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HISTORIA SOCIAL
DE LA
REVOLUCION CUBANA
( 1952- 1959)
Las clases olvidadas
en el análisis histórico
HISPANICAS
Primera edición: 1979
Segunda edición: 1989
ISBN 84-7423-078-0
INTRODUCCIÓN
M. W .
S i g l o x i x : L a e x p a n s ió n a z u c a r e r a
PARA LA APERTURA REPUBLICANA
C a r a c t e r iz a c ió n d e fu e n t e s
S ig l o x x : La r e st r ic c ió n a z u c a r e r a
PARA EL EPÍLOGO REPUBLICANO
Los precios del azúcar son dados'en centavos de pesos cubanos por unidad
de peso (libra) inglesa.
5. «Ingreso nacional cubano (1952-1958)», Cuba Económica y Finan
ciera, La Habana, XX XIV , n." 404 (noviembre 1959), p. 15; Cepero Bo
nilla, op. cit., p. 185; Anuario azucarero de Cuba, 1959; Compilación esta
dística, en M. Gutelman, op. cit., pp. 38-39; «Editoriales. El intercambio
cubano-americano», Cuba Económica y Financiera, X X XIII, n.° 386 (mayo
1958), p. 3 Fuentes procesadas en Marcos Winocur, Cuba: sucre, café et
révólution (tesis del tercer ciclo), Hachette, París, 1975.
6. «Primer fórum nacional sobre la reforma agraria», séptima sesión
(5 de julio de 1959), en Antonio Núñez Jiménez, La ley de reforma agra
ria y su aplicación, Delegación de Gobierno, Capitolio Nacional, La Haba
na, s.d., p. 7.
7. «Editoriales. O competimos o perecemos», Cuba Económica y Fi
nanciera, X X VII, n.° 318 (septiembre 1952), p. 3.
por buscarse otras espaldas que soportaran el peso de la mala
hora. Desde hacía un tiempo no se abonaba a los trabajadores
azucareros un rubro salarial llamado diferencial, convenido en
la década del cuarenta. Pero ése era el límite...; más allá, fren
te a una clase obrera de reconocidas tradiciones de lucha y que
recibía su ración dentro del deterioro económico general, era
no sólo difícil sino peligroso. Incluso se trataba de un límite
precario que la burguesía azucarera no alcanzaría a conservar.
El diferencial debió ser restituido, al menos en parte, luego de
una violenta huelga estallada en vísperas de la zafra de 1956.
Fallaba, pues, la posibilidad entrevista de incrementar plus-
trabajo vía superexplotación y compensar así menores entra
das causadas por la contracción.
Otra alternativa consistía, como el mundo empresarial lo
manifestara al jefe de estado, en «promover un inmediato de
sarrollo económico por otros cauces».8 Por otros cauces: sig
nificaba incrementar y diversificar los cultivos no azucareros
e industrializarse. De ese modo, al tiempo que se creaban fuen
tes de trabajo, se sustituían importaciones. Ahora bien, los
países compradores lo eran siempre y cuando, por igual valor
del azúcar adquirido, fueran vendedores a Cuba. Y si Cuba se
ponía a producir bienes de consumo sustituyendo importacio
nes, no había manera de colocar el azúcar.
Un ejemplo será ilustrativo. Proviene de la revista empre
sarial que titula «Nuevos ataques injustos contra Cuba».9 Un
senador norteamericano, Frank Carlson, exhortaba al Con
greso a reducir la cuota de importación de azúcar cubano adu
ciendo que la isla había anunciado la construcción de dos mo
linos harineros. Según el senador, ello implicaría restricción a
10. Ibid.
pasiva ante los competidores. Unos se destacaban, los cultiva
dores de remolacha azucarera (y de caña) norteamericanos.
Frente al proveedor número uno impugnaban con renovada
fuerza de año en año la cuota que su país había asignado a la
isla. No en balde ya en los años cuarenta un autor clásico cu
bano había titulado: «De la remolacha enemiga».11
Las zafras restringidas significaban, pues, un primer obs
táculo para el intento de una política azucarera expansiva. Un
segundo obstáculo lo configuraba el Convenio (internacional)
de Londres, que rigiera entre enero de 1954 y diciembre de
1958. Se trataba de un instrumento regulador, en cuya virtud
la mayoría de los países productores de azúcar acordaron dis
tribuirse una participación en el mercado mundial. Sus de
fensores argumentaban que de ese modo se evitaban los efec
tos nocivos de la competencia y los azares de la demanda y
la oferta incontroladas, todo en vistas a asegurar a cada país
la colocación de un volumen mínimo de azúcar e impedir la
caída de los precios internacionales.
El Convenio de Londres venía así a articularse con las
zafras restringidas. ¿Cuánto azúcar producir? Exactamente
(descontando una pequeña porción para el consumo interno)
la suma de dos volúmenes. Uno, la cantidad fijada en la cuo
ta norteamericana. El otro, el tonelaje regulado para los cu
banos en virtud del Convenio de Londres. En fin, una mo
desta seguridad erá el precio de renunciar a la competencia.
Ahora bien, esta modesta seguridad no dio los resultados
previstos por los defensores del instrumento internacional.
Los precios azucareros cayeron en 1954-1955, es decir, no
bien comenzara a aplicarse. En cuanto a la participación cu
bana en el mercado mundial, disminuyó en el 16,8 % del
32. Ibid.
33. Ibid.
34. Ibid.
presarial para reproducir en süs páginas, añadiendo este co
mentario: «Precisamente esta es la posición que ha adoptado
Cuba Económica y fin an ciera durante largos años. No es res
tringiendo zarras, ni defendiendo exclusivamente el precio
como mejor se sirve a nuestra industria azucarera. Estos dos
sistemas son negativos, tanto a cortó como a largo plazo,
pues a menor producción mayor costo por unidad y mayor
oportunidad damos á otros países para aumentar su capa
cidad».35
Hemos seguido la actitud de la burguesía azucarera a tra
vés de manifestaciones recogidas en la prensa del período, re
matando en las declaraciones de Julio Lobo. Declaraciones
que se expresan con motivo de sus reinversiones azucareras.
