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Cuando Gobernar era Despoblar

Al iniciarse la expedición múltiple de Victorica las tribus Guaycurú, únicas que


asumieron la defensa del gran territorio, ya habían soportado 14 años de guerra sostenida,
sin más tregua que los breves lapsos entre una y otra ofensiva alternada desde tres frentes
de agresión; el Paraná, el norte santafecino y la frontera salteña. Fue la última epopeya que
cumplió la vieja raza al concluir su rol protagónico en el Chaco.
La única superioridad de los combatientes radicó en su número, siempre mayor
que el del adversario; pero éste resultaba más poderoso en armamento, recursos
inagotables de reposición. Ningún auxilio exterior apoyó la lucha del guerrero nativo, a
quien, por lo demás, nunca se le reconocieron los derechos elementales del beligerante. La
muerte de un soldado en campaña se consideraba un crimen atroz, que clamaba venganza;
la muerte de un indio, en cambio, era un hecho normal del episodio bélico.

Los Emoc Li'ic fueron empujados al Pilcomayo por los Toba, sus hermanos de raza que se defendían
de la Campaña Victorica. Pasaron a poblar el Chaco boreal, aunque siempre se consideraron dueños
de las tierras sobre el Bermejo. (Colección del explorador Aníbal Mántaras).

El desgaste y el debilitamiento de esos 14 años de guerra, habían sido sensibles hasta lo


catastrófico. Habían caído muchos jefes y un número incontable de guerreros; se habían
desorganizado las tribus y disuelto cantidad de clanes a causa de la población pasiva (rechazamos
la insidiosa denominación de "chusma") prisionera o masacrada; pero pesaba principalmente la
pérdida de una cuantiosa ganadería de movilidad y subsistencia, saqueada por el enemigo.
Sólo la tenacidad bélica de los Guaycurú, su estoicismo espartano ante la adversidad,
permitió a este pueblo excepcional sobreponerse al desastre y reacondicionar sus últimas reservas
para hacer frente al potencial arrollador de la estrategia implementada por el ministro Victorica.

La ley
Al círculo gobernante no le interesaba un debate legislativo sobre la ocupación militar del
territorio. La presidencia de Sarmiento había dejado el mal precedente de utilizar a los
comandantes de frontera para resolver drásticamente situaciones políticas adversas de alguna
Provincia.
El proyecto de ley que se envió al senado disimulaba el tema con una autorización de
gastos por 500 mil pesos para movilizar la Guardia Nacional y crear un regimiento de voluntarios a
los fines de "la ocupación militar de los territorios del Chaco, establecimiento de los
acantonamientos de seguridad en los caminos de Salta, Santiago y Tucumán a las costas del
Paraná, y estudio y navegación de los ríos Pilcomayo y Bermejo". Estos gastos serían "imputados
al producto de la venta de tierras públicas".
Cuando Gobernar era Despoblar
En el senado se levantaron voces airadas, como la Aristóbulo del Valle, el gran tribuno
precursor del radicalismo; pero la mayoría roquista se impuso con la fuerza del número. Un
comentario de "La Prensa" acotó observaciones agudas: "el Senado ha prestado aprobación, y
aunque sólo hubo seis votos en contra, en éste número figuran algunas de las personas más
conspicuas de aquél cuerpo colegislador. El proyecto, a la verdad, no ha encontrado mucho eco en
la opinión. Hay un punto en él, que inspira especiales antipatías: la movilización de la Guardia
Nacional, cosa que no se acostumbra sino en casos de inminente y serio peligro para el orden
público o para la seguridad del país".
La Cámara de Diputados, por su parte, rechazó las cláusulas que se referían a la Guardia
Nacional y a la creación de un nuevo regimiento, alegando con razón que sólo a ella correspondía
constitucionalmente la iniciativa de movilización y reclutamiento de tropas. Sin embargo, el
roquismo, también mayoría en este sector, hizo tabla rasa de las prudentes advertencias del
diputado Lahite, quien dejó a la posteridad párrafos memorables:
"Se trata de expedicionar al Chaco militarmente, haciendo uso de la fuerza armada,
contrariando de este modo el espíritu y aún el texto de la Constitución.
"Por otra parte, el estado del Tesoro de la Nación no es satisfactorio, por más que de ello
se alardee. Se arguye que los gastos demandados se van a imputar a la venta de tierras públicas.
En Salta se están vendiendo tierras a 25 pesos la legua. De la venta de tierras no se podrá sacar el
costo de la expedición.
"Me opongo a esta expedición porque me asalta el temor de que se repitan las escenas
dolorosas que han tenido lugar no hace mucho tiempo en las llanuras de la pampa. ¿Qué van a
hacer esas tropas al Chaco? Podemos imaginarlo. Horroriza recordar los asaltos que han llevado a
los indios los ejércitos nacionales en diversas ocasiones, la civilización va a llevar al Chaco el
cautiverio, el incendio y la depredación. No se civiliza con la fuerza sino con la moral y la
propaganda de la industria y el trabajo. Además, la práctica nos demuestra que esta clase de
expediciones no dan resultados satisfactorios."
El ministro Victorica, presente en el debate, adujo con impavidez solemne: "no se hará
guerra de exterminio a los indios, sino que se los someterá pacíficamente" y a continuación hizo
leer por secretaría un pliego de las instrucciones a las columnas expedicionarias "en que se
recomienda -explicaba el ministro- el cordial tratamiento de los indios y que les aseguren que el
gobierno quiere su sometimiento, ofreciéndoles la paz".

