ; puesto que en los
conjuntos usuales el orden de los elementos no altera el conjunto, lo único que se sigue de ( x , y 1 =
( z , t } es "(x = z e y = t ) o (x = t e y = 2)". Sin embargo, como veremos a continuación, a veces es
necesario referirse a conjuntos de elementos en los que sí se quiere que importe el orden. Para ello
utilizamos el signo '< ... >'. Para dos objetos, hablaremos del par ordenado ~ r , y > ;para tres objetos,
del trío ordenado <~,y,z>;y en general, paran objetos, de la n-tupln ordenada «,, .x?, ..., x,>.
La propiedad fundamental de los pares ordenados es que en ellos sí ocurre "«,y> = <:,t>
syss x = z e y = r". Esta propiedad se puede obtener definiendo los pares ordenados como conjuntos
binarios (pares desordenados) de cierto tipo. Hay varias alternativas, todas con lo misma consecuen-
cia; la más usual es: «,y> = ( (x},(x,y}} (el lector puede comprobar que, así definidos, los pares
tienen efectivamente la propiedad deseada). Los tríos ordenados se pueden entonces definir así:
a, y, z> = d,/ <a, y>, i>. Y así sucesivamente con las restantes tuplas. A partir de ahora nos
limitaremos en general para simplificar a ejemplos binarios, pero todo lo que se diga se puede
generalizar a tuplas cualesquiera.
Dados dos conjuntos A y B, a ciertos efectos es útil disponer del conjunto completo de
todos los pares ordenados posibles con primer miembro de A y segundo miembro de B. A este
conjunto se le denomina el producto cartesiano de A y B, y se le denota mediante ' A x B'.
Formalmente este conjunto es el resultado de realizar una operación entre ambos conjuntos: A x
B =&, {e, y> 1 x E A A y E B ] . Así, si A = {1,2,3) y B = {a,b), A x B = {<l,a>,<l,b
>,<2,a>,<2,b>,<3,a>,<3,b>):si V = { x l x es un varón) y M = { x / x es una mujer), V x M =
(-,y> 1 x es un varón e y es una mujer). El producto cartesiano de tres conjuntos A, B y C es el
conjunto de todos los tríos ordenados tales que el primer miembro es de A, el segundo miembro
es de B y el tercero es de C. Y análogamente con los productos canesianos de cuatro o más
conjuntos.
2.2. RELACIONES;
DOMINIO, RECORRIDO Y CAMPO
Las relaciones son cierto tipo de conjuntos, conjuntos de pares, en general tuplas, ordena-
dos. En tanto que conjuntos, a ellas se aplican las operaciones generales entre conjuntos (unión,
intersección, etc.). Pero además, en tanto que conjuntos de tuplas, se pueden definir para ellas
ciertas operaciones especiales. Las más comunes, y útiles, son la resrricción a determinado conjun-
to, la imagen bajo un conjunto, la conversa (o inversa) y el producto ~elativo.Para simplificar, nos
limitaremos a relaciones binarias, e.e. a conjuntos de pares ordenados.
La restricción de una relación R respecto de un conjunto cualquiera A, que se denota
mediante 'RLA', es una nueva relación formada por los pares de R cuyo primer miembro es elemen-
to de A: RIA =dg {e, y> / a, y> E R A x E A ) . La imagen de una relación R bajo un conjunto A,
'R[A]',es el conjunto de los segundos miembros de los pares de R cuyo primer miembro pertenece
a A, esto es, el recorrido de RLA: R[A] = ~ {y f / 3x (a, y> E R A x E A ) ] = Rec RLA. Así, p.ej., si R =
{<l. a>, <2, b>, <2, c>, <3, c>} y A = {1,3,5,7},RIA = {<1, a>, <3, c>) y R[A] = {a, e } ;si S =
{ c x , y> / x es un libro escrito por y ) y B = { x / x es una novela policiaca}, SIB = {e, y> / x es una
novela policiaca escrita por y ) y S[B]= { x / x ha escrito alguna novela policiaca).
La relación conversa, o inversa, de una relación R, que denotamos mediante 'R", es la
relación R "dada la vuelta", e.e. la relación cuyos pares son los pares de R "invertidos", intercam-
biando sus miembros: R 1= d d {a, y> / <y, x> E R J . Así, para los dos ejemplos anteriores, R'=
(<a, 1>, <b, 2>, <c, 2>, cc, 3 > ) y S'= (e, y> 1 x ha escrito el libro y } ; y si T = {e, y>/ x es
progenitor de y}, T'= (a, y> 1 x es hijo de y ] .
El producto relativo de dos relaciones R y S, 'R/S'. es la relación "puente" entre R y S. Es
una nueva relación formada por los pares a, y> tales que x ek el primer miembro de un par de R
cuyo segundo miembro es el primer miembro de un par de S que tiene y como segundo miembro; o
más coloquialmente, x tiene a su derecha en R algo que está a la izquierda de y en S. Por tanto, RIS
=de/ (a, y> / ~ z ( ( xZ>, E R A e, y> E S ) } . Por ejemplo, si R = {<l. a>, <2, b>. <3, o.<3. e > } y S
= ( < a , a > , < a , c h , < c ,b > , < d , a > , < d , d > , < d , e > ) ,RIS= (<l,a>,<l,d>,<3, b > ) , y S I R = @ ; s iT =
(a, y> 1 x es primo de y } y U = (a, y> I x es hijo de y } , entonces TIU = {e, y> 1 x es sobrino de
y ) y U / T = (cx,y>/xeshijodeunprimodey).
2.4. PROPIEDADES
DE LAS RELACIONES
Las relaciones, en tanto que conjuntos de pares, pueden tener propiedades, pueden ser de
cierto tipo en función de qué les ocurra a sus pares conjuntamente considerados. Por ejemplo, una
relación puede ser tal que, siempre que tenga un par, tenga también su par opuesto (p.ej. "ser
hermano de"), o que no tenga nunca dos pares opuestos (p.ej. "ser progenitor de"), o que todo
elemento del campo esté relacionado consigo mismo (p.ej. "ser tan o más alto que"). Las propieda-
des más destacadas son las siguientes:
Así, por ejemplo: R = (<1, 1>, <1, 2>, <2, 2>, d ,3>, < l . 3>, <3, 3>} es reflexiva, antisimétrica,
transitiva, conexa y fuertemente conexa; S = (<1, 2>, <2, 1>, <2, 3 > , c3, 2 > } es irreflexiva,
e intransitiva; T = {<l. 2>. c2, 3>, el, 3>) es irreflexiva, asimétrica, antisimétrica,
msitiva y conexa; U = {<1,2>,~ 2 1>, , <2, 2>, <2,3>] no tiene ninguna de estas propiedades; 0
tiene todas las propiedades (pues hace falso el antecedente de todos los definientes); V = {el,2>)
es irrefiexiva, asimétrica, antisimétrica, transitiva, intransitiva (en este caso transitividad e intransiti-
vidad se cumplen ambas porque se cumplen vacuamente) y conexa; W = (4, 1>) es reflexiva,
simétrica, transitiva, conexa y fuertemente conexa; Q = {a, y> 1x e y tienen los mismos progenito-
res) es reflexiva, simétrica y transitiva; P = {e, y> 1x es más alto que y), es irreflexiva, asimétrica,
antisimétrica y transitiva; O = {a, y> I x ama a y } no tiene ninguna de estas propiedades.
Entre estas propiedades se dan las siguientes implicaciones: simetría más transitividad
implican reflexividad; asimetría implica tanto irreflexividad como antisimetría; y conexión (débil)
más reflexividad equivalen a conexión fuerte.
Una relación de equivalencia relaciona individuos que son "equivalentes bajo cierto aspec-
to", como tener los mismo progenitores. haber nacido en el mismo país o ser del mismo sexo; Las
relaciones de equivalencia se caracterizan por tener determinado grupo de propiedades: son reflexi-
vas, pues todo individuo es "equivalente" (en el correspondiente respecto) a sí mismo; son simétri-
cas, pues si un individuo equivale en cierto respecto a otro, éste también equivale en ese respecto a
aquél; y son transitivas, pues la equivalencia se "hereda", los equivalentes a un tercero son equiva-
lentes entre sí. Así pues, estas propiedades son las que definen las relaciones de equivalencia:
Son ejemplos de relaciones de equivalencia: R = {<1,2>, <1,3>, <3, 1>, <3,2>, el, l>, <2,2>, Q,
1>, <2,3>, <3, 3>, <4,4>}, S = (<l, 1>), T = {e, y> I x tiene los mismos progenitores que y ] , U =
{a, y> 1 x ha nacido en el mismo país que y ] , V = {e, y> 1 x es del mismo sexo que y ] o 1 = {a,
y>lx=y].
