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La filosofía de la historia - decía Hegel hace ya más de siglo y medio – consiste en subsumir
todas aquellas “circunstancias externas que remontan a causas” bajo un único sentido
unitario; es decir, debe dejar a un lado todos los hechos meramente empíricos y sus curiosas
particularidades en virtud de su objetivo principal, dicho objetivo no es más que “buscar en
la historia un fin universal, el fin último del mundo”1 bajo el cual se ordenan todos los
acontecimientos históricos; de esta manera toda multiplicidad, toda pluralidad queda
integrada en una imagen total y unitaria de aquello que Hegel consideraba la Historia
Universal, este objetivo propio de la filosofía de la historia se fundamenta, en última
instancia, en el supuesto de que la historia misma es la manifestación de dicho fin absoluto,
esto es: de la razón misma y única que rige el mundo; así queda declarado que el devenir de
historia de la humanidad se despliega y desarrolla racionalmente conforme a una voluntad y
fin absolutos. Cabe confesar que este planteamiento resulta bastante agradable y
reconfortante para aquellos que aún se dejan seducir por las bellas y nostálgicas concepciones
metafísicas del romanticismo, no obstante, no deja de ser evidente que la concepción histórica
hegeliana hunde sus raíces en la creencia propia del cristianismo pues, para el filósofo
alemán, toda la historia de la humanidad (humanidad occidental, dicho sea de paso) se origina
de Dios y tiende, indefectible e inexorablemente, hacia Él, siendo el nacimiento de Cristo el
eje principal de dicha historia.
Pero ¿hay algún problema en el hecho de que Hegel haya visto en el cristianismo el
germen y la cúspide de la historia universal? ¡Ciertamente! pues dicha concepción histórica
posee un carácter esencialmente exclusivista, carácter que evidencia una fatal deficiencia,
máxime cuando se toma en consideración el hecho de que una imagen de la historia universal
1
Hegel, G. W. F., Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, p.44.
estructurada sobre el dogma cristiano no solo omite todos aquellos sectores de la humanidad
que no profesan dicha fe, sino que también crea un abismo infranqueable entre la historia
sagrada como un todo cerrado, acabado y hermético y aquella historia basada en la evidencia
empírica, es decir: “la historia profana”2. Una vez expuestas estas consideraciones, la
pretendida universalidad que Hegel nos prometía alcanzar mediante su concepción histórica,
ahora parece reducirse y ofuscarse considerablemente; el carácter hierático del cristianismo
- propio de la concepción hegeliana - que en un principio parecía iluminar la historia de la
humanidad encubre ahora, como una densa neblina, aquel horizonte universal hacia el cual
la humanidad debe proyectarse, con toda claridad y certidumbre, por mor de un futuro
próspero… ¿Acaso no es la labor propia de la filosofía de la historia concebir una imagen
realmente universal de la historia de la humanidad?
Tal es la concepción histórica propuesta por Jaspers, mediante ella se nos muestra una
universalidad histórica sensata, una unidad apenas vislumbrable, pero nunca objetivable. Esta
universalidad trascendente, propia de la concepción histórica de Jaspers, representa el punto
de partida de este breve ensayo; la conciencia de esta trascendencia histórica y la posible
realización existencial del ser humano no es más que el efusivo impulso de esta reflexión.
2
Estas consideraciones se basan en la crítica a la concepción histórica hegeliana que Jaspers formula en Origen
y Meta de la Historia.
3
Jaspers, K., op. cit., p. 19.
2. De la conciencia histórica a la trascendencia. (O de cómo se conoce a Dios.)
4
Jaspers, K., “Origen de la Historicidad” en Filosofía, p 525.
