Vous êtes sur la page 1sur 8

“Una teoría con campesinos: los despojados del nuevo imperialismo”

Blanca Rubio
Siria Belén Torres Ruiz

El neoliberalismo provocó la pérdida de la fuerza campesina. Más allá de su productividad y


su despolitización, también se encuentra marginalizado de las teorías sociales, aunado a la
actitud peyorativa que adopta el Estado. Asumirse como productor es un acto de rebeldía,
significa “erigirse contra el poder”.

Se ha desvanecido en el aire el concepto de campesino, ahora se les tipifica como


pobres, indígenas, mujeres o jóvenes rurales. Las teorías rurales “le echan limón a la herida”,
pues parece que también los han excluido de los análisis del medio rural, negándoseles su
condición de productores sin que se les muestre otro camino para transitar. Los programas
de desarrollo rural apuntalan a las mujeres, el ataque a la pobreza y de apoyo indígena, es
una suerte de complot en contra del concepto de campesino. Pero ellos siguen demostrando
que, pese a los embates, continúan luchando por recuperar un lugar dentro del sistema.

Existe una visión general que explica la exclusión del campesinado a raíz de su baja
productividad. En la era globalizadora, de libre competencia, quedan frente a una dinámica
desgarradora de mercados mundiales que despedazan a las unidades productivas y sus
marginales cosechas. De acuerdo con la autora, el problema no se queda allí, pues sus
causales no son superfluas, sino estructurales: el despojo del valor producido por los
campesinos. Es la danza de los explotados a los despojados.

En la etapa de la postguerra, los campesinos y los obreros constituían grupos


funcionales al sistema, pues conformaban un mercado interno de mercancías, además de que
la correlación de fuerzas era favorable a las clases subalternas. Los campesinos eran una clase
constituyente del sistema, se reproducían en él, y ellos mismos reproducían al sistema. En
este periodo el trabajo obrero (cuya explotación consistía en aumentar el trabajo
excedentario) demandaba productos baratos para su consumo, lo que redundaba en el
abaratamiento de sus salarios.
Los campesinos contribuían de la misma forma con el proceso de depreciación, pues
lanzaban al mercado productos desvalorizados. Observamos pues que la reproducción del
gran capital se basaba en el abaratamiento de los salarios obreros, que a su vez necesitaban
productos baratos para su propia reproducción. Esta situación articulaba la producción
agrícola al proporcionar productos básicos abaratados a través del manejo de los precios
agropecuarios, controlados por el Estado; de esta forma podemos apreciar el círculo del
capital, de la explotación de los obreros a la explotación campesina como una sólida base
que sostenía la industrialización.

Los precios de los bienes alimentarios pagaban los costos de producción y el valor de
la fuerza de trabajo de la producción, pero no el excedente producido por los campesinos.
Así como el trabajo excedentario es absorbido en favor del capitalismo, la cosecha
excedentaria pasaba a engrosar también al gran capital.

El neoliberalismo descolocó a los pequeños y medianos sectores industriales y


agrícolas, se incentivó la producción de exportación y la expansión de las empresas
transnacionales. El despojo va a ser un concepto fundamental en esta nueva fase
subyugadora, pues justamente es concebida como una forma de dominio y competencia. De
acuerdo con Rubio, hay factores que conllevan a la ruptura de la ley de valor: dificultades
para generar plusvalía, correlación desfavorable para las clases subalternas que las
inmovilizó frente a la voracidad de la producción y despojo intensivo, la derrota de los
sindicatos, la asunción de las dictaduras militares en América Latina, la retracción de los
movimientos que exigían el acceso a la tierra y la pérdida de la utopía socialista. En fin, una
mezcla de desafortunados eventos que agravaron la condición de la clase trabajadora.