Las relaciones de equivalencia tienen el efecto de dividir el campo de objetos en "clases de
equivalencia", en grupos disjuntos de individuos equivalentes bajo el correspondiente respecto; o
como se dice técnicamente, generan puniciones del campo. Para ver que ello es así necesitamos
antes los conceptos de coclase de un individuo bajo una relación y de conjunio cociente del campo
bajo la relación.
La coclase de un individuo x bajo la relación R, '[x]R' es simplemente el conjunto de
individuos que x tiene a su derecha en R: [ x ] =~&J {y / -a,y> G R). Así, para los ejemplos
~ [3]R, [4]R = { 4 ); picas so]^ = { x 1 Picasso ha nacido en el mismo
anteriores: [ i ] =~{ 1, 2 , 3 ) = [ 2 ] =
país que x } , etc. Nótese que esta noción es general, no se exige que la relación sea de equivalencia
sino que está definida para cualquier relación. Por ejemplo, si W = {<1, 2>, <1,3>, <3, 2>, <2,4>,
<2, 3>, <3, 4>), [I]w= (2, 31, [ 2 ] w = { 3 , 4 ) ;si P = {u, y> / x ama a y ) , [Picassolp = (y 1 Picasso
ama a y } . Cuando la relación es de equivalencia, entonces a las coclases se las denomina clases de
equi~*aalencia.
El conjunto cociente de un conjunto A bajo una relación R, '[AIIR', es el conjunto de todas
las coclases de los individuos de A bajo la relación R: [AIIR =M { [ x ]/~x E A ) . Lo interesante, por
lo general, es cuando el conjunto A es el campo de R. Así, en los ejemplos anteriores, [ { l , 2, 3,
4 ) ] / W = {{2, 31, (3, 4 ) , {2, 4 ) . 0)y [{l, 2, 3, 4)IlR = ( ( 1 , 2, 3), {4)). El conjunto cociente del
campo de una relación bajo dicha relación se puede considerar como una "división" del campo
generada por la relación. Así, toda relación "divide" su campo agrupando los individuos entre sí de
diverso modo. Pero, como se observará, para la mayoría de las relaciones, como en el caso de W.
esa "división" es muy imperfecta, hasta el punto de que apenas cabe hablar propiamente de división
genuina. Sólo con las relaciones de equivalencia tenemos la garantía de que la división generada es
una "buena" división. Este concepto de "buena división" (de un conjunto) es el que expresa la
noción d e partición (de un conjunto).
Una partición de un conjunto A es un conjunto de subconjuntos de A tales que: a) ningún
individuo está en dos subconjuntos diferentes, 6) todo individuo está en algún subconjunto, y (c)
ningún subconjunto es vacío:
Así, ( [ 1,2, 31, ( 4 ) ) es una partición de (1, 2,541, mientras quz ((2, 31, (3,4}, (2,4]. 0) no lo
es, pues incumple las tres condiciones (aunque bastan'a con que incumpliera una sola de ellas).
Las particiones son por tanto las "buenas divisiones" de conjuntos y es inmediato que para
cada conjunto (de dos o más elementos) puede haber varias. Hemos visto una partición del conjunto
{1,2,3,4}, HI = ((1,2,3}, (41),perohayotrascomoH:= {(1,21, (31, (41) 0H3= ((1,4}, (2,
3)). Cuando dos particiones diferentes son tales que los subconjuntos de una son subdivisiones de
los de la otra, decimos que la primera es másfina que la segunda; por ejemplo, Hz es más fina que
H1 pero H3 no es ni más ni menos fina que ninguna de las anteriores.
Ahora podemos expresar el hecho mencionado acerca de las relaciones de equivalencia:
toda relación de equivalencia genera una partición, a saber, el conjunto cociente de su campo bajo
ella. Aunque puede haber quizá alguna relación que no sea de equivalencia cuyo conjunto cociente
sea también una partición (p.ej. { c l , 2>, <2, 3>, c3, 4>, <3, l>]), lo distintivo de las relaciones de
equivalencia es que ellas siempre generan particiones; sólo de ellas sabemos en general que su
conjunto cociente es una partición. En realidad es prácticamente equivalente hablar de relaciones de
equivalencia o de particiones. Toda relación de equivalencia genera una partición, su conjunto
cociente. Pero es fácil ver que también toda partición genera una relación de equivalencia. Llame-
mos relación asociada a un conjunto H (de conjuntos), 'RH'.a la relación que consiste en unir 10s
productos cartesianos de cada elemento de H consigo mismo. Por ejemplo, para H = { ( 1, 21, (2,
4)), RH = { < I r l>, <1, 2>, <2, 1>, c2, 2>, <2, 4>, <4, 2>, c4, 4>}. Por lo general, como en este
caso, si H no es una partición entonces la relación asociada no es de equivalencia; sólo si es una
partición, la relación así generada es una relación de equivalencia (compruébelo el lector con Hz y
H3). Por tanto, las relaciones de equivalencia generan particiones, sus conjuntos cocientes, y las
particiones generan relaciones de equivalencia, sus relaciones asociadas.
Las relaciones de orden "ordenan" los individuos del campo según determinado criterio
comparativo, como la edad o la altura de las personas, el peso o la longitud de los objetos, etc. Hay
muchos tipos de relaciones de orden, más o menos fuertes según los casos, pero en todas se han de
dar ciertos hechos mínimos que son los que garantizan que se pueda hablar propiamente de orden.
por muy débil que éste sea. Estos hechos mínimos asociados a toda idea de orden son básicamente
dos: a) que no haya "círculos" o "bucles", y b) que se "herede" o "transmita". La segunda condi-
ción se plasma siempre del mismo modo, a saber, la relación ha de ser al menos transitiva. La
primera condición parece exigir que la relación sea al menos antisimétnca y en general así es, pero
como veremos hay un tipo de orden que puede no ser antisimétrico y que a pesar de ello cabe
considerarlo como un orden (aunque débil).
En los órdenes antisimétricos tenemos dos tipos de condiciones adicionales. En primer
lugar, según sea la relación reflexiva o irreflexiva; esto es, se permite que haya individuos relaciona-
dos consigo mismos, pero se exige que eso ocurra siempre o no ocurra nunca. Los órdenes irreflexi-
vos se denominan estrictos, y los órdenes reflexivos, no esrricros. En segundo lugar, dependiendo
de si la relación es conexa. A los órdenes conexos se les denomina lineales o fuertes, y a los que
quizá no lo son, parciales. La combinación de estas posibilidades genera los siguientes cuatro tipos
de orden.
En esta lista falta un tipo de orden que es muy débil pero que cabe todavía considerarlo
orden y que, como hemos anunciado, no es antisimétnco. Un ejemplo de ello es la "versión no
estricta y conexa" de "ser más pesado que", a saber, "ser tan o más pesado que". Intuitivamente, si
"ser más pesado que" se puede considerar una relación de orden, entonces parece que "ser tan o
más pesado que" también lo será, y sin embargo en este caso la relación no es antisimétrica, pues
hay pares de individuos difereittes tales que el primero es tan o más pesado que el segundo y éste es
tan o más pesado que aquél, a saber, cuando objetos diferentes son igual de pesados. A estos
órdenes se les denomina débiles:
3. Funciones
En las relaciones, un mismo objeto puede "tener a su derecha" varios objetos diferentes;
por eso no podemos por lo general, para cada individuo, hablar de "el que está a su derecha". En la
relación "ser más alto que" no tiene sentido hablar de "el más alto que Napoleón", pues hay varios.
Para ello seria necesario que la relación fuese de un tipo especial, a saber, tal que cada individuo del
dominio sólo estuviera relacionado con un único individuo del recomdo; en términos coloquiales,
que no haya dos pares ordenados diferentes con idéntico primer miembro. A estas relaciones
especiales que tienen esta propiedad se las denomina funciones (y para ellas se suelen usar como
variables las letras cursivas S , 'g', 'h', ... ).
Así, por ejemplo,f = { c l , 2>, c2, 3>, <3, 3>, <4, .1>), g = (a,y> / x tiene por madre a y } y h =
{-a,y> I 2=y} son funciones; mientras que {<1,2>, <2,3>, <3,3>, <,4,2>, <4. 1>), {a, y> / x es
hermano de y) y {a, y> l x = 7 )(siendo x e y números reales cualesquiera) no lo son.
En tanto que relaciones, a las funciones se les aplica las mismas nociones de dominio,
recorrido, etc., que a aquéllas. Por el tipo especial de relaciones que son, se puede definir para
las funciones la noción de "el que está relacionado con" a que hemos hecho referencia. Ésta es la
noción de imagen de un objeto bajo una función. La imagen del objeto x bajo la función f (en
cuyo dominio está x), 'flx)', es el objeto y que está a la derecha de x enf: siendo f una función,
f(x) =def el objeto y tal que -a,y> E f. Así, en los ejemplos anteriores, f(2) = 3, g(Edipo) =
Yocasta, h(-3) = 9.
