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ATRAVESANDO BARRERAS.
MOVILIDAD SOCIO-ÉTNICA Y CULTURAL
EN HISPANO AMÉRICA,
SIGLOS XVII-XIX

Coordinadoras:

Nora Siegrist
Sandra Olivero Guidobono
Isabel Barreto Messano

SEVILLA
2016
 

Coordinadoras:
- Nora Siegrist,
- Sandra Olivero Guidobono
- Isabel Barreto Messano

Colaboran con la publicación:


- Seminario Permanente Familias y Redes Sociales: etnicidad y movilidad en
el Mundo Atlántico (Universidad de Sevilla)
- Centro Universitario de Tacuarembó
- Universidad de la República, Uruguay

Producción: Ediciones Egregius - www.egregius.es


Maquetación y diseño: Francisco Anaya Benítez

COMITÉ EDITORIAL:
- Dra. Sonia Colantonio (UNC-CONICET, Argentina)
- Dra. María Dolores Fuentes Bajo (Universidad de Cádiz, España)
- Dra. Frédérique Langue (CNRS, IHTP, París)
- Dra. María de Deus Manso (Universidade de Évora, Portugal)
- Dra. América Molina del Vilar (CIESAS, México)
- Dra. Ana María Rivera Medina (Universidad Nacional de Educación a
Distancia (UNED), España)
- Dr. Julián B. Ruiz Rivera (Universidad de Sevilla)
- Dra. Edda O. Samudio A. (Universidad de los Andes, Mérida, Venezuela)
- Dra. Mariana Zapatero (Pontificia Universidad Católica Argentina)

ISBN: 978-84-945243-0-1
ISBN: 978-9974-91-187-1

NOTA EDITORIAL:
Los trabajos han tenido el referato de dos consultores externos cada uno.
Las opiniones y contenidos de los resúmenes publicados, son de responsabilidad
exclusiva de los autores; asimismo, éstos se responsabilizarán de obtener el permiso
correspondiente para incluir material publicado en otro lugar.

UNIVERSIDAD DE SEVILLA
 
ÍNDICE

Introducción ....................................................................................... 6

Bigamia: Conducta familiar transgresora en la Audiencia


de Charcas del S. XVIII.
Clara López Beltrán .......................................................................... 15

Tiempos de revolución: amor prohibido e intrigas políticas


Ana T. Fanchin ................................................................................... 32

Situaciones étnicas, gracias al sacar y casamientos secretos


con disparidad de linaje. Virreinato del Río de la Plata
Nora Siegrist ..................................................................................... 51

Pardos y esclavos, matrimonios.


El pardo en la Caracas del siglo XVIII
María Eugenia Perfetti Holzhäuser .................................................. 79

La ciudad de Mendoza: mixtura e ilegitimidad.


Segunda mitad del Siglo XVIII
Gloria E. López ................................................................................. 98

Diferenciación social y mestizaje en Tulumba (Córdoba)


a partir de Bautismos de fines del siglo XVIII y comienzos del XIX
Claudio Küffer ................................................................................... 118

“Hasta que la muerte nos separe”, calidad, género y esclavitud


en el Buenos Aires Virreinal. Los matrimonios de “castas”
en la primera mitad del siglo XVIII  
Sandra Olivero Guidobono y Julio Dean del Junco .......................... 136
 
Algunas notas sobre los expedientes de limpieza de sangre
en la Universidad de Córdoba (s. XVIII-XIX).
Jaqueline Vassallo .............................................................................. 168

Mujer de “calidad oscura”, perjuicios y poder en


San Juan tardo colonial
Patricia N. Sánchez ............................................................................ 185

Aguardiente, viñas, moras, indígenas, griegos, italianos


y españoles. Chile, siglo XVII
Juan Guillermo Muñoz Correa ......................................................... 201

Familias y violencia entre los sexos.


Buenos Aires, 1780-1829
Guillermo O. Quinteros ................................................................... 213

Frontera, heterogeneidad étnica y mestizaje en la Banda


Oriental. Los procesos vividos desde el siglo XVI al XVIII
Isabel Barreto Messano ..................................................................... 236
Introducción

Este libro es el resultado de la colaboración y aportes de


numerosos historiadores y antropólogos que trataron a través de
sus páginas, la riqueza de la movilidad socio-étnica y cultural en
Hispanoamérica, más precisamente en lo que hoy conforman terri-
torios de Argentina, Bolivia, Chile, Uruguay, Venezuela.
Se trata de un complemento de conocimientos que esbozan
las diferentes normativas que existieron en los territorios ultrama-
rinos de España entre los siglos XVII-XIX, tratados con rigurosi-
dad académica y con un empleo y análisis exhaustivo de fuentes
documentales.
Los trabajos que aquí se presentan poseen los sellos acadé-
micos del Seminario Permanente Familia y Redes Sociales de la
Universidad de Sevilla, España y el del Centro Universitario Ta-
cuarembó de la Universidad de la República, Uruguay.
El estudio de los comportamientos sociales y familiares a
partir de las redes relacionales pone de manifiesto características
distintivas de las sociedades hispanoamericanas. Aproximarse al
complejo entretejido social ha constituido el objetivo central de
este libro donde destacados investigadores han contribuido con sus
trabajos a dibujar la compleja vida cotidiana de la Colonia ameri-
cana. Conocer y comprender el mestizaje desde un enfoque multi-
disciplinar creemos que posibilitará arrojar nuevas respuestas a
continuos interrogantes en torno a la sociedad, la familia y los
comportamientos y conductas humanos.
Pretendemos con este libro aportar nuevas ideas que permi-
tan componer una realidad social heterogénea, rica culturalmente,
compleja y dinámica, reflejo de la diversidad que conforma los
dominios españoles en América.
Clara López Beltrán, en “Bigamia: conducta familiar trans-
gresora en la Audiencia de Charcas del Siglo XVII”, nos presenta,
a través de un estudio de caso -el del mestizo Juan Pineda- el pro-
ceso judicial y social que un comportamiento tan transgresor como
la bigamia implicaba en las sociedades hispanoamericanas. La im-
plicancia del Tribunal de la Inquisición en el asunto confiere al
caso unas características dignas de ser analizadas que la Dra. López
Beltrán trata con rigurosidad académica. El hecho de ser mestizo y

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de carecer de un sistema de redes relacionales que puedan ayudarlo
en el conflicto que sostiene con la justicia colonial y religiosa, de-
terminan el fallo de la causa. Como señala la autora, el hecho de
ser denunciado, encausado y penitenciado constituye motivos más
que suficientes para valerle la proscripción social y arrastrar con la
dura carga de la deshonra familiar. Este trabajo pone de manifiesto
una conducta transgresora en términos jurídicos, religiosos y fami-
liares que se evidencia a partir de la condición y calidad étnica de
un individuo, cuya alteridad identitaria imprime una mácula en su
trayectoria de vida.
Por su parte, Ana Teresa Fanchin, en “Tiempos de revolu-
ción: amor prohibido e intrigas políticas”, analiza la injerencia de
las luchas por el poder en la esfera privada en momentos de la Re-
volución de Mayo. Bien notorio fueron las controversias entre las
facciones políticas en pugna. Al conocerse que Fernando VII había
sido hecho prisionero, tanto en Buenos Aires como en el interior
comenzaron las confrontaciones entre los sectores más importantes
de la sociedad colonial. En la región de Cuyo, los representantes
de las elites locales se dividieron entre los que se aferraban a los
principios de fidelidad al Rey -manteniéndose alineados a Córdo-
ba- y por la otra parte, los que buscando adueñarse del poder se
ligaron y estrecharon lazos con Buenos Aires. La autora investigó
un escándalo pasional en San Juan entre EL Dr. Estanislao Tello
reconocido abogado y procurador de la ciudad, el que fue denun-
ciado por amancebamiento con Gregoria Paredes. En estas cir-
cunstancias, se comentan las actuaciones del caso y se ponen al
descubierto los mecanismos y las estrategias adoptadas por las dos
fracciones ávidas de poder. En síntesis, si bien la trama se desarro-
lló aparentemente por una cuestión de amores, por detrás, existie-
ron las intrigas que otros actores efectuaron para atacar la facción
de poder que Tello representaba en las instancias de revolución y
crisis. Fanchin utilizó para su estudio el Archivo del Poder Judicial
de la Provincia de San Juan, Causas Civiles y Criminales; las digi-
talizaciones de los Mormones (www.familysearch.org.) y una bi-
bliografía concreta en torno al tema.
Nora Siegrist, en su estudio “Situaciones étnicas, gracias al
sacar y casamientos secretos con disparidad de linaje. Virreinato
del Río de la Plata”, trata sobre contenidos históricos en vincula-

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ción a diversidades étnicas, legitimaciones y solicitudes de matri-
monios en donde existieron problemas por diferencias de linaje.
Relata un caso de legitimación en Córdoba del Tucumán, durante
el siglo XVIII sobre la base de las llamadas “gracias al sacar” de
1795 cuyo material complementa otras publicaciones vigentes. En
el aporte, da cuenta de diferentes documentos en donde se alega-
ron las disposiciones establecidas en la Real Pragmática de Carlos
III de 1776 y leyes complementarias. Hace comentarios sobre las
concesiones que al mismo tiempo otorgó la Monarquía de diferen-
te tenor, a cambio de importes en dinero. Igualmente hace alusión
a un matrimonio secreto en el Arzobispado de Córdoba, Argenti-
na, realizado con notoria “desigualdad social y étnica”, de acuerdo
a la legislación de la Encíclica del Satis Vobis de 1741, promulgada
por el Papa Gregorio XIV. Ambas contribuciones se sostienen en
conocimientos históricos — genealógicos. Asimismo, en el segundo
caso en el Derecho Canónico, sostén fundamental para corroborar
la existencia de casamientos secretos, también denominados ocul-
tos o de conciencia, temática prácticamente no tratada en el perío-
do de las gobernaciones, en el Virreinato rioplatense y en los terri-
torios de Antiguo Régimen. Las fuentes consultadas provienen del
área histórica genealógica; material proveniente del Archivo Gene-
ral de la Nación de Buenos Aires, Argentina; las digitalizaciones de
las bases de datos de los Mormones (Familysearch.org.) y la desta-
cada bibliografía de teólogos y canonistas provenientes especial-
mente del Derecho Canónico.
La contribución sobre Venezuela de María Eugenia Perfetti
titulada “Pardos y esclavos, matrimonios. El pardo en la Caracas
del siglo XVIII”, nos presenta las categorías sociales de la Vene-
zuela del tiempo hispánico: el color de piel (componente étnico) y
el status socio-económico (componente socio-económica) de la
población. Dicho mestizaje se afianzó a lo largo de los siglos hispá-
nicos como ocurrió en la generalidad de los territorios de la Mo-
narquía. Para finales del siglo XVIII el término “pardos” aglutina-
ba, afirmó la autora, a los que tuvieran herencia africana: los pardos
propiamente dichos, y mulatos, morenos y zambos (y las mezclas
entre éstos, tales como cuarterón, quinterón, “salto atrás”…). Cabe
expresar que los pardos tenían una situación especial en Caracas.
Eran por lo general libres y contaban con medios económicos de

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“cierta prosperidad”. A pesar de ello, la percepción social sobre
ellos era de que el pardo era gente “inferior”, anotados inclusive en
libros parroquiales que agrupaba a los pardos y a los esclavos como
si fueran lo mismo. La indagación sobre las “gracias al sacar” en la
época, permitió conocer que los blancos o criollos —llámense auto-
ridades peninsulares y otros principales que manejaban los puestos
de la administración- recelaron de la importancia que podían al-
canzar los pardos en cuanto a riqueza y bienes personales. Por su
lado estos entendían que aquellos ponían trabas a su normal desa-
rrollo. Perfetti Holzhäuser indagó en el Archivo Arquidiocesano
de Caracas en lo que hace al período 1751-1774, aportando desde
la casuística una cantidad de datos destacables y desde el aporte
historiográfico una revisión y enriquecimiento conceptual a lo ya
existente.
Gloria E. López, en “La ciudad de Mendoza: mixtura e ile-
gitimidad. Segunda mitad del Siglo XVIII”, abarca antecedentes
sobre el ingreso de la conquista y el contacto entre los españoles e
indígenas sumado a la posterior llegada del elemento africano.
Expresa que en el transcurso de las centenas subsiguientes la inter-
relación étnica aumentó destacándose durante el dieciocho. De
hecho, como consecuencia directa de esta miscegenación hubo
casos diferentes de ilegitimidad. Con el tiempo, el aumento de esta
situación dio lugar a gran cantidad de leyes que se expidieron por
la Monarquía para evitar las mezclas de sangre; en estas circunstan-
cias, la Iglesia Católica no quedó exenta de intervención a través de
Concilios y encíclicas que tuvieron por objetivo regular la anota-
ción y noción de sus feligreses en el nuevo mundo. La autora afir-
ma que a pesar de registrarse buena cantidad de hijos ilegítimos en
el XVIII, las cifras no llegaron a ser muy destacadas. Cabe destacar
que si bien la sociedad albergó en Mendoza a legítimos e ilegíti-
mos, no perdió la conciencia de las diferencias étnicas entre unos y
otros. De manera general, el conjunto de la población compartió el
mismo espacio geográfico, pero continuaron siendo conscientes de
las diferencias y prerrogativas políticas, económicas y sociales que
cada uno tuvo como grupo. Para Gloria López la sociedad local
gobernante llegó a regular de alguna manera dicha realidad, lo que
se exteriorizó a través de las prácticas políticas y judiciales. La base
metodológica que sustenta este trabajo fue, desde el punto de vista

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de la recopilación de las fuentes, las que surgen del Archivo Histó-
rico de la Provincia de Mendoza, Argentina: Protocolos Notaria-
les, testamentarias del siglo XVIII y las digitalizaciones provenien-
tes de la base de datos de los Mormones (Familysearch.org.): libros
de Bautismos de españoles y mestizos de la Parroquia San Nicolás
de Tolentino, y Vice Parroquia San Vicente Ferrer.
Claudio Küffer, en “Diferenciación social y mestizaje en
Tulumba (Córdoba) a partir de Bautismos de fines del siglo XVIII
y comienzos del XIX”, expresa una característica propia de Améri-
ca Latina: la mezcla y variabilidad poblacional a través de las unio-
nes mixtas no consensuadas. Como otras sociedades tardo colonia-
les, Córdoba se encontraba organizada en estamentos con una cla-
ra segregación de clase, donde el sector dominante era el español.
Si bien la mayoría de las uniones matrimoniales eran endogámicas
dentro de cada clase social, existía un alto grado de mestizaje debi-
do a los nacimientos por fuera del matrimonio. El autor trabaja los
datos de los archivos de bautismos divididos en tres períodos (1771
— 1777, 1794 — 1798, 1811 — 1815) con el objetivo de demostrar el
acatamiento de las autoridades eclesiásticas a la Real Pragmática de
Matrimonios. De haber sido así, es de esperar que hubiera una
menor incidencia del mestizaje y una marcada segregación social
hacia el período intermedio. Si bien los resultados no parecen ava-
lar la hipótesis de una mayor prevención del mestizaje, ya que este
siguió en aumento, los registros no permiten establecer si existió
un mecanismo de blanqueamiento por parte de las llamadas “cas-
tas”.
Sandra Olivero Guidobono y Julio Dean del Junco nos in-
troducen en la heterogeneidad cromática, social y cultural del
Buenos Aires de la primera mitad del siglo XVIII. En “Hasta que
la muerte nos separe”, calidad, género y esclavitud en el Buenos
Aires virreinal. Los matrimonios de “castas” en la primera mitad
del siglo XVIII” proporcionan un análisis socio-demográfico de la
población de color, en especial negros y mulatos. Este trabajo con-
tribuye a dar entidad a la presencia de individuos afrodescendientes
en la urbe porteña y por otro lado, nos acerca al conocimiento y
comprensión de estrategias de movilidad y procesos de blanquea-
miento en una comunidad de la periferia de los dominios españoles
en América. El análisis de la endogamia como camino viable para

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el matrimonio de “castas” bajo conductas y comportamientos esta-
blecidos por el Estado y la Iglesia, abre también la posibilidad de
emprender el estudio de relaciones de concubinato donde las
uniones interétnicas parecían aflorar con mayor naturalidad. Cali-
dad étnica, género y condición de esclavitud o libertad condiciona-
ban los comportamientos de individuos, familias y redes de perte-
nencia confiriendo a las uniones matrimoniales unas características
propias que deben ser analizadas teniendo en cuenta dichas varia-
bles para aproximarse a la complejidad del tejido social colonial.
El aporte de Jaqueline Vassallo, en “Algunas notas sobre los
expedientes de limpieza de sangre en la Universidad de Córdoba
(s. XVIII-XIX)”, es fundamental para conocer los mecanismos de
acceso a la vida universitaria. Los expedientes de limpieza de san-
gre han sido generalmente trabajados en relación a los intereses
gubernamentales de los solicitantes. Este trabajo nos aclara la im-
portancia documental de esta valiosísima fuente y nos abre las
puertas del Archivo Histórico de la Universidad Nacional de Cór-
doba. El estudio comprende un período de transición entre la vida
colonial y los albores del estado nacional, y pone de manifiesto la
importancia que dichos expedientes conservaron aún en tiempos
de independencia. Vassallo nos propone una línea de estudio jurí-
dica-social a partir de fuentes y archivos muy poco explorados,
rescata la vigencia de los antecedentes ancestrales como mecanis-
mos de acceso a los diversos espacios de control social, económico,
político, y en este caso educacional como es la Alta Casa de Estu-
dios de Córdoba.
Patricia Sánchez, colaboró con su aporte, “Mujer de “cali-
dad oscura”, perjuicios y poder en San Juan tardo colonial”. Allí
plantea la historia de Don Ángel Miguel de Angulo, español natu-
ral de la Península Ibérica, oriundo de la Provincia de Alcalá, que
había arribado a la ciudad de San Juan en la segunda mitad del
siglo XVIII. Se desempeñaba como contador, tasador y particionis-
ta y ejercía la función de abogado, (era uno de los tres que había en
la ciudad de San Juan en los albores de 1800) con gran reputación
por la calidad de sus escritos en defensa de diferentes pleitos. En
años previos a la revolución (1807), su familia se vio envuelta en
problemas judiciales debido a una demanda civil y criminal iniciada
por Don Ángel contra miembros capitulares de la ciudad de San

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Juan. Esta demanda fue entablada porque le impidieron- a pesar
que había sido elegido- ocupar el cargo de procurador de la ciudad.
Este impedimento fue justificado por razones que hacían referencia
al “carácter, espíritu revoltoso y por estar casado con una mujer de
calidad oscura”. Justificación que escondía una problemática más
profunda y compleja de la sociedad relacionada a la puja de poder,
raza y filiación de las personas. En este trabajo se develan las aristas
de esta problemática, a través de fuentes de carácter civil y criminal
que alberga el Archivo General de la Provincia.
En cuanto a Chile, el trabajo que presenta Juan Guillermo
Muñoz Correa, “Aguardiente, viñas, moras, indígenas, griegos,
italianos y españoles. Chile, siglo XVII”, muestra la interacción de
distintos grupos etnosociales no sólo a nivel comercial, sino tam-
bién en la conformación de élites familiares vinculadas tanto por
lazos de parentesco como por la fabricación de aguardiente de vino
de uva. En esta actividad que el autor ubica ya desde el siglo XVI,
incrementándose en los siglos siguientes, resaltan las uniones den-
tro como fuera del marco legal religioso, en forma paralela a la
actividad vínica, vinculando ascendencias indígenas, moras, grie-
gas, italianas y españolas. Cabe expresar que las alquitaras y los
alambiques fueron artefactos destinados a la fabricación del aguar-
diente de vino de uva. En torno a esta actividad el autor reunió
antecedentes biográficos que le permiten -en algunos casos- anali-
zar los grupos de mestizaje que se formaron los que en el tiempo
conformaron el pueblo chileno. Para la construcción del trabajo
utilizó las Actas del Cabildo de Santiago de Chile como genealo-
gías construidas a partir de propias investigaciones publicadas en
diferentes revistas de Chile.
Por su parte, Guillermo O. Quinteros, en “Familias y vio-
lencia entre los sexos. Buenos Aires, 1780-1829”, expresa que se
parte de la base de que en la época en estudio no existía un solo
tipo de familia, “ni fundadas bajo el amparo de la legislación vigen-
te”, y que los concubinatos y los nacimientos ilegítimos fueron
frecuentes. En torno de estas circunstancias, la obediencia de la
mujer hacia la autoridad del marido estaba ya consensuada y expre-
sada en los textos religiosos y en la jurisprudencia civil. En tal or-
den, el autor citando a Bodin (1997, 23), dice que no había nada en
este mundo “… tan importante y necesario para la conservación de

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las repúblicas como la obediencia de la mujer al marido [por lo
que], tampoco el marido debe, al abrigo del poder marital, conver-
tir a su mujer en esclava”. Igualmente se interroga sobre algunos
temas tales como, ¿cuándo podía hablarse de una obediencia legí-
tima y cuál el límite para que la mujer no cayera en extrema indig-
nidad? Quinteros centra la mirada en la violencia ejercida por los
hombres para con sus mujeres o esposas, desde la casuística inves-
tigada. Analiza una serie de causas judiciales en donde encontró los
maltratos en el seno de las familias que habitaban tanto en la ciu-
dad como en la campaña de Buenos Aires, durante el período com-
prendido entre 1780 -en momentos de la Real Audiencia como
tribunal de segunda instancia- y y el inicio del primer gobierno de
Juan M. de Rosas -estudiando sus gobiernos por separado-. Su
objetivo fue prestar atención a las prácticas y comportamientos de
la justicia cuando ésta recibía denuncias muy serias sobre el com-
portamiento de algunos pobladores con sus parejas. El discurso
judicial le permite adentrarse en una temática sobre el funciona-
miento de la ley ante casos extremos cuando la embriaguez mascu-
lina produce crisis familiares. El escrito se efectuó con una serie
documental del Archivo Histórico de la Provincia de Buenos, Ai-
res, secciones Real Audiencia, Cámara de Apelaciones, y las del
Juzgado del Crimen y Escribanía Mayor de Gobierno.
Finalmente, Isabel Barreto Messano con su aporte “Fronte-
ra, heterogeneidad étnica y mestizaje en la Banda Oriental. Los
procesos vividos desde el siglo XVI al XVIII”, nos presenta en su
artículo una reseña actualizada de los procesos poblacionales vivi-
dos en la Banda Oriental, entre los siglos XVI al XVIII, en los cua-
les la interacción indígenas - el conquistador -colonizador europeo,
condicionaron la dinámica poblacional, pautando las relaciones
entre los grupos. En el trabajo se analiza desde una perspectiva
antropológica y crítica, los roles de cada uno; se consideran las
relaciones interétnicas a lo largo de estos siglos, discutiéndose los
éxitos y fracasos de las distintas modalidades de integración surgi-
das en este espacio de frontera; asimismo se analiza el rol de la
mujer como elemento de interacción y mestizaje. Su visión hace
confluir dos perspectivas que interaccionan: la histórica y la antro-
pológica, esenciales para comprender los mecanismos de perviven-
cia y cambio en una sociedad periférica como es la fronteriza.

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En mérito a los doce trabajos que comprende este libro, solo
resta agradecer los capítulos recibidos por investigadores desde
España y de diferentes países sudamericanos, esperando en próxi-
mas oportunidades volver a contar con sus valiosas colaboraciones
que amplían los conocimientos y apuntan a comprender mejor -si
se quiere- la hermenéutica histórica de lo efectivamente acaecido
en Hispanoamérica.

Marzo de 2016

Nora Siegrist
Sandra Olivero Guidobono
Isabel Barreto Messano

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Bigamia: Conducta familiar transgresora
en la Audiencia de Charcas del S. XVIII1

Clara López Beltrán*

El mundo cristiano del Antiguo Régimen consideraba la bi-


gamia no sólo una práctica errónea del sacramento del matrimonio
sino una conducta disidente que alteraba la buena práctica de la fe,
es por ello que su control y castigo fueron delegados a una jurisdic-
ción canónica especial: El Tribunal del Santo Oficio de la Inquisi-
ción. La bigamia también fue perseguida en las Indias siguiendo el
modelo español en los Tribunales del Santo Oficio —en Lima, Mé-
xico y Cartagena--, donde la mayoría de los procesos inquisitoria-
les eran iniciados por denuncias activadas por una extendida red de
delatores llamados “familiares”2 que actuaban en ciudades y pue-
blos señalando aquellas prácticas contrarias al dogma de la Iglesia.
La sociedad indiana integró la familia en el seno del cristia-
nismo y moralizó a sus integrantes bajo tales pautas. El sacramen-
to matrimonial establecía una unión indisoluble y monógama, por
lo tanto, la bigamia —vincularse en matrimonio dos veces al mismo
tiempo— era un pecado, un ofensa sacramental y, pensado desde el
campo jurídico, un delito de la infamia iuris3 y la infamia facti4
según el Derecho Romano; sin embargo, pese a las sanciones, los
edictos conciliares lo señalaban como un mal social endémico e
incurable. Colocado en el espacio de la religión, los bígamos reci-
bían castigos ejemplarizantes y fueron perseguidos por la Iglesia

* Dra. en Historia. Instituto de Cultura Universidad Católica Boliviana “San


Pablo”.
1
Agradezco a la Dra. Nora Siegrist la documentación concerniente a este estudio.
2
Familiares del Santo Oficio eran laicos que auxiliaban a los miembros de la
Inquisición. No tenían lazo alguno de parentesco con los miembros del tribunal
pero constituían una red de espionaje por medio de la cual informaban de todo
aquello que pudiera tener interés en el cumplimiento de la fe.
3
Infamia Iuris: es aquella infamia provocada obrando dolosamenteo y maquinado
engaños de manera fraudulenta contra otro.
4
Infamia Facti: es aquella infamia provocada por actos contrarios a la moral, el
orden público y las buenas costumbres.

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con el fin de custodiar el dogma y la buena práctica de la doctrina
cristiana.
Esta ponencia se concentra en el análisis de una causa venti-
lada en el Tribunal del Santo Oficio de Lima 5 a través de la cual se
examinan las fronteras del tratamiento de la bigamia6 en el proceso
a Juan de Pineda7 llevado a cabo entre 1642 y 1645 con secuelas
hasta 1949. La pena, penitencia o castigo tuvo un doble carácter: el
civil y el eclesiástico, siendo calificado a su vez como un atentado a
las buenas prácticas sociales, pero también considerado un delito
contra la fe.
La causa procede porque el imputado Juan de Pineda, un
mestizo nacido en Chuquiago [ciudad de La Paz] que antes de lle-
gar a la mayoría de edad se casó con María de Aguilera, residente
en Pucarani, un pueblo rural a unos 50 km. A los pocos años del
matrimonio le fue encargado un trabajo en Mocomoco, otro pue-
blo rural a unos 200 km de Chuquiago al que tuvo que trasladarse
y donde por una travesura romántica se vio obligado a casarse por
segunda vez. Este hecho le arruinó la vida a los 22 años habiendo
sido denunciado y luego juzgado por el Tribunal del Santo Oficio
en Lima. Una historia para nosotros tan inocente revela algunos
aspectos disimulados entre los dobleces de la sociedad indiana.
El testimonio de esta bigamia se inició dos días después de la
segunda boda al saber que el novio estaba ya casado “por aberlo
dicho un soldado” (fs.41 recto] al párroco Pedro de Resasaldaña.
Este sacerdote y el español Lorenzo de Herrera, quien había sido
el padrino del novio en estas segundas nupcias, fueron a la casa del
desposado “y le prendió [arrestó] y puso en la sacristía desta iglesia

5
El tribunal del Santo Oficio se estableció en Lima por el Virrey Francisco de
Toledo con Real Cedula de 1569, y funcionó hasta su definitiva supresion en
18201820.
6
Bigamia, que no amancebamiento, es un delito contra la moral cristiana de
competencia inquisitorial pues iba contra el dogma cristiano, competencia del
Santo Oficio. Se les imponia como penas: salir a un auto de fe con una vela en la
mano, soga al cuerro y coroza; asimismo en ese acto, debian abjurar de Levi,
recibir cien o más azotes; luego de lo cual eran desterrados o enviados a galeras.
7
Véase: Proceso de fe de Juan de Pineda 1642-1648. Archivo Histórico
Nacional, Inquisición 1647, Exp. 15.

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y que luego pidió misericordia de su culpa y que luego el dicho
vicario lo despacho a su costa a la ciudad de La Paz por estar muy
pobre el desposado y gastado en las bodas y que pago el dicho vica-
rio dos soldados para que lo llevasen…” (fs.41verso].
¿Cómo es que llegó al altar por segunda vez el desdichado
Juan de Pineda? El imputado tuvo que presentarse en Mocomoco
en octubre de 1642 por orden de don Francisco de Maldonado,
corregidor de Omasuyos, “a cobrar un poco plata que le devia un
cacique…” [fs 48 verso], deuda que muy probablemente fuera de
las tasas de los tributarios de sus ayllus, aunque no se especifica en
las escrituras del legajo. En estas circunstancias, este enviado del
corregidor fue hospedado en la casa cacical donde encontró a Do-
ña María de Chavarría, y se aficionó de la muchacha de 18 años
que era nieta del anfitrión Lorenzo Arias, el cacique principal del
pueblo. “La persuadió… y ella concedió a sus ruegos y se entregó
secretamente a su voluntad, y la echo a perder.” [fs. 36 recto]. Se-
gún los parientes interrogados por el párroco local, los padres y
abuelos de la doncella quisieron que se casase pareciéndoles un
hombre de bien y de hecho la boda se realizó a mediodía en la
puerta de la iglesia, apadrinando a la novia el cacique Lorenzo
Arias y su mujer, sus abuelos, y por el novio el español Lorenzo de
Herrera y su mujer Leonor García, hacendada; todo “con mucho
aplauso de los allegados… habiéndose amonestado tres veces…” [fs.
49 verso ] y con el testimonio de cuatro indios quienes juraron que
era soltero a instancias de la familia de la india. [fs. 50 recto]. A la
ceremonia nupcial siguió un banquete generoso hasta que el novio
se emborracho y en esa ocasión no hubo acercamiento carnal por
la mala voluntad con que se había casado con ella por temor que
no le matasen
Sin embargo, el camino al altar que no fue tan pacífico como
dijeron públicamente. Se supo que Juan de Pineda, el imputado,
fue sorprendido in fraganti con la muchacha en la casa familiar y
salió corriendo perseguido por los parientes, quienes le dieron una
buena tunda hasta que pudo refugiare en la iglesia del pueblo gra-
cias al mayordomo del vicario. También lo amenazaron de muerte
mientras estuvo allí refugiado, al extremo que en aquel momento
vieron al muchacho tan desvalido que dos españoles residentes en
el pueblo: Martin de Endara y Sebastián Ponce de León, lo visita-

- 17 -
ron en la iglesia aconsejándole que declarara su estado marital. El
mismo Pineda abunda declarando ante el Tribunal del Santo Ofi-
cio:

“Queriéndole matar los deudos de la yndia si no se casaba con ella


se fue este a Juan de Santander mayordomo del vicario, el cura de
Resa [Resasaldaña] y le dixo que dixese a su dueño que no le casase
por que este estaba casado y no quería casarse segunda vez y que el
nombrado mayordomo dixo a este que ya abia dicho al cura y que
mandaba que este fuese a verle y que este entro en casa de dicho
cura las ocho de la noche y le hallo en la cama y aviendose puesto
de rodillas le pidió que no se casase por amor de dios porque esta-
ba casado y que el dicho cura le dixo que fueredes del pueblo por-
que os an de matar sino os vais y deciendole este que no sabe el
camino el dicho cura le dio un indio que le guiase y aquella misma
noche se fue con el dicho yndio al pueblo de Italaque…”[fs. 49 rec-
to]

Cubierto por la oscuridad de la noche huyó por los campos


acompañado de un indio aliado. Para mayor desgracia, el fugitivo
había descubierto que la silla de montar que dejó guardada en la
casa del Alcalde de indios había sido robada por lo que no disponía
de su mula para la huida. [fs. 49 recto]. Pocas horas después de su
partida fue encontrado en el pueblo de Italaque pues que los resi-
dentes de la comarca, conocedores del terreno y sus habitantes,
pudieron seguir las huellas del forastero y remitirlo a los hombres
del cacique con quien colaborarían y apoyarían por respeto a la
autoridad tradicional de su comunidad. El poder local del cacique
quedó demostrado y es necesario detenerse en este análisis en los
espacios de poder de la sociedad indígena cuando el cacique, aun-
que rodeado de mestizos pero de cultura tradicional andina, recu-
rrió a mecanismos de los españoles para consolidar su venganza.
Desdoblando aún más su desagravio, este recae en un hombre que
fue enviado por la autoridad española —el corregidor-- a cobrar
deudas que podrían ser por tributos o por transacciones comercia-
les entre ellos.
El ahora marido de Doña María de Chavarría volvía a Mo-
comoco amenazado de muerte y denunciado por bígamo ya que
casi sin terminar el convite se presentó el párroco Resasaldaña para

- 18 -
prenderlo. La posición del sacerdote cambió en pocas horas de
protector de Pineda a denunciante ante el Santo Oficio. La con-
ducta tornadiza del párroco revela ciertamente el conflicto entre su
conciencia humanitaria y la presión social, aumentada ésta por
poder y el status social de los actores de este enredo matrimonial.
Sin embargo, este supuestamente privado “lío de faldas”, que po-
dría haberse quedado entre los muros del hogar como un secreto
de familia, empezó a cobrar espesor y causar malestar sólo en el
momento que se lo conoce públicamente y recibe el rechazo colec-
tivo. El hecho de la bigamia, ligado al valor de la virginidad, son
actos que van contra las normas morales imperantes pero sólo al-
canzan la categoría de “pecado público” cuando la acción es de
dominio generalizado y pasa de susurrada a repiqueteada hasta
convertirse en escándalo por atacar los valores cristianos y las nor-
mas morales de la imperante y poderosa Iglesia. Además, las
declaraciones del imputado involucraron al clero pues aseguró que
había comunicado al sacerdote su condición de casado, y pese a
ello procedió a celebrar el sacramento del matrimonio. Esta acusa-
ción de encubrimiento y colaboración fue una osadía que empeoró
considerablemente el objeto de las acusaciones.8 La ingenuidad
demostrada por el joven acusado y la trasparencia de sus declara-
ciones fue una actitud ayudó más tarde cuando tuvo que enfrentar-
se a los jueces del tribunal en Lima. No obstante, no hubo ningún
comentario dentro de la Iglesia sobre la acción del sacerdote, de
algún modo traicionera, frente a las explicaciones y revelaciones de
la condición de casado del presunto culpable. Por falta de docu-
mentación, no se sabe si hubo alguna llamada de atención al párro-
co protector aunque la entrega del pecador al Santo Oficio le valió
el perdón; pero además fue premiado asignándole la función de
Comisario del Santo Oficio encargado de los interrogatorios de la
Inquisición en el pueblo de Mocomoco en la provincia de Omasu-
yos en Charcas.

8
El testimonio de Juan de Pineda dice “…y le amenazaron que sino se casaba con
la yndia le matarían y que aunque volbió a decir al cura que estaba casado que no
le casase el dicho cura le caso con la dicha india en la puerta de la iglesia y que no
sabe quienes fueron padrinos.” [fs. 49 recto]

- 19 -
El traslado, un periplo excesivo

El vicario Resasaldaña arrestó a Juan de Pineda en Mocomo-


co, y después de retenerlo por algunos días en la iglesia del pueblo
lo envió preso a la cárcel de la ciudad de La Paz. Los 200 km que
había de recorrer hasta su destino carcelario los hizo acompañado
de dos guardianes y fue entregado a las autoridades como penitente
del Santo Oficio. Lo recibió el Deán de la Catedral, Don Pedro de
Quentas Valverde, al mismo tiempo comisario del Santo Oficio.
Una vez precisadas las acusaciones, el reo quedó detenido y dejado
en la cárcel de La Paz durante cinco meses. Allí lo interrogó el
Comisario y otros Familiares del Santo Oficio sobre su cristiandad
y sus costumbres morales y sociales. Pasó con suficiencia el examen
después de superar la prueba definitiva: “Se santiguó y dijo el pa-
drenuestro, el avemaría, el credo y la salve Regina, la confesión
general y los mandamientos de la ley de dios -- bien dichos.” (fs.
51 verso). Quedaba pendiente resolver las primeras acciones del
párroco y fue entonces que los Comisarios, en La Paz, le pidieron
en dos circunstancias “que se desdijese de lo dicho al cura” (fs. 50
recto), es decir, de lo revelado sobre la conducta protectora del
párroco en su favor al ocultarlo inicialmente en la iglesia del pue-
blo, cosa que Juan de Pineda se negó a retirar su palabra.
Solo en marzo de1643 llegó el auto pidiendo su trasferencia
a Lima; periplo que, según las instrucciones del Santo Oficio de
Lima debía realizarse pasando por el puerto de Arica. Ese primer
tramo del viaje convenía, siempre según las instrucciones, hacerlo
en una caravana de transporte y cuyo “traslado estará en manos de
trajinero… [y para] que no se le huya y se le pagará en destino.” (fs.
13 verso). Sin embargo no fue tarea fácil para el Deán encontrar
una compañía de trajín que quisiera hacerse cargo este tranquilo,
sosegado y hasta ingenuo inculpado. El arriero que tenia apalabra-
do el viaje de Pineda, se puso en camino antes de recibir al preso
en cuestión y se dijo que se:

- 20 -
“…ha dado noticia que Bartolomé Niño, harriero que lleva la plata
de esta presente armada a quien le estaba mandado llevar asimismo
a Juan de Pineda preso por el Santo Oficio, el cual se ha ydo que-
brantando el dicho mandato y orden se su señoria y para que cons-
te mandose despacho mandamiento de prisión …” (fs. 15 recto y
verso)

No pudo escapar el arriero a las redes de la Inquisición y fue


encontrado en San Sebastián de Viacha cuando su caravana estaba
ya en camino hacia el puerto de Arica. Por tal desobediencia el
arriero Bartolomé Niño quedó inmediatamente excomulgado [fs.
16 recto], lo que significaba un estigma notable para su persona.
Sin embargo, explicadas las partes tardaron pocos días en quitarle
el castigo por orden el mismo deán quien “le hizo sacar de la tabli-
lla 9 porque Bartolomé Niño traía la plata del rey de las Cajas
Reales de Chuquiago y seis mil pesos del Santo Oficio y no quiso
traer al preso para evitar a los delincuentes” [fs. 21 recto]. Eviden-
temente la importancia de los caudales del estado y de la iglesia
merecía tratamiento prioritario. No obstante, fue contratado otro
arriero, Antonio de Lima, quien en mayo de1643 llevó al prisione-
ro del Santo Oficio hasta el puerto de Arica. “Lo llevé con toda
seguridad y en buena guarda y custodia, con un par de grillos que
para este efecto se ha comprado” pagando el reo mismo sesenta
pesos. (fs. 17 verso). Quedó Juan de Pineda un tiempo en Arica
esperando la nave que lo llevaría hasta El Callao y de ahí a Lima
donde fue conducido por el alguacil del Tribunal a la “cárcel secre-
ta”. Por primera vez en este su malhadado viaje se enfrentaría al
verdadero rigor del Tribunal del Santo Oficio y sus rudos métodos.
El preso perdió la noción del tiempo —unos dos años-- hasta
que fue interrogado y puesto en manos del procurador fiscal para
elaborar una acusación formal y verdadera, según el Santo Oficio.
Los interrogatorios iniciales fueron conocidos ocho meses después
(en julio) y el preso quedó incomunicado hasta diciembre -- otros
cinco meses. Entonces, sólo después de trece meses de detención
carcelaria sin imputación formal, lo llevaron desde la casa del Alca-

9
Sacar de la tablilla significaba levantar el castigo, es decir, quitar la pena de la
excomunión. Los nombres de los penados con la excomunión debían ser
expuestos en una tablilla en un lugar público, allí donde recibió el castigo y ser
leidos en voz alta en la misa mayor.

- 21 -
yde donde había permanecido recluido, a la cárcel secreta del Tri-
bunal, pero antes le fueron “revisadas las faltriqueras y calzones en
el patio, se le hallaron 3 pesos, [que] fueron entregados al tribunal
y [finalmente] fue trasladado a la cárcel.” [fs. 47 recto]. Alrededor
de dos años quedó varado en manos del Tribunal del Santo Oficio
en Lima entre una cárcel y otra, mientras había perdido todo su
caudal. Parecería que la ingenuidad del sujeto y la sinceridad de sus
declaraciones requeridas en tres sesiones —siempre las mismas-
colaboraron a su favor para su descargo con los comisarios. El le-
gajo judicial que se analiza en este estudio, no menciona si el reo
fue sometido a torturas para obtener declaraciones ya que la biga-
mia es un incumplimiento de la norma y no exactamente una here-
jía, pero no es difícil imaginar las perniciosas condiciones materia-
les y ansiedades que vivió el acusado durante los dos años en espera
de juicio.

Biografía de Pineda

¿Pero porqué Pineda fue una presa tan fácil de este Tribunal
de tan mala fama? La respuesta mas directa e inmediata sería: por
ser una persona desprotegida familiarmente, pobre y sin influencia
social. El imputado Juan de Pineda dijo ser oriundo de Chuquiago
o ciudad de La Paz, hijo de Gerónimo de Pineda y de Ana de Due-
ñas, difuntos [fs. 7 verso]. Era mestizo hijo de india y único
vástago de ese matrimonio; criado en casa del vecino paceño Bar-
tolomé de Balboa [fs. 29 verso] donde quizás sus padres trabajaron
en el servicio doméstico. Creció en la religión cristiana y cumplió
con los sacramentos del bautizo y confirmación. Aunque fue califi-
cado “sin oficio alguno” había servido de mayordomo de chacras
en Mecapaca (valle contiguo al de Chuquiago). De “muy mucha-
cho” estuvo en el pueblo de Sorata trabajando para Alonso Ruiz de
Contreras, corregidor de Larecaja y después para el don Francisco
de Maldonado, corregidor de Omasuyos, quien lo envió a Moco-
moco. A partir de ese momento su historia engancha con los acon-
tecimientos arriba relatados. No sabe quiénes fueron sus abuelos
paternos ni maternos ni conocía a ninguna otra persona con víncu-
los de sangre. Era socialmente un desamparado y a pesar de ser
mestizo estaba muy cerca de la cultura indígena; entre los indios

- 22 -
podría ser considerado un wajcha,10 o un huérfano. Dentro de la
sociedad andina el sentido de pertenencia al ayllu o comunidad
étnica era un sentimiento muy arraigado. El hecho de carecer de la
protección de un entorno familiar fue un aspecto que pesó negati-
vamente al momento de enfrentarse al poder de la Inquisición y a
la sociedad indiana en general. Dijo no tener bienes excepto una
frazada y lo poco que quedaba en Pucarani pertenecía a su primera
mujer. Mas, si bien heredó de su madre Ana de Dueñas en La Paz
“las casas detrás del seminario” , vive ahora Francisco Ortiz de
Vargas a censo [fs 12 recto]. En las manos del Santo Oficio, el
muchacho acusado de bigamia era un pobre de solemnidad pues el
poco caudal que tenia al ser apresado lo gastó en sus viajes y man-
tenimiento hasta llegar a Lima con tres pesos.

Las desposadas

Las esposas fueron interrogadas en el 1642 y el 1647; está úl-


tima fecha pudo ser para parece proceder a disolver ambos matri-
monios aunque no se tiene constancia documental del hecho. Ellas
quedaron fuera de toda sospecha y nada se les pidió; se las dejó
continuar con su vida cotidiana dentro del sólido entorno familiar
del que gozaban y que amuralló sus intereses, por lo menos aque-
llos económicos porque los sociales fueron más difíciles de superar,
en particular para Doña María Chabarría, la segunda esposa, pues-
to que toda su comunidad estuvo al tanto de lo sucedido antes de
su casi forzada boda.
La primera esposa fue María de Aguilar, natural del pueblo
de Pucarani, hija de Sebastián de Aguilar y de Mencia Copconi,
residentes del mismo pueblo en calidad de vecinos. Juan de Pineda,
como esposo, “a [h] abitado con la susodicha haciendo vida mari-
dable con ella [un] tiempo de cinco o seis años [y] pico más o me-
nos comiendo y durmiendo juntos en una casa mesa y cama como
tales marido y mujer, estando vivo y sano como lo está. La dexo y
aparto della…” [fs. 35 recto] por motivos de trabajo y aparente-
mente sin intención de romper su matrimonio

10
Wajcha: puede ser traducido como huérfano, sin embargo, en la sociedad
andina tradicional denotaba también una condición de desamparo y pobreza por
falta de un núcleo familiar de referencia.

- 23 -
En octubre de 1642 volvió a contraer nupcias con amenazas
de muerte de parte de la familia de la novia. La boda se celebró en
el pueblo de Mocomoco con doña Maria Chabarría de 18 años,
natural del dicho pueblo e hija legitima del Alférez Juan de Chaba-
rría y de doña Maria Arias, a su vez hija de Lorenzo Arias, cacique
del lugar. Doña María llevaba “abito de india”, hablaba solamente
aymara y al momento del interrogatorio al que fue sometida den-
tro de este proceso, el Santo Oficio mandó nombrar intérpretes
que hablasen aymara y castellano.11

El desenlace

En Los Reyes [Lima] en 30 de enero de 1644, una vez


presentados los resúmenes y la concordancia de las confesones del
bigamo, y la súplica de misericordia de parte del reo pidiendo
clemencia debido a que “por su incapacidad que es tan grande” [fs.
92 recto] no pudo haber cometido semejante agravio a Dios
Nuestro Señor. Fueron cinco los miembros del Tribunal,
compuesto por un comisario, un fiscal y tres inquisidores12 con la
presencia de dos oydores en calidad de consultores.13 Ciertamente
un gran jurado para una causa con poca relevancia económica y de
poco interés social, a nos ser que el castigo hubiera querido ser
ejemplarizante para las provincias de origen del bígamo.
El delito era de fe y por ello de relativa dificultad a la hora de
dictar la sentencia . Cárcel, multa y destierro para los bígamos era
la pena acostumbrada en los virreinatos americanos porque en
Europa el castigo más utilizado eran las galeras.14

11
Dice el legajo judicial: “que para su examen [interrogatorio] por no ser ladina
en la lengua española sean nombrados dos ynterpretes instruidos en ambas len-
guas.” [fs. 35 vuelta]
12
Los inquisidores fueron los sacerdotes: el Licenciado Andrés Joan Gaytan y el
Licenciado Don Antonio de Castro y del Castillo y Don Luis de Betancourt y
Figueroa y por ordinario el señor Licenciado Don Juan de Cabrera, Tesorero de
la Santa Iglesia Catedral en Los Reyes y con poder en el Obispado de La Paz. [fs.
93 recto]
13
Los Oidores de la Real Audiencia de los Reyes fueron: Doctor Don. Martín de
Arriola, de la orden de Alcántara y Don Andrés de Villela del de Santo. [fs. 93
recto]
14
Galeras: Era el castigo impuesto a cancelarios que consistía en remar en las
galeras del rey.

- 24 -
Dentro del Tribunal, sin embargo, se presentaba una
argumentación nueva y original dentro del marco del Derecho
Canónigo y que es el punto más brillante de este caso judicial. El
inquisidor Luis de Betacourt15, tocado por la piedad ante la injusta
causa de Juan de Pineda, elaboró una explicación encontrando una
salida a este embrollo. Recurrió Betancourt y Figueroa a un
estratagema doctrinal filosófico, tema que desarrolla
cuidadosamente con argumentos intelectuales de alto vuelo en un
extenso texto manuscrito en ocho fojas. Este largo escrito en latin
se apoya en los principios cristianos, en tratados de derecho y en
conocidas obras que explican los principios de la instrucción
contenidos en la obra del Señor Don Diego de Espinosa y en los
tratados del Dr. Juan de Solórzano y Pereyra.
Su argumento estaba basado en el hecho que los indios no
eran sujetos de la Inquisición y que el imputado Juan de Pineda,
por su recorrido genealógico, había extinguido la poca sangre de
español que le hubiera llegado de algún lejano antepasado
peninsular y que por los continuos mestizajes durante varias
generaciones terminaba siendo un indio puro. El argumento
escrito es bastante embrollado por lo que al documento me remito:

“En la genealogia que dice su naturaleza e como parece por la rela-


cion fue toda de indio, menos la mitad de un quarto por decir, ser
hijo de mestizo y de india, y es padre hijo de india y de mestizo con
que los quatro quartos, de que constan los abuelos medio quarto es
de español y en el hijo viene a salir este medio quarto, y extinguirse
la poca sangre de español e por razón de mestizo tuvo el padre; con
que viene a quedar en puro indio, y lo parece en la mendacidad
[habito o costumbre de mentir} y trato de que fuera buena prueba a
poderse coger…” [fs. 66 recto].

15
El Lic. Luis de Betancourt y Figueroa (1642-1659) fue el primer inquisidor
criollo. Nació en Cáceres, en la provincia de Antioquia de Nueva Granada. Tomó
los habitos y se licenció en derecho en la Universidad de San Marcos. Fue
Chantre de Quito y estuvo en la Catedral de Lima. Fue visitador de los
arzobispados de Santa Fe y Lima, consultor de la Inquisición en Cartagena y fiscal
en Canarias; volvio a Lima como inquisidor general. Al final de sus días fue electo
Obispo de Popayan pero falleció sin haber tomado posesión de su cargo. Esta
enterrado en la capilla del Tribunal en Lima.

- 25 -
El alegato del licenciado Betancourt y Figueroa es
ciertamente de muy alto nivel intelectual y filosófico y que a su vez
demuestra un amplio manejo de la retórica como en el caso de la
genealogía. Con todo, el complejo aparato intelectual va a
resolverse apuntando al color de la piel del acusado y a los defectos
de su carácter (inclinación a la mentira), aspectos ambos necesarios
elaborar su defensa. Quizás su condición de criollo americano fue
un motivo más para demostrar sensibilidad por el mestizaje. Decía
el inquisidor que por el color de la piel del inculpado, éste era
indio y también sus padres, con alguna huella de español…
sosteniendo además que “el argumento es claro pues vemos que en
este mesmo lugar y clima el mestizo que se casa con española en-
gendra hijos ya blancos, y el que se casa con india vuelve a la oscu-
ridad del color,…” [fs. 67 verso]. Tal defensa merece ser analizada
linea por línea bajo la perspectiva doctrinal ya que las numerosas
citas en castellano y en latin le dan un espesor y una complejidad
digna de especialistas.

Votación

Se procedió a la votación en la ciudad de Lima el 24 de


octubre de 1645, tres años después de iniciada la causa. Aun con la
solicitud de nulidad de la causa de parte del Inquisidor General Lic.
Luis de Betancourt, el tribunal no cedió a esos considerandos
convencidos que la bigamia era una acción inexcusable y cercana al
sacrilegio por atentar contra el sacramento del matrimonio. Hubo
diversidad de criterio con solicitudes heterogéneas en la calidad de
la pena,16 pero los jueces votaron en sesión solemne y conclusiva

16
La solicitud de penas fueron:
--Los señores inquisidores Andrés Joan Gaytan, ordinario, y Don Andrés de
Villela le condenaron a cinco años de destierro de eta ciudad de Los Reyes y del
obispado de La Paz y los salga a cumplir cuando se le mandare-
--Los señores inquisidores don Antonio de Castro y don Martin de Arriola, con-
sultor, en cien azotes y cinco años de galeras y que salga a la capilla con insignias
de penitente en forma ordinaria
--El Sr. Inquisidor don Luis de Betancourt dijo que se suspenda esta causa y en
cuanto al vinculo del matrimonio se remita al ordinario a quien toca =
“y assi lo proveyeron mandaron y señalaron…” [fs. 93 recto]

- 26 -
aplicando una sentencia de obligatorio cumplimiento en el
siguiente auto:

Christi Nomine Invocato

“Fallamos atento los autos y méritos del dicho proceso que


por culpa que del resulta contra el dicho Juan de Pineda.
Si el rigor del derecho, ubieramos de seguir repudiariamos
condenar a grandes y graves penas; mas queriendolas
moderar con equidad y misericordia por algunas cau-
sas y justos respetos que a ello nos mueven, en pena y peni-
tencia de lo por el hecho dicho y cometido le debemos man-
dar y mandamos que le sea leyda esta nuestra sentencia en
esta sala = y en cinco años de destierro de esta cuidad de Los Reyes
y del Obispado de La Paz y los salga a cumplir quando se le man-
dare; y en quanto al vinculo del matrimonio le remitimos
al Juez ordinario que de la causa pueda y deba conocer: y
por esta nuestra sentencia juzgando assi lo pronunçiamos y
mandamos en estos escritos y por ellos,

El licenciado Andres Joan Gaytan;


Don Antonio Castro y del Castillo;
Luis de Betancourt y Figueroa;
Don Juan de Cabrera
[fs. 94 recto]

El joven Juan de Pineda fue condenado a una pena de cinco


años de destierro de Los Reyes [Lima] y del Obispado de La Paz
quedando pendiente la nulidad de sus matrimonios para lo que
debia enfrentar más causas en otras instancias y en otros momentos.

El documento

El documento es un legajo de 100 folios manuscritos,


conservado en el Archivo Historico Nacional en la Unidad
Consejo de Inquisición y catalogado como proceso de fe. La
lectura es de mediana dificultad aunque, como en casi todos los
juicios de la época, la información se repite varias veces
especialmente en los testimonios de los testigos como también en
los autos y resumenes. Este y otros procesos de fe permiten el

- 27 -
estudio de los procedimientos inquisitoriales; la manera de llevar a
cabo las pesquisas sobre los hechos y las denuncias, la evaluación
de las faltas por medio de la fe y los criterios para resolver al mo-
mento de dictar sentencia. El legajo contiene una sentencia preci-
sa y explicitada, cosa que la mayoría de los legajos judiciales de la
época carecen.
Este documento tiene la peculiaridad de desenvolverse en un
escenario indígena donde, aparentemente, los valores de la reli-
gión cristiana habían permeado profundamente la estructura y
cultura de la sociedad nativa.

Conclusiones

Este revelador juicio por bigamia, que incluye una sentencia,


-cosa no muy común entre los expedientes judiciales del XVI y del
XVII en el virreinato del Perú-, es además particular en su género
ya que se mueve en los limites de la “Republica de Indios”.
La mayoria de los procesos por bigamia que se conocen en la
America virreinal se refieren a maridos que han abandona su solar
original y rehecho su vida en algún otro lugar de la geografia de los
reinos de España; es el caso de Antonio Mariño Sarmiento, un
pontevedrés17 que huyó pasando a las Indias por Buenos Aires para
terminar refugiado y casado en Tarija. Lamentablemente para la
investigación, esta causa se detiene en Lima y allí termina.
La causa ventilada en la Inquisición, aquí analizada, revela
que el hecho de la bigamia era un “grave delito di[g]no de ejem-
plar castigo.” como al parecer fue el proceso al cual fue sometido el
joven mestizo Juan de Pineda, de 22 años al momento de ser
acusado, quien, bajo amenaza de muerte, según él, se casó con la
nieta de un cacique aunque tenia una esposa legítima desde hacia
un lustro por lo menos.
La clave para señalar este comportamiento social como de-
lito lo marcará su grado de visibilidad y pasa a ser digno de castigo

17
Proceso de fe de Antonio Mariño Sarmiento 1682 Archivo Histórico Nacional
INQUISICIÓN 1648, EXP. 18 Primer bloque 9 folios o 18 paginas, de las cuales
están en blanco 15 verso hasta 18 verso. Segundo bloque son 8 folios, 16 paginas
de las cuales en blanco de 15 vero a 16 verso.

- 28 -
sólo cuando éste se convierte en “público y notorio” y fue causa de
“dar escándalo” en el grupo social inmediato. Se tendía a ocultarlo
para evitar castigo y proteger a los familiares, en particular a los
hijos, así como el patrimonio. En el caso estudiado sorprende la
reacción excesiva de una comunidad rural de cultura tradicional
andina frente a valores cristianos como la virginidad y el sacramen-
to del matrimonio; aunque también ocurre que siendo un conjunto
social pequeño la repercusión del hecho tenga un alcance más am-
plio. Es evidente en este caso constatar que los valores cristianos
habían penetrado en la práctica cotidiana, pero también se sabe
que hay un margen para no cumplirlos siendo sus orígenes cultu-
ralmente diferentes. Este último hecho es el que libró al reo de un
castigo físico más severo —azotes o galera- pero la penitencia no
fue menor ya que su vida quedó truncada, convertido en un paria y
dejado en la extrema pobreza.
El sólo hecho de ser acusado o solamente denunciado de
mala conducta ante la Inquisición, y que esa instancia se ocupara
de la denuncia era ya motivo de descredito social. Ser denunciado,
encausado y más aún penitenciado era motivo de proscripción so-
cial y tal condición se arrastraba como una mancha vitalicia que
recaía en los descendientes del acusado. Las consecuencias eran
irreparables en la opinión pública lo que significaba una deshonra
en la genealogía del sentenciado.

Fuente documental

- Proceso de fe de Juan de Pineda Archivo 1642-1648


Histórico Nacional INQUISICIÓN 1647, EXP. 15

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- 31 -
 

Tiempos de revolución:
amor prohibido e intrigas políticas

Ana T. Fanchin*

Escándalo y pasión

En 1809, cuando la ruptura del orden colonial se avizoraba,


los rumores sobre una “amistad ilícita” se proclamaron a voces en
los estrados judiciales de la ciudad de San Juan de la Frontera, en
jurisdicción de la gobernación de Córdoba del Tucumán, desenca-
denando un verdadero escándalo que habría de distraer la atención
de sus habitantes.
El alcalde de primer voto, don José Tadeo Cano de Carbajal,
en junio de ese año tomaba las riendas de un proceso judicial sobre
una “amistad ilícita” entre el Dr. Don Estanislao Tello, “abogado,
casado y vecino de esta ciudad” con Gregoria Paredes, “moza sol-
tera y criolla”.
Un extenso expediente de cerca de doscientos folios1 prueba
suficientemente que el caso fue preocupación de las autoridades,
tanto de la ciudad de San Juan como de la de Mendoza2; con inter-
vención de los tribunales de la Real Audiencia de Chile y la de
Buenos Aires3. Aunque en realidad hacía mucho había tomado
estado público y formaba parte de las conversaciones cotidianas.

                                                            
*IGA-Fac. de Filosofía, Humanidades y Artes-UNSJ. anatfanchin@yahoo.com.ar
1
Archivo del Poder Judicial de la Provincia de San Juan, en adelante A.P.J, Causas
Civiles y Criminales, sin clasificar. Año: 1809.
2
Esta ciudad, situada a 150 km., había sido cabecera del Corregimiento de Cuyo
del Reino de Chile—que comprendía también a San Juan y San Luis-. Luego de la
creación del Virreinato del Río de la Plata e implementación de régimen de In-
tendencias, la región pasó a depender de la gobernación de Córdoba del Tucu-
mán hasta 1813 en que se conformó la gobernación de Cuyo, retomando Mendo-
za el carácter de capital.
3
Al crearse el Virreinato del Río de la Plata en 1776 y consolidarse el Régimen de
Intendencias en 1782, el antiguo Corregimiento de Cuyo —que comprendía a la
ciudad de San Juan, la de San Luis y la de Mendoza como capital del mismo- dejó
de depender administrativamente de la Capitanía de Chile. Sin embargo, en la
práctica varias tramitaciones judiciales continuaron resolviéndose en Santiago.

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Los testigos convocados en la causa, vecinos de Gregoria y
familiares de ella, concuerdan en alegar que esta escandalosa amis-
tad llevaba bastante tiempo. Mientras unos afirmaron que la rela-
ción databa desde hacía unos seis o siete años, su hermana Hilaria
declaró que la misma se había prolongado por doce años, durante
los cuales la pareja había procreado cinco hijos —uno de ellos falle-
cido- y sospechaba de un nuevo embarazo.
Algunos de estos testigos declararon haber presenciado esce-
nas en extremo desvergonzadas, pruebas de un amor desenfrenado
que no se ocultaba a la mirada de los demás4.
En realidad, las primeras denuncias habían sido presentadas
en 1805 ante el alcalde Antonio Aberastain, quien pretendió sepa-
rarlos mediante recomendaciones verbales. Luego, su sucesor en el
cargo al año siguiente no prosiguió las actuaciones5, pero —don
José Antonio Oro- en 1807, al recibir las acusaciones de la “escan-
dalosa ilícita amistad” intentó terminar el amancebamiento amo-
nestando al Dr. Don Estanislao Tello privadamente y hasta “se
trajo a la Paredes a su casa con el objeto de ponerla a depósito en
una casa de “honor y respeto”6.
En tales circunstancias ella solicitó ir a Mendoza, a lo que se
accedió con el consentimiento de sus familiares que hasta le habían
concertado un enlace. Pero tras sus pasos se fue también Estanislao
frustrando el casamiento acordado, diciéndole al novio que “… él
era dueño de ella” y continuaron juntos con la misma libertad que
antes.
En esa instancia se suspendieron las actuaciones, que debían
proseguirse en la ciudad de Mendoza, por un repentino deterioro
de la salud del alcalde. Aunque, como otros funcionarios y letrados
convocados en la causa recurrieron a excusas similares para evadir
                                                            
4
Hilaria, José Bernardo y María Ignacia -hermanos de Gregoria- declararon
saber de sus amoríos por haberlos visto en “acto carnal”, o en “actos de sus amo-
res”, reiteradas veces (APJ, Causas criminales, Documentos sin clasificar, Año:
1809.
5
Recordemos que las designaciones capitulares eran realizadas anualmente; los
Alcaldes de Primero y Segundo Voto cumplían funciones judiciales en primera
instancia, contando con los Alcaldes de la Santa Hermandad y jueces pedáneos
quienes impartían justicia en el ámbito rural.
6
Archivo General de la Provincia (en adelante AGP), Fondo Tribunales, Caja 21,
Carpeta 87, Doc.13.

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esta responsabilidad, lo más probable es que esto no fuera más que
un ardid pergeñado entre amigos y conocidos.