El trasfondo.
El debate legislativo no constituía una novedad. La discusión ya estaba en la calle.
Sarmiento, promotor y apologista del exterminio, se retractaba en 1883 como periodista:
"los indios del Chaco en contacto con los colonos desde los primitivos tiempos, neófitos a veces de
misiones cuyos restos se descubren en el interior, guardan el territorio en que han nacido, y del
que no tenemos derecho a despojarlos sino cuando la civilización pide terreno para labrar". Y
recordaba lo ocurrido con el operativo pampeano: "hemos despejado de indios millares de leguas
en el sur, con un ejército formidable, pero a cada momento llegan tristes noticias de invasiones de
ladrones que no pueden llamarse indios, sino que son cristianos que se encargan de poblar la
soledad que ha creado el gobierno, privándolas inútilmente de sus guardianes naturales."

Nicolás Avellaneda "... recordar lo que Monseñor Federico Aneiros: Padre Salvaire: "la corrupción de los
se ha escrito en los últimos tiempos "... que las misiones se funden cristianos de la frontera ha llegado a tal
sobre las razas inferiores destinadas lo más distante posible de las punto, que he oído una mujer india echar
irrevocablemente a ser absorbidas por fronteras o de las últimas en cara a un hijo suyo, el cual se iba
las razas superiores". poblaciones cristianas". entregando a malas costumbres: Hijo,
eres deshonesto como un cristiano".
Cuando Gobernar era Despoblar

Desde las columnas de "La Nación", Mitre encaró la cuestión con criterio opuesto: "a los
colonos y no a la fuerza militar establecida en la frontera norte de Santa Fe, se debe la ocupación
del territorio". A renglón seguido, el articulista, empecinado en subestimar la acción militar, citaba
como ejemplo los colonos yanquis de Nueva California: ¡tan luego los autores de las cacerías
atroces de 1875! Con la campaña del Chaco ocurría lo mismo que con la guerra de la Triple
Alianza y el asesinato de Peñaloza. Los responsables se tiraban con las brasas que habían
encendido juntos.
La nota de Mitre fue refutada por el conferencista Juan de Cominges, un republicano
español emigrado al Río de la Plata, que había realizado dos expediciones al Chaco boreal,
intentando un proyecto de colonización indigenista en Formosa. Como se argumentaba con buen
sentido: "Lo que no ha dicho "La Nación", es que delante de las fronteras de Salta y Jujuy, hay
riquísimas haciendas pertenecientes a hombres civilizados, las que se apacientan en territorios
salvajes, cuidadas por salvajes que muchas veces tienen que defenderlas de la rapacidad de los
cristianos". "El editorial que con tanta franqueza ha confesado lo poco que valen las fronteras del
Chaco, no debe irritar a los militares honrados. Lo que sí debió ofenderlos, fue que un diario
pensara honrarlos dándoles la indigna misión de exterminar a unos cuantos argentinos, más
dueños que nosotros del territorio que ocupan". Como corolario, el conferencista desarrollaba una
tesis harto clara: "¿cuánto ha costado a la República Argentina cada uno de los inmigrantes útiles
que ha radicado en extremas latitudes?"
Tomó actualidad una publicación del ingeniero Arturo Seelstrang (editada en 1878) sobre
exploraciones en el Chaco para la fundación de Colonias, donde el autor intercalaba frases de este
tenor: "se ha traficado con la confianza del indio defraudándole y aprovechando inicuamente el
fruto de su trabajo". "La raza blanca, en verdad, no les ha llevado en tantos años más que la ruina
destruyendo sus toldos, tomándoles sus familias y quitándoles pedazo por pedazo el dominio de
sus tierras hereditarias".

La Curia
Ya desde el inicio de las expediciones militares al Sur, el clero a través de una figura
patriarcal, el arzobispo de Buenos Aires Monseñor Aneiros, venía planteando reclamaciones que
tenían su razón. La autoridad eclesiástica exigía el cumplimiento del precepto constitucional sobre
trato pacífico con los indios y su conversión al catolicismo.
En julio de 1872 Nicolás Avellaneda, ministro de Sarmiento, invita a Monseñor Aneiros a
conversar sobre una publicación de éste respecto a la prioridad de las misiones religiosas para la
pacificación de los indígenas. Se convino la institucionalización por ley de un Consejo para las
Misiones, que debía depender de la jerarquía eclesiástica, con ayuda económica del Estado. El
receso legislativo de octubre, o quizá gestiones extraoficiales del mismo Avellaneda, difirieron en la
sanción de la ley. Entonces el arzobispo dispuso la constitución del Consejo. El acto fue revestido
de solemnidad especial, y se celebró significativamente el 3 de diciembre, festividad de San
Francisco Solano, el fraile que había convertido a los indios a golpe de violín.
Al contestar la nota en que Aneiros comunicaba la integración del Consejo, un funcionario
acusaba recibo con una ironía de sentido evidente: "El gobierno ofrece decididamente a S. Sria.
Ilma., toda su cooperación para el logro de los benéficos propósitos y se permite indicar pudieran
hacerse extensivos a promover trabajos eficaces para obtener el rescate de cautivos en poder de
los indios, para cuyo fin podría el gobierno destinar inmediatamente algunos recursos".
Al año siguiente se conoció el texto del proyecto que había enviado a Avellaneda al
Congreso. Ya en el mensaje, el Ministro anunciaba su filosofía, que no tiene desperdicio. Luego de
citar como jurisprudencia al presidente Grant de los Estados Unidos, genocida insigne, decía: "es
inútil recordar en este momento lo que se ha escrito sobre las razas inferiores destinadas
irrevocablemente a ser absorbidas y devoradas por las razas superiores, únicas capaces de fundar
sobre un territorio nuevo el asiento duradero de su establecimiento social". Con resignación
profunda de estas convicciones, el Ministro consideraba inevitable "la divisa de la caridad cristiana
y un precepto de la Constitución". En otro pasaje subestimaba la acción religiosa: "la palabra del
Misionero es por sí misma insuficiente, y deben venir en su ayuda agentes más poderosos". Tales
agentes, según el proyecto, convertían el consejo en mero gestor de actividades y acoplaban el
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trabajo misional a los fortines.
Aneiros presentó al congreso un anteproyecto de reforma a la iniciativa de Avellaneda,
propiciando que "las misiones se funden lo más distante posible de las fronteras o de las últimas
poblaciones cristianas y que aquéllas en su régimen interno, así en lo espiritual como en su
administración civil, estén sometidas exclusivamente a la dirección de los misioneros y a la
autoridad episcopal".
Después sobrevinieron otras fricciones. La labor de catequesis en La Pampa se resentía
con las incursiones militares, lo que provocó la protesta airada de algunos misioneros y el retiro de
otros. Como respuesta el Poder Ejecutivo designó por su cuenta un Inspector de Misiones y redujo
a 400 pesos fuertes el aporte de 3000 que había votado el congreso. Para socorrer a los indios
prisioneros en Martín García, Aneiros debió recurrir a la caridad pública.
Por fin, en 1877 el prelado dejó constancia en un memorial de la réplica personal
intempestiva de un funcionario a sus recomendaciones de pacificación: "nada podemos hacer por
ahora porque estamos en guerra con los indios y el Sr. Ministro de Guerra dice que no puede
determinar un punto fijo para los fortines".