Es precisamente esta cuestión la que se encuentra en la base,
necesariá para medir si la burguesía se iba en palabras o si
en principio ya acompañaba de hechos sus manifestaciones de
descontento. Y bien, la actitud asumida por Julio Lobo coin
cidía con la observada en general en el seno de la clase. ,
Cierto que los hacendados habían sido acusados de pre
ferir prudentes reinversiones en inmuebles en Miami o New
York, en bonos dél gobierno federal norteamericano o bien
del atesoramiento dé dólares en bancos extranjeros.36 Quizás
optaran por ello antes que reinvertir en industrias no azuca
reras. Pero la tendencia general de las dos ultimas décadas
era expansiva: la «cubanización» de las inversiones extran
jeras del azúcar al punto de haber triplicado en ese lapso la
capacidad productiva. Todo indicaba una voluntad azucarera
que, arribada la crítica coyuntura de los años cincuenta, mo
torizaba una situación competitiva originaria, pasando a un
planteo de guerra por los mercados que tenían por destinata
rios los remolachéros del norte.
37. «Cuba rebel threat», New York Herald Tribune (23 marzo 1958),
sección 2: Politics-Financial, p. 2.
límites en el empleo de la represión, ni el pueblo cejaba en su
respuesta.
Fue entonces cuando la burguesía azucarera prestó aten
ción. ¿Qué estaba pasando en la isla? ¿Qué significaba todo
ese ruido de armas? ¿Quién era este Fidel Castro, especie de
Robin Hood de las montañas de Oriente? Uno que bien pron
to podía suceder en el gobierno a Fulgencio Batista. Y que
tenía la audacia que le faltaba a éste, el hombre de la zafra
restringida, de la firma del convenio de Londres, de la pasi
vidad frente a los remolacheros del norte.
Ahora bien, este Fidel Castro tenía audacia, pero quizá
demasiada para el gusto de la burguesía. Y ésta, para recon
siderar políticamente sus posiciones, exigió ciertas garantías.
Fidel Castro las dio. «Nuestro movimiento 26 d e Julio —de
cía un reportaje publicado en la revista norteamericana
Look— nunca proclamó la nacionalización de las inversiones
extranjeras aunque yo, por mis veinte y tantos años, p erso
nalmente abogué por la nacionalización de los servicios pú
blicos. La nacionalización nunca puede ser tan beneficiosa
como una correcta inversión privada, sea criolla o extranjera,
que lleve como finalidad la diversificación de nuestra econo
mía. Sé que la revolución —agregaba Fidel Castro— parece
una medicina amarga a muchos hombres de negocios. Pero
después del primer shock encontrarán que ella les significa
ba un beneficio, no más recaudadores de impuestos ladrones,
no más jefes y oficiales del ejército hambrientos de exacciones
que les chupan la sangre. Nuestra revolución es tanto moral
como política.» 38
La nacionalización de las compañías eléctrica y telefóni
ca, propiedad de capitales norteamericanos, había sido pro
42. Jorge García Montes y Antonio Alonso Ávila, Historia del Par
tido Comunista de Cuba, Ediciones Universal, Miami, 1970, p.p. 546-547.
43. «Enemigo público n.° 1 de Cuba», Bohemia, LI, n.° 10 (8 mar
zo 1959), p. 19.
Si el hacendado del ingenio y del cañaveral había madu
rado su proceso autoconsciente de clase desde aquella ubica
ción privilegiada que le permitía unlversalizar la visión, a su
hora tuvo la réplica. También el obrero del ingenio y del ca
ñaveral —y de otras ramas de la producción— fue accedien
do a ese, punto, bien que por otros medios: no por el reparto
del plustrabajo, sino a partir de una toma de conciencia: que
ese era también su trabajo, sólo que no retribuido.
De ahí a comprender que su suerte es compartida con
todos los productores directos del mundo, no había sino un
paso. Y el paso fue dado. El obrero cubano unlversalizó a su
turno la visión y la contrastó con la del hacendado. Sin azú
car no hay país, había éste hecho slogan y lo repetía, en el
curso de discusiones laborales, por boca del presidente de su
Asociación Nacional, «Sí, pero sin obreros no-hay azúcar», fue
la réplica del dirigente proletario cubano Jesús Menéndez.
En otras palabras, la huelga. La clase obrera reivindicaba
salir del indiferenciado panorama en que, junto a máquinas y
tierras, le había colocado la burguesía azucarera y rescataba
su personalidad de productor directo: sin sus' brazos, sin su
fuerza de trabajo, ni una caña se tumbaba, ni un gramo se
molía. Por eso, la huelga: en su virtud los términos se inver
tían: sin azúcar no hay país y sin obreros no hay azúcar. Lue
go, sin obreros no hay país. Y si de éste venían proclamán
dose sus dueños los hacendados, el siglo xx vio, ya en las
primeras décadas, cómo el proletariado cubano cuestionaba ese
título de propiedad heredado de épocas de la colonia.