Una función se caracteriza porque cada objeto del domino sólo está relacionado con uno
del recomdo, pero lo inverso puede no ser cierto, como en el caso de la anterior funciónf, en la que
el 3 es imagen tanto de 2 como de 3. Por tanto, no siempre la relación inversa de una función es a su
vez una función. A las funciones en que ello sí pasa las denominamos biyectivas o biunívocas,
porque cada objeto del dominio está relacionado con un único objeto del recorrido y a la vez cada
objeto del recomdo está relacionado con un único objeto del dominio.
Así, por ejcmplo, (<1,2>, c2, 3>, <4, 1>), {a, y> / x es cónyuge de y } (en sociedades monóga-
mas) y {a, y> / x + 8 = y ) son funciones biyectivas, mientras que {<1, 2>, <2, 3>, <4, 2>) y {<x,
y> / x tiene por madre a y ) no lo son.
I En tanto que conjuntos, a las funciones se aplican las operaciones generales entre conjun-
i tos, y en tanto que relaciones, a ellas se aplican las operaciones generales entre relaciones. Por ser
¡ un tipo especial de relaciones, se pueden definir operaciones específicas para ellas. La más impor-
! tante es la composición, que se puede definir a partir del producto relativo de relaciones. La idea es
i que la función compuesta de dos funciones f y g, 'gof, es una nueva función tal que la imagen de
A veces dos sistemas pueden parecerse mucho, tanto que son como dos versiones diferen-
tes de los mismos hechos; p.ej. A y B se parecen tanto que en ambos "pasa lo mismo", sólo que en
lugar de 1 y 2 tenemos a y b. Decimos entonces que los sistemas son isomorfos, o que existe un
isomorfismo entre ambos. Un isomorfismo es una función biunívoca que "traduce" un sistema al
otro. En nuestro caso, una función que traduce A a B es hl = {<1,a>, <2, b>}:si en A cambiamos 1
por a y 2 por b, obtenemos B. N y P también guardan esta relación (antes de ver la noción técnica,
procure el lector hallar un isomorfismo que realice la traducción en ese caso).
Para que pueda existir un isomorfismo entre dos sistemas es necesario que los sistemas
sean del mismo tipo lógico, que sean hornólogos: que tengan el mismo número de relaciones y
funciones; y que se correspondan la ariedad de las relaciones/funciones de un sistema con las del
otro. En nuestro caso, los seis sistemas son del mismo tipo. En general:
Dos sistemas A = <A, RI,..., R..fi, ...,f,> y B = <B, Si,..., S,.,gj, ..., gmS>son homólogos
syssdcf
(1) n = n ' y m = m ' ,
(2) Ritiene la misma ariedad que Si (1 5 i In), y
(3) f;. tiene la misma ariedad que g (1 5 j Ini).
Sean A = 4,RI,..., R,,fi, ...,f,> y B = <B,Si,..., S,,g l , ..., g,> dos sistema homólogos, Iz
es un isomorfismo de A en B syssd,f:
(1) 12 es una función biyectiva con Dom h = A y Rec h =B.
(2) Si k elementos al, ..., ae de A están relacionados mediante Ri, sus correspondientes
imágenes bajo h en B están relacionados mediante S;(k es la ariedad de R;, y S;,):
Para todo a , , ..., cir de A: <al, ..., a& > E R; syss <h(a,),..., h(at)> E S;.
(3) Sif;:asigna a k elementos al, ...,ak de A otro elemento a', g, asigna a las imágenes de
a , , .... nk bajo h la imagen de a' bajo h ( k es la arirdad de& y si):
Para todo a,,..., ak, a' de A:fj (al, ..., un) = a' syss gj (h(ai),..., h(nk))= h(at).
Dos sistemas son isornorfos si son tales que existe un isomorfismo entre ambos. Nótese
que, aunque dos sistemas sean isomorfos, no toda biyección entre sus dominios necesariamente es
un isomorfismo; sólo se exige que al menos una lo sea. Es posible que haya más de una que lo sea,
pero es posible también que alguna biyección no lo sea. Por ejemplo, la biyección h l = {<1, b>, <2,
a>) no es un isomorfismo entre A y B (sí lo sería si la relación de A incluyera ademas el par <2, 1>
y la relación de B el par <b, a>, compruébelo el lector). A y C no son isomorfos porque ninguna
biyección de A en C es un isomorfismo (compruébelo el lector). S y P son isomorfos porque existe
al menos una función que es un isomorfismo entre ambos, a saber, h3 = (a, y> E N x P / y = 2 r ) .
N y Z no son isomorfos, pues, aunque los naturales y los enteros son biyectables, ninguna de tales
biyecciones preserva la relación "menor que" ni la función "sumar uno".
Entre sistemas homólogos cabe una relación de semejanza más débil que la de isomorfía,
la relación de hornornofía. De los homomorfismos no se exige que sean biyectivos. Un homo-
morfismo de A en B es una función de A en B que cumple las condiciones (2) y (3) de la
dzfinición anterior. A y B son homomorfos si existe un homomorfismo de A en B. Por ejemplo,
N es homomorfo a Z bajo la función identidad (compruebe el lector que A no es ni siquiera
homomorfo a C). En los homomorfismos puede haber elementos del universo del sistema de
llegada que sean imagen de más de un original o que no lo sean de ninguno; en los isomorfismos
no puede pasar ninguna de estas cosas, pues son biyecciones entre los universos completos. Los
isornorfismos son pues un caso especial de homomorfismos, son homomorfismos biyectivos que
agotan los universos. Nótese que siempre que existe un isomorfismo h de A en B existe otro de
B en A, simplemente la función h'l inversa de h ; pero no ocurre lo mismo con los homomorfis-
mos, p.ej. Z no es homomorfo a N.
Achinstein, P. (1968): Conceprs of Science. A Philosophical Analysis, J. Hopkins P., Baltimore.
- (1971): h w and Explanation. An Essay in the Philosophy of Science, Clarendon P., Oxford.
- (1983): The Nature of Explanation, Oxford U.P., Nueva York.
- (1984): "The Pragmatic Character of Explanation", en Asquith y Kitcher (eds.) (1985), PSA 1984,
Philosophy of Science Association, East Lansin, vol. 2.
Adams, E. (1959): "The Foundations of Rigid Body Mechanics znd the Derivation of Its Laws from
Those of Particle Mechanics", en Henkin, Suppes y Tarski (eds.) (1959), The Axiornntic
Method, North Holland, Arnsterdam, 250-263.
Apassi, J. (1981): Science and Society, Reidel, Dordrecht.
Alexander, H. G. (1958): "The Paradoxes of Confirmation", Brirish Jortmal for the Philosophy of
Science 9, 277-233.
Aristóteles, Física; tr. esp. de F. Samaranch, Aguilar, Madrid, 1964.
- , Rejktaciones Sofísticas; tr. esp. de M. Candel, Credos, Madrid, 1982.
Armstrong, D. (1978): liniversals and Scientific Realism. Carnbridge U.P., Cambridge. Vol. 1:
Nominalism and Realism; vol. Ii:A Theory of Universals.
- (1983): What is a Law of Nature?, Cambridge U.P., Cambridge.
Ayer, A. J. (1956): "What 1s a Law of Nature?', Revue Intemntionnl de Philosophie 10; reimpreso
en Concept of a Person, Macrnillan. Londres, 1963, cap. 8.
Bacon, F. (1620): Novum Organum: tr. esp. de C. Litrán, Fontanella, Barcelona, 1979.
Balzer, W. (1982): Empirische Theorien: Modelle. Strukturen. Beispiele, Vieweg, Wiesbaden.
- (1985); Theorie und Messung, Springer, Berlín.
Balzer, W. y Moulines, C. U. (eds.) (1996): Srructuralist Theo? of Science, \Valter de Gruyter,
Berlín.
Balzer, W.; Moulines, C. U. y Sneed, J. D. (1987): An Architectonic for Science. The Structuralist
Program, Reidel, Dordrecht.
- (eds.) (1998): Structuralist Representation of Knowledge, Rodopi, Amsterdarn.
Bar-Hillel, Y. (1968): "Inductive Logic as 'the' Guide of Life", en Lakatos (ed.) (1968), 66-69.
Barnes, B. (1985): About Science, Blackwell, Oxford.
- (1972): Sociology of Science, Penguin, Middlesex.
Bartelborth, T. (1996): "Scientific Explanation". en Balzer y Moulines (eds.) (1996), 23-44.