La Cangayé
La estrategia de Victorica suponía el desplazamiento coordinado de cinco cuerpos de
ejército desplegados en doce columnas. La gran rastrillada debía iniciarse desde los cuatro puntos
cardinales. A juicio del propio Manuel Obligado, jefe de Estado Mayor, "dadas las medidas
tomadas para este objeto, no sería más que un paseo militar".
Desde Resistencia por el este, desde Formosa por el norte, desde Salta, Santiago y
Córdoba por el oeste y desde Cocheréc por el sur, las fuerzas expedicionarias buscarían como
objetivo de convergencia Lacangayé, el paraje que desde antiguo había sido cabecera del sector
indígena bermejeño, al punto que Avellaneda lo sugirió como capital del Gran Chaco en vez de
Villa Occidental. Allí el jefe general Payquin, caudillo de la poderosa federación bélica Toba-
Mocoví, había pactado con el gobernador Matorras la paz en 1774.
El vocablo Lacangayé significa en el lenguaje arcaico Toba, "traga gente" o "ya tragó
gente"; topónimo que puede estar vinculado a un cataclismo del que hablan algunas leyendas
indias lugareñas, o también a las ciénagas que circundaban el lugar. Los Toba sureños tenían otra
designación: canananráic, Laguna Blanca.
El lago espacioso se comunicaba con el Bermejo mediante un canal que servía de
drenaje en bajante, y a la inversa, de reguera torrencial cuando los desbordes del gran río.
La preponderancia geopolítica de Lacangayé en el mundo indígena se daba por los
varios senderos sempiternos que la conectaban con zonas muy distantes: con el Salado superior
(la célebre Macomica), con el Salado medio, con Cocheréc, con el río Paraguay en dirección
paralela al Bermejo, y con el Chaco central atravesando el Bermejo y el Teuco.

Benjamín Victorica: "no


dudo que estas tribus
proporcionarán brazos
baratos a los ingenios de
azúcar y los obrajes de
maderas".
Juan de Cominges, español republicano
emigrado al Río de la Plata, se constituyó
en defensor de los indios. En un cuadro
de época aparece con los jefes Pichón y
Carayá, con quienes había intentado Desplazamiento de las columnas de la campaña Victorica hacia Lacangayé,
organizar una colonia en Herradura, señalada con un círculo y un triángulo. Los puntos de partida fueron los
Formosa. cantones siguientes: 1, Resistencia; 2, Formosa; 3, dragones; 4, Cocheréc; y
los fortines 1, Figueroa; 20, Tapenagá; 21, Piglapá y 22, La Encrucijada.
(Colección López Piacentini)
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Al finalizar la pasada centuria ya habían declinado tanto el caudal como la concentración
demográfica. Decía Victorica en sus informes: "aquí estoy en la famosa Cangayé. El retiro de las
aguas del Bermejo le ha hecho perder importancia. ... En cuanto a indios, hemos encontrado
solamente tolderías abandonadas, más o menos grandes".

