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El recuerdo

Santiago Dabove
En La muerte y su traje, Calicanto, 1976. En la revista de letras abanico de la Biblioteca Nacional.

En: http://www.abanico.edu.ar/2004/07/recuerdo.htm

La obra de Santiago Dabove (Morón, Buenos Aires, 1889-1952) permaneció, hasta


1961, dispersa y casi inédita. Ese año, como homenaje póstumo, apareció La
muerte y su traje, una selección de sus más significativos relatos y poemas.
En casi todos ellos predomina una concepción nihilista y desesperanzada de la vida
que se advierte en su preferencia por motivos macabros y sobrenaturales.
Ya en 1940 Jorge Luis Borges, Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo lo habían
incluido en su Antología de la literatura fantástica con su notable cuento Ser polvo.
“Alguna vez –ha dicho Jorge Calvetti– debió de haberse asomado a ese bisel azul e
inteligente del mundo donde la realidad es doble y la materia entrega su ola última,
restallando, como los látigos. Seguramente por eso pudo percibir lo que no todos
hemos visto; por eso denotaba la inquietud, el inconformismo y la tristeza que sólo
puede mostrar un hombre que ha perdido la esencia de sus días."
Metamorfosis, viajes por el tiempo, increíbles experimentaciones científicas donde lo
imaginario se ajusta al razonamiento lógico, se suceden en su libro hasta crear una
atmósfera a un mismo tiempo alucinante y poética.

La humanidad había perecido. La vida entera, animal y vegetal, también. Lo


restante, la tierra, la piedra, el agua, los metales, la sal, el aire, eran como un sueño
vano, pues todo se había gastado y las excesivas compresiones y nivelaciones
convirtieron al Universo en un polvo cósmico.
Fue tan grande, tan inmensa la cantidad de mutaciones y transformaciones por que
pasó la materia desde el caos originario, atrapada a veces por la Vida y vuelta a
ceder a la Muerte, que al fin los átomos adquirieron la facultad del recuerdo y la
consciencia moral, sin conservar nada formal, sensorial ni sensible, pues carecían
de organización.
No había ya planetas, ni estrellas, ni soles, ni días, ni crepúsculos.
Una noche continua iluminada por fosforescencias y tenues relámpagos del
potencial eléctrico que se escapaba. En esa noche interminable pasaban las
exequias de la Vida y del Alma.
Muy vastos, muy largos tenían que ser los funerales de lo que fue tan vasto y casi
eterno.
Y, a pesar del tiempo que fluía sin descanso y con la misma impasibilidad antigua,
los átomos conservaban inalterable el recuerdo del corazón desgarrado de la
humanidad y de las vidas que la acompañaron con menos conciencia que ella en el
Mundo.
Y como estaba muy cargado de recuerdos ese polvo vago, en alguna manera
semejaba a un ser viviente y a un cerebro. En cierto modo solamente, puesto que
nada de lo que palpitaba allí buscaba ventajas, superaciones, explicaciones, análisis
o premios. El recuerdo por sí mismo era lo que anhelaba y al mismo tiempo le
pesaba porque no era un recuerdo de cosas felices, sino por breves momentos, y en
lo demás del tiempo sólo revivían dolores, luchas, náuseas y agonías.
Pero era un terco recuerdo que quería, por lo menos, ser estampado solamente en
algún monstruoso mármol de algún desmesurado Panteón, porque se sabía pertinaz
y más duradero que el mundo, aunque menos fuerte que el tiempo, al que nada
resiste.
Y, en los mismos muros del cielo, "donde termina el Infinito", y que son un Panteón y
no otra cosa, las partículas entraron por las grietas del Panteón, que por muy
antiguo ya empezaban a formársele, y allí reposaron, como el polvo en un aposento
quieto y cerrado, olvidándose de la antigua reivindicación de dolor que traían por
delante “que no haya olvido”, “que no se consuma el engaño del corazón”.
Y fue el Universo un viejo sepulcro lleno de polvo disperso, tan extenso y
desamparado que era imposible tuviera un Comentador, un Historiador de las
inhumaciones...
Y, sin embargo, por todas partes se sentía una poesía, una nostalgia, sin que se
supiera quién la tenía, puesto que "todo" había perecido.

Edición digital de abanico de la Biblioteca Nacional


Revisión de urijenny (odoniano@yahoo.com.ar)

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