Bayes, T. (1763): "An Essay Towards Solving a Problern in the Doctnne of Chances", Philosophi-
cal Transactions ofthe Roya1 Society, vol. 53, 370-418.
Beauchamp, T. y Rosenberg, A. (1981): Hume and rke Problem of Causalir)l,Oxford U.P.,Oxford.
Belnap, N. y Steel, J. B. (1976): T l ~ eh g i c of Quesrions and Annuers, Yale U.P., Xew Haven.
Berka, K. (1 983): Measurement. Itx Concepts, Theories and Problem, Reidel, Dordrecht.
Bemoulli, J. (1713): Ars Conjectandi, Basilea.
Beth. E. W. (1949): "Analyse Sémantique des Théones Physiques", Syrttlzese vol. 7, 206-207.
- (1960): "Semantics of Physical Theones", Synthese vol. 12, 172-175.
Black, M. (1954): Problems of Analysis, Nueva York.
Bloor, D. (1 976): Knoirtledge and Social Irnagev, Routledge and Kegan Paul, Londres.
Boltzman, L. (1974): Theoretical PI~ysicsand Philosophical Problems: Selecred Wrirings, Reidel,
Dordrecht.
Boyd, R. (1983): "On the Current Status of the Issue of Scientific Realism", Erkennrnis 19,45-90.
Boyd, R.; Gasper, P. y Trout, J. (eds.) (1991): The Philosophy of Science, MIT P., Londres.
Braithwaite, R. B. (1953): Scientific Erplanaiion, Cambridge U.P., Cambridge.
Bridgman, P. W. (1927): The b g i c of Modern Physics, Macmillan, Nueva York, 1961.
- (193 1): Dimensional Analysis, Yale U.P., New Haven.
- (1936): The Nature of Physical Theory, Princeton U.P.,Princeton.
- (1938): "Operational Analysis", Philosophy of Science 5,114- 131.
- (1951~):"The Operational Aspect of Meaning", Sjnrizese 8,251-259.
- (1951b):"The Nature of Some of Our Physical Concepts", Brirish Joumal for the Philosoph)~of
Science 1,257-272; 2,25-44 y 142-160.
Brody, B. (1972): "Towards an Anstotelian Theory of Scientific Explanation", Plzilosophy of Scien-
ce 39,20-3 l .
- (1974): "More on Contirmation and Explanation", Philosophical Studies 26,73-75.
Bromberger, S . (1962): "An Approach to Explanation", en Butler (ed.) (1962), Analytical Philoso-
phy. Second Series, Basil Blackwell, Oxford, 72-105.
- (1966): "Whyquestions", en Colodny (ed.) (1966), 86-1 11.
Brown, H. 1. (1977): Perception, Theory and Commirment. Tlte h'eiv Philosoph)~of Science, Prece-
dent P., Chicago.
Brown, J. R. (ed.) (1984): Scienrific Rarionality: The Sociological Tum, Reidel, Dordrecht.
Bunge, M. (1973): La ciencia: su mérodo y sufilosofia, Siglo Veinte, Buenos Aires.
Campbell, N. (1920): Physics: Tlte Elcmenrs, Cambridge U.P.,Cambridge.
Carnap, R. (1928): Der logische Aufbau der IVelr, Weltkreis, Berlín.
- (1 934a): The Unity of Science, Routledge and Kegan Paul, Londres.
- (1934b): Logische Synrax der Sprache, Spnnger, Viena.
- (1936): "Testability and Meaning 1",Philosophy of Science 3,416-471.
- (1937): "Testability and hfeaning Ii", Philosophy of Science 4, 1-40.
- (1947): "On the Application of Inductive Logic", Philosophy and Pheitomenofogical Researclr
8, 133-147.
- (1950): Logical Foundations of Probability, U. Chicago P., Chicago.
- (1952): The Conri~tuumof Inductive hfeilíods, U . Chicago P., Chicago.
- (1956): "The Methodological Character of Theorerical Terms", en Feigl y Scriven (eds.) (1956).
Minnesora Studies in the Philosophy of Scieiice 1, U. Minnesota P., Minneapolis.
- (1960): "The Aim of Induciive Logic", en Nagel, Suppes y Tarski (eds.) (1962), Proceedings of
the 1960 Internarional Congress for Lugic, hfeihodologg and Philosophy of Science, vol. 1 ,
Stanford U.P., Stanford, 303-318.
- (1963): "Intellectual Autobiography", en Schilpp (ed.) (1963), 1-84.
- (1966): Philosophical Foundations of Physics, Basic Books, Nueva York.
- (1968): "Inductive Logic and Inductive Intuition", en Lakatos (ed.) (1968), 258-267.
Carnap, R. y Jeffrey, R. (eds.) (1971): Studies in Inductive L q i c and Probability, U. California P.,
Berkeley.
Cartwri~ht,N. (1983): How the h w s o/ Physics Lie, Clarendon.P., Oxford.
- (1989): NafureS Capacities and Their Propensifies, Oxford U.P., Oxford.
Chalmers, A. (1976): Whar is this Thing Called Science, Queensland U.P., Brisbane.
- (1990): Science and I t s Fabrication, Open U.P..Bristol.
Churchland, P. M. (1981): "Eliminative Materialism and Propositional Attitudes", The Journal of
Philosophy 78,67-90.
- (1984): Matter and Conciousness, MIT P., Cambridpe.
Churchland, P. M. y Hooker, C. (eds.) (1985): Images of Science, U. Chicago P., Chicago.
Churchman, C. \.V. y Ratoosh, P. (eds.) (1959): Measurement: Defiriitions nrzd Theories, Wiley,
NuevaYork.
Cohen, L. J. (1989): An Introduction ro the Pltilosophy of Inducrion and Probnbili~,Clarendon P.,
Oxford.
Cohen, L. J. y Hesse, M. (eds.) (1980): Applicntiorts of lnductive Logic, Oxford U.P., Nueva York.
Colodny, R. (ed.) (1966): Mind and Cosmos, U.P. of America, Lanham.
Craig, W. (1953): "On Axiomatizability within a System", The Jortmal of Syrnbolic Logic 18,
30-32.
- (1956): "Replacement of Auxiliary Expressions", Philosopliical Reviav 65, 38-55.
Dalla Chiara, M. L. y Toraldo di Francia, G. (1973): "A Logical AnaIysis of Physical Theories",
Rivista di Nuovo Cimento 2:3, 1-20.
- (1976): "The Logical Dividing Line between Deterministic and Indeterministic Theories", Stu-
dia Logica 35, 1-5.
Davidson, D. (1970): "Mental Events", en Davidson (1980). Essays on Actions and Events, Oxford
U.P., Nueva York, 207-22-1.
Diederich, W. (198 1): Str~tkturalistischeRekonstritktioneri, Viewep, Braunschweig.
- (1989): "The Development of Structuralisrn", Erkenntrlis 30, 363-386.
Díez, J. A. (1989): "La 'Revuelta Historicista' en Filosofía de la Ciencia", Arbor 526, 69-96.
- (1992): Metrización y Teoricidad. Una Reconstr~lcciónEstructrtralísta de la Teoría de la Metri-
zación Fitndarnental, Tesis Doctoral, U. Barcelona.
- (1993): "Comentario a Fourldations of Measurernerzt, vols. 11 y 111 (D. Krantz, D. Luce,
P. Suppes, A. Tversky)", Theoria 19, 163-165.
- (1994~):"Measurement Tlieory, procedimientos de medición fundamentales y semántica de
conceptos métricos", Agora 13,73-91.
- (1994b): "Comentario a The Advancement of Science (P. Kitcher)", Theoria 20,212-216.
- (1997~):"A Hundred Years of Numbers. An Historical Introduction to Measurement Theory.
Part 1: The Formation Period", Studies in Hisrory and Philosoplzy of Science 28 1, 167-181.
- (19976): "A Hundred Years of Numbers. An Historical Introduction to Measurement Theory.
Part 11: Suppes and the Mature Theory", Stitdies in Histoq nnd Philosophy of Science 28 2,
237-265.
- (1997~):"The Theory-Nct of Interval Measurement Theory", en Ibarra y Mormann (eds.) I
Science 10,2542,
- (1956-1983): Realism and he Airn of Science, Hutchinson, Londres.
- (1963): Conjectures and Refutations, Routledge and Kegan Paul, Londres.
- (1970): "Normai Science and Its Dangers", en Lakatos y Musgrave (eds.) (1970), 5 1-58.
- (1972): Objective Knowledge, Clarendon P., Oxford.
- (1974~):"Unended Quest: An Intellectual Autobiography", en Schilpp (ed.) (1974), 3-181.
- (1974b): "Replies to My Cntics", en Schilpp (ed.) (1974), 961-1 197.