Jefes de la resistencia.
Aunque ya eran veteranos de la defensa de la tierra, sus nombres alcanzaron
predicamento por la bravura de sus últimas acciones. Eran cuatro jefes generales que
encabezaban sendas federaciones bélicas.
Uagrenác, José Petizo para los cristianos, del linaje mocoví, había sido la obsesión de
Obligado al norte de Santa Fe. Pues a diferencia de Lachirín, antecesor en el mando, se atuvo
invariablemente a la técnica guerrillera: nunca el ataque frontal o la batalla espectacular sino el
hostigamiento incesante y cauteloso, con patrullas capitaneadas por Antonio, Canciano, José
Domingo, Guantolí, Josholéc, Juan Antonio, Lasicorí, Seluec. Cuando advirtió el endurecimiento de
la línea sureña de fortines (prolegómenos de Victorica) retiró el grueso de su fuerza hacia el
noroeste, a las tierras sedientas de Campo del Cielo y Otumpa, donde se conservaban aún los
pozos cavados por los Matará antiguos.
Yaloschí con Sinatquí compartían el dominio del Bermejo inferior sobre ambas márgenes,
desde la confluencia hasta el Paraguay; los dos, bravíos en la guerra y organizadores minuciosos
de la productividad de su feudo, donde las haciendas numerosas alternaban con sembrados de
mandioca, maíz, poroto silvestre, papa y zapallo, lo que motivó la ironía incomprensiva de
Fotheringham: "parece que a Cambá le gustaba un poco la agricultura".
Es posible que el asiento de la jefatura de Yaloschí haya sido Lacangayé. Cuando Luis
Jorge Fontana se aproximó a este punto en su edición de 1879, fue Yaloschí quien defendió el
paso y entabló combate, asestando al jefe intruso, durante la dura lid, el lanzazo que ocasionó la
manquera de Fontana y su ascenso a Teniente Coronel.
"Cambá era un indio gigantesco, muy moreno, de forma atlética". Al combatir lo hacia
desnudo, a pie, empuñando como única arma la lanza propia de su jerarquía, a la que ningún jefe
Guaycurú quiso renunciar pese a la tentación de los fusiles. Más de treinta jefes clánicos
secundaban su poderío. El sobrenombre guaranítico de Cambá (negro) y su tez morena confirman
nuestras verificaciones sobre la singular mestización que se operó entre los Toba paranaenses y
del Bermejo inferior con los esclavos brasileros, prófugos de la servidumbre lusitana. Los
desertores de los regimientos brasileños de la Triple Alianza acentuaron la fusión racial, aunque el
problema venía de arrastre. El tinte negroide no se observaba entre los Toba de tierra adentro ni
del Bermejo superior, entre quienes predominaba la tez blanca o amarillo - rosada y los párpados
asiáticos al sesgo.
Al producirse la campaña Victorica, Yaloschí y Sinatquí se replegaron a los territorios del
norte del Bermejo donde se les presentó un doble frente de combate: con las columnas militares y
con los Toba del grupo Emoc li'ic, a los que empujaron hacia el Pilcomayo.
Otro jefe general de los Toba debió también desocupar el Bermejo sureño, Mesoschí
encabezaba una federación "de mil lanzas". Desplegó su acción en Formosa combinando fuerzas
con los anteriores pero sus condiciones personales de lucha eran distintas. Mesoschí habrá
poseído seguramente, condiciones diplomáticas singularísimas. Dos veces se entregó prisionero
con sus capitanes, y en las dos consiguió pactos decorosos de liberación con la promesa de
reclutar gente para el sometimiento, sin perjuicio de reanudar las hostilidades al día siguiente.

Desde Resistencia.
La sanción de la ley 1470 por el Congreso se esperaba solamente para que la Tesorería
autorizara los gastos de la campaña, planificada desde años atrás. No bien promulgado el
instrumento legal se comunicó telegráficamente a los jefes la orden de partida de acuerdo a las
instrucciones, mientras el Ministro preparaba todavía el viaje desde Buenos Aires por el Paraná; a
bordo de la torpedera "Maipo", para dirigir personalmente la etapa final de las operaciones.
La primera columna salió de Resistencia el 29 de septiembre de 1884, a las órdenes del
teniente coronel Julio Figueroa, con 136 hombres de tropa.
En cinco días se cumplió el trayecto desde el punto de partida hasta el fortín Bosch sobre
el Bermejo, cerca de la desembocadura en el Paraguay (actual puerto embarcación). "La marcha
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no ha ofrecido ningún incidente que merece mencionarse", "las descubiertas y flanqueadores no
encontraron un solo indio,... y según los informes de los obrajeros, hasta veinte leguas de la costa
del río Paraguay, no hay tolderías de indios enemigos". Las únicas dificultades se presentaron con
la travesía de los bañados y la espesura boscosa, a más de los baqueanos aborígenes "que
maliciosamente o por ignorancia obligaron al infrascripto a hacer grandes rodeos".