Ahora bien, mientras el grueso de la clase obrera descien
de en línea directa de la masa de esclavos del ingenio y del
cañaveral, una rama del árbol creció en forma autónoma. Nos
referimos a los trabajadores del tabaco. Su cultivo y manu
factura fue conocido en la colonia, compitiendo con éxito y
adquiriendo renombre en los mercados del mundo. A diferen
cia del azúcar, no conoció en general asentamiento latifun
dista, sino a través de pequeños y medianos propietarios, lla
mados vegueros. Y no empleó mano de obra esclava, sino
libre. A mediados del siglo pasado, cuando el trabajo forzado
todavía se prolongaba en el azúcar, se contaban 15.000 asa
lariados armadores de cigarros en Cuba,
Allí se ganaron voluntades para la segunda guerra inde-
pendentista, bajo el influjo de José Martí. Fue éste quien, rei
terando alusiones a silencio y unidad, al ayer del primer in
tento emancipador y al presente y futuro de nueva propuesta
donde contaba la clase obrera, se expresara a fines de siglo:
«Lo que hacemos el silencio lo sabe. Pero eso es lo que de
bemos hacer todos juntos, los de mañana y los de ayer, los
convencidos,de siempre y los que se vayan convenciendo, los
que se preparan y los que rematan, los trabajadores del libro
y los trabajadores del tabaco: ¡juntos, pues, de una vez, para
hoy y para el porvenir, todos los trabajadores!».
Advino la república. La clase obrera fue creciendo en
número y organización, al tiempo que adquiría variada expe
riencia. Movimientos reivindicativós o de carácter insurrecti-
vo, huelga política o accionar legal, solidaridad y coordinación
con los pobladores rurales en sus demandas por la tierra, la
gimnasia fue rica y reconoce pocas pausas. Una central única
de trabajadores tomó cuerpo, adhiriendo a las posiciones de
la III internacional.
Dentro de ese contexto se destaca la huelga general po
lítica que, articulada con un pronunciamiento cívico-militar,
derribó la dictadura de Gerardo Machado y, luego de algunas
alternativas de transición, dio paso a un gobierno dé nuevo
tipo, hechos que tuvieron lugar en la segunda mitad de 1933.
Fue éste uno de los malos años que siguieron a la crisis mun
dial. La producción azucarera descendió de zafras anuales
entre cuatro y cinco millones de toneladas —1925-1930— a
una del orden de los tres millones de toneladas en 1931 para
pasar a otras entre dos y dos y medio millones de toneladas
anuales en 1932-1936. Y ni que hablar de los precios donde
la caída fue vertical, registrándose los más bajos del siglo.
Como ocurrief-a luego en los años cincuenta, ello no dejó
de repercutir en los planos social y político, creándose un
momento histórico revolucionario. Vale decir que, si hasta
ahora tomábamos 1868-1878, 1895-1898 y 1952-1959, nada
obsta a intercalar completando: 1868-1878, 1895-1898, 1933-
1934 y 1952-1959.
La huelga general política de 1933 —que, desatada en
agosto, fuera del tiempo de zafra, desplazó su centro a los
trabajadores del transporte— mostró la fuerza que en el seno
de la sociedad había cobrado la clase obrera. Como resultado
del movimiento popular asumió un gobierno nacionalista de
izquierda, presidido por Raúl San Martín y orientado por su
ministro Antonio Guiteras. Este gobierno intentó desatar al
gunos nudos de la dependencia, audacia que dio con su caída
en enero de 1934.
D e' donde el momento histórico revolucionario, abierto
en 1933, se cierra en 1934. Todavía la isla bajo la sombra
de la Enmienda Platt, los acontecimientos se suceden bajo
presión: ¿intervendrán los norteamericanos como en ocasio
nes anteriores? No lo hacen militarmente, pero sí a través de
la misión de Summer Welles (y su continuador Jefferson Caf-
fery). El dictador Gerardo Machado, incapaz de «reacomodar»
el país luego del shock azucarero, tiene los días contados. Está,
pues, en el orden del día la cuestión de su relevo. Para re
solverla sin que la relación cubano-norteamericana resultara
afectada en sus pautas tradicionales, Summer Welles llega a la
isla en mayo de 1933. Los documentos de la época —sus me
morándums de entrevistas, gestiones ante el entonces sargen
to Fulgencio Batista y toda una intensa actividad desarrollada
dentro de la vida cubana— trascendieron en su momento y
más tarde fueron oficialmente publicados en buena parte, se
gún la ley norteamericana, por el Departamento de Estado.
En medio de este ajetreo, con barcos de guerra de los
Estados Unidos a la vista de La Habana, crece el movimiento
popular. Derroca al dictador Gerardo Machado y en un se
gundo paso —no obstante las presiones-— consagra al citado
gobierno nacionalista de izquierda. Por una vez el movimien
to popular conmueve La Habana. La ciudad pasa a ser cen
tro de los acontecimientos. Pero el polo burocrá tico-militar
no tardaría en operar el cierre. Por factores que no entramos
aquí a analizar, son las presiones de extrafronteras quienes
en definitiva se imponen. Es cuando aparece en escena como
«hombre fuerte» Fulgencio Batista, Consuma un golpe de
estado derribando al gobierno nacionalista de izquierda en
1934.
Cuartel Columbia mediante, fue la primera vez. Con igual
procedimiento se hará luego con el gobierno en 1952. Transcu
rridas menos de dos décadas, la memoria de los cubanos con
servaría fresco el recuerdo de la experiencia vivida: shock
azucarero, golpe de Fulgencio Batista. La combinación de los
años treinta se reedita en los años cincuenta. Y ello contri
buye —en todos los niveles sociales— a desconfiar de la re
ceta de amarga medicina.
Mientras tanto, una vez reglada la cuestión del relevo de
Gerardo Machado y comprobada la eficacia del golpe de esta
do, la Enmienda Platt fue derogada en 1934. Nuevos meca
nismos políticos se ponían en funcionamiento. La Habana era
sede de una misión militar norteamericana y en Guantánamo,
provincia de Oriente, estaba instalada una base naval donde
regía el principio de extraterritorialidad a favor de los Esta
dos Unidos. Pero la pieza fundamental de los nuevos meca
nismos políticos era el golpe de estado.