Przelecki, M. (1969): The Logic of Empirical Theories, Routledge & Kegan Paul, Londres.
Putnam, H. (1962): "What Theories Are Not", en Nagel, Suppes y Tarski (eds.) (1962), 240-25 1.
- (1963): "Brains and Behavior", en Putnam (1975), Philosopliical Papers vol. 2, Cambridge
U.P., Carnbridge, 325-331.
- (1967): "The Nature of Mental States", en Putnarn (1975),Philosophical Papers vol. 2, Carn-
bridge U.P., Cambndge, 429-440.
- (1975): "The Meaning of 'Meaning"', en Putnam (1975), Pltilosophical Papers vol. 2, Cam-
bridge, U.P., Carnbridge, 21 5-271.
- (1978): Meaning a ~ urhe l Moral Sciences, Routledge and Keagan Paul, Londres.
- (1980): "Models and Reality", Tlte Joirrnal of Syrnbolic Logic 45, 464-482.
- (1981): Reason, h r l z and Hisfory, Carnbridge U.P., Cambridge.
- (1983): Realism and Reason. Philosophical Pcipers, vol. 3 ,Cambridge U.P.. Cambndge.
- (1987): ManyFaces of Realisrn, Open Coun, La Salle.
- (1 958): Representarion and Realir).,MIT P., Carnbridge.
Quine, W. 0. (1951): "Two Dogmas of Empiricism", en Quine (1953), cap. 11.
- ( 1 953): From a Logical Point of Kew, Harper and Rowe, Nueva York.
- (1960): Word and Object, MIT P., Carnbridge.
- (1975): "On Empirically Equivalent Systems of the World", Erkenntnis 9,313-328.
- (1 991): "Two Dogmas Retrospect", Journal of Philosophy 2 1, 265-274.
Railton, P. (1978): "A Deductive-Nomolopical Model for Probabilistic Explanation", Philosophy of
Science 45,206-226.
- (1980): Explaining Explanation, Tesis doctoral, Princeton.
Rarnsey, F. (1926): "Truth and Probability", en Rarnsey (1931), 52-94.
- (1938): "Reasonable Degree of Belief'. en Ramsey (193 1). 97-102.
- (1929): "Theories", en Ramsey (193 l), 1 12-136.
- (193 1): The Foundations of Mathernatics, Routledge and Kegan Paul, Londres.
Reichenbach, H. (1928): The Philosophy of Space and Time, Dover, Nueva York, 1958.
- (1935): The Theory of Probability, U . California P., Berkelzy, 1949.
- (1938): Experience and Prediction, U . Chicago P., Chicago.
- (1959): Modern Philosophy of Science, Humanities P., Nueva York.
Rescher, N. (ed.) (1969): Essays in Honor of Carl G. Hernpel, Reidel, Dordrecht.
Resnik, M. (1987): CIloices, U. hlinnesota P., Minneapolis.
Rivadulla, A. (1991): Probabilidad e Inferencia Cientflca, Anthropos, Barcelona.
Ruben, D. (1990): Explaining Elrplanation, Routledge and Kegan Paul, Nueva York.
- (1993): Explanation, Oxford U.P., Oxford.
Russell, B. (1938): Hiimari Kno,cledge. Its Scope and Limits, Allen & Unwin, Londres.
Ryle, C.(1949): The Concept of Mind, Bames & Noble, Nueva York.
- (1956), Dilemmas, Cambndge U.P., Carnbridge.
Salmon, \.V. (1966): "The Foundations of Scientific Inference", en Colodny (ed.) (1966), 135-275.
- (1967): The Foundations of Scientijic Inference, Pittsburgh U.P., Pittsburgh.
- (1970): "Statistical Explanation", en Colodny (ed.) (1970), The Nnture and Function of Scienri-
fic Theories, U. Pittsburgh P., Pittsburgh, 173-231.
- (197 1): Statisticnl E.rplanation nnd Statistical Relevance, U . Pittsburgh P., Pittsburgh.
- (1977): "Hernpel's Conception of Inducti~eInference in Inductive-Statistical Explanations",
Philosophy of Science 44, 1SO- 185.
- (1978): "Why ask 'Why"', Proceedings and Addresses ofthe American Philosophical Associa-
rion, 5 1,683-705.
- (1980): "Probabilistic Causality", Pacific Philosophical Quarterly 6 1, 50-74.
- (1984): Scientific Explanation and the Causal Structure of the World, Princeton U.P., Princeton.
- (1989): "Four Decades of Scicntific Explanation", en Kitcher y Salmon (eds.) (1989), 3-219;
publicado como libro en U. Minnesota P., hlinneapolis, 1990.
Salrnon, 1'.et al. (1992): lntroduction to Philosophy of Science, Prentice Hall, Englewood.
Savage, L. J. (1954): The Foundntions of Statisrics, Wiley, Nueva York.
Savellos, E. y Yalcin, U. (eds.) (1995): Supemenience. Nerv Essays, Carnbridge U.P., Carnbridge.
Schiffer, S. (1991): "Ceteris Paribus Laws", Alind 100, 1-17.
Schilpp, P. A. (ed.) (1963): The Plzilosophy of Rudolf Camap, Open Court, La Salle.
- (1974): The Philosophy ofKarl Popper, Open Court. La Salle.
Scriven, M. (1959): "Explanation and Prediction in Evolutionary Theory", Science, 30,477-482.
- (1962): "Explanations, Predictions and Laws", en Pitt (ed.) (1988), 5 1-74.
Sellars, W. (1 963): Scierrce, Percepriorl and Realiv, Routledge and Kegan Paul, Londres.
- (1967): Science and Merapkysics, Routledge and Kegan Paul, Londres.
Shapere, D. (1965): "The Problem of Theoretical Terms", en Shapere (ed.) (1965), "Introduction".
- (ed.) (1 965): Philosophical Problerns of Narural Science, Macmillan, Londres.
Sintonen, M. (1989): "In Search of the Rationale", en Kitcher y Salmon (eds.) (1989), 220-252.
SAyrms, B. (1966): Choice and Cltance, Wadswonh, Belmont.
Smart, J. J. C. (1959): "Sensations and Brain Proceses". Philosopliical Review 68, 141-156.
- (1964): Berween Science and Philosophy. An Introducrion to rhe Philosoplzy of Science, Ran-
dom House, Nueva York.
Sneed, J. D. (197 1): The Logical Srructure of Matltemarical Physics, Reidel, Dordrecht; segunda
edición revisada de 1979.
Sosa, E. y Tooley, M. (eds.) (1 993): Causarion, Oxford U.P.,Oxford.
Stegmüller, W. (1970): Theorie und Erfahrung, Springer, Heidelberg.
- (1973): Theorienstrukturenund Theoriendynamik, Springer, Heidelberg.
- (1979): The Srructuralist Weiv of Theories, Spnnger, Berlín.
Stevens, S. S . (1946): "On the Theory of Scales of Measurement", Science 103, 667-680.
- (195 1): "Mathematics, Measurement and Psychophysics", en Stevens (ed.) (195 1), Harrdbook
of Experimental Psychology, Wilwy, Nueva York, 1-49.
- (1957): "On the Psychophysical Law",Ps),clzological Review 64, 153-181.
- (1959): "Measurement, Psychophysics and Utility", en Churchman y Ratoosh (eds.) (1959),
18-63.
Strawson, P. (1952): Inrroducrion to Lugical Theory, hlethuen, Londres.
Suppe, F. (1967): The Meaning and Use of Models in Mathematics and rhe Exacr Scieitces, Tesis
doctoral, Michigan.
- (1972): "What is Wrong with the Received View on [he Structure of Scientific Theories?",
Philosophy of Scier7ce 39, 1-1 9.
- (1974): "The Search for Philosophical Understanding of Scientific Theories", en Suppe (ed.)
(1974), 1-241.
- (ed.) (1974): The Strucrure of Scientific Theories, U. Illinois P., Urbana.
- (1989): The Seinanric Concepfionof Theories and Scientific Realism, U. nlinois P., Urbana.
Suppes, P. (1954): "Some Remarks on Problems and Methods in the Philosophy of Science",
Philosophy of Science 21,242-248.
- (1957): Inrroductioiz ro Logic, Van Nostrand, Nueva York.
- (1960): "A Comparison of the Meaning and Use of Models in Mathematics and the Empincal
Sciences", Syrzthese 12, 287-301.
- (1962): "Models of Data", en Nagel, Suppes y Tarski (eds.) (1962), 252-261.
- (1967): "What is a Scientific Theory?", en Morgenbesser (eds.) (1967), Philosophy of Science
Toda)?,,Basic Books, Nueva York, 55-67.