Desde Cocheréc.
El 9 de octubre partían desde la línea de fortines del sur las tres columnas en que se
dividió el 12 de caballería, fuerza veterana de la lucha de fronteras, ahora comandada por
Napoleón Uriburu, y que venía a constituir teóricamente el eje operativo de toda la campaña,
aunque la verdadera lucha se libró en el norte, en Formosa.
Manuel Obligado había dado las últimas instrucciones: "... se pondrá en marcha con el
mayor número de fuerzas que le sea posible en dirección a La Cangayé, batiendo sus flancos en la
mayor extensión de terreno; recomendándole muy especialmente a Ud. la parte izquierda en que
se encuentran los restos de los indios mocovíes acaudillados por el cacique José Petizo y que
tanto he recomendado usted antes tratar "de batir". Uriburu contestó: "me permitiré significar a V.S.
que está en un error y que es la primera vez que me da semejante orden,... y las veces que se ha
dirigido V.S. al suscrito... ha sido para decirle que José Petizo iba a reducirse con todos sus
indios". El astuto Uagrenác, al que Victorica llamó "este indio taimado", provocaba los celos del
adversario.
El capitán José Arias se encargó de ese flanco izquierdo. Avanzó desde Cocheréc al
noroeste, en busca de Campo del Cielo. Bordeó Campo del Coro, siempre al oeste. Patrullas
indígenas lo fueron incitando a la lucha durante el camino. Así Arias encontró la toldería
abandonada de José Domingo. Después batió las guerrillas de Daniel, Nolasco y Alejo. Tras cada
escaramuza los guerreros nativos se ocultaban en el bosque o se dispersaban por campos
cubiertos de cardos espinosos, que sólo el caballo indígena, adiestrado al efecto, podía atravesar.
La presencia invisible de Uagrenác organizaba la lucha.
De pronto Arias comenzó a sentir las penurias de la sed. Las provocaciones indias que el
interpretaba como alardes espontáneos, lo habían conducido a una zona desértica intransitable.
Debió desviar el rumbo hacia el este. Llegado a Lacangayé informó su jefe Uriburu: "de las
averiguaciones hechas a los prisioneros resultan contradicciones respecto al paradero del cacique
José Petizo, pues unos manifiestan que está al Sud, y otros dicen que se halla al otro lado del
Teuco".
Para respaldar las acciones de Arias, Uriburu desprendió otras dos columnas, también
hacia el oeste de Cocheréc. Tocó a éstas recorrer un sector del destruido poderío de Juanelráic.
Se presentaron a la vista las tolderías abandonadas años atrás. A veces, los baqueanos advertían
rastros de la gente que emigraba al norte.
Con rumbo al este, para flanquear la derecha de Uriburu, salieron las patrullas de los
capitanes Adolfo Boedo y José Montero. También por aquí se descubrían las señales del éxodo.
Recién en las proximidades del Bermejo, la columna de Boedo consiguió sorprender un
campamento numeroso, "ignorando el nombre de su cacique". "De sorpresa la toldería quedó
rodeada.... la chusma se levanta despavorida del terror y un indio de un tamaño enorme se le ve
levantarse sereno, tomar un fusil, una barreta y una masa de madera y acometernos a todos con
mucha destreza. Mandé hacer fuego contra él, cayendo herido de muerte. Se tomaron ocho
prisioneros incluso una india, un fusil corriente, una lanza, 200 flechas, pólvora, munición y cebas,
cuatro hachas, cuatro monturas y ovejas".
El mismo 9 de octubre, Uriburu se puso en camino con el grueso de la tropa, en línea
recta a Lacangayé. Iba precedido de una vanguardia para descubiertas, y a retaguardia un equipo
técnico militar que tuvo a su cargo abrir una ruta precaria desde Cocheréc hasta la laguna
legendaria. Sobre el trayecto alcanzó a la gente de Tesogní. "Estos indios que iban de mudada,...
se dispersaron en los montes después de muerto el cacique".
Uriburu había cubierto un frente de avance de 60 leguas. Su informe final desde
Lacangayé aseguraba que "la mayor parte de los que moraban en el desierto que ha tocado batir al
regimiento de mi mando, han salido al norte del Teuco refugiándose en los parajes más lejanos del
Chaco".
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Desde Formosa.
Fotheringham, gobernador de Formosa inició la marcha del 15 de octubre. Revistó la
tropa formada y antes que el trompa clarineara el toque de partida, con buen humor británico
profirió a modo de proclama del grito convocante de los Guaraní: ¡ya'já catú! (¡Vamos entonces!).
Días después partiría desde Formosa otra columna al mando de Fontana, con
instrucciones de marchar hacia el oeste y derivar luego al sur en busca de Lacangayé.
Fotheringham, que marchaba costeando del río Paraguay, a recibir las últimas
indicaciones de Victorica en Puerto Embarcación, había tenido problemas para conseguir
baqueanos. Reclamó los servicios de los jefes indios Pichón y Carayá. Pero éstos realizaban un
proyecto de colonización dirigido por Juan de Cominges, al sur de Formosa, cerca de La
Herradura. Recurrieron a su protector, quien gestionó del presidente Roca una excepción del
servicio de fronteras. Fotheringham hizo caso omiso de la licencia presidencial y exigió
colaboración compulsivamente. Carayá acompañó como baqueano al gobernador de Formosa y
Pichón a Fontana.
Producido el encuentro con Victorica en Embarcación, Fotheringham recibió la orden de
recorrer la ribera norte del Bermejo hasta Lacangayé, con recomendación especial de buscar a los
rebeldes Yaloschí y Sinatquí (Cambá).

Yaloschí.
Fotheringham reinicia la marcha y la búsqueda de los indómitos. De pronto advierte que
ellos lo vienen siguiendo.
Una siesta Yaloschí ataca con diez jinetes a soldados rezagados de la retaguardia de
Fotheringham. Su comportamiento fue homérico. Uno de los guerreros indios al enfrentar a los
soldados que empuñaban los remingtons para defenderse de la sorpresa, sintió miedo y huyó.
Yaloschí corre tras el y lo atraviesa con su lanza. Vuelve, lancea un soldado que lo apunta y mata
a otro. Se apodera de los remingtons. Ante la proximidad de una patrulla que acude en auxilio de
los sorprendidos, los agresores huyen, los soldados persiguen a la guerrilla. Yaloschí queda a pie
por muerte de su caballo. Uno de los soldados lo descubre escondido tras el totoral de una laguna.
Lo hiere de un tiro en el pecho y se arroja sobre él. Con la ayuda de otros logran reducirlo. "Duro el
indio. A pesar del feroz balazo le relampagueaban los ojos de enérgica ira e indomable furor".
Yaloschí fue sometido a un consejo de guerra sumarísimo. Lo acusaban de haber
intentado matar al Comandante Fontana, de un proyecto de asalto a Resistencia y de la muerte del
soldado en el combate de la víspera. Fue fusilado contra un quebracho corpulento.
Días después Cambá, que continuaba la persecución furtiva, llegó al lugar de la tragedia.
Ante su gente juró vengar la muerte del camarada.

Mesoschí.
Llegado Uriburu a Lacangayé y mientras espera el arribo de Victorica, recibe orden de
Obligado de cruzar el Bermejo y batir la zona hasta el Teuco, donde campean las huestes de
Mesoschí. La expedición, comandada por el propio Uriburu se compone de 60 hombres.
Mesoschí inicia la retirada y cruza el Teuco. En su persecución se moviliza una
vanguardia al mando del teniente Lorenzo Carrizo. A poca distancia de la ribera norte del río, el
jefe indio presenta batalla al ser sorprendido su campamento por Carrizo. "Después de más de
media hora de un nutrido fuego y precisado a dividir mi fuerza para contener los indios de a caballo
que por dos veces quisieron rodearnos pude desalojar poco a poco de su defensa a los indios de
flecha, los cuales empezaron a huir al monte siguiéndoles después los de a caballo, dejando en el
campo 15 muertos.... a juzgar por los regueros de sangre encontrados dentro del monte, llevan
bastantes heridos".
Carrizo retorna victorioso. Uriburu se desplaza con toda su tropa hacia el Teuco. Carrizo
vuelve a cruzar, y a los cinco días regresa con la noticia sensacional. Mediante un feliz operativo
había cercado a Mesoschí, que se rindió con sus cuatro capitanes pidiendo parlamentar.
Uriburu ofrece una paz honrosa, con entrega de víveres y reconocimiento del dominio de
la tierra a sus dueños naturales. Mesoschí acepta pero pide una tregua para reunir la gente
dispersa. Admitida la condición, el jefe indígena se interna en el Chaco Central. En realidad va a
consultar el negocio con Sinatquí. Pero Cambá sospecha una trampa. Exige que se entreguen
primero los abastecimientos y después se arreglarán las condiciones de paz. Mesoschí reanuda
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entonces el enfrentamiento.

