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90. Los que se permiten convertirse en esclavos de un apetito glotón, a menudo van más allá, y
se rebajan a sí mismos complaciendo sus pasiones corruptas, que han sido excitadas por la
intemperancia en el comer y el beber. Dan rienda suelta a sus bajas pasiones, hasta que la
salud y el intelecto sufren grandemente. Las facultades de raciocinio resultan destruidas en
gran medida por los malos hábitos.—Spiritual Gifts 4:131 (1864).
92. Que nadie que profesa piedad considere con indiferencia la salud del cuerpo y se haga la
ilusión de que la intemperancia no es pecado, y que no afectará su espiritualidad. Existe una
estrecha simpatía entre la naturaleza física y la espiritual. La norma de virtud resulta elevada o
degradada por los hábitos físicos. El comer en exceso de la mejor clase de alimentos producirá
una condición mórbida en los sentimientos morales. Y si el alimento no es el más saludable, los
efectos serán aún más perjudiciales. Cualquier hábito que no promueva una acción saludable
en el organismo humano, degrada las facultades más elevadas y más nobles. Los hábitos
erróneos en el comer y beber conducen a yerros en el pensamiento y la acción. La
complacencia del apetito fortalece las propensiones animales, dándoles el predominio sobre
las facultades de la mente y el espíritu.
[74] “Os ruego... que os abstengáis de los deseos carnales que batallan contra el alma” (1
Pedro 2:11), es el lenguaje que usa el apóstol Pedro. Muchos consideran esta advertencia
aplicable sólo a la licencia; pero tiene un sentido más amplio. Nos guarda contra toda
complacencia perjudicial del apetito o la pasión. Es una advertencia de las más fuertes contra
el uso de estimulantes y narcóticos tales como el té, el café, el tabaco, el alcohol y la morfina.
Estas complacencias pueden bien ser clasificadas entre la concupiscencia que ejerce una
influencia perniciosa sobre el carácter moral.
Cuanto más temprano en la vida se formen estos hábitos perjudiciales, más firmemente
tomarán posesión de la víctima convirtiéndola en un esclavo de la concupiscencia, y más
ciertamente rebajarán la norma de espiritualidad.—The Review and Herald, 25 de enero de
1881.