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El fenómeno del Megalitismo al final del Neolítico

Imágenes (de arriba hacia abajo): mapa que muestra la presencia de monumentos
megalíticos; conjunto megalítico de Knowth; algunas losas con grabados de Newgrange;
dibujo en el que se aprecia la reconstrucción del túmulo de West Kennet, en el complejo
ritual de Avebury y; una panorámica de la entrada al dolmen de Gavrinis.

El megalitismo es un término empleado para referirse a las construcciones que usan


grandes piedras. En prehistoria se asocia a la primera arquitectura monumental que se
conoce, que surge en el Neolítico en el área atlántica europea, y que se prorrogará hasta el
Calcolítico. En ciertas zonas sus últimas manifestaciones coinciden con las primeras
comunidades metalúrgicas. Desde Escandinavia (Suecia, Dinamarca), pasando por los
Países Bajos, Gran Bretaña y Francia, y hasta la Península Ibérica, la costumbre será la de
inhumar a los fallecidos colectivamente en construcciones de piedra de gran tamaño, en
sepulcros megalíticos. Algunas edificaciones tendrán una tipología ritual determinada,
habitualmente desconocida, y no solamente funeraria.

El megalitismo se documenta en el Mediterráneo oriental, en el Egeo, durante el fin del


Neolítico y la Edad del Bronce, aunque como se verá después, el fenómeno debe
circunscribirse la fachada atlántica. Megalitismo, así, refiere también un territorio con un
sustrato cultural común de carácter epipaleolítico, el cual recibe un estímulo externo en
forma de economía productora, que coadyuva por tanto el surgimiento del fenómeno. Los
sepulcros de carácter colectivo son invención de comunidades epipaleolíticas atlánticas del
tipo Obaniense escocés, concheros del Tajo en Portugal o Tardenoisiense en la Bretaña. En
tal sentido, el megalito es un fósil guía de las primeras culturas neolíticas atlánticas, en las
que el sustrato indígena epipaleolítico es esencial. Esto significa que el megalitismo es una
situación circunstancial común a poblaciones diferentes, a grupos cultural distintos en una
época concreta, y no una edad, ni una época ni una cultura en sentido estricto. Las
construcciones, tanto las atlánticas como las del Mediterráneo, son un reflejo de nuevas
concepciones religiosas y de los nuevos cultos relacionados con nuevas jerarquías de los
grupos del período final del neolítico, con sociedades de mayor complejidad. Es muy
probable que los enfrentamientos estratégicos entre comunidades o luchas por los recursos
más básicos se viesen reflejados en estas construcciones megalíticas, que actuarían en
consecuencia como indicadores de la propiedad de territorio frente a otros grupos.

Desde hace tiempo se planteó en los círculos académicos el origen del megalitismo. La
perspectiva difusionista, aceptada hasta no hace mucho, señalaba que la génesis habría
estado en el Mediterráneo oriental (Palestina, Siria, Egeo). Los tholoi micénicos serían los
precedentes de ciertas tipologías funerarias de la Europa del Atlántico. En el proceso
expansivo del nuevo ritual funerario habrían tenido un crucial papel los prospectores de
metales a inicios del Calcolítico. Las dataciones por medios científicos, sobre todo con
C14, de las construcciones de la Bretaña, de la Península Ibérica y de las Islas Británicas,
muestran su mayor antigüedad en relación a las del Mediterráneo oriental. En la fachada
atlántica, los ejemplos más antiguos se datan entre 4800 y 4500 a.e.c., mientras que en el
Egeo no son anteriores al III Milenio. Así pues, el fenómeno, de sustrato indígena, surgió
en la fachada atlántica, de manera que su extensión se produjo en dirección oeste-este. No
obstante, existió un movimiento en sentido contrario, si bien más tardío, como se deduce de
la presencia de objetos del Egeo en la Península Ibérica.