5
Ibídem.
de historicidad hace alusión a la unidad de estos dos ámbitos: el yo-mismo o mismidad
atemporal y la existencia empírica temporal. Quizás resultaría un tanto arriesgado, aunque
no sin obtener ciertas ventajas, establecer una relación análoga entre la dicotomía mismidad
/ existencia empírica y la antigua distinción griega, propuesta por Platón y por Aristóteles
entre forma y materia, (o incluso entre alma y cuerpo). Se nos muestran, pues, dos ámbitos
que constituyen al sujeto histórico; aunque resulta evidente que, para Jaspers, ambos aspectos
son correlativos, es decir, no pueden comprenderse como dos elementos separados o
escindidos el uno del otro. Resulta necesario precisar en este punto que, para Jaspers, la
existencia empírica debe ser concebida como “la manifestación” de la mismidad originaria,
pues esta última no es más que un “ser absoluto que puede ser realizado”6, es decir: puede
ser concebida como una potencia que solo puede llegar a ser acto (otra vez haciendo alusión
al viejo Aristóteles) gracias a la existencia empírica misma. Si bien, esta existencia pudiera
ser considerada como una limitación del yo-mismo originario, ello no obsta a que dicha
existencia se convierta, para una conciencia histórica, en el horizonte de las ilimitadas
posibilidades de “actualización” del yo-mismo originario inherente a todo individuo. Y es en
esto en lo que consiste justamente la asimilación del saber histórico: en una apropiación con
vistas a la realización del si-mismo en la existencia empírica, esto es, en las situaciones y
circunstancias dadas, irrepetibles para cada individuo particular.
6
Ídem, p. 529.
históricamente se puede llegar a vislumbrar aquello que Jaspers concibe como trascendencia,
esto quiere decir que la trascendencia para Jaspers no puede comprenderse como algo
objetivo, sino más bien, como algo realizable a partir de la propia existencia y por tanto
inobjetivable; trascendencia es, pues, llegar a ser-si-mismo históricamente en la propia
existencia. Ciertamente, en la primera parte de este escrito, ya se había acotado el concepto
de trascendencia respecto del origen y la meta de la concepción histórica de Jaspers, ¿cómo
pueden entonces vincularse el origen y la meta de la historia con la realización del yo-mismo
en la existencia? Queda claro que, en última instancia, en tanto que la realización existencial
del ser-si-mismo solo es posible a través de una conciencia histórica, solo se puede llegar a
la respuesta de aquella cuestión mediante la aclaración explicita del concepto de
trascendencia.
“En la perspectiva de Jaspers, el hombre vive, por así decirlo, en tensión hacia la
trascendencia o hacia el Dios desconocido. Está seguro de que hay Dios porque como
existencia posee una vivencia de la trascendencia, peo sobre el qué y el cómo de esta
trascendencia no puede, ni debe formarse una imagen”7. A partir de estas breves líneas es
posible extraer gran parte de la esencia de aquello que Jaspers consideraba como
trascendencia; en primer lugar, resulta posible afirmar que para Jaspers lo trascendente –
tanto en el sentido del origen histórico, como de la realización efectiva del ser-si-mismo –
resulta totalmente inobjetivable, inaprehensible mediante el lenguaje o cualquier categoría
propia del pensamiento racional, es por ello que la trascendencia para Jaspers solo es
vivenciable en un ámbito existencial y personal pues todo intento de objetivación de la
trascendencia esta condenado al fracaso.
7
Salamun, K., Karl Jaspers, p. 147.
implicaciones y derivaciones totalitarias”8 Resulta evidente, en todo caso, que las
pretensiones totalitarias propis de la religión entran en pugna con las tendencias liberales
propias del pensamiento de Jaspers.
En este punto, y ya prontos a concluir con este breve escrito, resulta importante aclarar lo
que para Jaspers implica una auténtica concepción acerca de Dios, concepción que en verdad,
está profundamente arraigada con el concepto de trascendencia y con lo que Jaspers considera
como realización existencial del ser humano.
