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1.

ANTECEDENTES

Naciones Unidas (Banco Mundial, 2018) afirma que, la población urbana mundial se ha duplicado
en los últimos 70 años, alcanzando en 2018 el 54% y esperando que para el año 2050 llegue al
66%. La región de América Latina y el Caribe no ha sido ajena a estos procesos de urbanización,
con una población urbana que en la actualidad representa aproximadamente el 80% de la
población total, número que para el año 2050 se espera que aumente al 89%. En este contexto, la
Nueva Agenda Urbana, ratificada por los estados en 2016, sostiene que: “ha llegado al momento
decisivo en el que entendemos que las ciudades pueden ser fuente de soluciones a los problemas
a que se enfrenta nuestro mundo en la actualidad, y no una causa.” (Naciones Unidas, 2017, p.8)
en donde, “si está bien planificada y bien gestionada, la urbanización puede ser un instrumento
poderoso para lograr el desarrollo sostenible, tanto en los países en desarrollo como en los países
desarrollados.” (ídem. p,8). Y en dicho sentido, se reconocen la desigualdad y la insostenibilidad
como los grandes retos a abordar.

Tanto en el pasado como en la actualidad, las ciudades han supuesto una oportunidad en términos
de acceso al trabajo, estudio, servicios y desarrollo social, etc., lo que las ha convertido en un lugar
de atracción que ha propiciado desplazamientos masivos de las zonas rurales a las urbanas. En el
caso de América Latina, al igual que en el resto del mundo, estos crecimientos urbanos han traído
oportunidades económicas (Brakarz, Greene, & Rojas, 2002), al tiempo que han generado un
importante deterioro del entorno y el incremento de la desigualdad social (ONU-Habitat, 2012) que
se convierten en un obstáculo para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible. En
Latinoamérica, actualmente el 24% de su población urbana vive en asentamientos informales con
elevados datos de déficit de vivienda, ya sea cualitativo o cuantitativo y al menos uno de cada
cuatro ciudadanos accede a la vivienda a través de procesos informales (Fernandes, 2008) .

Autores como (Brakarz et al., 2002), afirman que esto se debe a que el incremento de la población
y por tanto el de la demanda de servicios, infraestructuras, vivienda, etc., no ha estado
acompañada por una oferta asequible por parte del mercado para el conjunto de la población y ha
desbordado las capacidades de las administraciones, lo que a su vez ha dejado a las comunidades
con más bajos recursos fuera del acceso “formal” a la ciudad.

En lo que respecta a la demanda de acceso a la tierra y a la vivienda, se observa que está


afectando también a una gran parte de la población de clase media, que ha encontrado en el
mercado informal la solución a sus necesidades habitacionales que no han sido soportadas por
parte del sector público a través del mercado formal por razones diversas. Brakarz (2002), sostiene
que la oferta de empleo y de infraestructura urbana se ha quedado a la zaga del aumento
demográfico, creando una brecha que ha sido llenada por los sectores informales. Es allí cuando el
mercado informal “constituye una alternativa que provee soluciones de cobijo, aun cuando no son
siempre adecuadas, para el segmento inferior del mercado de vivienda” (p.11).

En definitiva, el desequilibrio entre el valor de mercado de bienes como la tierra, en conjunto con la
vivienda y la falta de una oferta asequible de acceso a los mismos (Harvey, 2012), hace que se
fomenten diferentes formas y alternativas de producción de espacio, acceso a bienes y servicios
urbanos básicos (N-AERUS, 2016) implicando métodos desarrollados a través de la imitación de
procesos formales (Scheinsohn & Cabrera, 2012) , convirtiéndose en el único modo de acceso
a dichos bienes para los sectores con menos recursos (Brakarz et al., 2002). En este sentido, la
denominada “informalidad” no debería ser vista como el problema sino como la solución
encontrada por una porción de la población para satisfacer sus necesidades habitacionales
(Bredenoord & Van Lindert, 2010).

Cada vez más autores expertos en el tema, consideran que la denominada “informalidad” va más
allá de la diferenciación entre lo “formal” y lo “informal”, entendiéndose como un fenómeno que
vincula factores económicos, sociales y de gobernanza (Herrle & Fokdal, 2011; Álvarez et al.,
2015; Alfaro et al., 2018) y que como vienen señanalándose tiende a producirse en contextos de:
fuerte crecimiento urbano (Banco Mundial, 2018) y debilidad estatal (Kreibich, 2012) . Su estudio
requiere por tanto, del análisis de las prácticas desarrolladas por los distintos actores y las
interrelaciones entre las mismas. Herrle & Fokdal (2011, p. 6) plantean la necesidad de que se
analicen a partir de “las relaciones de poder y los juegos de poder entre diversos actores urbanos
que definen y redefinen constantemente las fronteras borrosas entre lo aceptable y lo no aceptable,
lo legal y lo «no tan legal»”. En este sentido el trabajo de Alfaro et al., (2018) muestra como las
iniciativas con capacidad de producir cambios estructurales son aquellas en las que las prácticas
denominadas “informales”, logran precisamente contar con el reconocimiento y el apoyo de las
administraciones públicas y en particular de las instituciones locales, entendidas estas como
prácticas de co-producción del espacio.

Se considera que, el reconocimiento de los procesos de autoproducción del espacio por parte del
sector público contribuye a la integración de estas formas de producción del espacio en la ciudad y
permiten el acceso y la mejora de servicios e infraestructuras ya sea por parte del sector público o
del sector privado. Si bien el reconocimiento de estos asentamientos es fruto de procesos de
negociación entre los diferentes actores, considerándose como factores clave: el poder, los
recursos y la legitimidad de los distintos actores (Herrle & Fokdal, 2011), cuando el
desequilibrio de fuerzas no permite que se logre el reconocimiento de estas prácticas se ratifica la
“informalidad”, y con ella la pobreza, la desigualdad y la exclusión.

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