puestas detrás de las fuentes que no supimos pisar.
Ya no tenías aparato, siquiera el gesto de aquellas gomas tan graciosas con las que jugueteabas como diciendo, vente a calmar esta lengua que no está sabiendo vivir sin ti.
Apostamos por querernos,
nos salían palabras a borbotones y las horas no contaban de balcones adentro. Sólo que tú estabas tan lejos, a siete años de lo que yo podía darte.
Cuando vine a quedarme,
me dijiste te quiero, dos palabras manidas, más que cursis que las gastamos de tanto usarlas, porque es el amor un tipo cursi y relamido que sólo te puedes quitar de encima a base de disgustos.
Nos echaron de Manuela Malasaña
por aquel ruido atroz y ahogado en mi cuello que superaba con creces el umbral del olvido. Nunca fuiste de sufrir, mucho menos de hablar bajito cuando la pasión se anuda a tu lengua y sale escupida gemido arriba, buscando el cielo por la empinada ladera.
Y pasaron los años,
con quita de gritos y sin letras bancarias que echarnos a la boca. Si nos amábamos mes a mes, no era por obligación, nunca vino firmado en el anverso.
Sabes que he sido infiel
millones de veces con tu yo de hace años, cada vez que te beso, quizá haya sido la única forma que encontré de convencer para quedarse a quien eres ahora. Y no sé si fue por lograr convertir en algo memorable la rutina, o quizá por ser libres de marchar para siempre. El caso es que me quedé donde hace ya tiempo tú quisiste quedarte. Porque ya nada obliga, porque nada me lleva, Porque soy yo quien cada tarde va hacia ti de buena gana a esperar que nos caiga la noche.