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Encuentro con Pavel Agilard

Años atrás, tenía la facilidad para ir a la universidad en los veranos. Inclusive en el 2014, que tenía
un trabajo en call center que empezaba por las madrugadas: igualito me daba tiempo para ir a la
biblioteca y de paso descubrir el mundo del Kung Fu.

Pero este verano ha sido diferente.

Con un trabajo que me consume buen tiempo del día (por las horas y la distancia), se me hace
difícil ir a la universidad y pasar mis tardes en los pasillos de la biblioteca. Sin embargo, en estas
semanas, cada que he ido siempre me he encontrado con alguien con el que puedo conversar,
conocer más.

Lo de hoy día, no obstante, me es útil para hacer una diferencia muy puntual entre visitas
anteriores. Hace unas semanas visité la universidad y me encontré con un compañero de historia.
Como quien se pone de acuerdo con uno, conversábamos sobre la vida, pero en especial sobre el
futuro laboral de los dos. No miento si me dejaba un sinsabor en la boca (sobre todo por algunas
feas impresiones que recibí aquel día). Pese a ello, recuerdo haberme alejado a casa con la
fortaleza de carácter como para plantarle cara a esa sucia negociación en la que entran los débiles:
la argolla.

En cambio hoy, la cosa fue distinta. Me encontré con un compañero del Cusco. Egresado de
antropología por la San Antonio Abad, “Adriano”, como lo llamaremos, sigue estudios de maestría
en Lima. Entre la gestión social, profundizar en antropología u tentar conocimientos en la
sociología, eligió esta última.

Cabe mencionar ciertas cosas previamente de “Adriano”. Con él sí se puede conversar. Es más, en
ocasiones es preferible escucharlo con atención. De cuando en cuando interrumpirlo. Tanto
respetuosamente como de la otra. Una vez me lo encontré. Coincidentemente se dirigía, como mi
amigo y yo, a San Marcos, universidad en la que él dictaba un taller de política. Durante el camino
hablamos de muchas cosas. De entre ellas, el perfil de lucha estudiantil en la universidad: uno,
caben las acaloradas discusiones aquí, que se centraba más que nada en los derechos ligados a la
opción sexual. Sin pretender deslegitimarlas (como sí lo prefieren ver aquellos involucrados en esa
lucha), él y mi amigo exponían diversos argumentos que cuestionaban aquel rumbo tomado por el
estudiantado de católica.

“Adriano” hablaba, y aunque no decía nada que no supiera, me interesaba la forma en que
argumentaba su posición y la diversión con la que resaltaba determinadas tesis que apoyaban su
postura. Aquella vez recordó la anécdota de un científico del área de ciencias exactas que, para
burlarse de la cofradía progre de los estudios culturales o de los profetas del posmodernismo,
envío un texto a una prestigiosa revista dedicada esas temáticas a sabiendas de que todo lo que
decía era una pajeada mental. Siguiendo todos los códigos de la academia, el “paper” fue
aprobado y publicado, dando a conocer con ello el grado de calidad académica de la revista.
Finalizado este divertimento, pasó a mencionar algunos pasajes de sus clases de sociología.
Mencionaba cómo, a partir de un estudio de alcance mundial y sostenido en el tiempo por
décadas, se elaboraban categorías para situar al mundo en aquel poderoso (y engañoso)
ordenamiento de lo tradicional y lo moderno. Todo ello para afirmar que las luchas de tipo de
derechos reproductivos, animalistas, ambientalistas, entre otros, pertenecían a geografías con un
alto índice de modernidad.

Naturalmente, lo que decía se atenía a altos niveles de complejidad y discusión. Y cuando digo
esto obviamente me refiero a definiciones de qué es lo moderno, qué es lo tradicional; sobre todo,
a cómo tomar esto en contextos híbridos. Sin querer llegar a visiones unilaterales y reduccionistas,
como lo pensó en voz alta mi amigo, la intención era tener un modo de acceso a la comprensión
de este mundo. Lo recalco: no era la solución para nuestras inquietudes actuales. Era una vía
interesante, global, holística, para entender los espacios comunes en que se desenvolvían grupos
con determinadas agendas. Una vía, llámenla si quieren así, introductoria.

Otra vez, me lo encontré en la biblioteca. Yo estaba de espaldas y me pasó la voz con un silbido.
Tras un saludo, le dije que tenía que leer con urgencia y que si quería nos podíamos ver 40
minutos después. Durante ese lapso leí algunas partes de libros dedicados a la entrevista de
poetisas peruanas, al perfil de intelectuales de esta patria, a ensayos de literatura peruana y
universal y finalmente a artículos de opinión de Sebastián Salazar Bondy, grande entre los grandes
de las letras de este nuestro terruño.

Sucedía que “Adriano” se acercó y pese al apuro del reloj, hacía comentarios de cada texto que
tenía frente a mí. Aquello me dio una aproximación a la variedad de su curiosidad intelectual.