Los amantes y su entorno

La historia de esta pasión había comenzado tiempo atrás,


cuando ella tendría unos 17 años y él veinte años más. Al momento
de llevarse a cabo el proceso judicial, Estanislao ya tenía 44 años7 y
Gregoria no superaba los 258.
Es poco lo que podemos saber de ella, quizás si no hubiera
estado implicada en este episodio judicial ni siquiera tendríamos
noticias de su existencia. Entre los testigos figuran tres hermanos,
un tío y se menciona a su madre que había fallecido hacia un par de
años, según el testimonio de las hermanas, a causa del disgusto que
le provocaba la relación ilícita de su hija. En definitiva, en los autos
donde se labra su declaratoria, es presentada como huérfana y ape-
llidada indistintamente como “Aciar o Paredes”. Ambos apellidos
corresponderían a los de sus progenitores -Justo Laciar y de Josep-
ha Paredes-, con la sola omisión de la letra inicial del apellido pa-
terno.
Esta modificación en la grafía del patronímico se reitera en
la identificación de sus hermanos -María Ignacia, Micaela, Hilaria
y José Bernardo-, que atestiguaron en la causa. Se puede suponer,
teniendo en cuenta los vericuetos legales interpuestos por el letra-
do Tello, que la alteración no fuera fortuita sino a propósito; de
todos modos, ninguno de ellos se percataría del error porque no
sabían leer ni escribir. Lo cierto es que no pertenecían a una fami-

                                                            
7
Su fecha de bautismo data del 13 de noviembre de 1765 (Argentina bautismos,
1645-1930, database, FamilySearch
(https://familysearch.org/ark:/61903/1:1:XNKX-MJL: accessed 10 July 2015),
Estanislao Tello; citing reference cn 17; FHL microfilm 1,110,805).
8
Su partida de bautismo data del 25 de mayo de 1785 (Argentina bautismos,
1645-1930," database, FamilySearch
(https://familysearch.org/ark:/61903/1:1:XNB1-14D: accessed 10 July 2015),
Justo Laciar in entry for Ma. Greg.A Laciar; citing reference cn 47; FHL micro-
film 1,110,806). Pero en sus declaraciones declara no saber su edad, y aunque
aseguran los autos que es menor de edad es evidente que fue un argumento para
justificar que no podía tomársele declaratoria sin presencia de un defensor. Este
ardid serviría para dilatar el proceso y procurar minimizar la pena.

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lia de renombre, su hermano declaró ser “peón gañán” [mozo de
labranza] y su tío —Mariano Lucero- era propietario de una ha-
cienda donde cultivaba trigo, ocupándose él mismo de las faenas
por no disponer de la necesaria mano de obra9. Por otra parte, el
doctor le había comprado una vivienda a Gregoria en el Barrio del
Sur (Trinidad) hacía tres años, donde se mudó también la madre y
una hermana. Asimismo, José Bernardo Aciar refirió que le había
prometido a su hermana la habilitación de una pulpería en Mendo-
za, siendo esa razón por la cual él consintió que pernoctaran en la
misma habitación.
Estas referencias son suficientes como para advertir el con-
traste social entre un hombre adinerado y una familia de recursos
más limitados y dispuesta a obtener beneficios aún a costa de adop-
tar comportamientos permisivos, opuestos a los predicados por el
estado y la iglesia.
En cambio, Estanislao pertenecía a una familia de la elite lu-
gareña y era un destacado abogado. Todos los testigos convocados
en la causa, sin excepción lo refieren con el título de doctor y el
honorífico de don. En su propia declaración —casi al final del vo-
luminoso expediente- acredita ser doctor en Sagrados Cánones,
Abogado de la Real Audiencia de Chile y Pretorial de la de Buenos
Aires. Además, su trayectoria resulta evidente por varios indicios
que se revelan en las declaraciones testimoniales y por los cargos
que desempeñó, en ese entonces y con posterioridad durante la
época patria.
Acerca de su esposa, Polonia María Juana López, es poco lo
que sabemos, casi menos que sobre su amante. Los escasos datos
que disponemos proceden de su partida bautismal10 y de las refe-
rencias que ella misma nos trasmite al elevar solicitud al juez para
                                                            
9
Al menos eso es lo que manifiesta en circunstancias que solicita ser liberado bajo
fianza, después de estar cuatro meses en una celda con cepos en los pies que le han
causado llagas e hinchazón, además, de los muchos perjuicios por no poder ocu-
parse de su plantación. De todos modos, aunque entre los testigos convocados en
la causa hay un mulato de su servicio, quien menciona también a su madre esclava
de don Mariano, en las fuentes de época no consta entre los sectores prominentes
de la sociedad.
10
"España, bautismos, 1502-1940," database, FamilySearch
(https://familysearch.org/ark:/61903/1: 1:F5ZL-9L2 : accessed 18 July 2015),
Polonia Maria Juana , 25 Feb 1767; citing, reference; FHL microfilm 1,328,274.

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que deje en libertad a su esposo. De tal modo, se tiene conoci-
miento de que Polonia era casi de la misma edad que su marido,
tan solo tenía un par de años menos, y que había nacido en Mur-
cia-España. Cuando el alguacil fue a buscar a Estanislao para dete-
nerlo, en su residencia de campo en Angaco —a tres leguas de la
ciudad-, ella lo atendió diciéndole que lo buscase en lo de la Gre-
goria que aquella era su casa. Todo indica que su vida matrimonial
fue en extremo desdichada, no tuvo hijos y lo más probable es que
se recluyera lejos de la ciudad para no padecer las consiguientes
humillaciones causadas por la infidelidad de su marido. También
es posible que nunca hubiese habido afecto entre ellos, ya que co-
mo otros tantos enlaces de la época, su matrimonio pudo haber
sido concertado por sus familias.

Los avatares del proceso judicial

Las noticias sobre esta amistad ilícita se mantuvieron en se-


creto durante los primeros cuatro o cinco años, adquiriendo una
amplia difusión a partir de la realización de las denuncias judiciales.
Los intentos de las autoridades en 1805 y 1807 para poner fin a
este amorío fueron infructuosos, quedando archivadas las actuacio-
nes; por eso el Alcalde de primer voto en 1809, don José Tadeo
Cano de Carbajal, se predispuso a adoptar todas las medidas nece-
sarias para acabar definitivamente con esta relación que afectaba a
la moral pública.
Sin embargo, debió afrontar similares inconvenientes y hasta
más graves a los enfrentados por sus antecesores.
Durante la segunda quincena del mes de junio convocó a los
testigos principales (ex alcaldes, vecinos y hermanos de la acusada)
y a ella la dejó en resguardo en su propia casa. A los pocos días, el
5 de julio, se presentó espontáneamente en el juzgado Mariano
Lucero, tío de Gregoria, solicitando su custodia por ser “hombre
de familia y honor” y comprometiéndose a “darle marido en un
mes”. Si bien admite que su “sobrina no es santa porque está en
este mundo”, la justifica por su minoría de edad y por ello es que
pide la intervención del defenso de pobres y menores. El texto está
muy bien escrito, a pesar de que el presentante era analfabeto y por
ello la firmó a su ruego Juan José Hidalgo. Se advierte en esta fir-

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ma el cambio de tinta y letra, cuestión que no pasaría desapercibida
por el alcalde Cano, pues, lo citó con premura para preguntarle
concretamente: quién lo persuadió para hacer esta presentación y
quién la escribió. A lo que don Mariano respondió que deseando
llevar a su casa a la sobrina -retenida en lo de juez-, y contando con
el apoyo de su hermana Juana María y de su esposa (Juana Videla),
había recurrido al Dr. Estanislao Tello para que redactara la peti-
ción.
Esta no sería la única presentación legal escrita por él a pedi-
do de los damnificados, es patente su intervención en todo el pro-
ceso.
Después de transcurridos seis días sin tener respuesta, vuelve
don Mariano a presentar protesto. Esta vez firmado por don José
Navarro, cuya mediación denota complicidad con los demandados,
y no sería casualidad que siendo Alcalde de Primer Voto en 1806
archivara las actuaciones iniciadas por su antecesor.
La cuestión es que el Juez autoriza el traslado de Gregoria a
la casa de su tío, fijando una multa de cien pesos aplicable en caso
que no cumpla con su palabra.
Sin embargo, a pesar de los recaudos adoptados, el mancebo
continuó visitándola y tramando el modo de salir airosos de la que-
rella judicial. Se quedaba a dormir en la misma habitación con el
consentimiento del dueño de casa, quien hasta llegó a castigar a
uno de sus sirvientes porque no había atado bien el caballo del
doctor don Estanislao Tello, teniendo que facilitarle otro de su
hacienda a la mañana siguiente.
Durante el día no cesaba en su afán de solucionar el proble-
ma, y ante la necesidad de cumplir con el compromiso asumido de
casar a Gregoria, le buscó marido. Así fue que José Gabriel Orde-
nes, oriundo de Coquimbo, de treinta y tres años de edad y de pro-
fesión minero, encontrándose a la sazón en busca de vetas auríferas
en la región, aceptó el trato de contraer matrimonio bajo la prome-
sa de que el mismo sería disuelto inmediatamente y que recibiría
una recompensa monetaria.
Sobre la base de lo acordado, luego de pasear por las calles
de la ciudad montados a caballo —por separado11-, mostrándose a
                                                            
11
No está demás esta aclaración, que bien puntualiza el documento, porque en
otras tantas ocasiones Gregoria iba en las ancas del caballo de Estanislao.

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las miradas de todo el pueblo, partieron rumbo a Mendoza. En este
derrotero acompañaban a Gregoria: su hermano, el consorte y el
doctor don Estanislao Tello.
En el mes de octubre se reactivó la causa, porque se descu-
brió que todo había sido una farsa. Es por boca del propio Órdenes
que don José Cano se entera del engaño y manda su detención,
para lo cual interviene el Alcalde de la Santa Hermandad porque
deben recorrer varios parajes de la campaña para encontrarlo. Fi-
nalmente es hallado en el Trapiche de Pachaco y conducido a la
ciudad de San Juan para ser puesto en prisión.
A través de su testimonio, como también nuevos testigos
convocados, es posible reconstruir los sucesos que a continuación
se sintetizan.
El 25 de setiembre, por mediación de don Estanislao Tello,
consiguieron muñirse de un boleto de matrimonio firmado por
Fray Manuel Hidalgo de La Merced -con licencia del Vicario José
Martínez de Rosas-, siendo padrinos el hermano y la cuñada de la
novia -Bernardo Aciar y Nicolasa González-.
Más tarde, el fraile declarará que la boda fue precipitada por
expreso pedido del novio, que quería formalizarla antes de realizar
un viaje urgente a Buenos Aires; por ese motivo postergaron las
amonestaciones y solo incluyeron las informaciones necesarias,
proporcionadas por personas que dijeron conocer a los contrayen-
tes.
Lo importante acá es resaltar que tenían en sus manos una
constancia matrimonial, útil a los efectos de demostrar el cumpli-
miento del compromiso asumido judicialmente.
El prometido, José Gabriel Órdenes, como era de esperar, se
victimiza declarando que nunca tuvo intención de traicionar a la
iglesia, sino que fue presa del engaño del Dr. Don Estanislao Te-
llo. Pues, le había persuadido que luego de obtener el Boleto del Sr
Vicario podía “devolverlo diciendo que ya no podía casarse por
haber hallado embarazada a la dicha Gregoria, como en efecto lo
estaba”. De hecho, no esperó que le saldara los 50 pesos prometi-
dos y habiéndole entregado 26 pesos para la diligencia le dijo que
lo aguardase, pero en el ínterin, al informarse que el Vicario había
mandado anular el Boleto apresuró su partida prevista para “los
minerales”. Esta repentina decisión era el único salvoconducto que

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se le presentaba al haber sido descubierto el fraude, para librarse de
su detención inminente como en efecto ocurrió unas semanas más
tarde. Tampoco es de descartar que don Estanislao fuera el artífice
de esta treta y autor de la nota que dejó al Vicario antes de fugarse
donde exponía los argumentos con los que intentaba convencer de
su inocencia y que reitera en su declaración ante el Juez.
También fueron tomados prisioneros el hermano y el tío de
Gregoria, quienes trataron en vano de ocultarse y permanecerían
en el cepo un par de meses.
Entretanto, en Mendoza, donde el Alcalde sanjuanino envia-
ra requisitoria, el Dr. Don Estanislao Tello recurría a todo tipo de
escaramuzas en procura de disuadir a las autoridades para que ami-
noraran la pena. Los testimonios ofrecidos por jueces y abogados
así lo confirman, hasta confesaron haberse rehusado a acceder a la
suma de dinero que les ofreció para ello. Es innegable que el ofre-
cimiento de dádivas era uno de sus principales ardides.
Lo cierto es que, si bien se había ordenado desde un primer
momento la detención de los amantes, ellos continuaban prófugos.
Mudarse de un lugar a otro sería para ellos una costumbre, porque
ese había sido por mucho tiempo su modo de vida. Así lo asevera-
ron todos los testigos de la causa, él le proporcionaba distintos
sitios para que habitase, ya sea alquilando o comprando.
Aunque las versiones sobre el paradero de ambos eran en ex-
tremo controvertidas, a fines de noviembre comenzaron a esclare-
cerse.
En Mendoza, don Bernabé Moyano declaró, al ser indagado
por el Juez, que el día 21 de noviembre a eso de las tres de la ma-
drugada, llegó el doctor don Estanislao Tello a su casa, en compa-
ñía de un criado, a pedirle que “…lo sacase fuera de la ciudad ca-
mino a la de Buenos Aires”. Así fue que lo acompañó a una hacien-
da donde habrían de proveerle lo necesario y él regreso; pero des-
conocía si realmente se habría dirigido a Buenos Aires, porque
“…tan pronto decía un lugar y luego otro [al punto] que llegó a
persuadirse que estaba trastornado del juicio”.
Dadas estas imprecisiones acerca del paradero de los aman-
tes, don Cano de Carbajal difundió la orden de arresto en cual-
quiera de las ciudades del Virreinato donde se encontrarán. A la
vez, partieron destacamentos siguiendo pistas escuchadas o trans-

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mitidas por medio de rumores: a Cochagual, al Tala, al Bebedero,
entre otros, que demandaron varios días de viaje, sin poderlos en-
contrar.
El último día de noviembre, ante la noticia de que se encon-
traban en Angaco12 con el mandato de proceder a su detención se
dirigió al lugar el Capitán de Caballería de Pardos, con cuatro sol-
dados armados, llegando a las puertas de la casa a las 2 de la ma-
drugada. En el sitio solo se encontraba un criado y como les dijo
que el doctor don Estanislao Tello andaba por el campo, fueron a
buscarlo a pie.
Fue entonces cuando vieron partir de la caballeriza a dos
hombres montados en un caballo, y al detenerlos comprobaron
que era el doctor —“vestido con un ponchillo ordinario del país”- y
su manceba “disfrazada de varón”.
Ella desmontó y siguió caminando junto con los guardianes
del orden detrás del Dr. Don Estanislao Tello, que de repente
“echó espuelas” y se alejó a todo galope.
Este proceder no solo habría de permitirle seguir moviendo
influencias en Buenos Aires o Santiago de Chile, sino también con-
seguirle otro pretendiente a su manceba.
Al respecto, el 19 de diciembre se presentó José Eduardo
Sánchez ante el Sr. Alcalde pidiendo en matrimonio a Gregoria
porque “ha tenido noticias de su encarcelamiento por concubinato
con el Dr. Don Estanislao Tello, quien “la ha burlado con sus in-
trigas”. Por el contrario, él aseguraba que habría de proporcionarle
una vida recatada y el perdón de sus pasados pecados.
Una vez más se nota en el texto la intervención y la pluma
del doctor, más que nada porque no descuida cuestiones legales.
En ese sentido es que deja en claro que ella por ser menor de edad,
huérfana, sin tutor ni curador, precisaba de alguien que la proteja;
por parte del pretendiente, aclara que encontrándose sus padres -
Mauricio Sánchez y Agustina Barsola- radicados en Buenos Aires,
su hermana mayor Rita Sánchez acuerda su decisión, y con esto se

                                                            
12
Allí Estanislao tenía una propiedad rural heredada de sus ancestros, que como
ya se dijo, residía su mujer legítima; pero él le había alquilado en la zona una casa
a su manceba.

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resolvería el permiso que debería anexar por no haber alcanzado la
mayoría de edad.
Al día siguiente, esta presentación fue adjuntada a los autos y
remitida al Licenciado en Leyes Francisco Oscariz para ampliar
dictamen, pero al recibirla se excusó manifestando “que tiene mu-
chas tareas para su estudio”. Mas el Alcalde responde que no ha-
biendo otro abogado para consultarle, invalida el pretexto ante-
puesto por considerar que no es “suficiente ni legal” intimándolo
bajo apercibimiento. No obstante, el letrado persistirá en su nega-
tiva adjudicando esta vez como impedimento problemas de salud, y
cuando el médico-cirujano Gerónimo Larra pasó a certificar sobre
la veracidad de su enfermedad, expresó “que no hay ley que obli-
gue a letrados de su clase a cumplir trabajos que no son de su agra-
do”.
En esta circunstancia posiblemente también haya interveni-
do don Estanislao porque esta situación contribuía a dilatar el pro-
ceso hasta la finalización del mandato del alcalde que había puesto
el mayor empeño en hostigarlo.
Lo cierto es que empleando toda clase de ardides finalizó el
año y el mandato de don Cano de Carbajal. Apenas pasaron las
fiestas de año nuevo y habiendo asumido don Plácido Fernández
Maradona como Alcalde de Primer Voto, el 4 de enero de 1810, en
consideración a las evasivas del abogado actuante en la ciudad,
convocó al Lic. Pedro José Pelliza de Mendoza y ordenó inmedia-
tamente quitarle los grillos y autorizar visitas de su mujer e hijos a
Mariano Lucero, tío de Gregoria.
Seis días después recibieron la respuesta de Pelliza, que tanto
por los argumentos que plantea como por el estrecho margen de
tiempo en que se expide13, no es desatinado suponer que también
su dictamen haya sido dictado por el Dr. Don Estanislao Tello, y si
así no fuera, es casi seguro que habían tenido oportunidad de in-
tercambiar opiniones sobre los argumentos que servirían para la
defensa por la confianza que había entre ellos14.

                                                            
13
El viaje a Mendoza requería de dos jornadas, es decir que en tan solo dos días
cumplió con lo solicitado.
14
El Dr. José Manuel Videla, convocado como testigo en virtud de la requisitoria
enviada a Mendoza, expresó que al negarse a recibir la gratificación monetaria
ofrecida por el Dr. Estanislao Tello “si hacía la vista gorda”, volvió a insistir por

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En síntesis, en su respuesta puntualizó que todos los acusa-
dos eran convictos confesos, a excepción del Dr. Don Estanislao
Tello, a quien se le deberá aplicar la pena prevista en la Recopila-
ción de Leyes por mantener concubina públicamente.
Con respecto a Gregoria sostuvo que debía continuar dete-
nida hasta que se le concediera contraer estado, ya sea aceptando la
proposición de Sánchez15 o la de quien se lo solicite, de lo contra-
rio que sea remitida a una casa de reclusión de las que hay en la
provincia “por no haberlas en esta ciudad”16.
En cuanto a Mariano Lucero, tío de Gregoria, dice que a
primera vista ha sido un verdadero “Alcahuete”, pero invocando la
Ley 1ª, Art. 12 de la Séptima Partida concluye que le corresponde
el carácter de mero consentidor del concubinato, “porque alcahue-
te es aquel que engaña a las mujeres sonsacando o faciendolas [Sic.]
hacer maldades con su cuerpo”. Por consiguiente, aunque eximido
de dicha calificación, deberá pagar la multa que se le había asigna-
do con anterioridad y que “esos 100 pesos se apliquen a favor de su
sobrina porque en caso de casarse servirán de dote, y si es reclusa
para su manutención”. Del mismo modo, los otros dos presidiarios
—José Bernardo Aciar y José Gabriel Órdenes- por haberse dejado
engañar deben ser catalogados como cómplices y deberán pagar la
multa establecida de 50 pesos y “se les mande salir de la ciudad por
el tiempo que el juzgado halle por conveniente”.
Acerca del procedimiento a seguir con Fray Manuel Hidal-
go, lo deja supeditado al respectivo prelado.
Entretanto, la esposa del Dr. Tello elevó al Juez una extensa
presentación solicitándole vista de los autos y la absolución de su

                                                                                                                                
intermedio de Don Pedro José Pelliza, a sabiendas que eran muy amigos (A.P.J,
op. Cit. fs. 56-57).
15
Con respecto a la formalización de una boda con José Eduardo Sánchez opina
que habrá que consultar Síndico Procurador por cuanto es menor de edad y para-
dero incierto de su padre. Esto invocando el real decreto de 1803 que prohibió el
enlace de los jóvenes menores de 25 años sin el consentimiento del padre.
16
Esta es una de las cuestiones que sin lugar a dudas habrá consensuado con su
colega Estanislao Tello, porque en San Juan sí funcionaba una casa de reclusión
en La Merced. Pero precisamente había sido un fraile mercedario el implicado en
la tramoya de un ficticio casamiento y seguro sería imposible volver a obtener
favores de los miembros de la orden. Por otro lado, el traslado a otra ciudad facili-
taría un potencial plan de fuga.

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marido. En la misma recalcaba los graves perjuicios ocasionados
por la envergadura alcanzada por el caso —“con gran escándalo no
solo en esta ciudad sino en toda la provincia”- y que la “niña” que
dijo “no conocer”, por ser la causante de todas sus penurias de su
matrimonio debería permanecer en la cárcel y no consentir que se
case. Al preguntarle el Juez si había participado su marido en la
redacción, ella respondió afirmativamente; por otra parte, se justi-
ficó por no haber realizado nunca denuncia por adulterio diciendo
que fue para evitar mayor deshonra.
Nuevamente es consultado el Lic. Pelliza, quien dictamina
con fecha 19 de enero de 1810 la absolución del Dr. Estanislao
Tello bajo la pena de saldar la mitad de los costos judiciales y re-
comienda que toda la recomendación sea archivada, en archivo
secreto, a fin de que nadie pueda franquear los originales. En tal
sentido, deja en claro que si doña Juana Polonia López insiste en la
vista de autos deberá proveerse de especial decreto del juzgado o
del Supremo Tribunal, aclarándole que es caso cerrado y que sus
términos no perjudican en nada a sus derechos.
Por otra parte, establece que Gregoria sea depositada en casa
de alguna parienta así podrá atender a sus 5 hijitos, según “su deseo
y maternal amor”.
El 25 de enero, finalmente se cierra el caso de acuerdo a lo
pautado en el dictamen del Lic. Pedro Pablo Pelliza en todas sus
partes, añadiendo con precisión el destino de José Órdenes al Mi-
neral de Famatina por seis años.
De acuerdo a los prescripto, se ordenó la reclusión de Gre-
goria en casa de don Blas Cabrera hasta que adquiriera estado, lo
cual ocurrirá a los pocos días; porque el 30 de ese mes, habiendo su
tío saldado la multa, se presentó al Juzgado Dionisio Gorman re-
clamando dicho monto en carácter de dote por haberse casado con
Gregoria, según lo acordado previamente.
Si bien en todas las actuaciones es recurrente el nombre del
Dr. Don Estanislao Tello, ya sea porque es señalado como coautor
del delito o por haber redactado algunas presentaciones, recién al
final del expediente hace una exposición formal con su firma. En la
misma apela lo dispuesto por vicios cometidos en el proceso, fun-
damentalmente porque se ha “forjado en la odiosidad enemiga de
su Autor [Alcalde Cano Carbajal]. Esta enemistad ya había sido

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aludida en declaraciones de algunos testigos, concretamente de sus
colegas abogados.
Entre los atropellos que manifiesta haber sufrido durante es-
te período, destaca el hecho de no permitírsele hacer uso de su
natural defensa, así como también considera:

“como agravio los excesos que proceden de la persona que hizo el


sumario, interrogatorio a idea del penalista don Miguel Angulo y
del Iniguo Navarro que solo aspiraban saciar la sed rabiosa que me
profesaban por puras personalidades y particulares resentimientos
[alentados] por el espíritu de venganza de aquel alcalde por varios
asuntos que merced de mi oficio han corrido a mi mano, dejo a
discreción del juzgado y lo probaré a su tiempo con mejor clari-
dad”17.

Además, denunció el embargue de todas sus pertenencias: la


ropa de su uso y apeo de montar, razón por la cual ha tenido que
pedir prestado las prendas que llevaba puestas; también lo han des-
pojado de todos sus libros, imposibilitándole su consulta para po-
der defenderse. Por otra parte, designó a don José María Torres
como apoderado.

Trasfondo y desenlace

Los acontecimientos aquí narrados sucedieron en una ciudad


situada al pie de la cordillera de Los Andes, que desde su fundación
(1562) hasta fines del siglo XVIII al pasar a depender del Virreina-
to del Río de la Plata, formó parte del Reino de Chile como Co-
rregimiento de Cuyo, que comprendía también las ciudades San
Luis y Mendoza como capital.
Por ese entonces, San Juan tenía una población que se apro-
ximaba a los trece mil habitantes, considerando el núcleo urbano,
los arrabales y su campaña18.
                                                            
17
A.P.J., op.cit., fo. 183.
18
El empadronamiento realizado por orden de la Asamblea de 1813 constató que
la población, como en la actualidad, se concentraba mayormente en el valle de
Tulum, donde se emplazaba la ciudad, los arrabales —Desamparados, Trinidad,
Santa Lucía, Concepción- y campaña que comprendía áreas de cultivo en el valle
y en los de Zonda-Ullum, Los Berros y Calingasta. Mientras que un 23 % fue

- 44 -
 
Entre los sitios mencionados en este trabajo, el Barrio del
Sur o de Trinidad formaba parte de los suburbios o arrabales;
mientras que Angaco, donde el Dr. Tello tenía su hacienda, se
localiza en la margen izquierda del río San Juan, con buena dispo-
nibilidad de agua para riego, y por tanto, favorable para la agricul-
tura y cría de ganado. En aquel tiempo era una de las principales
zonas aptas para invernadas19.
Las características del terreno, con marcados rasgos de ari-
dez y relieve montañoso, han condicionado su ocupación en valles
irrigados por cursos hídricos cordilleranos, siendo el más impor-
tante —por su intensificación productiva- el irrigado por el río San
Juan.
Si bien la actividad vitivinícola ha sido relevante, como lo
demuestran las abundantes referencias sobre exportaciones de vi-
nos y aguardientes20, otros cultivos se alternaban en los mismos
contornos del núcleo urbano, útiles para asegurar el abastecimien-
to de sus habitantes. En el conjunto del territorio, se desarrollaban
otras actividades productivas, como la ganadería y explotación mi-
nera.
La presencia de azogueros, aviadores y pirquineros en valles
cordilleranos habría sido una constante, vinculada a las explotacio-
nes mineras del llamado Norte Chico chileno. A fines del siglo
XVIII, bajo el impulso de las autoridades borbónicas se empren-
dían acciones tendientes a su reactivación, y durante el período
considerado, los denuncios de vetas auríferas en Huachi y Hualilán
(Jáchal), principalmente, se incrementaron21.

                                                                                                                                
contabilizada en Villa y Campaña de Jáchal —que incluía todo el actual departa-
mento de Iglesia-, Huachi y Mineral de Hualilán (Fanchin-Sánchez, 2010).
19
Zona donde se concentraba el ganado para trasladarlo a Chile al finalizar la
época de nevadas, y era propicio por disponer de pasturas naturales, además de
plantaciones de alfalfa en las fincas circundantes.
20
Una abundante bibliografía ha tratado sobre el particular, baste citar los traba-
jos tradicionales de Horacio Videla, Pedro Santos Martínez, Luis A. Coria, o el
más específico y reciente de Ana María Rivera (2006).
21
Hasta ahora la historia local había desestimado esta actividad, considerando que
por su bajo beneficio y dificultades de explotación pronto disiparon las expectati-
vas (Videla, T. I, 1962). Sin embargo, recientes estudios revelan lo contrario
(Eliana Fracapani, 2013).

- 45 -
 
Por ello, no es casual que el minero coquimbano José Ga-
briel Órdenes, implicado en la causa judicial analizada, estuviera en
San Juan.
El cambio de dependencia administrativa, de la Capitanía de
Chile al Virreinato del Río de la Plata, efectivizada con la incorpo-
ración de la región de Cuyo a la Gobernación Intendencia de Cór-
doba en 1783, no significó una ruptura tajante en el funcionamien-
to de las instituciones.
En materia judicial, a partir de ese año y coincidiendo con la
creación de la nueva Audiencia en Buenos Aires, las causas de Cu-
yo dejaban de ser tratadas en la de Santiago de Chile. Sin embargo,
como otras cuestiones continuaron derivándose a la anterior de-
pendencia. Prueba de ello es que el Dr. Don Estanislao Tello
cumplía funciones en uno y otro distrito. Asimismo, como revelan
los testimonios, continuaban solicitando asesoramiento a letrados
de la Capitanía chilena.
A comienzos del siglo XIX, la ruptura con el poder colonial
trajo consigo importantes cambios. En el orden administrativo, el
gobierno patrio mantuvo la dependencia regional con el espacio
rioplatense, y en noviembre de 1813, ante justificados temores por
la amenaza de crisis del gobierno patrio en Chile y la presencia de
realistas deportados del Norte en la ciudad, el Triunvirato dispuso
la creación de la Gobernación Intendencia de Cuyo, y a partir de
1820 San Juan se constituyó en provincia autónoma.
En esta secuencia precipitada de acontecimientos propios de
instancias revolucionarias, el Dr. Estanislao Tello continuó ocu-
pando lugares relevantes22.
Una vez recibida, en el mes de junio, la circular del 27 de
mayo de 1810 de la Primera Junta de gobierno patrio, los funcio-
narios del cabildo local se movilizaron para conocer la decisión que
adoptarían las autoridades de la gobernación. El día 4 de julio, a
puertas cerradas, debatieron sobre las fundadas “sospechas de un
posible entendimiento de los jefes realistas de Córdoba” 23.

                                                            
22
Como letrado consulto de Regidores de Cabildo, integrante del Tribunal de
Justicia y Diputado después de la asonada de 1820 (Téllez: 2006).
23
En su historia de San Juan, Horacio Videla (1962: Tomo I, 121-123), expone
esta cuestión, que luego otros historiadores han reiterado.

- 46 -
 
Esta es la versión de la historia oficial sobre la repercusión de
los sucesos de mayo de 1810 en San Juan, dejándonos la impresión
de que recién se enteraban de lo que estaba ocurriendo en la capi-
tal virreinal y en la metrópoli, quedando expectantes y supeditados
a la decisión que adoptaran los mendocinos o los cordobeses, si-
guiendo la vía jerárquica de dependencia administrativa.
Sin embargo, los grupos de opinión se habían ido forjando
con anterioridad y al vincular algunas declaraciones del Dr. Don
Estanislao Tello, especialmente las que aluden a las diferencias
personales que habían motivado el ensañamiento del Alcalde, es
muy probable que se sustentaran en diferencias políticas. Es obvio
que no iba a referirlas expresamente en ese momento, cuando po-
dría haberse sumado a la causa el delito de lesa patria, por eso ha-
bría anticipado que “… lo probaré a su tiempo con mejor clari-
dad”. Quizás el tiempo que esperaba no fuera el desenlace de su
propio proceso judicial, sino el del proceso revolucionario.
Retomando la referida reunión de capitulares “incautos y
desorientados”, del 4 de julio, cuando confirmaban la actitud reac-
cionaria de Córdoba, y habiendo acordado mantener el secreto, no
fue otro que el Dr. Don Estanislao Tello, consultado por los regi-
dores de Cabildo por ser abogado del foro local, quien difundió la
situación24.
En los sucesos posteriores, a medida que los patriotas escala-
ban posiciones, las denuncias contra los grupos realistas aumenta-
ron. Entre ellos, y esto tampoco sería casualidad, los denunciados
por Estanislao como sus enemigos.
El proceso judicial que se le siguió por amancebamiento, en
esencia dirimido entre amigos y enemigos, pero colegas al fin y
miembros de un mismo sector social, aunque diferenciados por las
luchas de poder gestadas en torno a los movimientos de liberación
e independencia.
De su vida privada no nos ha llegado otro vestigio y lo más
probable es que si continuó engañando a su mujer, bien habrá po-
dido frenar cualquier difamación porque en la nueva coyuntura no
cambió su situación de prestigio.

                                                            
24
Videla, H., Ibídem., p. 123.

- 47 -
 
De Gregoria, la última referencia sobre su destino, fue el na-
cimiento de su hijo Félis en 1812, producto de su unión con Dioni-
sio Gorman. Este hecho prueba que esta vez se consumó el matri-
monio, aunque también había sido pactado —no por un familiar
responsable de su custodia, a falta de padres, sino por su propio
amante-.
En esta ocasión, a diferencia de las anteriores, el candidato
Dionisio Gorman25 no habrá requerido beneficio pecuniario al-
guno, porque gracias a su casamiento pudo fijar su residencia sin
sopesar penalidades acá por ser extranjero y en Inglaterra por ser
desertor.
Aún estaban vigentes las disposiciones emanadas a lo largo
del siglo XVIII, y recrudecidas a fin de siglo26 de expatriar a los
extranjeros. Más aún a alguien de origen irlandés que había llegado
a San Juan como detenido después de las invasiones inglesas de
1806.
En esta ocasión, la oposición al enlace fue interpuesta por la
esposa legítima del Dr. Don Estanislao Tello, quien destacó que
por su extranjería debía ser extraditado, que era menor de edad -23
años- y porque no profesaba el catolicismo. Claro que todos estos
argumentos fueron contemplados y resueltos mediante su bautis-
mo, el cual se realizó en Mendoza y su nombre: O´Gorman fue
hispanizado por el de Dionisio Gorman. Luego, cuando el 4 de
marzo de 1812 bautizaron a su hijo Felis, el niño al igual que su
padre era apuntado en la partida parroquial con el apellido: Gó-
mez27.

                                                            
25
Según un estudio genealógico, es posible que su verdadero nombre era Owen
O´Gorman nació en Irlanda. Formó parte del ejército británico cuando las inva-
siones inglesas de 1806 durante la primera invasión inglesa. Luego de ser derrota-
dos es enviado a San Juan junto con otros ingleses capturados. Fue bautizado en
Mendoza como Dionisio Gorman y se casó con Gregoria Aciar en la Parroquia de
La Merced como Dionisio Gormaz
Fuente: http://www.irishgenealogy.com.ar/genealogia/G/OGorman/Owen.php
26
Tema que he abordado con mayor detalle anteriormente (Fanchin, 2013: 129-
150).
27
"Argentina bautismos, 1645-1930," database, FamilySearch
(https://familysearch.org/ark:/61903/1:1:XNKJ-595 : accessed 2 August 2015),
Gregoria Aciar in entry for Felis Gomez Aciar, ; citing reference cn 131; FHL
microfilm 1,110,808.

- 48 -
 
En definitiva, a esta estrategia de simulación que encubría
los orígenes del irlandés otras se sumaron en el escenario descrip-
to.
En ese sentido es que la historia de amor clandestino de
Gregoria y Estanislao, más que una mera cuestión de alcoba, revela
modos de comportamiento social, accionar de la justicia y en el
telón de fondo las intrigas que se movilizaban en vísperas el proce-
so revolucionario.

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- 49 -
 

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- Videla, H. (1972) Historia de San Juan, Tomo III, Buenos Aires:


Academia del Plata.

- 50 -
 

Situaciones étnicas, gracias al sacar y


casamientos secretos con disparidad de linaje.
Virreinato del Río de la Plata

Nora Siegrist*

Introducción

La Pragmática Sanción de Carlos III promulgada el 23 de


marzo de 1776, aplicada desde el año 1778 en Hispanoamérica,
pretendió regular el matrimonio de acuerdo a la edad, la posición y
la raza de los novios”1. Esta medida fue fundamental para conside-
rar la forma en que la sociedad se nucleó y caracterizó de acuerdo a
esquemas puntuales de relación, en la última etapa del siglo XVIII
y años subsiguientes. En mérito a la misma y de otras disposiciones
complementarias, se quiso establecer un espacio social y geográfico
para los españoles y criollos aparte de la que surgía del nivel eco-
nómico, la casta, y la edad que debían tener los contrayentes, logro
no siempre obtenido por los progenitores, la Iglesia y la Monar-
quía. Ello llevó inclusive a que se fijaran montos de dinero que
fijaban las dotes que debían recibir las novias de los oficiales de la
carrera militar para contraer nupcias, sumado a declaraciones pun-
tuales sobre su estado social. Esa cantidad fue fijada en 3.000 pesos,
lo que conllevó una condición socio-económica de la familia de la
próxima a casar que podía ser obviada, cuando contaba a su vez con
un progenitor militar y, sin duda alguna, si poseía un destacado
linaje y apellido de sus antepasados.
Sumado a la puesta en acción de la Real Pragmática de 1778
para los hijos de familia que debían pedir autorización para con-
traer enlace a sus padres o los que los representaban en caso del
fallecimiento de los mismos, se sumaba y renovaba la que, en 1784,
se extendió a los criados que no podían casar con las hijas o parien-

                                                            
*Dra. en Historia. Investigadora Consejo Nacional de Investigaciones Científicas
y Técnicas (Conicet-UCA-Argentina).
1
Archivo General de la Nación, Argentina (en adelante AGN), Fondo Documen-
tal (1997), p. 77; Meléndez Obando, M. (2003); Rípodas Ardanaz, D. (1977), pp.
266-267.

- 51 -
 
tas de los dueños de casa donde trabajaban. Igualmente, las leyes
de 1788 para los hijos de familia y la nueva Pragmática de 1803
dictada por Carlos IV en relación con los permisos que debían
tener los menores de 25 años para los varones y 23 para las mujeres
cualquiera fuera la naturaleza social al que pertenecían. Empero,
esta última disposición amplió en tal fecha el concepto al conside-
rar irracionales los matrimonios con diferencia de linaje en todo el
ámbito de la monarquía incluyendo los territorios en Indias y Fili-
pinas:

“La publicación y observancia en Indias e Islas Filipinas de la


pragmática del 28 de abril de 1803 (real decreto del 10 de abril) fue
dispuesta por real cédula del 17 de julio del mismo año y reiterada
el 27 de mayo de 1805 con el agregado de que ¨los matrimonios de
personas de conocida nobleza, o notoria limpieza de sangre, con las
de Negros, Mulatos y demás castas, aun cuando unos y otros sean
de mayor edad¨ no pueden celebrarse sin el permiso de los presi-
dentes de las Audiencias”2.

De hecho, debido a las leyes puestas en vigencia la cuestión


étnica se acentuó más que nunca. Pero, si bien en la realidad se
puso en ejecución las nuevas disposiciones existió cierta permeabi-
lidad, para que pobladores de sectores de menor nivel económico y
social y algunas personas catalogadas como mestizos y “morenas”,
y de “grupos de castas”, traspasaran en ocasiones su ubicación so-
cial en el intento de alcanzar categorías más elevadas. Inclusive,
algunos de ellos participando de las elites cordobesas (con rango
social elevado) y de Buenos Aires o en la gente “del común”, su-
mado a que en todo el Virreinato del Río de la Plata existieron -
por entonces- circunstancias parecidas3.
Según V. Kluger, la praxis judicial demostró que existieron
oportunidades, “en las que las partes se extendieron en considera-
ciones acerca de cuál era el objeto principal de las pragmáticas, y
                                                            
2
Levaggi, A. (1970), p. 32, cita 62.
3
Bistué, N. y Marigliano, C. (1992), pp. 75-101; Porro, N. E. (1980a); Ídem
(1980b); Ídem (1980c), pp. 193-229. Andreucci Aguilera, (2000), señaló: “… el
abuso cometido por los hijos de familia, de contraer matrimonios desiguales sin
esperar el consejo y consentimiento paterno o de aquellos que se hallaban en el
lugar de los padres… “[complicó la situación en la sociedad].

- 52 -
 
en las que se llegó a la conclusión de que se dirigían a impedir
mezcla de sangre, evitando la confusión de linajes y faltarle el res-
peto a los padres” 4.
Seguramente el tema da para mucho en orden a su trata-
miento y a la luz de las concepciones actuales, cuando se analizan
los contextos de sujeción étnica a determinados ámbitos locales5.
No obstante, lo mencionado está en vinculación con los hechos
que, ya en el último cuarto del siglo XVIII especialmente, y princi-
pios del XIX, se entabló como una especie de “combate de sangre”
entre la sociedad de españoles; sus descendientes y los que no lo
eran. Vale expresar que esto fue válido no sólo para territorios de
la actual Argentina; ya que se observaron en el marco de toda His-
panoamérica, en las llamadas “categorías raciales”, las que han sido
tratadas para otros espacios por historiadores como Ronaldo Soto -
Quirós6 y, puntualmente, por Mauricio Meléndez Obando7.
Es conocido que en la formación de las parejas de la élite se
estudió a los candidatos con todo rigor lo que se realizaba por me-
dio de la elección de los padres de las niñas casaderas si bien,
igualmente, las próximas a contraer enlaces fueron aceptadas sin
inconvenientes cuando poseían apellido, honor y buena familia.8
Múltiples son los documentos que se refieren a estas cuestiones9.

                                                            
4
Kluger, V. (1997), pp. 365-390.
5
Rípodas Ardanaz, D. (1997), p. 269, por ejemplo, México, Chile, etc.; Perfetti
Holzhäuser, M. E., en Siegrist, N. y Rosal, M. Á. (2010). La primera autora dice:
“Vale la pena señalar que, a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, la percep-
ción que tuvo el pardo de sí mismo, también cambió. Este grupo cada vez más
numeroso luchó por distinguirse de los demás grupos de sangre mezclada y por
disfrutar de ciertos privilegios propios de calidades superiores. Situación que pone
de manifiesto las crecientes tensiones sociales que se vivían en la Provincia de
Venezuela, y que se agudizarán a finales del mismo siglo y principios del siguien-
te. (…). Asimismo, ver Santos Cortés, R. (1978).
6
Soto Quirós, R. (2006).
7
Meléndez Obando, M. (2003).
8
Lavrin, A. (1990), p. 25, expresa que la castidad era considerada como bien espe-
cial, un mérito de que se hacía gala de manera escrita cuando el hombre entregaba
las arras, en donde quedaba asentada la pureza y virginidad de la novia.
9
Marre, D. (1997), pp. 217-249: Ya en el V Concilio de Letrán, el concubinato
fue prohibido expresamente y lo mismo ocurrió en el Concilio de Trento (1545-
1563), que estableció cortes eclesiásticas para dirimir en los conflictos prenupcia-
les, en la Metrópoli y sus posesiones.

- 53 -
 
Con respecto a la actual Argentina, la genealogía ha dado un
destacable paso al desentrañar parte de las ascendencias, mediante
la edición de varios miles de asientos de bautismos, matrimonios y
defunciones de archivos parroquiales, sin contar los que han apun-
tado al estudio de genealogías personales, designados por algunos
“bolsones” de conocimiento, que permiten analizar algunas nup-
cias con diversidad étnica. En base a estas transcripciones, hoy se
conocen -sumada la documentación en archivos- que una parte de
la sociedad tuvo ascendientes mulatos, pardos, negros, indios y
mestizos que aparecieron luego de la indagatoria puntual de los
antepasados. El Concilio de Trento (1545-1563) legisló sobre la
obligatoriedad de establecer en el Nuevo Mundo los libros de Bau-
tismos, Confirmaciones, Matrimonios y Defunciones, en donde
quedó asentada la población española; la que se descubría; y la
arribada a las tierras americanas de origen africano. Para lo que fue
español, se sabe que los registros parroquiales ya existían en el Oc-
cidente europeo, de manera que otros antecedentes más antiguos
pudieron ser rastreados para ascendientes continentales de tiempos
lejanos de vida; si bien no todos los descendientes o párrocos pu-
dieron descubrirlos y quedaron en el conocimiento de lo que el
escenario de América posibilitó.
Desde el comienzo de la conquista los matrimonios se con-
certaron -con mayor asiduidad- en las ciudades, más que en las
tierras mediterráneas y en las campañas de las ciudades. Es que la
lejanía de los curas y parroquias que pudieran casar a los feligreses
se encontraban en ocasiones distante a cientos de kilómetros. Esto
favoreció los amancebamientos que fueron perseguidos por la Igle-
sia, buscando regular en un orden la categoría civil de las personas,
ello por medio del matrimonio y la consiguiente legitimidad de los
hijos.
Se ha dicho que hacia fines del Setecientos comenzó a existir
una desconfianza notoria por la credibilidad de los asientos parro-
quiales, en virtud de diversas falsificaciones que se descubrieron se
hicieron tanto en México, Chile, Caracas y Argentina, por men-
cionar territorios que hoy día comprenden regiones de las repúbli-
cas así ahora denominadas. Se sabe que, en ocasiones, aparecieron
asimismo testados los apelativos de “mulato”, lo que sospechosa-
mente era reemplazado por el apelativo “español”. El propio arzo-

- 54 -
 
bispo San Alberto afirmó haber hallado en su arquidiócesis platen-
se muchas partidas añadidas o borradas en parte, que dio lugar a
confusiones10. El cruce de color hacia el “blanqueamiento”, fue
fundamental para los que querían ascender en la escala social ya
que sin esta característica “étnica”, quedaban cerradas las puertas
para progresar. Una posibilidad fueron las llamadas “gracias al
sacar” de 1795 que permitió legalizar la ilegitimidad y también el
traspaso del color, mediante un pago por lo general cuantioso que
cambiaba la identidad étnica y las posibilidades socio-económicas a
futuro de los solicitantes.
Sin embargo, otra cuestión, esta vez de carácter religioso, fue
la Encíclica Satis Vobis de 1741 del Papa Benedicto XIV, que au-
torizó los casamientos secretos de los feligreses inclusive de espa-
ñoles con esclavas, en situaciones de vida especiales, si bien se co-
noce que los mismos se realizaron en occidente desde tiempos le-
janos.
Para el interés de este apartado, se consideraron dos casos:
uno de “gracias al sacar” y la obtención de legitimación. El otro de
nupcias secretas, de conciencia u ocultas entre personas con dife-
rencias de linajes ciertas11, caso ocurrido en Córdoba del Tucumán
en la segunda mitad del siglo XVIII.

Una solicitud diferente: “las gracias al sacar”, del 10 de febrero de


1795, en el Virreinato rioplatense

José M. Ots Capdequí, en su puntual estudio sobre “Las


confirmaciones reales y las gracias al sacar, en la historia del dere-
cho indiano”, señala que las últimas significaron la dispensa de
leyes que permitieron al fisco un ingreso en metálico. De hecho, se
trató de las gracias de todo tipo que la Corona concedió a quienes
las demandaban, en la mitad del siglo XVIII y principios del XIX12.
Así las que fueron estipuladas en 1773, en un primer arancel que

                                                            
10
Rípodas Ardanaz, D. (1997), p. 33.
11
Siegrist, N. (2014), pp. 14-57.
12
Ots Capdequí, J. M. (s./f.).

- 55 -
 
constituye un antecedente puntual de las gracias al sacar a lo que se
agregó luego el de 1795 y 180113.
Fueron notables los objetivos que en el año 1795 se enume-
raron con los precios para su compra, entre ellos la dispensa de la
ilegitimidad de padres civiles y eclesiásticos cuyo costo ascendía a
sumas destacables: treinta y tres mil pesos; por legitimación de
hijos para heredar a sus padres que los hubieran habido siendo
solteros: cinco mil quinientos pesos; por legitimaciones de hijos
cuyas madres habían sido solteras y los padres casados: veinte y
cinco mil pesos; por distintivos de don-doña: mil cuatrocientos (ya
esta cifra en 1801, cuando antes ascendía a mil reales de vellón);
por dispensación de la cuestión del color pardo o del quinterón:
setecientos; etc.14. Resultaba puntual la posibilidad de llegar a ser
hidalgo o noble “sin haber pasado por las referidas clases de ciuda-
dano y caballero”, por lo que se debía abonar 50.000 reales15.
La historiadora A. Twinam expresó que las “gracias al sacar”
estuvieron determinadas por la concesión de la limpieza de sangre
que se otorgaba a aquellos que no la poseían. Desde lejanos tiem-
pos, la discriminación hacia los que estaban impugnados por la
carencia de la pureza de sangre, “se convirtieron en un tema recu-
rrente para las entidades corporativas en toda España”16. Sin duda
puede afirmarse que en el Nuevo Mundo las “gracias al sacar” del
siglo XVIII constituyeron realidades discriminatorias, vinculadas
directamente a la legitimidad y a la categoría de “blancos”:

“Existen varios casos en los que los hispanoamericanos legítimos


trataron de comprar cédulas para padres o abuelos cuyo naci-
miento defectuoso amenazaba su propio estatus. Pero en ningún
caso solicitaron legitimar ancestros más lejanos. Presumiblemen-

                                                            
13
Rodulfo Cortés, Santos (1978), t. II, pp. 11-19, quien también trae el texto de
1795, pp. 58-65; Siegrist, N. (2011), “La Real Cédula de “gracias al sacar” de
1795 y 1801 en la legislación española. Aranceles para el otorgamiento de legiti-
maciones, de dispensaciones de pardos y quinterones y otras “tasas” para la conce-
sión de títulos de nobleza e hidalguía”, en Boletín IACG Nº 266, Tº 32, Buenos
Aires.
14
Ídem; también Rosenblat, À. (2002), p. 55.
15
Febrero, o Librería de Jueces, Abogados y Escribanos (1852), Tº I, p. 38 y ss.;
p. 41.
16
Twinam, A. (2009), p. 78.

- 56 -
 
te, no había necesidad, dado el estatuto acostumbrado de limita-
ciones”17.

En otras regiones de Hispanoamérica se otorgaron por lo


menos a 55 peticionantes que las impetraron. Cuando la mezcla
racial descendía a menos de un octavo, las personas eran conside-
radas como blancas y cumplían con los requisitos impuestos en las
limpiezas de sangre. Si bien en un comienzo en Indias se tramita-
ron separadamente esta última cuestión y las ilegitimidades, ya en
la centuria decimoctava aparecieron conjuntamente, debido a que
también fue normal que una cosa viniera involucrada en la otra18.
Se conoce que todo dependía del lugar y nivel económico en
que conseguía quedar inserto el hijo natural, bastardo o sacrílego;
esencial fue en este sentido el apoyo que la familia de sangre brin-
dó a los nacidos en dicha situación: “anómala”.
En toda la problemática arriba apuntada, el deseo de “legiti-
mar la ascendencia”, significó hacer lo mismo con la descendencia,
por medio del pago de aranceles. Un pedido por medio de las
“gracias al sacar” para conseguir fuera aceptada su solicitud de legi-
timación, fue la de don José Ramón Olmedo, destacado vecino con
giro de negocios, quien lo fuera por Real Cédula labrada en Ma-
drid el 29 de julio de 179619. Para ello, el postulante debió pagar
por la media anata la suma de 7.650 maravedíes de vellón20. Este
caso fue recientemente estudiado por A. Fuentes Barragán, con un
destacado material proveniente de la Real Audiencia de Buenos
Aires y del Archivo General de Indias21. Este autor no pudo acce-
der a la transcripción textual de “la escritura notarial labrada en
Córdoba en 1796, donde se protocoliza -dándole así efectos erga
omnes- la respectiva carta de legitimación”22. De manera que el

                                                            
17
Ídem, p. 81.
18
Twinam, A. (2009), pp. 81-82.
19
Spangenberg, E. (1997), e Ídem (1996), pp. 15-28.
20
Íbídem, (1997), p. 41.
21
Fuentes Barragán, A. (2015). En su pormenorizado análisis no agrega los estu-
dios provenientes del área genealógica, en especial, de investigadores de Buenos
Aires (Ver citas 30 y 31) y de Córdoba, Argentina, material interesante de tratar
que ahora agregamos.
22
Spangenberg, E. (1997), p. 39.

- 57 -
 
texto que ahora se integra pretende enriquecer los conocimientos
que sobre dicha “gracias al sacar” se poseen.
Don José Ramón Olmedo era hijo de doña Teresa de Medi-
na que, en su tiempo, había sido reputada por viuda de Manuel de
Urquiere oriundo del Perú. Dado éste por muerto, volvió de un
viaje de negocios encontrándose luego de varios años con un hijo
de quince meses que no era suyo23. Sobre el padre biológico nunca
se supo quien era, pero en las circunstancias bien difíciles por los
que doña Teresa debió transitar lo entregó para la crianza a un
hombre pardo: “pero honrado”24, llamado Pedro Olmedo. unca se
declaró si, realmente, este era su padre de sangre. Por su lado, do-
ña Teresa era hija natural de don Antonio de Medina, el que había
sido estudiante en la Universidad de Córdova, luego convertido en
sacerdote y de doña Pabla Tejeda, mestiza, quien no tenía mácula
observante con respecto a razas consideradas viles. El caso, en sín-
tesis, fue que don José Ramón Olmedo era puchuelo, con la octava
parte de sangre de indios, y otras siete de españoles, tal como se
verá en la transcripción que luego se efectúa. No obstante, lo que
Olmedo solicitó en su tiempo a través de las “gracias al sacar” fue
la legitimación necesaria para ocupar puestos de la Monarquía en
Indias y no el pase de sus antepasados al blanqueamiento25.
En torno a dichos pedidos encontró un opositor que obsta-
culizó sus objetivos. Se trató del deán don Ambrosio Funes, síndico
procurador en Córdoba, que no estaba seguro de la verdad que
había expuesto J. R. de Olmedo en sus petitorios desconfiando que
lo que aseveraba fuera cierto con respecto a su ascendencia. Lo
cierto del asunto es que debido a las trabas encontradas en su ciu-
dad, dirigió su demanda a la Metrópoli donde tampoco tuvo suer-
te26.
De hecho, había “irregularidades” en la ascendencia en don-
de se daban explicaciones de varias cosas que habían sucedido. La
tramitación que llevó 5 largos años plagada de dificultades y de
idas y venidas en Córdoba, en la Audiencia de Buenos Aires, y ges-

                                                            
23
Fuentes Barragán, A. (2015), p. 7.
24
Twinam, A. (2009), p. 132.
25
Ibídem, p. 8.
26
Ibídem, pp. 8-9. En este trabajo se encuentra con detalles todas las gestiones de
don José Ramón Olmedo.

- 58 -
 
tiones en la Cámara de Gracia y Justicia en la Metrópoli, pronto
volvió a ser gestionada en la ciudad mediterránea cordobesa en
donde se presentaron diferentes testigos “nobles” y los de “castas”.
Así las cosas, contemporáneamente los parientes o los conocidos
cercanos de don José Ramón, Pedro Olmedo y su yerno Manuel
Garay también presentaron un petitorio en este caso de pedido de
blanqueamiento. Los movía a ello no borrar para siempre sus raí-
ces sino dar un destino mejor -si cabe- a su descendencia y a las
exigencias de una sociedad estratificada socialmente, con todas las
alternativas y consecuencias del caso.
Al respecto A. Fuentes Barragán afirma en este último caso
de impetración de gracias al sacar:

“Desgraciadamente, a pesar de nuestro interés por el presente ca-


so, no se ha hallado entre las fuentes trabajadas -más breves que en
el primero [las de don José Ramón Olmedo], por aparecer en este
expediente únicamente la parte de la causa transcurrida en la me-
trópoli- el documento en donde se recoja la resolución final, que-
dándonos la duda sobre el futuro de los pretendientes hasta que sea
posible, en investigaciones posteriores, realizar un estudio de otra
índole, más centrado en la trayectoria familiar”27.

Cabe entonces, para enriquecer lo ocurrido, transcribir el


Acta real por la que don José Ramón Olmedo finalmente fue legi-
timado, de acuerdo con la escritura notarial que se labró en Cór-
doba en 1796:

“D. Carlos por la gracia de Dios, Rey de Castilla … &, &… Por
parte de vos don Joseph Ramón ¨de Olmedo vecino de la ciudad
de Córdova del Tucumán se me ha hecho presente sois hijo de
doña Teresa de Medina, que os tuvo en tiempo que era tenida, y
reputada por viuda de Manuel de Urquire (casi ilegible: “como
justo”?) motivo este una larga ausencia que hiso de aquella ciu-
dad, y de haberse asegurado su muerte por voz general y común
entre las gentes de aquel vecindario: que dicha doña Theresa fue
hija natural de Don Antonio de Medina estudiante en aquella
Universidad, que después fue sacerdote, y doña Pabla Tejeda
mestiza, limpia de toda Raza de mulateria e hija de españoles,

                                                            
27
Fuentes Barragán, A. (2015), p. 12.

- 59 -
 
como el mismo Don Antonio, por cuia razón el mas baxo con-
cepto en que se debe reputar la calidad de vuestra persona es el
de Puchuelo, que es lo mismo que tener la octava parte de sangre
de indios, y las siete restantes de españoles según resulta del tes-
timonio que exhivíais…, suplicando, que mediante lo referido y
de que, por las leyes de Indias costumbre inmemorial, y práctica
generalmente observada, son tenidos dichos Puchelos por capa-
ces, y hábiles para obtener qualesquiera oficios y empleos honorí-
ficos como asimismo, que el defecto de ilegítimo haveís procura-
do suplirlo, con vuestra arreglada conducta, y honrados procedi-
mientos habiéndoos portado siempre como fiel, quieto y pacífico
vasallo mío ejerciendo el comercio: puntual y religioso en su eje-
cución, y pago de los Reales derechos, me digno concederos la
gracia de legitimaros declarándoos hábil para obtener las honrras
y oficios honoríficos de cualquiera clase que sean y extendiéndose
a vuestro favor la Real Cédula [dos palabras ilegibles: ¿de legiti-
mación?]. Y vista esta instancia en mi Consejo de Cámara de In-
dias con los documentos que posteriormente habeis presentado, y
lo que dijo mi fiscal, he venido en condescender a ella; pero con
la precisa calidad de que se entienda conforme a Ley: En cuya
consecuencia, y porque así como nuestro Santo Padre tiene po-
der de legitimar, y habilitar en lo espiritual, le tenemos los Reyes
de legitimar y habilitar en lo temporal a los que son procreados, y
nacidos de legítimo (sic) matrimonio.- Por tanto, por el presente
Real despacho, os legitimamos, y hacemos hábil, y capaz, para
que podais tener y ser admitido en los enunciados nuestros Rey-
nos de Indias a todos los honores correspondientes, también y
cumplidamente como lo pretenden los hijos nacidos de legítimo
matrimonio aunque lo referidos honores sean Tales, y de aquellas
cosas, que según derecho esta gracia no se entienda (como queda
expresado) en perjuicio de tercero: pues para todo lo que quere-
mos usar, y usamos como Rey, y Señor Natural, no reconociendo
superior en lo temporal, os hacemos legítimo, alzamos y quita-
mos de vos toda infamia, mancha o defecto, que por razón de
vuestro nacimiento os pueda ser imputada en qualesquiera mane-
ra así en juicio como fuera de él, y os restituimos en todos los de-
rechos, franquicias, libertades, preeminencias, prerrogativas, o
inmunidades, que pueden y deben tener los hijos, que son de le-
gítimo matrimonio, mía merced, y legitimación os hacemos de

- 60 -
 
nuestra cierta ciencia, y propio motu mandando y queriendo sea
guardada en todo, y por todo como en ella se contiene…”28.

Cabe apuntar que el texto aquí hizo referencia a actuaciones


antiguas del Rey don Juan II y las leyes que expidió y promulgó en
las Cortes de Briviesca29 “…para que si se diese alguna Carta con-
tra Ley fuero, y derecho, fuese obedecida y no cumplida, aunque
en ella se contenga qualesquiera cláusulas derogatorias”30.
Es de imaginar la alegría con que don José Ramón Olmedo
tuvo conocimiento de esta noticia que le reconocía su legitimación
como par “en el estatus” de otros miembros de la elite cordobesa y
del Virreinato del Río de la Plata.
El registro histórico de la Real Cédula contiene y apunta an-
tecedentes legales para las expresadas concesiones. En efecto, ello
retrotrae la cuestión al Rey Juan II y las cortes de Briviesca —antes
citadas- como mención puntual de beneficio y, así, la Real Cédula
de legitimación de 1796 para don José Ramón Olmedo, continuaba
exponiendo textualmente con referencia a la Ley que “el Señor
Don Juan el Segundo hizo”:

“Salvo si fuese hecha específica mención de esta misma Ley, y no


obstante también la Ley imperial en que se contiene, que los hi-
jos espurios no puedan ser tenidos ni reputados por legítimos, en
causas algunas civiles ni pecuniarias a menos, que de cierta cien-
cia, y sabiduría del Príncipe, con expresa y especial mención de la
propia Ley no la derogase; pues sin embargo de toda ella y de
otras cualesquiera leyes fueros y derechos que de esta merced, y
legitimación puedan oponerse y contradecir en qualesquiera ma-
nera; por la presente cédula las abrogamos, derogamos, cesamos,
y anulamos en cuanto a esto toca, y tocar pueda, quedando en su
fuerza y vigor (…) en adelante: Y por nuestra carta encargamos al
Serenísimo Príncipe de Asturias Don Fernando nuestro muy ca-
ro, y muy amado hijo, y mandamos a los Infantes, (…) Duques,
Marqueses, Condes, Ricos hombres (…), comendadores y sub-
comendadores de las órdenes, Alcaldes de los Castillos, y casas
fuertes, y llanas, y a los de Nuestro Concejo, Presidentes y Oido-
                                                            
28
Spangenberg, E. (1997), p. 40.
29
Moranchel Pocaterra, M. (2012), p. 44, dice que las Cortes de Briviesca se
reunieron en el año 1387.
30
Spangenberg, E. (1997), p. 40.

- 61 -
 
res de Nuestras Audiencias, Alcaldes, Alguacil, Merinos, Prebos-
tes, y otros qualesquier Jueces, y Justicias de estos Nuestros
Reynos, y de las Indias, Islas y tierra firme del Mar Océano así a
los que ahora son, como a los que fueren de aquí en adelante,
guarden, cumplan y hagan guardar, y cumplir esta Nueva Carta
de legitimación en todo, y por todo como en ella se contiene, sin
(...), consentir, se burle ni contradiga nunca, con pretexto ni mo-
tivo alguno; siendo igualmente nuestra voluntad, que valga, no
obstante, que conforme a la Ley, no vaya señalada de Nuestro
Capellán mayor ni de otros dos Capellanes de nuestra Capilla,
porque Nuestra Merced es, que sin este requisito valga, y haga
tan cumplido efecto, como si la señalaran los dichos Capellanes:
Y mandamos se tome la razón de ella por las contadurías genera-
les de valores, y distribución de mi real Hacienda, y por la de mi
Consejo de las Indias, dentro de dos meses de su data, expresán-
dose por la primera, quedar satisfecho o asegurado lo correspon-
diente al derecho de la media anata, por lo tocante a los nueve
mil reales vellón, con que haveis servios por esta gracia la que no
ejecutándose así quedara nula”31.

