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Anuario de Estudios Centroamericanos Vol. 20 No. 2 1994 (pp.

15-26)
© Editorial de la Universidad de Costa Rica

D EMOCRACIA Y D ERECHOS HUMAN OS


TAREAS PEN D IEN TES EN CEN TROAMERICA

Rodolfo Cerdas

Abst ract

This paper analyses the difficulty of defining the concept of democracy without
reference to specific practices in individual countries. It analyses the particular
cases of the countries of Central A merica. It asserts that, in spite of democracy’s
disadvantages or imperfections, this is the only from of goverment which provi-
des the conditions necesary for establishing and maintaining respect for human
rights.

Resumen

El presente trabajo analiza la dificultad de definir conceptualmente lo que es la


democracia sin referirse a las prácticas concretas que se llevan a cabo en cada
uno de los países que se inscriben en esta forma de gobernar. Analiza los casos
particulares de los países centroamericanos. Propone que a pesar de las des-
ventajas o imperfecciones de esta forma de gobierno es la única que ofrece las
condiciones necesarias para desarrollar y mantener el respeto y la vigilancia de
los derechos humanos.

I. Introducción.

Com o ocurre frecuentem ente con conceptos sustantivos, el d e d em ocracia


presenta tal gam a d e d im ensiones que resultan no sólo d ifícil lograr una d efinición
satisfactoria sino d e poco valor práctico.
Si bien es cierto que com únm ente se utiliza la d efinición d e gran universalid ad e
im pacto retórico, acuñad a por Abraham Lincoln, que conceptualiza a la d em ocracia
com o el gobierno d el pueblo, por el p ueblo y para el p ueblo, ello m ás bien ayud a a
m ostrar las d ificultad es d e tan concisa d efinición. Así, si se analiza tal afortunad a
expresión, resulta que cad a uno d e los elem entos utilizad os en ella im plica, d e un m od o
u otro, una cuestión problem ática en sí m ism a, que ha recibid o, ad em ás, d iferentes
respuestas en cad a etapa d el d esarrollo histórico. i Así la noción d e p ueblo no sólo ha
tenid o significad os d istintos para aquellos ind ivid uos a quienes incluía, en atención a
riqueza, sexo, etnia o ed ad , sino que políticam ente se han ensayad o d efiniciones que
excluían a sectores sociales enteros por su ubicación en el proceso prod uctivo o su
actitud política eventualm ente contrarevolucionaria: tal fue el caso d e algunas corrientes
m arxistas. Constitucionalm ente en tod as las naciones se encuentran cláusulas d e
exclusión, o requisitos d istintos a la capacid ad racional y m oral para elegir y ser electo.
Se ha exigid o, según la época y el lugar, el tener cierta cantid ad d e capital, propied ad o
ed ucación; se ha excluid o a las m ujeres por su cond ición d e tales hasta bien entrad o el
presente siglo, así com o a ind ivid uos pertenecientes a otras etnias o a integrantes d e
clases sociales d eclarad as enem igas. Frecuentem ente, ad em ás, tales exclusiones d e tipo
electoral han id o acom pañad as d e otras graves restricciones y violaciones al libre
ejercicio d e los d erechos fund am entales.
La id ea d e gobierno, a su vez, im plica tam bién una clara noción d e intervención
d e los órganos d el Estad o en asuntos d eterm inad os, en atención a la cuestión d e qué es
lo que d ebeestar som etid o al control gubernam ental. H istóricam ente la respuesta ha
variad o según lo que se ha consid erad o com petencia o m ateria d e regulación
gubernam ental en cad a época. Así, por ejem plo, las relaciones obrero - patronales
fueron consid erad as d urante m ucho tiem po asunto d e carácter m eram ente civil, sujeto a
las regulaciones d el cód igo respectivo y d ejad o a la libre voluntad d e las partes. La
em ergencia relativam ente reciente , d el d erecho laboral d io carta d e legalid ad a un
enfoque d iferente en el que las relaciones d el trabajo ad quirieron una d im ensión social
d e im portancia d ecisiva, que obliga a una intervención tutelar d e parte d el Estad o y la
socied ad . Lo m ism o pud e d ecirse d e otras relaciones consid erad as d e control
gubernam ental y m ás tard e reconocid as com o d e la esfera privad a d e las personas. Tal
es el caso d e la hom osexualid ad . Tam bién, en un proceso inverso, m aterias que estaban
ubicad as en la esfera privad a paulatinam ente han pasad o a ser consid erad ass d e tutela
p ública, com o es la referid a a ciertos abusos m aritales contra las esposas e hijos. Las
consid eraciones en este sentid o pod rían am pliarse enorm em ente, pero con lo señalad o
tenem os suficientem ente d em ostrad o que hay una d inám ica d e am pliación / restricción
en la tem ática d e lo que se regula, d e quiénes regulan y para qué se regula, que
ejem plifican perfectam ente la d ificultad d e entrar en d efiniciones d efinitivas, acabad as y
om nicom prensivas d e la d em ocracia.ii