La autora recupera el pensamiento de Harvey, del nuevo imperialismo y la


acumulación por despojo. Esto fue tangible con la transferencia de la riqueza de los países
periféricos a los centrales, vía la reestructuración de las deudas externas en la década de los
años ochenta. La nueva división del trabajo colaboró en el proceso de acumulación por
desposesión debido al cambio en la producción industrial y el libre mercado, además de la
transnacionalización de maquiladoras a países dependientes, buscando zonas de salarios
bajos.
La exclusión generada por la fragmentación del capital productivo redundó en la
formación de migrantes, convertidos en mano de obra barata. Desde esta perspectiva, el
capitalismo ya no necesitó del abaratamiento de productos, pues se dieron otras formas de
expropiación: el traslado industrial a países subdesarrollados y el empleo de los migrantes
“ilegales” recientemente llegados.

Rubio explica que estamos frente a una dinámica que más allá de la explotación,
deviene en el despojo del valor de la fuerza de trabajo. Los alimentos ahora ya no constituyen
la forma de aumentar la ganancia, puesto que han cobrado un rol más estratégico de poder
político y hegemonía. La lucha por la supremacía obligó a la depreciación de los alimentos
para que fueran competitivos en el mercado y así dominar este ámbito económico. Ya no se
trataba pues de bajar salarios, se trataba de un enfrentamiento voraz cuyo objetivo era
penetrar/dominar mercados nacionales, y cuyo efecto colateral fue la
destrucción/desestructuración/doblegamiento de los “productores rivales”.

La industria agroalimentaria cobró vigencia y poderío debido a la industrialización de


los productos básicos; éstos compraban la materia prima barata (ceñidos a los “precios
internacionales”) y una vez procesados, el producto final se vendía mucho más caro. Además,
estos establecimientos eran los principales consumidores de la exportación cerealera
estadounidense, a precios de dumping, con lo que su ganancia se maximizaba.

El abaratamiento de los productos básicos ha obedecido al incremento en la


productividad debido a las revoluciones tecnológicas en los países subdesarrollados. La renta
de la tierra neutraliza la depreciación de las materias primas a través de la renta diferencial.
En este sentido, Rubio afirma que la desaparición de la renta de la tierra en los países
desarrollados es patente por efectos de los precios dumping, que elimina el sobrepago en la
producción de terrenos de baja calidad.

Bajo esta operatividad, se quiebran las agriculturas de los países subdesarrollados,


carentes de tecnologías y subsidios, no así el de los competidores fuertes de Estados Unidos,
como Japón y la Unión Europea, que han creado políticas proteccionistas de sus regímenes
agrícolas. La exportación de los excedentes agrícolas de Estados Unidos a los países
latinoamericanos es una forma de total dominio y de “arrodillarnos frente al imperio”, pues
fueron condenados los granos básicos y ponderados los cultivos de exportación, siendo esto
determinante de nuestra dependencia alimentaria.

Por otro lado, el sistema de precios internacionales (definido por el circulante


cerealero estadounidense) tiene un impacto brutal en las economías campesinas
subdesarrolladas, puesto que son precios artificiales fuertemente subsidiados por sus propios
contribuyentes. Las economías periféricas se ven forzadas a vender su producto por debajo
del costo de producción, sin que sean beneficiarios de subvenciones que le compensen la
variabilidad de precios. Esta es una forma palpable de despojo, de trabajo necesario y
excedentario, además del valor de la fuerza de trabajo, lo cual los conduce irremediablemente
a la exclusión, pues la agricultura tradicional, con sus ciclos reproductivos, se vuelve
imposible.

El capital agroindustrial no se ve sometido a condicionantes productivas


tradicionales, toda vez que llega a sustituir esa producción por la exportada de los países
desarrollados. Nuevamente aparece en escena la exclusión, los campesinos marginales como
sobrantes, ineficientes y disfuncionales. Este sistema excluye a los campesinos “no
competitivos”, incluso de los propios Estado centrales, pues los despoja hasta de su función
primordial que es la producción de bienes básicos para el consumo.

Ser productor se manifiesta ahora como un acto revolucionario. La producción de


bienes básicos se constituyó un monopolio, en un privilegio de “un puñado de ricachos” de
los países industrializados. Los campesinos son arrojados sin dárseles ni una sola opción de
trabajo o jubilación; la única vía es la conformación de las filas trashumantes temporeras o
permanentes.