Por la transcripción de lo anterior cabe la consideración de


una pregunta: ¿se rebajó finalmente el pago del impuesto de la
media anata debido a un posible pedido de don Olmedo sobre lo
que no tenemos noticia, porque lo cierto es que el texto de la Real
cédula después indicó siete mil seiscientos, y cincuenta maravedíes
de vellón?
La inserción social de Olmedo en Córdoba, ciudad medite-
rránea del Virreinato del Río de la Plata, llevó a que se divulgara
rápidamente las nuevas “gracias al sacar”. En tales circunstancias el
Cabildo local, ante una legitimación, debía tomar nota en sus Actas
de la Concesión real.
Lo cierto es que, aparte de lo ya expresado, la Real Cédula
fechada en San Alfonso, a 23 de julio de 1796, concluyó expresan-
do sobre el valor abonado y su ejecutoria:

“Yo el Rey — Yo Don Silvestre Collar Secretario del Rey Nuestro


Señor, lo hise escribir por su mandato- una rúbrica- Carta de le-
gitimación, para don Joseph Ramón Olmedo — el Marqués de Ba-
                                                            
31
Spangenberg, E. (1997), pp. 40-41. La ortografía tal como aparece en la Real
Cédula

- 62 -
 
jamar, Jorge Escobedo — Bernardo Iriarte — tomóse razón de las
contadurías generales de valores , y distribución de la Real Ha-
cienda; y en la de Valores consta a pliegos cinco de la Comisaría
de Indias de este año haber satisfecho este interesado al derecho
de la media Anata siete mil seiscientos, y cincuenta maravedíes de
vellón. Madrid, veinte, y nueve de julio de mil setecientos noven-
ta y seis (…) Tómese razón en el Departamento meridional de la
Contaduría General de Indias — Madrid treinta de julio de mil se-
tecientos noventa, y seis. El Conde de Casa Valencia, Teniente
del Gran Canciller, Juan Ángel de Ceraín. Concuerda con la Real
Cédula original de su contexto de que certifico. Córdoba, y no-
viembre 12 del 1796. Francisco Malbrán y Muñoz. Escribano
Público e Interino de Cabildo”32.

Un casamiento secreto en Córdoba del Tucumán, con notoria


disparidad de linaje y la resolución eclesiástica

Un caso paradigmático fue el casamiento —a todas dudas se-


creto- entre don José Elías Bustos y la esclava María Josefa Luján.
Sobre este tema diversos historiadores y genealogistas, han brinda-
do su opinión. Así, Busca Sust-Figueroa33, Bustos Argañaráz34,
Moyano Aliaga35, Ferreyra36. Sin embargo, ninguno de ellos indagó
en el Derecho Canónico que reguló la figuraba matrimonial de la
época, que era -justamente- la única que otorgaba el sacramento
del matrimonio.
Aparte de lo establecido en el Concilio de Trento (1545-
1563) sobre los matrimonios, en la Sesión XXIV de este último
año, en 1741 se definió la validez de la Iglesia Católica respecto a
los mismos. Consta que en los primeros se debía tener el libre con-
sentimiento de los contrayentes, ser aceptados en el conocimiento
de la doctrina cristiana, efectuarse por palabras de presente “in
facie ecclesiae” (quedaban expresamente prohibidos por el decreto
Tametsi de noviembre del último año de 1563, los matrimonios
clandestinos), debían ser corridas las tres proclamas o amonesta-

                                                            
32
Ibídem, p. 41.
33
Buscá- Sust Figueroa (1972), p. 2; Ídem (2007), pp. 13-16.
34
Bustos Argañaráz, P. (2008), pp. 29-38.
35
Moyano Aliaga, A. (2003).
36
Ferreyra, M. del C. (2005).

- 63 -
 
ciones en donde se daba publicidad externa sobre dichas nupcias,
ser realizados en la parroquia de la novia ante dos o tres testigos, o
en aquella que hubiera sido concedida expresamente por el Provi-
sor eclesiástico para realizarlas.
Las prohibiciones se referían a que los matrimonios que no
fueran concretados en las condiciones antes expresadas eran írritos.
No obstante, algunas parejas que no podían casarse normalmente
debido a problemas por impedimentos consanguíneos, de afinidad
o de parentesco espiritual, sumado a serios problemas de concubi-
natos y prole de por medio, situaciones de falta de licencias de los
militares que no podían casarse por así disponerlo el rey o las auto-
ridades superiores que, en su caso, determinaban sobre su conce-
sión, ciertos problemas de viudos/as y los que emergían de comer-
ciantes que no podían dar a conocer sus casamientos, ya que los
contratos que habían concertado con dueños de mercancías o de
caudales los preferían célibes, diferencias de religión, algunos casos
de viudas que temían perder su pensión militar en caso de acceder
a un segundo enlace, por indicar solamente parte de las problemá-
ticas existentes, llevaron a que la Iglesia aceptara realizar -ante
contextos insalvables- nupcias secretas37, concediendo la dispensa
total de las tres proclamas. El bien supremo religioso-espiritual de
la Iglesia fue la salvación de las almas procediendo de este modo, a
fin de lograr salvarlas del pecado.
En orden a lo hasta aquí señalado una contingencia especial
para que existiera casamiento secreto fue la disparidad de linaje
notorio, bajo cuya condición se produjeron no pocos juicios civiles
de disenso que no siempre se aceptaron como “racionales”. La
bibliografía aquí es muy amplia y nos remitimos a trabajos citados
en páginas anteriores. Por su lado, en el caso de matrimonios entre
españoles y mulatas esclavas o libres, se procedió -en ocasiones- de
acuerdo con lo establecido en la encíclica Satis Vobis Compertum
de 1741, del papa Benedicto XIV. Y es así como se comenta el caso
que ocurrió con un poblador cordobés, don José Elías Bustos, in-
vestigación que sólo puede realizarse desde el enfoque histórico-
genealógico y, sobre todo, a la luz del Derecho Canónico de su
época.

                                                            
37
Siegrist, N. (2014), pp. 14-57.

- 64 -
 
La familia Bustos de esta historia pertenecía a la alta socie-
dad de Córdoba del Tucumán; algunos de sus miembros ostenta-
ron a lo largo de los siglos destacados y notables méritos. Con ma-
yor motivo entonces, lo resonante del caso.
En efecto, sobre esa situación se expresó: “Resulta impensa-
ble para la época que el hijo de una mulata llegase a ser alcalde y
gobernador interino, que recibiera sin excepción tratamiento de
Don, que su nieto se graduase en la universidad y ocupase las fun-
ciones que ocupó y que su descendencia se casara con quienes lo
hicieron”38.
Y para demostrar lo que ha provocado controversias en his-
toriadores y genealogistas en las etapas contemporáneas, conviene
ir por partes en este intrincado mestizaje, tal cual ahora se analiza,
producción que se procede a resumir más abajo.
Don José Esteban Bustos era hijo de don José Elías y, se ha
supuesto, de la esclava María Josefa Luján, hija a su vez de la escla-
va Josefa y, aquél, viudo de doña Juana Palacios y Guevara (esta
falleció en Córdoba, el 3 de noviembre de 1759, bajo disposición
testamentaria39, hija de doña Lorenza Palacios), quien llegó a con-
traer matrimonio con la citada María Josefa Luján. Esta última
pertenecía a la casa donde moraba la hermana de don José Elías
Bustos (hijo legítimo de Don Tomás Bustos y de doña Isabel de
Arrieta) donde la habría conocido. La hermana en cuestión era
doña Teresa Bustos quien había casado con don Antonio Luján.
Este grupo residía en la casa del ya fallecido don Francisco Luján,
padre del citado don Antonio, éste casado con doña Catalina de
Ceballos.
El inicio del expediente matrimonial elevado al Obispo de
Córdoba comienza con la declaración de don José Elías Bustos,
que expresó textualmente el 14 de octubre de 1776:

“atendiendo a la desigualdad de linajes se me hace preciso hacerle


a V. Sª. saber los motivos que para ello tengo y el fin que a hacerlo
me mueve y son los siguientes: el primero haber vivido en mala
amistad con dicha mujer dieciocho años. El segundo haber tenido

                                                            
38
Bustos Argañaráz, P. (2008), p. 31; Ferreyra, M. del C. (2005), p. 102.
39
Archivo del Arzobispado de Córdoba (en adelante AAC), Catedral Nuestra
Señora de la Asunción. Defunciones, 1728-1766, imagen 103.

- 65 -
 
en ella dos hijos bajo palabra de casamiento que le di, la cual me
hallo obligado bajo de culpa grave a cumplirla, como me lo han in-
sinuado mis confesores, y no hallando otro modo de sosegar mi
conciencia, la que por instantes me remuerde, suplico a V. Sª. se
sirva dispensar las proclamas e información, por tal que no llegue a
oídos de mis parientes y me lo impidan haciéndole alguna extor-
sión o agravio a dicha mulata...”40.

A lo que agregó que su alma se encontraba en miserable es-


tado. En el apuro de asentar su firma anotó: José Elisa (sic) Bus-
tos41.
En esta alternativa el pedido de dispensa de proclamas se
ubicaba en el contexto de la Encíclica Satis Vobis Compertum de
1741, aparte que la misma aceptaba casamientos secretos entre
personas de diferente linaje.
Hecha esta breve síntesis podemos expresar lo que quedó ex-
puesto por diversos investigadores Buscá-Sust Figueroa, Moyano
Aliaga, Ferreyra, citados, que han analizado estas filiaciones, a lo
que se agregan nuestras apreciaciones:

1. Que José Elías Bustos y Arrieta (hijo legítimo de don


Tomás Antonio Bustos de Lara y de doña Isabel de
Arrieta), se casó el 21 de octubre de 177642 en la Catedral
de Nuestra Señora de la Asunción de Córdoba, con Ma-
ría Josefa Luján, esclava. Esta acta nupcial fue anotada en
los libros de españoles, sin datos de filiación de los con-
trayentes.
2. Que María Josefa, esclava, era hija de la esclava Josefa
Luján y de padre no conocido.
3. Que los padres de don José Elías Bustos vivían en la es-
tancia del Rosario de Punilla y se habían casado en 1718,

                                                            
40
AAC, Sección Expedientes matrimoniales de la Catedral, leg. 69, expte. 43. Por
su lado, el texto puede verse en las digitalizaciones de Familysearch.org: Catedral
de Córdoba, Expedientes Matrimoniales, 1776-1778, imágenes 118-120. Ferrey-
ra, M. del C. (2005), pp. 97-98.
41
Ibídem, imagen 119.
42
Moyano Aliaga, A. (2003), p. 574 dice que don José Elías Bustos se casó con
María Luján, esclava, el 19 de mayo de 1776, lo que difiere con la partida por
nosotros encontrada.

- 66 -
 
con descendencia, entre ellos: don José Elías Bustos, na-
cido en 1728, por lo que en 1776 contaría alrededor de
46 años.
4. Que en el expediente matrimonial que se abrió en el Ar-
zobispado de Córdoba de don José Elías Bustos para ca-
sarse, fechado el 14 de octubre de 1776, es decir sólo 8
días antes dice que, atendiendo a la notoria desigualdad
de linaje viene a presentarse para aliviar su conciencia,
debido a la larga duración de su relación de 18 años, si
bien se ha indicado que pudo ser bastantes años más,
cuando la esclava tenía 12 ó 13 años.
5. Que Bustos presentó por testigos a Juan Gregorio Pas-
trana (sin el don), vecino de la ciudad quien no firmó por
no saber hacerlo, el que contaba arriba de 25 años. Esta
declaración tiene en su texto enmiendas no salvadas43.
6. Otro testigo fue Marcos Roldán (sin el don), el que tenía
más de 35 años, quien tampoco firmó por no saber.
7. Que la autorización de casamiento la firmó Su Señoría el
Señor Provisor y Gobernador del Obispado de Córdoba
el 15 de octubre de 1776, para lo que se constatan las
firmas de don José Domingo de Frías44 y José de Elías;
éste, Notario Mayor Eclesiástico.
8. Que el decreto anterior se hizo saber al cura de semana
Dr. Don José Javier Sarmiento, quien los casó.
9. Que los padrinos y testigos de esta boda fueron los mis-
mos lo que no era usual. Además que, los dichos, don
Agustín Loconches y doña Fructuosa Parada no son
nombres que figuren en ningún censo o archivo parro-
quial conocido del territorio (Ver partida).
10. Que las esclavas tenían derecho a casar sin que sus amos
lo pudieran impedir.
11. Que don José Elías Bustos suplicó se le dispensasen las
tres proclamas e información, “para que no llegue a oí-

                                                            
43
AAC, Catedral de Córdoba, Expedientes Matrimoniales, 1776-1778, imagen
119, cit.
44
Don José Domingo de Frías fue rector del Colegio Seminario de Loreto, Pro-
visor y Vicario General de la Catedral de Córdoba y Juez de Temporalidades.

- 67 -
 
dos de mis parientes y me lo impidan”, haciendo alguna
extorsión, o “agravio a dicha mulata”45.
12. Que las frases “urgente” y necesario” de que hubiera una
boda [secreta], se encuentran en el mismo expediente
matrimonial, cuando dice: “…teniéndose por otra parte
entendido, el que por sus parientes se pretende impedir
dicho matrimonio siendo las causas que alega [don José
Elías Bustos] urgentes, y necesarias de que nos ha hecho
constar se le dispensan las amonestaciones para que el
cura de semana , o su teniente, los case, incontinenti se
los aperciba, a que no se junten hasta tanto que se velen,
que será en el término de ocho días”46.
13. Que de esta unión nació don José Esteban Bustos, y
otros hermanos: José Domingo, nacido en por 1770; Jo-
sé, nacido en 1772; Rosa, nacida por 1773 (de color
blanco) a quien su ama, doña Teresa Bustos, otorgó en
1774 -a la edad de 9 o 10 meses-, la libertad47 y Manuela,
en 1776. Expresamente se dijo que la esclavita Rosa el
Señor Provisor Vicario General y Gobernador del Obis-
pado Dr. Don Pedro José Guerrero mencionó su liber-
tad por la cantidad de 70 pesos (situación fuera de lo
normal)48 ofreciendo el dinero; y Manuela, nacida por
1776.
14. Que don José Elías Bustos solo declaró, sin embargo, dos
hijos49.
15. Se ha comentado la posible filiación, entre ellos, de Rosa
Luján, anotada de esta manera, sin mención del nombre
de la madre, lo que tampoco era lógico.

                                                            
45
Moyano Aliaga, A. (2003), p.574 dice que don José Esteban Bustos era hijo de
éste con doña Juana de Palacios, pero se contradice entre la fecha de fallecimiento
de la primer mujer que fue en 1759 y el año de nacimiento de don José Esteban
Bustos en 1760. Por su parte, Buscá-Sust Figueroa, J., lo supone hijo de la segun-
da relación con la esclava María Josefa: (1972), p. 2, lo que resulta lógico dado que
aquella había fallecido un año antes.
46
AAC, Expedientes Matrimoniales 1776-1778, imagen 119.
47
Ferreyra, M. del C. (2005), p. 101.
48
Ibídem, pp. 101-102.
49
Ibídem, p. 101.

- 68 -
 
16. Que en el padrón de habitantes de 1779 de la ciudad de
Córdoba, aparece tres años después de su matrimonio, la
esclava María Josefa Luján de 30 años en casa de doña
Teresa Bustos (hermana de don José Elías) quien estaba
casada con don Antonio Luján. La madre de este don
Antonio Luján, era doña Catalina de Ceballos viuda de
don Francisco Luján. La esclava Josefa Luján y su hija
pertenecían a la casa de Doña Catalina. Es posible que
don José Elías Bustos hubiera trabado relación con la hi-
ja de la esclava Josefa, es decir con María Josefa Luján,
cuando visitaba a su hermana. Que en esa misma casa vi-
vían en ella dos niños en 1779: José Domingo y Manue-
la, “al parecer”: “huérfanos españoles”50.
17. Que don José Esteban Bustos habría nacido en 1772 y,
probablemente, durante una etapa de su vida acompañó a
su padre, don José Elías, en el campo51.
18. El matrimonio Bustos-Luján no vivió en un hogar con-
junto de “techo y lecho”, lo que demuestra la existencia
de un tipo de matrimonio diferente al común, aparte de
que se considera que fue un matrimonio secreto.
19. Que ese mismo don José Esteban Bustos fue mencionado
como “huérfano español” y, su madrina de aguas fue do-
ña Teresa Bustos.
20. Que sobre esta base sostenemos que la partida matrimo-
nial que figura en el libro de la Parroquia de Nuestra Se-
ñora de la Asunción de Córdoba correspondiente a don
José Elías Bustos con la esclava María Josefa no es verda-
dera.

                                                            
50
Ibídem, p. 102.
51
Ibídem, p. 102.

- 69 -
 

Fuente: AAC, Catedral Nuestra Señora de la Asunción de


Córdoba, Argentina, Matrimonios, 1757-1800, imagen 78. El
acta matrimonial en foja impar.

21. Que, de cualquier forma, se trató de un matrimonio par-


ticular de diversidad étnica que casó sacramentalmente
en su tiempo, a pesar de todas las pragmáticas de la mo-
narquía sancionadas al respecto.
22. Vale la pena agregar que la partida no dice que se obvia-
ron las tres amonestaciones, lo que con seguridad se hi-
zo, ya que era imposible contraer enlace en 7 días como
en realidad se concretó (una semana), aunque la nota del
Obispo dijera 8, y aparece escrito que aquellas “se corrie-
ron”. Se considera que la partida no es verídica ya que -
por lo menos- la exposición de las proclamas hubiera lle-
vado aproximadamente tres semanas. Por si fuera poco la
partida que arriba se agrega, se contradice con lo solici-
tado por don José Esteban Bustos de que se dispensaran
las proclamas. Sin duda de haberse efectuado pública-
mente toda la ciudad de Córdoba se hubiera enterado
con las posibles derivaciones de oposición de la familia
de don José Elías y las disposiciones de la monarquía. No
debe olvidarse que las dispensas eran mencionadas por el
cura que los casaba luego de serles asignados tres días
festivos consecuentes (o con dispensa para hacerlo en
otros días), lo que no ocurrió. Se dijo que la pareja fue

- 70 -
 
casada en el transcurso de una semana en un carácter
“urgente” y “necesario”. Que estos casamientos secretos
fueron diferentes al del común, y se realizaron y acepta-
ron por la Iglesia Católica -justamente- por causas graves
y urgentes en donde las proclamas se dispensaban a pro-
pósito para obviar su publicidad. Ello estaba inserto en el
Derecho Canónico y en la Encíclica Satis Vobis Com-
pertum de 174152. Recuérdese el temor expresado por el
novio en el inicio del expediente matrimonial, de que la
novia mulata fuera rechazada por su propia familia y que
la agraviaran. Sin duda, resultaba mejor que siguiera en
casa de la hermana de don José Elías Bustos y no echada
-de la que había sido siempre su morada- y la de su ma-
dre, Josefa (Luján), también esclava. Por otro lado, pare-
cía que la dueña de casa -doña Teresa Bustos- estaba en-
terada de lo que a su alrededor ocurría.
23. Ahora bien, la Iglesia católica procedía a realizar matri-
monios secretos cuando no existía otra solución para lo
que consideraba la salvación de las almas y para obviar el
pecado mortal de concubinato en que la pareja se encon-
traba, en una relación ilícita y con hijos de por medio.
24. Que don José Esteban Bustos al momento de contraer su
propio matrimonio con doña Juana Alzugaray (hija legí-
tima de don Julián Alzugaray y de doña Simona Aguile-
ra), en Coronda el 11 de febrero de 1790, no fue veraz en
la declaración de los nombres de sus padres, pues dijo
ser: “natural del Tucumán, hijo legítimo de don Juan
Antonio Bustos y de doña Francisca Arrieta”, anotado en
el archivo parroquial de Coronda, Libro de matrimonios:
1749-179253. En esta partida se alcanza a observar que
los datos de filiación de los padres no eran los correctos,
aparte que este supuesto matrimonio de los progenitores,
tampoco se concretó54. En un Acta totalmente diferente
                                                            
52
Siegrist, N. (2014). Ver Anexo con la Encíclica Satis Vobis de 1741, pp. 47-56.
53
Cfr.: Santa Fe, Corondá, San Jerónimo, Libro de Matrimonios de Coronda, 1749-
1792, I: 15.
54
Ferreyra, M. del C. (2005), p. 103.

- 71 -
 
a las demás que inserta el pequeño libro de casamientos
consultado, ya que parece que hubiera sido incluida la
partida después, con una serie de aclaraciones que no
tienen las demás de otros feligreses se dice, al final, que
se les corrió las amonestaciones el 24 de enero de 1790,
el 31 ídem, y el 7 de febrero de 1790. De hecho, es la
única partida en donde figuran dos textos con lujo de
aclaraciones no necesarias ya que, revisado el resto del
Libro, se encuentra la precedente acta totalmente
inusual55.
25. En torno a los sucesos arriba comentados notorio fue
que, en 1810, don José Esteban Bustos llegó a ser nom-
brado gobernador delegado de Córdoba.

En síntesis, las situaciones anómalas de información conti-


nuaron con los descendientes del matrimonio de don José Esteban
Bustos con doña [María] Juana [Francisca] Alzugaray (oriunda de
Santa Fe) los que concibieron varios hijos. Además de los que falle-
cieron, notable es la información contradictoria de los que llegaron
a adultos, sus enlaces y propia descendencia.
Lo anterior no ayuda a dilucidar si don José Esteban Bustos,
fue verdaderamente hijo de una mulata. Ello se debe a que no se
encuentra fehacientemente la partida de bautismo en donde se
aclare -taxativamente- que fuera hijo de don José Elías Bustos y de
María Josefa Luján. No obstante, la manera de asentar los bautis-
mos y casamientos de sus descendientes, en ocasiones con proble-
mas de exactitud en los datos de las filiaciones, o con dispensa de
algunas proclamas, y los ruegos para casar -privadamente- en la
morada de la novia (como situación de típicos matrimonios secre-
tos), inclinan a pensar que constituyó un caso de mestizaje, cuya
pareja contrajo matrimonio secreto en octubre del año 1766 de
acuerdo a las venias concedidas por la Iglesia Católica y la Encícli-
ca de 1741, Satis Vobis Compertum del Papa Benedicto XIV.

                                                            
55
Se debería revisar el libro en su original, que aparece -llamativamente- con un total
de sólo 21 folios.

- 72 -
 
Conclusiones

Cuando se trató de disensos por problemas de diferencias


sociales, es importante tratar de ubicar al antepasado más remoto
de las personas, a los efectos de cualificar posibles diferencias étni-
cas. Ello es así, desde que los cortes efectuados al encontrarse par-
dos, cuarterones, ochavones, indios, mestizos y otras denominacio-
nes en los antepasados familiares, demuestran los entronques leja-
nos de muchos miembros de la sociedad de la actual Argentina.
En torno del análisis realizado pudo observarse conexiones
con familias de diferentes orígenes. Un caso que se ha enriquecido
en cuanto a las “gracias al sacar” fue el expuesto de don José Ra-
món Olmedo desde que se ha podido ubicar una transcripción del
Acta donde recibió su legitimación en el año 1796.
En las sociedades de raíces españolas, la cuestión de estratifi-
cación social y descendencia legítima estuvo grabada a fuego, con
el objetivo de sostener el espacio ganado ya desde la época de la
conquista y poblamiento, cuando solo los peninsulares y sus hijos
pudieron acceder a los puestos de la administración de la Corona,
poder solicitar tierras y encomiendas y girar con beneficio en el
comercio.
Una página especial por no ser generalmente tratada en Ar-
gentina, la constituye la de los casamientos secretos; insertos, como
se sabe, en el Derecho Canónico. Fue el caso de don José Elías
Bustos de Córdoba, Argentina, viudo, cuando casó con su esclava
María Josefa Luján luego de haber mantenido con ella una larga
relación que databa de por lo menos 18 años antes, con hijos de
por medio. De esta unión y sus descendientes, hay aportes en algu-
nas contribuciones si bien otras discuten todavía hoy día lo ocurri-
do. En resumen, si don José Esteban Bustos quien llegó a ser el
gobernador interino de Córdoba en 1810 pudo ser realmente el
hijo de una mulata. Se considera que los matrimonios secretos que
se correspondieron con el vínculo Bustos-Luján, tuvieron vigencia
-justamente- en el marco del Derecho Canónico vigente en la épo-
ca, que legitimó las nupcias de desigualdad de linaje notorio, amén
que se sabe que las mismas datan inclusive de las disposiciones de
la antigua Iglesia primitiva.

- 73 -
 
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- 77 -
 

Pardos y esclavos, matrimonios.


El pardo en la Caracas del siglo XVIII

María Eugenia Perfetti Holzhäuser*

Introducción

En líneas generales, dos elementos vinieron a constituir las


categorías sociales que conformaron la sociedad venezolana de
tiempos hispánicos: el status socio-económico y el color de piel.
El primero de estos elementos estuvo asociado a la herencia
medieval de una sociedad española regida por un sistema de privi-
legios estamentales que acentuaba la desigualdad ante la ley (Gar-
cía-Pelayo, 2002), imponía una forma de vida a los miembros de
cada estamento (De Stefano, 1966) e implicaba un determinado
conjunto de valores sociales. De allí que, gran parte de los con-
quistadores trajera consigo las aspiraciones estamentales asociadas
a los criterios de honor, prestigio y linaje, con la esperanza de con-
vertirse en los “nobles” del Nuevo Mundo (Langue, 1992; Pellicer,
2005; Esteban, 2009). A ello se sumó un marcado criterio de dife-
renciación social: el color de piel. Al principio, era más obvia la
diferenciación étnica entre blancos e indios, y entre éstos y los
primeros negros llegados de África; pero a medida que corrieron
los siglos coloniales, el intenso proceso de mestizaje acentuó los
criterios de honor y limpieza de sangre (Esteban, 2009: 11). Así,
status y color de piel se constituyeron en las dos caras de una mis-
ma moneda.
Basada en los elementos expuestos y en documentos de pri-
mer orden, Graciela Soriano (1988) expone las siguientes catego-
rías sociales como conformadoras de la estructura social venezola-
na de aquella época: personas principales, de condición, de baja
condición y de torpe e infame linaje y, por último, los esclavos1. En
                                                            
*M.Sc. Dpto. Humanidades. Universidad Metropolitana. Caracas-Venezuela.
mperfetti@unimet.edu.ve
1
Otros autores como Rosenblat (1975) y Morón (1998), enfatizando las rivalida-
des sociales entre blancos peninsulares y blancos criollos especialmente evidentes
durante la segunda mitad del siglo XVIII y principios del XIX, distinguieron la
sociedad de la época entre blancos peninsulares, blancos criollos, pardos y negros.

- 78 -
 
otros términos, estamos hablando de categorías étnica y social, es
decir, de un doble proceso de mestizaje: étnico y socio-cultural
(Langue, 2013). Pero, además, la distinción planteada por Soriano
(1988) ilustra cómo la sociedad venezolana de la época asociaba el
elemento étnico con los criterios de status, calidad; y, consecuen-
temente, de valoración social. Esto es, de estima y aceptación so-
cial en función de aquello que la sociedad de la época consideraba
un valor social (honor, prestigio, linaje, limpieza de sangre, blancu-
ra de piel, “nobleza”, poder económico y político).
Así, entre las personas principales se encontraban algunos
blancos que ostentaban el máximo honor, alta dignitas y linaje. En
su mayoría, éstos descendían de los primeros conquistadores y po-
bladores; además basaban su riqueza en la tenencia de la tierra y
algunos ostentaron títulos nobiliarios. Eran los blancos criollos,
quienes crecían “…con el sentimiento presuntuoso de pertenecer a
un estamento cerrado, estaba[n] orgulloso[s] de su linaje puro y de
su ascendencia cristiana vieja” (Esteban, 2009: 17). Dentro de la
misma categoría, otro tanto lo constituían los funcionarios de la
Corona Española o blancos peninsulares. Sobre ellos recayó el
grueso del poder político durante el período hispánico. Además,
contaban con poder económico sustentado en las principales acti-
vidades de la época (agricultura y comercio). Finalmente, en un
rango inferior dentro de la distinción de personas principales, que
tienen en común su origen étnico (ser blancos) y un privilegiado
status socio-económico, se encontraban otros blancos mayorita-
riamente vascos y catalanes, que debían su condición social a la
riqueza que habían acumulado al exportar los principales productos
de la tierra.
La segunda categoría social o de condición estaba conforma-
da mayoritariamente por los universitarios y los que ocupaban car-
gos de oficiales de hacienda, justicia y militares. Durante los siglos

                                                                                                                                
Por su parte, Lombardi (1976) da preponderancia al elemento étnico -junto a la
diferenciación jurídica entre libre y esclavos- y separa la sociedad de la Provincia
de Venezuela de la misma época en: blancos, gente de color libre de ascendencia
mestiza o negra, indios y esclavos (una división similar establecen los autores
Brito Figueroa, 1961; Carrera Damas, 1976; Vallenilla Lanz, 1984; y Esteban,
2009).

- 79 -
 
XVI y XVII, pertenecieron a esta categoría personas principales;
pero entrado el siglo XVIII, pardos y blancos-llanos aspiraron a
ocupar estos cargos como una posibilidad de ascenso social.
Como su nombre lo indica, los de baja condición y de torpe
e infame linaje eran personas de bajo status socio-económico y/o
personas de ascendencia “torpe”, en su mayoría, de origen afri-
cano. Como se recordará, desde el siglo XVI los negros venidos de
África como mano de obra esclava comenzaron a mezclarse con
blancos e indios. Pronto se agregaron nuevos mestizajes: mulato y
zambo (blanco-negro y negro-indio respectivamente). Este mesti-
zaje se afianzó a lo largo de los siglos hispánicos y terminó por
constituir un nutrido grupo de “gente de color”, entre ellos mula-
tos, morenos y zambos (y las mezclas entre éstos, tales como cuar-
terón, quinterón, “salto atrás”…). Según Soriano (1988) también
formaban parte de dicha categoría los indígenas, negros libres y
blancos-llanos o pobres.
En último lugar, estaban los esclavos. Éstos tenían en común
con la categoría social precedente el color de piel, pero su situación
jurídica los colocaba al final de la pirámide social, pues su rol en la
sociedad estaba definido por ésta. Antes que negros, mulatos, mo-
renos,… eran “esclavos de otros”.

El “pardo” en la conformación social de la Venezuela hispánica


(siglo XVIII)

Para comprender mejor la conformación social de aquellos


de baja condición y de torpe e infame linaje, estableceremos bre-
vemente el paso de la mano de obra esclava al trabajador libre o
peón, cambio asociado con las actividades económicas desarrolla-
das en la Venezuela hispánica desde el siglo XVI al XVIII.
En su mayoría, la mano de obra esclava introducida durante
el siglo XVI estuvo asociada a la extracción perlífera, primera acti-
vidad económica que se desarrolló en estos territorios (Vivas, 1991;
Morón, 1998). A las regiones costeras y a los valles de fácil acceso
también llegaron los negros esclavos para la construcción de las
primeras ciudades y para incipientes actividades económicas. A
partir de la segunda mitad del siglo XVII, se incrementó la mano
de obra esclava “…por razón del auge en el laboreo de minas de

- 80 -
 
cobre, la expansión de la plantación de cacao y el ingenio azucare-
ro” (Vivas, op. cit.:388).
Por otra parte, las continuas expediciones a los llanos vene-
zolanos durante los siglos XVII y XVIII generaron nuevas formas
de organización del trabajo. Las mismas condiciones geográficas, el
nomadismo de los primeros pobladores (que dificultaba la “reduc-
ción” del indígena en las misiones) y las propias características de
esta actividad económica dificultaron el establecimiento de la es-
clavitud en la región; lo que fue definiendo la figura del trabajador
libre de hatos y haciendas: el peón.
A estas actividades debemos agregar la producción artesanal.
Para finales del siglo XVI y principios del XVII la producción arte-
sanal -que inicialmente había girado alrededor del trazado de las
ciudades con el concurso de maestros albañiles, herreros y carpin-
teros- se expandió a otras actividades productivas para el consumo
local y el mercado regional, como la producción de harina de trigo
y manufactura de cobre para los trapiches utilizados en la elabora-
ción de azúcar, melada y papelón. Igualmente, aumentó la produc-
ción artesanal de hilados y tejidos de algodón para diversos usos, la
producción de velas, etc., y la conservación de alimentos (salazón).
A partir de la segunda mitad del siglo XVII, asociada a la creciente
producción ganadera ya comentada, la actividad artesanal tendrá
un nuevo impulso con la elaboración de sebo y cuero. Finalmente,
a partir de la segunda mitad del siglo XVIII, las principales activi-
dades económicas como agricultura de exportación2, ganadería y
diversidad de actividades artesanales contarán cada vez más con
mano de obra libre, asalariada y afro descendiente, pero también
con indígenas y blancos pobres. En parte, estas nuevas oportunida-
des se dieron gracias a las políticas reformistas de Carlos III que
implicaron la revalorización de los “oficios mecánicos” asociados a
las actividades artesanales; constituyéndose en una oportunidad de
ascenso social especialmente para pardos y blancos llanos. No obs-
tante, al menos en la Provincia de Venezuela de entonces, la per-
cepción social de los oficios artesanales no cambió significativa-
mente, y continuaron considerándose “baxos y serviles” (Brito Fi-
                                                            
2
Junto al cacao, y gracias a las reformas borbónicas, “la estructura de la produc-
ción agrícola de plantación se hizo más heterogénea…participaban el tabaco, el
añil, el algodón, la caña de azúcar y el cafeto…” (Vivas, 1991:394).

- 81 -
 
gueroa, op. cit: 72). En consecuencia, quienes los realizaban no
contarían con reconocimiento ni valoración social alguna.
A la expansión de estas actividades debemos sumar la manu-
misión y el cimarronaje como elementos que conformaron una
creciente mano de obra libre. La primera se hizo cada vez más fre-
cuente, pues los hacendados prefirieron contratar trabajadores
libres, que mantener esclavos; ya que, un esclavo costaba alrededor
de trescientos pesos; mientras, el salario de un jornalero o trabaja-
dor libre oscilaba entre cuatro y cinco pesos. Lo que, obviamente,
hizo más “rentable” el trabajo libre que el esclavo. De allí que,
algunos autores sostienen que la economía venezolana colonial
avanzado el siglo XVIII, ya no se sostenía sobre hombros esclavos
(Brito Figueroa, 1961; Carrera Damas, 1976; Almécija, 1992). Por
su parte, “las fugas de eslavos, que, como fenómeno permanente,
se observa a lo largo del período colonial…” se intensificaron a
partir de la segunda mitad del siglo XVIII (Brito Figueroa, op. cit:
71-72).
Todo lo cual vino a configurar, dentro de la categoría de
personas de baja condición y de torpe e infame linaje, el grupo de
los pardos. Aunque con cierta confusión, este término se comenzó
a utilizar para designar a todas aquellas personas de “color pardo”
o “color oscuro” (aludiendo a quienes tenían ascendencia africana
o eran producto de cualquier otro tipo de mezcla), y que no eran
blancos “bien sea en la práctica (por el color de piel) o... teórica-
mente (y aquí han de tenerse en cuenta las tentativas, frecuente-
mente exitosas, de emblanquecimiento…)” (Langue, 2013:107-
108). Al parecer, para el siglo XVII, se utilizó como sinónimo del
término “moreno”; y a partir del siglo XVIII, se consideró como
análogo del apelativo “mulato” (aludiendo a una persona de color
que, entre los mezclados con componente africano, está más cerca
del blanco o menos mezclado), mientras el término “moreno” se
comenzó a utilizar para designar el resto de las mezclas étnicas,
cuyo componente africano es mayor que la del mulato o pardo
(Langue, 2013). Lo cierto es que, para finales del siglo XVIII, “la
condición de pardo estaba restringida únicamente a los hombres de
color con ascendencia europea, quedando fuera las “castas” y todas
aquellas personas que, a pesar de estar emparentados con blancos,
se habían vinculado nuevamente con negros” (Gómez, 2005: s/p;

- 82 -
 
cursiva propia). En otras palabras, todo nuevo cruzamiento con
afro descendientes reduciría a la persona a una condición inferior
al pardo (aunque en la misma categoría social), porque en lugar de
propiciar un “emblanquecimiento”, se oscurecía cada vez más.
En definitiva, el pardo se constituyó en un grupo demográfica-
mente numeroso y de condición jurídica libre; de hecho, la pobla-
ción parda fue numéricamente significativa en varias regiones de la
Venezuela hispánica. Siguiendo los padrones levantados por el
Obispo Mariano Martí durante su visita pastoral a la Diócesis de
Venezuela (1772-1784) el historiador Brito Figueroa (1961) indica
las siguientes cifras de población parda libre en las últimas décadas
del siglo XVIII:

Cuadro 1. Población parda libre en Venezuela hispánica, finales del


siglo XVIII

Región Pardos libres Otras categorías


Caracas y zonas
27.000 12.000 blancos.
aledañas*
33.809 blancos,
17.027 indígenas,
Valles centrales 32.673
5.053 negros libres y
18.616 negros esclavos
45.498 pardos,
negros libres y
12.744 blancos y
Costa centro-occidental esclavos (pero
7.351 indígenas
fundamentalmente
pardos)
22.270 blancos,
14.480 indígenas,
Llanos 21.971
7.955 negros libres y
7.605 negros esclavos
14.332 blancos,
Montañas centro- 14.285 indígenas,
16.059
norteñas 1.595 negros libres y
980 negros esclavos

- 83 -
 
Fuente: Brito Figueroa, op. cit., pp. 35-39. *La ciudad capital fue la pri-
mera en ser visitada por el prelado Martí, inició en la Iglesia Catedral en
diciembre de 1771 y se prolongó durante todo el siguiente año. En el
padrón levantado por el obispo, la distinción de la población parece un
tanto escueta, y la podemos explicar porque la obligación de distinguir el
estado y calidad de todos los habitantes no se estableció hasta el 7 de no-
viembre de 1776 por Real Cédula, que recibió Martí a finales del año
1777. Por ello, sólo a partir de su visita al Vicariato de Guanare, en enero
de 1778, el padrón incluirá blancos, pardos, indígenas, negros libres y
negros esclavos (AAC, Ep: 33, Relación oficial de la Visita, anotación
sexta del Secretario y Notario Don José Joaquín de Soto).

A su vez, algunos pardos habían adquirido tierras y otras pro-


piedades; lo que les permitió alcanzar cierta prosperidad económi-
ca (Vivas, 1991; Mckinley, 1987; Esteban, 2009). Igualmente, co-
menzaron a gozar de distinciones y prerrogativas reales (de las
cuales tal vez la más conocida sea la Real Cédula de “Gracias al
Sacar”):

“La política real, favorecedora de la movilidad de blancos-llanos y


pardos, intentaba captar, y de hecho permitió lograr el apoyo polí-
tico de estos sectores. Al mismo tiempo, se trataba de incrementar
el antagonismo entre los mismos y los criollos… que intentaban
defenderse a través del exclusivismo, la compra de títulos nobilia-
rios y la protesta contra Cédulas que donaban nuevos accesos as-
cendentes a los “grupos bajos”” (Boza, 1973: 1-2).

Es evidente que esta situación trastocó las relaciones sociales


de la época; especialmente entre los blancos criollos-principales y
los pardos. Los primeros recelaban de las autoridades peninsulares
y percibieron a los pardos como un peligro al status quo (Langue,
2013). Por su parte, los pardos veían en los blancos criollos-
principales el grupo social más adverso, pues controlaban el poder
político local (a través de los cabildos) y buena parte del poder
económico (Vallenilla Lanz, 1983). A su vez, tales concesiones y
distinciones reales acentuaron la auto-imagen de los pardos como
personas superiores al resto de la gente de baja condición y de tor-
pe e infame linaje. Para explicar este fenómeno, Fernando Saldivia
recurre al término endorracismo: dentro de la estructura social de
aquella época no sólo el blanco era el que discriminaba “también el

- 84 -
 
pardo y el mestizo, al reproducir ese comportamiento matriz, te-
nían una profunda ilusión de estarse diferenciando del negro al
tiempo que se identificaban más con el blanco” (citado por Este-
ban, 2009:18). Comportándose como una especie de “nobleza de
color”. Acaso, uno de los documentos más emblemáticos de este
comportamiento, lo encontramos en una misiva enviada al Capitán
General de Caracas por los oficiales del Batallón de Pardos de la
ciudad en 1774. En ésta solicitaban que se excluyese del Batallón a
uno de sus miembros argumentando que no tenía la misma calidad
del resto: “…cuando no sea zambo, es tente en el aire, y por consi-
guiente enteramente excluido de la legitimidad de pardos…”.
Además, explicaban a la autoridad peninsular que ellos no debían
mezclarse con aquella persona que, sospechaban, era un “salto
atrás” (mulato más negro); esto implicaba que los padres de aquél
hombre, “…en lugar de adelantarse a ser blancos, han retrocedido,
y se han acercado a la casta de los negros” (Gómez, 2005: s/p).

Pardos y negros, libres o esclavos… en los Libros Parroquiales de


la Iglesia de San Pablo (Caracas)

Pese a las distinciones y prerrogativas recibidas por la Coro-


na, la superioridad numérica, la obtención de cierto nivel económi-
co y su auto-imagen, en términos de valoración social, tanto los
grupos hegemónicos (muy especialmente los blancos criollos-
principales) como las instituciones sociales de la época (entre ellas,
la Iglesia) siguieron percibiendo al pardo como inferior. En virtud
de lo cual, no le atribuyeron diferencias sustanciales que lo distin-
guieran del resto de las personas que conformaron la categoría
social de baja condición y de torpe e infame linaje. Particularmen-
te ilustrativo de ello son los Libros Parroquiales de la Iglesia Pa-
rroquial San Pablo, una de las cuatro Parroquias de la ciudad de
Caracas de entonces, una de las más populosas de la ciudad capital
de provincia. En la Sección Libros del Archivo Arquidiocesano de
Caracas (AAC)3 se encuentra la Serie Libros Parroquiales (L) de la
                                                            
3
Tras las amenazas de grupos armados y la ocupación efectiva del Palacio Arzo-
bispal de Caracas por adeptos al gobierno, todos los libros del AAC fueron reco-
gidos en cajas y trasladados a otro sitio del cual no se tuvo noticias, sino hasta hace
relativamente poco tiempo. En la actualidad, siguen guardados en la Iglesia del

- 85 -
 
Iglesia Parroquial San Pablo que reúne, entre otros, partidas ma-
trimoniales celebradas desde la segunda mitad del siglo XVIII has-
ta bien entrado el siglo XIX. Existe un total de dieciséis libros que
contienen partidas matrimoniales4. De los cuales, cinco están cla-
ramente identificados con el título “Matrimonios de blancos” (des-
de el Libro Primero hasta el Libro Quinto), un grupo de libros
identificados como “General de matrimonios” (Libro Sexto al Do-
ceavo), y el grupo de nuestro especial interés, conformado por
cinco libros rubricados de la siguiente manera:

Cuadro 2. Sección Libros Parroquiales, San Pablo, Matrimonios pardos y


esclavos, (1751-1821)

Número Asunto Años


13 Matrimonios pardos y esclavos 1751-1774
14 Matrimonios pardos y esclavos 1794-1798
15 Matrimonios pardos y negros libres 1798-1812
15 Matrimonios pardos y esclavos 1790-1821
16 Matrimonios pardos y morenos libres 1812-1821
Fuente: Elaboración propia

Lo primero que llama nuestra atención es el título de cada


uno de estos libros parroquiales bajo los cuales están registradas las
partidas matrimoniales. Ello cobra particular relevancia cuando
                                                                                                                                
Rosal, y su revisión se ha hecho bastante más complicada por el gran “celo” de sus
cuidadores. Ello ha retrasado la investigación. En el presente trabajo hemos
mantenido la referencia original (AAC).
4
La escogencia de estos libros parroquiales no es fortuita; guarda relación con la
naturaleza misma de este sacramento. En la doctrina Cristiana Católica, el matri-
monio garantiza la prosecución de familias cristianas, pues se espera que padres
cristianos críen hijos cristianos y devotos, y, además, constituye una unión santa
instituida por el mismo Cristo, en la cual dos se vuelven uno. A las consideracio-
nes sacramentales, se debe sumar el hecho de que el matrimonio constituye un
contrato que sirve para mantener y fortalecer lazos de poder hegemónicos y pro-
teger patrimonios; o bien, una posibilidad de ascenso social. En todo caso, éste es
un sacramento de primer orden y sirvió para legitimar y proteger el orden social y
la moral cristiana de la época.

- 86 -
 
revisamos la importancia social del “nombre” (muchas veces adju-
dicado por otros). Lo que ha sido objeto de estudio de varias disci-
plinas. Sin posibilidades de ahondar en cada una de estas perspecti-
vas, podemos referir algunos conceptos básicos. Una aproximación
sociológica común supone considerar que “nuestras distinciones
verbales revelan nuestros valores sociales” (Chinoy, 1966:64). Por-
que, en líneas generales, los nombres -en tanto objetos culturales-
pueden ser considerados en su dimensión simbólica. Desde la se-
miótica y tal como afirma Humberto Eco en su Tratado de Se-
miótica General (2000), “siempre que una cosa materialmente pre-
sente a la percepción del destinatario representa otra cosa a partir
de reglas subyacentes, hay significación” (p.7). Por lo tanto, el
nombre como tal y el acto de destinar un nombre o apelativo a un
grupo en particular, evidencia significaciones y valores sociales
unidos a un contexto particular. A ello se refieren, desde una pers-
pectiva antropológica, Beatriz Moncó y Ana María Rivas:

“Nombrar es asignar y reconocer una posición y un rol determina-


dos a aquella persona de la que hablamos… y/o a la que nos diri-
gimos…; implica situar a alguien en un espacio genealógico y so-
cial, del que se derivan actitudes, comportamientos, prácticas, sen-
timientos, derechos y deberes, expectativas recíprocas, legitimadas
socialmente…”. (Moncó y Rivas, 2007: s/p).

Entonces, cuando la Iglesia rotuló estos Libros Parroquiales


bajo determinados títulos reconoció para los casados de baja condi-
ción y de torpe e infame linaje un espacio documental común y
propio. Espacio que no se distinguió significativamente del otorga-
do a los esclavos (que estaban a la base de la estructura social de
entonces). Al respecto, nótese el título de los Libros 13 y 14: Ma-
trimonios pardos y esclavos. Tomando en cuenta solo el título, y
antes de adentrarnos en las actas matrimoniales como tal, enten-
demos que para la institución eclesiástica venezolana de una de las
parroquias más populosas de la época era relevante distinguir entre
“pardos” (que asumimos libres) y esclavos, seguramente por las
consideraciones jurídicas implicadas. Situación que se hace eviden-
te en los títulos de los dos libros indicados bajo el mismo número
15: Matrimonios pardos y negros libres y Matrimonios pardos y
esclavos, cada uno de los cuales distingue condiciones jurídicas

- 87 -
 
(libres/esclavos) y étnicas, pero no socio-económicas (pues reúne
dos categorías sociales distintas). Por una parte, esto nos lleva a
considerar que, aún dentro de la categoría social de baja condición
y de torpe e infame linaje, tenía más peso el componente étnico
que el componente socio-económico. Al mismo tiempo, alude a
una realidad que podríamos considerar superada para finales del
siglo XVIII y principios del XIX como producto del intenso mesti-
zaje, y es el hecho de que la institución eclesiástica siguió utilizan-
do el término “negro” como sinónimo de “esclavo”. Situación que
los estudiosos explican en función de los primeros siglos de con-
quista y colonización (siglos XVI y XVII), pero que comúnmente
no han asociado a siglos posteriores. Por último, encontramos el
Libro 16 rubricado Matrimonios pardos y morenos libres. Esta
distinción entre “pardos” y “morenos” parece aludir al hecho cier-
to de que la significación del término pardo se fue aclarando a lo
largo del período hispano. Recordemos que bajo el término “par-
do” inicialmente se refirió a todo aquél de color oscuro de piel;
luego, entrado el siglo XVII, se utilizó como sinónimo del término
“moreno”. Finalmente, a partir del siglo XVIII, se consideró como
análogo del apelativo “mulato” (aludiendo a una persona de color
que, entre los mezclados con componente africano, está más cerca
del blanco o menos mezclado), mientras el término “moreno” se
comenzó a utilizar para designar el resto de las mezclas étnicas,
cuyo componente africano es mayor que la del mulato o pardo
(Langue, 2013). No obstante, no será hasta principios del siglo
XIX que se establecerá dicha distinción, al menos en la Parroquia
San Pablo y tal como podemos observar en el Libro 16 titulado
Matrimonios pardos y morenos libres (1812-1821). En todo caso,
reunir en un mismo libro parroquial las partidas matrimoniales de
pardos, mulatos, morenos, zambos… viene a legitimar, desde la
institución eclesiástica, la poca o ninguna estima y valoración social
que se tenía de los pardos. Pese a su aparente superioridad con
respecto a otros grupos de la misma categoría, a sus posibilidades
económicas, a su superioridad numérica para finales del siglo
XVIII, no se modificó sustancialmente la valoración social que de
los pardos se tenía. Tal parece que, para la época, pesó en gran
medida el color de piel (y los valores de linaje y “blancura” asocia-
dos a éste) que cualquier otro elemento de valoración social.

- 88 -
 
Igualmente, puede ser ejemplo de la propia confusión que pesaba
alrededor del término pardo, situación a la que ya aludimos.
Ahora bien, de estos cinco libros hemos podido revisar con
mayor detenimiento el Libro Treceavo cuyo título completo es
Pardos y esclavos, matrimonios 1751-1774. Hasta la fecha, hemos
analizado ciento noventa y dos partidas matrimoniales (desde 1769
hasta 1774 inclusive)5. En todas las actas encontramos los siguien-
tes datos de rigor: fecha del matrimonio, autoridad eclesiástica que
lo celebró (con la frase: “yo el infrascrito cura”), lugar donde se
llevó a cabo, y otras frases que aluden a especificaciones doctrina-
les, tales como: “Habiendo precedido en los tres días festivos con-
tinuos”, “inter misrarum solemnia”, “por el Concilio de Trento”,
“no habiendo impedimento alguno”. Seguidos de datos que aluden
a los contrayentes: a) unos referidos a aspectos de su vida cristiana
y a la preparación doctrinal previa a la celebración sacramental:
“influidos en los Misterios de Nuestra Santa Fe Católica” y “confe-
sados y comulgados”, así como su procedencia (si pertenecen o no
a la feligresía de San Pablo); b) otros datos relacionados con su
condición social: nombre de los contrayentes6; nombre del dueño

                                                            
5
Nos hemos concentrado en los matrimonios celebrados durante el obispado de
Don Mariano Martí, quien fue obispo de la Diócesis de Venezuela desde su nom-
bramiento en 1769 hasta su muerte en 1792. Las partidas matrimoniales en cues-
tión fueron revisadas y aprobadas por el obispo Martí durante su visita pastoral a
la Iglesia Parroquial de San Pablo realizada del 29 al 31 de marzo de 1772. En el
libro se declara expresamente que “aprobó las partidas contenidas en este libro de
casamientos de gente inferior”, seguido de la rúbrica legible del obispo (AAC,
L:13, fol.212). Léase “gente inferior” y con ello, en el mismo lote, considerados
por la institución eclesiástica -representada en la figura de su máximo exponente
diocesano- todos los afros descendientes (pardos, morenos, mulatos, zambos), y
también los indios y blancos de orilla. Así, en esa sola afirmación del obispo se
reúnen los distintivos de la categoría social de baja condición y de torpe e infame
linaje de la que venimos hablando; al tiempo que ratificamos cómo los pardos
eran percibidos por una de las instituciones más importante de la época.
6
En la obra Del nombre de los esclavos (1984), Michaelle Ascencio establece un
código de nombramiento de esclavos en la época colonial que alude a la estructura
social de la época. La autora explica que el nombre de los esclavos consta de dos
términos: un primer nombre castellano (que siguiendo las pautas doctrinales y
morales de la época estaba asociado al santoral católico); y un “apellido” compues-
to por uno o varios datos sobre el esclavo y que pueden ser los siguientes: adjetivo
referido al componente étnico del esclavo (negro, mulato, etc.); adjetivo referido a
la circunstancia de nacimiento del esclavo (criollo o bozal); un gentilicio africano

- 89 -
 
(en caso de ser esclavo); hijo(a) legítimo(a) o hijo(a) natural; nom-
bre de los padres de cada uno de los contrayentes (en caso de ser
hijo natural, sólo aparece el nombre de la madre). Finalmente, un
grupo de datos igualmente formales y doctrinales: “recibieron las
bendiciones nupciales...”, los nombres de dos o tres testigos; entre
otros datos. De todos éstos, nos interesan aquellos datos relaciona-
dos con la condición social de los contrayentes, en su mayoría per-
tenecientes a la categoría de baja condición y de torpe e infame
linaje. A tal fin, hemos agrupados dichos datos según la clasifica-
ción étnica propia de hombres y mujeres de dicha categoría y el
estado jurídico de los mismos (libres o esclavos), lo cual sirve de
distintivo entre aquella categoría y la última en la estratificación
social de la época, es decir, esclavo:

Cuadro 3. Pardos y esclavos, matrimonios 1751-1774 (AAC, L: 13)

Contrayentes Condición jurídica Cantidad partidas Porcentaje


Pardos y pardas Libres 91 47,39%
Pardos(as), morenos(as),
mulatos(as), indios(as) Libres 36 18,75%
y/o blancos(as)
Morenos y morenas Libres 13 6,77%
_______ Libres 20 10,41%
Pardos, morenos
Libres con esclavos 8 4,16%
y/o mulatos
Pardos, morenos y/o zambos Esclavos 24 12,50%
Fuente: Elaboración propia

                                                                                                                                
(Mina, Garabalí, Congo, etc.); gentilicio americano (Curaçao, Bugueño, Margari-
ta,etc.); un apellido castellano propiamente dicho (Alvarez, Ruiz, Olguín,etc.);
adjetivo referido a una cualidad, a un defecto o a un oficio (Barriga,Calvo, He-
rrrero,etc.); y otros gentilicios no africanos ni americanos (Portugés, Guanche-
ra.etc.) (Ibid: 59-60). Siguiendo este código, en el caso de las partidas revisadas
encontramos que el “nombre” de contrayentes libres y/o esclavos estaba confor-
mado principalmente por el nombre como tal (mariano o del santoral católico),
acompañado del distintivo étnico (pardo, moreno, mulato, zambo, indio y blanco)
y un apellido (en caso de tenerlo).

- 90 -
 

Detallemos algunos aspectos. En primer lugar, es clara la


preponderancia numérica de contrayentes pardos sobre el resto; lo
que no debe extrañar dadas las características demográficas de la
Provincia de Venezuela, ya comentadas. En segundo lugar, consi-
deramos significativo llamar la atención acerca de algunas combi-
naciones étnicas: a) los contrayentes calificados como pardos casa-
ron en su mayoría con mujeres pardas, pero también con morenas,
mulatas e indias7; b) los morenos casaron con mujeres morenas o
pardas; c) los blancos (registrados en los documentos simplemente
como “blancos” o por su toponímico, es decir, “canarios”) solo
casaron con mujeres blancas o con mujeres pardas; d) de los pocos
matrimonios entre libres y esclavos, se registraron seis entre hom-
bres libres (pardos, morenos y/o blancos) con mujeres esclavas
(pardas y morenas) y dos matrimonios entre hombres esclavos (un
pardo y un moreno) y mujeres libres (una parda y una morena,
respectivamente); e) finalmente, entre ambos contrayentes escla-
vos, la combinación étnica incluyó pardos(as), morenos(as) y, en
menor medida, zambos(as).
Las preferencias étnicas en dichas uniones sacramentales nos
hablan de valoraciones sociales, deseo de reconocimiento, ciertas
aspiraciones de movilidad social (aunque dentro de la misma cate-
goría social), o si se quiere, de ciertos prejuicios o ciertos pruritos
étnicos y/o socio-económicos. De allí, por ejemplo, que los blancos
prefirieron casarse con mujeres blancas (ambos contrayentes, re-
cordemos, son blancos de orilla o pobres, de origen mayoritaria-
mente canario) o con mujeres pardas. Esto es cónsono con las
aspiraciones sociales de pardos y blancos-llanos, y podría ser un

                                                            
7
Al respecto, puede ser ilustrativo el hecho de que, para la época en cuestión,
“Son numerosos los procesos y reclamaciones expuestos a las autoridades eclesiás-
ticas por parte de padres pardos que se oponen a la unión de sus hijos con un
representante de esta categoría social inferior, en suma por «desigualdad étnica»,
apelando a textos que se supone han de proteger de hecho a los representantes de
las élites locales (blancas) de este tipo de malos casamientos (étnicos o económico-
patrimoniales). En efecto, ese fue el papel de las pragmáticas publicadas en toda la
América española en 1776 y, sobre todo, en 1803, fecha del texto más restrictivo
en este sentido. En la mayor parte de los casos las autoridades eclesiásticas com-
partían la reacción de rechazo con respecto a esta perniciosa «mezcla de razas»,
como el factor de «confusión de clases» por excelencia” (Langue, 2013: 108).

- 91 -
 
ejemplo de la auto-imagen de superioridad con respecto al resto de
los miembros de la categoría social a la que pertenecían, y del con-
secuente endorracismo. Por el contrario, no se encontraron ma-
trimonios entre hombres pardos y mujeres blancas. Ello puede
explicarse porque en las sociedades patriarcales, el linaje y el status
proceden principalmente del cónyuge; entonces, es muy probable
que los blancos, aunque pobres, prefirieran que sus hijas, herma-
nas, sobrinas… casaran con blancos que con pardos (aunque éstos
hubiesen alcanzado algún rango mayor que el resto de los afro
descendientes).
De estas combinaciones étnicas igualmente llama nuestra
atención algunas ausencias. No encontramos contrayentes califica-
dos como “negros”; igualmente, escasea la presencia de “mulatos”
(producto de la primera mezcla blanco-negro). Todo lo cual enfa-
tiza el intenso proceso de mestizaje y puede apoyar el hecho de
que, para la época en cuestión, los términos pardo y moreno tenían
cargas semánticas diferentes.
Otro aspecto a considerar es el hecho de que en el mismo li-
bro parroquial se incluyeran matrimonios entre esclavos. Como se
recordará, todos los autores consultados colocan al esclavo como la
última categoría social del período hispánico. Sin embargo, tal
parece que para la Iglesia, al menos para el prelado de San Pablo y
a finales del siglo XVIII, no existía una importante diferencia en-
tre, por un lado, hombres pobres (blancos o no) y afro descendien-
tes libres y, por otra, los esclavos. Ni siquiera entre todos estos
últimos y los indios que están incluidos en estas partidas matrimo-
niales, aunque en una mínima proporción. Todos son, a los ojos de
la institución eclesiástica, “gente inferior”. No obstante, queremos
aclarar que en todas las partidas matrimoniales en la que uno o
ambos cónyuges eran esclavos, su condición jurídica aparece cla-
ramente especificada con la frase “esclavo(a) de”, seguida del nom-
bre de su amo(a).

Reflexiones finales

A partir de los datos recogidos en estas partidas, podemos


llegar a ciertas conclusiones. Por un lado, éstas exponen el intenso
proceso de mestizaje y la poca movilidad social de la época. Pese a

- 92 -
 
que los pardos eran mayoría poblacional, hombres libres y tenían
una condición económica un tanto mejor que el resto de su catego-
ría social, se casaron entre sí, con blancos(as) pobres, o con otros
afros descendientes. Al menos fue así durante la segunda mitad del
siglo XVIII y en la Parroquia de San Pablo (Caracas).
Además, la cantidad de matrimonios celebrados entre perso-
nas libres, en detrimento de los celebrados entre esclavos, podría
corroborar lo que estudiosos de la demografía y de las condiciones
socioeconómicas durante la época sostienen: para finales del siglo
XVIII, al menos en la Provincia de Caracas, la población era mayo-
ritariamente libre, y de ésta, dentro de la tercera categoría social,
los pardos constituyeron una buena parte (Brito Figueroa, 1961;
Carrera Damas, 1970; Morón, 1970; Lombardi, 1976; Almécija,
1992; entre otros).
Por último, reiterar lo que en líneas anteriores hemos soste-
nido: para los poderes coloniales, y concretamente para la Iglesia,
no existía una importante distinción social entre pardos y otros
grupos étnicos, inclusive entre los primeros y otros como blancos
pobres e indígenas. Al final, todos estos conformaban una misma
categoría social, a saber, de baja condición y de torpe e infame li-
naje. Más aún, pese a los intentos de superación socio-económica y
“blanqueamiento”, para finales del siglo XVIII los pardos seguían
siendo percibidos como “gente inferior” por parte de la institución
eclesiástica. Ello porque, sustancialmente, la sociedad venezolana
mantenía los valores del honor, el linaje y la pureza de sangre he-
redados de la sociedad española estamental. La riqueza material
(poseer tierras, por ejemplo) no bastaba. Por eso los pardos, aun-
que ascendieron un tanto económicamente hablando, no lo hicie-
ron en términos de la estima y valoración social.
En contraposición, es evidente que la categorización étnica sí
era importante pues, aunque las partidas matrimoniales analizadas
están recogidas bajo un mismo título: Pardos y esclavos, matrimo-
nios 1751-1774 (AAC, L:13), lo que a primera vista alude a la dis-
tinción jurídica entre libres y esclavos, una vez revisadas en detalle
pudimos constatar que todos los contrayentes contaban con el dato
étnico como parte de su nombre (pardos propiamente dicho, pero
también mulato, moreno, zambo...). Lo que luce cónsono con las
pragmáticas de 1776 (ver cita 9). Queremos insistir: si para las ins-

- 93 -
 
tituciones de la época, como la Iglesia, el grupo de los pardos hu-
biese sido sustancialmente diferente al resto de los componentes de
baja condición y de torpe e infame linaje, los sacramentos celebra-
dos por estos estarían claramente distinguidos o registrados en otro
libro; así como existen, en la misma Iglesia Parroquial, los libros de
Matrimonios de blancos españoles, por ejemplo.
A ello podemos sumar la confusión que giraba en torno al pro-
pio término “pardo”, cuyo uso -si bien se fue aclarando a través de
los siglos- tal vez aún no estaba muy claro para todos los represen-
tantes eclesiásticos de la Iglesia Parroquial de San Pablo (Caracas).

Referencias

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- Sección Libros Parroquiales (AAC, L). Libro 13.
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- 97 -
La ciudad de Mendoza: mixtura e ilegitimidad.
Segunda mitad del Siglo XVIII

Gloria E. Lopez*

Introducción

El “contacto” de españoles y naturales y la posterior incor-


poración de negros en todo el espacio americano favoreció la con-
formación de una sociedad variopinta, biológica y culturalmente
rica y diversa. Ciertamente este encuentro consintió las relaciones
sexuales entre hombre y mujer, a veces forzadas pero las más de las
veces libres -y hasta solidarias-, en las que se pusieron en juego
intereses diversos. Una consecuencia directa de esta miscegena-
ción1 fue la condición de ilegítimo a la que se vio sometido el fruto
de estas relaciones interétnicas, situación que trascendió el ámbito
de lo privado y se perfiló como una problemática a la que el Estado
colonial dedicó especial atención, al tiempo que recibió el rechazo
de ciertos sectores de la sociedad con una actitud segregacionista.
Los estudios iniciales sobre la conformación de la sociedad
americana y el mestizaje datan de mediados del siglo XX, con des-
tacadas obras de obligada referencia como las de Richard Konetzke
(1962) y Magnus Mörner (1969) Más recientes, parciales y/o de
temáticas conexas como la historia de la familia, de la vida privada,
de las mentalidades, las uniones interétnicas, la sexualidad, la ilegi-
timidad, la pureza de sangre, etc. son las de Asunción Lavrin
(1991), Pilar Gonzalbo Aizpuru (1991,1994), Susan Socolow
(1991), Ann Twinam (2009), Carmen Bernand (2001), Pablo Ro-
dríguez Jiménez (2008) entre otras y, con una perspectiva distinta,
la de Serge Gruzinski (2000). En nuestro país el interés por desen-
trañar y comprender la dinámica de la sociedad tardo colonial ha

* Mgter. Facultad de Filosofía y Letras Universidad Nacional de Cuyo.