II. Características mínimas del modelo democrático.

En este sentid o pareciera m ás útil señalar algunos caracteres d e un régim en


político d em ocrático, sin los cuales no pod ría consid erarse que existe una d em ocracia, al
m enos com o se la entiend e en la cultura occid ental. Tales elem entos serían los
siguientes:

a. Elecciones periód icas libres, com petitivas y en cond iciones d e iguald ad


ciud ad ana.
b. Un estad o d e d erecho, d ond e el ord en juríd ico sea d e im plantación nacional,
orientad o al bien com ún, esté sustentad o sobre una d istribución d e pod eres con
ind epend encia d e funcionam iento; y un sistem a d e equilibrios, frenos y contrapesos que
garantice efectivam ente la libertad ciud ad ana y el control d e los pod eres públicos y el
d e las funciones gubernam entales por sus titulares.

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c. Un régim en d e libertad es públicas que garantice, perm anentem ente, las libertad es
d e pensam iento, inform ación, expresión, m ovilización, organización y petición, así
com o las d e religión y culto, etc.
d. Un ord en social orientad o a la justicia, que garantice al ciud ad ano com ún el
acceso a ciertos d erechos fund am entales, tales com o la ed ucación y la cultura, la salud ,
el trabajo seguro y bien rem unerad o, la viviend a, el d erecho a la privacid ad , el ocio
cread or, el d isfrute y preservación d e un sistem a ecológico equilibrad o y d e una paz
cim entad a en el ejercicio d e la libertad en un m arco d e segurid ad .
Es claro el énfasis, tanto histórica com o políticam ente, ha sid o colocad o d e
d iversa m anera, según la época y el lugar, d and o origen a d istintas versiones d e
d em ocracia o m od elos, que trad ucen no sólo visiones sociales m uchas veces d iferentes y
hasta contrad ictorias, sino tam bién orientaciones éticas que pued en resultar
contrapuestas. Com o bien ha sid o señalad o, “La d isp uta sobre el significad o
contem poráneo d e d em ocracia ha generad o una extraord inaria d iversid ad d e m od elos
d em ocráticos: d e las visiones tecnocráticas d e gobierno a las concepciones d e una vid a
social m arcad a por una extensa participación política.” iii
Tod o lo cual cond uce que una d oble consid eración: por una parte, que no es
posible hallar una d em ocracia perfecta, cualesquiera sean los cánones que se utilicen
para valorarla. La razón d e ello rad ica, entre otros factores, en el hecho d e que la
d em ocracia no es sino una expresión cond ensad a d e la lucha política entre los d iversos
actores que integran el sistem a político y social global, los cuales cond icionan d e algún
m od o, con sus d em and as, acciones y om isiones el resultad o d e la estructura y
funcionam iento d el ord en político d em ocrático, con sus inevitables consecuencias
asim étricas , d esiguald ad es y tensiones. N ingún m od elo, en tales cond iciones, aparecerá
ni puro ni totalm ente satisfactorio, aun para aquellos que se id entifican con las líneas
m atrices pred om inantes en el m od elo escogid o.
La otra consid eración se vincula d irectam ente a la anterior, en el sentid o d e que la
d em ocracia resulta ser fuerte, precisam ente por su capacid ad d e autocrítica, reflexión,
búsqued a y perfeccionam iento. Esto le d a la característica d e un extrem o d inam ism o
que introd uce un elem ento d e d ebilid ad relativa, en la m ed id a en que tiend e a afectar,
en m om entos d eterm inad os, las bases d e sustentación m ism a d el sistem a, tanto a través
d e cuestionam ientos id eológicos y políticos com o prácticos, en lo particular referid os
estos últim os a las llam ad as crisis d e cred ibilid ad , legitim id ad , y gobernabilid ad . Se
d esarrolla así una d ialéctica significativa que al m ism o tiem po afirm a al sistem a
d em ocrático, sienta las bases para su cuestionam iento y eventual su peración. Com o bien
recuerd a David H eld , “ nosotros no pod em os estar satisfechos con los m od elos d e
d em ocracia política existentes...; (hay) buenos fund am entos para no aceptar
sim plem ente ningún m od elo único, ya sea clásico o contem poráneo, tal y com o se
levanta hoy la d em ocracia.” iv
Tal enfoque cond uce, d e m anera d irecta, a un cuestionam iento perm anente si no
d e la estructura propiam ente d icha, al m enos d el funcionam iento, parcial o total, d el
sistem a político d em ocrático, pero siem pre a partir d e las trad iciones políticas,
id eológicas y éticas concretas d e cad a com unid ad nacional. Estas no serán obviam ente