Desde Salta
Sobre fines de octubre del teniente coronel Rudecindo Ibaceta arremetió con dos
columnas hacia el punto de concentración: Lacangayé. La primera, a su mando directo, debía
recorrer la costa sur del Teuco; la otra, a cargo del mayor Ramón Ferreyra expedicionaría la ribera
norte del Bermejo. El operativo abarcaba la ancha lonja de territorio interfluvial, perteneciente por
número a las tribus Mataco - Mataguayo, el etno que desde la prehistoria se calificaba como la
cultura indígena más atrasada del espectro chaquense. Los güichi eran recolectores, de hábitos
pasivos y estacionarios, reducidos a la economía de los recursos naturales inmediatos.
El diario de ruta que redactó Ferreyra resulta todo un contraste con los demás de la
campaña Victorica. Ningún combate. Ningún paraje abandonado. A lo más, los excursionistas
debieron pagar con tabaco y carne el derecho de paso que exigían los jefes. Los pacíficos
caudillos clánicos Barbón, Alejo, Bazán, Dosgüeales, Pancho, Teniente, Alférez, Flaco, Seferino,
Chancho, Mulato, Petizo, Chingolito, Sumayen, Palomo, Tomasito, Ratón, Benito, Sanjuanino,
Cara Pintada, Esteban, Lobo, Juan Tolosito (la ausencia de nombres totémicos da la pauta de la
depresión cultural) prestaron acatamiento humilde a la poderosa fuerza invasora.
Cada vez que los expedicionarios acampaban, a la hora del rancho aparecían algunos
hombres precedidos de mujeres y chicos para pedir comida, especialmente carne de vaca, el
alimento de que carecían y que para ellos colmaba la nutrición débil de la fauna lagunera. Casi
siempre los míseros esperaban el retorno de los parientes que habían ido a Salta a trabajar en los
ingenios.
Este comportamiento era inconcebible en el sector Guaycurú
Paradójicamente, la marcha de estas columnas fue más lenta que las del sur, del norte y
del este, pero no por peripecias bélicas sino por la obstrucción continua de la naturaleza abrupta.
"Ha sido necesario abrirse paso en medio de bosques seculares que forman una muralla casi
inexpugnable".

Medallas conmemorativas de la campaña del Chaco, conferidas por el Congreso a los méritos
militares. De oro para los jefes, de plata para los oficiales y de bronce para los soldados.

La marcha triunfal
Las cinco columnas de limpieza convergieron finalmente hacia el derrotero de
Lacangayé.
El ministro Victorica ha llegado al punto estratégico y prepara el acto culminante de la
campaña. Sabe que sus fuerzas han derrotado al enemigo principal, los Guaycurú; pero le consta
que ningún grupo Toba ni Mocoví se ha rendido. Inútilmente esperó seis días en Lacangayé a
Mesoschí, que había prometido presentarse a prestar acatamiento. En general, al paso de la
columna por todo el territorio Guaycurú, el invasor había encontrado solamente guerrillas hostiles y
tolderías desocupadas. Los altivos dueños del aleua preferían la dura suerte del ostracismo.
Entonces Victorica organiza la marcha del triunfo con los güichi. Al frente de su Estado
Mayor se trasladó desde Lacangayé al oeste, a las ruinas de la misión franciscana de San
Bernardo, y desde allí refiere en su correspondencia las alternativas de la apoteosis. "Los
Matacos... han recibido con mucho placer la noticia de que los tobas han sido desalojados desde
Lacangayé abajo". "Regresé a La Cangayé el 30 del mismo mes seguido por las tribus desde cuyo
Cuando Gobernar era Despoblar
punto las despaché después de haber hecho presenciar la ocupación militar del territorio y la
expulsión o sometimiento de los tobas con quienes habían vivido en perpetua guerra. Muchos de
ellos querían seguirme hasta los pueblos de abajo, como ellos decían, para trabajar. Solamente
acepté traer a la capital cincuenta mocetones con dos de los caciques y sus familias". "Se me han
presentado algunos pobladores que tienen chacras entre los riachos, entre ellos algunos
indígenas, temerosos de que la codicia de los poderosos los desaloje, les he dado toda seguridad
a nombre de V.E., seguridad que les da la ley, al menos de cien hectáreas".
Como corolario de su filantropía, Victorica anota: "No dudo que las tribus proporcionarán
brazos baratos a la industria azucarera y a los obrajes de maderas". En cuanto a los brazos caros,
"todos han huído para el otro lado, donde se encontrarán con enemigos, y sin medios de subsistir.
Los acantonamientos quedan bien montados, y en diciembre podrán impedirles el acceso a los
algarrobales".

Otra vez Mesoschí.