Cuando se prendían las luces rojas de peligro, el gobierno
civil era derribado. Ocurrió en 1934. Y también cuando
amenazaban encenderse, como en 1952. El golpe es aquí pre
ventivo. Impide las elecciones convocadas para ese año e
instaura la dictadura militar que habrá de consagrar un cli
ma de violencia desde antes desatado, De la década del cua
renta a la del cincuenta las formas democráticas se venían
deteriorando en coincidencia con la evolución de la situación
internacional. Cuando, entre 1946 y 1949, la guerra fría se
echaba a andar por el mundo y sus pasos tocaban costas cu
banas.
Precedido por el asesinato del portuario Aracelio Iglesias,
el 20 de enero de 1948 se produjo el crimen de Jesús Me-
néndez. Negro, comunista como el anterior nombrado, diri
gente de los trabajadores del azúcar, su desplazamiento de la
conducción gremial resultaba difícil de operar, salvo elimi
nación física. Y tal ocurrió ese día sobre el andén de la esta
ción ferroviaria de Manzanillo, provincia de Oriente. Al co
nocerse la noticia —cuenta en sus memorias Francisco García,
un obrero del ingenio azucarero— «fue la rabia mal conte
nida: salté de la locomotora, no quise creer, di un puntapié
a un montón de cañas»; y luego fue el recuerdo: cuando el
compañero asesinado había escuchado de boca del presidente
de la Asociación Nacional de Hacendados aquello de sin azú
car no hay país, y dado por respuesta: «sí, pero sin obreros
no hay azúcar».1
La guerra fría tocaba costas cubanas. Una primera medi
da: reprimir el movimiento obrero, de excepcionales tradicio
nes dé lucha en el Caribe. Pero la guerra fría no venía sola,
sino al encuentro de algo que le esperaba en tierra: crujía la
estructura económica cubana tras el shock de las zafras res
tringidas .
A esta cita es convocado Fulgencio Batista. Es el «hom
bre fuerte», capaz de administrar guerra fría y shock. Con los
tanques en la calle, concurre en la madrugada del 10 de mar
zo de 1952. No tardará en conocerse su decisión de restrin
gir la producción azucarera y de inmediato es bienvenido por
la guerra fría. Francis L. McCarthy, gerente de la agencia
norteamericana de noticias United Press, se expresa con cla
ridad días después del golpe: «el problema del comunismo o
la democracia tendrá que ser solucionado algún día en el cam
po de batalla».2 ¿Cómo se entendían por entonces estas pa
labras? Para muchos el «algún día» no sonaba lejano. Casi
se confundía con el presente mismo: estaba en curso la gue
rra de Corea.
El articulista hacía los elogios de Fulgencio Batista, al
punto de compararlo con Napoleón Bonaparte. Claro que los
elogios no venían solos, sino acompañados de una recomen
dación: a la larga —escribía— si el nuevo mandatario «es
realmente un demócrata, se verá precisado a declarar ilegal
al Partido Comunista en Cuba».3 El consejo fue seguido, y
más allá. Como es usual en estos casos se acabó por ilegali-
La e s t r u c t u r a . d e c l a s e
A c c io n a r d e l a c l a s e y co yun tura p o l ít ic a
11. «En Cuba. Obreros. "No quiero ciudades muertas”», art. cit.
12. Fidel Castro, «El Movimiento 26 de Julio», Bohemia (1 ju
nio 1956), y reproducido en Fidel Castro, La Revolución Cubana, p. 109.
13. «En Cuba. Estudiantes. Cinco minutos históricos», Bohemia (25 di
ciembre 1955), pp. 64-65.
más de la solidaridad estudiantil, llegó a abarcar a otros sec
tores: en las zonas azucareras el pequeño comercio cerró las
puertas, sacerdotes ofrecieron sus iglesias como refugio a la
persecución policial (dos obreros fueron muertos, uno de ellos
a culatazos), los profesionales y, en general, la pequeña bur
guesía se adhirió solidariamente al movimiento. Un ejemplo:
en Sagua la Grande —da cuenta Bohemia— «la iglesia, la
sociedad Yacht Club, el Casino Español y el Centro de Deta
llistas fueron ocupados militarmente, debido a que las “clases
vivas” apoyaban sin reservas el movimiento».14 Se gesta en
estas acciones la unidad que tres años después —en 1958—
será instrumento decisivo para derribar la dictadura.
5) La recuperación del movimiento obrero no es extraña
a los comunistas, quienes venían trabajando clandestinamente
en la organización de los Comités pro Defensa de las Deman
das Obreras y por la Democratización de la CTC. Éstos juga
ron su rol en diversos movimientos y -—destaca Blas Roca—
«muy especialmente en la huelga azucarera de diciembre
de 1955».15 Fue ese año en que tales organizaciones realiza
ron clandestinamente un congreso nacional dándose una direc
ción a ese nivel y contando con la presencia de alrededor de
200 delegados obreros.16
6) Las direcciones sindicales mujalistas fueron desbor
dadas por los trabajadores ante quienes fue claro el acuerdo
entre los dueños del azúcar, la dictadura (que inicialmente
dictaminara en contra de la petición obrera del diferencial) y
los muj alistas, quienes —comentó Bohemia— «sentían tem
blar la tierra bajo sus pies».17
14. «En Cuba. Obreros. "No quiero ciudades muertas"», art. cit.
15. Blas Roca, op. cit., p. 31.
16. Joaquín Ordoqui, Elementos para la historia del movimiento obre
ro en Cuba, Dirección Nacional de Escuelas de Instrucción Revoluciona
ria, La Habana, 19625, pp. 37-38.
17. «En Cuba. Obreros. “No quiero ciudades muertas”», art. cit.
7) El gremio azucarero obtuvo parcialmente la satisfac
ción del rubro salarial cuya demanda le llevara a la huelga.
Ahora bien, la experiencia estaba hecha: las masas podían en
frentarse con la dictadura y ésta verse obligada a retroceder.