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las m ism as en Francia que en Inglaterra, en Estad os Unid os que en Chile o el Uruguay.
Y en consecuencia, d istintos serán los estilos políticos y m od alid ad es institucionales
resultantes.
Por eso m ism o, es frecuente encontrar auténticos d iálogos d e sord os en torno a la
d em ocracia, en la m ed id a en que cad a actor p ued e estar habland o d e un m od elo d istinto
y eventualm ente incom patible con el fund am ento m ism o d e la teoría d em ocrática. Y así
se le reclam an al sistem a, según ciertos m od elos , respuestas que no le correspond e d ar,
y se tiend e a suped itar, en algunos casos, lo que es principal y fund am ental a aspectos
que, aunque im portantes y significativos para un ind ivid uo o sector social
d eterm inad os, finalm ente parciales o secund arios.
En Centro Am érica este es particularm ente cierto y agud o, sobre tod o por la
tensión inevitable que se presenta entre las cuestiones referid as al ind ivid uo com o tal y
aquellas asociad as a intereses d e carácter m ás colectivo que ind ivid ual. Por eso no es d e
extrañar que las críticas al régim en d em ocrático provengan igualm ente d e
conservad ores y revolucionarios, d e izquierd as y d erechas, d e liberales y m ercantilistas,
d e guerrilleros y m ilitares. Al fin y al cabo, se trata usualm ente d e concepciones
d iferentes, éticas d istintas e intereses d iferenciad os. Por ello la precisión d e que la
d em ocracia esencialm ente constituye un m étod o para la estructuración d el pod er
político, a partir d e la voluntad m ayoritaria y legítim a d e la población, sin que ella le
correspond an com o tal por d efinición, la resolución d e los problem as sociales y
económ icos, constituye un punto d e partid a esencial. Lo que la d em ocracia perm ite es
ubicar con clarid ad las áreas y com petencias, así com o legitim ar los respectivos actores,
a los que correspond e el tratam iento y la resolución d e las cuestiones d e fond o
plantead as en la vid a social, económ ica y cultural d e cad a país. Cuál es el resultad o final
d e esas tensiones librad as en el m arco institucional preestablecid o es tarea y
responsabilid ad d e los actores legítim os que allí intervienen.
Esto no d ebe interpretarse, sin em bargo, en el sentid o d e que hay un d ivorcio
absoluto entre le sistem a político d em ocrático y el contenid o d e la vid a social y
económ ico d e un país d eterm inad o, d e las cond iciones d e vid a y trabajo d e su
población. La separación tajante y artificial entre la d em ocracia y las d em and as legítim as
d e la población no sólo no es ad m isible , sino que resulta im práctica y peligrosa. N o es
ad m isible porque los sistem as tienen sentid o, significación y legitim id ad , no sólo com o
resultad o d el cum plim iento d e los rituales que cond ucen a su consagración (las
elecciones por ejem plo), sino com o m ecanism os aptos para alcanzar los fines que los
actores sociales se han propuesto lograr en una etapa histórica d eterm inad a, d e acuerd o
con un proced im iento preestablecid o y que busca ad ecuarse a la voluntad m ayoritaria
en un m arco d e justicia y equilibrio d em ocráticos. La recepción d e d em and as por el
sistem a político supone respuestas aceptablem ente viables, las cuales, al prod ucirse,
retroalim entan, a su vez, tod o el sistem a. La interru pción d el ciclo, ind epend ientem ente
d e las form as d e consagración d el pod er político constituid o, cond uce m ás tard e o m ás
tem prano a d eslegitim ar el sistem a.
Esto nos lleva a nuestra segund a afirm ación, en el sentid o d e que la separación
entre d em ocracia y satisfacción d e las expectativas d e la población resulta im práctica y

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peligrosa, ya que el proceso d eslegitim ad or que inexorablem ente sigue a tal separación,
tiend e a m inar el fund am ento m ism o d el sistem a político d em ocrático, provoca
inevitablem ente crisis d e gobernabilid ad y abre el espacio a form as autoritarias d e
ejercicio d el pod er político, usualm ente latentes en la estructura social y política d e la
socied ad , bajo el espejism o d e una sup uesta eficacia y un ord en aparentem ente estable. v

III. La democracia como marco institucional para la vigencia de los D erechos


Humanos.