Y hele ahí, hoy por hoy. Caminando por la fresca acera de la universidad. Me saluda y me lo llevo
conmigo a la biblioteca, pero no para leer, sino para que me acompañe a dejar unos libros para
evitar que la sanción se extienda.

Es en el camino que platicamos y al cual quería llegar tras toda esta breve exposición del perfil de
este cusqueño amigo.

El disparador de la conversa fue mi situación como tesista. Desengañado de mi anterior postura de


investigación, me lanzo a una que se centre, históricamente hablando, en los procesos sociales
que llevaron a que una población se asiente en un cerro del cono norte de Lima. Por alguna razón,
comprender esa trayectoria me es fundamental para conocer el modo en que viven actualmente
ahí. A partir de eso, pretendo conocer su presente, el cual está muy relacionado con una viva y
prolongada organización social y cultural de la zona. Del pasado, pretendo conocer los procesos
migratorios. Del presente, entender no solo su modo de vida actual, sino la relación que
mantienen con la organización localista de cultura. Por ahora, me reservo para ustedes el lugar en
que desarrollaré mi trabajo.

Llegan los comentarios de “Adriano”. Como les decía líneas arriba, a veces es mejor escuchar. De
saque me cuenta que el campo teórico en el cual él se centra es el de la construcción social del
espacio. Para ello recoge los trabajos del teóricos marxista francés Henry Lefebvre y del geógrafo
inglés Anthony Bebbington. Estos análisis, básicamente, pasan por entender el modo en que
diferentes grupos sociales (¿o actores?, ¿o clases?) entienden, simbolizan e inician prácticas en un
territorio. Ligados estos tópicos (en especial los del inglés) a las actividades extractivas, se
entiende que muchas de estas manifestaciones tengan como núcleo el conflicto.

Aprovechando que este no es un ensayo de corte universitario, lanzo un dato que no ha merecido
un tratamiento de corroboración de información. “Adriano” me explicaba tres campos en que se
divide aquello de la construcción social del espacio desde los enfoques que empleó: la ecología
política, la etnografía del territorio y la geopolítica de la desigualdad. El problema que (…)

Una cosa que me llamó la atención, fue cuando la conversación viró hacia sus planes personales
como investigador. “Adriano” está moviendo actualmente un grupo de investigación que se centre
en estudios en el norte peruano. “Territorio virgen”, para él; además de determinante para el
presente y futuro políticos de nuestro país. Intentando dar mayor sustento a lo que decía, me
comentaba la apertura hacia las ciencias sociales experimentados en las universidades norteñas de
manera reciente.

-¿Y ahí tú quieres entrar?-pregunto.

Me dice que sí, y adelanta que está haciendo sus preparativos para mejorar la performance de su
grupo y de él como académicos antes de que “entren los cagones”. El calificativo me gusta pues
antes lo he manejado. Pero el empleo que le he dado es en referencia a jóvenes estudiantes que
acceden a espacios de poder pero no lo emplean para democratizar las oportunidades. Sin dar
muchos detalles en su apreciación, me habla sobre abogados que dirigen los cursos de ciencia
política; también me habla, cuando le recuerdo que ha hablado más de sociología, ciencia política
e historia (interesantes las aproximaciones que da a esta carrera en el norte peruano) mas no de
antropología, que ha sido Patria Roja la que ha mancillado el nombre de la otrora ciencia del otro.

Escucho a “Adriano” y las cosas que dice me parecen muy paradas. De inmediato le menciono una
experiencia reciente que tengo junto a estudiantes de antropología de las escuelas de la capital.
Dicha experiencia tiene que ver con la realización de algunas entrevistas y videos que busquen
poner en cuestión los sentidos comunes, opiniones o estereotipos. Pese a lo interesante de la
propuesta, lo suyo me parece más logrado. Se lo hago llegar.

-Mira voy a ser honesto.

-Anda-le digo.

Con mucha claridad me dice que lo que deben hacer los emprendimientos sociales del tipo del que
hablamos (o sea, críticos) es la de formar cuadros, cualificar y ser realistas en el trabajo. Es decir,
formar gente muy capacitada en, entiendo, investigación; manejar el capital humano conforme a
las capacidades de los integrantes; y la de ser concretos y eficientes en el plan de trabajo que se
proponga.
Al hacerle llegar mis interrogantes sobre el poco dominio que tenemos los estudiantes de
antropología sobre el área cuantitativa, me dice que esta es una falencia que alguna vez compartió
pero que está intentando resolver, más todavía si se trata de un estudiante de maestría de
sociología. Al respecto me cuenta que sería una muy buena idea que en esa proyección estudiantil
de la que le he hablado, se generé un seminario de estadística, pero que una que empiece desde
el nivel más básico, o sea, de la descriptiva, de manera tal que el estudiante tenga un
conocimiento más cercano de los conceptos empleados por esta disciplina. Así, no tendrá
problemas el estudiante a la hora de estar frente a complicados programas, tales como Atlas Ti,
entre otros.

28-02-17

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