La existencia de enterramientos colectivos muy difundidos prueba que en la mayoría de


Europa se produjo un cambio en el rito funerario, tal vez relacionado con transformaciones
en el aspecto espiritual y, por descontado, en el político y social. En Malta, al igual que en
la Cultura de Ozieri (Cerdeña, del IV milenio a.e.c.), fueron habituales los hipogeos
funerarios y los templos megalíticos (Hagar Qim, Hal Saflieni, Ta’Hagrat, Mnandra), al
menos hasta el 2000. En el sudeste de la Península Ibérica, a fines del V milenio antes, por
tanto, de la Cultura de los Millares, existieron construcciones de círculos pétreos de función
funeraria (Loma de la Atalaya), con ajuares que mostraron hachas pulimentadas, cerámicas
finas y microlitos geométricos. Con posterioridad se vieron influenciados por aspectos del
Mediterráneo oriental, apareciendo ya ídolos de piedra y hueso.

En las Islas Británicas destacan los megalitos irlandeses de la península de Knocknarea.


Sobresale entre ellos el dolmen de Carrowmore, datado en 4700 a.e.c. Los asentamientos y
ajuares, que contienen concheros, de mejillones y ostras, así como dientes de cachalote, se
vinculan con pobladores mesolíticos que apenas inician la cría de ganado. Se han
constatado aquí prácticas antropofágicas. En Irlanda también es significativo el grupo de
megalitos de Boyne, en donde destacan los dólmenes de Knowth y Newgrange, de fines del
IV milenio. En este último abundan menhires y losas con grabados (presencia de espigas,
espirales y zigzags). En Inglaterra, donde los megalitos más antiguos datan de 3900 a.e.c.,
además de tumbas con cámara, destacan los long barrows, largos túmulos que eran
enterramientos colectivos flanqueados por fosos. Abundan en la región sureste de Wessex.
Sobresale el de West Kennet, en el complejo megalítico de Avebury. En el sur de Escocia
también existen long barrows. El foco megalítico más antiguo es el de Clyde-Carlington, si
bien al norte del canal de Caledonia se aprecia una nueva tradición megalítica que presenta
sepulcros de corredor (Maes Howe).

En el III milenio a.e.c. aparecen en las Islas Británicas los henges. Uno de los mayores es el
gran complejo ritual de Avebury, en Wiltshire, datado en 3000 a.e.c. Presenta un foso,
rodeado en el exterior por un muro y en el interior por menhires, además de cuatro entradas
perpendiculares. En el interior, presenta dos círculos de menhires. Se hallaron allí multitud
de hachas de piedra pulimentada. Dentro de Avebury se encuentra el montículo de Silbury
Hill. Otro henge destacado es Durrington Walls (2600 a.e.c.), que muestra seis círculos
concéntricos de postes que debieron soportar un techo hecho en madera. La presencia de
restos domésticos es un indicio claro de que el recinto estuvo permanentemente ocupado.
En tal sentido se cree que el henge pudo estar asociado a una suerte de residencia señorial.
Stonehenge, en Wiltshire, es el henge más célebre y más estudiado del mundo. Sus fases
primarias de construcción de han fechado en 3200 a.e.c. Los menhires se han datado entre
2500 y 2300, y en torno a ellos se estableció el doble círculo de monolitos pétreos. A la
última fase constructiva, dentro de la Cultura de Wessex, en el Bronce antiguo, pertenece el
semicírculo de los trilitos o menhires entrelazados por grandes dinteles. Parece probable
que Stonehenge haya sido un lugar de culto al sol.

En Bretaña y Normandía se encuentran los sepulcros de corredor más antiguos de Francia,


datables en el V milenio a.e.c. Algunos conforman complejos tumulares llamados cairn
(túmulos pétreos con diez o más dólmenes de corredor, con cámaras de planta circular o
poligonal). En Poitou-Charente y en el túmulo de Bernet, en Aquitania se documentan
varios enterramientos colectivos. En la necrópolis de Bougon (Poitou-Charente), se han
recuperado dos centenas de esqueletos en cinco cairns con dólmenes de corredor. No
obstante, el foco megalítico principal es Bretaña (isla de Guennoc, sepulcros de Kerkado y
de Barnenez, en torno a 4800-4600 a.e.c.). Barnenez, que se utilizó hasta la Edad del
Bronce, presenta arcaicos ajuares de la Cultura Chassey, a base de puntas de flecha de sílex,
hachas de piedra pulida y algunas cerámicas.