Los rasgos esenciales d e la vid a política d em ocrática, sin em bargo, m uestran que
el m arco institucional, político y cultural por antonom asia para lograr la vigencia d e los
d erechos hum anos es precisam ente la d em ocracia. Pod ría d ecirse que la d em ocracia es
el telón d e fond o, institucional y político, d ond e se recortan con m ayor nitid ez los
d erechos hum anos fund am entales. Desd e luego, ello es así en la m ed id a en que, en su
acepción m od erna, no hay d ivorcio d e ninguna naturaleza entre los d erechos inherentes
al ind ivid uo (d erechos ind ivid uales), aquellos que le correspond en com o parte d el
sistem a social y prod uctivo y que le proporciona los fund am entos m ateriales para el
ejercicio real d e sus d erechos ind ivid uales (d erechos económ icos y sociales); y aun m ás,
aquellos que se refieren al entorno natural, que no sólo d ebe preservarse com o sustrato
para el d esarrollo social y personal, sino com o cond ición para la conform ación d el
com plejo superior, hasta hoy fracturad o y hasta contrap uesto, que une ind isolublem ente
ind ivid uo, socied ad y naturaleza (d erechos colectivos o ecológicos).
De alguna m anera, en tod as nuestras Constituciones nos encontram os el
reconocim iento d e estos d erechos fund am entales d el ind ivid uo. Desd e luego que,
históricam ente, el reconocim iento a tales valores, y m ás aun la práctica concreta d e su
respeto y aplicación, han revolucionad o según la época y variad o d e país a país. En la
actual Constitución colom biana, por ejem plo, el reconocim iento d e estos tres tipos d e
d erechos (ind ivid uales, sociales y colectivos) es explícita y taxativa. En su m om ento -
prim era m itad d e este siglo- la inclusión d e los económ icos y sociales, sufrió d e retrasos
y d ificultad es en su reconocim iento y tuvo que ser objeto d e im portantes m ovilizaciones
sociales y políticas para lograrlo. Algo sim ilar ocurre, aunque con m ucho m enor
d ram atism o, con los colectivos o ecológicos. Y, obviam ente, el salto d el reconocim iento
form al d e tales d erechos a su aplicación real y concreta en la vid a cotid iana d e la
socied ad , supone otro esfuerzo colectivo no sólo en el ám bito institucional y político,
sino en el estad o o nivel d e conciencia social d e la com unid ad , lo que d ice d e cam bios
im portantes en la cultura política d e la población. En otras palabras, se trata d e un largo
y com plejo proceso histórico que tiene d iferentes ritm os, tanto en su concepción com o
en su realización, en cad a m om ento, país y región; y que supone im portantes
transform aciones no sólo a nivel d e legislación e instituciones, sino al d e la conciencia
social, la cultura y los valores d e cad a com unid ad .
Un conjunto d e instrum entos juríd icos d e carácter internacional, que busca
prescribir la cond ucta d e los Estad os en la m ateria, ha cread o un m arco conceptual,
juríd ico e institucional para la protección d e esos d erechos fund am entales. Destaca la

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“Declaración Universal d e Derechos H um anos”, ad optad a por la Asam blea General d e
las N aciones Unid as el 10 d e d iciem bre d e 1948, la cual fue preced id a por la
“Declaración Am ericana d e los Derechos y Deberes d el H om bre” aprobad a ese m ism o
año en la IX Conferencia Internacional Am ericana, celebrad a en Bogotá, Colom bia,
pocos m eses antes. Al m argen d e la cuestión propiam ente juríd ica, d el valor y alcance
d e tales Declaraciones, se trata d e instrum entos que al m ism o tiem po que reflejan un
elevad o estad io d el d esarrollo d e la conciencia hum ana sobre valores d e d im ensión
universal, se convierten en band eras program áticas m ovilizad oras en tod a la
com unid ad internacional. Esto ha perm itid o, a su vez que se hayan pod id o d esarrollar
los principios y propósitos básicos que las integran, en convenios internacionales
concretos que com prom eten legalm ente a los Estad os que los han suscrito y ratificad o.
Es así com o se logró que se suscribiera el llam ad o “Pacto d e San José” o m ás
precisam ente, la “Convención Am ericana sobre Derechos H um anos”, ad optad a en la
capital d e Costa Rica el 22 d e noviem bre d e 1969, entrad a en vigor el 18 d e julio d e 1978.
Antes, ya habían sid o ad optad as por la Asam bela General d e las N aciones Unid as d os
Pactos d e gran im portancia y significación : el 16 d e d iciem bre d e 1966 y entrad o en
vigor el 23 d e m arzo d e 1976 el llam ad o “Pacto Internacional d e los Derechos Civiles y
Políticos”; y ese m ism o d ía, pero entrand o en vigor el 3 d e enero d e 1976, el “Pacto
Internacional d e los Derechos Económ icos , Sociales y Culturales”. Tam bién rigen el
com portam iento d e los Estad os que las suscribieron y ratificaron, -entre ellos tod os los
centroam ericanos- otras Convenciones com o la ad optad a por la Asam blea General d e la
ON U, el 9 d e d iciem bre d e 1948, “Para la Prevención y la Sanción d el Delito d e
Genocid io”; la ad optad a por ese m ism o organism o el 21 d e d iciem bre d e 1965 y entrad a
en vigor el 4 d e enero d e 1969, “Sobre la Elim inación d e Tod as las Form as d e
Discrim inación Racial”, la ad optad a el 18 d e d iciem bre d e 1979, y entrad a en vigor el 3
d e setiem bre d e 1981 “Sobre la Elim inación d e Tod as las Form as d e Discrim inación
Contra la Mujer”; y d e las m ás recientes, la aprobad a por la Asam blea General d e las
N aciones Unid as el 10 d e d iciem bre d e 1984 y en vigencia d esd e el 26 d e d e junio d e
1987, “Contra la Tortura y Otros tratos o Penas Crueles, Inhum anas o Degrad antes”, que
se com plem entan con la “Convención Am ericana para prevenir y sancionar la tortura”,
ad optad a por la Asam blea General d e la Organización d e Estad os Am ericanos el 9 d e
d iciem bre d e 1985 y entrad a en vigor el 28 d e febrero d e 1987. Asim ism o, el 17 d e
d iciem bre d e 1979 la Asam blea General d e las N aciones Unid as, por Resolución 34/ 169,
ad optó el “Cód igo d e Cond ucta para Funcionarios Encargad os d e H acer Cum plir la
Ley”.
Claro está que el problem a d e los d erechos y su reconocim iento y vigencia está
íntim am ente ligad o a la cuestión d el ord en social, político y juríd ico interno en cad a
país. Las posibilid ad es d e la com unid ad internacional d e im poner el cum plim ento d e las
obligaciones estatales en esta m ateria, si bien han d em ostrad o en los últim os tiem pos un
crecim iento im portante y no d esd eñable, son cuand o m enos insuficientes por ahora para
garantizar su vigencia y respeto al interior d e las fronteras y lím ites que im pone la
existencia d e los Estad os N acionales. Y es por esto que la cuestión d e se existe o no un
sistem a d em ocrático y la plena vigencia d e un estad o d e d erecho en el ám bito nacional,