Ha quedado demostrado que para Jaspers, la trascendencia como origen o como meta
histórica, como realización del auténtico yo-mismo es siempre inobjetivable, ello no obsta a
que, mediante el ejercicio reflexivo, propio de la filosofía, sea posible rozar con el
pensamiento dicha idea. La idea de Dios, si bien no es apresable mediante categorías propias
del pensamiento racional puede volverse cuestión filosófica al abordar reflexivamente el
problema de la existencia humana. Basta que Dios exista para poder dar a la existencia del
ser humano una dirección firme un sentido significativo e incondicional. Dios no es ningún
objeto del pensamiento, su existencia no es susceptible de ser demostrable, creer como
cualquier ateo que la existencia de Dios puede demostrarse mediante la ciencia,
empíricamente, es de facto un error de principio, Dios no es algo que se pueda demostrar “no
cabe percibirlo, solo cabe creer en él”9 creer filosóficamente en Dios, amar a Dios es, como
decía Spinoza, no esperar nada de él, pues nada sabemos acerca de su naturaleza, ahora bien,
¿qué papel juega la creencia filosófica en la realización existencial del ser humano?
La realización íntima, existencial del ser humano no debe ser concebida como un ser
determinado, estáticamente dado sino que debe comprenderse bajo un carácter dinámico,
vital de mera posibilidad; de ahí la importancia de no pretender objetivar de manera racional
la idea de Dios, ni tampoco la idea de trascendencia, sino que por el contrario, ambos aspectos
trascendencia, Dios –o como lo llama Jaspers lo Circunvalante o envolvente – deben quedar
indeterminados y solo susceptibles de ser vivenciados personalmente en su origen, es en esta
vivencia, en la que lo Uno se hace patente, en donde el individuo lleva a cabo la posibilidad
de llegar a ser sí mismo, es en esta vivencia en donde el sujeto histórico tiene contacto con
lo incondicional. Pero ¿en qué radica lo incondicional? Pues en todo aquellos actos en los
que la decisión y la resolución activa tienen su origen, no en fine u objetivos determinados o
finitos, es decir, condicionales; sino que tienen su origen en mí mismo. El autodominio, el
propio sacrificio, el saber morir, el amor puro, son solo algunos ejemplos de actos
incondicionales. Bajo esta perspectiva ciertos personajes históricos se alzan como verdaderos
8
Ibídem.
9
Jaspers, K., La filosofía desde el punto de vista de la existencia, p. 43.
paradigmas de la resolución en lo incondicional: Sócrates, Cristo y Giordano Bruno son
algunos de ellos.
Este acto se da únicamente mediante la acción en el mundo y esta precedido por un proceso de
autorreflexión comprometida o de acción interior en la que el hombre reflexiona sobre su historicidad
y su vinculación a unas concretas situaciones y, mediante la modificación de la conciencia del ser,
permanece abierto y preparado para el acto de la autoselección, de la resolución o de la decisión de lo
incondicional.10
Es a lo largo de este camino en que un acto de libertad pura puede llevarse a cabo por la
existencia misma y en su ser libre, dicha existencia se convierte en cifra de la trascendencia,
en manifestación pura del Dios mismo. Es así como en la resolución por lo incondicional, en
el acto más puro de libertad, en donde el individuo se resuelve, en donde la existencia se
realiza, el hombre y Dios se vuelven uno y el mismo.
10
Salamun, K., op. cit., p. 66.
4. Bibliografía.
HEGEL, G. W. F., Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, (Trad. José Gaos),
ed. Alianza, Madrid, 1998.
JASPERS, K., Filosofía, Tomo I, (Trad. Fernando Vela), ed. Revista de Occidente, Madrid,
1965.
----- La filosofía desde el punto de vista de la existencia, (Trad. José Gaos), ed. Fondo de
Cultura Económica, México, 1953.
----- Origen y Meta de la Historia, (Trad. Fernando Vela), ed. Castilla, Madrid 1965.
SALAMUN, K., Karl Jaspers, (Trad. Marciano Villanueva), ed. Herder, Barcelona, 1985.