1
El término miscegenación -mezcla de genes- no se encuentra en el Diccionario
de la RAE. En lengua inglesa refiere a una sexual relations between individuals of
different races. Para algunos autores el término es correcto para referirse al pro-
ceso biológico de mezcla racial. Mestizaje implica, además, la de los elementos
culturales de uno y otro grupo que da como resultado uno nuevo con característi-
cas propias.

- 98 -
generado un importante corpus de trabajos circunscriptos a las
regiones que integraron el Virreinato del Río de la Plata. Desta-
camos a César García Belsunce (1999), Ricardo Cicerchia (1990,
2000), Judih Farberman y Silvia Ratto (2009), Nora Siegrist
(2008), Raquel Gil Montero (2008), Dora Celton (1997), Mónica
Ghirardi (2004), José L. Moreno (1998), María del C. Ferreyra
(1997, 1998), Ana M. Presta (2000) entre otros.
La mezcla racial nació con la conquista misma. Prontamente
hombres provenientes de distintas regiones de España sentaron
presencia en la inmensidad de las nuevas tierras en las que la mujer
española estuvo casi ausente durante la primera mitad del siglo
XVI. El vacío dejado por ellas fue ocupado, entonces, por la mujer
indígena a la que el conquistador tomó -ya de forma violenta, ya de
forma consentida- sin escrúpulos ni prejuicios llegando, en muchos
casos, a situaciones de verdadero descontrol. Para la Iglesia y la
Monarquía el matrimonio católico entre nativas y españoles se
presentó como un remedio a esta situación y fue admitido y hasta
alentado por la Corona2. Cabe recordar que en estos primeros años
de ocupación una forma de ascenso social para los foráneos fue el
casamiento con mujeres de la nobleza indígena. Sin embargo la
unión de hecho de los principales conquistadores no se consolidó
mediante el sacramento eclesial, verificándose sí entre segundones.
La mujer indígena fue en muchos casos un premio a lealtades y
desempeños entre jefes y subalternos.
En el siglo XVIII gran parte de la procreación se gestó fuera
del matrimonio canónigo y como producto de uniones consensua-
das, resultando comunes a lo largo de todo el espacio americano,
sobre todo entre la gente de baja esfera “ya que en los grupos
subalternos, a pesar del control estricto de los párrocos, las rela-
ciones estables pero ilícitas de acuerdo a los conceptos de la Iglesia,
se dieron de manera habitual abarcando múltiples circunstancias”
(Siegrist, 2014, 33). Contrariamente, el sector español de la socie-
dad que sumó al prejuicio social ya existente -dado por la condi-

2
Un Decreto de Fernando el Católico, de 1514, otorgaba “licencia y facultad a
cualquier personas naturales destos dichos Reinos para que libremente se puedan
casar con mujeres naturales desa dicha isla sin caer ni incurrir por ello en pena
alguna, sin embargo de cualquier prohibición y vedamiento que en contrario sea,
que en cuanto a esto toca, yo lo alzo y quito y dispenso en todo ello...”.

- 99 -
ción de ilegitimidad- el racial buscó establecer vínculos con quie-
nes consideraba sus iguales, asegurándose una descendencia sin
mácula.
Para la Monarquía el vertiginoso crecimiento del grupo mes-
tizo significó una preocupación constante a la que respondió con
una legislación restrictiva, en orden a imposibilitar su aumento y
ascenso social. Así, la "Pragmática Sanción para evitar el abuso de
contraer matrimonios desiguales" -y su legislación complementa-
ria- de 23 de marzo de 1776 y de efectiva aplicación en América en
1778 tuvo como objetivo, además del de cercenar el poder de los
tribunales eclesiásticos en la constitución del matrimonio y de las
decisiones domésticas y familiares, reforzando el paterno, impedir
las uniones entre gentes de calidad -atributo propio de los españo-
les- y los mezclados-las castas-, a fin de preservar no solo el linaje y
la pureza de la sangre sino también el poder político y económico
que ostentaba el grupo dominante. “Si en el siglo XVI la política
de la limpieza de la sangre sirvió en España, Portugal y parte de
Italia para marginar a moriscos y judeoconversos, en América se
utilizó para segregar a indios y mestizos” (Rodríguez Jiménez,
2008, 295).
Los archivos o registros parroquiales3 además de otros do-
cumentos como testamentos, protocolos notariales, cartas dotales,
expedientes judiciales, etc. permiten hoy al investigador analizar,
reconstruir y caracterizar la dinámica de una sociedad. Esta inves-
tigación pretende recomponer el comportamiento social de Men-
doza en la segunda mitad del siglo XVIII, a partir del análisis de
estos registros pertenecientes a la Parroquia San Nicolás de Tolen-
tino, iglesia matriz de la ciudad y la Vice Parroquia San Vicente
Ferrer, creada en 1786; detectar de qué manera influyó la aplica-
ción de la Pragmática en este espacio fronterizo de la Monarquía,
en cuanto a las pautas de conducta asumidas por españoles y mesti-
zos; si hubo un aumento o disminución del número de hijos ilegí-
timos y cuál fue la actitud de la elite, el poder político y la iglesia
ante esta realidad. Observar, asimismo, el accionar del grupo mes-

3
Los registros parroquiales han colaborado en el desarrollo de la demografía
histórica. Fuente de indiscutible valor ha permitido la reconstrucción de familias,
el movimiento de la población, los índices de natalidad, mortalidad y nupcialidad,
características de los esponsales, la edad de los contrayentes, asiduidad, etc.

- 100 -
tizo con respecto a su crecimiento y consolidación —o no- y, si es
posible, caracterizar el discurso de los actores involucrados. Un
sucinto repaso a las características de la ciudad de Mendoza y su
sociedad permitirá contextualizar y comprender los resultados de
nuestro análisis.

Mendoza y su gente

Esteva Fabregat (1988) sostiene que el mestizaje fue un fe-


nómeno esencialmente urbano. Mendoza fue escenario propicio
para su desarrollo comportándose como ciudad de frontera y al-
bergue obligado de visitantes ocasionales, viajeros y comerciantes.
Emplazada en la vertiente occidental de los Andes, fue el enclave
más austral de la Monarquía y se estableció, tempranamente, como
un lugar de paso obligado y de contactos e intercambios entre el
litoral rioplatense, Córdoba, la ciudad de Santiago de Chile y Li-
ma. Por esta razón su sociedad se vio inmersa en una realidad de
mezclas y diversidad. Sus habitantes participaron de las prácticas
mentales, culturales, políticas y religiosas que caracterizaron a las
del Antiguo Régimen en el resto de los dominios hispánicos. Esta-
do e iglesia establecieron de mancomún los cánones a los que su
sociedad debía sujetarse a fin de garantizar el bien común y la paz u
orden social.
El transcurrir cotidiano fue escenario de contrastes cromáti-
cos: españoles (o blancos), mestizos, indios, negros, mulatos, par-
dos, zambos compartieron en un mismo espacio prácticas, creen-
cias e imaginarios pero conscientes de las prerrogativas de unos
con respecto a otros.
Un número reducido de individuos, descendientes de los
primeros vecinos fundadores provenientes de España, Perú o Chile
conformó el núcleo social dominante, una elite de apellidos ilustres
a los que se incorporaron otros de aburguesado brillo, conforman-
do una sociedad jerarquizada en la que se afirmó una serie de valo-
res esenciales como el sentido de preeminencia social, la limpieza
de sangre y la legitimidad de nacimiento.
El censo levantado por orden de Carlos III en 1778 registró
8.765 habitantes en este territorio, con 7.478 para la ciudad inclui-
dos blancos, naturales, mestizos, negros y otras mezclas y recono-

- 101 -
ció, en este total y desde el punto de vista racial, 4.491 blancos,
1.359 indios, 786 entre mestizos, negros, mulatos y zambos (Co-
madrán, 1969). Según Coria (1978) entre 1778 y 1803, acompa-
ñando el crecimiento económico del territorio, este número se
incrementó en un 60% con el aporte de gentes que, desde el norte
y este, buscaban nuevos horizontes. Así comerciantes, mercaderes,
tratantes de esclavos4, extranjeros y burócratas terminaron aque-
renciándose de esta tierra, modificando también su composición
social.

El matrimonio en el seno de la sociedad mendocina

Considerado el matrimonio el mecanismo clave de constitu-


ción familiar y de orden social, no fue extraño que la elección del
consorte involucrara no sólo a los progenitores sino también a un
sector más amplio de la familia, en orden a una opción que res-
guardara la honra -suprema virtud social- la pureza o limpieza de la
sangre5 y asegurara una vía de movilidad social ascendente. Las
4
Mendoza fue una de las vías de ingreso de esclavos a Chile durante la Colonia.
El periplo daba inicio en Buenos Aires. Por vía terrestre arribaban a Mendoza y
desde el Valle del Aconcagua cruzaban la cordillera de los Andes por algún paso
fronterizo, entre los meses de noviembre y marzo, hasta arribar a Chile para ser -
finalmente- entregados en Santiago y en la ciudad de Valparaíso. El tráfico era
realizado por comerciantes (tratantes) o sus apoderados.
5
Como antecedente de los Estatutos de Limpieza de Sangre podemos citar el
conflicto suscitado en Toledo, en 1449, entre el condestable de Castilla y los
habitantes de la ciudad toledana que se negaron a pagar un nuevo impuesto, inci-
tado por un judío converso, para afrontar la guerra sostenida entre Castilla y
Aragón y cuyo resultado fue la matanza de judíos conversos de la ciudad y la lla-
mada Sentencia Estatuto. Esta permitía expulsar a todos los conversos de origen
judío de los puestos importantes de Toledo como concejales, jueces, alcaldes y
especialmente las escribanías y los actos públicos de dar fe, medidas que fueron
repudiadas y condenadas por la Corona y la Iglesia. Esta disputa teológica y legal
continuó hasta que, en 1496 y bajo la influencia de la Inquisición, se obtuvo la
aprobación de los Estatutos por el papa Alejandro VI mediante una bula. Se trata-
ba de reglamentaciones que impedían a los “cristianos nuevos,” judíos conversos
al cristianismo y a sus descendientes, ocupar puestos y cargos en diversas institu-
ciones de carácter religioso, universitario, militar, civil o gremial. Más tarde se
extendieron a los moros, protestantes y procesados por la Inquisición. En el siglo
XVI los estatutos proliferaron y alcanzaron efectiva vigencia. De igual manera se
aplicaron en América. Numerosos edictos figuran en la Recopilación de las Leyes
de Indias por los cuales se impedía el traslado e ingreso de conversos, sus descen-

- 102 -
pautas que rigieron la vida y constitución familiar en Hispanoamé-
rica no fueron muy diferentes a las de España. La búsqueda de
consorte se realizó hacia el interior del grupo español. Sin embar-
go, las actividades comerciales permitieron el acceso a la riqueza a
sectores que no compartían la condición de hijosdalgo conforman-
do una aristocracia comercial que prontamente emparentó, me-
diante el vínculo matrimonial, con los círculos más poderosos de
esta sociedad. Rodríguez Jiménez (2008) sostiene que en las fami-
lias prominentes, una vez cumplidos los requisitos establecidos, el
hombre contraía matrimonio. Pero hasta entonces era muy común
que viviera en uniones informales con mujeres de posición más
baja y procrearan hijos naturales y que, al casarse, habituasen man-
tener un solo hogar. Como resultado las familias tenían numerosos
parientes ilegítimos que, sin ser rechazados, tampoco eran tratados
como iguales. Esta realidad pudo ser aplicable a las grandes ciuda-
des virreinales donde el grupo de elite era numeroso. No conoce-
mos estudios sobre la constitución de la familia mendocina que
puedan aportar datos para corroborar esta hipótesis.
En los estratos más bajos de la escala social, las relaciones in-
formales, más allá de la condena por parte de la Iglesia y el Estado,
existieron con cierta espontaneidad y hasta aceptación o desaperci-
bimiento de la misma autoridad (salvo denuncia explícita) y del
común de la sociedad.
El hogar, el universo doméstico, fue escenario de prácticas
en las que a la mujer le cupo un papel subalterno. El concepto de
honor personal y familiar y su resguardo le exigía el acatamiento a
las normas impuestas por la supremacía de la figura del pater o del
cónyuge, según su estado, verdaderos transmisores de las políticas
de la Corona. Recordemos que la Real Pragmática de Carlos III,
establecía el consentimiento paterno para la contratación de ma-
trimonio de los hijos de familia. El objetivo de la Corona fue poner

dientes y a los reconciliados por la Inquisición, aunque los hubo. La probanza de


limpieza de sangre fue implementada por distintas instituciones. Consistía en
declaraciones de testigos que debían dar fe del conocimiento del solicitante, de su
buen nombre y pureza de sangre y de no poseer antecedentes inquisitoriales,
tanto él como su familia, por varias generaciones (llegando en algunos casos hasta
siete) y firmadas ante escribano. En el Río de la Plata, al parecer fue la iglesia de
Córdoba la primera en establecer el procedimiento para la probanza de limpieza
de sangre.

- 103 -
límite a la realización de “matrimonios desiguales” -o interraciales-
a fin de sostener una sociedad jerarquizada, cohesionada en torno a
un grupo de familias distinguidas, cuyos valores sustanciales fueron
el derecho de precedencia, la limpieza de sangre, la legitimidad de
nacimiento y el honor. Fueron numerosos los juicios de disenso
interpuestos ante la justicia capitular por aquéllos a quienes se les
negaba el consentimiento para contraer nupcias. Maridaje y pro-
creación de los hijos debían realizarse bajo los cánones establecidos
por la iglesia y el beneplácito paterno, con resguardo del honor
familiar. Ghirardi expresa que:

“El matrimonio religioso constituía tanto para la Iglesia como para


el Estado el único espacio aceptado para la reproducción. Engen-
drar hijos legítimos, criarlos y educarlos en el santo temor de Dios
constituía el mandato asignado a los cónyuges. De acuerdo a esta
interpretación la sexualidad solo, era posible en el ámbito específi-
co de la relación conyugal”. (Ghirardi, 2004, 63).

A pesar de lo antedicho las uniones de hecho entre hombre y


mujer, el amancebamiento, la barraganía por un lado, y los emba-
razos clandestinos -seguramente a partir del requerimiento sexual
previa promesa de esponsales- por otro, dieron lugar a una multi-
plicidad de nacimientos de hijos ilegítimos en todos los grupos que
componían esta sociedad. En casos en que este “requerimiento”
por parte del varón concluyera en embarazo la familia de la “sedu-
cida” podía recurrir a la justicia y exigir un resarcimiento económi-
co ante la negativa del hombre a contraer nupcias. De hecho, así lo
demuestran las presentaciones que se realizaron ante la justicia
mendocina, en reclamo de promesas de esponsales incumplidas,
cuyo principal argumento fue que el acceso carnal había tenido
lugar previa palabra de casamiento. La sociedad en su conjunto
participaba de ciertos códigos no escritos que exigían esta repara-
ción mediante el cumplimento de la palabra empeñada o bien de
tipo pecuniario, acorde a la posición de la ofendida.
La existencia de hijos naturales o bastardos representaba el
deshonor familiar por lo que generalmente permanecía oculta.
Sólo la certeza de la muerte motivó a muchos al descargo de la
conciencia. Así el testamento fue, además del medio de plasmar la
última voluntad en orden a un equitativo reparto de la herencia

- 104 -
entre la legítima descendencia, la ocasión de reconocer prole ilegí-
tima y su participación en el reparto del quinto de los bienes6.

Los registros bautismales y la condición de legitimidad-


ilegitimidad

La organización de la Iglesia en Hispanoamérica respondió a


lo estipulado por el Concilio de Trento (1545-1563) y estuvo,
además, sujeta a las instrucciones del Real Patronato. Las disposi-
ciones tridentinas establecían que los párrocos debían dejar regis-
tro de sus actividades pastorales en libros. Ya en el siglo XVI estas
disposiciones se aplicaban en América. Además de su tarea evange-
lizadora la Iglesia llevó a cabo el registro de los momentos más
trascendentes en la historia personal de un individuo: el acto de
nacer, el de contraer matrimonio, el de morir, todos con una im-
pronta sacramental.

Como afirma Dellaferrera:

“Los libros parroquiales de bautismos, confirmaciones, matrimo-


nios y defunciones se confeccionaban por separado en las parro-
quias de las catedrales e iglesias matrices, […]. En la matriz de
Mendoza, que dependía de la diócesis de Santiago de Chile, se esti-
laba un libro para españoles y mestizos y otro denominado castas,
donde se inscribían indios, negros y mulatos”. (Dellaferrera, 1999,
205).

Los datos asentados en la partida bautismal dejaban constan-


cia de la recepción del sacramento pero además de la filiación y
calidad del bautizado. Con respecto a esta última las apreciaciones
del cura párroco de turno -que podían diferir con la realidad- se

6
Un importante número de testamentos da cuenta de este “sinceramiento”. La de
los Corvalán fue una familia muy importante de la ciudad. y con este apellido
aparecen nominados varios hijos naturales. Es recurrente en las disposiciones
testamentarias la expresión una niña que he criado a las que se incluye en el repar-
to de la herencia. Podríamos aventurar su consanguinidad y que hayan podido
permanecer en el seno de la familia, mediante estrategias que les permitieran la
crianza, compartiendo afecto y educación en grado inferior a la de los legítimos,
salvaguardando así el status social de estas familias.

- 105 -
convirtieron en un testimonio irrefutable que quedaba plasmado,
permanecería y podía condenar por siempre. Así, el calificativo de,
al parecer español; al parecer mestizo estuvo sujeto a la percepción
visual de quien administraba el sacramento sobre el color de la piel
del recién nacido. Las notas de hijo de madre, de padre o padres no
conocidos establecía la condición de ilegitimidad imposible de
revertir mientras que la de hijo natural, la de una ilegitimidad asu-
mida generalmente por la madre y que podía modificarse.
Twinam (2009), sostiene que el concepto de ilegitimidad de-
bió permanecer necesariamente flexible en la sociedad hispanoa-
mericana del siglo XVIII la cual empleaba un vocabulario preciso
para establecer las diferencias en el status natal. Éste podía variar si
los progenitores lograban contraer matrimonio, aún después del
nacimiento (si se trataba de padres solteros). En este caso, la cate-
goría de hijo natural resultaba menos injuriosa por la posibilidad
de ser legitimado. Esta condición, por regla general, sería inalcan-
zable para hijos cuya categoría era la bastardía.
En nuestro análisis hemos hallado dos casos de legitimación.
El primero, de 1791, corresponde a Prudencio Vergara. En la ins-
cripción inicial realizada por el cura párroco se lee en el margen
izquierdo Prudencio, español al parecer. Posteriormente la frase al
parecer aparece tachada y esto se repite en el cuerpo de la partida.
Con grafía diferente y al final del texto sin nueva fecha se lee: Hijo
legitimado de don Pedro Zoilo Vergara y de doña Manuela Ceva-
llos7. El segundo corresponde a Ana8 cuyo bautismo se registró el
28 de julio de 1793. En el margen de la partida años más tarde se
agregó que: Esta Ana al parecer española es hija de don Manuel
Almandoz y de doña María Isabel Domínguez y la legitimaron por
subsiguiente matrimonio9.

7
Iglesia de San Nicolás de Tolentino, Mendoza, Argentina, Libros de Bautismos
de españoles y mestizos. Vol. 7, 1772-1780.
8
Idem.
9
Como puede constatarse la legitimación se registró en la partida 18 años más
tarde. El matrimonio de los progenitores de Ana se concretó en poco tiempo
después de su nacimiento. En 1803 María Isabel Domínguez realizó su testamen-
to en el que declaró “ser casada con Manuel Hilario Almandoz, con quien tuvie-
ron y procrearon dos hijas legítimas: Ana María y María Norberta9 ”, a quienes
dejó como legítimas herederas de sus bienes.

- 106 -
Otra de las posibilidades de legitimación fue la adopción la
que, desde antiguo, existió en España y cuyas prácticas se traslada-
ron también a Hispanoamérica. Legislación10 mediante la Corona
reguló el sistema y la Novísima Recopilación recogió los decretos
relacionados con la realidad de los niños en situación de abandono
o expósitos.
En 1791 María Barba11 otorgó poder testamentario en el que
declaró ser hija natural de Juan Barba y adoptada por Jorge Araujo
y Beatriz Jofré y casada con Gregorio Encinas y Solas. Según lo
establecía la Partida 4ª12, la adopción o prohijamiento requería la
formalidad del otorgamiento real y tenía una clara finalidad suce-
soria. Beatriz Jofré testó in scriptis en 1780, y declaró ser casada en
primeras nupcias con Jorge Araujo y en segundas con Juan de
Ochoa, sin descendencia directa de sus matrimonios. Sin embargo
señaló como heredera a María Araujo, lo que demuestra que tomó
parte en la heredad.
El abandono de niños fue un fenómeno recurrente en todo
el territorio hispanoamericano del que Mendoza no estuvo exenta13
Los “niños expósitos” eran dejados, generalmente, en domicilios,
plazas, caminos o puertas de iglesias, conventos u hospitales. Ghi-

10
Se trata del Fuero Real (Libro IV, Título XXII, Ley II); Las Siete Partidas (Ley
I, Partida 4ª, Título XVI “de los hijos adoptados”) y la Novísima Recopilación
(Libro Séptimo, Título XXXVII, Ley III). El Rey era quien asumía la tutela de los
niños huérfanos y abandonados, internándolos en hospicios para proteger a la
sociedad y convertirlos en “vasallos útiles”, siendo éste principal objetivo de la
Corona.
11
AGPM, Protocolo Notarial Nº 127 f 29 v.,1791
12
La Ley I, Partida 4ª, Título XVI establecía quiénes, a quiénes, en qué edad y la
manera de realizar el prohijamiento. Reconocía también dos formas de ésto: la
primera era la entrega del padre carnal de su hijo a otro que consentía o no se
negaba a recibirlo. La segunda, cuando alguien sin padres o fuera de la potestad
de éstos daba su consentimiento a ser prohijado.
13
Un caso de abandono de bebés fruto de amancebamiento fue el que envolvió a
la familia de Agustín Arroyo y Montes de Oca, en 1794. Vecino de Mendoza y
natural de España, de ocupación en el comercio interregional fue acusado de
“amancebamiento” con su legítima hija María del Rosario. Como fruto de esta
relación incestuosa nacieron dos hijos, al parecer mellizos, que el acusado mandó
abandonar en la ciudad a una de sus esclavas. Previamente le ordenó que los en-
volviera en “ropas decentes por ser sus hijos” para lo cual utilizó una camisa nueva
de su propiedad”. AGPM, sección Judicial Criminal, Carpeta Nº 211-M, doc. 45,
1794.

- 107 -
rardi sostiene que para la ciudad de Córdoba entre 1700-1850, su
época de estudio:

“La cuestión del abandono de bebés y entrega en crianza de los ni-


ños pequeños […] constituye un tema del que se poseen escasos
datos.[…] La incapacidad de hacer frente a los costos de crianza
como consecuencia de la pobreza, la nota infamante asociada al hi-
jo extramatrimonial constituyen problemas que se relacionan con
el abandono y/o entrega del infante”. (Ghirardi, 2004, 518).

En Mendoza debió suceder de forma similar. Destacamos


que es importante el número de casos en que el padrinazgo de es-
tos hijos de padres no conocidos es asumido por apellidos ilustres.
Se debe considerar también si acaso estos hijos de padres no cono-
cidos pudieron ser hijos bastardos14 de algún miembro de estas
familias.
Los niños en situación de abandono no contaron en nuestra
ciudad con una institución como la Casa de Niños Expósitos15 pre-
sente en otras como Buenos Aires o Chile. Seguramente fue la
caridad, cuando no la complicidad de allegados a los progenitores
la que colaboró en el ocultamiento y crianza de los mismos.

Análisis de las partidas bautismales

El Arzobispado de Mendoza custodia la documentación


eclesiástica correspondiente al período colonial y su consulta es
ciertamente restringida. La microfilmación y digitalización de,
entre otros documentos, los libros parroquiales llevada a cabo por
la Sociedad Genealógica de UTA, patrocinada por la Iglesia de los

14
Utilizamos este término para referirnos a los hijos ilegítimos producto de rela-
ciones adúlteras, incestuosas o sacrílegas.
15
En Buenos Aires el progresivo número de recién nacidos abandonados en la vía
pública y de huérfanos generó un grave problema social al que las autoridades del
Virreinato trataron de dar solución con la creación, en 1779, de la Casa de Niños
Expósitos. Esta institución, a lo largo de su existencia, afrontó importantes infor-
tunios causados por la escasez de recursos y el siempre creciente número de niños
que allí llegaban. En Chile esta entidad, surgió en 1758 Aún hoy una calle de la
ciudad recuerda su existencia.

- 108 -
Santos de Jesucristo de los últimos días16 ofrece una alternativa
válida para la investigación.
El relevamiento y análisis realizado corresponde a los regis-
tros bautismales de la Iglesia Matriz de Mendoza, San Nicolás de
Tolentino17 y de la Vice Parroquia San Vicente Ferrer18, entre
1750 y 1800. En la Iglesia Matriz se llevaron dos libros: por un
lado el de los registros de españoles y mestizos y por otro el de de
indios, negros mulatos, pardos, zambos libres y esclavos. En cam-
bio San Vicente Ferrer llevó un único libro en el que se registra-
ron mayoritariamente bautismos de indios, negros y castas y en
menor proporción españoles, probablemente por su ubicación “ex-
tramuros de la ciudad”. Aquí el registro es descuidado, con datos
que se omiten y espacios en blanco debido seguramente a la ins-
cripción a posteriori del acto sacramental en los libros parroquia-
les.
Desde el punto de vista formal el documento comienza con
la ubicación espacio-temporal y presentación del cura intervinien-
te, la pertinencia parroquial y el nombre de quien otorgó el sacra-

16
Según Siegrist los mormones “… buscan crear un archivo madre que reúna la
historia familiar de la humanidad. Se ha calculado que mil millones de nombres
conforman ya la gigantesca colección, integrada por varios millones de rollos de
microfilms guardados en UTA”. (Siegrist, 2011, 2).
17
La iglesia San Nicolás de Tolentino fue, en un comienzo, una capilla de los
agustinos, ubicada en la hacienda de El Carrascal que había sido donada al Glo-
rioso Patriarca San Agustín, y en su nombre a su Sagrada Religión, por disposi-
ción testamentaria de doña María Mayor Coria Carrillo Bohórquez, (viuda del
Capitán don Juan de Amaro y Ocampo, vecinos de Mendoza y poseedores de una
inmensa fortuna), a mediados del siglo XVII. El terreno albergaba casa, bodega,
una fábrica de botijas y viñas y estaba ubicado en la ciudad de Mendoza, entre los
actuales límites de las calles San Martín al este, Belgrano al oeste, Espejo al norte
y el Zanjón Frías al sur. La primera partida bautismal data de 1665.
18
El origen de la vice parroquia se remonta a un pequeño oratorio, construido en
1753 por don Tomás Coria, en su hacienda ubicaba en los terrenos que hoy co-
rresponden a la actual plaza de Godoy Cruz y sus alrededores. El templo, se ubi-
caba en la intersección de dos importantes caminos que conectaban sus tierras con
la Ciudad de Mendoza, por el norte (actual calle Belgrano) y el Valle de Uco por
el sur y por el este, con San Francisco del Monte. Por ese entonces, don Tomás
Coria comenzó a vender algunos terrenos con la intención de que se asentaran
algunos vecinos. En 1786, debido a la importancia que había tomado el núcleo de
pobladores, se designó al templo como Vice Parroquia de la Iglesia Matriz de
Mendoza.

- 109 -
mento. Seguidamente el nombre del infante, la edad, su categoría
racial, el nombre de los padres si éstos son quienes presentan al
infante. De lo contrario aparece la referencia “de madre”, “de pa-
dre” o “de padres no conocidos”. A continuación, el de los padri-
nos; si fue bautizado por necesidad y, finalmente, los testigos de la
ceremonia. La edad promedio establecida para la presentación del
infante a fin de administrarle el sacramento era de un mes de vida.
Sin embargo, se ha podido apreciar que, cuando se trata de hijos de
padres no conocidos puede llegar al año de vida, con un promedio
superior a los dos meses. Esta demora suele ir acompañada de la
declaración de haber sido bautizado por necesidad. Por regla gene-
ral se cumplía con las disposiciones de la administración del bau-
tismo antes de los tres días de nacido el infante. Incluso existen
partidas en las que se anota: “puse óleo y crhisma a fulano, de (na-
cido) ayer”.
En cuanto a la mención del nombre de los padres o padri-
nos en las actas de bautismo de españoles, no siempre aparece en el
documento el don o el doña símbolo de hidalguía. El “mundo es-
pañol mendocino” contaba en su base con familias que, sin perte-
necer a la elite, eran respetadas y vivían con cierta holgura econó-
mica. No fue omitido en apellidos de larga trayectoria en la socie-
dad mendocina, anotando su precedencia y hasta el cargo que
desempeñaba en el Cabildo u otra institución.
La prerrogativa de legítimo tanto para español como para
mestizo estuvo reservada a quienes provenían de matrimonio ca-
nónico. En las partidas se designa claramente si se trata de español
legítimo o natural, o de mestizo legítimo o natural como así tam-
bién al parecer español, al parecer mestizo o de padres no conoci-
dos.

La metodología utilizada

Con el propósito de alcanzar una sistematización que permi-


tiera comparar cuantitativamente el índice de legitimidad con res-
pecto al de ilegitimidad entre españoles y mestizos y hacia el inte-
rior de cada grupo, durante la segunda mitad del siglo XVIII, se
trabajó la información en dos períodos: 1750 a 1778 y 1779 a 1800.
El objetivo fue comprobar si la aplicación de la Pragmática de 1776

- 110 -
y expedida en 1778 para América, -dirigida al control del grupo
español- incidió o no en el registro de nacidos como legítimos o
ilegítimos.
El análisis realizado fue de más de 10.000 registros bautisma-
les de españoles y mestizos entre el 1 de enero de 1750 y el 31 de
diciembre de 1800.

Cuadro Nº 1: Registro de nacimientos por período y categorías

Período 1750-1778 1779-1800


Categoría
Español Legítimo 3.038 3.520
Español Ilegítimo 963 1.696
Mestizo Legítimo 512 680
Mestizo Ilegítimo 170 524
Total registros 4.793 6.285

El cuadro precedente muestra el número total de registros


según el período y las categorías. Como puede advertirse existe un
aumento en todas ellas pero, comparativamente entre períodos, es
mayor el número de registros de ilegítimos tanto de españoles co-
mo de mestizos entre 1779 y 1800.

Cuadro Nº 2: Porcentual de legítimos e ilegítimos por período

Período
1750-1778 % 1779-1800 %
Categoría
75,9 % legítimos 67,48% legítimos
24,1 % ilegítimos 32,52% ilegítimos
Españoles 4001 5216

75,07 % legítimos 57,3 % legítimos


Mestizos 682 1274
24,92 % ilegítimos 42,7 % ilegítimos

- 111 -
Como puede observarse sobre un total de 4001 registros co-
rrespondientes a españoles entre 1750-1778, el 75,9% corresponde
a legítimos mientras que un 24,1% a ilegítimos. Entre los mestizos
sobre un total de 682 los legítimos alcanzan un 75,07 % mientras
que los ilegítimos un 24,92 %. En el período que va desde 1779 a
1800 los porcentajes son de 67,48 para los españoles legítimos y de
32,52 para los ilegítimos. Entre los mestizos es de 57,3 para los
legítimos y de 42,7 para los ilegítimos.
Según los registros bautismales, durante la segunda mitad
del siglo XVIII, la ilegitimidad de los hijos nacidos fuera del ma-
trimonio canónico alcanzó casi un 28% en la población española19.
El mayor número de éstos correspondió a hijos de padres no cono-
cidos. La “ilegitimidad asumida” o el reconocimiento de los hijos
naturales, especialmente por parte de la mujer, fue más común
entre los mestizos. En las dos últimas décadas de la centuria existió
un aumento en cuanto al nacimiento de ilegítimos, a pesar de la
vigencia de la Pragmática. Así, la “ilegitimidad se percibe como un
fenómeno social que permite comprender actitudes colectivas de
ciertos sectores acerca del matrimonio y la moral sexual” (Olivero,
2008, 67) muy diferentes a la prédica de la iglesia y lo normado
desde el poder político.
Con respecto al grupo mestizo -conforme a los datos aporta-
dos por los registros bautismales en el período de estudio- repre-
sentó aproximadamente un 23% del total de la población. El ma-
trimonio sacramental hacia el interior del grupo no fue habitual.
Así lo demuestra el importante número de nacimientos de ilegíti-
mos que aumenta progresivamente en el último decenio del siglo.
Conviene recordar que estos guarismos corresponden solamente a
la población urbana. Como en otros espacios del Virreinato del
Río de la Plata, podría inferirse que la población mestiza se encon-
traba en mayor número en la zona de la campaña, asimilada tal vez
a la población indígena, diseminada en las tareas rurales, tal como
lo expresan Farberman y Ratto para el Tucumán y las pampas:

19
De 9217 nacimientos de españoles, 2659 corresponde a hijos ilegítimos.

- 112 -
“Como suspendidos entre las dos repúblicas de reconocida legiti-
midad, el mestizaje y los mestizos se iban colando entre las fisuras
que progresivamente fueron agrietando y volviendo porosa la piel
de los pueblos de indios y de las ciudades”. (Farberman y Ratto,
2009, 13).

Por otra parte el progresivo blanqueamiento que las sucesi-


vas mezclas produjo en el grupo mestizo dio como resultado una
equiparación cromática con el español, una asimilación al estilo de
vida, modismos, expresiones culturales y espirituales, convirtiéndo-
se en un poblador de doble residencia, según su propia convenien-
cia o necesidad.

Algunas consideraciones finales

Mendoza como el resto de las ciudades coloniales fue esce-


nario de mezclas de “razas”, estilos de vida y diversidad cultural.
Por consiguiente la condición de ilegítimo en la segunda mitad
del siglo XVIII fue elevada sin alcanzar extremos alarmantes.
Ante el fenómeno de la ilegitimidad se advierte una respuesta
dual por parte de la sociedad hispanoamericana en general y de la
mendocina en particular, fiel reflejo de las políticas monárquicas,
especialmente a partir de las reformas borbónicas que intentaron
resguardar a la elite de la amenaza implícita que representaba el
crecimiento de “los de abajo”. Pero también alentaron el cambio
de status del ilegítimo mediante la regularización posterior de la
unión de sus progenitores o a través de las “gracias al sacar” (peti-
ciones ausentes en la documentación de Archivo de Mendoza);
como lo expresa Twinam:

“Las otras medidas sociales borbónicas parecían promover metas


contradictorias, pues fomentaban la movilidad de los ilegítimos y
de las castas, contra quienes estaba dirigida precisamente la Prag-
mática Sanción de 1778. Las legitimaciones civiles eran también
elementos de la legislación borbónica”. (Twinam, 2011, 43).

Si bien la sociedad mendocina colonial se caracterizó por sus


costumbres fuertemente arraigadas en la moral y la tradición, tanto
en su accionar como en el discurso de sus actores hacia la segunda

- 113 -
mitad del siglo XVIII, fueron operándose en ella cambios que se
tradujeron en una nueva mentalidad más tolerante, permisiva e
inclusiva de ciertas prácticas y actitudes asumidas por sus integran-
tes, aún entre aquellos pertenecientes a la elite.
Esta sociedad albergó a legítimos e ilegítimos, aunque no
perdió la conciencia de las diferencias entre unos y otros. En cuan-
to a la presencia de la “gente de baja esfera”, los “mezclados”, no
significó un peligro latente para la elite. Compartieron el mismo
espacio geográfico, pero fueron conscientes de las diferencias y
prerrogativas políticas, económicas y sociales que como grupo cada
uno tenía. Y cuando se hizo necesario poner de manifiesto esta
realidad, así lo exteriorizaron a través de las prácticas políticas y
judiciales.
Probablemente como sucedió en otras regiones de la mo-
narquía la mayoría de los mestizos llevaron una vida azarosa, mar-
cada por la pobreza y la marginación, inmersos en la comunidad
indígena o bien al amparo de alguna familia española, criados en su
tradición y cultura, formando parte, a veces, de dos mundos anta-
gónicos difíciles de asimilar. No es erróneo plantear la posibilidad
de que miembros del grupo mestizo pudieran acceder a la riqueza,
a una posición económica que les permitiera interactuar entre los
“respetables vecinos”. En este caso, cuál pudo ser la reacción de la
elite ante los desiguales o mezclados, pero de abultado bolsillo es
un planteo pendiente de dilucidar.
Con respecto a la consolidación de los mestizos, como grupo
de poder en este espacio geográfico, aún no se hallaba afianzado
como para coaccionar con decisión y fuerza en reconocimiento de
sus derechos sociales y políticos, situación que se sustentaría pasa-
dos muchos años.

- 114 -
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- 117 -
 

Diferenciación social y mestizaje en Tulumba


(Córdoba) a partir de Bautismos de fines del
siglo XVIII y comienzos del XIX

Claudio Küffer*

Introducción

Hacia fines del siglo XVIII la monarquía española procuró


aumentar la rentabilidad de sus posesiones, adoptando medidas que
incluyen el Reglamento de Libre Comercio entre España e Indias,
puesto en práctica en 1778 y que acentuó la importancia de la re-
gión en el marco colonial.1 En materia política, el sistema de In-
tendencias fue el corolario de las “nuevas ideas” de la Ilustración
borbónica, y el marqués de Sobre Monte su primer representante
en la Intendencia de Córdoba del Tucumán.2 Pero además de re-
formas políticas y económicas hubo otras más estrechamente rela-
cionadas con aspectos socio-demográficos. Tal el caso de la Real
Pragmática de Matrimonios que extendía las limitaciones matri-
moniales de nobles y oficiales del ejército a toda la población, con
el objeto de evitar matrimonios desiguales (tanto en sentido social
cuanto étnico).3 Entrada esta última en vigencia, en 1778, recrude-
cieron fenómenos como la segregación “de clase”, prevención del
mestizaje o el “blanqueamiento”, que permitía el ascenso social
pese a las medidas de la Corona.4, 5 La Iglesia Católica, por su par-

                                                            
1
Centro de Investigaciones y Estudios sobre Cultura y Sociedad (CONICET y
UNC), Córdoba, Argentina.
Assadourian, Beato y Chiaramonte (2005), PP. 289-316.
2
Celton (1996), p. 9.
3
Gonzalbo Aizpuru (1998), pp. 223-254.
4
Esto no debe interpretarse como un conjunto de procesos homogéneamente
distribuidos a lo largo de Hispanoamérica. Por ejemplo, ese afán de la monarquía
por mantener el orden y la jerarquía sociales pareció operarse en zonas centrales
de los dominios españoles, en particular Nueva España, de ahí lo expresado en el
texto; véase por ejemplo Gonzalbo Aizpuru (1998), pp. 223-254. Sin embargo en
zonas periféricas bien pudo ocurrir a la inversa, por ejemplo aumento de
blanqueamiento. Respecto de la ilegitimidad, para el caso particular de la ciudad
de Córdoba, ver Celton (2008), pp 231-248. Sobre el blanqueamiento puede verse

- 118 -
 
te, tuvo una influencia no menor a la del gobierno monárquico,
incluso situada por encima de éste en cuestiones que hacen a la
formación o impedimento de matrimonios, 6 directamente relacio-
nado con la legitimidad o no de esas uniones y sus hijos. De modo
que fue el más directo agente en el mantenimiento del orden mo-
ral, fundador o al menos conservador del social. De ahí que sea
lícito esperar mayor meticulosidad en los registros eclesiásticos que
en los civiles.
Hacia fines de la Colonia, primeras dos décadas del siglo
XIX, primaron los estallidos revolucionarios y luego las guerras
civiles. Este marco político-militar repercutió en lo económico
hacia la segunda década del siglo XIX. Si bien la balanza comercial
de Córdoba tenía un saldo favorable en los años 1800-1809, en
1810-1830 se volvió desfavorable, incluso muy desfavorable toma-
dos 1810-1817 en que los gastos militares tuvieron gran gravita-
ción, además de la interrupción de las exportaciones hacia el Alto
Perú.7 Una importante medida tomada en el período pre-
independentista fue la “libertad de vientres”, decretada por la
Asamblea del año XIII, por la cual todo nacido de una esclava a
partir del 31 de enero de 1813 en las Naciones Unidas del Río de
la Plata sería considerado libre.
Como otras sociedades tardo coloniales, la de Córdoba tam-
bién era estamental y multiétnica, con segregación “de clase” y
conformada por el sector dominante de los “españoles”, por dife-
rentes “clases” o grupos socio-étnicos (negros, mulatos, mestizos,
zambos y otras designaciones) denominados en conjunto “castas”,
libres o esclavos, y finalmente indios.8 La mayoría de los matrimo-

                                                                                                                                
Endrek (1966), pp. 9-19, donde el autor compara la Ciudad con la Campaña
cordobesas.
5
El “blanqueamiento” puede describirse como un mecanismo de ascenso de las
capas sociales subordinadas a la de “blancos” o “españoles”, y que se podía reflejar
en la discrepancia de clase asignada a una persona entre documentos más antiguos
y más recientes (por ejemplo: “pardo”/“español”).
6
A este respecto, véase para el caso de la diócesis del Tucumán (que incluía
territorio de la actual provincia de Córdoba) Ghirardi e Irigoyen López (2009),
pp. 241-272.
7
Assadourian y Palomeque (2003), pp. 151-225.
8
Endrek (1966), pp.1-19.

- 119 -
 
nios en la Córdoba colonial, tanto en la más estudiada Ciudad9
como en zonas de la Campaña,10 fueron endogámicas desde el pun-
to de vista de la clase social. Sin embargo, habida cuenta del alto
grado de mestizaje, era muy común la procreación fuera del ma-
trimonio. Los hijos producto del llamado amancebamiento podían
ser anotados como “de padres no conocidos” y también “huérfa-
nos” o “expósitos”, pese a que, en realidad, frecuentemente no
respondían a ninguna de las tres denominaciones, indicio de lo cual
es su reconocimiento posterior por parte de los padres (por ejem-
plo en sus testamentos).11 La población de la provincia experimen-
tó, durante el período estudiado, una lenta disminución de la mor-
talidad, un crecimiento demográfico sostenido con aumento tam-
bién de mestizaje y fuerte jerarquización donde el sector español
era dominante.12
El “curato”13 de Tulumba ocupaba una posición periférica en
la ya periférica, en términos de posesiones españolas ultramarinas,
región rioplatense. Se ubicaba en el noroeste provincial, zona pre-
dominantemente serrana. Fue poblado por los españoles ya a partir
del siglo XVI, comprendiendo los actuales departamentos Tulum-
ba y Totoral antes de su división en 1858, y sus habitantes se asen-
taban en las cercanías del Camino Real al Alto Perú, la vía de co-
municación más controlada y segura entre el centro político, ad-
ministrativo y comercial de Lima y el puerto de Buenos Aires. 14
Por dicha vía Tulumba comercializaba con aquellos centros, y tuvo
como principales actividades la cría de mulas, mayormente inver-
nada, y la confección de tejidos de lana y algodón.15
El citado curato no fue abordado, en forma exhaustiva, desde
una óptica demográfico-histórica o socio-demográfica. Este trabajo
pretende hacer un aporte en tal sentido, centrado específicamente
en contrastes y semejanzas entre los grupos socio-étnicos, uno de
                                                            
9
Celton (1997), pp. 327-344; Ferreyra (1997), pp. 285-326.
10
Ver, por ejemplo, para el caso de Tulumba, Küffer, Colantonio, y Celton (2015),
pp. 1-10.
11
Ferreyra (1998), pp. 403-429; Ghirardi y Siegrist (2012), pp. 40-51.
12
Celton (1993), pp.111-133.
13
Nombre dado a las divisiones eclesiástico-administrativas en aquella época, que
más adelante tomarían el nombre de “departamentos”.
14
Calvimonte (2002), pp. 17-19, 43-55.
15
Tell (2008), pp. 91-115.

- 120 -
 
ellos producto del mestizaje, con base en los bautismos de tres pe-
ríodos entre los años 1771-1815, coincidentes con el pasaje de un
declive de la dominación española hacia casi los albores del período
independiente. Y, a partir de las mismas fuentes, estimar si en la
zona pudo haber o no un recrudecimiento en la segregación socio-
étnica.
La hipótesis con que se trabajó fue que sí hubo un acata-
miento por parte de las autoridades eclesiásticas a los decretos de la
Corona, y que ello se vería reflejado especialmente en el paso del
primer al segundo período. Avalarían tal hipótesis un mayor celo
en los registros, especialmente en españoles por ubicarse en la cús-
pide de la estructura social, y mayores diferencias entre españoles y
castas libres para los períodos 1794-1798 y 1811-1815 que para el
anterior al de la Real Pragmática de Matrimonios. En cuanto al
tercer período se esperó se pareciera al segundo, si bien el contexto
histórico pudo reflejarse en un mayor relajamiento también en el
registro de bautismos. El acatamiento mencionado habría redun-
dado, entonces, en una menor incidencia del mestizaje, junto con
una más marcada segregación social hacia el período 1794-1798.

Fuentes

Se utilizaron como fuentes los registros de bautismos16 para


el curato de Tulumba entre los años 1766-1778, 1780-1824, y
1801-1851, que abarcan de los libros 1 a 6 de Bautismos. Copias de
éstos han sido microfilmadas por miembros de la Iglesia de Jesu-
cristo de los Santos de los Últimos Días, y los originales se encuen-
tran en el Archivo de la Catedral Nuestra Señora del Carmen, Pre-
latura de Deán Funes. La información consignada en las partidas
                                                            
16
Los libros son de “bautismos” y, en definitiva, los anotados han sido bautizados.
Pero eso no significa que lo hayan sido en la ceremonia registrada. Son por
demás comunes los casos en que el eclesiástico sólo aplica óleo y crisma a la
criatura por haber sido bautizada con anterioridad, o bien que la rebautice porque
considera irregular el bautismo anterior. Si bien escapa a los fines de este trabajo,
valga la aclaración de que en el texto se utilizan las expresiones “bautizados”,
“registrados” o “anotados” como sinónimos para referirse a los apuntados en los
registros, más allá de en qué consistió el acto. Sobre la cuestión bautismos/óleos
es recomendable la explicación que se encuentra en Ferreyra (1998), pp. 403 -
429.

- 121 -
 
(si bien no en todas figuran todos los ítems) son el lugar, la fecha,
nombre del encargado de la ceremonia y, si lo hubo, quién celebró
alguna anteriormente (ejemplo: quién bautizó anteriormente de
urgencia) el nombre y edad de la criatura17, nombres y apellidos de
los padres y de los padrinos, y la partida cierra con la firma de
quien impartió el sacramento. Vale resaltar que son comunes los
casos en que sólo figura un progenitor, usualmente la madre, y no
escasos los “huérfanos de padre y madre”. Excepto en el primer
período, en que tanto “españoles” como “naturales” están en un
mismo libro, la clase (grupo socio-étnico) no figura en cada parti-
da, muy probablemente porque parecía darse por sentado que
quien estaba incluido en libro de españoles significaba que lo era y
lo propio en los naturales. De todos modos, para el segundo y ter-
cer período se encontraron pocos casos de españoles en libros de
naturales y viceversa.
Las fuentes descriptas corresponden a las que se denominan
“etapas pre y proto-estadística”, caracterizadas por algunas falen-
cias importantes18, como el porcentaje de los recuentos respecto
del total poblacional real, la filiación socio-étnica y la edad. Estas
características parecieron variar mucho de acuerdo con el criterio
del empadronador y también de la persona relevada.19 Tales incon-
venientes no se deberían olvidar al momento de interpretarse los
resultados.

Métodos

Conviene comenzar este apartado con una breve aclaración.


Se entiende aquí por “castas” al grupo fruto del mestizaje entre
europeos, africanos y amerindios, nombrados como “naturales” o
“pardos” en los registros. Si bien el apelativo “naturales” es utiliza-
do para referirse a lo “no español”, aquí se prefirió castas, no sólo
                                                            
17
La edad de la criatura figura a veces en forma aproximada, por ejemplo: “como
de unos 3 años” o “de algunos meses”. En algunas partidas directamente no
aparece el dato.
18
Desde el punto de vista del investigador que las utiliza como fuentes, claro.
19
Estas cuestiones, para fuentes latinoamericanas, son tratadas en detalle en
Arretx, Mellafe, y Somoza (1983), pp 33-42. Dificultades para abordar como
fuentes registros de bautismos de la Córdoba colonial pueden consultarse en
Ferreyra (1998), pp. 403-429.

- 122 -
 
por su uso común en la historiografía, sino porque “natural” tam-
bién tenía otras connotaciones, como en “hijo natural” (expresión
usada en este trabajo), “natural de (un lugar)” para nacido en tal
localidad e incluso a veces, especialmente al referirse a Pueblos de
indios, como sinónimo de aborigen.
De los registros de bautismos para el curato de Tulumba
comprendidos entre los años 1766-1778, 1780-1824, y 1801-1851,
se tomaron tres períodos. Para el primero se tomaron 7 años, de
1771 a1777, del Libro 1 de Bautismos; a diferencia de los otros se
tomaron 7 y no 5 años porque se encontró un número de partidas
notoriamente menor. Para el segundo período se incluyeron desde
1794 hasta 1798 del Libro 3 de Bautismos, para naturales, y Libro
4 de Bautismos, para españoles. Para el tercero de 1811 a 1815,
Libro 5 de Bautismos, para naturales, y Libro 6 de Bautismos, para
españoles.
Se trabajó o bien con el total de partidas, o con españoles y
castas libres, salvo si se indica lo contrario. La diferenciación entre
libres y esclavos se operó, básicamente, porque podían obedecer a
diferentes comportamientos reproductivos.20 Por su escaso (1 bau-
tizado) o nulo peso numérico, respectivamente, no se incluyeron
negros ni indios.
Como se aclaró en el apartado anterior, no conviene soslayar
las falencias típicas de los registros correspondientes a estos años,
ni la posibilidad de que los criterios de quienes apuntaban fueran
más consecuencia de características personales que acatamiento o
negligencia frente a las medidas de la Corona. De ahí que se obser-
vó si cada período estuvo a cargo de uno o más sacerdotes, y cuán-
to cubrió cada uno dentro del período.
Debido a que, al parecer, faltan 8 folios en españoles para el
tercer período que comprendían parte de 1813 y 1814, es posible
que los bautismos de españoles estén subestimados. Para salvar tal
inconveniente se calculó, a título estimativo, el número de partidas
perdidas promediando las que contienen los folios conservados de

                                                            
20
Las decisiones de los esclavos en este sentido podían, y en no pocos casos lo
estaban en fuerte medida, dirigidas por sus amos. Su baja fecundidad,
característica muchas veces citada por la historiografía, se considera consecuencia
de las constricciones a que los esclavos se encontraban sometidos. Ver a este
respecto Mallo (2005), pp. 1-12.

- 123 -
 
1813 y 1814.21 De modo que, si bien en las tablas se presentan los
guarismos sin esta estimación se consignó, cuando pareció conve-
niente, el estimado incluyendo los folios faltantes para tener en
cuenta ambos valores.
El fenómeno del blanqueamiento era común en la Campaña,
y la comparación de efectivos de ambos grupos podría inferirse a
partir de la diferente proporción que se ha ido anotando de cada
uno respecto del total. A tal fin se calcularon los totales y porcenta-
jes de registrados para cada período en cada grupo teniendo en
cuenta todos los bautismos. Se encontraron casos en que no se
pudo adjudicar la criatura a ninguna categoría, a los que se llamó
“no especificados”. 22
La proporción de condición jurídica en castas permite dar
una idea de la representatividad libres/esclavos en cada período
dentro del grupo y, por otra parte, si en 1811-1815 se siguió lo
dispuesto por la Asamblea del año XIII, de modo que se calculó la
condición jurídica en castas. Por no encontrarse mayores precisio-
nes, se tomó “servicio” como una categoría separada, sin asumir
que sus integrantes tenían una categoría jurídica determinada.
También hubo casos en que no se pudo adjudicar la criatura a al-
guna condición jurídica, a los que se llamó “no definidos”.
Asimismo, se observó la relación legitimidad/ilegitimidad de
los nacidos en el total y por grupo en cada período para españoles y
castas libres. Debido a que se encontraron diversas denominacio-

                                                            
21
Para este período parecen faltar entre febrero de 1813 y octubre de 1814 para
españoles los folios 102 a 109, correspondientes al Libro 6 de Bautismos. Incluso
los folios que siguen al “quiebre”, 101, presentan dos numeraciones, una que
parece la original (110) y otra que sería posterior (102) y continúa la de los
anteriores, como salvando esa aparente pérdida. Se estimó groseramente la
cantidad de partidas perdidas, teniendo en cuenta el número de ellas por cada cara
de folio existente en 1813 y 1814. El resultado arrojó un promedio de 3,75
bautismos por cara de folio, y dado que se perdieron, en teoría, 16 páginas (8
folios escritos por ambos lados), el número perdido rondaría los 60.
22
Un ejemplo está dado por matrimonios que aparecen en libros tanto de
españoles como de naturales, sin aclararse nada en el registro. Tal circunstancia
hace dudar de a qué grupo pertenecían. Para la condición jurídica, se asumió que
las personas para las que ésta no figura eran libres y que aquellas para las que dice
“servicio” podrían haber sido esclavas, por lo que también se descartaron estas
últimas.

- 124 -
 
nes23 de los nacidos respecto de su estatus, se agruparon obtenién-
dose: “hijo conyugal”, en que figuran ambos progenitores, “hijo
natural”, que nuclea mayormente a los bautizados de quienes figu-
ra sólo la madre o es de padre no conocido, y “huérfano”, en que
no figura ninguno de los dos padres y se alude a su orfandad en la
partida, o es de padres no conocidos. Una última categoría, “sin
datos” consta de unas pocas partidas (9 en total), sin precisiones o
en que faltan datos para adjudicarlas a una de las anteriores; por
ello no se tomaron en cuenta para este punto. Se compararon tam-
bién castas libres con esclavos en el segundo período, dado que en
los otros dos éstos últimos son muy poco numerosos, y en el total
de ellos.
Se pretendió discernir si los registros ocurrían o no aproxi-
madamente alrededor de la misma edad en todos los períodos y
grupos socio-étnicos como posible reflejo de la implementación de
las medidas borbónicas y las guerras por la independencia. Se cal-
culó la media aritmética con su desvío estándar del tiempo transcu-
rrido desde el nacimiento, de acuerdo con la edad consignada, has-
ta el momento en que las criaturas fueron anotadas, en españoles y
castas libres. No en todos los casos fue posible calcular la edad.24 Se
adoptó el calendario comercial (360 días), con el día como unidad
de tiempo.
Los análisis antedichos fueron planteados en forma sincróni-
ca, entre grupos, y diacrónica, principalmente centrados en varia-
ciones intra-grupales o en los totales de bautizados. Y los resulta-
dos obtenidos se compararon con los publicados por otros autores,
particularmente referidos a la provincia y ciudad de Córdoba.
Para el armado de planillas digitalizadas y procedimientos
estadísticos generales se utilizaron los programas Excel 2007 y
SPSS 19.0.

                                                            
23
Por ejemplo: a veces está anotado “hijo legítimo” y otras “hijo”, pero se asume
legitimidad en ambos casos si los dos progenitores aparecen en la partida y no
media aclaración alguna.
24
Ver nota 17.

- 125 -
 
Resultados y discusión

Aunque el ya citado cambio en la consignación de todos los


bautizados en un mismo libro en 1771-1778 a libros distintos en
los siguientes períodos pareció obedecer a un afán ordenador,25 el
planteo es si dicho afán se reflejó en otras características de los
registros o sólo quedó en formalidades generales. Asimismo, el
total de partidas fue mínimo en el primer período, a pesar de abar-
car más años, y máximo en el segundo. Esas diferencias más que
resultado de cambios importantes en la natalidad podrían deberse a
cuestiones de registro en sí. Por ejemplo, que no todas las partidas
hayan sido transcriptas a los libros de la Iglesia Parroquial de
Tulumba.
El número de sacerdotes firmantes, responsables de las par-
tidas, varió con los períodos. En 1771-1778 fueron 8 diferentes, si
bien los más activos, por delante del resto, fueron 2. En 1794-1798
sólo 2 sacerdotes, los cuatro primeros años a cargo de uno de ellos
y el restante del otro. En 1811-1815 son 5, con actividad más re-
partida de los diferentes firmantes. Vale decir, que en ninguno de
los períodos haya habido un único interviniente y que, además, no
siempre el firmante de las actas fuera quien realizara la ceremo-
nia,26 no permite asegurar que el criterio personal de algún prelado
o ayudante en particular haya influenciado en forma determinante
y excluyente en lo que se anotó en los registros. Cabe agregar que,
habida cuenta de la ubicación periférica del curato de Tulumba, lo
encontrado pudo deberse en parte a dificultades en la disponibili-
dad de sacerdotes o inconvenientes de los fieles para trasladarse a
las parroquias o capillas desde parajes lejanos.
En Tabla 1 pueden observarse totales y porcentajes de bauti-
zados de acuerdo con su filiación socio-étnica por período. Los
españoles tienen mayor gravitación numérica sólo en 1771-1777.
En el segundo, por el contrario, las castas ocupan ese lugar. En
1811-1815 se repite lo obtenido para 1794-1798, pero debido a la
aparente falta de folios, según una aproximación del número de
                                                            
25
Al respecto, consultar Ferreyra (1998), pp. 403 - 429.
26
Predominan los casos en que los firmantes impartían el sacramento ellos
mismos. Sin embargo, era común que lo hiciera un teniente suyo o, si bien rara
vez, algún vecino.

- 126 -
 
actas faltantes, los españoles y castas serían virtualmente idénticos
en número de bautizados. La Real Pragmática se puso en práctica
en 1778 y sus efectos pudieron ser vistos recién en 1794-1798 y
1811-1815, aunque en este último en lugar de más acentuado por
el tiempo transcurrido, matizado por la convulsa situación de la
época. De ello podía esperarse un recrudecimiento en la segrega-
ción socio-étnica, reflejada en el número de bautismos. Sin embar-
go, en el hipotéticamente más permisivo período anterior a la
Pragmática los españoles estuvieron mejor representados que en
los otros, hablando esto de un mestizaje creciente hacia fines del
siglo XVIII. En contraste con ello, no se observó blanqueamiento
conforme se avanzó en el tiempo, y esto sí estaría abonando al
cumplimiento de las ordenanzas borbónicas por parte de los párro-
cos que llevaron a cabo las anotaciones. En el nivel de campaña de
Córdoba sí se encontró un claro blanqueamiento entre los censos
de 1778 y 1813,27 siendo ambas fuentes de tipo civil, no eclesiásti-
co. Tulumba en particular no fue la excepción, ya que el porcentaje
de españoles pasó del censo de 1778 a 1813 de 30% a 47,3%.28
Esto podría ser indicador del mayor celo encontrado en los regis-
tros eclesiásticos, o bien de no favorecer el ascenso social en el
sentido de cambio de clase de menor a mayor jerarquía. Cabe
agregar que los matrimonios de los progenitores de las criaturas
que figuran más de una vez en los registros con diferente clase (a
veces en libros diferentes) no exhiben una tendencia a pasar de
castas a españoles desde registros anteriores a posteriores.29 En
                                                            
27
Endrek (1966), 9-19.
28
Celton, Küffer y Colantonio (2014), pp. 153-163.
29
Esto no se consignó en el texto por escapar a los métodos utilizados en este
trabajo y, además, por tratarse de un número bajo de casos. Lo que se encontró
para matrimonios anotados más de una vez en el mismo período: en el 1771-1777,
2 pasaron de castas a españoles, en 1794-1796, 3 de castas a españoles y 2 de
españoles a castas y en 1811-1815, 2 de castas a españoles y 4 de españoles a
castas. Para matrimonios encontrados en más de un período se encontraron 3
casos en que se pasó de españoles a castas de los más antiguos a los más nuevos,
del primero al segundo un caso y dos del segundo al tercero; a ellos se podría
sumar otro que pasó de español a grupo socio-étnico incierto o no determinado
pero que, de todos modos, podría pensarse era de castas por encontrarse en el
libro correspondiente a naturales. De modo que los resultados no sólo no parecen
avalar un blanqueamiento, sino que, considerados en su conjunto y en especial
hacia el tercer período, lo inverso. Pero, una vez más, el número de casos

- 127 -
 
suma, los resultados parecen indicar que el mestizaje sí aumentó
hacia el segundo período y en el tercero, si bien más equilibrados
los grupos, no se volvió al predominio español inicial y que, a su
vez, no se verificó blanqueamiento.

Tabla 1.
Período / Grupo socio-étnico de todos los registrados por período; NE: no especificado.
Fuente: elaboración propia
GRUPO SOCIO - ÉTNICO
PERÍODO
Español Castas Negro NE Total
188 134 1 17 340
1771-1777
55,3% 39,4% 0,3% 5,0% 100%
340 431 0 17 788
1794-1798
43,1% 54,7% 2,2% 100%
218* 275 0 16 509
1811-1815
42,8% 54,0% 3,1% 100%
746 840 1 50 1637
Total
45,6% 51,3% 0,1% 3,1% 100%
*Recalculado el guarismo, por probable pérdida de folios, serían alrededor de 278.

En Tabla 2 se consignan los bautizados de castas desagrega-


dos por condición jurídica. Como puede verse, los libres represen-
tan claramente la mayoría. Los esclavos tuvieron la mayor relevan-
cia en el período 1794-1798, llegando a casi 7% del total. Se puede
plantear, si bien en forma muy especulativa, que esto es un reflejo
de la mejor situación económica en la provincia hacia el último
tercio del siglo XVIII. Mejoría ya más patente en el segundo pe-
ríodo, en que las esclavas compradas con anterioridad se reprodu-
jeron alrededor del mismo. En el tercero, por su parte, hay apenas
3 y todos ellos nacidos antes de 1813. De modo que pareció acatar-
se lo dispuesto en la Asamblea del año XIII.

                                                                                                                                
encontrados, aunque para tenerlos en cuenta, no es relevante como para delinear
conclusiones al respecto.