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resultan ser las claves esenciales para garantizar el efectivo respeto d e los d erechos
hum anos fund am entales d e un país d eterm inad o. Aun se está m uy lejos d e cam biar el
carácter supletorio que tienen el control y la sanción juríd icos d e la com unid ad
internacional, con respecto al régim en interno d e cad a estad o. Lo cual, sin em bargo, no
d ebe ser m otivo para incurrir en d os errores m uy frecuentes: uno, consiste en exigir y
esperar d el ord en internacional respuestas que este no pued e d ar tod avía. Y otro, d e
signo contrario, en que se incurre cuand o se m enosprecia y subestim a el rol d e la
opinión pública internacional y el peso d e los organism os colectivos en la vid a política
interna d e los Estad os por no contar aun aquellos con los m ed ios coercitivos necesarios
para im poner sanciones a los que violan sus com prom isos internacionales.

IV. La dimensión internacional de la democracia y la vigencia de los D erechos


Humanos.

A este respecto es conveniente record ar algunos hechos relevantes en esta


m ateria: en prim er térm ino, que en las actuales circunstancias políticas m und iales el
aislam iento no es ya ninguna resp uesta viable para ningún país; en segund o lugar, que
en los proceso d e integración regional que tienen lugar en tod o el globo, pero
particularm ente en N orte Am érica y Am érica Latina, pero sobre tod o en Centro
Am érica, cad a vez m ás la cuestión d e los d erechos hum anos y la vigencia d e un ord en
institucional d em ocrático pasa a ser visto com o cond ición sine que non para el éxito d e
cualquier proyecto d e integración; y, en tercer térm ino, que por lo d em ás ad quiere cad a
vez m ayor relevancia, está el hecho d e que cad a vez es m ás evid ente la im posición d e
cond icionam ientos incluso cruzad os, entre instituciones internacionales, países y gru pos
d e países, que exigen d em ocracia, respeto a los d erechos hum anos y el cum plim iento d e
requisitos en otros aspectos d e carácter político y social, sin cuya realización el acceso a
préstam os y financiam ientos ind ispensables, provenientes d e tales organism os, se
vuelve literalm ente im posible vi. La prensa internacional ha reflejad o estas orientaciones
no sólo para el caso d e Centro Am érica y Am érica Latina, sino para África y Asia.vii
Esta d inám ica entre la com unid ad internacional y el ord en interno d e cad a nación
p ued e d e d eterm inad o m om ento afectar aspectos d e carácter nacional que
trad icionalm ente han sid o consid erad os d entro d e un ám bito exclusivo d e la soberanía
nacional d e los Estad os. Sin em bargo, se trata d e una práctica política contem poránea en
pleno d esarrollo, que no p ued e ser ignorad a sobre tod o por naciones d ébiles, económ ica
y m ilitarm ente, com o lo son las centroam ericanas.viii Por ello m ism o, si d e verd ad se
quiere d efend er la soberanía nacional y la esfera d e com petencia exclusiva d el Estad o, la
única respuesta viable ante las nuevas circunstancias d e la política m und ial
contem poránea es la apertura d em ocrática d e los regím enes políticos y la conform ación ,
a nivel interno d e cad a país, d e verd ad eros sistem as políticos d em ocráticos y estad os d e
d erecho realm ente operantes que garanticen la plena vigencia d e los d erechos hum anos.
Las circunstancias prevalecientes en el ám bito d e las relaciones internacionales, con el
final d e la guerra fría y la constitución d e fuertes bloques d e pod er económ ico y m ilitar
así com o los cam bios políticos operad os y actualm ente en proceso d e transición en

