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En su respuesta, incluya cada uno de los siguientes puntos:

a. ¿Cuál es el argumento del paciente para relativizar la gravedad de su conducta?


b. ¿Cuál es la respuesta del terapeuta?
c. ¿Cuál es el momento de la trama en que se produce un punto de inflexión, un giro en la
apreciación respecto de la situación?
d. Describa conceptualmente las principales intervenciones del analista.
(Recuerde incluir todos los puntos en su respuesta, en articulación con las categorías U-S y P, tal
como se solicita en la consigna, para que la misma pueda ser considerada completa)

Para poder entender el dilema del fragmento partamos del Estado del Arte
del cual va a desplegarse, ya sea lo provisto por las normativas establecidas
como también, la subjetividad en cuestión a partir de la situación, y así poder
hablar sobre la posición que luego, a partir de esto toma el analista.

Según la ley de Argentina, el delito es un acto, y no un pensamiento – por


ejemplo, se puede pensar en realizar un homicidio, pero solo será un crimen
si este llegara a realizarse. Un sujeto solo responde por sus acciones.

De acuerdo a la teoría y fundamentos freudianos, podríamos preguntarnos


¿se puede penar a alguien por lo que son sus fantasías? Puesto que para el
padre del psicoanálisis la mayor parte de nuestra actividad psíquica
transcurre fuera de nuestro alcance (al menos directo).

Remitiendo a la escena, el paciente revela su atracción hacia menores


(incluso hacia su propia hija de 7 años) sostiene que su conducta no es algo
que debería ser penado de ninguna forma legal, dado que no comete el acto
verdadero. Entonces, ¿qué derecho se le daría al juzgarle, si es un sujeto
que se mantiene dentro de las líneas de lo que la sociedad demanda?
Incluso en un momento de la sesión, el paciente agrega: “no cometo ningún
crimen, ningún niño está involucrado. Son imágenes computarizadas”, -
haciendo referencia a los videos de pornografía infantil que compra.
Aquí entra en juego también, lo que Gabriela Salomone en su ficha
“Pornografía infantil: algunas consideraciones sobre los derechos de los
niños y la concepción de la infancia” nombra, que la sexualización de los
niños, fuera del ámbito íntimo de la fantasía, constituye una situación
abusiva y termina trastocando incluso la propia representación de la infancia.
En lo que respecta dentro de la serie, el analista le comenta que la
sexualización de los niños ya sean en historietas o dibujos es un delito tanto
en Brasil, como en otros países. A partir de esto, también es que el paciente
agrega nuevamente: “¿por qué sería un crimen si no hay niños?”. En este
momento entra en juego a partir de la respuesta que le da el analista, el
pudor inculcado por la moral judeo-cristiana, ya que agrega “en una
sociedad cristiana como la nuestra, la intención es pecado hasta sin el acto”
; y esto no se escapa de esta sesión, ya que el analista luego le dice “tal vez
no sea un crimen, pero es pecado”, a lo cual su paciente responde que a
pesar de no ser creyente, coincide con eso – se siente culpable, y debe ser
castigado, entrando en juego el Universal de sentimiento de culpa del que
hablaba Freud en su texto antropológico “Totem y Tabú”.
No se puede omitir en esta escena el planteamiento que Freud hace (muy
prominente en “Psicología de las Masas y Análisis del Yo”, y “Tótem y Tabú”)
sobre aquella naturaleza salvaje que azota al interior del espíritu humano. La
sociedad es – dice Freud, probablemente prestándose de propuestas
kantianas – aquello en donde se inhibe el lado primitivo; para que esta
funcione, uno debe renunciar a libertades individuales, fijadas en el Ello. Por
eso es que ningún analista aquel que sigue la teoría freudiana, ha de
sorprenderse ante la confesión de este paciente, quien se considera alguien
punible por las personas con los que comparte su día a día. Pero más fuerte
es el deseo de evitar una confrontación relacionada a estos impulsos no
aceptados por los demás – no por casualidad revela a su analista, ya dos
años después del comienzo del tratamiento, el verdadero motivo por el cual
decidió ir a verle.

El analista responde ante su pedido de librarse de estos pensamientos


controversiales que será imposible; aunque por medio del tratamiento ha de
llegar a aceptarlas y respetarlas, dado que solo así sea más probable de
controlarlas – de la misma forma que el neurótico es constantemente afligido
por un malestar, la aceptación del problema como algo existente es lo que
lleva a aquello coloquialmente considerado como “cura”. Es así que el
analista le comenta “mientras más acepte y respete sus fantasías, más
podrá controlarlas”.

Otro componente vital para este análisis es la recurrente mención del


término “monstruo”. El paciente reiteradas veces es hostigado por su vecino,
quien amenaza con delatarle ante todos los del edificio. El paciente le
implora al analista que le acompañe en el cumpleaños de su hija, explicando
que en su presencia él se siente más capaz de controlar sus impulsos,
entrando en juego un efecto de la transferencia. Subsecuentemente, el
analista acepta esta propuesta –seguramente como intervención
psicoanalítica, y tal responsabilidad profesional que compele esta decisión; y
es durante esta fiesta que se dejan en descubierto valores morales:
Si bien ambas son esferas distintas en lo que ha cualidades psíquicas
respecta, su vecino (quien lo juzga) resulta ser alguien tan perturbado como
aquel al que apunta con el dedo. Y es que su condición es justamente lo que
le lleva a mirar juiciosamente al otro que erra. Este vecino termina teniendo
un encuentro con el psicoanalista. Eventualmente, por medio de la plática,
llega a ver que encuentra un goce en la posición de poder, algo enraizado
desde sus fantasías sexuales. De particular curiosidad es el momento en el
que llega a susurrarle al psicoanalista una de sus fantasías, sabiendo
perfectamente que no hay nadie más en la sala que pueda oír su confesión,
justificándose al decir que siente vergüenza. Esto proporciona una marca de
que tan grande es la imposición moral del sujeto – cuan ligado al Universal
está. En una de las últimas escenas, se ve que ha comenzado a ver a su
vecino (aquel que consumía pornografía infantil) como un alma tan afligida
como él – cuando se le cruza en el ascensor no lo mira desdeñosamente
como antes lo hacía, sino que incluso le deja pasar primero como gesto
cortés, es una muestra que el Universal ya no rige como mandatario
absoluto; al verse a sí mismo, como el “monstruo” que al parecer él también
es.

Viéndolo desde el primer paciente de la escena, lo Universal que aquí se


encuentra es la prohibición del acto sexual con niños, una herencia de la
ideología judeo-cristiana que ha servido como cimiento de la mayor parte de
la cultura occidental. El Particular que se subyace de allí es la penalización
por parte de la ley de alguien que efectúa tal ofensa. Tanto el paciente como
el analista son regidos por este Universal; pero donde difieren es en su
decodificación – la forma que toma en cada uno. He aquí el aspecto de lo
Singular: cuando el afligido se angustia, llegando hasta forcejear con su
culpa al decir que la ley no pena esto, se ve el accionar de su Singular. Y el
analista no lo ve inmediatamente como el monstruo que él cree que es, sino
que opta por la simpatía y la razón, entendiendo que el hombre no ha
cometido ningún delito aún y por ende solo es culpable ante su Singular. La
propuesta del analista es trabajar sobre y desde esa noción Singular para
aliviar su angustia y poder controlar aquellos impulsos.

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