- 128 -
 
Tabla 2.
Período/Condición jurídica de castas; ND: no definido.
Fuente: elaboración propia
CONDICIÓN JURÍDICA
PERÍODO
Libre Esclavo Liberto Servicio ND Total
127 8 0 0 0 135
1771-1777
94,1% 5,9% 100%
377 29 0 13 12 431
1794-1798
87,5% 6,7% 3,0% 2,8% 100%
268 4 3 0 0 275
1811-1815
97,5% 1,5% 1,1% 100%
772 41 3 13 12 841
Total
91,8% 4,9% 0,4% 1,5% 1,4% 100%

En Tabla 3 se muestra el estatus del bautizado, por período,


de españoles y castas libres y en Tabla 4 los totales sumados ambos
grupos. Puede observarse que tanto en españoles como en castas
libres el más común fue el de hijo conyugal en todos los períodos,
más aún entre los españoles. El resto de los bautizados se repartió
en forma disímil entre hijo natural y huérfano, con predominio de
los primeros entre las castas y huérfanos entre los españoles. Desde
una perspectiva diacrónica, el peso numérico de los hijos conyuga-
les fue disminuyendo en ambos grupos, y por ende en el total, con
aumento de hijos naturales y huérfanos. Estos resultados parecen
evidenciar un mayor cuidado en salvaguardar la imagen entre los
españoles. En principio por cuidar que el nacimiento en ese grupo
fuera en el matrimonio y, de no ser posible, preferir la orfandad a
la ilegitimidad. Las castas libres, en cambio, eran las depositarias
de hijos naturales producto de amancebamiento, no rara vez entre
personas de diferentes clases con la consiguiente reproducción del
mestizaje. Más acentuado todavía fue lo que se dio entre las castas
esclavas: en el segundo período, 1794-1798, predominaron los
hijos naturales, con 19 casos (73,1%) frente a 6 legítimos (26,9%),
sin encontrarse huérfanos y en el total de períodos se repitió esa
tendencia, con mayoría de naturales 27 (73,0%) frente a legítimos
10 (27,0%). El descenso relativo de hijos conyugales con el correr
de los períodos parece hablar de un menor control en la concep-
ción dentro del matrimonio. Eso bien porque no se siguieron en la
práctica los lineamientos de la Ilustración borbónica, bien por la
influencia de los desórdenes sociales hacia las guerras por la inde-
pendencia en ciernes. El aumento en la ilegitimidad, que sería

- 129 -
 
comparable con lo encontrado aquí de sumarse hijos naturales y
huérfanos, se dio también en otras regiones de la provincia por la
misma época. La ciudad de Córdoba tuvo valores elevados de ilegi-
timidad, mayores que los aquí encontrados, con aumento desde el
último tercio del siglo XVIII hasta bien entrado el siglo XIX y,
como en Tulumba, más conspicuo entre los naturales que españo-
les, y lo mismo se repitió con los huérfanos (allí llamados expósi-
tos) explicándose la diferencia entre clases como resultado de ma-
yor afán entre los españoles para salvaguardar el honor familiar.30
Esa misma característica, aumento de ilegitimidad y con valores
menores a Ciudad y más cercanos a los obtenidos aquí, se dio en la
rural Traslasierra en los quinquenios siguientes a 1780 hacia finales
del siglo XVIII, y su incidencia fue de menor a mayor de españoles
a libres y de estos a esclavos, concordante con lo encontrado en
este trabajo.31

Tabla 3.
Estatus del bautizado/grupo socio-étnico en españoles y castas libres de los tres períodos.
Fuente: elaboración propia

Períodos

Estatus del 1771 – 1777 1794 – 1798 1811 - 1815


bautizado
Castas Castas Castas
Español Total Español Total Español Total
libres libres libres

Hijo 171 108 279 277 225 502 169 147 316
conyugal 91,9% 85,7% 89,4% 81,5% 60,0% 70,2% 77,5% 54,9% 65,0%

7 14 21 25 106 131 20 79 99
Hijo natural 3,8% 11,1% 6,7% 7,4% 28,3% 18,3% 9,2% 29,5% 20,4%

8 4 12 38 44 82 29 42 71
Huérfano 4,3% 3,2% 3,8% 11,2% 11,7% 11,5% 13,3% 15,7% 14,6%

186 126 312 340 375 715 218 268 486


Total 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100% 100%

                                                            
30
Celton (2008), pp 231-248.
 

- 130 -
 

Tabla 4.
Estatus del bautizado sumando españoles y castas libres de cada período.
Fuente: elaboración propia
Períodos
Estatus del
bautizado
1771 - 1779 1794 - 1798 1811 - 1815 Total

279 502 316 1097


Hijo conyugal
89,4% 70,2% 65,0% 72,5%
21 131 99 251
Hijo natural
6,7% 18,3% 20,4% 16,6%
12 82 71 165
Huérfano
3,8% 11,5% 14,6% 10,9%
312 715 486 1513
Total
100% 100% 100% 100%

En Tabla 5 se muestra el promedio de la edad en que las


criaturas fueron registradas, con el desvío estándar correspondien-
te, en españoles y castas libres de los tres períodos. Las diferencias
encontradas entre los grupos no permiten sostener que haya habi-
do trato diferencial. En efecto, no se observó una clara tendencia
en cuanto a que un grupo se anotara en promedio después que el
otro. En 1771-1777 fueron idénticos, con una muy leve diferencia
para castas. En 1794-1798 tardaron casi 22 días más los españoles,
y en 1811-1815 nuevamente las castas, con 31 días. En ambos gru-
pos, tomados los tres períodos, la demora llegaba a alrededor de
1,3 años contados desde el nacimiento. Más llamativo pareció lo
que se dio entre períodos. Especialmente el “salto” entre 1771-
1777, cuando la demora fue mínima, a 1794-1798. Esto no con-
cuerda con lo que se esperaría de un mayor cuidado por parte de
quienes llevaban los registros, al menos persuadiendo a los fieles a
que cumplieran o completaran el sacramento bautismal lo más
raudamente posible. Si bien esto es más especulativo, se podría
haber esperado mayor diligencia para con la clase dominante, pero
ello no se reflejó en los registros más recientes.

- 131 -
 

Tabla 5.
Edad media al ser registrado (en días) / Período en españoles y castas libres de los tres
períodos; entre paréntesis el desvío estándar (s); n total=1447.
Fuente: elaboración propia
Grupo socio – étnico
Períodos
Español Castas libres Todos

1771 - 1777 269,2 (260,5) 271,4 (290,2) 270,1 (271,9)

1794 - 1798 524,1 (517,1) 502,2 (498,0) 512,6 (506,9)

1811 - 1815 496,2 (568,4) 527,5 (436,1) 513,3 (500)

Todos 456,1 (497,1) 477,5 (459,4) 466,9 (478,4)

Conclusión

Conviene explicitar que la conclusión pretende ser cautelosa


y para nada definitiva. Los resultados, siempre tomados en conjun-
to, no parecen avalar la hipótesis de una mayor prevención del
mestizaje. Si bien el mestizaje pareció aumentar, en contra de lo
esperable por la puesta en práctica de la Real Pragmática, los regis-
tros no parecen abonar al mecanismo de blanqueamiento que tapa-
ra esa “transgresión”. Pero, de todos modos, los hijos no conyuga-
les fueron creciendo en importancia numérica en ambos grupos y
no sólo en las castas, y tampoco se notaron marcadas diferencias
intra-grupales respecto del período entre nacimiento y registro. La
variación, en suma, fue mayor entre períodos que entre grupos.
Seguramente hubo segregación, pero no se puede afirmar categó-
ricamente que haya ido en aumento.

Agradecimientos

Este trabajo fue financiado por el Consejo Nacional de


Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET).

- 132 -
 
Bibliografía

Archivo de la Catedral Nuestra Señora del Carmen, Prelatura de


Deán Funes, Provincia de Córdoba. Bautismos 1766-1778, 1780-1824, y
1801-1851.

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- 135 -
“Hasta que la muerte nos separe”, calidad, género y
esclavitud en el Buenos Aires virreinal.
Los matrimonios de “castas” en la primera mitad
del siglo XVIII.

Sandra Olivero Guidobono*


Julio Dean del Junco**1

El estudio social de la población hispanoamericana puede lle-


varse a cabo a través de diversas variables de análisis. Sin lugar a du-
das el matrimonio constituye un escenario idóneo para comprender
la dinámica socio-demográfica y los intereses y mecanismos de inte-
gración y movilidad que motivaron a las familias hispanoamericanas
a seguir determinados comportamientos.
Las normas legales y sociales establecidas por el Estado, la co-
rona, y la Iglesia, marcaron lineamientos a seguir dentro de una con-
ducta moral, ética y religiosa pautada por la sociedad occidental y
cristiana. Pero la complejidad cultural americana confirió a la socie-
dad colonial características propias y distintivas. El proceso de mes-
tizaje y la paulatina criollización de la población dotaron a las socie-
dades coloniales americanas de una personalidad indiscutible.
La heterogeneidad cultural, biológica y social traspasó las ba-
rreras de la limpieza de sangre y el linaje como valores fundacionales
de la sociedad colonial. La realidad cotidiana, visible a través de los
comportamientos y conductas individuales y familiares, mostraron
desde los primeros años de la conquista y la colonización una socie-
dad dinámica y permeable, en constante re-significación. El modelo
jerarquizado y estratificado de la estructura social intentó perpe-
tuarse mediante constantes normativas establecidas reiteradamente

                                                            
*Dra. en Historia, Departamento de Historia de América, Universidad de Sevilla.
Seminario Permanente Familias y Redes Sociales: etnicidad y movilidad en el
Mundo Atlántico.
**Ha realizado el trabajo de consulta de las fuentes y volcado de la información en
bases de datos bajo la dirección de la Dra. Olivero.

- 136 -
por el Estado y secundadas por la Iglesia en América. Pero a pesar
de este esquema preconcebido la cotidianeidad estableció sus pro-
pias características. Comportamientos individuales y familiares que
daban espacio a las emociones y los sentimientos fueron cobrando
terreno. En contrapartida, estrategias y mecanismos de control so-
cial a nivel familiar y clientelar surgieron para mantener el orden
social.
El matrimonio fue uno de los medios de control más efectivo
sobre la población. La elección de un cónyuge implicaba mucho más
que el deseo de dos individuos para unir sus destinos de por vida.
Significaba ante todo un camino hacia la integración y la consolida-
ción de familias en el sentido más amplio del término. El matrimo-
nio vinculaba a dos familias y ello ponía en juego un patrimonio ma-
terial y económico pero también inmaterial o social que debía ser
preservado y protegido.
La endogamia constituyó entonces el mecanismo más directo
para preservar el linaje, la limpieza de sangre y el patrimonio eco-
nómico y social al interior de un mismo grupo. En los sectores so-
cio-económicos más elevados de la población, la endogamia se con-
virtió en la única opción adoptada por individuos y familias, respe-
tando con su accionar los lineamientos establecidos por la Corona.
El grueso de la población hispanoamericana —negros, mulatos,
indios, mestizos- tendió, en la medida de sus posibilidades, a modi-
ficar su condición de nacimiento mediante alianzas y redes relacio-
nales tejidas a lo largo de su existencia. El matrimonio constituyó
para estos sectores una posibilidad de cambio, de movilidad social y
étnica inigualable, aunque no siempre tuviera los resultados pro-
puestos.
Ante este incontrolable proceso de hibridación biológica, cul-
tural y social, la Corona reacciona prohibiendo los matrimonios in-
terétnicos, con el objeto de reforzar la endogamia como estrategia
de control social. A pesar de estas medidas las uniones entre indivi-
duos de diferentes etnias eran cada vez más frecuentes. Recién en el
último tercio del siglo XVIII el Estado promulgó la Pragmática San-
ción de Matrimonios, mediante la cual se requería la autorización
paterna para contraer matrimonio en los menores de 21 años.

- 137 -
Más allá de los matrimonios, la existencia de relaciones inter-
étnicas queda evidenciada en los porcentajes de bautismos ilegíti-
mos, es decir hijos nacidos fuera de los matrimonios. Las uniones
consensuales, de amancebamiento o concubinato ponen de mani-
fiesto tendencias hacia la exogamia. Constituyen excepciones a las
normas legales que poco a poco se convierten en mecanismos de in-
tegración y canales de supervivencia dentro de modelos estratifica-
dos y notabilares.
La mayor parte de los estudios sobre matrimonios hispanoa-
mericanos responden a los intereses por conocer las estrategias en-
dogámicas de los sectores de élite de la población. En otras ocasio-
nes centran su interés en el análisis de las familias de negros, en es-
pecial esclavos. Pero escasos son los trabajos que contemplan la di-
versidad socio-étnica de la población desde el análisis de los matri-
monios interétnicos.
El objetivo primordial es acercarse a las formas de sociabilidad
básicas, a los modos de interrelación entre los distintos grupos so-
cio-étnicos, y a los canales de ascenso y movilidad social y geográ-
fica. Se intenta rescatar el imaginario de la sociedad porteña colo-
nial, respecto de las sociabilidades de pareja, las decisiones sexuales,
y el grado de vigencia del matrimonio como opción de esta comu-
nidad, en el marco de la realidad del área marginal de la colonia his-
panoamericana. Igualmente, se procura mostrar como el género y la
condición étnica y socioeconómica están integradas en dicho imagi-
nario, analizando las tendencias de endogamia y exogamia y la inci-
dencia de las pautas de filiación en una población en constante cre-
cimiento y movilidad geográfica y socio-étnica.
En el siguiente estudio se aborda el análisis de los matrimo-
nios de negros, indios, mestizos y pardos, conocidos comúnmente
como matrimonios de “castas”, de la ciudad de Buenos Aires en la
primera mitad del siglo XVIII a través del Libro de Matrimonios de
mestizos, negros y morenos de la iglesia de Nuestra Señora de la
Merced en el período de 1703 a 1750. La denominación original del
libro es Libros en el que asientan los casamientos de Morenos y
Gentes de Servicios.
Buenos Aires se convierte en el escenario idóneo para conocer
y comprender esa complejidad socio-étnica y los posibles canales de

- 138 -
movilidad. Su condición de ciudad portuaria, su ubicación geoestra-
tégica de excelencia, su crecimiento económico y demográfico, do-
tan a la urbe de condicionantes óptimos para abordar la problemá-
tica del mestizaje en toda su dimensión.
Todos esos factores económicos, comerciales y geográficos
favorecieron el desarrollo demográfico en aumento de la región. No
sólo hubo un crecimiento demográfico natural de un área en desa-
rrollo sino que también este auge fue auspiciado por la inmigración
venida tanto de la Península Ibérica y otras zonas de Europa como
de otras regiones hispanoamericanas, atraídos todos por el desarro-
llo económico regional ya mencionado. Un sector importante que
formó parte la población porteña fueron los miles de esclavos llega-
dos desde África a partir del Tratado de Utrecht de 1713 que con-
cedió a Buenos Aires un asiento negrero sin precedentes.
En 1744 Buenos Aires comienza a diferenciarse en cuatro zo-
nas: el centro, área que rodeaba la plaza donde se encontraban los
sectores del gobierno, eclesiásticos y comerciales; los suburbios, dos
áreas al norte y sur separadas del centro por dos zanjas, que eran
barrios semiurbanos, ocupados fundamentalmente por artesanos;
por último las quintas, un anillo de granjas y casas de veraneo que
rodeaban la ciudad y luego irradiaban a lo largo de las tres rutas
principales hacia el norte, oeste y sur. En ese mismo año se realizó
el primer padrón de la ciudad mediante un censo militar que abarcó
el núcleo urbano y los suburbios rurales de la ciudad.
En el censo de 1744 existe una mayoría masculina en la po-
blación con 4.003 hombres frente a 3.577 mujeres debido a que re-
cibe una mayor inmigración de hombres adultos. La inmigración
también afectó a las características raciales de la población urbana.
La ciudad atrajo a los inmigrantes blancos, con 8.068 según el censo,
pero el número de negros creció también rápidamente alcanzando
los 1.701 negros y mulatos. Indios no superaban los 287 individuos
y mestizos.2
El comercio de esclavos en la urbe porteña fue importante en
el siglo XVII pero su crecimiento se puso de manifiesto desde la pri-
mera mitad de la centuria siguiente. En 1744 de los 1.701 negros
                                                            
2
Padrón de Buenos Aires de 1744 en: Documentos para la historia argentina, t. X,
Padrones de la ciudad y campaña de Buenos Aires (1726-1810), (1920-1955), pp.
328-503.

- 139 -
que habitaban la ciudad, 1.276 eran esclavos. El estudio detallado
sobre el comercio de esclavos en Buenos Aires estima que en el pe-
ríodo entre 1742 y 1806 entraron legalmente 25.933, a los que ha-
bría que añadirles otros miles o decenas miles que llegaron ilegal-
mente. La mayoría de esclavos se revendían al Alto Perú y a otras
áreas del interior pero un número importante de ellos se quedaba en
Buenos Aires.3
En cuanto a los negros, eran generalmente distribuidos entre
las familias hispánicas y si bien se detectan algunos componentes
culturales africanos en sus vidas, no exhibían un conjunto de patro-
nes socialmente distintivos sino más bien adoptaron aquellos típicos
de los españoles marginales, los que estaban ubicados en los niveles
más bajos del mundo español. Los esclavos fueron distribuidos en
grupos pequeños en las haciendas y viviendas familiares.4 El com-
plejo tejido social dio origen a una sociedad pluriétnica que se co-
noce como sociedad de castas.
Las fuentes consultadas fueron los registros vitales que se en-
cuentran en la parroquia de Nuestra Señora de la Merced, una de
las más antiguas de Buenos Aires. Su historia se remonta a la funda-
ción de la ciudad con el reparto de tierras que Garay realizó, cuyo
solar fue concedido a los dominicos. Pero en 1589 llegaron los mer-
cedarios que se hicieron cargo de las actividades religiosas y en 1603
construyeron un pequeño templo de adobe y un convento contiguo.
No fue hasta 1721 cuando se comenzó la construcción de un templo
adecuado cuyas obras finalizaron en 1779.
Se ha trabajado con los Libros de Matrimonios de mestizos,
morenos y negros que abarcan desde 1703 hasta 1801. El período
del presente estudio comprende la primera mitad del siglo XVIII,
de 1703 a 1750. El acceso a estas fuentes se ha podido realizar gracias
a la labor de digitalización llevada a cabo por la Iglesia de Jesucristo
de los Santos de los Últimos Días que han reflejado en su página
web5. La redacción de las partidas es llevada a cabo por diversos sa-
cerdotes como José de Andújar, Juan José Fernández de Córdoba,
Juan Pascual de Leiva o Vicente de Ribadeneira, que se van suce-

                                                            
3
Johnson, Lyman L., Socolow, Susan M. (1980), pp. 330-334.
4
Novillo, Jovita M. (2008), p.84
5
https://familysearch.org/

- 140 -
diendo e intercalando unos a otros. Suelen respetar el orden crono-
lógico excepto en los 20 primeros años que van alternando años y
meses.
Las variables de las partidas que se han analizado son: la fecha
del matrimonio, nombre y apellido de los cónyuges, si es “don” o
“doña”, estado civil (soltero o viudo), anterior cónyuge si lo tuviera
y se especificara, condición de libre o esclavo, etnia, procedencia y
ocupación o profesión en el caso del varón; nombres y apellidos de
los dueños de los contrayentes que fueran esclavos y su etnia; el
nombre y apellido de dos de los testigos, si es “don” o “doña”, su
cargo y el nombre y apellido del dueño en el caso que el testigo fuera
esclavo. También se deja constancia de las velaciones y amonesta-
ciones.
Es necesario aclarar que los términos referidos a las etnias re-
producen fielmente las categorías asentadas en las partidas de la igle-
sia de Nuestra Señora de la Merced. Las calificaciones que realizan
para describir la etnia de los contrayentes y resto de personas que
aparecen en el libro son negro, moreno, pardo, mulato, indio o mes-
tizo.
Hay que considerar las dificultades propias de las fuentes, re-
lacionadas con las manchas de tintas, la propia digitalización que en
ocasiones no permite ver todos los datos completos y la falta de datos
en algunas de las partidas por omisión ocasional, intencional o no.
El objetivo de este estudio es ahondar en el proceso de mesti-
zaje y su crecimiento. Cuantificar la importancia del matrimonio
como elemento constitutivo de la familia, en especial entre la pobla-
ción de “castas”. También determinar de qué manera se ocultan et-
nias para poder llevar a cabo casamientos más provechosos y acep-
tados socialmente. La hipótesis inicial es observar cómo la endoga-
mia en los negros y mulatos o pardos es más común de lo pensado y
cómo los esclavos varones tendían a la endogamia más que las mu-
jeres que buscaban que su prole tuviera posibilidades de ser libre.
Así mismo, se pretende analizar el alcance de los matrimonios inter-
étnicos como uno de los mecanismos del mestizaje y la movilidad
social.

- 141 -
Los matrimonios de “color” en la parroquia de Nuestra Señora de
la Merced entre 1703 y 1750.

GRÁFICO Nº1

       

       

Fuente: Elaboración propia. Archivo parroquial de la iglesia de Nuestra


Señora de la Merced. Libro de Matrimonios de mestizos, morenos y ne-
gros.

Entre 1703 y 1750 se casaron 2150 personas entre mestizos,


indios, negros y mulatos, es decir, se celebraron 1075 matrimonios.
Para el primer cuarto existen pocos matrimonios registrados porque
hay vacíos de información, faltan meses y años. La regularidad en el
registro comienza a partir de 1715. Desde este año hasta 1720 se
registra un máximo de 110 matrimonios. En el quinquenio siguiente
hay una brusca bajada que puede atribuirse al comienzo de la cons-
trucción del actual templo y con ello el descenso de matrimonios en
esta iglesia por la escasa disponibilidad para realizar nupcias. Entre
1727 y 1732 se celebran 213 matrimonios, y entre 1733 y 1738 se

- 142 -
registran 277 matrimonios de castas. Después hay un ligero des-
censo con 233 matrimonios entre los años 1739-1744 y, otro des-
censo entre 1745-1750 con 133 enlaces.6 El paulatino crecimiento
de matrimonios entre la población de color a partir de 1725 se po-
dría corresponder al mayor flujo de inmigrantes negros que se in-
troducían en el puerto de Buenos Aires provocado por el asiento
negrero de 1713 tras el Tratado de Utrecht, que convertía a la ciu-
dad portuaria en puerta de acceso para la población de color.

GRÁFICO Nº2

Etnia de los casados

Fuente: Elaboración propia. Archivo parroquial de la iglesia de Nuestra


Señora de la Merced. Libro de matrimonios de mestizos, morenos y ne-
gros.
En cuanto a la etnicidad de los contrayentes de “castas” o “co-
lor”, se puede apreciar en el gráfico número 2 cómo los negros eran
mayoría con un 39%. Este hecho reafirma lo que numerosos estu-
dios vienen enfatizando desde hace unas décadas, la presencia y vi-
sibilidad de la población africana y afro-descendiente en el Buenos
Aires colonial.
                                                            
6
Archivo Parroquial Nuestra Señora de la Merced, Libro de Matrimonios de mes-
tizos, negros y morenos, disponible en https://familysearch.org

- 143 -
También destaca en el gráfico los denominados “sin especifi-
car” lo que hace ver que había una destacada población que ocultaba
su origen por temor a los rechazos sociales y como estrategia de mo-
vilidad social. El silencio al momento de declarar su adscripción ét-
nica constituye para los estudiosos de la historia socio-demográfica
un dato significativo, de gran peso no sólo estadístico sino especial-
mente social.
Durante este período, aunque el consentimiento paterno no
era necesario para que se pudiera llevar a cabo un matrimonio, como
ocurrirá con la Real Pragmática de 17767, la presión paterna para
que se formalizaran ciertas uniones con otras familias constituía la
prioridad. Consistía en estrategias familiares para conservar el patri-
monio familiar o prestigio social mediante lazos de interés. Para ello
se recurría a la endogamia y prevalecía el interés y el honor de la
familia sobre los sentimientos del individuo. La sociedad del siglo
XVIII estaba organizada en torno a la familia, su posición social y la
conservación del honor. La elección de consorte resultaba crucial
no sólo para la familia nuclear de un individuo sino también para
tíos, tías, primos y otros miembros del amplio grupo de parientes.
El matrimonio inadecuado podía manchar a todos los miembros de
la familia y limitar las alternativas nupciales de primos y sobrinos.
Con tal de proteger el honor familiar, los padres muchas veces in-
tentaban recurrir a la fuerza para evitar matrimonios no deseados.
Los hijos llegaban a ser encarcelados, secuestrados o enviados fuera
de la ciudad para separarlos de sus prometidas. Aunque esto no era
necesario aplicarlo en las mujeres en la inmensa mayoría de los casos
porque se pensaba que la mujer era más dócil y manejable y, por lo
tanto, podían ser mantenidas con más facilidad dentro de los confi-
nes del hogar.8 En los grupos de castas existían familias de mestizos
acomodados que se esforzaban por mantener el orden y control so-
bre sus parientes ya que estaban interesados en enlazar a sus hijas
con blancos que elevaran su estatus social. Pero la mayoría contraía
nupcias con varones de su misma condición y localidad y evitaban
mulatos y negros.9 Puede darse el caso que entre los contrayentes
que no especifican su calidad étnica y se unen sacramentalmente a
                                                            
7
Langue, Frédérique (2004), pp, 106-107.
8
Socolow, Susan M. (1991), pp. 250-251.
9
Rodríguez, Pablo (1994), p. 148.

- 144 -
mestizos, haya un número considerable de blancos pobres. Por
ejemplo:

“En dos de diciembre de mil setecientos y catorce desposé por pala-


bras de presente, según nuestra Santa Madre Iglesia, a Gaspar de
Molina con Francisca Ramírez, mestiza. Habiendo precedido las
amonestaciones y licencia del señor obispo; se hallaron por testigos
el Licenciado don José de Arvita, Pascual, pardo; y Joaquín,
pardo.”10

Hombres y mujeres de color o “gentes de servicio” como ha-


cían referencia las fuentes, veían doblegadas sus pretensiones de
conformar unidades domésticas legítimas y estables. Las causas eran
variadas. La primera de ellas es que los padres se ausentaban por
largas temporadas en busca de trabajo en la campaña aledaña, por lo
que al progenitor le bastaba con que el pretendiente de su hija fuera
honrado y trabajador. Esta ausencia paternal obligaba a la madre a
trabajar en los servicios domésticos, fuera de casa o vivir en la indi-
gencia, lo que provocaba la ruptura de la estructura familiar. Las
jóvenes estaban solas en casa y debían trabajar fuera de ella.11 Las
muchachas casamenteras tenían los primeros tratos gratos con varo-
nes en edades muy tempranas pero también recibían presiones y
amenazas sobre su honor sexual.
Tras estos grupos, mulatos o pardos se sitúan con un 28% del
total lo que muestra que había una población considerable fruto de
las uniones consensuales entre negros y blancos. Este tipo de rela-
ciones ilícitas, condenadas pero al mismo tiempo consentidas por la
comunidad, constituían una respuesta a la existencia y proliferación
los matrimonios pactados de las altas esferas sociales. Las uniones
lícitas-el matrimonio- fruto de intereses familiares y clientelares,
daba lugar a la existencia de parejas de hecho entre dueño y esclava
o dueña y esclavo, y con ello altos índices de nacimientos ilegítimos.
En un futuro se confrontará esta fuente con los bautismos, con el

                                                            
10
Archivo Parroquial Nuestra Señora de la Merced, Libro de Matrimonios de mes-
tizos, negros y morenos, disponible en https://familysearch.org
11
Rodríguez, Pablo (1994), p. 149.

- 145 -
objeto de visibilizar la ilegitimidad como vía para alcanzar la com-
prensión de una realidad social que controvertía las normas más de
lo imaginado.
Los mestizos representan un 5% del total de los casados. La
escasa presencia de mestizos puede responder a la necesidad expresa
de ocultar su calidad u omitirla, con lo que gran parte de ellos esta-
ban registrados bajo la categoría “sin especificar”. Ocultaron su fi-
liación racial para poder concretar una alianza matrimonial favora-
ble u obtener mediante la unión sacramental provechos que su ori-
gen étnico no le permitía.
El grupo étnico menos numeroso es el de los indios con un
4% del universo analizado. La urbe porteña no contaba con una po-
blación indígena destacada en términos demográficos. El flujo de
naturales aumentó después de 1767 con la expulsión de los jesuitas
y la llegada a Buenos Aires y a la campaña circundante de una po-
blación indígena importante.
En la práctica, la selección de pareja comprometía el honor
del grupo de parentesco en su conjunto ya que el matrimonio, como
sostiene Mónica Ghirardi, influía en los procesos de movilidad so-
cial, era clave en el mecanismo de reproducción social y fundamental
en el mantenimiento del orden en las estratificadas sociedades tra-
dicionales.12
Junto a las uniones canónicamente sacramentadas, las uniones
“ilícitas” eran fruto no sólo de la desobediencia, sino también pro-
vocadas por matrimonios tediosos que unieron individuos víctimas
de la presión familiar y social. Estas uniones se dieron sobre todo
entre dueños y esclavas o domésticas libres, que al cohabitar en el
mismo hogar forzaba una relación más estrecha. Muchas de estas
uniones eran vistas como mecanismos de consumación de relaciones
sentimentales sólidas basadas en el amor.13 En este tipo de relaciones
los intereses familiares daban paso a las emociones y los sentimien-
tos personales. Y aunque, según las fuentes parroquiales, también
hubo uniones interétnicas promovidas por el “matrimonio volunta-
rio”, en términos generales los matrimonios se daban entre los pro-
pios grupos socio-étnicos tendiendo a practicar la endogamia.14
                                                            
12
Ghirardi, Mónica (2008), pp. 46-47.
13
Ídem, pp. 51-53.
14
Socolow, Susan M. (1991), p. 229.

- 146 -
Cuadro nº 1: Matrimonios por grupos étnicos

Mulato/pardo Indio Negro Mestizo S/e(V)


Mulata/Parda 193 43 27 24 45
Negra 19 27 365 2 17
Mestiza 24 8 5 15 12
S/e(M) 27 15 15 7 170

Fuente: Elaboración propia. Archivo parroquial de la iglesia de Nuestra


Señora de la Merced. Libro de matrimonios de mestizos, morenos y ne-
gros.

Este cuadro muestra cómo la endogamia es preponderante en


gran medida en cada uno de los grupos étnicos, a excepción de los
mestizos que tanto mujeres como hombres tendían a unirse con par-
dos o mulatos, con un 49% en los hombres mestizos y un 35’5% en
las mujeres de igual calidad étnica. Como se puede observar, en el
grupo de los negros hay 365 matrimonios endogámicos, es decir, un
84% del total de mujeres negras se casan con los de su propia raza y
un 88% de los negros se unen en matrimonio con mujeres de su
misma calidad étnica. Una de las causas de esta endogamia entre los
negros puede deberse a que la Real Cédula del 26 de octubre de
1541 establecía que los negros debían casarse en el ámbito de su raza
y se castigaba el concubinato afro-indio. La Corona se oponía a las
uniones entre negros e indios porque consideraba que mezclaban la
sangre limpia de los indios con la estigmatizada de los negros, por-
que la prole solía ser resentida y díscola y, desde un punto de vista
económico, porque la misma, habiendo dejado de ser indígena, no
tributaba. Aunque la Corona se opusiera a esto, la Iglesia estaba a
favor de la libertad de matrimonio y no establecía nada en contra de
las uniones interraciales aunque también influyó su deseo por erra-
dicar los excesos como el concubinato interétnico y el amanceba-
miento.15 Es indudable la influencia de lo que ha dado en llamarse
afinidad racial. Lo mismo sucede con el grupo de los mulatos, tam-
bién denominados pardos, donde hay un alto porcentaje de nupcias
entre ellos. En los hombres se producen un 73% de matrimonios
endogámicos y en las mujeres se produce en menor medida pero con
                                                            
15
Novillo, Jovita M. (2008), pp. 87-88.

- 147 -
un 58’5%. En cuanto a los indios, no aparecen mujeres en el registro
de este período por lo que la endogamia en este grupo no se puede
evaluar. Lo que sí se puede observar es que los indios se casan con
un alto número de mulatas, un 45’5%, y en menor medida con ne-
gras, un 27’7%, a pesar de la prohibición de nupcias entre negros e
indios.
Es importante destacar la existencia del grupo denominado
“sin especificar” que ocupa un 24% del total de registrados. El he-
cho de no declarar su calidad étnica podría estar indicando la puesta
en marcha de mecanismos de movilidad social. La alteridad identi-
taria fue utilizada como medio para “blanquear” los intereses de
grupo. Con estos datos se demuestra que en esta primera mitad del
siglo XVIII en las uniones matrimoniales de castas era común la en-
dogamia, ello no necesariamente implica que los grupos socio-étni-
cos mezclados no intentaran mejorar su condición social como ocu-
rrirá en un futuro próximo. El hecho de que la endogamia sea el
comportamiento elegido en las castas puede ser debido a la propia
naturaleza, es decir, por afinidad étnica, o por las pocas posibilidades
de poder unirse a una persona de “mayor calidad” social, racial o
económica.16
Las uniones exógamas y el mestizaje se producían fundamen-
talmente al margen de la unión matrimonial. Aunque uno de los ba-
samentos del orden social era el matrimonio entre iguales, la per-
meabilidad de la sociedad indiana consentía y amparaba con el si-
lencio social las relaciones consensuales o de amancebamiento tan
difundidas en el mundo hispanoamericano.

                                                            
16
Olivero, Sandra (2009), pp. 568-573.

- 148 -
Cuadro nº2: Cónyuges esclavos y libres

S/e (v) Esclavo Libre (v)


S/e (m) 221 29 17
Esclava 150 379 59
Libre (m) 48 58 109

Fuente: Elaboración propia. Archivo parroquial de la iglesia de


Nuestra Señora de la Merced. Libro de matrimonios de mestizos, morenos
y negros.

Se suele pensar que las esclavas tienden a casarse con hombres


libres para que su prole, aunque no nacía libre, tuviera la posibilidad
de alcanzar la libertad pero la mayoría de las veces el deseo indivi-
dual no concordaba con los intereses de los demás. Normalmente
las esclavas estaban supeditadas al deseo del dueño, el cual quería
conservar y propiciar la reproducción de su población esclava.
Como se ve en el cuadro número 2, las esclavas se unen en matri-
monio con esclavos en 379 nupcias, es decir, un 64’3% respecto al
total de las esclavas y un 80’8% del total de los esclavos. Esta endo-
gamia entre los esclavos reafirma la teoría de que los dueños influían
mucho en las decisiones de las vidas de sus criados. A pesar de que
los matrimonios legítimos entre esclavos fueron alentados por la
Iglesia, estos tenían serias dificultades para concretar sus deseos y
mucho más para constituir un verdadero hogar. El matrimonio sólo
se podía efectuar con el permiso de los propietarios y muchas veces
los amos se resistían a que sus esclavos contrajeran matrimonio para
evitar que se distrajeran de sus obligaciones. Además cuando los
cónyuges pertenecían a distintos amos se debían establecer permisos
de “visita” y las condiciones de pertenencia de los hijos. Aún así, se
autorizaban los casamientos entre esclavos para tenerlos sujetos a los
dueños y para mejorar su productividad.
Sin embargo, en la medida de sus posibilidades, las esclavas
tendían a casarse con hombres libres por ese deseo de proporcionar

- 149 -
la libertad a su prole17, pues hay 59 matrimonios de esclavas con
hombres libres y 58 casamientos de esclavos con mujeres libres.
Como se sabe, la condición de esclavitud se transmite por línea ma-
terna, según lo cual los esclavos preferían a las mujeres libres para
tener hijos libres (12%). Por su lado las esclavas elegían hombres
libres aunque fueran de su misma condición étnica, pues albergaban
la esperanza de que éstos compraran su libertad y la de sus hijos
(9’8%). Por todas estas razones los matrimonios entre libres y es-
clavos solían darse con cierta frecuencia como lo demuestran los si-
guientes ejemplos:

“En nueve de febrero de mil setecientos y veinte y siete, casé y velé


in facie ecclesia a Tomás, negro esclavo de don José de Rojas, con
Sebastiana, libre. Habiendo precedido las amonestaciones y lo de-
más dispuesto por el Santo Concilio de Trento. Siendo testigos el
Licenciado don Francisco Izarra, don Andrés Céspedes y José Abas-
cal, mulato.”18
“En veinte de junio de mil setecientos y cuarenta y ocho, casé y velé
a Eugenio Pereira, pardo libre, con María Josefa, negra del Capitán
Pedro Lozano. Testigos Pablo Acuña y María Josefa, esclava de
Marcos vega. Doy fe.”19

En cuanto a los libres las uniones sacramentales entre ellos


también son mayoritarias con un 50’5% en las mujeres libres y un
59% en hombres. Hombres y mujeres libres o libertos no estaban
dispuestos, en la medida de sus posibilidades en el mercado matri-
monial, a perder la condición de libertad para su descendencia.

                                                            
17
Olivero, Sandra (2009): “Matrimonio en Indias: Relaciones interétnicas en Bue-
nos Aires”, Manuela Cristina García Bernal y Sandra Olivero: El municipio in-
diano: Relaciones interétnicas, económicas y sociales. Sevilla, Universidad de Sevi-
lla, p. 578
18
Archivo Parroquial Nuestra Señora de la Merced, libro de matrimonios de mes-
tizos, negros y morenos, disponible en https://familysearch.org
19
Ídem.

- 150 -
Gráfico nº3:
Novios libres y esclavos

Gráfico nº4:
Novias libres y esclavas

Fuente: Elaboración propia. Archivo parroquial de la iglesia de Nuestra


Señora de la Merced. Libro de matrimonios de mestizos, morenos y ne-
gros.

- 151 -
Al analizar los gráficos precedentes se puede observar que la
condición esclavitud de los cónyuges por sexo era mayoría con un
43% en hombres y un 55% en mujeres. La esclavitud fue un fenó-
meno destacado en la ciudad de Buenos Aires que albergaba un nú-
mero importante. No es de extrañar que la mayoría de la población
negra sea esclava ya que desde comienzos del siglo XVII Buenos Ai-
res fue un verdadero centro negrero que alimentaba de esclavos a
los mercados del Alto Perú, Tucumán y Chile. Además los precios
eran más bajos, factor que contribuía a la proliferación de un mer-
cado esclavista. La mayoría de los barcos negreros que proveían al
Río de la Plata de mano de obra esclava llegaban a Buenos Aires de
“arribada”, es decir, de escala técnica, ya que su destino oficial era
normalmente Brasil. Estas pretendidas escalas técnicas les permitían
a los comerciantes vender toda su carga en el puerto del Plata como
negro “descaminado”, eventualidad contemplada por las prácticas
coloniales. La técnica de la arribada era, por supuesto, una manera
apenas solapada de hacer caso omiso de la prohibición real de intro-
ducir africanos esclavos en América por otro puerto que no fuera
Cartagena de Indias o Veracruz. Sólo entre 1618 y 1623 llegaron de
esta manera a Buenos Aires 5.553 esclavos. A éstos hay que agregar
aquellos introducidos clandestinamente, que después eran confisca-
dos por las autoridades denominados “negros de comiso”. En estas
condiciones se puede decir que Buenos Aires constituyó un gran
centro de concentración y redistribución de mano de obra esclava
africana desde el siglo XVII, y que continuó en el siglo XVIII con el
asiento francés (1708-1712) y luego el asiento inglés (1713-1715).20

Cuadro nº3: Contrayentes según su estado civil

Viudo Soltero
Viuda 3 57
Soltera 7 1008

Fuente: Elaboración propia. Archivo parroquial de la iglesia de Nuestra


Señora de la Merced. Libro de matrimonios de mestizos, morenos y ne-
gros.

                                                            
20
Zuñiga, Jean-Paul (2000), pp. 110-111

- 152 -
En este gráfico aparece la relación entre viudos y solteros.
Como se puede ver, los solteros son mayoría con un total de 1008
uniones sacramentales entre ellos. Las mujeres viudas son más pro-
pensas a casarse con solteros que con viudos, también porque hay
muchas más viudas (60) que viudos (10). Una de las razones del ma-
yor número de matrimonios de viudas que de viudos puede atri-
buirse a la percepción de que las mujeres solas —sin marido- consti-
tuían un peligro para la comunidad y el buen orden que pretendía
guardar. Los prejuicios sociales hacia las mujeres eran numerosos.
Se les atribuía los valores de recogimiento, piedad, apego al hogar o
el rechazo a las diversiones y actividades profanas.21
Otro de los motivos por los que se casaban más viudas que
viudos se debe a la esperanza de vida inferior en los hombres. La
existencia de un mayor número de viudas aumenta las probabilida-
des de segundas nupcias. Las mujeres contraían enlace a edad más
temprana que los hombres y los sobrevivían en la mayoría de los
casos. Por tanto su presencia en el mercado matrimonial era evi-
dente.
Al quedar viudas, si no tenían una buena dote o pertenecían
a sectores socio-económicos inferiores como en caso de la población
de “castas”, tenían que salir a la calle a ganar dinero para poder so-
brevivir y eso afectaba a su honor por lo que elegían buscar un nuevo
marido, al ser aún jóvenes para ello. Aún así, en los sectores de castas
el honor de sus mujeres ya estaba suficientemente dañado por el
simple hecho de pertenecer a este grupo. Estas mujeres, en su ma-
yoría, debían buscarse la vida en la calle desde pequeñas debido a la
desestructuración familiar. A pesar de ello, había algunas viudas que
llegaban a ser jefas de hogar, sobre todo en la ciudad donde el 50%
de viudas tuvo que hacer frente a esta responsabilidad, según indica
el padrón de 1744.22 Lo organizaban todo y agregaban a su hogar a
otras mujeres, es decir, las ponían bajo la protección de su hogar y
las respaldaban. En contraprestación, estas agregadas colaboran con
el hogar a través de su trabajo, tanto dentro como fuera de éste.23

                                                            
21
Olivero, Sandra; Ortigosa Caño, José Luis (2012), p. 155.
22
Olivero, Sandra (2008), http://nuevomundo.revues.org/43783.
23
Aguilera Gutiérrez, María Selina (2012), http://nuevomundo.revues.org/64111.

- 153 -
Los viudos que contraían segundas nupcias lo hicieron prefe-
rentemente con solteras. Buscaban mujeres jóvenes que les garanti-
zaran una prole segura. Entre la población blanca estos viudos apor-
taban capital y patrimonio material y social, al unirse con jóvenes
fundamentalmente criollas ampliaban sus redes relacionales y de in-
fluencias. Entre la población de castas ocurría lo contrario, su pre-
sencia en el mercado matrimonial era menos convincente y atrac-
tiva.

Gráfico nº5

Uniones entre "dones" y "no dones"
 

Fuente: Elaboración propia. Archivo parroquial de la iglesia de Nuestra


Señora de la Merced. Libro de matrimonios de mestizos, morenos y ne-
gros.

El título de don hacía considerar a la persona que lo llevaba


como blanca. Por lo cual, al ser un libro de matrimonios de castas,
es inusual encontrarse en los registros con individuos con los títulos
de “don” y “doña”, pero en este archivo parroquial aparecen 29 mu-
jeres y 4 hombres con el título de doña y don, respectivamente. Sólo
existen 4 matrimonios entre dones y doñas donde los varones tienen
alta graduación dentro del ejército, dos capitanes y un sargento. Sólo
uno de ellos no especifica su ocupación laboral pero podemos ver
que se casa con una viuda y sus testigos también tienen el título de
don. Esto hace pensar que eran personas con alta influencia en esa

- 154 -
sociedad, que probablemente por error del párroco fueron asenta-
dos en el Libro de Gentes de Servicio:

“En veinte y dos de febrero de 1735 con mi licencia belo […] a Don
Alonso Pastor con Doña Teresa Ureta viuda de Don Juan Manuel
de Arce, el qual me entregó un papel con fecha 12 de Julio de 1734
que contenía licencia primada […] para ser casados privadamente
dispensándoles en las amonestaciones, y dando licencia a […] para
que los casase […] y que fueron padrinos en el contrato Don Juan
Francisco León y Doña María Bas de Alpuín, los quales también lo
fueron en el belorio.”24

Los motivos de que existan matrimonios entre personas con


dichos títulos e individuos que no lo tenían y, lo más excepcional,
que aparezcan en un Libro de Gente de Color, pueden ser variados.
Uno de ellos es que, como sucede en muchos casos, se introduzcan
matrimonios entre blancos en estos registros en un primer momento
por error. Un ejemplo de ello sería el matrimonio entre el Capitán
Don Pedro Lea con Doña María Moreno, la cual es procedente de
Cádiz y viuda de otro militar de alto rango:

“En quatro días de Maio de mil setecientos treinta y siete di las ben-
diciones al Capitán Don Pedro Lea con Dª María Moreno, natural
de Cádiz y viuda en esta ciudad del Capitán de Infantería de este
Precidio Dº Manuel Pellizea […]”25

Por otro lado en las sociedades hispanoamericanas solían ac-


tivarse mecanismos de movilidad socio-étnica, que los historiadores
de la población llaman procesos de “blanqueamiento”. Estas estra-
tegias y canales de ascenso social, económico y étnico permitían a
individuos y familias con un pasado poco claro alcanzar niveles de
integración mayores en la estructura social. Sus relaciones, alianzas
y vínculos, el éxito en los negocios que emprendieran y la conside-
ración que la propia comunidad tenía de ellos los posesionaba en
lugares superiores a los que su nacimiento podía aspirar. Por ello,
existen casos de negras o mulatas que son consideradas socialmente
                                                            
24
Archivo Parroquial Nuestra Señora de la Merced, Libro de Matrimonios de mes-
tizos, negros y morenos, disponible en https://familysearch.org
25
Ídem.

- 155 -
como blancas. Por lo tanto es muy posible que esas 29 mujeres doñas
que aparecen en el Libro de Matrimonios de Castas, en su mayoría,
sean mujeres pertenecientes a los sectores étnicos mezclados pero
que socialmente habían sido consideradas como blancas. Como
ejemplo de casamientos entre doñas y no dones se encuentra éste:

“En veinte y uno de Marzo de mil setecientos treinta y nueve con


mi licencia caso privadamente por ser tiempo de Quaresma a Joseph
Sespedes, biudo, con Dª María Moreno Gonsales, ambos naturales
de las Corrientes.[…]”26

No se especifica en los contrayentes varones la etnia a la que


pertenecen pero se ha de suponer que eran negros, indios, mestizos
o mulatos ocultaban su calidad como estrategia para poder relacio-
narse a través del matrimonio con familias destacadas de la ciudad.
Como se comprueba en el ejemplo anteriormente citado se trata,
en la mayoría de los casos, de matrimonios privados, tal vez porque
se debía ocultar una unión desigual en términos socio-étnicos.
Por otro lado la mujer no tenía tanto poder de elección de
cónyuge en el mercado matrimonial como el hombre. Es cierto que
existía la libertad de los cónyuges a la hora de contraer enlace pero
siempre influía la presión de mantener el honor de la familia y el
prestigio social. Por lo tanto es posible que las 4 doñas que se casan
con dones sean españolas, asentados por error en un libro de “gente
de color”, pero las otras 25 mujeres doñas, debido a su color de piel
y a pesar de su título y su intento de blanqueamiento, se vieron obli-
gadas a elegir esposos de menor calidad y rango social.
Además consta en el registro que hay cuatro casos de estos 25
matrimonios donde ellas se casan con inmigrantes. Dos de ellos pro-
vienen de Portugal que son los contrayentes Manuel Leandro Vas-
conselos y Antonio Cabral que contrajeron matrimonio con Doña
María Pérez y Doña Josefa Enciso, respectivamente, siendo esta úl-
tima viuda de Juan Muñoz:

“En veinte y siete de Agosto de mil setecientos y treinta y quatro


con mi licencia Don Francisco Xabier de Izarra caso y belo a Manuel

                                                            
26
Ídem.

- 156 -
Leandro Basconselos, de nación Portugués, con Dª María Péres
[…]”27

“En primero de Marzo de mil setecientos y treinta y cinco casé a


Antonio Cabral, de nación Portugués, con Dª Josepha Enciso, viuda
de Juan Muños […]”28

En otro matrimonio, el contrayente Ignacio Galeano viene de


Paraguay y el otro caso de inmigrante proviene de Galicia, Bernardo
Díaz Castidio, casado con Doña María Ángela Vázquez de la Ba-
rrera:

“En quatro de Noviembre de mil setecientos y treinta y quatro casé


y belé a Ygnacio Galeano, natural del Paraguai, con Dª Paula Sotelo
[…]”29

“En catorze de Octubre de mil setecientos treinta y nueve con licen-


cia […] caso a Bernardo Dias Castidio, de nación Gallego, con Dª
María Ángela Vázquez de la Barrera […]”30

Probablemente estos hombres forasteros migraron a Buenos


Aires con la intención de mejorar su situación económica y social.
El matrimonio con mujeres criollas, pertenecientes a las élites por-
teñas les abre las puertas para ingresar a las redes mercantiles y de
poder del Buenos Aires colonial. No ostentaban el título de “don”
pero su procedencia europea garantizaba su origen blanco, moneda
de cambio fundamental en el mercado matrimonial colonial.
En cuanto a los dueños de los esclavos contrayentes, no todos
tienen el título de don. De los hombres esclavos (469), 350 poseían
el título de don, es decir, el 75%, y de las mujeres esclavas (589) eran
452 los dueños que ostentaban ese título, también alrededor del
75%. De los nombres y apellidos que más se repiten se encuentra
Miguel de Riblos. Este personaje aparece seis veces entre 1707 y
1718. En la mitad de estas uniones casa a sus esclavos entre ellos
como estrategia para acrecentar su productividad:

                                                            
27
Ídem.
28
Ídem.
29
Ídem.
30
Ídem.

- 157 -
“En primero de Agosto de mill setecientos y catorce casé y velé se-
gún orden de nuestra Santa Madre Iglesia […] a Francisco negro y
Josepha negra esclavos de Don Miguel de Riblos […]”31

Sólo son 31 los dueños de esclavos que no reciben el apelativo


de “don”, lo que demuestra que la posesión de esclavos tenía un
componente económico importante pero también confería un pres-
tigio social al que particularmente las élites podían acceder.
En el registro existen cuatro casos donde la etnia del dueño
que no es don aparece. Son los casos de un negro, una mulata, un
indio y un pardo. Por orden cronológico, el primero es el caso de
Nicolás Gutiérrez, indio, el cual es dueño de la esclava negra María
Josefa que contrajo matrimonio con el indio Nicolás Cáceres el 19
de febrero de 1732:

“En diez y nuebe de febrero de mil setecientos y treinta y dos años


casé y velé in facie ecclesia a Nicolás Caseres Yndio con María Jo-
sepha negra de Nicolás Gutierres Yndio; […] 32

El segundo caso es el de Juan Enrique Clarinero de raza negra


y dueño de los esclavos negros contrayentes Juan José y María Fran-
cisca que se casaron un 21 de abril de 1735:

“En veinte y uno de Abril de mil setecientos y treinta y cinco reci-


bió las bendiciones nupciales, Juan Joseph con María Francisca
ambos negros de Juan Enrique negro Clarinero, […]” 33

El tercero es el de la mulata Josefa de Agüero, dueña de la


esclava negra María de Picavea que se casó con el pardo libre Fran-
cisco Domínguez el 4 de marzo de 1737:

“En quatro de Marzo de mil setecientos treinta y siete casé y beló


el Licenciado Don Francisco Xabier de Izarra a Francisco Domin-
gues pardo libre con María de Picabea negra de Josepha de Agüero
mulata […]”34

                                                            
31
Ídem.
32
Ídem.
33
Ídem.
34
Ídem.

- 158 -
Y el último caso sería el de Sebastián González, pardo, dueño
de María, esclava negra que se casó con Tomás, esclavo negro de
Don Francisco Benois.

“En dies y seis de Junio de miml setesientos quarenta y ocho con mi


licencia el monseñor D. Diego Baldivia casó y beló a Thomas negro
de D. Francisco Benois con María negra de Sebastián Gonsales
pardo libre […]” 35

Cabe preguntarse las causas que hacen posible la existencia de


estos casos tan peculiares y extraños. En primer lugar podría tratarse
de personas con un nivel de riqueza aceptable que más allá de su
procedencia étnica podían acceder a la compra de esclavos. Otra po-
sible causa para que su etnia aparezca en el registro pudo ser que, a
pesar de su nivel adquisitivo, no podía aún obtener el título de “don”
debido a los problemas burocráticos o a que no tenían el dinero su-
ficiente para pagar una cédula de “gracias al sacar”. También es po-
sible que estas personas comenzaran a entrar en el juego de la red
clientelar y de favores, mecanismo que posibilitaba un ascenso social
y económico importante. Pero para llegar al fondo del asunto es ne-
cesario un estudio más profundo de las trayectorias de vida de cier-
tos individuos que no es objeto de este trabajo aunque se prevé en el
futuro ahondar en su análisis.
En estos archivos también están registrados los testigos de los
matrimonios por lo que se puede observar las redes sociales que se
tejieron entre familias. El tipo de vínculo sobre el que se construye
una red social de una persona o de varias es el parentesco. La familia
es el núcleo donde se fusionan las relaciones adquiridas por los in-
dividuos en todas las facetas de su actividad, siendo la pieza clave de
la red de relaciones de un individuo o grupo. Al parentesco biológico
habría que añadirle el denominado parentesco “espiritual o ritual”,
es decir, las relaciones de padrinazgo y de compadrazgo. Los lazos
de este tipo son una prolongación de los vínculos familiares. Estas
relaciones de padrinazgo o compadrazgo se traducían en relaciones
clientelares ya que una de las partes tenía mayores posibilidades eco-
nómicas para aportar a la otra parte favores, bienes y servicios. Estas
relaciones son un fenómeno social típico de la Europa mediterránea
                                                            
35
Ídem.

- 159 -
y de América Latina, siendo una forma de ejercer el poder y una
manera de luchar por él.
El matrimonio, la formación de una familia, la pertenencia a
una parentela y la inclusión dentro de una cadena informal de rela-
ciones personales o red contribuyen a alcanzar un lugar en el estrato
más alto de la sociedad colonial. De tal forma, se puede observar el
papel estructurante de la familia y su influencia a la hora de diversi-
ficar e incrementar los negocios. Además, la pertenencia a un mismo
lugar contribuía a cimentar vínculos mediatizados por el ejercicio
del poder de unos sobre otros, los cuales se fundaban en el recono-
cimiento del estatus o el cargo ejercido por cada individuo. Así, las
relaciones realizadas por ser del mismo sitio podían equipararse a
una suerte de parentesco construido en la identidad territorial.
En una red la elección del cónyuge es tan importante como la
del padrino para una boda. La unión sacramental matrimonial y su
ceremonia era un acto también para reagrupar el parentesco y la
alianza. El consenso colonial se fundó en gran medida en las redes
de vínculos primarios -el parentesco, redes sociales, parentales y
clientelares- cuyo núcleo eran las parentales. Estas constituían para
los miembros de los grupos dominantes el principal recurso con el
cual organizar sus negocios y, paralelamente, esas mismas redes bien
conectadas era el instrumento con el que la Corona organizaba ca-
denas informales de mando político indispensables para el funciona-
miento de las instituciones. Este juego de redes se practicaba a partir
de la movilización de facciones constituidas a través de vínculos eco-
nómicos y sociales, personales y primarios. La movilización y el in-
tercambio de recursos de distinto orden se canalizaban a partir de
alianzas familiares y la utilización del matrimonio y el compadrazgo
como herramientas fundamentales de asociación para dotar de vida
a este mecanismo. Las estrategias empleadas en la elección de los
cónyuges y los compadres constituyen la materia prima para com-
prender el entramado social que puso en funcionamiento la sociedad
porteña del siglo XVIII.36
El compadrazgo o padrinazgo era una institución simple en
su estructura formal y ritual pero compleja en sus implicaciones y

                                                            
36
Olivero, Sandra (2006), pp. 366-367.

- 160 -
ramificaciones sociales. Implicaba el establecimiento de obligacio-
nes mutuas de asistencia y reciprocidad. Estas relaciones podían es-
tablecerse en términos horizontales, entre iguales, o verticales, atra-
vesando los límites estamentales. El sentido de la relación estable-
cida reforzaba los lazos de reciprocidad o clientelismo.37
Respecto al padrinazgo de las nupcias registradas en este Li-
bro de Matrimonios de Castas, son de diversa índole. Desde esclavos
hasta “dones” y “doñas”. El 36% de los 301 registros donde apare-
cen padrinos que son esclavos, éstos son esclavos que pertenecen a
la Iglesia. Esto podía ser dado a la falta de un algún padrino de re-
nombre en ese momento o que, simplemente, al ser esclavos los con-
trayentes, no daban más importancia a esta unión y elegían a otro
esclavo como padrino y testigo. Ejemplo de ello son los siguientes:

“En quinze de Maio de mil setecientos treinta y ocho en esta Cat-


hedral casé y belé a Antonio negro de Dº Antonio Arellano y María
Lucía negra de Phelipe de Azpillaga […]. Fueron testigos Pablo Ro-
drígues, Miguel negro de esta Iglesia y otros […]”38

“En quinze de noviembre de mill setecientos treinta y tres habiendo


precedido […] casé y velé a Joseph Antonio con Mª Antonia esclavos
de Dº Francisco Andújar, fueron testigos Sebastián y Miguel escla-
vos de esta Iglesia.”39

“En veinte y nueve de noviembre de mill setecientos treinta y tres


[…] casé a Domingo con Mª esclavos de Dº Thomas Servantes. Fue-
ron testigos los esclavos de la Iglesia Sebastián y Miguel.”40

También se pueden encontrar esclavos pertenecientes a per-


sonas influyentes. Estas personas aportaban sus esclavos como testi-
gos y padrinos, tal vez por la proximidad de éstos con los contrayen-
tes, pero también porque sus amos fortalecían con esta acción redes
clientelares o familiares con los dueños. Un ejemplo es Don Antonio
Larrazábal, el cual en numerosas ocasiones es mencionado como

                                                            
37
Ídem, p. 370.
38
Archivo Parroquial Nuestra Señora de la Merced, Libro de Matrimonios de mes-
tizos, negros y morenos, disponible en https://familysearch.org
39
Ídem.
40
Ídem.

- 161 -
dueño de esclavos que hacen las veces de padrinos de diversos ma-
trimonios:

“En ocho de febrero de mil setecientos treinta y nueve caso y belo


con mi licencia en esta Cathedral Dº Domingo Rodrígues, a Fran-
cisco y Juana María negros esclava de Dº Juan Belarde. Precedió li-
cencia provisional y fueron testigos Manuel y María Antonia negros
esclavos de Dº Antonio Larrazábal, de que doi fee.”41

En ocasiones estos mismos dueños de esclavos se presentaban


como testigos y padrinos en las uniones matrimoniales de indios,
negros, mestizos y mulatos. Entre ellos destacan Valentín y Pedro
Narciso Cabral, se supone que son familia porque comparten ape-
llido y aparecen juntos como testigos en numerosas ocasiones. Se
registran como testigos en 83 matrimonios de esclavos entre 1731 y
1743. La mayor parte de estas uniones se produjeron entre 1731 y
1735. Se puede observar cómo en el registro sólo aparecen una vez
en 1736 y otra en 1743, en ambas ocasiones los dos con el título de
“don”, cuando antes no habían sido registrados como tales. Esto
puede ser debido a los mencionados procesos de blanqueamiento o
al ascenso social mediante estas redes clientelares que ha creado la
familia Cabral durante años anteriores:

“En primer de Diziembre de mil setecientos y treinta y un años, el


Licenciado D. Francisco Izarra con mi licencia cassó y veló in facie
ecclesia a Bernardo, negro esclavo de Lorenzo González, con Juana
María de Obregón, mulata libre y viuda, habiendo precedido las
amonestaciones y demás dispuesto por el Santo Concilio de Trento,
fueron testigos Pedro Narciso Cabral y Balentín Cabral.”42

“En diez y nueve de Marzo de mil setecientos treinta y seis caso […]
a Joseph García, natural de esta ciudad con Doña Juana Jofre, y fue-
ron testigos Francisco Puerto Real, Don Balentín Cabral y Don
Thomas Peñalva. […]”43

                                                            
41
Ídem.
42
Ídem.
43
Ídem.

- 162 -
Además de los esclavos, también aparecen como testigos per-
sonas libres de otras etnias, principalmente pardos y negros. Enca-
bezan la lista los mulatos o pardos (218) seguidos de los negros (115)
los cuales van siendo más numerosos a medida que avanzamos en el
tiempo. De los testigos pardos y mulatos, el 70% actúa como tal en
el período comprendido entre 1740-1750 y los testigos negros cons-
tituyen el 75%. Esto puede reforzar la idea del aumento de la pre-
sencia de población de color —negros y mulatos- en la urbe porteña
a partir de la década del 40, como muestra el padrón de 1744. La
existencia de un mercado esclavista en crecimiento, podría explicar
la presencia creciente de población afrodescendiente en Buenos Ai-
res. El aumento de la presencia de negros libres en el último período
como testigos puede ser también resultado de un incremento de las
uniones entre esclavos y libres y consecuentemente del crecimiento
de una descendencia liberta.

Conclusiones

Este estudio ha pretendido mostrar la compleja realidad social


en el Buenos Aires virreinal de la primera mitad del siglo XVIII. Se
evidencia por un lado la destacada presencia de población de color,
con un alto porcentaje de individuos negros, en su mayoría esclavos,
como indicador del desarrollo económico y mercantil de la urbe
porteña en el asiento negrero. Por otro lado la presencia de mulatos
y pardos ponen de manifiesto un intenso proceso de mestizaje entre
la población blanca e india con los negros africanos esclavos estable-
cidos en la ciudad. Este amplio abanico cromático y fenotípico re-
afirma un supuesto que está siendo estudiado cada vez con mayor
entidad: la existencia de familias pluriétnicas y la existencia de una
estructura social heterogénea, compleja, dinámica y permeable.
El hecho de que la endogamia sea el comportamiento elegido
por las castas durante el período en estudio puede ser debido a la
propia naturaleza de los contrayentes y a las presiones sociales im-
puestas por un orden colonial jerarquizado. Sin lugar a dudas la afi-
nidad étnica, o las escasas posibilidades de poder unirse a una per-
sona de “mayor calidad” social, étnica o económica condicionaron
los destinos de cientos de matrimonios.