Contrariado Uriburu por el ridículo que le han hecho pasar ante Victorica y Obligado los
ardides de Mesoschí, comisiona al mayor Celestino Pérez para una nueva búsqueda al norte del
Teuco.
Luego de atravesar el río, la guarnición se siente merodeada por las patrullas
bombeadoras del escurridizo, que en una oportunidad intentaron batir un grupo de rezagados.
Pérez consigue localizar los asentamientos de Mesoschí "al S.E. de Chipiapiguí".
Comienza la persecución pero sólo encuentra a su paso campamentos recién abandonados, con
los fogones todavía encendidos. Sin embargo, el fugitivo se ve imprevistamente cercado y sin
escapatoria, mediante una maniobra envolvente de la fuerza expedicionaria dividida en diez
piquetes. La tarde del 24 de noviembre, la patrulla comandada por el capitán Montero regresa al
campamento de Pérez con Mesoschí acompañado de sus segundos Shinoschí, Nitraidí, Irasóic y
Pedro Largo. Otra vez ha pedido parlamento.
"Mandelos desmontar y después de obsequiarlos con tabaco y algunas prendas de ropa,
retireme aparte con Mesoschí, a quien hice interrogar con mi lenguaraz, diciéndole los motivos que
había tenido para no presentarse en Lacangayé". El prisionero alega que sus tolderías habían sido
agredidas por las vanguardias de Fotheringham, y se ofrece para acompañar a Pérez en una
recorrida por sus dominios. La gira se realizó efectivamente. La presencia y el prestigio del jefe
indígena (más una generosa distribución de reses, ropa y tabaco) consiguieron superar el recelo
de varias familias, que accedieron a entregarse y acompañar a Pérez a Presidencia Roca.
Mesoschí fue liberado para reunir más gente. No se volvió a tener noticias de él hasta un
año después, en que otra columna militar lo sorprendió en las mismas inmediaciones de
Chipiapiguí; pero esta vez fue remitido con su gente a Formosa, en una penosa caravana de
acollarados.
Para comprender mejor la tragedia indígena de fines del siglo, ha de saberse que
Mesoschí pasó a constituir una imagen mítica entre los Toba bermejeños, más que las figuras
mártires de Yaloschí y Sinatquí. La posteridad autóctona lo considera un benefactor providencial.
Por gentileza del investigador chaqueño José Miranda, el autor de esta nota tuvo
oportunidad de escuchar la grabación magnetofónica de un relato que, a casi un siglo de la época
de Mesoschí, presenta los hechos con sorprendente autenticidad, coincidiendo casi con las
constancias documentales, aunque transfigurando al héroe al rango mesiánico.
Por su parte Jorge Cordeu y Alejandra Siffredi recogieron tres narraciones sobre el
mismo tema. Interesa transcribir unos párrafos de los informantes sobre las negociaciones de
Mesoschí:
"Los españoles, los cristianos, esos no quieren mezcla con tobas. Quieren todo para ellos
y quieren fundir este mundo. Entonces Metzgoshé los peleó con fiereza.... Le tiraban esos a
Metzgoshé pero no lo mataban, no lo podían matar a ese,... que quería que termine esa gente y no
hubiera más lucha; ¿pero qué?, si cada vez se amontonaban, y cada vez llegaba más gente de los
cristianos.... allá en el campo de Roca, y donde se encontraron en Metzgoshé y San Martín
(Uriburu); allá en la costa del Bermejo. Metzgoshé saludó a San Martín y, si no lo hubiera hecho,
todos los indios se habrían jodido.... entonces conversó con Metzgoshé ese, con el primer cacique
del tronco de los tobas. El general ese tenía una tropa de vacunos y a cada grupo le daba así:
cuatro vacas, un torito, o una vaca.... al final lo agarraron y lo llevaron. Pero jamás se ha visto que
Cuando Gobernar era Despoblar
lo hayan matado. Lo llevaron marcado como oveja, pero no sabemos dónde. Pero sabemos que
está vivo, aunque no se ha visto lo que han hecho con el Metzgoshé."

De nuevo Uagrenác.
La gran concentración militar de en Lacangayé comienza el retorno a sus bases. Pero
también prosiguen sus tareas las comisiones científicas. Una de estas parte de Lacangayé hacia
Cocheréc con una escolta del regimiento 12. Dirige el operativo el capitán Urquiza, quien de paso
se propone rastrear el paradero de Uagrenác.
La breve columna busca desplazarse por campos mejores que los recorridos por Arias;
aquella tierra sedienta donde el agua "se consigue en muy poca cantidad en los pequeños pozos
que aún existen como vestigios de las tribus que habitaron estos bosques en tiempos muy
remotos".
No obstante, el jefe guerrillero repite la trampa. Urquiza descubre de pronto los rastros de
una caballería indígena y resuelve seguirla. Llega así hasta los esteros de Yasnorí. Pero éste
paraje será el último dónde puede abrevar la tropa. Después las huellas conducen a Campo del
Cielo. Urquiza siente los rigores del desierto: "... la espantosa sed de cuatro días"; "... se hizo
degollar un caballo cuya sangre bebieron con satisfacción". Tres soldados se escabulleron
alucinados por la esperanza de una aguada; uno de ellos fue destrozado por un tigre.
Frente al segundo desierto, Campo del Coro, Urquiza advierte la pillería y deriva la
marcha hacia el sureste, donde al fin concluye el calvario y se descubren las guaridas del buscado.
Sorpresivamente la expedición cae sobre las tolderías de José Domingo y el mismísimo Uagrenác.
"El número de indios, a juzgar por la gran cantidad de toldos no debía bajar de trescientos
cincuenta, entre los cuales se encontraban más de cien de lanza". Pero José Petizo y su segundo
habían desaparecido momentos antes con toda la gente. Los campamentos "estaban llenos de
objetos de uso como ropa, vajillas con agua, miel, harina de algarrobo y aloja, armas de fuego y
muchos cuchillos y lanzas".