Andrés Valdespino, comentarista de Bohem ia, pudo entonces
valorar cómo el régimen «se encontró en una dramática encru
cijada ante la rebelión nacional del sector más importante y
numeroso del país. Para un gobierno cuya legitimidad se dis
cute a diario y cuya impopularidad nadie discute, las persoéc-
tivas de una huelga general no eran cosa de juego».18
18. Andrés Valdespino, «Más allá del diferencial», Bohemia (22 ene
ro 1956).
tares, con cuya captura se esperaba cortar las comunicaciones
y obtener las armas por sorpresa a fin de repartirlas de inme
diato entre los civiles. Puede argumentarse que no estaban
aún creadas las condiciones para emprender la tarea, pero la
operación militar no marginaba las masas, sino que contaba
con ellas como su fundamento. En este punto se diferenciaba
la empresa encabezada por Fidel Castro de una concepción
conspirativa, la cual ya se había hecho presente en el escenario
de la oposición antidictatorial y sería reiterada después por
distintos grupos insurrectivos.
Tampoco la elección del punto para iniciar la acción -—que
en definitiva debía extenderse a toda la isla— quedó librada
al azar. En oriente, como réplica al occidente burocrático-mili-
tar, se había creado un polo productivo-demográfico de juego
institucional más libre. El centro urbano correspondía a la
capital, Santiago. Las tradiciones independentistas prestaban
marco histórico, mientras el valor estratégico estaba dado por
la distancia que se ponía respecto del cuartel Columbia de La
Habana y la presencia en Oriente de los desplazamientos mili
tares citados, los cuales se procuraba copar de entrada. Ya en
ese primer paso la operación falló. Ninguno de los dos cuarte
les cayó en manos de los atacantes. No obstante, la repercu
sión política fue de primer orden. Comenzó así a darse res
puesta a las cuestiones que la hora planteaba:
20. «Año nuevo. Las madres cubanas. En Cuba», Bohemia (13 ene
ro 1957), p. 72; Hugh Thomas, op. cit., p. 912.
21. Carlos M. Castañeda, «El embajador en Santiago (31 de julio
de 1957). Tal cual se produjo el sonado incidente ocurrido la víspera de
la imposición de la censura de prensa», Bohemia (2 febrero 1958), pá
ginas 64-66.
Santiago, 1-5 d e agosto. Vestido con el uniforme color
verde olivo de comandante guerrillero, es sepultado Frank
País junto a su compañero Raúl Pujol. Un cortejo que ocupa
catorce cuadras acompaña los féretros. Desde el mediodía del
día primero los comercios mantienen cerradas sus puertas.
A los soldados que intiman la reapertura —^reporta B ohe
mia— «igual contestación: el portazo en las mismas narices».
Ese día -—relata Vilma Espín, militante del 26 d e Julio—
«ocurrieron cosas insólitas: al paso del cortejo un oficial de
la Marina de Guerra que estaba junto a un jeep se cuadró y
saludó militarmente. Cerca del cementerio había un carro
(automóvil) microonda patrullero del ejército. Cuando vie
ron la multitud que avanzaba [ . . . ] huyeron a todo correr».
En el cementerio la bandera cubana fue puesta a media asta
y la bicolor del 26 d e Julio colocada en el mausoleo inde-
pendentista. Comienza la huelga general. Choques armados.
Patrullas militares, rompiendo puertas y vidrieras, intentan
en vano forzar la reapertura. «El hijo del conocido industrial
“Pepín” Bosch —informa Bohemia— fue conducido al cuar
tel Moneada, como rehén, para garantizar el funcionamiento
de las fábricas de Hatuey y Bacardí.» La huelga general se ex
tiende por la isla, en particular a las provincias de Oriente,
Camagüey y Las Villas. La Habana no se pliega a la huelga.
Las garantías constitucionales (formalmente vigentes) son sus
pendidas y es establecida la censura de prensa a fin de evitar
que el gobierno —reconocerán luego portavoces oficiales—
«se hubiera desplomado en la primera semana de agosto» (cit.
Humanismo). Por su parte, el periodista norteamericano Jules
Dubois comentó: « [ l a agitación y la huelga general] amena
zaron su caída». Y Ernesto Guevara: «marcó un viraje en
toda la estructura del movimiento revolucionario [ . . . ] Este
fenómeno popular sirvió para que nos diésemos cuenta que
era necesario incorporar a la lucha por la liberación de Cuba
el factor social de los trabajadores».22 Intentando nuevas con
clusiones:
22. «La muerte de Frank País (30 de julio de 1957)», Bohemia (2 fe
brero 1958), pp. 60-62; Vilma Espín, «Vilma evoca a Frank País», Revo
lución, La Habana (1 diciembre 1963); «Un reportaje especial dé En
Cuba», Bohemia (18-25 enero .1959), p. 5; Ildegar Pérez-Segnini, «Análisis
del informe de Jules Dubois sobre la situación de la prensa en Cuba»,
p. 87; Jules Dubois, «La situación de lá prensa en Cuba» (informe a la
Sociedad Interamericana de Prensa, New York, 9 de septiembre de 1957),
Humanismo, México, VI, n.° 7. (enero-febrero 1958), p. 67; Ernesto Che
Guevara, «Proyecciones sociales del Ejército Rebelde», en Obras, 1957-
1967, Casa de las Américas, La Habana, 1970, t. II, pp. 13-14.
de] mismo proceso: la creación de condiciones subjetivas re
volucionarias. Pero hablábamos de una doble faz, dentro de
su carácter de dominante espontaneidad. En efecto, por el
otro lado, virtualmente sin conducción, el movimiento se ago
taba luego de días de resistencia sin que la caída de la dicta
dura fuera propuesta claramente como objetivo.