- 163 -
Las uniones exógamas y el mestizaje se producían fundamen-
talmente al margen del matrimonio. Los datos sobre mulatos, par-
dos y mestizos que se han extraído del registro parroquial estudiado
en este trabajo y los del padrón de 1744, muestran que estas uniones
eran relevantes.
Entre los esclavos la tendencia a las uniones endogámicas era
altamente frecuente. Los intereses de los amos primaban a la hora
de contraer enlace, y a pesar del principio cristiano de la libre elec-
ción del cónyuge, las presiones ejercidas por los dueños de esclavos
se hacían sentir con bastante rigor. Los señores preferían que sus
esclavos se casaran al interior de su propiedad, con ello garantizaban
su productividad y el aumento de brazos esclavos. Sin embargo, a
pesar de estas presiones, se evidencian casos de matrimonios entre
esclavos de diversas propiedades e incluso entre esclavos y libres.
Estos ejemplos permiten visualizar estrategias de movilidad y “blan-
queamiento” de una población de “castas” demográficamente muy
representativa.
Una mención especial requiere la población que no especifica
su calidad étnica y los casos excepcionales y extraños de personas
con el título de “don” y “doña” que aparecen registrados en un Libro
de Matrimonios de Gente de Color. Aun siendo el matrimonio entre
iguales uno de los pilares del orden social, la permeabilidad de la
sociedad indiana mostraba caminos hacia el blanqueamiento y la
movilidad social.
Las estrategias familiares y clientelares se basaban en el pa-
rentesco biológico y espiritual, es decir, en el de sangre y en el de
compadrazgo o padrinazgo. Los lazos de este tipo son una prolon-
gación de los vínculos familiares. Por lo tanto, el matrimonio, la for-
mación de una familia, la pertenencia a una parentela y la inclusión
dentro de una cadena informal de relaciones personales o red con-
tribuyen a alcanzar un lugar más destacado en el orden social colo-
nial.
La representatividad demográfica de la población indígena y
mestiza era menor debido a que en el área urbana su presencia era
escasa y se concentraban sobre todo en las zonas rurales, fundamen-
talmente en la segunda mitad del siglo XVIII, a partir de la expulsión
de la Compañía de Jesús en 1767.

- 164 -
El matrimonio fue utilizado en las Indias por la Iglesia y el
Estado como un método de control social. Como respuesta a la ri-
gidez de la norma, las uniones consensuales fueron en aumento
hasta convertirse en una práctica frecuente y aceptada socialmente.
Estas relaciones “ilícitas” formaron una compleja realidad étnica
donde el mestizaje fue el resultado más evidente. Así que a pesar de
estar prohibido el amancebamiento y el concubinato, en la pobla-
ción de castas era más frecuente de lo deseado.

Bibliografía

1.1 Fuentes

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- 167 -
Algunas notas sobre los expedientes de limpieza de
sangre en la Universidad de Córdoba
(S. XVIII-XIX)

Jaqueline Vassallo*1

A manera de Presentación

Las universidades existentes tanto en América como en la


península, funcionaron en el marco de una sociedad tradicional,
estamental y patriarcal, en la que no todos podían acceder a sus
aulas, ya sea para enseñar o aprender. La educación formal sólo
estaba reservada para los varones de las élites: había que ser varón,
hijo legítimo y probar “limpieza de sangre” para poder acceder a
un grado universitario.
En este trabajo intentaremos indagar cómo se materializó la
presentación de la información familiar de los estudiantes que con-
currieron a la Universidad de Córdoba- a través de los “expedien-
tes de limpieza de sangre”, implementados en la institución a co-
mienzos del siglo XVIII.
Las fuentes utilizadas proceden del Archivo General e Histó-
rico de la Universidad Nacional de Córdoba.
Los expedientes de “limpieza de sangre” han sido escasa-
mente explorados por la historiografía local, sobre todo porque se
han conservado unos pocos documentos2. Incluso, la cuestión ha
sido omitida por los autores que participaron en la escritura de la
historia de la institución, con motivo del festejo de los 400 años y
que fuera publicada en dos tomos por la Editorial de la Universi-
dad Nacional de Córdoba, en 20133.

1
UNC- CONICET.
2
Endrek (1966), 47-54; Aspell —Yanzi Ferreira (2000), p.75; Benito Moya (2011),
pp. 111-122
3
Ramírez (2013), pp.59.-77; Deckmann Fleck (2013), pp79- 106; Crouzeilles
(2013), pp107-123 Siebzehner (2013), pp. 147-168; Benito Moya (2013), pp. 169-
190; Halperín Donghi (2013), pp. -191-207; Ayrolo (2013), pp. 209-.

- 168 -
Las universidades y la “limpieza de sangre”: el caso de la Universi-
dad de Córdoba.

Las universidades existentes tanto en América como en la


península, funcionaron en el marco de una sociedad tradicional,
estamental y patriarcal, en la que no todos podían acceder a sus
aulas, ya sea para enseñar o aprender. La educación formal sólo
estaba reservada para los varones de las élites: había que ser varón,
hijo legítimo y probar “limpieza de sangre” para poder acceder a
un grado universitario.
La “limpieza de sangre”- que fue inicialmente identificada en
España con la inexistencia de ascendencia judía, y unos años antes
de la instalación de la Inquisición-, comenzó a ser exigida para el
acceso a los cargos públicos por el Estatuto de Toledo, a partir de
14494.
Posteriormente, y ya en pleno funcionamiento del mencio-
nado tribunal, fue exigida desde el siglo XVI para el ingreso a cole-
gios mayores, cabildos, catedrales, órdenes militares y otros orga-
nismos; mientras el grupo de los excluidos se ampliaba, al sumar
los moros y penitenciados por el Santo Oficio5.
Según Antonio Elorza, a la monarquía no le bastó con la ex-
pulsión de los judíos y la conversión forzada, puesto que con la
implementación de los estatutos de limpieza se instituyeron barre-
ras que impedían al converso toda integración que no fuera subal-
terna. Por lo tanto, una vez sancionado desde el poder el principio
de la peligrosidad para la comunidad católica, sólo quedaba esperar
que una institución tras otra cerrara el paso a los “cristianos nue-
vos”6.
Inquisidores y teólogos sostenían su vigencia, aduciendo que
con ellos se vedaba el acceso a los conversos a posiciones sociales
privilegiadas; pero en la práctica, equivalía a trazar una línea divi-
soria en el interior de la sociedad española y a hacer de ésta un
“reducto racista”7.

4
Rodrigues (2011), p.102.
5
Escudero (2005), p. 339.
6
López Alonso- Elorza (1989), p.65.
7
López Alonso- Elorza (1989), p.65.

- 169 -
Con esto, la España inventora de la casta privilegiada del
“cristiano viejo” no solamente se desvió de los carriles ordinarios
de las sociedades estamentarias europeas, sino que acabó inmovili-
zada en las redes de los estatutos de limpieza porque las institucio-
nes públicas, privadas, laicas o religiosas comenzaron a exigirlos.
Ya lo decía Bernabé Moreno de Vargas, en el siglo XVII:

“para ser admitido a las Ordenes Militares, tribunales y oficios de


la Santa Inquisición, iglesias ricas, colegios insignes y otras co-
munidades y cargos honrosos, se hacen las pruebas secretas de
limpieza e hidalguía, examinando los testigos con mucho secre-
to y se ven las dichas pruebas y determinan secretamente yendo
en ello la honra del que pretende y la de todos sus deudos (…),
no sólo los de su apellido y nombre, mas la de los otros costados
que por hembra le tocan. Y no sólo se trata y determina la hon-
ra de los vivos y de los muertos, sino también la de los no naci-
dos, ni engendrados sin que pueda volver por su honra ninguno
(…)”8.

El fundamento de estas indagaciones, se hallaba, según el au-


tor en que

“si esto no se previene, será como el gusano que se cría en el ár-


bol y le roe y le come hasta que se seca. Y ansí habiéndose criado
en este árbol de la nobleza de España, que es de tan grande copa,
de tan olorosa flor y de tan suave fruto, ha de venir a secarle y
corromperle.”9

Fue entonces cuando también se legisló como delito suscep-


tible de ser juzgado por la Inquisición la falsificación de la genea-
logía en los estatutos de limpieza de sangre10.
En este punto, las universidades y colegios comenzaron te-
niendo una actitud dispar, pero hacia fines del XVII, todos los lle-
garon a implementar. Primeramente apareció un decreto de la
Suprema fechado el 22 de noviembre de 1522, en el que se prohi-
bió a las universidades de Salamanca, Valladolid y Toledo otorgar

8
Canessa de Sanguinetti (2000), p. 26
9
López Alonso- Elorza (1989), 67.
10
Díaz Rementería (1999), 209- 230.

- 170 -
grado a cualquier converso del judaísmo o a cualquier hijo o nieto
de un condenado por la Inquisición11.
El siguiente paso lo dieron los franciscanos, cuando en 1525
obtuvieron del Papa Clemente VII un breve que disponía que en
España ningún fraile descendiente de judíos o de convicto de un
tribunal inquisitorial, podía ser promocionado a cualquier cargo o
dignidad dentro de la orden.
Hacia 1633, las órdenes de Santiago, Alcántara, Calatrava y
San Juan, la iglesia de Toledo y todos los grandes colegios y uni-
versidades, comenzaron a exigir una rigurosa investigación con el
objetivo de encontrar “hasta la más leve mancha en el más remoto
grado de parentesco”.
Ahora bien, ¿en qué consistía el trámite?: el interesado pre-
sentaba su árbol genealógico, indicaba los testigos y esperaba la
prosecución del proceso. Si estaba casado, también presentaba la
genealogía de la esposa, dando nombres y domicilios de padres y
abuelos.
Posteriormente, la investigación debía pasar por ciertas deli-
beraciones, ya que la Inquisición indagaba en sus registros, aten-
diendo a los nombres y lugares mencionados. En caso de no hallar-
los en su jurisdicción, enviaban a los comisarios más próximos para
que acudiesen a los lugares de residencia, donde citaran a los más
ancianos “cristianos viejos de buena fe” a comparecer como testi-
gos, tomando precauciones para impedir que las partes interesadas
supieran que habían sido llamados.
Los testigos eran examinados bajo juramento, y debían con-
testar interrogatorios debidamente preestablecidos- incluso se ha-
llaban impresos-, relacionados con la posible descendencia de con-
versos o penitenciados, el origen de su fuente de información, y si
los datos que proporcionan constituían “fama y pública voz”. Las
respuestas eran tomadas por escrito y se certificaban por escribano.
Si el resultado era desfavorable, nunca llegaba la respuesta.
Algunos la esperaron por más de veinte años, mientras tanto iba
ganando terreno a nivel público, la opinión de que su familia era
“impura”, sin que pudieran defenderse o presentar pruebas en con-
trario12.

11
Lea (1993), p.155.
12
Lea (1993), pp. 155-169.

- 171 -
A todo lo dicho debemos agregar que tampoco podían mi-
grar a América- ya que la Casa de Contratación les solicitaba esta
información-, ni estudiar en sus universidades, acceder a cargos
públicos, ni hacer carrera militar, burocrática o religiosa, ya que
las exigencias y controles referidos, en líneas generales, también se
trasplantaron a estas tierras13.
Sin embargo, más allá de lo señalado la Universidad de Cór-
doba escapó a estas imposiciones hasta las primeras décadas del
siglo XVIII.
Recordemos que la institución primeramente fue un Colegio
Máximo, fundado por los jesuitas por la donación que bienes que
hizo el obispo Trejo y Sanabria, en 1613. Posteriormente, se trans-
formó en Universidad menor mediante el breve de Gregorio XVI,
fechado en 1621, que también fue confirmado por el rey.
Como sostiene Batia Siebzehner, al igual que otras universi-
dades de América, la de Córdoba reproducía una estructura creada
en la península ibérica, más que una que respondiera a las condi-
ciones locales. Al ser fundada y regulada por una orden religiosa,
reflejaba el sistema ortodoxo creado en España durante la Contra-
rreforma y por lo tanto, la monarquía actuaba como legitimador de
la Compañía de Jesús, en cuyas manos estaba la clasificación y
jerarquización de los temas, las actividades y funciones dentro del
recinto. De esta manera, a diferencia de lo que ocurrió en otras
regiones de América, en Córdoba, los jesuitas lograron cierta auto-
nomía dentro de la Universidad. Esta autonomía también se vio
fortalecida porque las autoridades virreinales, que se hallaban en
Lima, tampoco interfirieron en la conducción de la institución, por
ejemplo, en la designación de los responsables de las cátedras, co-
mo ocurrió en otras universidades reales14
Las primeras clases de filosofía, teología y cánones - imparti-
das a cincuenta alumnos, de los cuales 30 eran seminaristas- coin-
cidieron con las actuaciones iniciales de la comisaría de la Inquisi-
ción que funcionaba en la ciudad, bajo la dependencia del tribunal
de Lima15. Sin embargo, las primeras constituciones que rigieron la

13
Vassallo-García Noelia (2015), pp.131-168.
14
Siebhzehner (2013), pp. 152-153.
15
ARCHIVO DEL ARZOBISPADO DE CORDOBA. Sección Inquisición.
Legajo I. s/f.

- 172 -
institución desde 1664- y que fueron redactadas por el jesuita An-
drés de Rada-, no legislaban la necesidad de la presentación de los
estatutos de limpieza de sangre ya que el parecer, en España fue la
última orden en aceptarlos16.
Pero luego de un incidente que tuvo lugar en 1710, cuando
al claustro se le presentó el problema de graduar o no como maes-
tro en artes a un hijo ilegítimo, se decidió que en lo sucesivo no se
otorgaría grado alguno a persona que tuviera tal condición, e in-
cluso se solicitó al visitador provincial de la universidad, Antonio
Garriga, que dictase una constitución que lo dispusiera.
El cumplimiento del pedido tuvo lugar en 1717, cuando se
agregó a las antiguas constituciones que no se daría grado a ilegí-
timos y que todos estudiantes debían hacer constar su legitimidad
antes de que se otorgaran los mismos17.
En este punto, resulta muy ilustrativo repasar los argumen-
tos proferidos por el claustro jesuítico cuando resolvió darle el
grado a un estudiante que era hijo ilegítimo “por haver procedido
bien en todas las funciones de las escuelas, y en sus costumbres, y
no había constitución que lo prohibiese”.
De alguna manera, el estudiante cumplía con los requisitos
que debían reunir quienes debían entrar a la Compañía, según las
propias Constituciones de la orden, es decir “mancebos que con
sus buenas costumbres e ingenio diezen esperanza de ser junta-
mente virtuosos y doctos para trabajar en la viña de Dios Nuestro
Señor” 18.
Por otra parte, pensamos que hubiera sido más escandaloso
para la institución denegar este grado, en lugar de otorgarlo.
A fines del siglo XVII, los jesuitas locales habían tenido pro-
blemas con sus superiores, justamente por la aplicación “laxa” de la
normativa en la selección de aspirantes a la Universidad. Los he-
chos ocurrieron en tiempos en que Noyelle gobernó la Compañía
(1682- 1686). Según cuenta Gracia: “nos hallamos con una grave
amonestación” que el General dirigió a los superiores del Para-
guay. El reclamo se centraba en los numerosos rumores que co-
rrían, debido a la “poca elección y discreción en las cualidades de

16
Canessa de Sanguinetti (2000), p.176.
17
Benito Moya (2011), p.112.
18
Benito Moya (2011) , p.112.

- 173 -
los que se reciben”; entre ellas de la juventud de los aspirantes, que
se traslucía en la gran cantidad que se recibían:

“por eso salen tantos, como lo prueba lo que sucedió en un curso


de filosofía bastante numeroso, del qual han quedado en la Com-
pañía, sólo dos que fueron de Europa. Finalmente no se ha repa-
rado en recibir multitud de los que los más, sólo han servido para
inquietar los Colegios”19.

Y a renglón seguido se aludió al origen social de los estu-


diantes, como también la obligación que recaía sobre la Universi-
dad de solicitar las “informaciones”:

“V. R advierta su obligación, y que de errar en esto, es errar en


todo. No digo que no se reciban naturales del país sino que se re-
ciban pocos, y esto no porque son naturales, sino porque siendo
en esa provincia tan corto en número de españoles e hijos de es-
pañoles, no pueden dejar de ser pocos los dignos de ser recibidos.
Sean selectos y de prendas, y procediendo todas las pruebas e in-
formaciones….”20.

Años más tarde, durante el último cuatro el siglo XVIII, esta


exigencia legal, fue reglamentada con mayor precisión en tiempos
en que la Universidad pasó a manos de los franciscanos, luego de la
expulsión de los jesuitas. Fue entonces cuando en las nuevas consti-
tuciones redactadas por el visitador de la universidad fray Antonio
de San Alberto, que datan del año 1784, se dispuso en la Constitu-
ción 65:

“Los que han de graduarse en Artes, ó Theología han de ser hijos


legítimos; si alguno no lo fuere, y fuesse oculta esta nota, y por
otra parte recayese en un hombre de notoria habilidad y reco-
mendables costumbres, el Prelado, que es el graduante, con el
Rector de la Universidad podrán deliberar si conviene, ó no la
dispensación atendiendo al grado de ilegitimidad, en que se ha-
lle”.

19
Gracia (2006), 42
20
Idem.

- 174 -
Y en la siguiente, se agregaba:

“El que tenga contra sí la nota de mulato, ó alguna otra de aque-


llas que tiene contraída alguna infamia, no será admitido á los
Grados, ni a sus exercicios salvo, que hiciese ver por medio de
una información jurídica ante el Rector de la Universidad, que
era calumnia”21

El mismo requisito de legitimidad, también era solicitado


para poder acceder al Convictorio Real de Nuestra Señora de
Monserrat, fundado en 1687, gracias a la donación de bienes que
hizo el sacerdote cordobés Ignacio Duarte Quirós a la Compañía
de Jesús. Recordemos que el Monserrat en ese entonces era una
suerte de internado donde vivían algunos estudiantes, cuyas fami-
lias residían fuera de la provincia, lo que permitió que aumentase
significativamente la población universitaria con la llegada de jóve-
nes de Buenos Aires, Paraguay y Tucumán, porque hasta entonces
sólo podían estudiar en Charcas debido a las facilidades que ofrecía
el convictorio de San Juan Bautista22.
En la escritura de donación de los bienes que entregó a los
jesuitas, Duarte Quirós fijó el perfil de quienes podían acceder a
una beca:

“que los colegiales hayan de ser seis pobres de solemnidad, hijos


legítimos y de lo mejor, y naturales de esta ciudad. Habiéndolos
en Córdoba, serán preferidos a los de otras provincias, a elección
del Rector de este Colegio de la Compañía y de dicho Doctor.
Los demás colegiales habrán de pagar alimentos”23

Sin lugar a dudas, estos reparos respondían a que este tipo de


institución tenía por objetivo que socializaran individuos que per-
tenecían al sector dominante, en donde internalizaban símbolos,
actitudes, conocimientos y cosmovisiones que se consideraban ne-
cesarios para su supervivencia como grupo y para la reproducción
del sistema colonial24

21
Constituciones de la Universidad de Córdoba ( 1944), p. 217
22
Di Stéfano- Zanatta (2000), p. 133.
23
Gracia (2000), p 69.
24
Ramírez (2013), p. 61.

- 175 -
Por ese entonces, la reprobación de la ilegitimidad estaba re-
lacionada con el grado de desorganización social creado por ésta.
La ilegitimidad fue un fenómeno que atravesó todos los grupos
sociales y étnicos de la sociedad y tuvo significados diferentes para
sus habitantes y como sostiene Emma Mannarelli, la combinación
de cuestiones de género, sociales y étnicas influyeron en la identi-
dad ilegítima. También vemos en estas regulaciones, que la cues-
tión de la ilegitimidad pasa por la importancia social del honor y de
la vergüenza. El honor era un valor que cimentaba las relaciones
entre los grupos sociales en la península ibérica y en América con-
vivieron los afanes aristocráticos y las ínfulas señoriales de la aris-
tocracia citadina con el respeto y el honor reclamados por aqué-
llos que no eran élite, pero pretendían serlo. En definitiva, la ilegi-
timidad era un atributo del honor y ser ilegítimo significaba deten-
tar un estatus menor, lo que podía convertirse en un obstáculo para
la movilidad social25.
Los mulatos, por otra parte, conformaban el gran grupo de
las “castas”, que fueron destinatarios de las políticas de control
social, impuestas a fines del siglo XVIII, entre otras cuestiones
porque el número de ellos había aumentado considerablemente en
relación al de españoles y criollos26.
Asimismo, por ese entonces ya estaba vigente, la Pragmática
de hijos de familia, promulgada por Carlos III en 1776, que estaba
destinada a impedir las uniones desiguales y que en Córdoba
desató una serie de juicios de disenso, en los que se discutían cues-
tiones relacionadas sobre todo, con la ilegitimidad, la pertenencia a
grupos sociales inferiores y la pública fama de la familia del novio
o novia en cuestión. A propósito, señala Ghirardi que unos años
más tarde la real cédula de 1805, “desnudó sin tapujos” la ‘verdade-
ra inteligencia’ que debía darse al tratamiento de la cuestión refe-
rida a los casamientos desiguales de los súbditos:

“no se podrán efectuar los matrimonios de personas de conocida


nobleza o notoria limpieza de sangre con al e negros, mulatos y
demás castas, aun cuando uno y otros sean mayores de edad”27.

25
Mannarelli (1994), 163-176.
26
Celton (1996), 7-26
27
Ghirardi (2004), pp. 80-81.

- 176 -
El expediente de “limpieza de sangre” como tipo documental

Se trata de un expediente, iniciado por el estudiante, a través


del cual debía acreditar la legitimidad de su nacimiento, su perte-
nencia a la “religión cristiana” y la ausencia de “nota de mulato, o
alguna cosa de aquellas que tiene contraído alguna infamia” 28.
Como podemos observar, en América se sumaron nuevas “ascen-
dencias peligrosas”, sobre todo si estamos hablando de estudiantes
que habían nacido en estas tierras. En este sentido, las indagacio-
nes genealógicas que preocupaban en España, no eran precisamen-
te las mismas que preocupaban en estas tierras, o al menos en Cór-
doba.
Podían iniciarlos los mismos interesados, o algún familiar, en
su nombre. En muchos casos, los presentaban sus madres cuando
eran viudas.
De la lectura de los documentos evidenciamos que no se tra-
tó de una mera cuestión burocrática. Los expedientes debían ser
presentados a la hora de obtener el grado, y luego de probar que se
habían aprobado todos los cursos; con lo cual, en caso de que las
autoridades dispusieran que las pruebas presentadas no eran sufi-
cientes, podían llegar a denegarlo.
Todas estas actuaciones debían ser conservadas en el Archivo
de la Universidad, cuya primera referencia escrita sobre el mismo
aparece en las constituciones dictadas por Rada29.
El Archivo General e Histórico de la Universidad Nacional
de Córdoba conserva numerosos expedientes sobre “limpieza de
sangre”, presentados durante el siglo XVIII y parte del XIX, a la
hora de obtener grados en artes, teología o jurisprudencia. Esto
último, porque durante la gestión franciscana se fundó la cátedra
de Instituta, el embrión de los estudios de derecho en la región.
Se trata de una rica fuente en la que se pueden explorar las
reglas escritas y no escritas que regulan no sólo la institución, sino
la sociedad toda. Asimismo, el mundo de relaciones de los presen-
tantes, las redes de familiares, de vecinos y conocidos, como tam-
bién el capital simbólico con el que contaban.

28
Constituciones de la Universidad de Córdoba ( 1944), pp.201-355.
29
Idem.

- 177 -
A manera de ejemplo, citaremos el expediente iniciado por
doña Pascuala Tapia, en nombre de su hijo Francisco Javier de
Ibarra, para que pudiera acceder al grado de maestro en Artes, en
179030.
La viuda Tapia ofreció una serie de testigos y de inmediato,
el secretario Joseph Manuel Martínez designó al fiscal Joseph Ga-
briel Echenique para que participara en la prosecución del trámite.
El paso siguiente fue la toma de los testimonios por parte del se-
cretario, a tres vecinos de la ciudad: don Nicolás Ponce de León,
don Agustín Llanes y doña Francisca Fernández-los dos primeros
eran personajes prominentes de la élite local-. Los testigos respon-
dieron bajo juramento, a las preguntas formuladas en base a un
interrogatorio modelo; y si bien todos los testimonios fueron simi-
lares, citamos el realizado por Ponce de León que los ejemplifica
en su totalidad:

“A la primera [pregunta] dijo que conoce a la que lo presenta y


no le tocan las generales de la ley.
A la segunda dijo, que á la Madre de la que lo presenta no la co-
noció, pero sí á su padre, que oyó decir la habían procreado
siendo ellos solteros y responde.
A la tercera dijo que solo sabe que Don Juan Antonio de la Bar-
zena, Don Manuel Castro, y otros sujetos distinguidos comuni-
caban y trataban al padre pero que no puede afirmar fuera tenido
por español, y hombre noble, solamente por su hombría de bien
y que varias personas hacían acuerdo de decir Sr. Tapia”31.

Luego las actuaciones fueron remitidas al fiscal, y éste, re-


chazó la probanza, aduciendo “que siendo la deposición de los tes-
tigos, diminuta y obscura y que solo se aclaran y explican sobre la
hombría de bien de su padre, Juan de Tapia, sin dar razón de su
linaje (…) no ser suficiente dicha información de ínterin no mani-
fieste otro instrumento que acredite, y pruebe lo que solicita sobre
su nobleza”, le denegó el acceso al grado, hasta tanto no cumpliera
con esta información32.

30
ARCHIVO GENERAL E HISTORICO, Universidad Nacional de Córdoba.
Libro III, Legajo reservado. n° 37.
31
Idem.
32
Idem.

- 178 -
Acto seguido, y notificada la mujer, volvió a presentar más
testigos; lo que convenció al claustro y le autorizaron acceder al
grado, el 5 de diciembre de 1791, casi un año después de su pre-
sentación.
Algo similar, le ocurrió a Dionisio Montenegro, quien pre-
sentó sus documentos el 2 de octubre de 179233.
Una dimensión más completa hallamos en el interrogatorio
que preparó el secretario de la Universidad el día 11 de diciembre
de 1794, para que los testigos presentados por el aspirante al grado
de Maestro en Artes, Francisco Solano Carvajal - originario de
Traslasierra- depusieran sobre sus orígenes:

“Primeramente si conocen á la parte, si tienen noticia de esta


causa, y si les tocan las generales de la ley
2.Item si conocen al Padre de don ( …) y en que reputacion ha
sido tenido en quanto á linaje expresando quanto sepan en la ma-
teria y haian oído, o publica, o privadamente y dando razon clara
, e individual de sus dichos.
3. Item. Si conocen a los abuelos paternos de dicho, o que han
oido de ellos, y en qué reputación fueron tenidos.
4.Item, Si conocen á la madre, y Abuelos maternos del citado…
expresando quanto sepan sobre su linaje en el concepto común, y
reputación de las gentes.
5. Item. Si en Traslasierra, o en esta ciudad han oído de pública
voz ó privadamente, que dicho es de mala raza: expresen á quién,
y que raza, ó defecto se le atribuie.
6. Item. Si saben que el Padre del referido es ladron publico, y
como tal fue conducido presso a esta Real carcel; y que tambien
en la ciudad de San Juan fue reputado públicamente por este de-
fecto: reservando hacerles las preguntas que parecieren necesarias
, y á que diezen ocasión sus respuestas”34

Con la real cédula fechada del 1800, que dispuso la elevación


de la institución al rango de Universidad mayor con el título de
Real Universidad de San Carlos y Nuestra Señora de Monserrat,
fueron dejadas sin efecto las Constituciones de Rada y de San Al-
berto, pero como se sabía que podían demorarse el dictado de las

33
Idem.
34
Ibidem.

- 179 -
nuevas, se establecieron como vigentes las de la Universidad de
Lima y las leyes del tit. 22, Libro I de la Recopilación de Indias.
De esta manera, la exigencia de limpieza de sangre, continuó vi-
gente35.
La llegada de la Revolución de mayo y el cambio de orden
que se produjo a partir de mediados del año 1810, también impac-
tó en la institución, que continúo en manos del clero secular.
Entre los primeros cambios, podemos señalar la introduc-
ción del estudio del derecho dictado por los gobiernos revolucio-
narios, en el plan de estudios de abogacía. Por su parte, concluyó la
obligación para los alumnos de vestir con el “traje clerical”, para
hacerlo con pantalones y chalecos, en un contexto en que se legis-
laba buscando desmontar la sociedad estamental, y concretar poro
a poco la igualdad jurídica de todos los habitantes a través de lo
dispuesto por la Asamblea Constituyente de 1813.
Sin embargo, y a pesar de las nuevas ideas sociales concebi-
das por la Junta de Buenos Aires- a la que un sector pro monárqui-
co de Córdoba le opuso una contrarrevolución, algunas persisten-
cias coloniales quedaron vigentes en la Universidad, entre ellas la
necesidad de seguir acreditando “limpieza de sangre”.
Corría 1816, año de la declaración de la Independencia, y el
vicerrector José María Bedoya dispuso la restitución a los estudian-
tes de los documentos que probasen su “limpieza” porque el Archi-
vo de la universidad, se estaba “llenado de papeles inútiles”36. “Pa-
peles” que aún se empeñaban en solicitar.
Es más, la documentación del Archivo de la Universidad
confirma que el gobierno provincial- en tiempos en que la Univer-
sidad estaba provincializada-, tomó como modelo estos informes,
pero para solicitar a los presentantes un “Informe de conducta y de
adhesión a la causa federal”, según quedó registrado en el libro X.
Lo cual queda confirmado en el expediente iniciado por el estu-
diante don Ramón Paz, para optar por el título de Doctor en Juris-
prudencia, el 9 de mayo de 184437.
Finalmente, la limpieza de sangre quedó suprimida el 3 de
noviembre de 1852, cuando la legislatura provincial sancionó una

35
Ramírez (2013), p. 70.
36
Aspell- Yanzi Ferreiya (2000), p.75.
37
ARCHIVO GENERAL E HISTORICO DE LA UNC Libro X.

- 180 -
declaración que elevaba la educación pública en la Universidad
Mayor de San Carlos a “franca para todos sin distinción”38.
Sin embargo, la Universidad continuaba sólo receptando a
las élites, que podían pagar sus estudios y en sus aulas, los conteni-
dos estaban fuertemente influidos por el control de la iglesia. De-
bíamos esperar la Reforma de 1918, para que se comenzaran a
democratizar los claustros y se produjera la secularización de los
contenidos curriculares.

Conclusiones

La Universidad de Córdoba, no quedó sustraída de los me-


canismos de control impuestos por la Inquisición y sustentados
políticamente por la Monarquía española. En ella también se re-
produjeron las excepciones y discriminaciones de una sociedad de
Antiguo Régimen, que funcionaba en torno a la “pública fama”, la
“legitimidad” y la “pureza racial”; y que no se agotó con la caída
del orden colonial.
Podemos pensar a estos expedientes como instrumentos que
allanaron la legitimación social, de quienes no tenían- pero que
pretendían tener- del status de “los blancos”. Instrumentos que
convivieron- y hasta se sirvieron-, de otros “mecanismos” vigentes
en la época para alcanzar el status de élite, como el matrimonio, la
construcción de redes familiares, la creación de fuertes vínculos
entre individuos, los intereses comunes, la complicidad tejida entre
los miembros del cabido, de la iglesia, de otras autoridades, y los
pactos de silencio39.
Como hemos dicho, fueron difíciles de erradicar, en una so-
ciedad tradicional como la de Córdoba, cuyas élites en tiempos
coloniales se ufanaban de hablar de sus genealogías y guardar las
tradiciones, aún después del cambio de orden. Así lo mencionaba
Concolorcorvo, quien a su paso por Córdoba, hacia 1778, se pre-
guntaba “cómo aquellos colonos prueban la antigüedad y antigua
nobleza de que se jactan”40.

38
Aspell- Yanzi Ferreiya (2000), p.75.

- 181 -
Genealogías que les permitieron acceder — casi por herencia-
a los cargos y las cátedras universitarias hasta que tuvo lugar la
Reforma de 1918, gestada por estudiantes y egresados, entre cuyas
filas hallamos la primera generación de hijos de inmigrantes euro-
peos llegados al país a fines del XIX.

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- 184 -
 

Mujer de “calidad oscura”,


perjuicios y poder en San Juan tardo colonial

Patricia N. Sánchez*

Los actores y sus circunstancias

Don Ángel Miguel de Angulo, español oriundo de la Provin-


cia de Alcalá, había arribado a la ciudad de San Juan en la segunda
mitad del siglo XVIII1, era abogado, uno de los tres que había en
la ciudad, pero además se desempeñaba como contador, tasador y
particionista de bienes muebles e inmuebles. Este hombre estaba
casado con Doña María Gracia Prudencia Atencio, quien había
nacido en San Juan y procedía de una familia de origen humilde. El
matrimonio había tenido tres hijas, Manuela, Clemencia, Jacinta y
Javier, este último, hijo de Don Ángel y su primera mujer, ya falle-
cida, hermana de María Gracia2. La familia residía en una vivienda
cercana a la plaza, en un solar localizado en el cuartel N° 1 de la
ciudad y poseía terrenos en los arrabales, en los cuales cultivaban
alfalfa y vid que contribuía al sustento de la familia, aunque los
principales ingresos provenían de la profesión y trabajo de escri-
biente y tasador de Don Ángel.
En el año 1807, la familia se vio envuelta en problemas judi-
ciales debido a una demanda civil y criminal iniciada por Don Án-
gel contra las personas y bienes de Don José Antonio de Oro, Don

                                                            
*Universidad Nacional de San Juan.Facultad de Filosofía Humanidades y Artes.
Instituto de Geografía Aplicada.
1
Los novios españoles procedentes de ultramar que arribaron a San Juan entre
1756 y 1775 constituyeron un 8,9 % en relación a los que lo hicieron desde la
región trasandina-6,5-Cuyo-69,8-, NOA-11,7 y la región rioplatense -3,1-. El
motivo que alentó a estos migrantes para establecerse se relaciona a la perspectiva
económica que ofrecía el creciente desarrollo de actividades mercantiles y la posi-
bilidad de acceso a cargos públicos. Fanchin, A. (2014). pp.116-118
2
Estos datos surgen del expediente, sin embargo según registros, María Gracia
habría tenido un solo hijo varón llamado Francisco Xavier y su hermana, María
Petrona dos hijas mujeres, María Petrona- quien no figura en la fuente y María
Jacinta.
https://familysearch.org/search/record/results?count=20&englishSubcountryNa
me=san%20juan&query=

- 185 -
 
José María Torres, Don José de Cortines, Don Francisco de Orte-
ga y Don Francisco Borja de la Rosa, vecinos y capitulares del ca-
bildo de San Juan. Demanda entablada porque, luego de ser elegi-
do procurador de la ciudad en 1808 por los regidores propietarios,
fue impedido de ocupar el cargo3. El procurador era un funciona-
rio auxiliar que defendía los intereses del cabildo y su jurisdicción,
pero además intervenía en todos los casos de venta, composición y
repartimiento de tierras y solares. Los capitulares informaron por
escrito que debía ser confirmado y avalado en ese empleo por el
gobernador intendente, ya que ellos se oponían, argumentando
causas relacionadas al “carácter, espíritu revoltoso y maquinador de
disturbios” de Don Ángel, acusación que también alcanzó a sus
electores. La demanda iniciada, también se vinculaba al hecho que,
meses antes, se le había imposibilitado ocupar el cargo de Alcalde
de la Santa Hermandad4, interpuesto por el Sr Regidor Alférez
Real Don José Ignacio Maradona, por motivos semejantes-
agitador, revoltoso- y además por estar casado con “una mujer de
calidad oscura”.5

                                                            
3
La política borbónica auspició el envío de funcionarios a América reservándose-
les los empleos de la administración pública, desde los más humildes hasta los más
importantes. Algunos españoles que llegaron a San Juan eran portadores de Provi-
siones Reales que les adjudicaban propiedades, más que por presentación de méri-
tos, invocando heredades. Esto les permitía su inmediata inserción con privilegios
políticos y en breve tiempo ya ostentaban cargos capitulares o militares que les
conferían un rango distintivo en el ámbito local. El 21% de los españoles que
arribaron a San Juan de la Frontera en el transcurso del siglo XVIII se desempeñó
en cargos públicos. El régimen de venta al que estaban sujetos dichos cargos les
facilitó acceder a los mismos. Fanchin, A. (2014) Ibídem. Pp.121-122.
4
Los alcaldes de la Santa Hermandad se ocupaban del control de los espacios
despoblados o yermos, debían moderar los excesos de la gente ociosa, vagabunda
y pérdida así como la prestación de un auxilio para la gente de buen vivir que
habitaba en áreas rurales y desiertas, era jefe de una cuadrilla, podían resolver in
situ y oralmente la mayor parte de los conflictos en los que intervenían. También
se les asignó tareas de auxilio a la justicia, debían responder al requerimiento de
alcaldes ordinarios para la búsqueda en la campaña de acusados o testigos. Res-
ponsables del patrullaje de las zonas "despobladas", eran sobre todo depositarios
de una tradición de saber qué hacer con la gente que vivía en esas tierras que se
extendían más allá de las quintas. Ocasionalmente también cumplieron funciones
de auxilio a la justicia ordinaria en la ciudad, aunque en rigor se trate de simples
tareas de cuidado del orden urbano. Barriera, D. (2013), pp5.
5
Archivo General de la Provincia. Fondo Tribunales Caja 22, Folio 5.

- 186 -
 
Este regidor había emitido un informe refrendado por los
capitulares que fue enviado al Superior Tribunal de la Real Au-
diencia Territorial, a los efectos de avalar el escrito e impedir que
accediera al cargo. Los Alcaldes de la Santa Hermandad eran ele-
gidos anualmente en la misma sesión en que se votaban alcaldes y
regidores, y debían ser confirmados por el virrey, el gobernador o
la Real Audiencia, el cumplimiento de esta formalidad, era exigida
ocasionalmente, y sobre todo cuando se quería limitar algún dere-
cho u obstaculizar el acceso de alguien a su puesto6. Esta situación
molestó mucho a Don Ángel;

“….Mal fue mi sorpresa y mi dolor de verme impugnado, enfure-


cido y tan atrozmente manejado mi conducta,…atacado la inocen-
cia de mi parte y honrada mujer con la nota de un nacimiento os-
curo que terminaría a toda nuestra posteridad… lo dejo a la consi-
deración del corazón más considerado, pero satisfecho de mi justa
causa…. hallarme combatido de esos personajes tan respetados
como poderosos en el pueblo para dejarla abandonada a la escasa
suerte…”.7

Personajes respetados y poderosos, son los calificativos que


el demandante utiliza para nombrar a sus demandados. En efecto,
éstos eran funcionarios de cabildo, que se habían apropiado del
ejercicio del poder político en virtud de su posición dentro de la
sociedad, sustentada en su nivel económico y en el status que la
misma le había asignado. Eran criollos, de posición económica
acomodada, en su gran mayoría comerciantes pero que también
eran propietarios de tierras, tropas de arrias, ganado y molino. Al
acceder a cargos capitulares y de poder político local, pudieron
ascender en la jerarquía social, donde se conjugaban los cargos con
status y riqueza. Algunos de ellos, se vincularon a los tradicionales
miembros de las familias de élite ya arraigadas, con las cuales tam-
bién estrecharon uniones matrimoniales y económicas ventajosas.8

                                                            
6
Barriera, D. ( 2013).Ibídem, pp 7.
7
Archivo General de la Provincia. Fondo Tribunales. Caja 22 Op. Cit. Folio 20
8
Investigaciones realizadas para otras ciudades coloniales a fines del periodo
colonial hacen referencia a lo mismo, Véase por ejemplo Ghirardi, M. (2004)
Familias y matrimonios en Córdoba, 1700-1850.Prácticas y Representacioneso;

- 187 -
 
La iniciativa de demandar es justificada por el querellante;

“….Si no la interpusiese sería bastante para confirmar con el silen-


cio mi propia infamia y con ella la de mi ignorante mujer, hijos,
porque me constituya su mayor verdugo y en lugar de bendecirme,
detestar en mi memoria hasta las más remotas generaciones….”.9

Consideraba que era muy grave la ofensa porque vulneraba


el honor y la honra de su mujer, la de él y sus hijos, honra…” que
estimo más que la misma vida, que mil veces la perdiera primero,
que la honra y dejarlos manchados en su posteridad”.10
Exigía una “pública, competente satisfacción general” a las
personas ofendidas y una reparación ante el Tribunal de la Real
Audiencia11, el cual reconocía como un lugar sagrado por la rele-
vancia como institución judicial.
Además, esta demanda era contra hombres públicos e influ-
yentes de la ciudad y en contra de personas a los cuales conocía
bien, con los cuales se relacionaba, mantenía vínculos profesionales
con ellos; brindado asesoramiento privado de carácter legal, o bien
había realizado tareas de tasación de solares, fincas y haciendas de
sus propiedades.
Inclusive con uno de ellos, Don Francisco Borja Vicentelo
de la Roza, lo unía una relación más estrecha, eran compadres, ya
que éste era padrino de bautismo de su hijo mayor.
Llama la atención en esta causa, las tensiones que desata y el
nivel de ofensa entre los implicados siendo que, eran personas que
se conocían, estaban relacionados y uno de ellos era allegado a la
familia. Al parecer, subyacía un conflicto entre ellos, relacionado a
la puja de cargos y ejercicio del poder en el cabildo local. Nadie
podía cuestionar la idoneidad de Don Ángel para ambos cargos, ya
que la función principal era defender intereses e impartir justicia y
                                                                                                                                
Marchionni, M. D.(2012), Acceso y permanencia de las elites en el poder políti-
co local. El cabildo de Salta a fines del periodo colonial.
9
Archivo General de la Provincia. Fondo Tribunales. Caja 22 Folio 30
10
Archivo General de la Provincia. Ibídem Folio 20
11
Por la Real Ordenanza de Intendentes en 1782 se incorporó San Juan, Mendoza
y San Luis a la Gobernación Intendencia de Córdoba del Tucumán en carácter de
Comandancia de armas. En materia de justicia esta intendencia dependía de la
Real Audiencia de Buenos Aires.

- 188 -
 
esta era la profesión y oficio reconocidos que había tenido siempre.
Además, para el cargo de Alcalde de la Santa Hermandad, cumplía
con el requisito de ser un candidato natural de alguno de los reinos
de Castilla, vecino de la ciudad donde se lo elegía. Ahora bien, para
esta función además debía acreditar ser un hombre digno y hono-
rable. Esto último, fue lo que se le cuestionó y dio origen al infor-
me de pedido de rechazo y descrédito. Es de suponer, por los tes-
timonios de los testigos, que existían problemas vinculados al tem-
peramento de Don Ángel, ya que la mayoría refiere a su carácter
díscolo, promotor y alentador de agitaciones y alborotos. O bien
de actitudes mezquinas y poco solidarias.12
A Don Ángel y su familia, lo que más afectó fueron las inju-
rias contra su persona, pero especialmente las hechas a su mujer
sobre su origen “de calidad oscura”. Doña María Gracia había na-
cido en San Juan, procedía de una familia trabajadora, sin recursos,
según la fuente “necesitados de bienes temporales, pobres, pero de
honrado proceder”.13 Su madre, Agustina Rodríguez, había muerto
cuando ella era muy pequeña y su padre, Martín Atencio, se había
desempeñado gran parte de su vida y hasta su muerte, como sir-
viente de la familia del padre de Don Francisco Borja Vicentelo de
la Roza.
Don Ángel solicitó que los implicados reconocieran las fir-
mas subscriptas en el informe elevado y libró contra sus personas y
bienes, prisión y embargo hasta la cantidad de $4.000 a cada uno
por calumnias, decimas, costas-pérdidas-, daños y perjuicios. Ade-
más, pidió por escrito que el Gobernador Intendente de la provin-
cia avalara testimonio de sentencia y se diera cuenta al Superior
Tribunal de Real Audiencia, para que sirviera de satisfacción a los
ofendidos -él y su familia. -, aclarando que no debía perjudicar a
los ofendidos en la posteridad para acceder a empleos de la Repú-
blica.14

                                                            
12
Declaración de José María Torres, uno de los acusados en la causa. Archivo
General de la Provincia. Fondo Tribunales. Caja 22. Carpeta 88 Folio 38.
13
Ibídem, folio 42.
14
Ibídem, folio 85.

- 189 -
 
Mujer de calidad oscura. Alcances y dilemas

¿Qué significaba para la época el color oscuro, los rasgos ne-


groides reflejados en el cuerpo, denotar tener mezcla de sangres?
¿Qué implicancias tenía para la persona? Michael Foucault en su
obra “Vigilar y Castigar” refiere al significado del cuerpo como
objeto de poder, aseverando que se encuentra sumergido en un
campo político en donde establece relaciones con otros cuerpos,
que reciben el nombre de relaciones de poder. Concebido como
algo complejo, no es el simple reflejo del poder Estatal y no es
reductible sólo a la función prohibitiva. Las relaciones de poder
están ocultas en la sociedad y operan sobre el cuerpo, lo cercan, lo
someten y fuerzan, lo obligan, exigen de él unos signos. Así, es
manipulado desde la infancia al darle un nombre determinado a las
personas, una creencia, incluirlo en un estado político, al cual debe
someterse de acuerdo a ciertas normativas y disciplina. Pero ante
todo, tratado de acuerdo a una cultura y valores determinados.15
En este sentido, en el imaginario de la época colonial, el color de la
piel, y los rasgos físicos que revelaban descendencia afro, implicaba
para los valores imperantes respecto al matrimonio, la familia, la
sexualidad y las relaciones de género; un rechazo, una amenaza y la
exclusión de la persona, poniendo en evidencia las dudas sobre su
origen y el de la familia. Cuestionaba el honor asociado a la lim-
pieza de sangre, era deshonroso manifestar en el cuerpo ascenden-
cia negra. Esto se advierte en la demanda, en declaraciones de los
querellados y testigos, cuando se les pregunta sobre lo que enten-
dían ellos por nacimiento oscuro, en alusión a los rasgos de María
Gracia. Así cuando se les interrogó sobre lo considerado por cali-
dad oscura….;

                                                            
15
Tomado de “Los cuerpos dóciles” Foucault, M .Vigilar y castigar. El nacimien-
to de la prisión (2003), pp. 124 a 157.

- 190 -
 
“… las castas de mulato, zambo, tercero, cuarterón y salta-atrás
que hay en el Reino son originarias de un amancebamiento carnal,
lícito o ilícito de negro con mujer española, o de lo contrario de
negra con varón español, y de la mezcla o concurso de alguna de
éstas con aquellas castas”.16

Respondieron diciendo que ..”entienden de nacimiento oscuro el


que tiene su mezcla de canalla, o por mejor decir de las castas de
mulato y zambo”. Declaran también haber oído a 2 personas « de
crédito » que desde niña a Doña Gracia se le llamada « la mula-
ta », que la descendencia procedía de negra.17 Otros, manifestaron
en sus dichos que por calidad oscura no sabían si su origen era
bueno o malo, que desconocían la línea de parentesco y su origen,
pero que era pobre18, racional, juiciosa y prudente.19 Aquellos tes-
tigos más allegados a la familia, dijeron no estar seguros ya que
conocían a su padre, y éste era « de blanco aspecto por lo que ma-
nifestaba ser de familia limpia, española y no de mala casta.20
Estas declaraciones respondían a la necesidad de identificar
el origen genealógico de María Gracia, porque dependiendo de
ello, era como debía ser catalogada y el lugar y atributos que le
correspondían y eran conferidos por la sociedad. Cuestión comple-
ja, ya que los atributos en gran parte derivaban de los valores atri-
buidos al grupo étnico al cual pertenecía la persona. Entre estos
valores, la limpieza de sangre era fundamental porque, debido a su
significado, establecía una estrecha relación entre la virginidad,
honor familiar y la preeminencia social de las mujeres. En la socie-
dad colonial este código teológico-moral de género desempeñó un
papel constitutivo de las relaciones de poder entre los europeos y la
población de América hispana que afectó de modo decisivo la re-

                                                            
16
Archivo General de la Provincia. Fondo Tribunales. Caja 22. Carpeta 88 Folio
20.
17
Declaración de José María Torres .Archivo General de la Provincia. Fondo
Tribunales Caja22 Carpeta 88 Folio 22.
18
Testimonio de Don José de Cortines, vecino y alcalde de 2° voto. Caja 22
Carpeta 88 Folio 51
19
Testimonio de José Antonio de Oro Ibídem, Folio 64.
20
Testimonio de Borja de la Rosa, quién se abstuvo de declarar por su cargo de
regidor en ese momento, aunque es de imaginar que por la relación que los unía
trató de evitarlo, aunque finalmente debió dar testimonio. Ibídem. Folio 70

- 191 -
 
producción colonial.21 No tener limpieza de sangre hacía tambalear
la jerarquía social que la familia había conseguido a lo largo del
tiempo, cuestionaba el honor y la educación en virtudes y valores
morales. Esta situación era señal de inferioridad y acarreaba des-
ventajas económicas y sociales que se expresaban en términos de
tributos y derechos o deberes.
La mezcla de sangre se ocultada, utilizando diversas estrate-
gias para su blanqueamiento lo que permitía liberarse de cargas
tributarias- para el caso de indios- y además era condición para
tener posibilidades de ascenso en la escala social por reconoci-
miento familiar, mérito o enriquecimiento. La preferencia nupcial
de buscar peninsulares en el siglo XVIII y principios del siguiente,
respondió a la búsqueda de lo europeo donde parecía no haber
rastro de color, además las nupcias con españoles les dio la posibi-
lidad de seguir borrando situaciones anteriores, algunos conscien-
tes de ello y otros no. Hubo españoles que se casaron con mujeres
negras y pardas esclavas y libres, otros tuvieron relaciones con ellas
fueran consensuadas o no, de las que de ambos casos quedaron
hijos. Sobre estas descendencias, no es posible conocer si se blan-
queó en una primera generación o lo hizo en las subsiguientes.22 Se
trataba de obtener beneficios acercándose en lo posible a los valo-
res dominantes como la blancura o sangre española. Si bien este
blanqueamiento podía producirse de manera diversa y en diferen-
tes ámbitos, la ciudad, en el caso particular de San Juan, constituyó
el espacio propicio donde la población afro, junto a indios enco-
mendados y libres, más los blancos, formaron el entramado del
mestizaje.23 En esta ciudad, a fines del siglo XVIII, la mayoría de la
población negra y mulata residía en el área urbana, constituía se-
gún el empadronamiento de 1777, un 16 % de la población total.24
                                                            
21
Stolcke V. (2009), pp.3.
22
Siegrist, N. La autora refiere que para la ciudad de Buenos Aires, desde el siglo
XVII se pudo detectar un proceso de mestizaje (genealógico e histórico) desde los
comienzos del asentamiento de los primeros pobladores que unió a españoles y
portugueses con féminas negras y pardas, fueran libres o esclavas. Siegrist, N. y
,Ghirardi, M. (2008), pp. 197 a 225.
23
Fanchin, A. (2014), pp.51
24
El padrón de 1777 clasificó la población por categorías étnicas en Españoles (
Blancos), Mestizos y mulatos libres, incluyendo en este grupo aquellos que no
podían incluirse entre los españoles ( Blancos), ni tampoco entre los esclavos, o

- 192 -
 
Luego, al producirse la expansión del mestizaje, creció la población
mulata y para el padrón de 1812, los mulatos y mulatas libres, jun-
to a mestizos, criollos, españoles y extranjeros europeos fueron
incluidos en la categoría de americanos, apelativo utilizado luego
de los sucesos revolucionarios.25 En los comportamientos nupcia-
les, como en otros espacios americanos, predominó la endogamia y
en particular la participación de europeos en el mercado matrimo-
nial fue ascendente, sobre todo entre 1756 y 1775, destacándose
los españoles seguidos de portugueses, algo de franceses, italianos e
ingleses.26
Durante el tiempo de duración del pleito, hubo varios testi-
gos por la parte demandante cuyas argumentaciones constituyeron
una secuencia de justificaciones ante los tribunales judiciales, en
ansias de fundamentar lo que consideraban una injuria hacia la
familia. Buscaron recomponer la reputación que estimaban había
sido dañada por los dichos y rumores que cubrían con un manto de
dudas la pureza racial de María Gracia, imputación deshonrosa que
afectaba a toda la familia, ya que la honra en este período no era
individual, sino que formaba parte del patrimonio simbólico fami-
liar.27
La causa fue derivada en dos oportunidades a los tribunales
de la ciudad de Mendoza en procura de una resolución más impar-
cial. Sin embargo, los esfuerzos del querellante para tratar de re-
sarcir su reputación pública se fue complicando en el tiempo, ya
que durante el desarrollo de la causa los querellados ventilaron
otros problemas del pasado de Don Ángel. Entre esas causas, un
castigo de seis meses de prisión por desobediencia a la ley que de-

                                                                                                                                
los indios ya sea por status o porque denotaba en su fisonomía rasgos indianos o
negroides. El mayor número se registró entre los mestizos que considerando el
alto porcentaje de individuos entre los que no se aclaró etnia de pertenencia, se
confirmaría su ascendencia india .Luego consideró a los esclavos e indios. Por
último a aquellos que denominó Sin categoría étnica entre los cuales incluyó
negros y un número mayor de indios. Fanchin, A.(2004), Ibídem, pp. 65.
25
La población total de la ciudad y su campaña era de 12.984 habitantes y las
categorías utilizadas por el censista para este padrón son diferentes a las utilizadas
en el padrón anterior de 1777 ya que la distribución consideró a americanos,
indios, negros libres y esclavos, españoles-europeos y extranjeros.
26
Fanchin, A. (2014), pp 118.
27
Fernández, M. A. (1999), pp. 18.

- 193 -
 
bió cumplir en 1794. Intentos de las autoridades de desterrarlo de
la ciudad y privarlo de hacer escritos y demandas que tenía por
multas de juego de naipes, y otros juegos de “embite” que estaban
prohibidos por las leyes. Esto último, en particular cuestionó la
moral masculina, ya que demostrar que era propenso al juego lo
desacreditaba y justificaba los dichos sobre que era un “jugador
prostituido “28.
La querella se extendió en el tiempo hasta los albores de
1810, se fue complejizando terminando desfavorablemente para la
familia Angulo. Logró defenderse, argumentando con pruebas que
en todas aquellas circunstancias del pasado fue absuelto, el grado
de la calumnia fue establecida en la suma de $8.000 para ser efecti-
va por cada uno de los demandados y el cabildo emitió un informe
donde se declaraba que era,…“hijo legítimo y también su esposa
por sí y sus ascendientes de ambas líneas paternas y maternas, ori-
ginario de castas de españoles, limpios sin mezcla alguna”29.
Sin embargo, esto no fue suficiente, tres de los querellados se
opusieron y solicitaron que la causa pasara a un juez imparcial per-
teneciente a la jurisdicción de la ciudad de Mendoza, logrando que
se extendiera sin resolución concluyente30. En definitiva, no pudo
acceder a los cargos ni cuando fue elegido, ni con posterioridad y
se cuestionó el honor familiar vinculado al status socio racial de su
mujer y al sembrar dudas acerca de su moralidad relacionado al
juego.
Meses más tarde, cuando comenzó el proceso de emancipa-
ción, las circunstancias y la coyuntura de la época no favorecieron a
la familia, ya que debieron enfrentar la discriminación sufrida en la
persona de Don Ángel y otros miembros de la familia, como suce-
dió con la gran mayoría de españoles peninsulares que habitaron
en el territorio del Virreinato. En San Juan, a semejanza con la
capital virreinal, la revolución fue marginando a los españoles y
cuando los criollos se pronuncian a favor del gobierno de Bs As,

                                                            
28
Archivo General de la Provincia. Fondo Tribunales. Caja 22. Carpeta 88 Folio
80.
29
Ibídem, Folio 93.
30
Lamentablemente el expediente se encuentra incompleto en el Archivo General
de la Provincia, aunque a través de otras fuentes, hemos podido reconstruir parte
de la vida y situación de los integrantes de la familia con posterioridad.

- 194 -
 
fueron electos los diputados que integrarían la Junta Provisional de
Gobierno. En esta elección participaron las autoridades civiles,
eclesiásticas y vecinos, entre los cuales se encontraba Don Ángel.
Sin embargo pronto, un grupo de vecinos encabezados por los
alcaldes de barrio peticionaron por escrito ante la Junta Subalter-
na31, la separación del servicio militar de todos los europeos que se
hallaban empleados en las milicias y aquellos que tenían empleos
en la ciudad. La Junta resolvió separar a españoles tildados de sos-
pechosos y luego, bajo la administración del Primer Triunvirato
(octubre de 1811), se puso límite a esta medida. Hubo apelaciones
en defensa de varios vecinos españoles honorables que fueron per-
judicados, entre los que se hallaba Angulo, sin embargo, no pudo
resarcir su situación del todo, por la situación que venía acarreando
desde años atrás.
Con posterioridad, creemos que Don Ángel continuó traba-
jando como tasador, ya que hay documentación del año 1818, so-
bre su ejercicio en esta actividad por otro problema suscitado por
un trabajo que le había encargado una viuda, Doña Josefa Ferreira,
como tasador y partidor de los bienes de su marido. Trabajo que
esta mujer denunció ante el alcalde de primer voto, Don José Ja-
vier Jofré, como pagado y no realizado. En esta ocasión Don Ángel
se hallaba fuera de la provincia32 y se le solicita que se lo obligue a
regresar en el plazo de 20 días o bien, si se hallaba impedido de
continuar, que hiciera entrega de la documentación. En esta oca-

                                                            
31
Las Juntas subalternas fueron creadas durante la administración de la Junta
Grande (1811), para contra restar el centralismo que la Primera Junta había pues-
to de manifiesto en la conducción política. Esta creación se atribuye al Dean
Gregorio Funes (Córdoba), y establecía que en cada capital de gobernación in-
tendencia se formaría una Junta denominada Principal, presidida por el Goberna-
dor Intendente, y las ciudades que sin ser capital habían elegido diputado, como el
caso de San Juan, integrarían Juntas Subalternas presidida por el Comandante de
Armas. Las Juntas principales y Subalternas fueron disueltas luego (1812) durante
el primer Triunvirato, retomando al régimen de las Intendencias. Para el caso de
San Juan se disolvió la Junta Subalterna y se nombró al 1° Teniente de Goberna-
dor, Don Saturnino Sarassa.( abril de 1812 a septiembre de 1813) Arias, H. D. y
Peñaloza De Varese, (1962), pág. 77
32
Los documentos refieren a sus alejamientos temporales de la ciudad para tomar
baños medicinales en aguas termales, lo que podría indicar que padecía alguna
dolencia de salud. Archivo General de la Provincia. Fondo Tribunales. Caja23
carpeta 95 Documento 7- 1814-y Caja 24 Carpeta 99 Documento 3-1818.

- 195 -
 
sión Don Ángel lo negó y cuando se presentó para su indagatoria,
explicó que hizo “todas las diligencias hasta dejarla a ella y a sus
hijos en posesión de sus bienes” cuestión que luego debió compro-
bar.33
Años más tarde, en 1826, muere y su viuda, Doña María
Gracia, heredó de su marido una cuadra de tierra con huerta de
árboles a pocas cuadras de la plaza central, hacia el sur de la ciudad,
que al parecer mantenía productiva, aunque su situación económi-
ca no era buena. Su marido durante las guerras por la independen-
cia había tenido que realizar de manera mensual erogaciones im-
portantes en dinero y también animales, en calidad de contribucio-
nes forzosas y extraordinarias impuestas a la población, pero en
particular a los españoles peninsulares. Luego de la guerra y ha-
ciendo uso del derecho que la ley le concedía solicitó por escrito,
con los documentos en mano, el reconocimiento de 667 pesos 4
reales, suma que su marido había entregado para los gastos de la
guerra de independencia. Pidió que se reconocieran como legíti-
mos y no pagados, los documentos sobre contribuciones y emprés-
titos, porque la familia había quedado reducida a una escasa subsis-
tencia. Además recomendaba a la comisión pronto despacho de ese
expediente, en razón de contribución, empréstito forzoso o multa
impuesto a su esposo como español y propietario.34
En el año 1827, cuando la comisión revisó los documentos
presentados por Doña María Gracia donde acreditaba las eroga-
ciones realizadas por su marido, se expidió calificando de legítimo
sólo dos documentos, bajo el argumento que eran los únicos origi-
nales que constaban en los libros de Aduana, ambos totalizaban la
suma de 72 pesos, que fueron finalmente los reconocidos y reinte-
grados.35
De las hijas de María Gracia, Clemencia estableció una tien-
da de abastos en el primer cuartel de la ciudad, casada con un es-
pañol, natural de la región de la Mancha, Don Valentín García,

                                                            
33
Archivo General de la Provincia. Fondo Tribunales. Caja 24 Carpeta 99/1
Documento 3. 1818.
34
Archivo General de la Provincia. Fondo Histórico Libro 101 Folio 195-196.
1826
35
Archivo General de la Provincia-.Fondo Histórico Libro 105 Folio 19 Año
1827

- 196 -
 
quién se dedicaba a la actividad minera, en el cerro de “Guachi”
(Huachi) en Jáchal (departamento periférico localizado al norte de
la ciudad de San Juan), perseguido por traidor a la causa, debió
exiliarse. Manuela, soltera, quién poseía 2 cuadras con huerta de
árboles en los arrabales de la ciudad, y Jacinta quién gozó de mayor
bienestar, ya que estuvo casada con Don Tadeo Rojo hombre in-
fluyente y adinerado, quién luego al enviudar quedó a cargo de la
administración de 80 cuadras de alfalfa, y una cuadra de huerta en
la campaña de la ciudad, hoy Pocito, departamento peri central de
la ciudad de San Juan.36 De su hijo Javier, lo único que sabemos es
que trabajó con su padre hasta que éste murió, pero no si se casó,
tuvo hijos y cuál fue su suerte.37

Consideraciones finales

La reconstrucción de la trayectoria de vida de la familia An-


gulo que se ha tratado de mostrar en esta comunicación, desnudas
cuestiones inherentes a la sociedad tardo colonial comunes a toda
América hispana. Por un lado, la importancia de la limpieza de
sangre estrechamente ligada al honor y a la virtud de la familia, en
este caso cuestionada por la presunta y dudosa “calidad oscura” de
María Gracia, que su marido, Don Ángel, intenta objetar y rebatir
sin obtener resultados ciertos, o por lo menos incuestionables.
A ello hay que agregar la situación personal de María Gracia,
por su condición de mujer en la época ya que, como sociedad de
carácter patriarcal, prevalecían estereotipos sexistas que asignaban
a hombres y mujeres atributos y conductas propias y naturales, que
relegaban a las mujeres a una condición de inferioridad. Si a esta
segregación por sexo/género se le sumaba el de pertenecer a una
clase y raza dudosa en sus orígenes, las mujeres, como María Gra-
cia ponían en riesgo su respetabilidad y honor arrastrando, como
en este caso, a la familia. Así sucedió cuando se develó públicamen-

                                                            
36
Sánchez, P. (2013), Mujer y género en san Juan durante la primera mitad del
siglo XIX. Tesis de maestría Inédita.
37
Archivo General de la Provincia-.Fondo Histórico Libro 105 Folio 21 y22 Año
1827 Ibídem Libro174. Año 1837

- 197 -
 
te el caso, sobre todo en los grupos de élite de la sociedad sanjua-
nina donde Don Ángel por su profesión de abogado, habituaba
frecuentemente.