- (1970a): A Probabilisric Theory of Causaliry,North Holland, Amsterdam.
- (1970b): Set-Theoretical Strucrures in Science, Stanford University, Stanford.
- (1974~):"The Structure of Theories and the Analysis of Data", en Suppe (ed.) (1974), 266-283.
- (1974b): "The Axiomatic Method in the Empirical Sciences", en Henkin (ed.) (1974), Proce-
edings of tlre Tarski Syntposium, Amencan Mathematical Society, Providence, 465-479.
- (1979): "The Role of Formal hlethods in the Philosophy of Science", en Asquith y Kyburg
(eds.) (1979), Curreizt Research in Pllilosophy of Science, Philosophy of Science Association,
East Lansing, 16-27.
- ( 1 983): Probabilistic Metaphjsics, B lackwell, Ox ford.
- (1989): "Representation Theory and the Analysis oF Structure", Philosophia Nalliralis 25, 254-
268.
- (1993): Models and Methods in the Philosophy o/ Science: Selecterl Essnys, Kluwer, Dordrecht.
Suppes, P. y Estes, W. (1959): "Foundations of Linear Models", en Bush y Estes (eds.) (1959),
Studies in Mathemarical Learninp T h e o ~Stanford
, U.P., Stanford, 400-4 14.
Suppes, P.; Krantz, D.; Luce, D. y Tversky, A. (1989): Folrndatiorls of Measlrrement 11, Academic
P., Nueva York.
Thagard, P. (1988): Computational Philosophy of Science, hIIT P., Carnbridge.
Tooley, M. (1977): "The Nature of Laws", Canadian Journal of Philosophp 7, 667-698.
- (1989): Causation: A Realistic Approach, Clarendon P., Oxford.
Torretti, R. (1990): Creative Understanding, U. Chicago P., Chicago.
Toulmin, S. (1961): An Inquiy into the Aims of Science, Indidna U.P., Bloornington.
- (1970): Human Undersranding J, Princeton U.P., Princeton.
Van Fraassen, B. (1970): "On [he Extension of Beth's Semantics of Physical Theories", Philosophp
of Science 37,325-339.
- (1972): "A Formal Approach to [he Philosophy of Science", en Colodny (ed.) (1972), Pnrn-
digms and Paradoxes, U . Pittsburgh P., Pittsburgh, 303-366.
- (1 977): "The Pragmatics of Explanation", Americatz Philosophical Qríarterly 14, 1 143-1 150.
- (1980): The Scientific Jmage. Clarendon P., Oxford.
- (1985): "Salrnon on Explanation", The Jo~trnalof Philosophy 82,639-65 1.
- (1989): Lnws and Sjmetn, Clarendon P., Oxford.
Venn, J. (1886): Tlze Logic of Chance, Londres.
Von Wright, G. H. (1951): A Teatise on Inductio~land Probnbili~,Rotledge and Kegan Paul,
Londres.
- (1957): The Logical Problem of Inditction, hlacmillan, Nueva York.
Watkins, J. (1968): "Non-Inductive Corroboration", en Lakaros (ed.) (196S), 61-66.
Whewell, W. (1 847): Philosopb of the Indiicrire Scietices, Parker, Londres.
- (1 858): Novum Otganum Renor'nt~íni,Parker, Londres.
- (1989): Theory of Scientific Itfetl~od,Hackett, Indianapolis.
Whitehead, A. N. y Russell, B. (1910): Principia Marhemarica, Carnbridge U.P., Carnbridge.
Wittgenstein, L. (1931): Tracratus Logico-Philosophic~rs,Routledge and Kegan Paul, Londres,
1961.
- (1958): Philosophische Bemerklargen, Blackwell, Oxford.
Wojcicky, R. (1977): "Towards a General Semantic of Empincal Theories", en Butts (ed.) (1977),
Historicnl and Philosophical Dimensions of Logic, Merhodology nnd Philosophy of Science,
Reidel, Dordrecht, 3 1-39.
- (1979): Topics in the Formal Methodology of Ernpirical Science, Reidel, Dordrecht.
Wright, L. (1973): "Function", Philosophical Revierv 22, 139-168.
- (1976): Teleological Explanations. U. California P., Berkeley.
Achinstein, P., 247, 301, 305 Bridgrnan, P. W. 115,202, 287,290
Adams, E., 33, 67, 328, 334, 337, 338, 339, Brody, B., 25 1
340,341,343.350,351,357 Brornberger, S., 247
Apolonio, 63.64. 8 1,82,444 Brown, H. I., 27
Aristóteles, 26, 27,45, 63, 129,222, 224
Arrnstrong, D., 128, 15 1, 166, 17 1
Arquírnedes, 27,63,73 Calipo, 63
Austin, J. L., 147 CarnpbeII, N., 30,224,287, 290
Ayer, A. J., 168 Cantor, G., 280
Carnap, R., 30, 160, 161, 287, 288, 290, 294,
295n, 296,300,301,302,394,402,404,407,
Bacon, F., 27, 395 408, 409, 410, 411, 413, 414, 415, 416, 417,
Baliani, 65 418,419,427,428,431
Balzer, LV., 214, 327, 350, 365, 379, 4-49, 452n, Cartwrighr, N., 156, 166, 177
46 1 Cassirer, E., 29
Bar-Hillel, Y., 410 Celsius, O., 117, 1 18
Barnes, B., 11 Churchland, P. M., 390
Bartelborth, T., 261 Cohen, L. J., 394
Bayes, T., 162,405.406 Comte, A., 29
Beauchamp, T., 143 Copímico, N,, 64, 8 1, 89, 3 12
Belnap, N., 247 Coulomb, Ch., 155
Berka, K., 180 Craig, W., 298
Berkeley, G., 28 Crick, F. H., 69, 348
Bemoulli, J., 162
Beth, E. W., 342
D'Alernbert, J., 28
Birkhoff, G., 346
Dalla Chiara, M. L., 33,327, 341
Black, M., 403 Darwin, Ch., 3 12
Bloor, D., 11 Davidson, D., 390
Bohr, N., 319,321,323 Dedekind, R., 279
Borges, J. L., 102 Descartes, R., 28,390
Boyle, R., 18 1,233,234,256 Diderot. D.. 28
Brahe, T., 64, 65, 8 1 , 85, 85, 89, 18 1, 153, ~ í e zJ,. ' A . , '87,
~ 192, 258,433
303 Dretske, F.. 171
Braithwaite, R. B., 164.287,296,403 Duhem, P., 79,301,302, 368
Eberle, R., 330 Hegel, G. JV., 29
Eccles, 390 Helmhoitz, H. von, 29,208
Echevem'a, J., 27, 395 Hempel, C. G., 30, 59, 62, 73, 74, 75, 88, 100,
Ehrenhaft, 83,183 137, 167, 168, 180, 214, 222, 223, 223, 225,
Einstein, A., 71, 73,77, 82, 164, 183,312 276, 227, 228, 229, 230, 231, 232, 233, 234,
Ellis, B., 195 235, 236, 237, 238, 240, 241, 232, 245, 246,
Estes, W., 341 217, 250, 251, 255, 256, 259, 261,262, 263,
Euclides, 27 287, 290, 293, 300, 301, 305, 316, 331, 355,
Eudoxo, 63 383,398,399,399n,400,401,408,409,410
Heráclides de Ponto, 64
Herschel, J., 30
Fahrenheit, 117, 118
Hertz, H., 30
Falguera, J. L., 283
Hess, H., 70
Feigl, H., 30, 256, 385
Hesse, M., 29211,394
Fetzer, J. H., 165
Hilbert, O., 30,288
Feyerabend, P. K., 31, 32, 303, 309, 31 8, 431,
Hintikka, J., 1 60,4 10,4 17
432,457
Hiparco, 63,444
Finetti, B. de, 162,404
Hooke, R., 156,181
Fisher, R. A., 404
Ho\ilson,C., 404
Fitzgerald, G. F., 69
Hume, D., 28, 167, 172, 255, 397,
Fleck, L., 31,311
407,415,421
Fodor, J., 133, 152,384,388,389
Humphreys, P., 246,25 1,253,255
Foucault, J. B., 68, 88
Huygens, Ch., 68
Francia, T. di, 33,327,341
Franklin, R., 69
Frege, G., 30,92,281,282,287
Jeffrey, R., 243,246,404
Fresnel, A., 68
Jeffreys, H., 160,394
Fnedman, M., 256,258
Jevons, W. S., 30
Johnson-Lair, P. N., 11
Galileo, 65, 136, 139, 149, 154, 155, 181, 233,
255,256,303,323
Kant, I., 28, 29, 91, 403
García-Carpintero,M., 384
Kaplan, D., 230
Gibbs, J., 449
Kelvin, \V. T., 117
Giere, R., 33, 62, 77, 327, 333, 341, 347, 348,
Kemeny, J., 375,410
349,437
Kepler, J., 27, 89, 136, 137, 139, 110, 149, 154,
Glymour, C., 394
155,181, 183,233,234,256,303,374,450
Goodman, N., 30,142, 168,399,400,401,437