Como cereza del pastel, las teorías rurales refuerzan (antes que critican) el sistema.
No parten de la condición histórica del campesino, sino que urgen a retomar su condición de
marginales y su inviabilidad como productores. No se cuestionan las contradicciones
inmanentes del sistema, el dominio de la industria sobre la agricultura ni las causas
estructurales que soportan dicha dominación.

En este rubro se encuentran la Nueva Ruralidad, el Desarrollo Territorial Sustentable


y el Neoinstitucionalismo, quienes apelan a la pluriactividad y al combate a la pobreza.
Dentro de estos paradigmas y conforme con la autora, son dos los caminos por los que
transitan los movimientos campesinos: quienes pugnan por el carácter de productores y
quienes defienden la multifuncionalidad. Vía Campesina, la Coordinadora Latinoamericana
de Organizaciones Campesinas (CLOC), El Campo no Aguanta Más y el Movimiento de los
Indígenas Ecuatorianos contra el TLC se inscriben en el primer grupo; mientras que algunas
tendencias de la FAO y de la Nueva Política Agrícola Común (PAC) de la Unión Europea,
así como las teorías posmodernas mencionadas con anterioridad apelan a la pluriactividad
campesina.

Rubio destaca que estas visiones carecen de límites definidos, puesto que las propias
organizaciones los sobreponen en una especie de eclecticismo que desconfigura las
proposiciones originales; las dos visiones aquí referidas no son complementarias, sino
contradictorias, como señala la autora, de modo tal que suponerse plurifuncionales implica
dejar de cultivar y dedicarse a actividades no agrícolas, además de que es una opción paliativa
que no resuelve el problema de fondo, igualmente es un planteamiento retomado desde las
formas de sobrevivencia propias del campesinado, de su naturaleza y diversificación, pero
que constituiría, a la larga, en el abandono progresivo de la agricultura. Desde el punto de
vista de la autora, se trata de asumirlos como productores de bienes básicos, denunciando a
su paso la explotación y el despojo al que son sometidos por la agroindustria y las potencias
económicas con sus políticas de establecimiento de precios y subsidios, además de evidenciar
ante los ojos ciegos la pérdida de la soberanía alimentaria y laboral. El propósito se convierte
pues en demostrar las relaciones de dominio, no de ocultarlas o proponer soluciones
intermedias.

Y es que el reto es mayúsculo, pues es “una lucha de corte mundial” de los excluidos
contra el poder agroalimentario. En este orden, Rubio indica la necesidad de la existencia de
una teoría transformadora con visiones causales, que expliquen los orígenes de la explotación
y la exclusión, que nos permita identificar quiénes son los beneficiarios con dicho régimen
de acumulación y reconocer así a los enemigos a atacar y vencer.

Si la teoría se ha desprovisto de campesinos, se ha desvinculado del movimiento, ello


no quiere decir que la condición contestataria del campesinado también haya desaparecido.
Por el contrario, entre más soslayados, más empecinados en recuperar su rol productivo. Para
terminar, me parece que la autora nos plantea una visión crítica de los mecanismos en que
opera el capital global en el régimen de acumulación partiendo desde la etapa de la
postguerra. Asimismo, nos explica el proceso de la exclusión campesina y la lucha de éstos
por su reinserción en una sociedad que los tacha y los relega. ¿Y el papel de la teoría? Pues
parece adormecida, acorde a las dinámicas generadas por el neoliberalismo y la
globalización, quita además el valor de la fuerza de trabajo, la condición política del
campesino y su arrojo por la lucha de sus derechos esenciales: la producción. Entonces aquí
se hace evidente el título del artículo, superando las teorías sin campesinos, nos propone la
construcción de una teoría que los incluya, no como sobrantes, sino como una fuerza
revolucionaria capaz de transformar su status, aún cuando lleve en la espalda el estigma del
eterno perdedor.