3) No sólo en razón de su contenido, sino de su exten
sión, se advierte el cambio sobre la huelga de diciembre de
1955 (limitada al sector azucarero). En esta ocasión, encon
trándose ya concluida la zafra, el movimiento cubre los cen
tros poblados sobre los dos tercios del territorio del país, abar
cando parte de los n iveles prim ero, segu n d o y tercero de la
clase obrera.
4) Un rasgo ya observado se confirma y acentúa. Las
masas trabajadoras cuentan con la solidaridad a la par, inclu
so en la iniciativa, de la pequeña burguesía (que cierra sus
negocios). Y se agregan ahora sectores no azucareros de la
burguesía industrial, quienes venían manifestando su oposi
ción al régimen desde tiempo atrás; así, declarada la huelga,
presenciamos cómo el hijo de un fuerte y conocido industrial
de Santiago marcha como rehén del ejército, hasta tanto su
padre consienta en reabrir sus fábricas.
5) El descontento generalizado y la acción revoluciona
ria llegan a golpear dentro mismo de las instituciones edifi
cadas para la salvaguarda de «el orden», que en Cuba se lla
maba Fulgencio Batista. De ello dan cuenta los episodios pro
tagonizados por un oficial de marina y luego por los patrulle
ros del ejército, cuando el sepelio de Frank País.
6) Si la huelga azucarera de diciembre de 1955 amena-
zába convertirse en un peligro para el régimen, la huelga ge
neral de agosto de 1957 directamente lo constituyó. De esto
dan cuenta portavoces del propio gobierno y testimonios tan
insospechados como el del periodista norteamericano Jules
Dubois. Vale decir, los síntomas se hacían claros: por un
lado las masas pasaban a la acción, mientras por el otro lado
el régimen daba muestras de debilidad y descomposición in
terna: sus mecanismos se atascaban, las medidas represivas
no surtían efecto. En fin, la correlación de fuerzas se incli
naba contra Fulfiencio Batista.
* No se han obtenido los porcentajes de absentismo laboral correspondiente a los días de huelga.
** Como huelga general debe ser considerada a partir de su declaración el primero de enero. No obstante, el
movimiento es un hecho a medida que avanza diciembre; desde entonces se ha ido dejando de trabajar en distintas
zonas y la zafra, que debía comenzar ese mes, no lo ha hecho.
*** Evolución marcada por la suerte corrida porel régimen y la marcha del Ejército Rebelde. Mientras la
huelga se combina con la insurrección general contra la dictadura, es violenta. Producido el derrumbe batistia-
no y la ocupación militar del territorio por el Ejército Rebelde, se toma de apoyo a éste, y pacífica.
Objetivo y resultados de los tres grandes movimientos de huelga
habidos en los años cincuenta
Cuadro 3
Q u ié n e s co n vo can
3) Según el ca m p esin o:
a ) fuera propietario de la cosecha íntegra;
b ) entregara parte de ésta como pago en especie de
arrendamiento.
4) Según el campesino/.
a) realizara el mantenimiento del cafetal y la recolec
ción exclusivamente mediante su trabajo y el de su familia;
b) empleara mano de obra asalariada temporera para la
recolección.
a) m origeración, sino
b) coparticipación y
c) enmascaramiento.
9. Ibid.
10. Félix Guerra y Froilán Escobar, «Che sierra adentro», Unión, La
Éste era Crescendo Pérez. La anécdota describe a la vez
el respeto que, sin conocerlo personalmente, experimentaba
por Fidel Castro. Así, los contactos mantenidos desde hacía
tiempo habían arrojado como resultado su colaboración acti
va para el plan inicial del desembarco del Granma. Éste, en
efecto, era esperado en determinados lugares de la costa con.
camiones, gasolina y jeeps. Además, «el día tres [al día si
guiente del desembarco] por el mediodía —relata otro enton
ces rural, Guillermo García, luego comandante—, se empe
zó a hacer patrullas en la zona y a reorganizar al campesi
nado, avisándoles que si salía gente armada que había que
prestarle protección [... ] En la zona organizamos a toda la
juventud».11
La cita no pudo tener lugar como estaba previsto, pues el
ejército .batistiano sorprendió a los 82 hombres mandados por
Fidel Castro, quienes se habían visto obligados a desembar
car en otro paraje que el convenido, y los diezmó.
Pero los rurales de la sierra necesitaban de Fidel Castro.
Y dieron con él y con sus compañeros que aún quedaban en
pie de lucha, les protegieron del ejército que rastreaba toda
la zona para darles caza. No es exagerado decir que, poniendo
en riesgo sus vidas, salvaron las de aquel grupo de sobrevi
vientes del Granma —apenas más de una docena— que se
rían el embrión del Ejército Rebelde. Y bien, si las puertas
de los bohíos se abrían para recibir a aquellas gentes de la
ciudad —por un tiempo extraño injerto en las montañas—
era en función de esa alianza socio-militar de objetivos muy
precisos, cuyo garante había salido Crescendo Pérez.
Varias páginas atrás nos preguntábamos sobre el abaste
Habana, XI, n.° 1 (marzo 1972), pp. 111-112 y 127; Carlos Franqui, El
libro de los doce, Instituto del Libro, La Habana, 1967, pp. 56 y 105.
11. C. Franqui, op. cit., p, 96.
cimiento de los efectivos de Fidel Castro, sin cuyo funciona
miento inútiles resultan las victorias militares. Si el soldado
no tiene resueltos los problemas de alimentación, etc., su fin
es previsible. Pero si de guerrilleros se trata —quien debe
reclutar sus compañeros de armas en el medio donde actúa-—
está totalmente excluido procurarse la manutención entrando
a saco a los productores rurales. Debe, pues, para sobrevivir,
contar con el apoyo y auxilio de éstos.
