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LIBRO DE DANIEL

Este libro ha sido quizá el más discutido de los que componen el canon del AT. Aunque era
considerado como sagrado o “canónico” por los judíos, desde el Siglo II d.C. comenzó una serie
de críticas en su contra cuando Porfirio, filósofo neoplatonista que escribió varios libros en contra
de los cristianos, negó la fecha tradicionalmente atribuida al libro (Siglo VI a.C.) y alegó que debió
haber sido escrito en tiempos de los macabeos, esto es, en los alrededores del siglo II a.C. Las
razones para esta crítica residen, precisamente, en el admirable carácter profético de ​D. Para
buscar una explicación racional a la forma exacta en que describe acontecimientos que en el
momento de escribirse eran muy futuros, muchos quieren pensar que el texto fue compuesto
“después” de consumados los hechos, considerándolo, por lo tanto, un libro de relatos, no de
profecía.
Todos los esfuerzos que se hacen para desacreditar al libro de ​D. tienen el propósito de negar
la realidad de la profecía bíblica. Con este fin se le han hecho, antigua y modernamente, diversas
críticas que incluyen observaciones de tipo lingüístico y supuestos errores históricos. Sin embargo,
el desarrollo de la lingüística y las investigaciones históricas más recientes, especialmente de la
arqueología, han venido a refutar esas críticas. Para poner un solo ejemplo, baste señalar que en
•Qumrán se encontraron porciones de ​D. a las cuales se aplicó la famosa prueba del carbono 14,
y se determinó que esos manuscritos habían sido hechos antes del siglo III a.C. Si ya para esa
fecha era considerado sagrado por los judíos, no hay otra conclusión que no sea entender que
para entonces (Siglo III a.C.) era muy antiguo. De manera que estos descubrimientos “criticaron la
crítica”, y quedó vindicada la tradición judía y cristiana que acepta a ​D. como un libro inspirado,
sagrado y sobrenaturalmente profético.
Pero no era necesario esperar por esas recientes confirmaciones en favor del libro de ​D. El
Señor Jesús aludió de manera directa a este libro, diciendo: ​“Por tanto, cuando veáis en el lugar
santo la abominación desoladora de que habló el profeta ​D​. ​... entonces los que estén en Judea,
huyan a los montes” (Mt. 24:15–16; Mr. 13:14). Además, utilizó de manera repetida, aludiendo a él
mismo, el apelativo de ​“Hijo del Hombre” (Mt. 8:20; 12:8; Mr 2:10; 8:31; Lc. 6:5; 17:22; Jn. 1:51;
12:23). Este título se menciona primeramente en Dn. 7:13–14 ​(“He aquí con las nubes del cielo
venía uno como un hijo de hombre.... Y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los
pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará”). El
uso del libro de ​D.​ por parte del Señor Jesús es la mejor prueba de su autoridad sagrada.
En cuanto a la autoría del libro, aunque éste no lo dice específicamente, todo apunta hacia
aquel a quien el Señor Jesús llamó el ​“profeta ​D.​”, quien lo escribiría en el siglo VI a.C., y llegaría
hasta nosotros después de ser copiado innumerables veces a través del tiempo. El libro tiene por
propósito principal dar testimonio de que Dios controla los acontecimientos de la historia. Los
movimientos de las naciones, su poderío y aparente victoria, comparada con las desgracias de
Israel, debían ser vistas desde esa perspectiva, pero sabiendo que Dios no desampararía a su
pueblo. El libro trae consuelo a los judíos explicándoles que su exilio no sería para siempre y que
vendría el momento cuando retornarían a Sion. Más aun: que la esperanza de Israel se centraba
en la venida de un Mesías. Los lectores debían entonces dirigir sus ojos, no tanto hacia la
aparente preponderancia del mal y las naciones, sino hacia el retorno a su tierra y al Ungido, el
Hijo del Hombre.
Los primeros seis capítulos de ​D. incluyen el relato histórico de los acontecimientos en los
cuales se vieron envueltos el joven exiliado y sus amigos en la corte de Nabucodonosor ( •Daniel.
•Sadrac). Entre ellos se destacan las interpretaciones que dio ​D. a dos sueños que tuvo
Nabucodonosor. A partir del capítulo 7, quien sueña es ​D. mismo, quien inquiere y recibe ​“la
interpretación de las cosas” (Dn. 7:16). Desde el punto de vista de los sueños y revelaciones
descritos en ​D.​, se puede hacer el siguiente resumen:

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El sueño de la imagen de Nabucodonosor (Dn. 2:31–45). Su interpretación revela una
especie de sinopsis histórica de los tiempos comprendidos entre el reino babilónico y la
implantación del reinado del Mesías. Las diferentes características de la imagen son generalmente
interpretadas como aplicables a la sucesión de reinos o imperios babilónico, medo-persa, griego, y
romano. Pero las diferencias de opinión son muchas cuando se trata de interpretar el “calendario”
de los eventos que conducen a la destrucción de la imagen por parte de la piedra no cortada con
mano y el establecimiento del reino de Cristo. Esas diferencias dependen mayormente de la
posición milenarista o amilenarista que se adopte.
El sueño del árbol cortado de Nabucodonosor (Dn. 4:10–37). El rey ve un gran árbol que es
cortado, aunque se deja en tierra su raíz. ​D. declara que vendría una locura temporal a
Nabucodonosor. Esto le acontece cuando se jacta de haber logrado con su brazo las grandes
obras de Babilonia. Después de un tiempo de trastorno mental, el rey se recupera y alaba a Dios.