Por otro lado, también puede advertirse las pujas de poder


subyacentes en una etapa de transición política, como fueron los
primeros años del siglo XIX. Esto se refleja en la trayectoria de
vida de Don Ángel, ya que, por su condición de español, su situa-
ción familiar estuvo más expuesta y fue útil a los intereses del gru-
po criollo, quiénes le impidieron acceder a los cargos para los cua-
les fue elegido, cuestionaron su carácter y pusieron en duda su
moralidad para debilitarlo y proscribirlo.

Fuentes

- Archivo General de la Provincia de San Juan

- Fondo Tribunales

- Caja 22 Carpeta 88 .Documento 1. 191 Folios.1807

- Caja23 Carpeta 95 Documento 7- 1814

- Caja 24 Carpeta 99 Documento 3-1818.

- Serie Fondo Histórico

- Libro 101 Folio 195-196. Año 1826

- Libro 105 Folio 19 Año 1827

- Libro 105 Folio 21 y 22 Año 1827

- Libro174. Año 1837

Bibliografía

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Posada/Julio
http://www.scielo.org.ar/scielo.php?script=sciarttext&pid=S1851169
42009000100002#ref

- 200 -
Aguardiente, viñas, moras, indígenas, griegos,
italianos y españoles. Chile, siglo XVII

Juan Guillermo Muñoz Correa*1

Introducción

La alquitara (alcatara, del árabe hispano al-qattára, la que


destila, destilar) es el aparato más antiguo y cuyo uso se prolongó
en el tiempo más allá del surgimiento de otros artefactos para la
destilación, si bien es un sistema lento y de menor productividad
que otros, como el alambique, que sirviendo igualmente para sepa-
rar una sustancia volátil de otras más fijas por medio del calor y
contando con el recipiente para el líquido, está, a diferencia de
aquella, dotado con un serpentín por donde sale el producto de la
destilación. El uso de las palabras en el vocabulario corriente, ter-
minó por llamar a ambos alambique.
Se ha detectado una fabricante de aguardiente en el siglo
XVI y una decena en el siguiente para todo el país, sin incluir cua-
tro cuyanos.2 Algunos de ellos que habían sido relevados por otros
autores se traslaparon con algunos recopilados en mis investigacio-
nes, otros no, siendo tan pocos los aguardenteros de cuyos nom-
bres tenemos noticias, que parece interesante registrar sus datos
biográficos para poder analizar el marco social y económico en que
se efectuó esta producción en el siglo XVII, con especial atención
en los antecedentes de los antepasados de los sujetos involucrados,
en cuanto a alguna referencia familiar en el trabajo de las viñas, las
vertientes inter étnicas y las uniones matrimoniales o de facto por
parte de los involucrados.
La primera en fabricar aguardiente, María de Niza, era una
mujer que había nacido en Santiago, fruto de las relaciones de un
rico comerciante italiano, Guillermo de Niza, nacido en Cerdeña,
y de una joven india peruana, que muy niña vino en la expedición

*CONICYT/FONDECYT/REGULAR/ N° 1140184
1
Profesor del Departamento de Historia, Universidad de Santiago de Chile,
juan.munoz.c@usach.cl.
2
Lacoste et al (2015), s/p.

- 201 -
conquistadora de Pedro de Valdivia, compartiendo este tipo de
origen, mestizo y fuera de matrimonio, con gran parte de la pobla-
ción chilena.3 Lo que aún no se ha descubierto que compartiera
con otros, es que entre los implementos con que contaba en su viña
lindera con el convento e iglesia de San Francisco en la Cañada,4
había un alambique de sacar aguardiente, según declaró en su tes-
tamento otorgado en 1586. 5
Fue casada dos veces, la primera con un boticario italiano y
la segunda con un soldado español peninsular. Su madre, Leonor,
que ni siquiera sabía quiénes hubiesen sido sus padres, por lo que
no se puede saber su grupo étnico de pertenencia, llegó a casarse
con un mestizo peruano, Pablo del Corral,6 que se desempeñó co-
mo enfermero, a lo que sumó después la de viñatero y chacarero,
por lo que al enviudar ella recibió una viña y tres tinajas, por su
parte en los gananciales.
De los del siglo XVII, encontramos al capitán salmantino
don Francisco Rodríguez del Manzano y Ovalle, quien pasó desde
Buenos Aires a Chile con motivo de la situación generada en el
reino luego de la acción de Curalaba en que los indígenas dieron
muerte al gobernador del reino. Además de sus acciones bélicas
tuvo una rápida carrera política y económica, regidor, alcalde y
procurador del Cabildo.
A pocos años de su llegada contrajo matrimonio con doña
María Pastene y Lantadilla, nieta paterna de un genovés y una ca-
naria e hija de una burgalesa. Aportó una dote de 3.658 pesos de
oro,7 entre otros bienes incluía un fondo de cobre de tres botijas, es
decir de aproximadamente 107 litros,8 era de una de las familias
destacadas en la vitivinicultura, ya en la Tasa de Santillán se anota-
ron seis encomendados para guardar la viña de su abuelo, Juan
Bautista Pastene, una de cuyas chacras y viña ubicada al sur de La
Cañada será suya.9

3
Muñoz (2015), p. 104.
4
Thayer (1905), p. 320.
5
Escribanos de Santiago 3 f. 288. En adelante ES.
6
Thayer (1939), p. 250.
7
ES 30 f. 172.
8
Una botija, señalada como medida de capacidad para líquidos, equivale a 35,552
litros.
9
Muñoz (2006) s/p.

- 202 -
Posteriormente Ovalle cultivará en sus tierras de Peñalolén
una viña de 15.000 plantas cercadas con la arboleda por la parte de
afuera. De su actividad vínica hay constancias: el 20 de marzo de
1635 se le dio licencia para vender vino de su cosecha a razón de a
veinte reales, y el 25 de septiembre de 1643, por petición suya al
Cabildo, se mandó que el vino albillo que había manifestado se
vendiera a tres patacones, y se le cometió la licencia para poder
hacerlo directamente, sin la intervención del pulpero, o minoris-
ta.10
Testó el 25 de abril de 1649,11 otorgó codicilo el 18 de mayo
de 1649, 12 se realizó su inventario el 26 de marzo de 1650.13 Tenía
entre sus bienes un perol de cobre, dos peroles pequeños, un pai-
lón de cobre a modo de vacía, y un alambique en dos rejas sin olla.
En la bodega de Peñalolén se contaron 38 tinajas grandes y peque-
ñas, las 11 llenas de vino, tres tinajas endidas que no servían, 18
barriles de cuero breados, siete barriles de barro, nueve tinajas
quebradas, un pailón que hacía cuatro botijas, un fondillo que hacía
cuatro botijas, y 16 tinajas medianas, un perol que hacía una botija,
un molino y gran cantidad de esclavos.
La dama con que tuvo secreta relación fue doña Jerónima del
Águila, hija de don Melchor Jufré del Águila, madrileño, y de una
muy joven hija de Juan de Coria, un encomendero cuyano, en una
relación fuera de la legalidad otorgada por el sacramento religioso,
que demuestra que las relaciones de este tipo también eran de tipo
horizontal y no necesariamente asimétricas. Así como él tenía un
alambique, ella contaba una alquitara entre sus bienes, de la que
solo sabemos que era de plomo y avaluada en 12 pesos. Los docu-
mentos no resuelven el enigma del origen de este artilugio, como
tampoco si ella era una activa productora de aguardiente, pues pu-
do heredarla de su padre natural, gran productor vínico en Aculeo
y Malloa, o de su familia materna, que lo eran en Mendoza, o de
una parienta con la que fue mandada criar, doña María Jofré Agui-
rre, rica estanciera y encomendera, la cual sin descendencia le ha-

10
Actas del Cabildo, (1905), p. 89 y (1906), p. 295.
11
ES 207 f. 368.
12
ES 208 f. 70 v.
13
ES 212 f. 200.

- 203 -
bía ofrecido dotarla cuando casara, aunque no lo hizo pues murió
soltera, pudo haberle legado bienes.
La hija de estos amores fue doña María del Águila, también
apellidada Ovalle,14 nació en Santiago, fue dotada el 30 de enero de
1679 por su madre, en la que se incluían algunas cantidades ya
cobradas por el novio, gran cantidad de joyas, muebles, vajilla de
plata, dos pailas, una de cobre de Castilla de dos arrobas y la alqui-
tara.15 Fue heredera universal de su madre, pero en ningún docu-
mento menciona a su padre. Al igual que su madre y su abuela,
tuvo amores antes de contraer matrimonio, más o menos secretos,
y el joven de marras también tenía un frondoso árbol de antepasa-
dos viñateros.
Se trataba del capitán Ambrosio de Utrera Figueroa, nacido
en Santiago, hijo del alférez Agustín de Utrera, y de Francisca Par-
do de Figueroa Vera, dotada con viña, de quienes veremos sus orí-
genes familiares.
Agustín de Utrera, era hijo del andaluz Miguel Utrera, que
al casarse no tenía caudal, pero que después llegó a poseer varios
solares, algunos con viña,16 con bodega “un fondo de 60 libras y la
herramienta del servicio de la viña, y el mulato Domingo, oficial
albañil”, según señaló al testar el 26 de septiembre de 1620.17 Su
madre era Inés Marcela, chilena, dotada por 1590 con un solar y
casas. Dio en vida a su hijo Agustín una cuadra de viña cercada y
muy bien tratada, con casa, bodega y vasija, arboleda de almendros,
producía más de 600 arrobas de vino (21.331 litros). Ella estaba
muy orgullosa de su padre, Marcos Griego de Seriche,18 carpintero
nacido en 1521, pues se refirió a él como uno “de los primeros
conquistadores de este reino y tan importante en él por el arte que
tenía que por su industria y trabajo se levantó toda esta ciudad y
templos de ella… en su tiempo no había otro maestro ni artífice
que tratase de su arte en que fue eminente como es notorio en este
reino”, por 1590, tenía varios solares,19 chacras, esclavos y otras

14
Muñoz (2011), p. 184.
15
ES 238 A f. 387.
16
Thayer (1905), pp. 64 y 311.
17
ES 61 f. 300.
18
Thayer (1941), p. 105.
19
Thayer (1905), p. 64.

- 204 -
haciendas, habiendo sido casado con Barbola Gil, nacida en San-
tiago, testó viuda el 6 de noviembre de 1614, vivía en medio solar,
rodeada de su yerno Utrera, y otros descendientes poseedores de
sectores aledaños.20
Barbola era hija del matrimonio de Giraldo Gil,21 de Jerez de
la Frontera, sastre, compañero de Valdivia en la hueste de 1540
(llegó a ser encomendero en Itata), fallecido en 1555 en la destruc-
ción de Concepción, y de Juana Lezcano, morisca horra, que
cuando aún era esclava fue marcada en la cara, llegada a Santiago
con Monroy en noviembre de 1543, el mismo año que en España
se prohibió su ingreso a Indias, por considerarse que eran un peli-
gro religioso.22
Otra morisca que cambió de situación fue Leonor Galiano,
que llegó a ser encomendera en segunda vida.
Por su parte Francisca Pardo de Figueroa Vera, era de padre
cordobés, Jerónimo Pardo de Figueroa,23 nacido en 1536, pasó a
Chile en 1557, quien tuvo en Santiago una viña y arboleda,24 según
señaló al testar el 18 de agosto de 1601.25 Su madre, Beatriz de
Vera, nació en Angol, villa asentada en Arauco, al sur del territorio
chileno, la que al testar el 7 de noviembre de 1645, no mencionó a
sus padres.26 Al igual que sus hijas nunca usó el doña, era hija natu-
ral de Juan de Vera, nacido en Murcia en 1510, y madre indígena,
pero por la omisión no se puede saber la etnia.27
Agustín de Utrera, fue tenedor de bienes de su hermano An-
tonio, entre los cuales se contaba un alambique que estaba en la
bodega de la cuadra con la viña, con la demás vasija, fondo y perol,
quien se había enriquecido en el comercio internacional, en espe-
cial en viajes a Los Reyes del Perú.28

20
ES 52 f. 266.
21
Thayer (1941), p. 40.
22
Vial (1957), p. 108.
23
Thayer (1943), p. 13.
24
Thayer (1905), pp. 297 y 408.
25
ES 17 f. 25.
26
ES 142 f. 200.
27
Thayer (1943), p. 362.
28
Es el terreno en que posteriormente se construyó la Casa de Moneda, actual
palacio de gobierno.

- 205 -
Las relaciones de Agustín y María dieron fruto, así en 1663
nació un hijo, Antonio, al que el 10 de diciembre de 1671, su padre
natural al dar poder para testar, le dejó un pequeño legado, estaba
tan enfermo que no pudo ni siquiera firmar.29 Pero recobró la sa-
lud y más tarde, en 1679, con doña María decidieron legalizar su
relación, y estando ya casado y próximo a velarse recibió la dote de
su mujer de 2.550 pesos y él le asignó dos mil de arras. Se juntaron
así la alquitara de los Águila con el alambique de los Utrera.
Utrera murió antes de 1690, año en que doña María renun-
ció bienes para profesar monja clarisa en cuyo monasterio de la
Victoria era propietaria de una celda en la que tenía cajas, escrito-
rio y escaparate.30
Su hijo único, Antonio Utrera Ovalle, también renunció
bienes para profesar en la Orden de Predicadores, con lo que gran
parte de la fortuna, y posiblemente el alambique de los Utrera y la
alquitara de los Jufré del Águila, pasó a mantener anualidades des-
tinadas a capellanías.
La ilegitimidad fue un fenómeno que siguió presente en los
años posteriores, así para la doctrina de La Ligua, en el corregi-
miento de Quillota al norte de Santiago, para el siglo XVIII se ha
calculado un 21,5%.31 Para el curato de San Fernando, antes doc-
trina de Malloa, en el corregimiento de Colchagua al sur de San-
tiago, el índice es de 29,3% (sin considerar las partidas sin infor-
mación, que con ellas subiría a 31,9%, cuyos casos son los comunes
que fluctúan entre las que anotan a ambos padres (0,9%), solo al
padre (0,8%), con solo la madre conocida (50,3%), ambos desco-
nocidos (47,7%) y algunos en que solo se anota que sus padres son
infieles (0,3%).32 No siempre se ha aceptado esta situación por los
que han escrito sobre personajes nacidos en esta condición, por
ejemplo en trabajos genealógicos, por ejemplo en el caso de María
de Niza, cuyas dos hijas fundaron sendas familias de corregidores y
grandes estancieros, que ha sido sindicada como hija de su padre y
de su legítima esposa. En la interpretación de los índices porcen-

29
ES 273 F [sic] f. 378.
30
ES 363 f. 148.
31
Mellafe y Salinas (1988), p. 152.
32
Muñoz (1990), pp. 36-37.

- 206 -
tuales anotados hay que considerar que de los anotados correcta-
mente como legítimos, sus padres no lo eran.
En los matrimonios interétnicos o de diferente “esfera”, por
lo menos en casos revisados en parroquias colchagüinas, hubo una
tendencia a anotar a la esposa como del mismo grupo que el mari-
do, en el caso del que el de este fuera considerado superior.
Respecto a la presencia de griegos e italianos en la produc-
ción vínica temprana en que se destacaron, hay que anotar en justi-
cia que además de ellos y los de origen castellano, también encon-
tramos portugueses, alemanes, franceses y flamencos. De los dos
primeros listaremos los más destacados.
Entre los griegos, Juan Martín de Candia, nacido en la isla
del mismo apelativo, el 10 de mayo de 1546 recibió una chacra en
Apoquindo, al oriente de la ciudad de Santiago, en las tierras que
habían sido de los caciques Longopilla y Pugalongo, más tarde,
asentado en la ciudad de Chillán, tuvo viñas, al igual que sus des-
cendientes. Jorge de Rodas, natural de Cefalonia, marinero, poste-
riormente mercader en 1559, año en que con un socio compraron
una viña cercada, que lindaba con el ejido de Santiago, al oriente
del cerro de Santa Lucía, en 900 pesos de oro, con “lo que está
plantado y esquilmo y casa”, entrando en la venta nueve pipas, una
de ellas desfondada y las demás alzadas, y con pilón, cinco barriles
y una tinajuela, entre otros implementos, tales como ocho aros de
pipas de hierro, cuatro cestos y una podadera. Debe haber adquiri-
do los derechos de su socio, pues su hija poseyó la viña con su ma-
rido, un portugués. Nicolás de Xío, piloto griego que casó con Ana
Prica, hija de un portugués y trabajaron una viña ubicada entre la
iglesia de Santa Ana y la Cañada, que como curiosidad contaba con
una torre, llamada de Alcalalí.
Los de la península itálica, más numerosos, y puestos en or-
den alfabético comienza con Juan Bautista Camilo, natural de Flo-
rencia y que sirvió en la guerra de Chile desde 1594, puso una viña
en una de las mercedes de tierras que le otorgó el gobernador en
Malloa e implementó una bodega con veinticuatro tinajas y doce
botijas para el vino, tres fondillos de barro para enfriar el cocido, y
un lagar de ladrillo.
Juan Ambrosio Escalaferna, hijo de un italiano homónimo,
nacido en Panamá de madre indígena Caribe. En indígenas chile-

- 207 -
nas tuvo dos hijos, uno homónimo (tercero del nombre) y Juana
Escalaferna, nacida por 1586, casada con el piloto griego Miguel
Díaz, nacido en Candia que, como muchos de sus coterráneos,
prefirió cambiar su apellido original por uno patronímico más co-
mún, tuvo tierras en Nilahue, Colchagua, por merced de 1608. Su
hijo tuvo dos viñas la primera en una cuadra de la traza de Santiago
y la otra en la Chimba, al norte del río Mapocho.
Nicolás Ottavio Escorza, genovés, dueño de una viña en la
parte poniente de la Cañada, de la que era dueña una de sus hijas,
doña Juana Escorza. Otra hija, casada con el capitán Domingo
Banquieri, fueron dueños de otra viña plantada en una cuadra en la
traza.
Pedro Fernández Perin, de Génova, en Santiago en 1553, en
1559 su viña ubicada al oriente del cerro de Santa Lucía es citada
como lindero, fue casado con Juana de Escobar, mestiza chilena.
Nicolás Genovés, en 1628 poseía una cuadra completa con
su viña en la traza de Santiago. Casado con María Durán Hernan-
clares, dio poder para testar en 1638, sin hijos.
Juan Ambrosio Justiniano, genovés, nacido antes de 1525,
marinero, dueño de una viña en Santiago en el sector del cerro de
Santa Lucía, casado con la cordobesa Juana Gutiérrez de Torque-
mada, una de sus hijas, doña Jerónima, se verá en el párrafo de
Vicencio, su marido. La otra, doña Ginebra fue casada con Anto-
nio González, sobrino del primer obispo de Chile, y su hijo el ge-
neral don Diego González Montero se destacó por la calidad del
vino que producía su bodega, así el 23 de marzo de 1638 manifestó
ante el Cabildo de Santiago “tres géneros de vino de su cuadra, y
por ser bueno y blanco, mandaron que el fiel ejecutor lo ponga a
tres patacones”.33
Vicencio del Monte, natural de Milán, sobrino del papa Julio
III, casado en el Cusco con doña Juana Copete de Sotomayor, se
vino a Chile embarcado en nave de Juan Bautista Pastene. Su hijo
el capitán Luis Monte de Sotomayor en 1588 compró una viña al
sur del camino que iba de Santiago al pueblo de Apoquindo, y tuvo
otra viña en el sector de Santa Lucía que daba a la Cañada.

33
Actas del Cabildo, (1905), p. 285.

- 208 -
Guillermo de Niza, a quien vimos como padre de María, la
fabricante de aguardiente. Había nacido en Cerdeña en 1523, alba-
cea de Juan Ambrosio Escalaferna (el italiano muerto en Panamá),
fue casado con doña Constanza de Escobar, con viñas al norte de la
Cañada.
Juan de Niza, en 1611 vendió una viña en el sector de Santa
Lucía al capitán Juan de Montenegro. Casado con Catalina Nava-
rro.
Juan Bautista Pastene, el célebre marino genovés, piloto ma-
yor de la mar del Sur. En la tasa de Santillán se anotaron seis en-
comendados para guardar su viña. El 21 de abril de 1553 compró a
Francisco de Zamora una al suroriente de la Cañada, en la que
consta que tuvo viña, pero se hace difícil determinar otras por la
enorme cantidad de mercedes de tierra, en que formó chacras y
estancias. El 13 de julio de 1579 el gobernador mandó a Agustín
Briseño a visitar una de sus viñas, junto a la de otros cosecheros, y
deshacer las borracheras de los indígenas.34 Casado en Santiago
con Ginebra de Ceja, nacida en Canaria, venida a Chile en 1547 en
la nave del que sería su marido. Testó el 20 de julio de 1576, cuña-
da de Alonso de Escobar, también de los principales vitiviniculto-
res de la época. De sus hijos, el capitán Tomás Pastene, encomen-
dero en segunda vida en 1582, licenciado, en 1593 aportó cien
botijas de vino en ayuda del establecimiento de los jesuitas. En
1599 era dueño de una viña al oriente de Santa Lucía que había
sido de Vicencio Pascual y de doña Jerónima Justiniano, y de otra
viña en la Cañada, que había heredado de su padre. Casado en un
viaje que efectuó a España con doña Agustina Lantadilla Astudillo,
y fueron suegro de don Francisco Rodríguez del Manzano y Ova-
lle, tratado entre los dueños de alambiques del siglo XVII.
Vicencio Pascual, natural de la isla de Moso, Macedonia,
marinero, establecido en Santiago llegó a ser un próspero merca-
der. Fue dueño de un viñedo en el sector al oriente del cerro Santa
Lucía en 1589. Casado con doña Jerónima Justiniano, a cuyo padre
ya nos referimos, dotada en 1597, también tuvo viñas en este sec-
tor, continuó en la propiedad de una que había sido de su padre

34
Actas del Cabildo, (1899), p. 123.

- 209 -
con casa, bodega, lagar y vasija. Vendió una viña a Pedro Díspero,
su vecino. Testó el 14 de enero de 1634.

Conclusión

La sociedad chilena se formó con la confluencia mayoritaria


de aportes castellanos e indígenas autóctonos, pero no se agota en
esta vertiente, y en un ejercicio a modo de muestra, con el pie for-
zado de algunos de los pocos fabricantes de aguardiente y sus ante-
pasados vinculados a la vitivinicultura de los dos primeros siglos
coloniales, encontramos otras etnias significativas, como las perua-
nas, difíciles de distinguir por la vaguedad de las alusiones docu-
mentales, y aportes europeos tales como los indicadores represen-
tantes de la península itálica, que se han detectado en esta muestra,
hasta griegos y, más destacable, una mora.
Estos grupos familiares muestran una diversidad de situacio-
nes sociales entre los aguardenteros, desde la cúspide social, con el
caso de don Francisco del Manzano y Ovalle, hasta personas de
situación tan modesta como María de Niza, y otros con una gran
fuerza emergente, como los Utrera.
No menos interesante es la constatación de una variedad de
uniones ilegítimas, es decir de acuerdo a los cánones de la época,
las no bendecidas por el sacramento matrimonial, en algunos casos
entre miembros de grupos sociales similares, como el de un enco-
mendero de Santiago con la hija de uno cuyano, hasta otros en que
un noble peninsular tiene relaciones con una española americana,
hija natural de españoles, u otro de regular situación que los tuvo
con la hija del caso citado anteriormente, pero que finalmente re-
gularizaron legitimando su descendencia. En este acápite también
llama la atención del matrimonio de una mora horra con un espa-
ñol, que aunque de origen y profesión de poca consideración, lle-
garon a ser encomenderos.
Ampliando la exigencia de la fabricación de aguardiente, a la
de vino, se puede apreciar la enorme influencia que deben haber
ejercido, junto a otras vertientes de sangre europea, en las técnicas
y métodos de la vitivinicultora de sus países de origen. No nos he-
mos referido en este trabajo, por estar fuera de los límites exigidos,
a los oriundos de ambas penínsulas mediterráneas a sus aportes en

- 210 -
otros rubros de la producción, pero digamos que fue muy valiosa
en todo lo referente a la marinería y carpintería de ribera, todo ello
hizo que la población de Chile, de origen más ortodoxo, en aquella
época fundadora, disimulara cualquier orden real en contrario a
contar en su seno con sus valiosas contribuciones.

Bibliografía

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de documentos relativos a la historia nacional. (1899) Tomo XVIII,
(1905) Tomo XXXI, y (1906) Tommo XXXII, Santiago.

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Jiménez, D., Muñoz, J., Cruz, E., Mujica, F., L. Adunka, M. y Martí-
nez, F. (2015), “Cobre labrado, alambique y aguardiente (Chile y
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Malloa”, Familia, matrimonio y mestizaje en Chile colonial, Serie
Nuevo Mundo, Cinco Siglos Nº 4, Santiago, pp. 35-50.

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Revista virtual Palimpsesto Nº 6 www.palimpsestousach.cl, USACH,
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- (2011) Don Melchor Jufré del Águila, biografía, obra y descendencia,


Santiago.

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revista virtual RIVAR N° 3, IDEA, USACH, Santiago.

- Thayer Ojeda, T. (1905), “Santiago durante el siglo XVI” Anales de


la Universidad, CXVI pp. 1-82 y 297-517, Santiago.

- (1939) Formación de la sociedad chilena y censo de la población de


Chile en los años de 1540 a 1565, Tomo I, Universidad de Chile,
Santiago.

- 211 -
- (1941) Formación de la sociedad chilena y censo de la población de
Chile en los años de 1540 a 1565, Tomo II, Universidad de Chile,
Santiago.
- (1943) Formación de la sociedad chilena y censo de la población de
Chile en los años de 1540 a 1565, Tomo III, Universidad de Chile,
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- Vial Correa, G. (1957), El africano en el reino de Chile, Santiago,
1957.

- 212 -
Familias y violencia entre los sexos.
Buenos Aires, 1780-1829

Guillermo O. Quinteros*

I. Introducción

Los seres humanos comparten una común experiencia rela-


cional que es la familia.1 Esa experiencia se produce dentro de un
espacio generado por las relaciones entre los sexos que no son
siempre armónicas, sino más bien conflictivas. Se parte de la base
que, en el período que se estudia, no existía un solo tipo de familia,
razón por la cual se habla de familias, en plural. Además, tales fa-
milias no siempre estuvieron fundadas bajo el amparo de la legisla-
ción vigente, puesto que –por ejemplo– el concubinato era una
práctica usual.2 Margarita Ortega López ha señalado el carácter
corporativo de la institución familiar y, siguiendo a Jean Bodin,
explica la forma en que tal corporación fue concebida como una
república en miniatura, origen y fundamento de la sociedad civil.
Por extensión, “el poder doméstico del padre de familia” se parecía
mucho al del monarca. El buen gobierno de la familia era el mode-
lo a seguir para el buen gobierno de la República, ideas que conti-
nuaban en vigencia durante el siglo XVIII español, pero no solo en
la península, sino en el más amplio espacio imperial.3
A propósito de Bodin, cabe recordar que el autor planteaba que
“Por variadas que sean las leyes, jamás ha habido ley o costumbre
                                                            
*FaHCE-CHAyA-UNLP- IdIHCS-CONICET - Argentina.
1
Hespanha, Antonio Manuel. “ ‘Carne de uma só Carne’. Para uma compreensäo
dos fundamentos histórico antropológicos da família na época moderna”, en
Análise social, 123/124.I, 1993, p. 951
2
Para una síntesis de las tendencias en los estudios de las familias ver: Chacón
Jiménez, Francisco y Cicerchia, Ricardo “Estudio Introductorio”, en Chacón
Jiménez, F y Cicerchia, R. (coordinadores). Pensando la Sociedad, conociendo las
Familias. Estudios de familia en el pasado y el presente REFMUR, Murcia, Uni-
versidad de Murcia y Universidad de Cartagena de Indias, 2012.
3
Ortega López, Margarita. “La práctica judicial en las causas matrimoniales de la
sociedad española del siglo XVIII”, en Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV, Ha.
Moderna, t. 12, 1999, p. 276
http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=164707 Consulta: 26/05/2003

- 213 -
que exima a la mujer, no sólo de la obediencia, sino de la reveren-
cia que debe al marido. Pero así como no hay nada en este mundo,
como dice Eurípides, tan importante y necesario para la conserva-
ción de las repúblicas como la obediencia de la mujer al marido,
tampoco el marido debe, al abrigo del poder marital, convertir a su
mujer en esclava. . .”4
En efecto, leyes y costumbres dictaron a las mujeres el deber
de obediencia hacia los varones, una obediencia que no debía con-
vertirse en esclavitud; ahora bien, ¿cuándo podía hablarse de una
obediencia legítima y cuál era el límite para que no se cayera en la
indignidad de la mujer? No obstante, el problema de fondo –el de
la profunda desigualdad entre los sexos– no será resuelto durante
el período que se estudia en este avance de investigación.5 Asimis-
mo, tampoco es aquí el objetivo conocer el origen más antiguo de
la violencia entre los sexos, aunque a juzgar por lo planteado por
numerosos autores podemos decir por el momento que ésta era
estructural y característica de las sociedades preliberales.6
En este trabajo centramos la mirada en la violencia intrafa-
miliar, sobre todo en la ejercida por el esposo para con la mujer,
profundizando en algunos aspectos que pueden contribuir a com-
                                                            
4
Bodin, Jean. [1576] Los seis libros de la República, Madrid, Tecnos, 1997, p. 23.
5
Avance que forma parte del proyecto denominado “Familias y Sociedad en el
Río de La Plata. De las transformaciones borbónicas a la consolidación del Estado
Nacional”, dirigido y codirigido por el Dr. Pablo Cowen y el autor, respectiva-
mente. Centro de Historia Argentina y Americana (CHAyA), Facultad de Huma-
nidades y Ciencias de la Educación, UNLP.
6
Entre otros: Salinas Meza, René. “Del maltrato al uxoricidio. La violencia ‘puer-
tas adentro’ en la aldea chilena tradicional (Siglo XIX), en Revista de Historia
Social y de las Mentalidades, N° 7, Vol. 2, año 2003, pp. 95-112,
http://www.revistas.usach.cl/ojs/index.php/historiasocial/article/view/345 Con-
sulta: 12/07/2006; Mallo, Silvia. “Justicia, divorcio, alimentos y malos tratos en el
Río de la Plata, 1766-1857”, en Investigaciones y Ensayos, N° 42, Bs. As, 1992,
Gonzalbo Aizpuru, Pilar. “Violencia y discordia en las relaciones personales en la
ciudad de México a fines del siglo XVIII”, en HMex, LI:2, 2001; Ortega López,
Margarita. “Violencia familiar en el pueblo de Madrid durante el siglo XVIII”, en
Cuadernos de Historia Moderna, N° 31, 2006, pp. 7-37,
http://revistas.ucm.es/index.php/CHMO/article/view/23187 Consulta:
10/10/2009; Ghirardi, Mónica. “Familia y maltrato doméstico. Audiencia episco-
pal de Córdoba, Argentina. 1700-1850”, en História Unisinos, vol 12, N° 1, 2008,
pp. 17-33, http://www.revistas.unisinos.br/index.php/historia/article/view/5401
Consulta: 8/07/2010.

- 214 -
prender dicho fenómeno. La literatura ha enfatizado sobre la rela-
ción no igualitaria entre los miembros de la familia, estructural-
mente concebida con un pater familias a la cabeza y en la cima del
poder de esa unidad asimilada a una república en miniatura. En ese
marco, los castigos sufridos por las esposas parecen haber estado
amparados en el derecho de corrección que decían poseer los varo-
nes a los efectos de encauzar las conductas femeninas desviadas.7
Entonces, ¿la violencia de los esposos solo se explica por la con-
cepción social patriarcal y los derechos que asistían a los varones?
¿Había una cultura de la violencia que le daba razón de ser? ¿Exis-
tían condiciones económicas o socio-ambientales que posibilitaban
su emergencia? ¿Puede encontrarse una explicación para la pro-
ducción y reproducción de la violencia intrafamiliar? Para respon-
der estos amplios interrogantes se apela al estudio de una larga
serie de causas judiciales, cuyos motivos fueron la denuncia de ma-
los tratos en el seno de familias que habitaban tanto en la ciudad
como en la campaña de Buenos Aires durante el período compren-
dido entre 1780 y el inicio del primer gobierno de Juan M. de Ro-
sas.8 Hasta el momento se han consultado un poco más de cien
expedientes relativos al tema planteado, no obstante lo cual aquí se
utilizan unos pocos casos con el fin de ilustrar los más representati-
vos y, al mismo tiempo, mostrar el enfoque que se utiliza en el
estudio. Por estas razones, por la necesidad de limitar la extensión

                                                            
7
Kluger, Viviana. “Los deberes y derechos paterno-filiales a través de los juicios
de disenso. Virreinato del Río de la Plata (1785-1812)”, en Revista de Historia del
Derecho, N° 25, Bs.As., 1997, pp. 365-390; Kluger, Viviana. “Las fuentes del
Derecho en los pleitos de familia (Virreinato del Río de la Plata)”, en Revista de
Derecho, Julio, N° 027, 2007, Universidad del Norte Barranquilla, Colombia, pp.
230-271,
http://rcientificas.uninorte.edu.co/index.php/derecho/article/viewArticle/2662,
Consulta: 24/11/2011; Kluger, Viviana. “Casarse, mandar y obedecer en el Vi-
rreinato del Río de la Plata: Un estudio del deber-derecho de obediencia a través
de los pleitos entre cónyuges”, en Fronteras de la Historia, N° 8, vol. 8, Bogotá,
2003, pp. 131-151.
8
Dicha serie documental se encuentra en el Archivo Histórico de la Provincia de
Buenos Aires, secciones Real Audiencia y Cámara de Apelaciones, Juzgado del
Crimen y Escribanía Mayor de Gobierno Cuerpo 13 (en adelante: AHPBA, RA;
JC y EMG, respectivamente). Las denuncias que se consignan en las carátulas de
los expedientes son por malos tratos, abusos, excesos, homicidios, golpes, heridas,
etc.

- 215 -
del trabajo y porque se considera imprescindible realizar una na-
rración densa de los casos seleccionados, no es posible brindar res-
puestas acabadas a los interrogantes planteados. Antes bien, se con-
sideran cumplidos los objetivos si se contribuye a poner en diálogo
a las fuentes con estas preguntas y las que han formulado otros
especialistas en la materia, tanto para el amplio y complejo espacio
iberoamericano como para el más local de Buenos Aires.
Cabe consignar que en los expedientes judiciales se describe
una diversidad de situaciones familiares que son las que dieron
origen a las denuncias por violencia intrafamiliar. Como se verá, se
presta especial atención a las prácticas y comportamientos descrip-
tos para poder explicar luego las relaciones de familia. Dichas cues-
tiones quedaron registradas en el discurso judicial, que a los fines
de este estudio es el conjunto de todos los escritos generados por la
aplicación de los procedimientos judiciales y llevados a cabo por
los agentes de la justicia en sus distintos estratos jerárquicos. En
esos discursos se describen situaciones cotidianas, rutinas familiares
efectivamente practicadas por los actores tales como la mesa y las
comidas, el lavado de ropa, la visita de un familiar, la salida a traba-
jar y el regreso, el momento de ir a descansar, las conversaciones,
el juego, etc. Queda claro que tales relatos judiciales no son, como
diría Burke, la memoria en sí misma, sino que estamos en presencia
de su transformación mediante un escrito.9 Relatos que nunca fue-
ron elaborados y escritos de manera directa por los interesados –
como en todos los casos que se estudian– sino mediados por los
agentes judiciales o los abogados representantes. Ateniéndonos a
esta circunstancia, sin embargo, se presta especial atención a la
veracidad de los discursos judiciales y, más allá de esto, a la posibi-
lidad que brinda el documento para ser interpretado.10
                                                            
9
Burke, Peter. Formas de historia cultural, Madrid, Alianza, 2000, p. 70-71
10
El tipo de expedientes que se trabajan han sido utilizados para analizar la socie-
dad bonaerense del siglo XVIII y primera mitad del XIX. Entre otros fueron
pioneros: Mayo, Carlos. “Amistades Ilícitas: las relaciones extramatrimoniales en
la campaña bonaerense 1750-1810”, en Cuadernos de Historia Regional, 2, Eu-
deba — UNLU, 1984, pp. 3-9; Estancia y Sociedad en la pampa 1740-1820, Bs.
As., Biblos, 1995; Mallo, Silvia. “Justicia, divorcio, alimentos y malos tratos, 1766-
1857”, en Investigaciones y Ensayos, 42, 1992; “Hombres, mujeres y honor. Inju-
rias, calumnias y difamación en Buenos Aires (1770-1840). Un aspecto de la men-
talidad vigente”, en Estudio e Investigaciones, N 13, FAHCE-UNLP, 1993.

- 216 -
Sobre el total de casos de violencia intrafamiliar de la ciudad
y la campaña de Buenos Aires, las causas que llegaron ante la justi-
cia constituyen un porcentaje muy difícil de establecer, por lo cual
en principio son representativas de sí mismas; no obstante, como
queda evidenciado en los mismos expedientes, eran motivo de
preocupación para los poderes públicos y por ende, también para la
sociedad. Es decir que el universo de la violencia intrafamiliar de-
bió ser bastante más amplio del que pueda ser registrado estadísti-
camente a través de los archivos de justicia. En una causa que data
de 1823, el juez de primera instancia Bartolomé Cueto decía que
no se podía mirar “… con indiferencia los ultrajes que en estas
escandalosas disensiones domesticas recibe la moral ni el pernicio-
so ejemplo que transmiten a sus hijos todos ellos aún de poca
edad”. El juez estaba preocupado por la felicidad de los esposos, de
los hijos y del futuro de la sociedad, pues con tales ejemplos ¿qué
podía esperarse luego? Para este magistrado, las familias eran el
núcleo vital donde se normaban los correctos comportamientos de
los individuos, quienes debían ser la garantía de la reproducción
social.11 Por eso era fundamental educar con el ejemplo.

II. Actos de violencia en las familias

En el invierno de 1801 José María Luque regresaba a Buenos


Aires desde la isla de Martín García después de haber cumplido
una condena reducida de dos años de “prisión a ración y sin suel-
do” (originalmente lo habían condenado a cuatro años) y se pre-
sentaba ante el juez en lo criminal José Ramón Ugarteche para
solicitarle la posibilidad de hacer uso de sus bienes dejados en cus-
todia a su mujer, quien se encontraba viviendo en las afueras del
pueblo de San Nicolás de los Arroyos. El fiscal de la Real Audien-
cia Manuel G. de Villota tomó intervención en el asunto infor-
mando que no veía inconveniente en que Luque dispusiera de sus
bienes, esperando que en adelante hiciera una vida tranquila con su
mujer. El juez dictaminó entregarle “…los bienes que en la actua-
lidad se encuentren en poder de su mujer estando a la mira de que
observe con ella buena armonía y dando cuenta de la menor

                                                            
11
AHPBA. JC. 34-3-50-45, 1823

- 217 -
desavenencia o maltrato que observe para imponerle el condigno
castigo”. Era esta también una solicitud para que el alcalde de San
Nicolás estuviera alerta respecto del comportamiento de Luque
para con su mujer, su familia y la vecindad. Tal vez los agentes de
justicia se preguntaron si el susodicho era capaz de comportarse o
si el tiempo que había pasado en prisión había sido suficiente para
corregirlo, pues las tropelías cometidas por Luque ameritaban po-
ner duda su conducta futura.12
En efecto, el 12 de octubre de 1798 el Alcalde de la Santa
Hermandad del Partido de San Nicolás don José Maxuach y Sabo-
rido dejaba asentado por escrito que ese mismo día se le había apa-
recido en su casa el tal José María Luque Morales manifestándole
“…con gran desacato y poco respeto y temor a la justicia, he car-
gado esta arma con tres balas para matar a mi Mujer que se halla
en casa de Isidro Mansilla; considerando yo que aquel hombre
venía ebrio le dije que motivos tiene ni tampoco esa arma está car-
gada, a cuyo dicho respondió para que vea que lo está la disparo, lo
que ejecutó …” afirmándole que no estaba ebrio. Procuró entonces
suavizarlo y aconsejarlo con buenas razones, pero se enfureció más,
profiriendo palabras indecorosas para con su esposa e hijos. Luego,
en un arrebato, el alcalde pudo sacarle el arma y Luque, gritándole,
respondió que él, el cura y todo el pueblo eran alcahuetes de su
esposa, todas razones que lo llevaron a ponerlo preso de inmediato.
Después se le presentó la esposa de Luque, doña Eusebia Cabrera,
quien le expuso las iniquidades del proceder de su marido y el te-
mor de que le quitara la vida, tal como lo hubiera hecho de “…no
haber hecho fuga de su propia casa, como lo acreditará con todo el
vecindario…” El episodio de ese día no era el primero, sino que el
maltrato, las amenazas de muerte y los golpes eran padecimientos
muy frecuentes, según informaron los testigos presentados.
Uno de ellos era el vecino Isidro Mansilla. Narraba que a la
medianoche, uno de sus hijos llamado Mariano lo llamaba desde el
patio de su casa, cuestión que le llamó la atención pues teórica-
mente estaba durmiendo en la cocina. Abrió la puerta, salió al patio
y se encontró con Luque, quien tenía una pistola en la mano. En-
tonces dijo Luque: “…vengo a matarlo y le respondió máteme us-

                                                            
12
AHPBA. RA, 5.5.76.12, 1798

- 218 -
ted, al mismo tiempo que metió la mano bajo el poncho en ademán
de tomar un arma. Luque le dijo no meta la mano bajo el poncho
que lo mataré.” Ahora bien, ¿por qué sucedía este episodio? Ocu-
rre que Mansilla y su mujer habían amparado a la esposa de Luque
y a varios de sus hijos. Según Mansilla, este le dijo “…deme licen-
cia y mataré a mi mujer, que estaba durmiendo adentro”. A partir
de ese momento comenzó a calmarlo, y con mucho trabajo lo pudo
sostener toda la noche en el patio hasta que amaneció. Cuando se
hizo de día Luque se fue a lo del alcalde llevándose una de sus hijas
con él, mientras que Mansilla y su mujer lo acompañaron para no
dejar sola a la niña con su padre. Mansilla declaró que la mujer era
honrada y que nadie se acercaba a ella porque conocían el mal ge-
nio del marido. Por otra parte, sabía que a fuerza de azotes éste
hacía que sus propios hijos dijeran mentiras respecto de la conduc-
ta de su madre.
Esto último lo confirmó Mariano Mansilla, el hijo de Isidro
y testigo de lo anterior. Agregaba que conocía a uno de los hijos de
Luque (“alias el enredador”), con quien conversaba, y que el mu-
chacho le había dicho que su padre lo había sacado al campo varias
veces y a punta de cuchillo, o con arma de fuego lo presionaba para
que dijera cosas de su madre que nunca había visto. Mariano tenía
unos 12 años y no sabía firmar. Por su parte, la esposa de Mansilla,
doña Alejandra Gaona, declaraba que Luque era un “…hombre
malo de malas intenciones, perverso con su mujer e hijos, dando
mucho escándalo a sus hijos e hijas con preguntas y palabras escan-
dalosas” y que Eusebia se encontraba en su casa refugiada, “…y
con licencia del cura, por sus torpezas y excesos, que no es dable
decirlos,…”. Luque era “…poco temeroso de Dios, y a la justicia
perjudicial, enredista, y una palabra tan de mala boca, que para él
no hay mujer casada, soltera, ni viuda, que no sean putas, ni hom-
bres sin reserva de sacerdotes, curas, ni Alcaldes que no sean malos,
pícaros, y alcahuetes.” Por si todo esto fuera poco, denunciaba que
siendo ella misma su comadre “…la ha solicitado una ocasión por
torpezas e ilícitos tratos, teniéndola un día entero con un trabuco,
obligándola con amenazas a que condescendiera con su deseo, lo
que no pudo conseguir… y a cada paso le ponía el trabuco a los
pechos”. Mientras se producían estas declaraciones y al no haber
–según el alcalde– cárcel segura en el distrito, enviaron a Luque

- 219 -
a la Real Cárcel en Buenos Aires.13 Evidentemente Luque había
mantenido una conducta “delictiva” con bastante libertad, pero tal
como se observa, apenas tuvieron oportunidad los testigos comen-
zaron a denunciar todas las acciones anteriores del reo.
Así, otro de los vecinos, un tal Ramón Gómez, manifestó que
en una oportunidad y en ocasión de estar por parir doña Eusebia,
fue castigada por Luque en presencia de varios testigos y que esa
misma noche la mujer huyó hacia el pueblo de San Nicolás, pero,
medio moribunda por los golpes que le había dado su marido, lo-
gró cruzar el arroyo y se desmayó. Fue encontrada al día siguiente
en la orilla del arroyo, salvando su vida por casualidad. Por su parte
el cura del pueblo declaró que en una ocasión se le había presenta-
do Eusebia con los cinco hijos pidiéndole que la depositase en una
casa segura. La mujer le había contado que la noche anterior su
marido, que estaba ebrio, la había celado con un indio que ella
jamás conoció y había sacado el trabuco, amenazándola de muerte;
viendo su vida en peligro, pasada la medianoche salió de su casa,
cruzó el arroyo del medio y llegó así, con sus hijos, desnudos y sin
calzado a la casa del cura. Dada la brutalidad de los tratamientos
que le propinaba su marido, la situación de la mujer era desespe-
rante. Vivía atemorizada no solo por las amenazas de muerte, sino
porque los actos de Luque eran impredecibles: no se podía confiar
en él. Si bien no hacía hincapié en la ebriedad del marido, es posi-
ble que Luque se embriagara con frecuencia.
Ahora bien, las andanzas de Luque Morales no terminaban
allí. Lo notable del caso es que los testigos fueron corroborando
uno a uno los malos tratos propinados a Eusebia, además de sumar
y denunciar un episodio más. Ese fue el caso de Francisca Rodrí-
guez, quien decía que “…el año pasado fue dicho Morales a la casa
de la declarante a horas de la siesta a querer forzar a sus hijas y a la
declarante y que no valiendo ruegos ni buenas razones para disua-
dirlo mando a sus hijas a la vecindad quedándose la declarante sola

                                                            
13
La cárcel de Buenos Aires fue la más utilizada para encerrar a los condenados.
No obstante también se los enviaba a la de Montevideo (AHPBA. JC. 34.1.10.57,
1780; 34.1.11.24, 1782; 34.1.13.52, 1786); a prestar servicios a la Patagonia
(AHPBA. JC. 34.1.11.3, 1781; 34.1.13.1, 1785); o podían ser llevados al peor de
los destinos, Malvinas: “…dijo que le iba a castigar aunque le enviaran a Malvinas,
pero que la iba a dejar imposibilitada” AHPBA. EMG. 13.1.12.2, 1783

- 220 -
y viendo Morales esto le dijo grandísima puta, ya que has echado a
tus hijas para que no duerma con ellas he de dormir con vos, a lo
que respondió la declarante eso es lo que no haz de ver y agarrando
un palo para darle, entonces Morales echo mano a una pistola y le
tiró un tiro y no habiéndola herido le pegó unos garrotazos; en
esto vino su hija Isabel a quien le tiró otro tiro y que las balas die-
ron en el cerco de tunas de Dn. Tabares y encerrándose adentro
las dos … estuvo todo el resto del día hasta la noche diciéndonos
mil desvergüenzas hasta que a la noche con la ayuda de un vecino
se salieron por una ventana…”. La mujer manifestaba que ella lo
había denunciado, pero que pese a las reconvenciones recibidas
Luque no había detenido aquellas conductas, pues había hecho lo
mismo con María Ayala y con la viuda Lorenza Caminos. El episo-
dio narrado por Francisca era corroborado por su vecino, el citado
Tabares, quien dijo que ese día se había ido a pescar durante toda
la jornada, y que cuando regresó, vio la escena de Morales con el
trabuco amenazando a las mujeres que estaban dentro de su casa.
El hijo de la viuda Lorenza Caminos, llamado José Gómez, de
veintitrés años de edad, declaró que una noche fue Luque Morales
a su casa y quería entrar a toda costa y por la fuerza. Dijo que por
uno de los postigos de una ventana le tiró una puñalada a su madre
porque ella no le quería vender vino. “Puta amancebada con tu
hijo” le gritó, y ante su airada reacción, su madre no lo dejó salir
para no tener mayores problemas.
Al mismo tiempo que se producían estas declaraciones, el Al-
calde de Segundo Voto Francisco Castañón recibía varias presen-
taciones de José María Luque Morales, quien se hallaba encerrado
en la cárcel. En ellas se presentaba como “…natural de Sevilla y de
calidad noble” y se quejaba una y otra vez por estar preso sin causa.
Insistía que la justicia no hacía nada mientras que pasaban los me-
ses y seguía preso. En uno de los escritos decía que su mujer era
una descarriada a quien no había podido corregir y citaba vaga-
mente las Partidas para reprocharle a la justicia local el haberse
metido en asuntos que no le competían, pues sostenía que en vir-
tud de aquellas solo debían aceptarse las denuncias de adulterio

- 221 -
entre los esposos.14 Prácticamente le decía al juez lo que debía ha-
cer, es decir, que solo podía conminarlos a vivir juntos pacífica-
mente. Sus palabras tendían a negar las denuncias y no denotaban
arrepentimiento alguno, no obstante lo cual decía estar dispuesto a
tratar a su mujer con toda moderación y volver a los deberes del
matrimonio.15 Habían pasado diez meses y Luque seguía en la cár-
cel cuando el 5 de agosto de 1799 el juez de la causa lo condenó a
cuatro años de prisión. En diciembre de ese año Luque cambiaba
de abogado representante, admitiéndosele la presentación de don
Pedro Mendes, Procurador de Pobres en lo criminal, quien logró
la reducción de la pena; así cumplió en total dos años y siete meses
de prisión.
Por el momento repárese en dos cuestiones. La primera es
que los testigos no relatan un solo episodio escandaloso, sino varios
hechos lamentables protagonizados por el mismo personaje, y di-
cen que, denunciados esos actos, no se había hecho nada al respec-
to. Esta es una causa en la cual, a pesar del escándalo, parece que la
justicia no tenía forma de llegar o no había intervenido. Por otro
lado, cabe destacar que Luque Morales era nacido en Sevilla y que
argumentaba a su favor como si pudiera gozar de algún privilegio
por ser español: recuérdese que decía ser noble y que su represen-
tante legal hacía gala de conocer las Partidas, aunque nada de esto
le sirvió para atenuar la pena.
Luque Morales no fue el único español peninsular acusado
de golpeador por su esposa. También hacia finales del siglo XVIII,
pero en este caso procedente de la ciudad de Buenos Aires, Anto-
nina Gelves denunciaba a su esposo Gabriel Vallalta por malos
tratamientos, manifestando que se había casado hacía ocho años
atrás y que durante ese tiempo había ido en aumento su
                                                            
14
Esta cuestión es tratada entre otros por Ghirardi, Mónica. “Familia y maltrato
doméstico. Audiencia episcopal de Córdoba, Argentina. 1700-1850”, en História
Unisinos, vol 12, N° 1, p. 19, Janeiro/Abril 2008.
http://revistas.unisinos.br/index.php/historia/issue/view/137 Consulta
15/11/2009
15
Similares argumentos en las causas iniciadas por doña Manuela Melo contra su
marido Sebastián Pérez de Caravacas por malos tratamientos (AHPBA. RA. 5-5-
78-9, 1786) y por doña María Álvarez contra su marido Francisco Coz por el
mismo motivo (AHPBA. RA. 7-2-101-2, 1792). Los maridos golpeadores eran, al
igual que Luque, españoles peninsulares.

- 222 -
“…martirio de sangre, estropeada con golpes del dicho mi marido,
sindicado mi honor, y despojada así de los cortos trastes como de la
ropa que mis padres me dieron… he de ponerme en la calle, pues
además de tener que trabajar Yo para mantener los cuatro hijos
que de nuestro matrimonio hemos tenido… ha sabido vender aun
mis ropas interiores para embriagarse… sacando de mi casa los
cortos muebles que me habían dado mis padres al pretexto de
comprar con su valor pan para sus hijos… invirtiéndolos en sus
desordenados apetitos.”16 Relataba que ante los reiterados escánda-
los lo arrestaron, pero luego lo soltaron bajo la promesa de no con-
tinuar con esa vida. Sin embargo, lejos de corregirse, su marido fue
profundizando la violencia hacia ella, amenazándola de muerte con
cuchillo, tijeras y con un asador de hierro. Decía que no había mo-
tivo alguno para tales castigos y que solo estaba viva a fuerza de sus
“clamores y de postrarme a sus pies”. Evidentemente, tanto la vio-
lencia como la situación económica de esta mujer y sus hijos eran
insoportables, y la dejaban en una posición de servidumbre y pér-
dida de la dignidad humana. ¿Dónde ocurrían esos hechos?
El testigo don Antonio José Maltez declaraba que en los úl-
timos dos años, el matrimonio en cuestión había vivido alquilando
en su casa y por dicha razón conocía que Vallalta se embriagaba
diariamente. Asimismo sabía que el citado vendía la ropa de su
mujer, incluso la que ella tomaba para costura, con la que mantenía
a su marido y a sus hijos. En varias oportunidades él y su mujer
habían tenido que socorrer a Antonina porque el marido había
estado a punto de matarla. Otro testigo, don Francisco Herrera,
agregaba que en alguna oportunidad Antonina concurrió a su casa
para pedir asistencia para alimentar a sus hijos, diciéndole a su es-
posa que Vallalta no la asistía y le vendía todo con el fin de em-
briagarse. Por su parte, doña Josefa Richarte mencionó que Vallal-
ta había estado preso por la denuncia de alguno de los excesos cita-
dos, pero no se había corregido.
Concluidas las declaraciones de testigos, Antonina solicitó
una copia de tales testimonios con el objetivo de presentarlos ante
el juzgado eclesiástico, donde presentaría demanda de divorcio.
Aunque no se tiene constancia del mismo, esto significa que la mu-

                                                            
16
AHPBA. RA, 7.2.104.12, 1789

- 223 -
jer tenía conocimiento sobre la posibilidad de adoptar esa alterna-
tiva, ya fuera porque lo sabía de antemano o porque había sido
informada por los agentes judiciales. Don Miguel Sáenz era al Al-
calde de Primer Voto que seguía la causa desde el principio, en
tanto que había sido nombrado Asesor de aquella don Feliciano
Chiclana. Al tiempo que ocurrían estas instancias se produjo la
declaración de Vallalta, quien se encontraba preso desde el mes de
marzo de 1789. En su confesión, recibida en octubre del mismo
año, decía que había nacido en Gerona, que tenía como unos trein-
ta años y que era de profesión mercachifle. Aunque se encontraba
“fundido”, afirmaba sostener en todo lo que necesitaban tanto a su
mujer como a sus hijos. Presumía que estaba preso por la denuncia
de su mujer “…de resultas de una especie de quimera que con ella
tuvo una noche sin que pasase de palabras, y de cuyas resultas vino
por detrás un mozo llamado Mateo, hijo de Antonio José Maltez, y
le dio un garrotazo en la cabeza que se la rompió…”. Se le leyeron
las múltiples acusaciones de la violencia ejercida para con su mujer
y la falta de asistencia a sus hijos, a lo que respondió que no recor-
daba nada por el estado de ebriedad en que se encontraba en aquel
momento.
Entre los meses de octubre de 1789 y febrero de 1790 se
produjeron varias providencias, nombramiento del Defensor de
Pobres para Vallalta y negociación entre las partes. De todo ello
emerge con claridad que la mujer se encontraba desamparada y que
a los efectos de recibir la cuota alimentaria solicitaba que dejasen al
marido en libertad, destinándolo a Montevideo para que trabajara
y modificara su conducta en aquel destino. Las negociaciones con-
tinuaron y el mercachifle quedó en libertad el 23 de febrero. El
argumento de su defensor era que si bien su defendido aceptaba
toda la propuesta, la única conducta que debía corregir en lo sus-
tancial era lo relativo a la ebriedad “…de que se ha poseído algunas
ocasiones (aunque no en términos que le pueda llamarse vicioso)”.
Por otra parte decía que los malos tratamientos hacia la mujer no
estaban acreditados, pues no había heridas, ni daño alguno en el
cuerpo de la misma; es decir que todo se reducía a las amenazas de
ejecución en “…sus desavenencias y riñas, que por frecuentes en
los matrimonios han dado lugar a la común sentencia, de que son
pocos los matrimonios donde no hallan riñas”. De este modo mi-

- 224 -
nimizaba los apremios a los que se veía sometida Antonina, además
de considerar simples riñas matrimoniales lo que a todas luces era
un maltrato que podía llegar al homicidio. Todavía tenía el defen-
sor un argumento más contundente para pedir la libertad del reo,
pues Antonina se encontraba sola, con cuatro hijos que mantener y
con el marido en Montevideo, por lo cual se la exponía a “incurrir
en infidelidad”. Era un planteo en el que se confundía la infideli-
dad con la prostitución, porque ponía en el medio la necesidad
económica como posible causa de la primera. Finalmente Antonina
desiste de la querella, al parecer porque la persuadieron de que era
lo mejor para ella misma. El juez le advierte a Vallalta que debía
dejar el vicio de la bebida y que debía tratar a su mujer y a su fami-
lia con toda la moderación y la armonía que exigía la situación,
pues de lo contrario se iban a tomar severas medidas para escar-
mentarlo.
Sin embargo, lejos de asistir a su familia el susodicho se fugó
de su casa y se presume que de la ciudad, porque seis años después
la causa se reactiva por una presentación de Antonina en la que
pedía que se cumpliera lo que había dictaminado el juez respecto
del escarmiento a su marido. El motivo era que unos doce días
atrás éste había entrado a su casa, cubierto con un pedazo de pon-
cho atado a la cintura y otro con el que se cubría el torso; ella lo
interrogó sobre varias cuestiones, ante lo cual él respondió que no
había dejado la bebida, que no tenía trabajo alguno y que ella tenía
que mantenerlo, porque de lo contrario comenzaría a venderle las
silletas, la mesa, la ropa, etc. Antonina manifestó que en ese mo-
mento rememoró toda su vida pasada, los padecimientos que había
sufrido, las promesas incumplidas de su marido y que luego de un
momento huyó a lo de una hermana. Desde entonces había ido de
casa en casa, siendo perseguida por Vallalta hasta que lo encontra-
ron forzando la puerta de entrada de su casa, motivo por el cual –
y con el auxilio de uno de sus cuñados que era sargento de mili-
cias– lo metieron preso. Lamentablemente faltan folios del expe-
diente, pero al parecer Vallalta fue dejado momentáneamente en
libertad.
En la primavera de 1810, el Defensor General de Pobres
don Tomás Manuel de Anchorena, quien fuera con posterioridad
Ministro de Relaciones Exteriores durante el primer gobierno de

- 225 -
Juan Manuel de Rosas, pretendía que el reo Apolinario Gómez
quedara en libertad pues consideraba que –entre otras considera-
ciones de un largo escrito– nada de lo denunciado estaba proba-
do, poniendo así en duda la buena moral de las denunciantes y
estimando que a Gómez solo le cabía una amonestación para que
moderara su conducta.17 A la defensa le sucedió un escrito cargado
de indignación por parte del Fiscal interino, don Joaquín Pio de
Eliú, quien solicitaba la ratificación y cumplimiento de la pena de
cinco años de prisión “…para que sirva de ejemplo a otros”. Dicha
pena, que fue ratificada en febrero de 1811, parecía reducida a la
luz de los actos denunciados por la familia de Gómez. El primero
en hacer la denuncia fue su hijastro e hijo mayor de Margarita Ca-
brera, Apolinario Machado, ante el Alcalde de la Santa Hermandad
de Baradero don Juan Ignacio de San Martín, diciendo en nombre
de su madre que era tan maltratada (por su padrastro) que la dejaba
“amortecida y sin sentidos” luego de pegarle con palos o con el
fierro que hacía de cabo del rebenque. Declaraba que la última vez
–el 5 de mayo de 1810– luego de haberla estropeado, le había
cortado el cabello con el cuchillo, intentado rebanarle las orejas y
amenazándola con desollarla. El joven no vivía en la misma casa y
se había enterado de los hechos por sus hermanos menores, quie-
nes presenciaban tales hechos cotidianamente. Tenía dos herma-
nastras menores, Micaela y Antonia, quienes también habían que-
dado desmayadas después de la golpiza que les había dado el padre.
El motivo de semejante violencia era siempre el mismo: Gómez
quería mantener sexo con Micaela, su hija mayor, y ante la resis-
tencia de las mujeres, descargaba toda su furia en ellas, logrando así
su objetivo en la mayoría de los casos. Ante semejante denuncia, el
Alcalde apresó a Gómez y lo aseguró con grillos en el cepo “y la
custodia de dos hombres, en casa del Capitán de Naturales de este
partido…”.18
Al día siguiente el funcionario se dirigió a la casa de doña
Margarita (de 60 años de edad) para tomarle declaración y la en-
contró estropeada, con el pelo cortado y muy angustiada. La mujer
dijo haber hecho todo lo posible para frenar y cambiar la conducta
                                                            
17
AHPBA. RA. 7.2.101.5, 1810.
18
Otros casos similares en AHPBA. JC. 13-1-12-2, 1783; RA. 5.5.80.31, 1795; JC.
34-2-36-3, 1815

- 226 -
de su marido, pero que la fuerza de los golpes recibidos hacía que
lograra llevar a cabo sus fines. Manifestó que la hija de ambos, Mi-
caela, ya había tenido un hijo, pero que había abortado después de
recibir una tremenda golpiza de su padre: el niño había “nacido en
pedazos y lo había enterrado bajo su cama”. Declaró también que
su marido había estado preso con anterioridad por causa de su ca-
rácter violento, pero que de eso ya no se acordaba. Por último de-
nunciaba que el domingo anterior Gómez había ido a su casa un
poco cargado de bebida, y así tomó del cuarto a Micaela, la llevó a
la cocina y “durmió con ella en presencia de dos hijos varones
nombrados el uno Pio, de doce años y el otro Santiago de diez y
seis.” El alcalde dejó constancia de que no podía tomarles declara-
ción a los hijos de Margarita por ser menores, pero igualmente
habló con ellos. Micaela le relató los hechos tal como habían sido
denunciados, mostrándole las varias marcas de los golpes propina-
dos por su padre en todo su cuerpo, y lo mismo hicieron todos sus
hermanos, ratificando los dichos anteriores. Además, el alcalde
procedió a exhumar el cadáver del niño, lo encontró rápidamente y
lo enterró en otro lugar. También tomó declaración a los vecinos,
quienes confirmaron la conducta violenta con que Gómez trataba a
su mujer, y agregaron que era peleador, pendenciero, borracho y
jugador, además de llevar muchos años sin trabajar.19 Evidente-
mente todo el vecindario lo conocía, y a pesar de todas las recon-
venciones recibidas e incluso el cumplimiento de la prisión, Gómez
no había escarmentado.
Tampoco lo había hecho José Morales, a quien el Juez de
Paz de Flores había puesto preso y reconvenido por sus acciones
violentas luego de saber que su mujer, Catalina Arista, había pre-
sentado demanda de divorcio acusándolo de maltratador y de adul-
terino.20 Catalina, de 45 años de edad, declaró haber recibido por
herencia de su primer marido la quinta y la casa donde vivía con su
familia. Una de sus hijas, María Genara Suárez, de 14 años, narró
que la noche anterior como a las 12 estaban durmiendo su madre y
demás familia cuando se presentó su padrastro gritando y dando
fuertes golpes en la ventana de la sala contigua a la cama de su ma-
                                                            
19
Margarita y sus hijos fabricaban “cuencos” y hacían túnicas, con lo que se man-
tenían.
20
AHPBA. RA. 7.1.88.36, 1829

- 227 -
dre. Fuera de sí, el sujeto introducía un cuchillo por la rendija de la
ventana para abrirla, mientras que su madre trataba de impedírselo,
aunque sin éxito, pues finalmente logró abrir. En el ínterin Catali-
na logró salir por una pequeña ventana y pudo huir hacia el monte
del mismo predio. Enfurecido, Morales tomó de un brazo a María
Genara, y maltratándola ante su resistencia la llevó hacia el monte.
Allí le puso “el cuchillo en la garganta y le decía, llama a tu madre
que es la que yo vengo a matar y si no te degüello”. Al poco rato
llegó su hermano con una partida, que había ido a buscar a la guar-
dia: lo aprehendieron y se lo llevaron. Manuel Tapia, peón pastero
de doña Catalina y uno de los testigos fundamentales que presen-
ció todo lo acontecido, agregó a lo ya conocido que cuando vio a
Morales introducirse en el monte con Genara fue a llamar al peón
cortador de pasto Ramírez. Juntos se dirigieron al monte y lo en-
contraron; con actitud amenazante, allí Morales enfrentó a Ramí-
rez preguntándole sobre su mujer, a lo que el segundo respondió
con un garrotazo que le hizo saltar el cuchillo de la mano, y lo
guardó hasta que se lo entregaron al sargento que condujo la parti-
da. Tapia terminaba su declaración planteando que la consecuencia
de tales ocurrencias y otras muchas que le tocó presenciar, es “que
lo tienen separado de su Esposa”.21
El Sargento de la Guardia de la “Pólvora” don Blas Coronel,
de 35 años de edad, dijo que Morales manifestaba a viva voz que ya
llegaría el día en que vengaría todos los agravios que recibía. En
uno de los folios del expediente se dibujó el cuchillo en su tamaño
natural; debió agregarse un pedazo de papel para poder alcanzar
toda su longitud: la hoja de metal era de unos 20 cm de largo por
3,5 de ancho, y el mango de unos 12 cm, lo cual hacía del artefacto
algo más que un cuchillo de mesa. Por su parte Morales dijo tener
38 años, haber nacido en Mendoza, estar ejercitado en trabajos de
quinta y separado de su mujer hacía unos siete meses. Manifestó
que lo había apresado un sargento en su propia casa, donde había
concurrido “con el objeto de cerciorarse si su mujer dormía con un
peón”. El fiscal aconsejaba que se juzgara a Morales como un ver-
dadero asesino de su mujer, en razón de las circunstancias conoci-
                                                            
21
Tapia decía tener poco más de 20 años, al igual que Ramírez, que tenía 25.
Trabajaban de noche cortando alfalfa para cargar la carreta a la madrugada y
venderla por la mañana.