Hemos visto la plataforma económica y social sobre la
cual se asentaba la población rural de la zona. Hasta qué pun
to le estaba vedado el progreso. Luego intentamos dar las
pautas de su proceso de autoconciencia, que reposaba sobre
esa asfixia económica y sobre una original interpenetración
clasista. De todo este panorama se infiere que en general es
taban dadas las condiciones objetivas para un tipo de lucha
prolongada. Concurría asimismo una viva tradición y gimna
sia para emprender esa lucha, siempre en función de lo rei-
vindicativo, esto es, la defensa de la tierra.
Todo esto fue proporcionando un marco, y dentro suyo
se tendieron las líneas. La cuestión, sin embargo, no se agota
en estos términos. Pues hemos hablado de una alianza militar
entre rurales de la sierra y la expedición de Fidel Castro.
Y esto supone una masa de voluntarios (de uniforme para
formar filas y sin uniforme para el abastecimiento, la infor
mación sobre los pasos del enemigo, la comunicación con los
centros urbanos, la guía por terrenos difíciles e inexplorados)
dispuestos a dejar el habitual plano civil donde, en cierta
medida, las desgracias de siempre tienden a soportarse con
resignación. Pero he aquí que los males se vieron súbitamen
te agravados o, si se quiere, se daban ahora condiciones obje
tivas en particular.
¿De qué se trataba? De una ola de desalojos rurales ins
tados por los latifundistas del café y operados por la mano del
ejército de Ja dictadura, mediante asesinatos en masa de
pequeños campesinos. Ni los desalojos ni el crimen eran extra
ños en la sierra, recuérdense las declaraciones del coronel Pe
dro A. Barrera Pérez. Pero ahora todo subía de grado. No
se trataba de casos individuales, sino de una ola abarcando
decenas y decenas de familas. Tampoco se trataba de un cri
men aislado, sino de asesinatos en masa. Y no bastaba la
mano de los mayorales, se recurría ahora al ejército, aprove
chando su presencia en la sierra. Pues el pretexto lo brindaba
la expedición del Granma.
Pero reintegremos la palabra al oficial de la dictadura.
«Cuando el grupo comandado por Fidel Castro era buscado
en la sierra —continúa la narración— , en la que se habían
dispersado después del ataque de "La Alegría del Pío”, al
gunos de los terratenientes se pusieron de acuerdo con deter
minados oficiales designados para la búsqueda y captura de
los invasores fugitivos, a fin de darle un matiz político a la
antigua cuestión planteada y obligar a los propietarios a aban
donar las tierras que ocupaban, bajo la acusación de estar en
connivencia con Fidel Castro.
»Uno de aquellos oficiales destacados en la región, irres
ponsablemente, hizo una incursión por una zona conocida por
“Palma Mocha”, en la que había alrededor de cuarenta fami
lias precaristas —prosigue el relato— y procedió a quemar las
casas y matar a los cabezas de familia que pudo capturar, con
el pretexto de que estaban cooperando con los expediciona
rios; Los supervivientes de esa masacre, en su mayoría muje
res y niños, se refugiaron en dos ranchos miserables en las
cercanías de la playa de “Chivirico”. Éste y otros hechos por
el estilo propició que los líderes precaristas de la sierra toma
ran el acuerdo de entrevistarse con Fidel Castro para brindar
le apoyo, a cambio de que los ayudara a vengarse de aquellos
abusos.
»Fue así como localizaron al grupo disperso —-agrega la
narración— y lo condujeron a la loma llamada “Caracas ,
donde después de varias reuniones llegaron a ponerse de
acuerdo. Surgía de esta manera una nueva fuerza, con el res
paldo de hombres que conocían palmo a palmo el complicado
escenario montañoso.» 12
Hasta aquí el coronel del régimen, jefe de operaciones
militares. Permítasenos ahora agregar, también in extenso,
el testimonio del jefe del bando revolucionario, Fidel Castro,
quien, refiriéndose a los mismos hechos, consigna: «Cuando
llegamos, por la mañana, una caravana enorme de campesinos
venía bajando de todo aquello. Eran campesinos que estaban,
como a diez kilómetros del lugar donde se había llevado a
cabo la acción [toma de un puesto militar en La Plata, Sie
rra Maestra, 17 de enero de 1957], no habían sabido nada de
lo que había pasado. Cuando nosotros les preguntamos: ¿qué
pasó? Desde luego, ya nosotros sabíamos cuál .era la causa de
aquello [ . . . ] que un tal cabo Basol había estado por el río
Palma Mocha, diciéndoles a los campesinos que se fueran de
allí, que iban a bombardear al otro día.
»Aquella patrulla ---precisa seguidamente la narración—
estaba parando en casa del mayoral de la compañía Viti; ha
bía aprovechado la presencia de la expedición que ellos ya
daban por liquidada; nadie sabía que estábamos por allí; sin
embargo, aprovecharon esa circunstancia para desalojar a los
campesinos. Ningún avión había bombardeado ni iba a bom
bardear, y era absurdo ponerse a bombardear unas lomas allí
sin más ni más. Sin embargo, a todos los campesinos, por
todo el río de Palma Mocha hacia arriba, en la falda del Tur
quino, el cabo les había dicho que iban a bombardear al otro
día, al objeto de que los campesinos- todos abandonaran sus
casas; después iban con una patrulla, quemaban todas las
casas y desalojaban, sencillamente, a los campesinos.
15. Ibid.
16. Rubén Castillo Ramos, «¡Exclusivo! Muerto Edesio, el Rey de. la
Sierra Maestra», bohemia, XLVIII, n,° 33 (12 agosto 1956), pp. 52-54 y 87.
cluyendo la aplicación de la pena de muerte, tanto en aquellas
zonas como en la Sierra Maestra.17
Vale decir, con el correr del tiempo, en medio de las con
diciones favorables descritas y al calor de sucesivos éxitos en
encuentros militares, la autoridad de la guerrilla se fue afir
mando en 1957-1958, al punto de establecer áreas de su ex
clusivo gobierno. Naturalmente, esta situación preocupó al
régimen, el cual se dio a intensificar la represión. Consciente
de que los efectivos de Fidel Castro se sostenían gracias al
apoyo prestado por la población rural, fue contra ésta que
la dictadura ensayó sus golpes.