En relación a los cairns, se constata la presencia de muchos menhires, tanto aislados


(Gigante de Manio, Locmariaquer), en alineamientos (Carnac, sobre todo Kermario y Le
Ménec) o en crómlech en las cercanías de la bahía de Morbihan. En el IV milenio las
plantas de los dólmenes de corredor bajo cairns se hacen más sofisticadas, con
compartimentaciones internas y cámaras más grandes. Uno de los más destacables es el
cairn de Gavrinis. Aquí, las losas verticales que configuran las paredes del corredor
aparecen decoradas con grabados que representan figuras, como cruces, yugos, escudos,
sierpes, hachas y diversas formas geométricas (espirales, arcos).

Ya a partir del 3500 a.e.c. surgen largos dólmenes de galerías cubiertos por túmulos,
presentes no solamente en Bretaña o Normandía, sino más al sur y al norte, lo que supone
un enlace con el megalitismo de los Pirineos occidentales y el nórdico. En el sudeste de
Francia se generalizan los hipogeos usados como osarios colectivos (Fontvieille, de planta
cruciforme, o Aude), que seguirán siendo empleados a lo largo del Calcolítico, en torno al
2100 a.e.c.

En los alrededores del Mar Báltico, sobre todo Países Bajos y la Escandinavia meridional,
se destacó otro gran foco megalítico en el que sobresalen sepulcros de corredor y galerías
cubiertas (Stävie en Suecia; Funen y Zealand en Dinamarca), cuyas dataciones no
sobrepasan el 3500 a.e.c. Se mantendrán activo hasta el Bronce Antiguo. No obstante, más
antiguas son algunas tumbas megalíticas pero no colectivas, llamadas langdysser, túmulos
largos delimitados con grandes bloques en cuyo interior hay cistas.

En la Península Ibérica, por su parte, el foco más arcaico se ubica en la fachada atlántica
portuguesa, en donde hay presencia de dólmenes de una antigüedad semejante a la de los
bretones, en torno a 4700-4600 a.e.c. Son cistas megalíticas cubiertas por túmulos con
enterramientos individuales o para pocas personas. En ellos, los ajuares estaban formados
por microlitos geométricos epipaleolíticos, almagra y cerámicas lisas. Se destaca el anta 10
de Herdade das Areias y Marco Branco. En varios yacimientos, como los mencionados y
algunos más (Gorginos 2, Palhota, Orca dos Castenairos), aparecieron unas placas de
pizarra perforadas y decoradas. Ebel III milenio se alargan los pasillos de tal manera que se
conforman espectaculares sepulcros de corredor, sobre todo en el Alentejo. Es aquí donde
aparece, en los ajuares, el llamado ídolo-placa alentejano, un ídolo rectangular de pizarra
decorado con incisiones geométricas en damero o retícula. Algunas de estas piezas planas
presentan una modificación con la que presumiblemente se quería figurar una cabeza
esquemática. En el Anta Grande de Olival da Pega se encontró un ajuar de más de una
cincuentena de estos ídolos-placa. Otro ejemplo destacado del megalitismo portugués es el
crómlech dos Almendres, cerca de Évora. Su última fase corresponde al Calcolítico, con
presencia de tumbas en forma de tholoi y cavernas artificiales.

En las regiones de Cantabria y Galicia aparecen túmulos, algo más reducidos que los
portugueses, datados en el último tercio del V milenio, y que contienen una serie de
dólmenes de cámara poligonal (Chan da Cruz, del 4300 a.e.c.). En el siguiente milenio
aumenta la diversidad formal, así como el tamaño de las cámaras, apareciendo los primeros
dólmenes de corredor (Dombate). De hecho, desde 3600 a.e.c. únicamente aparecen
dólmenes de corredor y durante el III milenio los ajuares ya muestran elementos
campaniformes.

Cada uno de los grupos megalíticos atlánticos es fruto de una concreta cultura regional, con
sus particularidades arquitectónicas y funcionales. No obstante, existieron vínculos entre
los centros. Desde el Mesolítico hubo una cierta uniformidad en lo tocante a la cultura
material y los elementos de subsistencia, centrados en las actividades orientadas al mar, en
tanto que al comienzo del Neolítico comienza a darse un énfasis a las actividades interiores,
sobre todo a la ganadería.