La visión de ​•​Belsasar (Dn. 5:1–31). Profanando los vasos del •templo de Jerusalén, Belsasar
estaba festejando con ellos cuando vio unos dedos de mano de hombre que escribían sobre la
pared: ​“Mene, Mene, Tekel, Uparsin”. ​D. interpreta esto diciendo que Dios había hecho una
evaluación del reino de Belsasar, lo había ​“hallado falto” y que los medos y los persas lo tomarían.
Así sucedió, en efecto.
Visión de las cuatro bestias (Dn. 7:1–28). Estas bestias surgen del mar y tienen
características muy feroces (león, oso, leopardo, etcétera) La cuarta bestia, con muchos cuernos,
quitó ​“a las otras bestias su dominio”. Vino ​“uno como hijo de hombre”, a quien el Anciano de días
le dio ​“dominio, gloria y reino”. La interpretación que recibe ​D. es paralela a la descripción de los
reinos que figura en la visión de la imagen vista por Nabucodonosor.
Visión del carnero y el macho cabrío (Dn. 8:1–27). Describe la lucha entre estos dos
animales, uno que representaba al imperio persa y el otro al imperio griego, pelea de la cual sale
victorioso el segundo. Pero el cuerno de éste es quebrado cuando estaba ​“en su mayor fuerza” y
en su lugar salen cuatro cuernos. Uno de ellos actúa contra ​“la tierra gloriosa”, quita ​“el continuo
sacrificio” y profana el santuario. Gabriel es quien da la interpretación. Es casi unánime la opinión
de que se trata de una referencia a la lucha de Darío y Alejandro Magno, la victoria de éste, su
muerte y la repartición final de su imperio en cuatro reinos encabezados por sus generales. La
exactitud de esta predicción es una de las cosas que tientan a los incrédulos para decir que ​D. fue
escrito después de estos acontecimientos.
Visión de las setenta semanas (Dn. 9:1–27). El hombre de Dios, haciendo ayuno y oración,
confiesa los pecados del pueblo y los propios, queriendo saber sobre el futuro de su pueblo y de
Jerusalén. Gabriel le habla de un período de setenta semanas en el cual: a) se terminaría la
prevaricación; b) se pondría fin al pecado; c) se expiaría la iniquidad; d) se traería la justicia
perdurable; e) se sellaría la visión y la profecía; f) se ungiría al santo de los santos (Dn. 9:24).
También menciona que ​“desde la salida de la orden para restaurar y edificar a Jerusalén hasta el
Mesías Príncipe, habrá siete semanas”. Asimismo que ​“después de las sesenta y dos semanas se
quitará la vida al Mesías” (Dn. 9:25–26). Se ha discutido mucho esta visión, pero la mayoría
entiende que Dios complació a ​D. dándole una idea de lo que acontecería con su pueblo, con su
ciudad santa y con el Ungido que vendría. Las opiniones e interpretaciones difieren en cuanto al
calendario y las fechas de los acontecimientos, no en cuanto a su esencia. De nuevo influye en
esto mucho el punto de vista (milenarista o amilenarista) que se adopte. A pesar de todo eso,
resalta la singularidad de la profecía que habla de la muerte del Mesías.
Visión del varón con semejanza de hijo de hombre (Dn. 10:1–21; 11:1–45). Muchos
consideran que este varón es una •teofanía. Otros dicen que no, porque él mismo dice que
necesitó de la ayuda de •Miguel en su lucha contra el príncipe del reino de Persia. De todos
modos, se habla de una lucha en el mundo de los espíritus que tiene lugar en relación con los
eventos históricos. De nuevo se habla a ​D. de la lucha de los persas contra los griegos, de la
victoria de estos últimos y de su división en cuatro reinos. También se describen las luchas que se
darían entre varios de esos reinos, las cuales afectarían al pueblo de Israel. La mayoría ve en esto
alusiones muy claras a las dinastías de los Ptolomeos (​“rey del S” –Egipto) y los Seléucidas (​“rey
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del N” —Siria). Se menciona la aparición de un ​“hombre despreciable”, que obtiene grandes
victorias, cuyo corazón será ​“contra el santo pacto”, que ​“del Dios de sus padres no hará caso, ni
del amor de las mujeres”. Este personaje es identificado universalmente con el •anticristo
mencionado en el NT (Mt. 24:4–5; Mr. 13:21–22; 1 Jn. 2:18; 2 Ts. 2:3–4; Ap. 13:11–18).
El final de la historia (Dn. 12:1–13). Se le dice a ​D. que la historia llegará a una culminación,
en la cual se incluye un ​“tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta
entonces”, seguido por la liberación del pueblo de Israel, ​“todos los que se hallen escritos en el
libro”. Luego la resurrección de buenos y malos. Los primeros ​“para vida eterna” y los segundos
“para vergüenza y confusión perpetua”.
La interpretación del libro de ​D.,​ en general, es causa de muchas discusiones, agravadas por
la posibilidad de que algunas de sus profecías puedan ser catalogadas como de doble referencia.
Pero, por encima de las diferencias de opinión, aun los puntos en que todos coinciden son
ejemplos admirables de la inspiración de las Escrituras, ​“la palabra profética más segura, a la cual
hacéis bien en estar atentos como a una antorcha que alumbra en lugar oscuro, hasta que el día
esclarezca y el lucero de la mañana salga en vuestros corazones”​ (2 P. 1:19).
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Lockward, A. (2003). ​Nuevo diccionario de la Biblia.​ (página 268). Miami: Editorial Unilit.
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