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Centroam érica, en los cuales se evid encia una significativa apertura d e los sistem as
políticos que facilita la participación activa d e sectores hasta ahora excluid os, parecen
com binarse para apuntar precisam ente en esa d irección. Lo cual, a su vez, d e una
m anera hasta ahora sin preced entes, perm ite abord ar la cuestión d e la m od ernización d e
la socied ad y los Estad os N acionales, sin im ped ir la capacid ad com petitiva y prod uctiva
d e los sistem as económ icos en sus esfuerzos por acced er al m ercad o m und ial. La
pobreza, el autoritarism o y la exclusión antid em ocrática son causa y efecto d el atraso
económ ico. La ruta d em ocrática verd ad era es la única espad a que pued e cortar ese nud o
gord iano.
Los com ponentes d el Estad o N acional, en m ateria social, económ ica, política e
institucional, requieren se vistos y ubicad os en una perspectiva global y coherente, para
que p ued an operar com o sistem a y ser efectivam ente capaces d e d ar respuesta a las
d em and as d e la población. Esto supone, en otro sentid o, que m ecanism os hered ad os d el
pasad o y sin otra justificación que la ausencia d e d esarrollo en tod os los ám bitos, d eben
ced er el cam po a form as d e organización y funcionam iento d e la socied ad y el Estad o
m ás acord es con las urgencias y perspectivas contem poráneas.
Así, por ejem plo, las fuerzas arm ad as no p ued en seguir jugand o un papel que
abarca tod o, d esd e la d efensa nacional d el territorio y la soberanía hasta las tareas d e
ed ucación, obras p úblicas, sanid ad , com unicaciones e higiene. O, para usar los térm inos
d e “La nota d el d ía” d e El diario de Hoy d e El Salvad or, d el 8 d e m ayo d e 1992, cuand o
d ijo lo siguiente : “Reclutar fue... una form a, crud a si se quiere, d e ed ucar, d e ir
incorporand o a los poblad ores rurales al siglo veinte. El cuartel no fue nunca un cam po
d e concentración o un sitio d ond e se frustraban carreras , sino -m utatis m utand is- una
especie d e universid ad d el pobre d ond e se le enseño a leer, se le d isciplinaba, se le hacía
conocer m ás d e su país, ad quiría d estrezas y se capacitaba para d efend erse.
Literalm ente, los reclutas aprend ían a bañarse, se cam biaban d e ropa, los d espiojaban,
los curaban d e enferm ed ad es. Los m uchachos cam pesinos salían d e los cuarteles siend o
m ejores que cuand o entraron... Esa es la trad ición que hay que revivir.”
Sem ejante enfoque tiend e a perpetuar un rol que no se correspond e ni con la
organización racional, especializad a y funcional d el Estad o, sus instituciones y la
socied ad , ni con las posibilid ad es y requerim ientos d e una m od ernización d e la propia
fuerza arm ad a, a la luz d e los cam bios que se han operad o tanto nacionalm ente, al
interior d e cad a uno d e los países d el istm o, com o internacionalm ente con el final d e la
guerra fría y la d esaparición d e la antigua Unión Soviética y el bloque socialista. Las
relaciones entre los pod eres d el Estad o y la socied ad , su ponen una red efinición en
sentid o d em ocrático d el papel d e las fuerzas arm ad as , no com o un factor político d el
pod er que interviene a su gusto y antojo, sino com o un elem ento clave d el pod er d el
Estad o, que se enm arca en un régim en d e d erecho. Esto es lo que pued e perm itirle
institucionalm ente al ejército ser un organism o profesional , m od erno, eficiente y
caracterizad o en su gestión institucional por el respeto a la Constitución y la ley y lo que
crea los espacios institucionales d el Estad o, que d eben asum ir, cad a una a su m anera y
en se propio ám bito d e acción, las responsabilid ad es d el d esarrollo y respond er
ad ecuad am ente a las d em and as que le form ule la población. Con ello, el ajuste d el

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sistem a político a la voluntad m ayoritaria d e la población la d istribución especializad a
d e funciones y responsabilid ad es institucionales la garantía d e plena vigencia d e los
d erechos hum anos y el respeto d ebid o a los d erechos d e las m inoría, pasan a ser
elem entos cotid ianos d e la vid a d e la com unid ad y un factor integral en la form ación d e
una cultura política d em ocrática no autoritaria.