Kegnes, J. M., 160,404,4 19
Greeno, J. G., 243
Kim, J., 230, 25?n, 388, 390
Grice, H. P., 21
Kitcher, P., 169, 170, 223, 250, 256, 257, 258,
259,260,261
Hackett, D., 45 Kneale, \V., 394
Hacking, I., 165, 177 Knorr-Cetina, K., 11
Halley, E., 66,71, 72,74, 85 Kolmogorov, A. N., 160
Hamilton, W., 379 Krantz, D., 196, 199, 202,215
Hanson, N. R., 300,302,303,309,431 Kuhn,T. S., 20,31, 32, 177, 181, 183, 184, 304,
Hansson, B., 247 305, 309, 310, 311, 312, 313, 314, 315, 316,
3 17, 3 18. 320, 32 1, 323, 321, 350, 35 1. 357, Mosterín, E., J., 1 SO
360, 361, 363,431, 432,433.434, 435.436, Moulines, C. U., 192,314, 327, 350,358,360,
437, 441, 4-42, 443, 444, 446, 450, 451. 455, 365,379, 430,439,452n, 461
456,457,458,429,460 Mulkay,.M. J., I I
Kuipers, T., 410,417 Musgrave, A., 4 19
Kyburg, H., 162,394.404
Lorentz, H., 69
Losee, J., 27 Palacios, J., 202
Luce, D., 437 Pascal, B., 65,66
Pauli, \V., 255
Peano, G., 267,279,287
Mach, E., 30 Pearsons, E., 404
Mackie, J. L., 114, 147, 168 Peirce, C. S., 30, 161
Malebranche, N., 390 Périer, 66
Margenau, H., 290 Planck, M., 204.2 15
Marx, K., 321 Platón, 63, 9 1,222
Masterman, M.. 3 1 3 Poincaré, H., 29
hlaxwell, G., 68, 82, 89, 301, 321, 373 Polányi, M., 3 1
Mayr, R., 104,451 Pollock, J., 165,404,406
ivlcKinsey, J., 334 Popper, K. R., 20, 30, 33, 62, 77, 92, 161, 165,
McLaughlin, B. P., 390 222, 224, 293, 302, 304, 318, 393, 395, 398,
Mellor, D., 165 402, 407, 407, 416, 416, 417, 419, 470, 421,
Merton, R., 11 422, 433, 424, 425, 426, 427, 425, 419, 430,
Michelson, A., 68,69, 71, 72, 74, SO, 81, 82. SS 431,432,433,434,435,436
Mill, J. S., 29, 222, 224, 356. 395 Prout, W., 319
Millikan, 83, 183 PrzeIecki, M., 33, 327, 341
Mises, R. von, 164, 165 Ptolomeo, 4.44
Mohs, F., 112, 188 Putnarn, H., l69,300,301,305,3S3,3S1
Montague, R., 230
Morgenstern, O., 437
Morley, E.. 68, 69, 85 Quine, U: O., 129,297,302.368,371,378
Raiffa, H., 437 Stegmüller,W., 33, 180,327,350
Railton, P., 243,255, 259 Stevens, S. S., 121, 122
Rarnsey, E, 160, 161, 162, 287, 290, 296,297, Stevin, S., 27
298 Strawson, P., 402
Rankine, W., 1 17 Sugar, A., 334
Réaumur, R., 1 17 Suppe, F., 33,327,333,341,336,347
Regiomontano, 1 8 1 Suppes, P., 32, 165, 327, 328, 333, 334, 334,
Reichenbach, H., 30, 160, 164, 287, 395, 406, 335,337,338,33812,339,330,341,332, 343,
407,4 19 346,346,350,351,361
Resnik, M., 437
Ri\~adulla,A., 394,426
Thagard, P., 11
Rosenberg, A., 144
Tooley, M., 128, 144, 147, 171
Ruben, D., 222,223
Torricelli, E., 65,66
Russell, B., 30, 164, 282,406
Toulmin, S., 303,309,431
Ryle, G., 305,383
Prólogo
CAP~TULO
1. Introducción. Naturaleza y función de la filosofía de la ciencia
1. La ciencia como objeto. Los estudios sobre la ciencia (Saber implícito y saber explícito.
Teorizar. Teorizaciones de primer orden y de segundo orden. Teorizaciones sobre la ciencia:
historia, sociología, psicología y filosofía de la ciencia. Filosofía de la ciencia y análisis
conceptual).
2. La ciencia como objeto de estudio filosófico. La filosofía de la ciencia (Saber ciencia y
saber sobre ciencia. Prácticas que siguen reglas. Reglas, convenciones y normas. La práctica
científica, descripción y prescripción. Interpretación de los constructos científicos. Descrip-
ción, prescripción e interpretación en la Filosofía de la Ciencia).
3. Nuestro tema: Filosofía general de la ciencia empírica (Ciencias empíricas y ciencias
formales. Ciencias naturales y ciencias sociales. Filosofía general de la ciencia y filosofía
especial de las ciencias. Filosofía general de la ciencia empírica).
4. Panorama sucinto de la historia de la filosofía de la ciencia (La Antigüedad. La
Revolución Científica y la Modernidad. Fundamentación de las ciencias naturales y las
ciencias formales. El Círculo de Viena y el Grupo de Berlín. La Concepción Heredada. La
Revuelt~Historicista. Las concepciones semánticas).
C A P ~ U L3.
O Contrastación de hipótesis
1. Algunos episodios históricos. 1.1. Mecánica aristotélica. 1.2. Esferas homocénrricas.
1.3. Roración de la í7err-a. 1.4. Paralaje esrelar. 1.5. Fases de Venus. 1.6. El barómetro de
Torricelli. 1.7. EI corneta Halley. 1.8. Flogisro. 1.9. Fiebre puerperal. 1.10. Neprurio
I'ulcano. 1.1 1 . Las teorías de la luz. 1.12. El éter y los experimentos de Mickelson y Morl91.
1.13. El ADN. 1.14. La extinción de los dinosaurios. 1.15. Deriva continenral. 1.16. Relativi-
dad general.
2. Elementos de la contrastación. 2.1. Hipóresis (H) y Supuestos Aux-iliares (SA) (Hipótesis
y contrastación. Hipótesis subsidiarias y supuestos auxiliares. Intención contrastadora). 2.2.
Predicción (P) y Condiciones hriciales (CI) (Predicción, implicación contrastadora. Predic-
ciones particulares. Condiciones antecedentes o iniciales). 2.3. Datos, experinie~~tación y
obsenjació~l(Predícciones, hechos y datos. Datos y observación. Observación experimental
y observación no experimental).
3. Condiciones para la contrastación. 3.1. Condición relativa a la ocurre~zciade la predic-
ción (Implicación-derivación de la predicción. Implicación material e implicación lógica.
Ocurrencia esencial. Explicación). 3.2. Condición relativa a la no ocurrencia de la predic-
ción (Improbabilidad de la predicción. Ni implicación deductiva ni implicación inductiva.
Dependencia del contexto y relativización pragmática).
4. Resultado de la contrastación. 4.1. Evidencia negativa (i-efuración).Estrcregias ad hoc
(Predicción falsa. Modus rollei~s.Aceptación de SA y CI. Rechazo de la hipótesis. Justifica-
ción deductiva. Estrategias ad lioc, rechazo de SA o CI. Dependencia del contexto y relativi-
zación pragmática). 4.2. Evidencia positiila (confirmación) (Predicción verdadera. Improba-
bilidad de la hipótesis, predicción verdadera y justificación inductiva). 4.3. Algoritmo-resu-
men. 4.4. Predicciones irzadecuadas (Vaguedad e imprecisión. Predicción múltiple disyunti-
va. Predicciones sucesivas). 4.5. Co~ítrastacionescruciales (Experimentos cruciales. Con-
trastación simultánea de hipótesis contrarias).
5. Consideraciones finales.
CAP~TULO8. Análisis sincrónico de teorías 1. Concepción axiomática: las teorías como cálcu-
los interpretados
1. Teorías axiornáticas. 1.1. Cdlcrrlos y teorías asiom8ticas: términos primitivos, axiornas y
teoremas; definiciones y términos derivados. 1.2. Ejemplo: teorías del parentesco. Reduc-
ción y equivalencia. 1.3. Aritmética, teoría de corijuntos y lógica proposicional.
2. Teorías y modelos (Estructura. Interpretación. Modelo, realización. Realización posible;
realización efectiva).