“De la renta de la tierra a la renta de la vida: comentario a El capital en su laberinto”


Blanca Rubio

La autora comienza explicando que el texto de Bartra es un compilado de artículos publicados


entre los años setenta y ochenta, enfocado en temáticas puntuales como las clases en el
campo, el campesinado como clase política, la renta de la tierra, la migración, la renta de la
vida, la explotación del trabajo campesino por el capital, entre otros, desde una visión crítica.
Se descubre en él un debate con teóricos estructuralistas como Philippe Rey, Michel
Gutelman y Roger Bartra, en el cual los desmantela proporcionando siempre propuestas
políticas de acción campesina. Desde la visión estructuralista, los campesinos era un grupo
heredado de formas precapitalistas, orillados a convertirse en proletarios para constituirse
completamente revolucionarios. Por su parte, Rubio señala que Armando Bartra argumentaba
que el campesinado era constituido por el capital, pero que aquel también era constituyente
de éste, por lo que al no ser absorbidos como proletarios, como obreros industriales por la
incapacidad del gran capital, la lucha de ellos se orientaba contra la descampesinización, lo
que implicaba necesariamente su carácter revolucionario y contestatario.
El eje de ataque de Bartra va a estar asociado al pensamiento estructuralista a lo largo
del texto. Criticó la Teoría del Intercambio Desigual debido a que condenaba a las
organizaciones a asumir una actitud gerencial, eliminando a los productores deficientes o a
aplicar la escala asociativa, ponderando la inclusión de la mayoría de los productores y
apoyándose en estrategias de diversificación.
Del mismo modo en que se señalan los trabajos estructuralistas y sus deficiencias, se
generó un debate en torno al texto de Explotados y excluidos… cuya autoría corresponde a
Blanca Rubio. La crítica de Bartra gira en torno a que los conceptos empleados por Rubio (la
explotación del trabajo campesino por el capital y la renta de la tierra) ya no correspondían a
la realidad rural de ese momento.
La autora reconoce que es necesaria la reinterpretación de las condiciones de los
campesinos actuales en contraste con los que vivían en los años ochenta, pero sigue
considerando a la dominación, la subordinación y la explotación como base explicativa para
comprender el status quo. Rubio difiere en la afirmación de Bartra, en que el desarrollo
tecnológico y la alta productividad hayan provocado la exclusión campesina. Ella sostiene
que se debe aplicar desde el punto de vista de la reproducción campesina operada dentro del
capitalismo en favor de las grandes transnacionales en el contexto globalizador que acarreó
el establecimiento de precios de alimentos (artificiales), libre mercado internacional y el
dominio de Estados Unidos a través de la producción de alimentos básicos y las industrias
transnacionales agroalimentarias.
Tenemos pues que el campesino es excluido no por su atraso tecnológico, sino por la
introducción de cereales al mercado nacional a precios dumping, que les impide recuperar al
menos la inversión inicial, como quien dice, no recuperar “ni para volver a sembrar”. Esta es
una forma de despojo orquestada por la globalización, no en la forma acostumbrada en el
trabajo excedentario, sino en el trabajo necesario, lo que marca realmente su exclusión total.
La renta de la tierra queda eliminada a raíz de que los campesinos transfieren valor a
las transnacionales, además de que se genera el ejército de reserva, quienes representan un
brazo económico potente fuera de nuestras fronteras a través de la migración. De acuerdo
con Rubio, las luchas campesinas no se producen por el reconocimiento de su diversidad
social y natural. La batalla es inconada por la reivindicación productora, por la renegociación
de los tratados comerciales que les permitan su incorporación en la economía, además de que
son abanderados de la soberanía y la autosuficiencia alimentaria.
Es en esto que se debe enfocar la teoría, en la capacidad productora básica de nuestros
campesinos, como única forma de volver a la autosuficiencia y de lograr la reducción del
desempleo. Rubio finaliza explicando que, a su juicio, la forma de desenmascarar al capital
es a través de los ejes explicativos de la dominación y la explotación del trabajo campesino
por el capital, le pese a quien le pese.

Vous aimerez peut-être aussi