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nacionalsocialismo (en alemán, Nationalsozialismus), comúnmente acortado a nazismo, es

la ideología del régimen que gobernó Alemania de 1934 a 1945 con la llegada al poder
del Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán de Adolf Hitler (NSDAP). Hitler instituyó
una dictadura, el autoproclamado Tercer Reich. Al Reich se unió Austria a partir de
la Anschluss, así como la zona de los Sudetes así como Memel y Dánzig. Durante la Segunda
Guerra Mundial, los nazis ocuparon tierras en Francia, Checoslovaquia, Hungría, los Países
Bajos, Dinamarca y Noruega. La Alemania de este periodo se conoce como la Alemania nazi.
El nazismo es una forma de fascismo que demostró un rechazo ideológico por la democracia
liberal y el sistema parlamentario. También incorporó un ferviente antisemitismo, el racismo
científico y la eugenesia en su credo. Su nacionalismo extremo provino del pangermanismo y
del movimiento Völkisch prominente en el nacionalismo alemán de la época, y fue fuertemente
influenciado por los grupos paramilitares anticomunistas Freikorps que surgieron después de
la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, de la cual surgió "el culto a la violencia"
que estaba "en el corazón del movimiento".1
Es una ideología alemana gestada en la década de los años 1920, pero que no alcanzará
importancia hasta los años 30, momento en que las duras condiciones de paz impuestas en
el Tratado de Versalles (1919) se juntan con la grave crisis mundial del Jueves
Negro en 1929 (véase Gran Depresión). En Alemania la situación es más acuciante aún, ya
que a los devastadores efectos económicos se sumaba la obligación de pagar el tributo de la
derrota en la Primera Guerra Mundial, y el descontento popular ante la injusta situación que
hacía que las calles se llenaran de manifestaciones extremistas de toda índole, tanto de
izquierda como de derecha.2
Esta situación culmina con el fuerte descrédito de las democracias liberales, dado que
las dictaduras que surgieron demostraron ser capaces de controlar y resolver las crisis más
efectivamente que las democracias.nota 1 Tanto la Italia de Benito Mussolini —quien fue
elogiado por «hacer que los trenes llegaran a tiempo», es decir, por poner fin a las huelgas y
caos económico que había dominado a ese país— como el Imperio del Japón, países en los
que se impusieron «gobiernos fuertes», no solo resolvieron la crisis a mediados de los 30 sino
que fueron percibidas como restaurando el orden social aun con anterioridad a esa solución a
problemas económicos.nota 2
A esa crisis político-económica hay que agregar una crisis ideológica aún anterior que se
extiende desde 1890 a 1930 y que ha sido caracterizado como una «revolución contra
el positivismo».3 Tanto los valores como las aproximaciones a la sociedad y la política que
formaban la base de la civilización occidentalfueron percibidas como superadas reliquias
del racionalismo proveniente de la Ilustración. Específicamente, tanto el fascismo como los
desarrollos intelectuales que lo antecedieron buscaron transcender lo que se percibía como la
decadencia del Occidente4 (véase, por ejemplo, La decadencia de Occidente).
Consecuentemente, el Zeitgeist de esa época puede ser descrito como una amalgama o
mezcla de ideas caracterizado por un rechazo al racionalismo, proceso que es generalmente
percibido como iniciándose con Friedrich Nietzsche, junto a tentativas de incorporar
«explicaciones científicas» a preconcepciones o incluso prejuicios explicativos del mundo, por
ejemplo, un racismo latente, que dieron origen a propuestas tales como las de la eugenesia, y
en lo político, bajo la influencia de pensadores tales como Georges Sorel, Vilfredo Pareto,5nota 3
Martin Heidegger (supuestamente),nota 4 Gaetano Mosca, y, especialmente, Robert Michels; a
percepciones político elitistas basadas en un culto del héroe y la fuerza que culminan en una
versión del darwinismo social.6 Percepciones que adquieren connotaciones más extremas en
su divulgación y vulgarización.3
Como influencia importante en el desarrollo de ese Zeitgeist se puede mencionar la obra
de Arthur de Gobineau, que propuso que en cada nación hay una diferencia racial entre los
comunes y las clases dirigentes. Estos últimos serían todos miembros de la raza aria, quienes
son no solo la raza dominante sino también la creativa.7 Posteriormente, Houston Stewart
Chamberlain identifica «los arios» con los teutones; en adición a tratar de demostrar que todos
los grandes personajes de la historia —incluidos Jesucristo, Julio César o Voltaire, entre
otros— fueron realmente arios, agrega:

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