V. A modo de conclusión.

Tod o esto d em uestra que la cuestión d e los d erechos hum anos, d e su


reconocim iento, vigencia y eficacia, guard a una relación ind isoluble con el tipo d e
universo institucional en que el ind ivid uo d ebe d esenvolverse. Y que no pued e tam poco
concebirse la posibilid ad d e vigencia d e tales d erechos al m argen d e las actitud es
sociales y culturales prevalecientes en el entorno en que d eben d esarrollarse.
Sobre lo prim ero, conviene d estacar que según sean las instituciones existentes y
su verd ad ero papel en el funcionam iento d el estad o según sea el control d el ciud ad ano
sobre ellas y sus titulares y según sea la d istribución d e pod er real entre los d istintos
órganos d el Estad o, así com o la capacid ad d e actuación ind epend ientem ente d el pod er
jud icial y la representación parlam entaria, en su caso, así será el ám bito verd ad ero d e
aplicación concreta d e esos d erechos que se le reconocen al ind ivid uo en la Constitución
d el Estad o, en la ley o en las Convenciones Internacionales d e la cual el país es
signatario.
En cuanto a lo segund o, es d ecir el entorno constituid o por las actitud es sociales y
culturales, su cond icionam iento es d oble: d e una parte, por lo que hace a la valoración
que la propia com unid ad tiene d e ciertos d erechos, la im portancia que les conced e y la
correspond iente exigencia d e su respeto por parte d e funcionarios y pod eres públicos,
que les otorga. Y por otra, por lo que se refiere específicam ente al propio ind ivid uo, en
la m ed id a en que se le reconocen, d e las garantías que los protegen y d e la universalid ad
d e sus fund am entos , d epend erá el que se trate d e un sujeto pasivo sin conciencia y sin
exigencia, víctim a d e tod a arbitraried ad y abuso, o un ciud ad ano activo con conciencia y
participación, protagonista d e su propio d estino d e su país. Esto es una cuestión
fund am ental que pasa por la ed ucación y form ación d el ciud ad ano com o sujeto d e
d erechos y obligaciones, consciente y participativo. Pues com o ya bien sabían los
pensad ores m ás avanzad os d el siglo XIX en Centroam érica, no basta tener d erechos
sim plem ente consagrad os en la Constitución y las leyes. Se necesita acom pañar ese
reconocim iento con la ed ucación para saber que se poseen tales d erechos y pod erlos
ejercitar no sólo en lo que ellos facultan, sino tam bién d entro d e los lím ites que les
im pone el reconocim iento d e los d erechos d e los d em ás. Y se requiere, tam bién, una red
institucional que esté puesta al servicio d el ciud ad ano y no éste al servicio d e ella. Sólo
así se pod rá garantizar tanto su respeto por parte d e quien pod ría tener el pod er
político, económ ico o m ilitar para violar tales d erechos, com o su pleno ejercicio y
vigencia por el conjunto d e ciud ad anos.
Este contexto d em ocrático es esencial , precisam ente,. porque com bina tres
elem entos claves d e las socied ad es y sistem as d em ocráticos m od ernos:

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a) El respeto y valoración suprem os d el ind ivid uo, com o ser hum ano único e
intransferible, y sim ultáneam ente ind isoluble d el contexto social histórico en que se
d esenvuelve y en que está naturalm ente inserto.
b) El com pleto institu cional en que se ubica ese ind ivid uo, tanto d esd e el punto
d e vista d e su realid ad concreta d e vid a, trabajo, convivencia, ocio y creación,
com o d esd e el ángulo d e su constitución d e ciud ad ano, sujeto d e d erecho público y
actor en la constitución, integración, funcionam iento, control y renovación d e los
pod eres d el Estad o.
c) El contexto cultural, m ucho m ás am plio que le referid o a la m era institución y
ed ucación, que d eterm ina no sólo la escala d e valores vigente sino la psicología y
m otivación ind ivid ual y colectiva, que hace reales o ilusorios los d erechos
reconocid os al ind ivid uo y otorga un sentid o d em ocrático o autoritario a los valores y
la d istribución d e roles y papeles que se reconoce a los d istintos integrantes d la
socied ad y el Estad o.