¿Y cuál es el mayor castigo que puede abatirse contra un
campesino? Quitarle de las tierras donde se asienta. De modo
que represión y desalojos rurales iban de la mano y, con ellos,
el aumento de la población flotante.
La represión en la sierra pasa, así, por cuatro momentos.
la sierra. Después del Uvero», Bohemia, LIV, n.° 29 (20 julio 1962),
pp. 18-21 y 111.
19. «Odisea en la sierra...», art. cit.; y los artículos siguientes de
Bohemia, XLIX, ri.° 23 (9 junio 1957): «¡Exclusivo! La marcha del
hambre frente a las Naciones Unidas», pp. 52-53 y 102; «Documentos para
la historia. Mensaje al presidente Batista d e, las Instituciones Cívicas de
Santiago de Cuba», pp. 66-67 y 94; «Telegrama de las instituciones feme
ninas de Santiago de Cuba al presidente de la República», p. 67; «Res
paldo del Comité Conjunto de Instituciones Cubanas», p. 67; «Respuesta
del Dr. Santiago Rey, ministro de Gobernación, a las instituciones de
Oriente», p. 67.
20. Ernesto Che Guevara, «Guerra y población campesina», en Obras,
t. I, pp. 158-159.
nando hasta constituir un cuerpo armado que alcanzará unos
300 efectivos para mediados de 1958, y será conocido como
Ejército Rebelde. La represión entrará entonces en un nuevo
momento: el régimen no buscará ya imponer el terror entre
la población rural, sino un enfrentamiento decisivo con el
Ejército Rebelde. Éste tendrá lugar en el lapso 25 de mayo-
6 de agosto de 1958, teniendo como resultado la derrota de
las tropas de la dictadura.
colonia 1895
segunda guerra
de independencia
1898
luchas de
1902 LIBERACIÓN liberación
nacional
1902 an tes de la
toma del poder
1933
gobierno
república nacionalista
semicolonial de izquierda
1934
N ACIO N AL 1952
lucha antibatistiana
1959 1959 1959
1959 1959
tareas de
liberación
república
nacional
democrática d esp ués de la
toma del poder
1960 1960
1960
república
socialista
C uadro 5
C uadro 6
4. Aparte del citado caso d e' Las Maboas, según relatara Bohemia
(1958), ver para provincia de. Oriente: «Geoíagia. Presos 135 campesinos.
En cuanto a las acciones militares, ocupa el primer plano
el Ejército Rebelde en las montañas de Oriente. No son, sin
embargo, las únicas. La base naval de Cienfuegos se subleva
en operación coordinada de militares y civiles, sin prosperar,
pero concurriendo igualmente al desgaste del régimen por hos
tigamiento.
Un país, su pueblo —clase obrera, masas rurales, pe
queña burguesía, como sectores sociales más representativos
por su caudal— va separando de su seno, como si se tratara
de un cuerpo extraño y nocivo, a los institutos represivos del
régimen. Hostigadas permanentemente por un conjunto de
acciones militares y cívicas, rodeadas por un clima general
de repudio, las tropas batistianas llegan finalmente a la sie
rra si no vencidas, debilitadas. Van a librar su ofensiva de
mayo-agosto de 1958 en curiosa posición: a la defensiva. Allí
han sido colocadas. Si son 10.000 que cercan a 300, no es
menos cierto que 6.000.000 cercan a su vez a los 10.000: el
país está contra el régimen. Cada soldado batistiano acaba por
sentirse como el integrante de un ejército de ocupación. Y ese
estado de cosas afloja su brazo al punto de hacerle bajar el
arma antes de decidirse a jugar su vida.
Otro es el panorama en el bando rebelde, donde se está
dispuesto a morir. Falta la moral elemental del soldado en el
bando batistiano, salvo en algún cuerpo que mantiene el es
píritu de profesionalidad, como la tropa al mando del co
mandante José Quevedo. Es ilustrativo recordar el episodio,
que enmarca el atascamiento definitivo de la ofensiva guber
namental de mayo-agosto de 1958. Terminará esta tropa por
5. José Miró Cardona será ungido como primer ministro del gobierno
surgido en enero de 1959, luego del triunfo del Ejército Rebelde. Perma
necerá en el cargo poco más de un mes, siendo reemplazado .por Fidel
Castro. José Miró Cardona, como la mayoría de los firmantes del Pacto de
Caracas, se exiliará luego en los Estados Unidos. Dos años después, en
abril de 1961, aparecerá como cabeza civil de la fracasada expedición de
Bahía de Cochinos, sin llegar a desembarcar en Cuba.
CONCLUSIONES
núcleos
radicalizados 1953
pequeña X
burguesía grueso de 1958
la clase
de la sierra
en oriente 1956-58
masas
X
rurales
a nivel 1958
nacional
núcleos en oriente
1957
no azucareros
X
de la a nivel
1958
burguesía nacional
hacendados
individual desde 1952
burguesía
mente X
azucarera
1958
en bloque *
I n t r o d u c c i ó n ............................................................................. .. ..7
1. La burguesía a z u c a r e r a ............................................21
Siglo x ix : La expansión azucarera para la apertura
r e p u b lic a n a ............................................................22
Caracterización de fuentes . . . . . . 35
Siglo xx: La restricción azucarera para el epílogo
re p u b lic a n o ............................................................37
2. La clase obrera . . . . . . . . 65
La estructura de c l a s e ...........................................73
Accionar de la clase y coyuntura política . . . 76
C o n c lu s i o n e s .................................................................... 139