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TANTO AMÓ DIOS AL

MUNDO…
Junto a los canales de Babilonia
nos sentamos a llorar
con nostalgia de Sión;
en los sauces de sus orillas
colgábamos nuestras cítaras.
(Sal 137)

Padre, que miras por


igual a todos tus hijos
que viven enfrentados.
Nuestro, de todos.
Allí los que nos deportaron
nos invitaban a cantar,
nuestros opresores, a divertirlos:
«Cantadnos un cantar de Sión.» (Sal 137)

Que estás en el cielo y en la tierra,


en cada persona,
en los humildes y en los que sufren.
¡Cómo cantar un cántico
del Señor
en tierra extranjera!
Si me olvido de ti,
Jerusalén,
que se me paralice
la mano derecha.
(Sal 137)

Sea santificado tu nombre. Pero no


con el ruido de las armas,
sino con el murmullo del corazón.
Que se me pegue
la lengua al paladar
si no me acuerdo
de ti,
si no pongo a
Jerusalén
en la cumbre
de mis alegrías.
(Sal 137)

Venga a nosotros tu reino,


el reino de la paz
y el reino del amor.
Señor, toma cuentas de
los idumeos del día de
Jerusalén, cuando se
incitaban:
«Arrasadla, arrasadla
hasta el cimiento»
(Sal 137)

Hágase tu voluntad, siempre y en todo.


Que tus designios no encuentren obstáculo
en los hijos del poder.
Nuestro
pan de cada
día,
pastado de
paz, de
justicia y
de amor.

Danos, Señor, el pan de


cada día,
pues mañana, quizás, ya
sea tarde.
TANTO AMÓ DIOS AL
MUNDO…

Y perdona nuestras faltas.


No como nosotros perdonamos,
sino como Tú perdonas,
sin lugar para el odio y el rencor

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