La mayoría de los monumentos megalíticos desempeñaron una función religiosa funeraria,


de tal manera que pueden concebirse como centros de culto, sitios sacros o santuarios. La
aparición de las inhumaciones colectivas así como los motivos iconográficos presentes en
los megalitos, transmiten una más que probable evolución de la mentalidad espiritual y, por
tanto, sugieren la aparición de una nueva concepción religiosa. El valor social y simbólico
de los monumentos megalíticos debió ser relevante, aunque no se pueda especificar
cualitativamente.
Muchos estudiosos han tratado de averiguar cómo se produjo el surgimiento del mundo
megalítico. Según el célebre erudito C. Renfrew, los megalitos manifestarían un
comportamiento asociado a las preocupaciones territoriales de parte de sociedades
segmentadas (grupos independientes y autosuficientes sin subordinación a una entidad
mayor que los controle económica y políticamente) por mor de presiones demográficas
sobre esos territorios. En consecuencia, además del papel funerario y cultual, los
monumentos servirían para delimitar el espacio de cada grupo independiente. El centro
territorial del grupo sería el relevante, siendo su uso funerario o como lugar de ceremonias
o de festividades. Por tanto, el megalito cumpliría la función de centro territorial,
convirtiéndose en la referencia fija de tales grupos, con hábitats de escasa entidad, de una
vida relativamente nómada y de poblamientos dispersos, con una agricultura itinerante y
una ganadería no estabulada. En el III milenio, en el Calcolítico, se constata un aumento de
la sedentarización, lo que puede asociarse al paulatino declive del fenómeno. Otros autores
(R. Chapman), siguen la teorización de Renfrew, si bien apuntando que el fenómeno se
vincularía a un proceso de presión en relación a la ocupación de las mejores tierras. Así en
las zonas atlánticas, la presión sobre los recursos económicos pudo ser consecuencia de la
aparición de nuevos intereses, lo que conllevaría nuevas exigencias territoriales.

Las tumbas colectivas pudieron ejercer el rol de elemento aglutinador y a la vez


redistribuidor entre los grupos que los erigirían, lo cual supondría la posibilidad de
estrechar lazos de solidaridad (algo que iría de la mano con su función de marcadores
territoriales). Estaríamos, entonces, otorgándoles el papel de reorganizadores sociales, con
capacidad de formar equipos que trabajasen en tareas determinadas del ciclo agrícola,
estableciéndose cada equipo como un auténtico “linaje”. Su funcionamiento sería como
mecanismo integrador y organizador del grupo de parentesco gracias a las reuniones en el
complejo ritual funerario. Es por eso que es factible que en muchos casos los poblados
podrían estar cerca de los propios monumentos (la presencia de útiles líticos y cerámicas
apuntan hacia esta dirección).

Algunas otras teorías han querido ver en los monumentos megalíticos la plasmación
práctica de los desacuerdos internos de una sociedad que está dejando de ser igualitaria,
momento que correspondería, precisamente, al neolítico, cuya economía de producción
daría pie a importantes desigualdades sociales. Siguiendo esta línea argumental, los
monumentos megalíticos se originarían alrededor de un culto a los antepasados de parte de
las familias con mayores recursos. De esta manera, las primeras tumbas megalíticas,
precisamente individuales como las de la fachada portuguesa, se ajustarían a los
representantes fundadores de los clanes familiares de mayor repercusión. Las colectivas
intentarían ser el aporte de los grupos menos favorecidos para equipararse y combatir la
diferenciación y desigualdad social.

Con la expansión de la metalurgia, que trajo consigo cambios sociales e ideológicos,


dejaron de construirse monumentos megalíticos. Sería en torno a 2500 a.e.c. se ha dicho
que los nuevos modelos de sociedad jerarquizada, sociedades jefatura, primarían lo
individual sobre lo colectivo, de forma que los enterramientos grupales megalíticos
perderían su sentido. Dicho de otra manera: el carácter ideológico del megalitismo habría
tocado a su fin.

Bibliografía referencial

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