El sistem a d em ocrático no equivoca su fin últim o, que es la preservación y


d esarrollo pleno d el ind ivid uo concreto, d e carne y hueso, al cual confiere una
valoración suprem a. Esta no im pid e, sin em bargo, que ubique a ese ind ivid uo en un
contexto social e histórico inelud ible que m arca y d eterm ina su existencia com o un ser
social por excelencia; pero no lo d isuelve en ese contexto en el cual está naturalm ente
inserto, com o sí lo pretend ieron es su oportunid ad las concepciones totalitarias y d e
otro tipo que m enosprecian la persona hum ana y su esencialid ad irrepetible, en
beneficio d e la clase, la raza, el pueblo, la segurid ad nacional o el Estad o.
El sistem a d em ocrático, ad em ás, brind a la red institucional y el sistem a político
que perm iten a ese ind ivid uo ejercer un control creciente -aunque con im portantes
variaciones d e país a país, y d istintos grad os d e d esarrollo y estilos- sobre el Estad o, los
pod eres p úblicos , los funcionarios y las políticas p úblicas. Y propone, en
correspond encia con ello, un sistem a d e valores, cond uctas y psicologías, que perm iten
no sólo la am pliación ind efinid a d e la esfera propiam ente civil d e la socied ad , sino un
proceso cultural d e vocación infinita, que consolid a com o argam asa institucional el
sistem a político d e participación ciud ad ana y sienta las bases para el florecim iento pleno
d el ind ivid uo com o ser hum ano d e vocación universal.
Ind ivid uo, instituciones y cultura, resultan así com binad os d e una m anera
coherente y fluid a, para arm onizar persona hum ana, socied ad , Estad o y naturaleza. Lo
cual hace d e la d em ocracia el sistem a político que fluid am ente se correspond e, por
fund am ento, finalid ad y función, con la naturaleza, vigencia y protección d e los
d erechos hum anos en la socied ad m od erna.
Aunque esa sea una tarea inacabable, una batalla que el ciud ad ano d ebe librar d ía
a d ía y un m añana que tiene que conquistarse cad a hoy.

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O’Donnell, Guillerm o; Schm itter. Philip pe C.. Transitions for A uthoritarian Rule, The
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i
Cfr. John A Booth and Mitchell A.Seligson (eds) Elections and Democracy in Central América, The University of
North Carolina Press, Chapel Hill and London, 1989, p.ll y siguientes, donde se discuten las diversas orientaciones
conceptuales referidas a la definición de democracia. Ver, asimismo, Giovanni Sartori, Teoría de la Democracia. T.I.
El Debate cpntemporáneo. To.II. Los problemas clásicos, REI, Buenos Aires, 1990. David Held, Models of
democracy, Polity Press, Cambridge, 1990. Carol C. Gould, Rethinking Demodracy, Cambridge University Press,
Cambridge, 1990. Norberto Bobbio, El futuro de la Democracia, Fondo de Cultura Económica, México, 1989.
Guillermo O’Donnell, Phillipe C. Schmitter and Laurence Whitehead, Transitions from Authoritarian Rule, The Jons
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Torcuato S. DiTella (Superv.), Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas, Puntosur Editores, Buenos Aires, 1989.
ii
Cfr. John A Booth and Michael A Seligson (eds), obr. cit, p.11 y ss.Giovanni Stori, obr. cit., To. I, p.41 y ss.
iii
Cfr. Held, David, Models of democracy, et. cit., pág. 268.
iv
Ibid, p.268.
v
Para una discusión detallada de este tema ver de Cerdas Rodolfo, El desencanto democrático. Crisis de partidos y
transición democrática en Centro América y Panamá, Red Editorial-Iberoamericana. REI Centroamericana, S.A.,
San José, 1993.
vi
Eduardo Lizano, expresidente ejecutivo del Banco Central de Costa Rica se ha referido con cierta amplitud al
fenómeno. Cfr. “La Condicionalidad Impera en Ambito internacional”, La Nación, San José, 1 de febrero de 1993,
p.2.
vii
Cfr. oxford Analytica “Latin America World Brief”, Oxford, november 8, 1991, p.2-3; International Herald
Tribune “Duch Halt Jakarta Aid over Timor Massacre”, november 22, 1991, p.7; International Herald Tribune
“Western Bankers Reported to Issue Warning to Kenya on Human Righs”, November 26, 1991, p.2
viii
Cfr. David Held “Democracy: From City States to a Cosmopolitan Order ?” y de Laurence Whitehead “The
Altermnatives to liberal democracy: a Latin America Perspective” , en Prospects forDemocracy. Political Studies
Special Issue, XL, Blackwell Publishers, England, 1992. Richard J. Bloomfield “Supressing the Interventions

12

Impulse: Toward a New Collective Security System in the Americas”, en Richar J. Bloomfield y Gregory F.
Treventon Alternative to Intervention, Lynne Rienner Publisher, Boulder and London, 1990, p.115 y ss. Abrarham F.
Lowenthal (de.) Exporting Democracy. The United States and Latin America, The Johns Hopkins University Press,
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