3. Caracterización general de las teorías empíricas como cálculos interpretados. 3.1.
Teorías formales y teoríns empíricas (Concepción Heredada. Términos teóncos. Definición
implícita. Convencionalismo. Formalismo. Observación; observación directa). 3.2. Cálcnlos
interpretados: vocabulario; axiomas y reglas de correspondencia (Términos teóncos. Tér-
minos observacionales. Contenido-interpretación empírica. Reglas de correspondencia, defi-
niciones coordinativas, postulados de significación, enunciados interpretativos, definiciones
operacionales. Entidades teóricas. Vocabulario: formal, teórico, observacional. Enunciados
teóncos. Enunciados observacionales).
4. Las reglas de correspondencia y la cuestión de la eliminabilidad de los términos
teóricos. 4.1. Ineliminabilidnd de los términos teóricos (Reglas de correspondencia y defini-
ciones explícitas. Enunciados reductivos; elirninativismo. Propiedades categóricas, propieda-
des disposicionales. Enunciados de reducción parcial. Analítico/sintético). 4.2. Eliminabili-
dad a lo Ramsey. 4.3. Elitnitzabilidad a lo Craig.
5. La distinción teórico/observacional y la naturaleza de la base empírica. 5.1. Entida-
des teóricas y distinción teórico/observacional (Entidades fenoménicas; qualia; fenomenis-
mo. Entidades observables. Observación directa; observación indirecta). 5.2. Neutralidad
teórica de los términos obsen~acionalesy carga teórica de los hechos (Experiencia-observa-
ción neutra. Interpretación teórica. Holismo. Carga teórica de los hechos. Conocimiento de
fondo. Nuevos Filósofos de la Ciencia). 5.3. Observación y base empírica (Datos; base
empírica; base de contrastación. Teórico/no-teórico. Observacional/no-observacional. Vocri-
bulario preteónco; vocabulario teórico. Principios internos; principios puente. Aplicación e
interpretación empírica).
6 . Consideraciones finales.
CAPÍTULO9. Análisis sincrónico de teorías 11. Concepciones historicistas: las teorías como
proyectos de investigación
1. La revuelta historicisia y la naturaleza sincrónica de las teorías (Nueva Filosofía de la
Ciencia. Cambio y evolución de teorías. Análisis diacrónico y sincrónico de teorías).
2. Los paradigmas-matrices disciplinares de Kuhn. 2.1. Ciencia nonnal y ciencia m ~ o l u -
cionaria (Resolución de enigmas. Anomalías. Crisis científica. Ciencia no-normal, ciencia
extraordinaria. Revolución científica). 2.2. Paradigmas qua matrices disciplirtares (Paradig-
mas. Generalizaciones simbólicas; leyes paradi,máticas; principios guía. Modelos; modelos
ontológicos y heurísticos. Valores; precisión, simplicidad, fecundidad, compatibilidad.
Ejemplares; aplicaciones empíricas. Ejemplares paradigmáticos. Significado empírico. In-
conmensurabilidad).
3. Los programas de investigación de Lakatos (Conocimiento de fondo. Teoría interpreta-
tiva; teoría explicativa. Heurística positiva; heurística negativa. Núcleo del programa de
investigación; cinturón protector. Programas progresivos, estancados y regresivos).
4. Las tradiciones de investigación de Laudan (Compromisos me:~físicos;normas episté-
micas. Articulación teórica. Resolución de problemas: problemas empíricos; problemas con-
ceptuales. Evolución de las tradiciones. Coexistencia de tradiciones).
5. Consideraciones finales.
CAP~TULO 10. Análisis sincrónico de teorías m. Concepciones semánticas: las teorías como
entidades modeloteóricas
1. Teorías, enunciados y modelos. 1.l. Axiomas y modelos (Equivalencia e identidad de
teorías. Identificación sintáctica. Identificación semántica o modeloteórica). 1.2. El er~foque
modeloteórico (Definición de modelos. Aplicaciones empíricas. Afirmaciones empíricas.
Complejidad teórica).
2. La noción de teoría de Suppes (Escuela de Stanford. Axiomatización mediante predica-
do conjuntista. Axiomas impropios: axiomas propios. Realizaciones posibles; realizaciones
efectivas, modelos. Ejemplo: mecánica de partículas).
3. Adams y las aplicaciones intencionales (Interpretación pretendida. Medición fundamen-
tal. Modelos pretendidos. Afirmación empírica. Autojustificación. Modelos de datos).
4. La familia semanticista. 4.1. Van Fraassen: espacios de estado; base empírica y obser-
i-labilidad (Estados, espacios de estados; trayectorias y leyes de sucesión; regiones y leyes de
coexistencia. Subestructuras empíricas. Empiricidad y observabilidad. Adecuación empírica.
Empirismo constructivo. Equivalencia empírica; incompatibilidad teórica. Infradetermina-
ción de la teoría por la experiencia. Antirrealismo). 4.2. Suppe: sistelnas relacionales;fenó-
menos, daros y teorías (Sistemas relacionales; espacios de estados; leyes. Alcance pretendi-
do; datos, observación. Verdad empírica; verdad teórica. Cuasi-realismo). 4.3. Giere: rnode-
los e hipótesis tedricas (Modelo teórico. Hipótesis teóricas. Similitud. Realismo constructi-
vista). 4.4. Sneed y la concepciórr estrcictltralista (Teoricidad relativa. Aplicaciones pretendi-
das. Datos. Ligaduras. Relaciones interteóricas).
5. La concepción estructuralista de las teorias. 5.1. El núcleo K (Modelos potenciales y
modelos actuales. Condiciones de ligadura; ligadura global. T-teoncidad y modelos parcia-
les; procedimiento de determinación). 5.2. Aplicaciones intencionnles (Aplicaciones y mo-
delos parciales. Carga teórica de los datos. Determinación intencional y paradigrnática del
dominio de aplicaciones). 5.3. Lns teorias como elementos teóricos (Contenido y aserción
empírica. Contenido teórico y contenido empírico. Aserción empírica. Subsunción o encaje
teórico). 5.4. Especialización. h s teorías como redes teóricas (Matrices disciplinares; com-
plejidad de las teorías. Especialización teórica, redes teóricas, redes conectadas, redes arbó-
reas; elemento teórico básico). 5.5. Vínculos interteóricos y holones (Leyes mixtas, leyes-
puente y vínculos interteóricos. Vínculos y núcleo; vínculo global. Holones teóricos).
6 . Consideraciones finales.
'
L. W. H. Hu\l
Historia y filosofia de la cíencía
Emanuele Severino
La filosfa futura
Daniel lnnerarity
La filosofía como una
de las bellas artes
José Montserrat
Platón
Octavi Fullat
El pasmo de ser hombre
Jürgen Habermas
Textos y contextos
Manuel García-Carpintero
Las palabras, las ideas y las cosas
lmmanuel Kant
Fundarnentación de la metafícica
de las costumbres
(ed. bilingüe)
Thomas S. Kuhn
La revolución copernicana
Norbert Bilbeny
Aproximación a la Ética
Frederick Copleston
Historia de la filosofía (9 vols.)
Fundamentos de Filosofia de la Ciencia es una obra de carácter general des-
tinada principalmente a servir de guía a alumnos y profesores en la ense-
ñanza universitaria de esta disciplina, en especial para los estudios de Filo-
sofía, pero también para los de Humanidades y Ciencias Humanas y Natura-
lec. La obra está estructurada:en diferentes niveles para facilitar su utiliza-
ción como libro de texto, tanto en cursos introductorios generales como en
seminarios específicos. Aunque el público universitario es su principal desti-
natario, se ha concebido para que cualquier lector interesado eri la disciplina
y con determinados conocimientos previos pueda acceder, con provecho, a
las diversas partes de la misma.
A diferencia de la mayoría de introducciones a la Filosofía de la Ciencia, la
orientación de esta obra no es histórica sino temática, cubriendo los dife-
rentes ámbitos conceptuales de la disciplina. Su contenido, dado que su fina-
lidad es presentar los fundamentos de la materia, se centra en los grandes
temas clásicos de la Filosofia de la Ciencia. El núcleo temático lo conforma
la tríada ((conceptos-leyes-teorías)),en torno a cuyos corriponentes se pre-
sentan los restantes temas: contrastación de hipótesis, medición, explica-
ción, relaciones interteóricas, el problema de la inducción y el cambio teóri-
co. En tanto que introducción general a la disciplina, en esta obra no se pre-
tende defender ninguna tesis metacientífica o metafilosófica sustantiva, sino
exponer de forma clara los principales problemas filosóficos que plantea la
actividad científica y discutir las diferentes aproximaciones a los mismos.