- 228 -
das, pero se desconoce el desenlace pues la causa no tuvo actuacio-
nes posteriores.
En los casos comentados quedó comprobado que la violencia
ejercida por el varón formaba parte de todo un repertorio de ame-
nazas, agresiones verbales y físicas, y que solo por una “casualidad”
o por ser muy resistentes las mujeres permanecieron con vida. Pero
es dable reconocer un gran número de juicios en los que la violen-
cia no llega a estos extremos, sino que es producto de, por ejemplo,
un arrebato. Es el caso de José Antonio, negro libre de unos 40
años de edad, quien había sido conducido ante el alcalde de barrio
por dos soldados “de las compañías habían bajado para la fiesta”,
por haber golpeado y herido en la calle a una morena libre llamada
María Antonia.22 Corría el 25 de mayo de 1816 y se estaban feste-
jando las Fiestas Mayas en la plaza, con una concentración de sol-
dados y gente que llegaba desde todas partes. El juez Ezquerrenea
mandó a buscar a María Antonia para que testimoniara, pero como
no la encontraron se procedió a tomar declaración al negro. En
ella dijo ser “…de nación africana, de estado libre y soltero, y su
oficio de desollador en los corrales” y que lo habían encontrado
“…dando de bofetones a una negra… El motivo de haberle pegado
fue porque días antes le había dado a guardar unos reales que debía
a otro y habiendo ese día ido en busca de ellos, le contestó la mo-
rena María Antonia que los había gastado: que ese día llevaba un
palo y el cuchillo, trayendo en el primero un matambre, carne y
grasa” para darle a ella misma, pues venía de su trabajo. Dijo tam-
bién que no la lastimó ni con el palo ni con el cuchillo, sino con la
llave de la puerta que tenía en la mano. El juez continuó indagando
sobre esta situación, que le resultaba confusa sobre todo porque no
se explicaba la razón por la que José le había dado el dinero a Ma-
ría. Entonces este le explicó que hacía unos tres años que la había
tratado con el objeto de casarse con ella, por lo que estaban desde
entonces viviendo juntos, ayudándose mutuamente a mantenerse;
de ahí que él proveyese de carne para la cocina y “que en todo este
tiempo no han tenido motivo de disgusto por lo que siempre ha
tenido confianza con ella”. Antonio Domingo Ezquerrenea dicta-
minó el sobreseimiento y la libertad de José Antonio, advirtiéndole

                                                            
22
AHPBA. JC. 34.2.36.50, 1816

- 229 -
que ante el más mínimo desorden iba a tomar medidas para escar-
mentarlo de otra manera.23 Este es un caso, entre muchos, en el
cual la reacción indudablemente violenta del varón se revela como
bastante menor en comparación con otros descriptos, donde los
límites de la tolerancia al maltrato parecen haber estado más arri-
ba. Asimismo revela —una vez más- la existencia de un largo concu-
binato pretendidamente justificado por el loable objetivo de llegar
al matrimonio, y el silencio del juez ante el mismo demuestra la
escasa importancia que le daba al hecho.

III. Palabras finales

Dado que la investigación se encuentra en curso, estas pala-


bras finales deben considerarse como notas para contribuir a com-
prender la problemática de la violencia intrafamiliar. La primera
cuestión que emerge con fuerza es la notable diversidad de situa-
ciones, manifiestas no solo en los citados ejemplos sino también en
los que por razones de espacio no se han comentado. Dicha diver-
sidad no permite reconocer una motivación única o un origen uní-
voco en la violencia intrafamiliar, de la misma forma que no puede
identificarse una sola manera de reaccionar frente a la violencia
desatada. Las causas comentadas dan cuenta de matrimonios –
como se vio, la mayoría legales– compuestos por varones y muje-
res mayores de 35 años, algunas viudas con hijos de un matrimonio
anterior y con otros del actual. En general podrían calificarse como
pertenecientes al sector medio, aunque alguno pudo haber estado
orillando la pobreza; no obstante, son ejemplos en los cuales no
encontramos una extrema pobreza, refiriéndonos a los aspectos
materiales de la existencia.
Todos los juicios que se abordaron fueron iniciados por la
denuncia de la violencia ejercida por el marido hacia su esposa.

                                                            
23
El citado juez tuvo una dilatada vida profesional, pública —como político y revo-
lucionario de Mayo- y judicial. Sus datos biográficos en Cutolo, Vicente. Nuevo
Diccionario Biográfico Argentino, Tomo II, Bs. As., Elche, 1968-1983, pp.727-
728. Ezquerrenea se caracterizó por sus actitudes conciliadoras, aunque estaba
firmemente atado a la normas. Algunos ejemplos de ello en Quinteros, Guillermo
O. La política del matrimonio. Novios, amantes y familias ante la justicia, Buenos
Aires, 1776-1860, Rosario, Prohistoria, 2015, pp. 113, 114 y 130.

- 230 -
Una de las conductas que aparece como recurrente en los maridos
es el estado de ebriedad. Si bien es cierto que el alcohol puede –y
lo hace– causar estragos tanto en la persona que lo ingiere como
en las que lo rodean y comparten el mismo espacio, no se puede
considerar únicamente a la ebriedad como causa que origina la
violencia. En todo caso habría que interrogarse sobre cuáles pudie-
ron ser los motivos de la ebriedad de los individuos, lo cual excede
los objetivos de este trabajo. A la hora de juzgar las conductas vio-
lentas ello no importó, aun cuando los golpeadores pudieron am-
pararse en la embriaguez para decir que no recordaban lo que ha-
bían hecho. En ninguno de los casos hasta el momento consultados
se ha encontrado un dictamen que explicite una disminución de la
pena como consecuencia del estado de ebriedad en el que se en-
contraba el acusado en el momento de los hechos denunciados,
como sí ocurría en otros casos procedentes de la justicia penal.24
Vallalta es el único de los maridos denunciados de quien podría
decirse que era un borracho perdido en sentido literal, dado que
aparentemente permanecía en un perpetuo estado de ebriedad y en
consecuencia no podía trabajar, perdía todo y para colmo le pegaba
a su mujer. No obstante, era un alcohólico que no se perdía por
completo puesto que volvía con su mujer de forma altanera, recla-
mándole que lo mantuviera como si tuviera algún derecho. Las
mujeres no hicieron ni una sola mención a que sus maridos hubie-
ran dado en algún momento una señal de arrepentimiento, sino
que –en el mejor de los casos– lograban un impasse en el que el
maltrato cesaba, aunque luego recibían una violencia mayor.
Vallalta regresó luego de seis años; algunos nunca se fueron
y otros, como Gómez, llegaron a cumplir una condena por golpea-
dores pero no escarmentaron. Las mujeres resistieron como y hasta
donde pudieron las situaciones violentas, que se desarrollaban casi
siempre por las noches (al regresar sus maridos a la casa), en pre-
sencia de los hijos y ocasionalmente de las empleadas domésticas,
criados, peones o vecinos. Las familias padecían no solo el hecho
de ver al matrimonio destruido y a sus madres golpeadas, sino que
presenciaban toda una desorganización familiar. Antonina decía
                                                            
24
Parece haber sido frecuente en otro tipo de causas criminales. Ver Yangilevich,
Melina. Estado y criminalidad en la frontera sur de Buenos Aires (1850-1880),
Rosario, Prohistoria, 2012.

- 231 -
que al regresar su marido borracho, rememoró toda su vida pasada
con una angustia que no pudo soportar. En efecto, los maridos
dejaban de contribuir al sostenimiento familiar; los hijos se sentían
y eran amenazados por sus padres varones; las hijas mujeres podían
ser violadas sistemáticamente, como en uno de los casos descriptos;
el trabajo familiar, interrumpido y perjudicado por la acción del
padre; los bienes perdidos y las deudas crecientes. Frente a tales
situaciones, cabe destacar que las mujeres afrontaron como pudie-
ron el sostenimiento de la economía doméstica, y tal vez haya sido
esta valiente conducta y una actitud independiente lo que sus ma-
ridos interpretaron como una afrenta hacia el modelo patriarcal
imperante. Precisamente una y otra vez se denunció la falta de
hombría de los maridos que no podían solventar las cargas familia-
res: lo decían sus mujeres, algunos de sus hijos, pero todos lo sa-
bían –los vecinos y parientes–, por lo que se infiere fácilmente el
efecto que pudo tener tal rumor en los oídos masculinos. Quizás
ello parezca más claro en los casos en que las mujeres iniciaron
juicio de divorcio. Así se mencionaba en el caso de Morales, puesto
que desde que su mujer había iniciado la demanda se había incre-
mentado su virulencia para con ella y sus hijos. El propio Morales
manifestaba públicamente su resentimiento y victimización, y decía
esperar el momento para la venganza a tamañas ofensas. De alguna
manera estos varones se sienten marginados, injuriados por sus
mujeres y por sus familias, y sin bienes propios, en algunos casos
dependían de las esposas para sobrevivir e incluso solventar sus
“vicios”.
Por otra parte, no todas las mujeres interpusieron demanda
de divorcio porque –entre otros factores– había que contar con
bienes suficientes para llevar adelante un juicio y la mayoría de
ellas no los tenían. Muchas resistieron hasta donde pudieron y se
sintieron doblegadas por el acoso y la violencia sistemática de sus
maridos, hasta tal punto que rogaban por sus vidas postradas a sus
pies. Incluso se dieron por vencidas y llegaron a “tolerar” la rela-
ción incestuosa de su marido con su propia hija, esperando en al-
gún momento perder la vida por las golpizas recibidas. Me pregun-
to si las conductas de algunos maridos iban orientadas en ese senti-
do; quiero decir, ¿había premeditación en la violencia practicada?
Porque todo hace suponer –al menos en algunos casos– que la

- 232 -
amenaza, el bofetón, los palos, la violencia desenfrenada, eran una
práctica para mantener doblegada a la mujer y, al mismo tiempo,
lograr los fines que de otro modo no conseguían. Posiblemente ese
era el objetivo de un Luque Morales o de un Gómez: vencer por
completo la resistencia femenina, dominar absolutamente el carác-
ter de sus esposas. La historia de Margarita y su hija Micaela ates-
tigua que de no haber sido informado su hijo mayor de los crueles
tratamientos recibidos, su marido hubiera continuado con las tre-
mendas golpizas y con la violación de su hija. He aquí un punto en
el que cabe detenerse.
Como se dijo, los hechos narrados ocurren ante la presencia
de los miembros de la familia, pero también ante la vista de terce-
ros, como podían ser los vecinos próximos al domicilio o los oca-
sionales transeúntes. Podría decirse que por una u otra razón, la
violencia intrafamiliar era conocida por muchos, era pública y no-
toria. Algunos callaban, como los hijos que, siendo muy niños o
menores de edad, no se encontraban en condiciones ni tenían dis-
posición para denunciar. Además, si sus madres vivían aterroriza-
das permanentemente por lo que pudiera ocurrir la próxima noche,
es fácil inferir el pánico de esos niños sometidos a una situación
que no podían modificar por sus propios medios. ¿Pudo haber una
suerte de acostumbramiento a la violencia intrafamiliar? ¿Las con-
ductas violentas masculinas formaban parte, como un elemento
más, de la vida familiar? ¿Dichas conductas eran la garantía de la
repetición y de la reproducción de la violencia futura? ¿Esos niños
iban a ser igualmente victimarios y víctimas, violentos y sometidos,
como sus padres y sus madres respectivamente? Si bien es cierto
que son interrogantes de muy difícil respuesta, se pueden brindar
algunas explicaciones e interpretaciones a partir de las reacciones
de terceros. Vecinos, empleados, familiares que conocían los he-
chos denunciados desde hacía largo tiempo –porque exceptuando
el último de los casos en el que no se sabe más de lo que se expone,
los episodios de violencia no eran nuevos–, de los testimonios
registrados emerge claramente que se ponían en marcha mecanis-
mos de solidaridad para con las mujeres golpeadas y sus hijos, reci-
biéndolos en sus casas, amparando a las mujeres, ofreciéndoles
abrigo y comida, y defendiéndolas de sus maridos. No siempre
ocurría esto, dado que algunos testigos manifestaron sentirse afli-

- 233 -
gidos por la desdicha de las mujeres pero no supieron qué hacer.
En los vecindarios tanto de la campaña como de la ciudad de Bue-
nos Aires eran conocidas las conductas de los golpeadores, y por
tanto debieron ser comidilla para el chisme, el rumor y las conver-
saciones entre los vecinos, quienes en cuanto pudieron hacerlo en
sede judicial, cargaron en contra de unos maridos despreciables y
despreciados por ellos, cuyas conductas repugnaban por su perver-
sidad y constituían lo opuesto a la hombría de bien.
Por su parte, los jueces tuvieron que lidiar con situaciones
familiares que probablemente hubieran preferido no tener entre
sus manos. Para algunos agentes de justicia, las cuestiones ventila-
das eran tan solo riñas –bastante generalizadas– entre los esposos
y desde luego no era nada deseable que ocurrieran, pero ocurrían,
y ante ello algunos jueces parecen no haber tenido muchas res-
puestas. Estos casos eran, para algunos, causas muy molestas, dado
que hacían perder el tiempo y por eso tendían a recomendar rápi-
damente un acuerdo pacífico entre las partes. Pero a ninguno de
los agentes de la justicia del período considerado se les escapaba el
hecho de que la violencia intrafamiliar era un problema de la so-
ciedad y muy probablemente llegaron a reflexionar sobre lo que
podía hacerse al respecto. Ello se infiere de un discurso judicial que
se interroga sobre el ejemplo que estaban dando los padres golpea-
dores a sus hijos, y sobre las conductas que de estos podía esperarse
en el futuro. O sea, los interrogantes que también nosotros nos
podemos formular. Además en algún dictamen se dice implícita-
mente lo que los jueces podían hacer, a saber: condenar para es-
carmentar y brindar una acción ejemplificadora para que sirviera a
los demás.
Por lo dicho hasta aquí, no parece ser “tolerancia” el término
más adecuado para calificar lo que se visualiza ante una violencia
intrafamiliar generalizada en esta época. Tolerancia da idea de
aceptación o consentimiento y admisión de la violencia, mientras
que las personas vendrían a ser indulgentes o complacientes frente
al mismo fenómeno. Desde luego que en aquella sociedad patriar-
cal había sujetos, como el defensor Anchorena, que defendían posi-
ciones claramente consentidoras de las conductas violentas mascu-
linas, pero no es pertinente generalizarlo. Los casos que se han
analizado muestran que eran muchas las personas que tenían cono-

- 234 -
cimiento de la violencia intrafamiliar existente y que esta era muy
mal vista por ellas. Es más, lejos de tolerarla, se rechazaba la vio-
lencia ejercida por los maridos hacia sus mujeres, y en cuanto pu-
dieron o tuvieron la oportunidad de hacerlo, los actores la denun-
ciaron, solidarizándose con las esposas maltratadas. Es posible que
no solo el escándalo resultara insoportable, sino también el hecho
de ver a una mujer destruida por su marido y a unos hijos sin un
futuro deseable para la sociedad y el Estado.

- 235 -
 

Frontera, heterogeneidad y mestizaje en la Banda


Oriental. Los procesos vividos desde el
siglo XVI al XVIII

Isabel Barreto Messano*1

Introducción: contacto y relacionamiento

El territorio que conforma el actual Uruguay fue tardíamen-


te colonizado; la ausencia de metales preciosos contribuyó a ello,
no aventurándose los conquistadores a penetrar más allá de sus
costas. A pesar de los esporádicos contactos con las poblaciones
indígenas, algunas crónicas tempranas consignan la presencia de
una población numerosa y heterogénea: la Memoria de Diego
García, el Diario de Navegación de López de Souza, las Memorias
de Ulrico Schmidel, la obra de Fernández de Oviedo, entre otras
(Barreto, 2001; Cabrera Pérez, 1998). Las investigaciones arqueo-
lógicas y etnohistóricas establecen que en los territorios del Plata
se sucedieron grupos humanos que mostraron distintas adaptacio-
nes al medio y estructuras socio culturales diversas. Las referencias
documentales del siglo XVI ubican tres parcialidades diferentes
que habitaban el actual territorio uruguayo en ese momento: cha-
ná—timbúes, guaraníes y charrúas (Figura 1).
Hacia el oeste del territorio, en la zona donde hacia fines del
siglo XVII se habrá de emplazar la reducción de Santo Domingo
de Soriano, las fuentes hablan de la presencia de grupos chanás y
chaná—timbúes (Acosta y Lara, 1989; Cavellini, 1987). Los docu-
mentos refieren que “... y mas adelante en la mesma costa, passan-
do el rio Nero (sic, Negro), esta otra gente que se dice chanastim-
búes, que viven en islas de la costa...” (Fernández de Oviedo y Val-
dés (1535), 1851:191), "...andando rio arriba, hay otra parcialidad
que se llama chanás (jeneas) y otros que moran junto a ellos y se
llaman chanas (jeneas) Atambures. Todos estos comen maíz, carne
y pescado” (García (1527), 1933: 206). Se trataría de grupos canoe-
ros con una economía basada en la pesca complementada con la
                                                            
1
*Dra. en Ciencias Biológicas, Lic. en Antropología. Investigadora y docente del
Centro Universitario de Tacuarembó, Universidad de la República (Uruguay).

- 236 -
 
caza y la recolección, muy adaptados al área ribereña; son los
“Chaná”, “Chaná Beguá”, “Chaná Thimbu”, “Coronadá” y “Qui-
loaza”, mencionados en las crónicas. El uso de textiles (algodón) y
rudimentos de horticultura parecerían constituir los préstamos más
significativos de sus vecinos guaraníes (Cabrera Pérez, 1993). Al-
gunos investigadores consideran a estos grupos como “guaraniza-
dos”, en virtud de estar ubicados en áreas periféricas donde se
constata una importante influencia guaraní, la que contribuyó a
generar intensos procesos de intercambio (Cabrera Pérez, 2000).
En las zonas intermedias (los territorios llanos del Uruguay y
Nordeste argentino), encontramos grupos nómades o semi-
nómades de cazadores del tipo pampeano, que desde el Río de la
Plata se extienden hacia el norte (Bracco, 2004; Pi Hugarte, 1993;
Salaberry, 1926). Son los denominados charrúas, minuanes, yaros y
bohanes; parcialidades que poseen estructuras socio económicas
muy distintas a las del conquistador, lo que contribuyó a que con-
formaran grupos humanos difíciles de introducir al sistema organi-
zativo que impondrá la Conquista. Estas características hicieron
que permanecieran inicialmente alejados del proceso conquistador,
sobreviviendo en el tiempo hasta la ocupación real y directa del
territorio (Cabrera Pérez, 1993; Cabrera Pérez & Barreto, 1998;
Cavellini, 1987).
Con respecto a los guaraníes2, se tiene referencia de su pre-
sencia en nuestro territorio al momento de la conquista; las cróni-
cas del siglo XVI así lo muestran, ubicándolos principalmente en
las islas del delta del Paraná y en las costas de los ríos Uruguay y
Negro (Acosta y Lara, 1989). Las investigaciones realizadas permi-
ten establecer en la región platense se dieron dos grandes despla-
zamientos tupí—guaraníes: a.- hacia el oeste, se encontraban los
grupos que habrían descendido por los ríos Paraná y Uruguay has-
ta llegar al Río de la Plata, ejerciendo diferentes grados de influen-
cia sobre los grupos locales. b.- Por el este, sobre la costa atlántica,
desplazamientos tupí — guaraníes habrían llegado hasta Santa Cata-
lina en la costa del Brasil, y desde ahí hasta el Plata, generando a
                                                            
2
Grupos originarios de la floresta tropical que llegan hasta el Río de la Plata a
través de los ríos Paraguay, Paraná y Uruguay. Tienen una estructura social com-
pleja, viven en aldeas, practican agricultura de roza, antropofagia ritual y realizan
movimientos migratorios en busca de “la tierra sin mal”.

- 237 -
 
través de distintos procesos de relacionamiento con las poblaciones
locales (los constructores de cerritos) cierto grado de “guaraniza-
ción” de las mismas (Cabrera Pérez & Barreto, 1998). Estos grupos
“guaranizados” mostraban una estructura socio cultural bastante
similar a la de sus vecinos tupí—guaraníes en lo que respecta a los
aspectos económicos y políticos, aunque marcadas diferencias en lo
supraestructural. Sin embargo, la escasez de excavaciones arqueo-
lógicas sistemáticas en las zonas mencionadas que puedan corrobo-
rar dicha presencia, hacen que los datos etnohistóricos disponibles
sean confusos y poco contrastables, estando en discusión hoy si
existió la presencia de tupí—guaraníes, o si se refiere a grupos “gua-
ranizados” (Cabrera Pérez, 1994; Farías, 2006).
Con el arribo del europeo y en virtud de los cambios que se
generan en la región, los grupos sufrirán importantes modificacio-
nes socioculturales que contribuirán a su deculturación. Las pobla-
ciones "guaranizadas" del oeste (chanás timbúes), serán rápidamen-
te asimiladas al sistema de encomienda y servidumbre que se ins-
trumenta en las recién fundadas poblaciones españolas. Los "cons-
tructores de cerritos" del este, desaparecerán rápidamente debido
al sistema de caza de indios que aplicaban los portugueses (los lla-
mados "rescates"), dejando la zona en pocas décadas despoblada
(Barreto, 2001). Los grupos de cazadores recolectores del tipo
pampeano (charrúas y afines) se tornarán ecuestres, incorporándo-
se como elemento importante en las nuevas relaciones económicas
establecidas, buscando con frecuencia adquirir a través del inter-
cambio elementos de la cultura europea (aguardiente, chuzas de
metal, géneros, etc.).
A partir del siglo XVII la presencia de forasteros será una
constante; estancieros provenientes de Buenos Aires, Corrientes y
Santa Fe recorrerán la Banda Oriental en busca de ganado y cue-
ros. Esto le brindará al territorio una dinámica poblacional particu-
lar, en la que se conjugan intereses complejos en torno a un eje
único: la lucha por la tierra y la explotación ganadera. Hacia co-
mienzos del XVIII, encontramos con un amplio territorio no va-
cío, pero sin poblaciones asentadas, a excepción de la reducción
indígena de Santo Domingo de Soriano (fundada en 1662 — 1664)
y de la Colonia del Sacramento fundada por los portugueses en
1680 (Gelman, 1995). El establecimiento de poblaciones estables

- 238 -
 
se habrá de consolidar a partir de la fundación de Montevideo en
1724.
El presente trabajo pretende, a partir del complejo panorama
poblacional reseñado, conocer las modalidades y situaciones de
contacto ocurridas en el territorio oriental y sus consecuencias a
nivel poblacional. El énfasis está puesto en un abordaje propio de
la Etnohistoria y la Antropología, considerando los aportes de am-
bas disciplinas como una confluencia interdisciplinaria que “se
ocupa del otro social, desde la perspectiva de la etnicidad y consi-
derando sus transformaciones a través del tiempo” (Lorandi & del
Río, 1992:10). La etnohistoria es en este caso, una disciplina de
síntesis, en la cual a partir de su propia especificidad, se combinan
“perspectivas, modelos, técnicas e información de la arqueología, la
antropología y la historia” (Boixadós, 2000:133 — 134).
En los últimos tiempos han surgido enfoques diferentes, dis-
cusiones teóricas y abordajes de archivos desconocidos o poco con-
siderados, que brindan una visión diferente de la documentación
existente y sus interpretaciones. Esto ha arrojado principalmente
dudas sobre muchos de los enfoques aceptados y sobre las interpre-
taciones que frecuentemente trasmiten la visión ligera y prejuiciosa
del cronista. Es necesario trascender dicha visión en general estre-
cha, superficial y comprometida del relato, para alcanzar más allá
del mismo, la propia realidad latente de los grupos descriptos en
los documentos.
En lo que respecta al Uruguay, la temática indígena se ha
puesto particularmente de moda, y es abordada desde muy diversas
miradas, frecuentemente contradictorias, lo que contribuye a in-
crementar la confusión sobre las sociedades indígenas, sus roles y
sus aportes. Cabrera Pérez (2009), establece que la construcción de
este discurso, se observa un proceso que puede ser analizado desde
tres enfoques: a.- el discurso historiográfico etnocentrista que ha
visto al indígena como una mera barrera a la civilización, donde
éste es valorado desde la perspectiva del conquistador y a través de
sus rasgos más alejados de la sensibilidad occidental, y ubicado
siempre al margen del real sistema socio cultural involucrado. La
principal consecuencia de este hecho es una visión estática y atem-
poral de lo indígena. Se lo contempla a través de una visión ahistó-
rica, la cual aparece con mucha fuerza en los textos de enseñanza, y

- 239 -
 
sobre todo en el imaginario de la mayoría de los uruguayos. De
esta forma lo indígena es asumido como algo ‘uniforme’, estático y
valorado como ‘primitivo’ o ‘salvaje’, al extremo de ubicarlo casi
fuera de lo ‘humano’. b.- el discurso académico - científico que
desde los campos disciplinares de la Arqueología, Etnohistoria y
Antropología, abordan el análisis sistemático de dicho pasado,
aportando información una veces de carácter puntual y otras en
forma general. Esto posibilita la visualización de sociedades diver-
sas, frecuentemente dentro de esquemas socioculturales en franca
contradicción con la historiografía tradicional. c.- La construcción
de discursos ‘míticos’ con un fuerte componente emotivo que ha
llevado, a partir de 1986 a la aparición de asociaciones reivindica-
torias, promoviendo reconstrucciones del pasado aborigen extra
académicas, donde sus miembros se involucran ya sea por elemen-
tos biológicos, como a través de la adopción de tal vínculo como
una supuesta “opción cultural”.
Estas tres visiones, por momentos contrapuestas, deben ser
analizadas en función de los aportes de investigaciones surgidos en
los últimos años, que permiten nuevas aproximaciones a las socie-
dades indígenas y al complejo panorama de interacciones que se
desarrollaron en la región durante los siglos XVII y XVIII. Sin
perder nunca de vista que estos grupos humanos constituyeron
“realidades históricas, localizadas en el tiempo y espacio y provistas
de determinados contenidos culturales que, por demás, no son
estáticos” (Mandrini, 1992: 69).
Un elemento clave que permite comprender y explicar los
procesos vividos por las poblaciones indígenas del Plata, es la situa-
ción de “frontera” del territorio. Este concepto es diferente a la
idea de límite geográfico entre dos territorios, ya que los elemen-
tos que habitan a ambos lados son concebidos como distintos;
mientras el primero es una línea longitudinal, el segundo es un
espacio geográfico y cultural transversal; el límite separa para que
luego la frontera pueda poner en relación (Cabrera, 2009). Dentro
de esta idea, la frontera es visualizada como un espacio de encuen-
tro y de fricción entre la civilización y la barbarie, y presentada
como un escenario de enfrentamiento interétnico, donde a menu-
do, se suceden relaciones de comercio y un profuso mestizaje entre
sus pobladores (Gascón, 2008). Por lo tanto, esta idea dentro de

- 240 -
 
una perspectiva antropológica, se construye a partir de las interac-
ciones sociales que la definen como tal, en el espacio y en el tiem-
po, dejando de lado cualquier delimitación previa que pretenda
concebirla como una totalidad preexistente con rasgos de una ho-
mogeneidad preestablecida (Bandieri, 2001).
En poblaciones de frontera esperamos encontrar una diná-
mica poblacional que muestre alta heterogeneidad (étnica y geo-
gráfica), con valores elevados de masculinidad lo que debiera con-
dicionar el mercado matrimonial por un lado, y favorecer la alta
ilegitimidad en algunos sectores por otro (Barreto et al., 2014). De
esta manera, el espacio de “frontera” generado por los imperios
ibéricos actuantes en la zona, configura un área de exclusión con
una población extremadamente heterogénea, un espacio complejo
de mestizaje, comercio, evasión, conspiración, donde los grupos
indígenas interactúan con individuos diversos y en situaciones muy
diferentes: bandeirantes, corsarios europeos, contrabandistas, ma-
rinos, desertores, faeneros, etc. (Cabrera Pérez, 2015).

Los actores sociales

El territorio de la Banda Oriental no muestra homogneidad


en los procesos poblacionales vividos. Podemos considerar dos
zonas bien diferenciadas:

1. Al sur, veremos una dinámica poblacional intensa desde fi-


nes del siglo XVII, cuando se concentran en la región di-
versos actores sociales, muchos de ellos con intereses con-
trapuestos. En el mismo interactuaron distintos grupos
humanos, los cuales, sin perjuicio de disensiones internas,
tendrán objetivos y realidades diferentes. Hacia las prime-
ras décadas del siglo XVII, ubicamos el accionar de indíge-
nas cultivadores, cazadores y recolectores; de españoles y
portugueses, mestizos y, en menor medida, individuos de
otras procedencias (franceses e ingleses, negros y pardos).
Un elemento disparador de esta situación poblacional lo
constituyó la introducción al sur del territorio del ganado
vacuno y caballar, hacia 1611 — 1616, el cual tendrá conse-

- 241 -
 
cuencias impredecibles en el posterior proceso colonizador
de la región.
2. Al norte, durante los siglos XVII y XVIII gran parte del te-
rritorio forma parte de dos de las estancias misioneras más
notables por extensión y producción: Yapeyú y San Borja, y
donde cada una de ellas contaba con numerosos puestos de
estancias y una numerosa población procedente de los pue-
blos misioneros (González Risotto, 1989). La documenta-
ción histórica indica que en la zona se habrían establecido
por lo menos 16 “puestos” de estancias, donde cada uno
“poseía una capilla, un oratorio, además de corrales, galpo-
nes y/o tinglados, huertos y viviendas para las familias de
sus capataces y operarios [...] constituía pequeños centros
poblados en vastas extensiones que servían de posta y apo-
yo para las comunicaciones" (Poenitz, 1987:382). Aquí la
presencia española y portuguesa (ya sean soldados, grupos
de contrabandistas, o comerciantes) será una constante
luego de la Guerra Guaranítica (1757), cuando el extenso
territorio pase a la jurisdicción civil.

Portugueses y españoles

En los territorios ubicados al sur, la presencia europea y


criolla será tangible hacia finales del XVII, cuando el mismo se
convierta en un centro de atracción por la explotación de la única
riqueza existente: los cueros vacunos. A partir de esto, la penetra-
ción europea adquiere formas diversas, siendo una constante la
presencia de faeneros santefecinos, correntinos y porteños, así co-
mo la de bucaneros y piratas que provenientes de distintas naciones
se instalan temporalmente en la costa a los efectos de obtener cue-
ros (Cabrera Pérez & Curbelo, 1988). En las últimas décadas del
siglo será efectiva la ocupación del territorio, impulsada a partir del
establecimiento de la reducción indígena de Santo Domingo de
Soriano (entre 1662 y 1664), y posteriormente por la fundación
portuguesa de Colonia del Sacramento (1680). La primera, si bien
se trata de un poblado que concentra indígenas chanás y charrúas,
oficiará en la región como un referente clave para el posterior
asentamiento de pobladores europeos (no sólo españoles) y crio-

- 242 -
 
llos, así como centro activo del mestizaje en la zona (Aguilera et al.,
1994; Barreto, 2011; Barreto et al., 2008a). En lo que respecta a la
Colonia portuguesa, su presencia desde temprano accionará una
red compleja de relacionamientos con los grupos indígenas del
territorio, principalmente los minuanes y en menor medida, con
indígenas misioneros durante los numerosos sitios a la fortaleza
lusitana (Barreto, 2016).
En las primeras décadas del siglo XVIII en todo el sur del te-
rritorio encontramos un importante contingente de personas que
circulan con el fin de extraer la riqueza ganadera. Incluso previo a
la fundación de poblados importantes como Las Víboras, El Espi-
nillo, incluso Montevideo, se constata una presencia significativa
de hombres que trabajan como peones en las arriadas del ganado y
en la posterior extracción de los cueros. Esto se observa en los da-
tos de los padrones de población realizados en la región (Tabla 1),
donde se constata valores muy aumentados de masculinidad (Im)3.
Estos europeos, “españoles de la tierra” y criollos, conforma-
rán un grupo social importante (entre el cual se ubican los estan-
cieros), los que lograrán a través de la tenencia de la tierra, alcanzar
cierto poderío económico y político. Con estrategias diversas se-
gún las situaciones, buscarán ascenso social y la conservación del
patrimonio, encontrándose matices diferentes en la región. Por
ejemplo, en torno a la reducción de Santo Domingo de Soriano se
establecen numerosas estancias cuyas peonadas la conforman hom-
bres solteros de muy variado origen (santiagueños, cordobeses,
entrerrianos, santafesinos, entre otros). Este conglomerado hu-
mano logrará alcanzar ascenso social a través de matrimonios con
mujeres indias o mestizas de la reducción, que poseen por heren-
cia, tierras y casa en el poblado (Barreto, 2011). Sin embargo, en la
misma zona pero fuera de la jurisdicción de la reducción, encon-
tramos como modalidad seguida principalmente por los estancieros
ya establecidos, el concretar uniones endógamas con mujeres de su
mismo sector social, a los efectos de mantener en la familia el pa-

                                                            
3
Índice de Masculinidad: es la razón hombres / mujeres x 100 en una población o
sector de la población determinado. Su valor nos indica cuán masculinizada o
feminizada está una población; esto no es un dato menor, ya que afecta directa-
mente el mercado matrimonial y el sistema de parentesco y cruzamientos de los
grupos.

- 243 -
 
trimonio adquirido por compra o simple reclamo a las autoridades
(Barreto, 2009). Esto es un elemento importante si nos detenemos
en el análisis de los procesos de mestizaje en la región y considerar
cómo los aspectos culturales y económicos pueden estar implícitos
en dicho fenómeno.
Conjuntamente con este fenómeno, encontramos que el
desarrollo de la riqueza ganadera propicio en paralelo, la aparición
de un conjunto de individuos que a principios del siglo XVII la
documentación calificaba como mozos perdidos, cuya participación
en el control relativo de la campaña aumenta considerablemente
durante el siglo. Bracco cita que hacia fines de la década de mil
seiscientos sesenta "muchos mozos sueltos, hijos de familia,
desamparan la tierra, buscando otras donde puedan gozar de mejo-
res comodidades”. Por entonces se sostenía que la mayoría de los
“vecinos son en extremo pobres, que no tienen nada que perder, y
habitan en las chacras y estancias de estas dilatadas pampas, pobla-
das de caballos y ganado vacuno, con facilidad se desparraman y
apartan más de 100 y 200 leguas” (2004: 78-79). El autor sugiere
que a un ritmo creciente pero difícil de cuantificar, se estaba ges-
tando en el medio rural un nuevo actor social que se caracterizaría
por tratarse “de hombres vagamundos y de mal vivir” (2004:79). La
proximidad cultural con la sociedad colonial como con el mundo
indígena le conferirá ventajas que le permitirán sobrevivir y crecer,
al amparo de las nuevas condiciones imperantes en las que resulta
escasa la presencia femenina no indígena.

Los grupos indígenas interactuantes

1.- Los cazadores — recolectores

Con la introducción y explotación del ganado vacuno y caba-


llar, los indígenas cazadores recolectores de tipo pampeano, que
han reconvertido su economía y consecuentemente sus pautas cul-
turales, habrán de desarrollar distintas estrategias en relación a los
intereses políticos que españoles y portugueses tienen en la región.
Hacia las primeras décadas del XVII, numerosos documen-
tos dan cuenta de la repercusión que tuvo en la vida de los grupos
indígenas el ganado vacuno y caballar, generando cambios impor-

- 244 -
 
tantes en la movilidad, dieta, armamento, vestimenta, vivienda,
entre otros. Es notoria la rapidez con que estos indígenas cazado-
res recolectores incorporan a su estructura socioeconómica estos
nuevos elementos, transformándose en indios ecuestres (Cabrera
Pérez & Barreto, 1998). A su vez, el manejo de este recurso por
parte de los indígenas, incluye un amplio espectro de posibilidades
y actividades, combinando complejos sistemas de intercambios,
vinculando diferentes unidades del mundo indígena y a éste con la
sociedad colonial/criolla a través de múltiples instancias de relacio-
namiento. La documentación muestra una situación compleja en la
que el ganado juega un rol económico fundamental para estos gru-
pos, no solo a nivel de consumo directo, sino como un elemento de
comercio que permite acceder a productos de la economía colo-
nial, ubicando a los mismos en una posición particular para nego-
ciar y comunicarse con el europeo o criollo. En muchos casos, este
recurso implico el manejo de estrategias planificadas a nivel de
mantenimiento de tropa, arreos, amansamiento, etc. (Cabrera Pé-
rez, 2001).
Hacia 1688 hay referencias portuguesas a la presencia de
grupos guenoas en cuyas tolderías habría más de 1000 caballos
“con cria de yeguas y muchas mulas” (En Barrios Pintos, 2000:47).
La documentación portuguesa consigna en numerosos testimonios,
las relaciones de intercambio generadas con el indígena, en la cual
este aportaba caballos y ganado vacuno y prestaciones de servicio,
recibiendo como pago “chuzas” de metal o cuchillos, aguardiente,
tabaco, yerba, ropa, etc. Con frecuencia realizaba tareas como ba-
queanos, arreando o cuereando los animales, transformándose en
un elemento clave dentro de los planes de dominio lusitano. En lo
que a la Colonia del Sacramento refiere, los indígenas “infieles”
constituyeron a través del tiempo una fuente importante de aprovi-
sionamiento (Riveros Tula, 1959). Una documentación señala que
durante unos de los sitios a la mencionada ciudadela por parte de
los españoles, que “se nao forao os Indios Meneones (minuanes)
q´lhe levao rezes, nem carne tiverao: e he grande o miserable esta-
do em q´ os Castelhanos tem posto a Colonia” (En Veiga — Cabral,
1958). La relación entablada desde la Colonia del Sacramento y los
grupos minuanes, muestra formas de relacionamiento particulares,
ya que fundada la misma, el objetivo a seguir por parte de los lusi-

- 245 -
 
tanos, fue establecer y garantizar el enlace con la Capitanía de San
Pablo. Es así que los portugueses plantean una política muy dife-
rente a la realizada en sus colonias con respectos a los indígenas;
mientras que en tierras del Brasil el indio es básicamente una fuen-
te de mano de obra esclava, aquí resulta más útil su evangelización
y su transformación en agente militar y económico ideal para de-
fender la ocupación y control del territorio, así como explotar las
riquezas del mismo (Cabrera Pérez & Curbelo, 1988; Barreto,
2001, 2016). Para los portugueses la ocupación de la tierra se con-
sideraba necesaria “... p. la exuberancia dos gados; pela multidao da
cassa; p. la utilidade de comercio, q indispensavelm.te hao — de ter
com o Brazil pelo abultados intereses. q prometen estas negocia-
coen com os indios habitadores daq. le certao” (En Veiga Cabral,
1958:140).
Esta relación con el conquistador portugués tendrá como
consecuencia un recrudecimiento de las hostilidades indígenas en
el frente hispano, ya que inducidos por los lusitanos, se atacará las
estancias españolas ubicadas en el sur del territorio así como las
poblaciones jesuíticas ubicadas al norte. Por otra parte, el comercio
con los portugueses y las relaciones a partir del mismo establecidas
con los grupos indígenas, implicaron una intensificación de los
procesos de aculturación, que hasta el momento eran lentos (Ca-
brera Pérez, 2015; Barreto, 2016). Con frecuencia se menciona que
“... estos Indios infieles, el que menos tiene dies cauaballos, otros
tienen veynte, otros treynta, y otros mas”, encontrándose siempre
dispuestos a comercializar con todos los individuos que se acerca-
ran, sin importarles la “nación” a la que pertenecían o la condición
social.
Las relaciones entre “faeneros” e indígenas no involucraron
solo a los portugueses si no que estas se desarrollaron con casi to-
dos aquellos que atraídos por esta riqueza arribaban a las costas.
Así lo menciona como ejemplo, un informe de Bruno de Zabala
que señala que los minuanes les prestaban ayuda a los franceses en
sus acopios de corambre atraídos dice “con el incitativo de la bebi-
da” (En: Barrios Pintos, 2000:225). La creciente necesidad del in-
dígena de acceder a ciertos productos, el metal y el aguardiente
entre ellos, se transforma en un incentivo constante de acerca-
miento de éste a la sociedad colonial, generando un proceso de

- 246 -
 
relacionamiento el cual ocasionará profundas y drásticas modifica-
ciones en las pautas culturales de los grupos sobrevivientes.
Los avances portugueses en la zona, motivará a la corona es-
pañola a una ocupación más efectiva del territorio, fundándose
centros poblados (Montevideo en 1724 — 26; posteriormente Mi-
nas, Canelones, San José y Melo, hacia fines del XVIII) e instalar
fortificaciones en el intento de un mayor control del territorio y
sus hombres. El indígena en virtud de los cambios que se suceden
en la región y de la dinámica de las relaciones establecidas con lusi-
tanos y españoles, será a veces perseguido, otras incorporado en
forma transitoria, o como factor de comercio o intercambio en un
proceso creciente de aculturación (Cabrera Pérez & Barreto,
2006). Un ejemplo de ellos son los múltiples testimonios que indi-
can el interés de los indígenas en acercarse y relacionarse en forma
pacífica con las poblaciones coloniales. En 1750 varios caciques
minuanes se presentan ante el Cabildo de Montevideo pidiendo ser
reducidos; ante los gastos que esto podría ocasionar a las mengua-
das arcas del Cabildo y a sus vecinos, se decide ahuyentarlos lejos
de la jurisdicción (Cabrera Pérez & Barreto, 1997). Existen otros
ejemplos similares: en 1766 se presentan a Santo Domingo de So-
riano unas veinte familias “de indios infieles de nación charrúa” los
que hace unos 10 años habían arribado a la jurisdicción “en solici-
tud de cristiano arrimo” (Brabo, 1875:116).
Quizás el acuerdo de paz más conocido entre los minuanes y
la población de Montevideo sea la denominada “Paz de 1762” en la
que se acercan a Montevideo “ ... quatro Indios de nación Minuana
con Vn Casique ... los quales siendo recombenidos del fin desu
venida, aseguraban no ser otro que el de buscar en nosotros lapaz,
y buena armonia para conellos, y que les dejasen establecerse en
esta Jurisdis.on”. El Cabildo les propone que permanezcan con sus
familias en la jurisdicción “se conchavarían y darían que travajar
por Salarios paraque asi tuviesen que haver y conq.e comprar loque
hubiesen de menester ...” (Acuerdos del Cabildo, 1762, 3:289).
Esta paz durará dos años, hasta que asuma el gobernador De la
Rosa y los nuevos repartos de suerte de estancias aconsejen desalo-
jarlos hacia tierras menos productivas (Cabrera Pérez & Barreto,
1997). Es muy ilustrativa de este período, la crónica realizada por
Pernetty, quien arriba a Montevideo en 1763 y describe en detalle,

- 247 -
 
la comercialización de “productos de la tierra” (cueros de tigre,
plumas de ñandú) por parte de los minuanes con los vecinos de la
ciudad, buscando introducirse los indígenas, en ese mundo de mer-
cado, de pulperías y transacciones comerciales.
A lo largo del siglo XVIII, con el poblamiento de la jurisdic-
ción de Montevideo a través del reparto de “suertes de estancias”,
la “frontera” que separa el territorio en manos de los indígenas (el
“desierto” como se denomina en la época) de las tierras “civiliza-
das”, se desplazará cada vez más, abarcando primero todo el sur de
la Banda Oriental, y después el resto del territorio. Conjuntamente
con esto, el ganado, hasta entonces “del común”, pasará a tener
dueño, y los indígenas que unas veces intervenía como “mano de
obra” en las cuereadas o arreadas, o en la simple transacción de
“chuzas” de hierro, tabaco y aguardiente por cueros, se verán des-
plazados y perseguidos.
Hacia finales del siglo, las relaciones hacendados-indígenas
se vuelven más violentas; la tierra pasa a tener dueño y el ganado a
tener marca. Esta situación involucra no sólo a los grupos indíge-
nas ‘infieles’, sino también a un amplio y variado contingente hu-
mano: indios misioneros evadidos de las reducciones jesuíticas,
contrabandistas, portugueses o evadidos de los barcos que arriba-
ban al Río de la Plata. Ante el clamor creciente de los hacendados y
en el marco del plan puesto en marcha por la Corona destinado al
“arreglo de los campos”, el cual entre otros propósitos buscaba el
control del territorio y su pacificación, el Virrey Marqués de Avilés
encomendará al Capitán Jorge Pacheco una campaña de extermi-
nio en 1801. La misma, llevada a cabo con inusitada violencia, su-
puso significativas bajas para la población indígena, tanto en lo que
respecta a muertos, como de cautivos, que serán trasladados a Bue-
nos Aires y repartidos entre las familias allegadas al régimen Colo-
nial (Acosta y Lara, 1989).

- 248 -
 
2.- Los indígenas misioneros4

Si bien se discute la presencia guaraní previa a la conquista,


es un hecho significativo el aporte indígena misionero en nuestro
territorio, el cual se dará a partir del siglo XVII, cuando desde los
distintos pueblos fundados por los jesuitas habrán de descender
hacia la “vaquería del mar” en la búsqueda de ganado para las es-
tancias misioneras (Cabrera Pérez & Curbelo, 1988; Cattaneo,
(1866) 1941).
Múltiples situaciones y necesidades de la sociedad colonial
llevan a que indígenas misioneros arriben y se instalen en nuestro
territorio, contribuyendo en forma importante al poblamiento de
la campaña y a la formación de muchos de los primeros centros
urbanos. Los vamos a encontrar como pobladores en los puestos de
las estancias; prófugos, huidos de los pueblos misioneros; mano de
obra, traídos para la construcción de obras militares durante la
colonia; soldados de la corona, integrando los ejércitos que enfren-
taron principalmente a portugueses e indígenas infieles; desplaza-
dos sociales, principalmente luego de la expulsión de los jesuitas y
durante el período patrio (Barreto et al., 2008b).
Constituyen así una corriente migratoria persistente y conti-
nua, formada a veces por individuos aislados o por grupos familia-
res. Testimonio del peso demográfico de esta migración lo tene-
mos en el empleo generalizado del guaraní en la toponimia, siendo
además la lengua hablada por la mayoría de la población rural del
Uruguay hasta mediados del XIX (González Rissotto & Rodríguez
Varese, 1997). Distintos autores coinciden en señalar que la inser-
                                                            
4
En las Misiones Jesuíticas confluían distintas parcialidades indígenas, no sólo
guaraníes, por lo tanto se prefiere optar por designar a los indígenas originarios
de esta dispersión como “misioneros” y no “guaraníes - misioneros”. El concepto
indígena misionero responde a un enfoque antropológico, hace referencia a un
grupo de individuos originario de los territorios misioneros jesuíticos y pertene-
cientes a diferentes etnias. Tiene como contexto comportamientos culturales
indígenas de larga duración, por ancestros y memoria comunes, por la ritualidad y
apego a la religión católica, que lo transforman en un grupo con identidad propia,
la cual puede ser reconocida: a través de la documentación escrita producida por
ellos — cartas y documentos de reclamo, protesta, decisiones, adhesiones a causas
bélicas como en el caso de Artigas y la defensa de Misiones, entre otros- Al res-
pecto ver: Padrón Favre (1991, 1996), Meliá (1986), Poenitz & Poenitz (1993),
Curbelo & Barreto (2010).

- 249 -
 
ción de los indígenas misioneros en el medio rural trajo aparejado
un lento proceso de mestizaje desde fines del siglo XVIII hasta
mediados del XIX (Acosta y Lara, 1981; Barreto et al., 2008b;
Curbelo & Padrón Favre, 2001; González Rissotto & Rodríguez
Varese, 1982; Padrón Favre, 1986; Sans 1992; Sans et al, 1994,
1999). En los mismos, se pone de manifiesto que los procesos de
poblamiento y de formación de las sociedades en distintas zonas de
nuestro territorio, fue mucho más complejo y rico desde el punto
de vista de los encuentros humanos y culturales (Padrón Favre,
2000). Los nuevos abordajes están permitiendo ahora, conocer con
mayor precisión lo que sucedió con estos pobladores en el siglo
XIX una vez asentados en el territorio; principalmente, los meca-
nismos de integración, la estructura demográfica y la conformación
familiar resultante (Barreto et al., 2008b).
Distintas fuentes permiten establecer esta presencia: Oyarvi-
de describe en su diario en 1796, la presencia al norte del arroyo
Chapicuy de restos de corrales abandonados pertenecientes a la
estancia de Yapeyú “... estuvo una estancia grande que llamaban
Chapicoi que hacía tres años quedara despoblada al retirarse los
Indios a su pueblo de Yapeyú” (En Barrios Pintos, 2000:334). Por
otra parte, el marqués de Avilés menciona en su memoria en 1801,
que “... en el paraje llamado Paysandú, hay un establecimiento de
indios dependientes de Yapeyú, que en el día tiene veinte y un na-
turales con algunos ganados ...” (En Barrios Pintos, 2000:335).
Pasada la Guerra Guaranítica (1757) y la expulsión de los jesuitas
(17, esta presencia misionera se habrá de incrementar en la región.
Se puede considerar sin lugar a dudas, que el componte misionero
conformó realmente el sustrato poblacional en el territorio al norte
de la Banda Oriental.

Contacto y mezcla en zonas de frontera: el rol de las mujeres

Martínez Sarasola (2005), considera que la frontera constitu-


yó una “zona gris”; un espacio entre el mundo civilizado y la bar-
barie indígena; como un lugar entre dos mundos antagónicos don-
de se mezcla lo indígena con los desertores, cautivos, depredado-
res, “bagos”, etc. Sin embargo, como frontera es un espacio diná-
mico de interacción cultural, de mezcla y contacto entre las pobla-

- 250 -
 
ciones, que movidas por distintos intereses, se encuentran y con-
funden; un espacio de caos y terror, donde el robo de ganado y la
toma de cautivos son la norma. Hacia 1790, la región al sur de la
Banda Oriental muestra una asidua y heterogénea presencia mayo-
ritariamente masculina; un documento cita que “continuam.te es-
tan pasando toda casta de Gentes que transitan hasi del Paraguay,
Corrient.s, Santa Fe, Misiones y demas Poblaciones Para Monte-
video, y demas lugar.s de esta vanda, unos con licencia y otros co-
mo les da la gana” (En Frega, 2007:31).
En este ámbito cambiante y heterogéneo, donde predominan
exclusivamente los hombres, la mujer constituyó un elemento esca-
so y por momentos, ausente. Los estudios realizados a partir de
distintos padrones, indican para el siglo XVIII valores muy altos de
masculinidad, tal como se observa en la Tabla 1.
Dado que este espacio de frontera recibió hombres que arri-
baron a un medio ya deficitario en mujeres; las únicas escasas y
disponibles eran las mujeres indígenas o mestizas de las tolderías.
Bracco (2004) considera que en tal contexto, los indios “infieles”
habían comenzado a perder la guerra tanto por los efectos directos
que tenía sobre ellos como por la imposibilidad de preservar sus
mujeres y niños del proceso de aculturación. En este territorio de
tránsito, o residencia más o menos forzada, para individuos porta-
dores de diferentes culturas, donde nada indica el arribo de muje-
res europeas o blancas a la región, los recién llegados debieron
procurarlas compitiendo con los indígenas. Si bien este proceso fue
en muy pequeña escala durante el siglo XVI, se volvió algo común
con el transcurrir del siglo XVII y mucho más en el XVIII, lo que
tuvo obvias consecuencias en cuanto al mestizaje en la región. Para
muchos autores, el fenómeno del mestizaje constituye un elemento
relevante en la progresiva disminución de la población femenina al
interior de los grupos indígenas, motivando un acentuado proceso
de retroceso, derivado mucho más que de la muerte de guerreros,
de la creciente incapacidad biológica para reponer bajas.
En este proceso no solo participaron las mujeres indígenas
de los grupos cazadores — recolectores — ecuestres, sino que existe
una significativa presencia de mujeres misioneras, las cuales desde
el siglo XVII aparecen en uniones con hombres europeos o criollos
(Rodríguez Varese & González Rissotto, 1990). Un ejemplo de

- 251 -
 
ello lo brinda el análisis de los matrimonios interétnicos ocurridos
en las poblaciones de Santo Domingo de Soriano y Las Víboras
(SW de la Banda Oriental), donde las uniones en que aparecen
mujeres indígenas representan el 46.8% y el 19%, mientras las que
involucran mujeres blancas son el 41.6% y el 64% (Santo Domin-
go y Las Víboras, respectivamente). Hacia las últimas décadas del
siglo XVIII, las mujeres mestizas e indígenas supera el 50% con
respecto a las mujeres de los demás grupos para la región del sur
oeste del territorio (Barreto, 2011). Si por otra parte se consideran
los datos del registro de bautismos (que consigna el grupo étnico
de padres y madres), se puede entrever un mayor acercamiento a la
realidad subyacente de las uniones interétnicas, ya que no todas las
uniones terminan en la concreción de un matrimonio. Los resulta-
dos encontrados para la zona de influencia de Santo Domingo de
Soriano, por ejemplo, indican que el caudal mayoritario femenino
está dado por madres mestizas e indias, que alcanzan proporciones
del 43% entre los años 1773 y 1792. Posiblemente la región debe
haber actuado como una zona de encuentro interétnico, donde el
elevado componente femenino con origen indígena contribuyó con
este mestizaje (Barreto et al., 2008b).
Con respecto a los aportes diferenciales por grupos étnicos,
si se observa en la Tabla 1, se distinguen dos zonas donde la pre-
sencia indígena es significativa:

1. en el suroeste, donde supera el 35%; zona de influencia de


la antigua reducción franciscana de Santo Domingo de So-
riano; se trata de indígenas chanás y charrúas, y en menor
medida misioneros, a los que encontramos también en Las
Víboras, El Espinillo, Mercedes.
2. al norte del Río Negro, en los antiguos territorios de las es-
tancias misioneras, donde justamente se da un aporte cuan-
titativo muy importante de indígenas misioneros, los que
superan el 50% de la población.

Conclusión

Estos territorios constituyeron espacios por demás dinámi-


cos de interacción cultural, de mezcla y contacto entre poblacio-

- 252 -
 
nes. El arribo de hombres de procedencias muy heterogéneas a un
medio ya deficitario en mujeres, donde las únicas escasas y dispo-
nibles eran las mujeres indígenas o mestizas, propicio el proceso de
mestizaje.
Sin embargo, la población indígena a lo largo del tiempo fue
sufriendo una constante disminución, en particular en lo que a
“Charrúas” y afines refiere, a partir de fines del siglo XVII y fun-
damentalmente durante el siglo XVIII. Por un lado las consecuen-
cias de las acciones de guerra en relación a la población masculina,
donde los que se salvaban de la muerte en acción, eran pasados a
degüello, o desarraigados de su grupo, mediante su remisión a lu-
gares distantes, buscando “desnaturalizarlos”. Por otro la toma de
prisioneros, generalmente mujeres y niños, los que eran incorpo-
rados en forma forzada a la sociedad Colonial/Nacional urbana, lo
que era algo frecuente en el Río de la Plata. Invariablemente, luego
de una represalia militar o campaña de exterminio, “la chusma”, al
decir de la documentación de la época, es decir - los cautivos, en su
mayoría mujeres y niños -, eran llevados a los centros urbanos y
entregados a familias pobladoras. A manera de ejemplo, a lo largo
del siglo XVIII, se han contabilizado varios repartos de indígenas
pertenecientes a la Banda Oriental, fundamentalmente realizados
entre los pueblos de Misiones o los pobladores de Buenos Aires,
aunque también dentro de otros centros urbanos del Plata, cuyo
número total supera los 1500 individuos. Si bien no se ha profun-
dizado demasiado respecto de estos repartos y los procesos de inte-
gración desarrollados por estas vías, en los hechos, los indígenas
pasaban a integrar las familias en condiciones de dependencia muy
similares a las de un esclavo (Cabrera & Barreto, 2006).
Para comienzo del siglo XIX, la población indígena “infiel”
se encontraba significativamente disminuida, mostrando una noto-
ria aculturación y una amplia integración al conglomerado étnico,
que sumido en actividades “ilegales”, tales como el contrabando o
las faenas clandestinas de cueros, controlaba buena parte del medio
rural. Sólo sobreviven a esta altura, de las distintas parcialidades
que en el pasado poblaban el territorio, minuanes y charrúas, am-
bas además en un franco proceso de fusión. La desintegración,
lenta pero efectiva, a lo largo de estos siglos, implicó para el indí-
gena, unas veces la incorporación, forzada o voluntaria a los estra-

- 253 -
 
tos más bajos de la sociedad colonial, otras, la migración hacia zo-
nas menos pobladas o, simplemente, la muerte en campañas orga-
nizadas con el fin de aniquilarlos. Este será el destino que les
aguarde hacia 1831.
En las zonas donde la presencia misionera fue significativa,
principalmente al norte del territorio, se generaron condiciones de
atracción (no siempre voluntarias), favoreciendo el flujo de perso-
nas y las relaciones dinámicas entre las poblaciones y el campo y
entre éstos entre sí, en un proceso complejo y heterogéneo de si-
tuaciones donde convivieron e intercambiaron elementos “varios
horizontes culturales” (Mateo, 1993:128). Posiblemente en este
juego de relaciones, la mujer misionera constituyó un elemento
clave, no sólo en el proceso de mestizaje sino también en el de con-
tinuidad cultural. Tal como lo menciona Padrón Favre es necesario
considerar y destacar este papel fundamental que tuvieron todas las
mujeres indígenas, principalmente como “poderosísimo factor de
transculturación asimiladora” (2001:259).
Sin embargo, al igual que ocurrió con todos los grupos indí-
genas, independientemente de si practicaban los ritos católicos, o
eran excelentes artesanos o domadores, en última instancia eran
“indios” y fueron considerados inferiores y distintos por la socie-
dad “blanca” occidental. Se mezclaran con los sectores más pobres,
compartiendo con ellos un destino en común: ser invisibles para el
resto de la sociedad.

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Mapa 1
Distribución etnográfica de los grupos indígenas al siglo XVI.
Tomado de Cabrera Pérez (2000).

- 261 -
 
Mapa 2
Siglo XVIII
Regiones de la Banda Oriental
Fragmento del mapa de Félix de Azara (1809), en Barreto, 2011

Referencias:
A: norte del territorio
B: zona suroeste
C: zona centro sur
D: zona sureste
E: Colonia del Sacramento (1680 - 1777)

- 262 -
 

Tabla 1
Datos globales por regiones de la Banda Oriental.
Siglo XVIII.
Fuente: Padrones de Población
Total % % %
Im
población indígenas* africanos “blancos”**
Suroeste 3070 139,7 35,6 15,6 48,8
Centro sur 10834 140,4 3,3 24,2 72,5
Sur Sureste 4572 156,7 8,8 14,6 76,6
Subtotal 18476 145,6 15,9 18,1 66
Norte Norte 566 345,7 50,2 9,5 40,3
Todo el territorio 19042 147,5 11,3 20,1 68,6
El término “blancos” es claro cuando se trata de españoles o portugueses y sus
hijos, pero puede ofrecer confusión cuando se trata de individuos cuyo origen no es
preciso. Existen sectores de la población que desarrollan un proceso de
blanqueamiento a través de estrategias diversas, por lo tanto algunos datos pueden
estar subestimados* y otros sobreestimados**

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