Sinatquí.
También Fotheringham vuelve a Formosa, tomando al efecto un itinerario distinto al de
venida. Se aventura por el río Salado del Chaco Central.
En los esteros de Loguajaranaquí, por noticias de la indiada prisionera, presiente que se
encuentra en los dominios de Sinatquí. Usando una treta ingeniosa regala ropa y víveres a los
prisioneros y les da la opción de volver a sus tolderías. A la mañana siguiente los liberados
abandonan el campamento con raro atuendo: los hombres visten ropa paisana de los soldados y
las mujeres los camisones de dormir del Coronel.
Siguiendo las huellas, una partida de 35 hombres al mando del Mayor Rosendo Fraga
localizó el cuartel general de Sinatquí. Era el 6 de diciembre de 1884. El jefe indio no estaba, y el
ataque dispersó a los pobladores de las tolderías, que dejaron 14 muertos en el campo. Fraga se
instaló cerca del campamento, sobre la ceja de un monte. A la mañana siguiente comprobó que
estaba cercado por 200 guerreros de Cambá, la mitad de la caballería. "El combate principió a las
9 a.m. y duró hasta las 11:30. Para abrir la lucha los sitiadores profirieron desde un bosque
próximo la gritería atávica. Se escucharon imprecaciones e insultos en el mejor castellano, pues la
legión indígena estaba también integrada por criollos incorporados a la causa nativa. Fraga
distribuyó su gente y aguardó el ataque prescindiendo de la lluvia de flechas y tiros de fusilería que
lo hicieron blanco durante una hora.
Súbitamente Sinatquí, dejando la caballería de reserva en el bosque, tomó
personalmente la ofensiva con los infantes flecheros y fusileros. El blandía su lanza descomunal.
Avanzaban por trechos atrincherándose tras los grandes hormigueros monticulares (tacurú) que
cubrían el abra. Ya estaban a cincuenta metros del enemigo. Fraga dio la orden de fuego. Un
balazo en la garganta interrumpió la clarinada del trompa. Pero los rémingtons barrieron el campo.
Treinta guerreros cayeron sin vida. Sinatquí, malherido, postrado, vociferaba exhortando a la
caballería a decidir la suerte del combate. En el trance, el baqueano Carayá, que acompañaba a la
partida, señaló al moribundo: "Aquel... Cambá!". El cabo Luna, "un desalmado de cuenta", corrió
hacia el herido, lo ultimó a puñaladas, lo degolló y ensartó la cabeza en su propia lanza.
El trofeo macabro, así enarbolado, quedó como emblema de victoria, enclavado sobre
uno de los montículos del campo de batalla, próximo al campamento de Sinatquí.
Cuando Gobernar era Despoblar
El jefe ejemplar
La campaña Victorica toca a su fin. (Se han omitido de este relato varios operativos que
no agregan elementos de juicio).
Entre los jefes militares que demostraron su eficiencia y talento, brilla con luz especial el
nombre de Manuel Obligado, cuya conducta personal, por lo demás, es todo un ejemplo de
probidad. Después de tantos años de dedicación al problema chaqueño, invocó sus modestos
derechos de poblador de Reconquista, el pueblo que él había fundado, donde obtuvo la posesión
de una chacra a diferencia de otros beneficiarios que recibieron enormes latifundios.
Pero lo importante es que Obligado tuvo la sospecha de una grave falencia oficial y la
denunció. El gobierno carecía de una política indigenista que justificara las violencias del
remington. Ya gobernador del Chaco, escribía a Buenos Aires: "a estos indígenas los conchaban
los patrones de los obrajes por un salario imaginario, pues nunca les pagan en moneda corriente
sino que lo hacen en alimento escaso y de mala calidad.... los indios, señor Ministro, a pesar de su
ignorancia comprenden.... y no los podemos traer a la vida civilizada sino cumpliendo nuestras
promesas, o de lo contrario, habrá que proceder franca y enérgicamente a su exterminio". En otra
comunicación señalaba también las deficiencias de la política inmigratoria: "de los colonos, gentes
rústicas e ignorantes en su mayor parte, no hay que esperar, señor Ministro, ningún esfuerzo para
la educación de sus hijos, a los que por otra parte desean criar con el amor al país de que ellos son
nacidos, y es de necesidad la acción oficial enérgica y constante ".
Tales desaciertos negativizaron el esfuerzo militar. La misma campaña Victorica resultó a
la postre inoperante. El descontento se hizo sentir pronto, hasta en el sector indígena que se había
resignado a la nueva situación.
Para concretar el trazado del camino desde Resistencia a Salta, fue preciso que las
guarniciones se abrieran paso combatiendo, volviendo a ocupar y disolver las tolderías de Napalpí,
el viejo reducto de Juanelráic. La comandancia de Formosa se vio exigida a nuevas expediciones
al Bermejo y al Pilcomayo contra las huestes del infatigable Mesoschí y contra otra rebelión
inesperada la de los Emoc Lí'ic, hermanos de los Toba, pero enemistados a muerte por la posesión
de las tierras del Bermejo, y que acusaban al gobierno de favorecer a éstos.

Por falta de una política colonizadora del


gobierno, la campaña Victorica resultó inoperante.
Los generales Lorenzo Vintter y Enrique
Rostagno tuvieron que comandar después otras
dos campañas de pacificación.

Al abandonar Obligado la gobernación del Chaco, quedó desprotegida de ayuda oficial la


colonia fundada por él, San Antonio de Obligado; se sublevaron los pobladores y la propia
guarnición indígena, reintegrándose a la existencia selvática.
En 1889 en ministro Campos comisionó al general Lorenzo Vintter con una expedición
general que prácticamente repitió la estrategia de Victorica. Cinco columnas batieron el Chaco
desde el norte santafecino hasta el Bermejo.
En 1911, mientras se tendían los primeros ramales ferroviarios, el general Enrique
Rostagno, comandó otra campaña con cuatro cuerpos de ejército, desde el suroeste chaqueño (los
últimos dominios de Uagrenác) hasta el Pilcomayo, incluyendo la jurisdicción de los Mataco sobre
el Teuco.

El gran reparto.
Lo cierto es que la ausencia de una política colonizadora tenía su explicación. La guerra
al indio se había hecho para crear el desierto con el pretexto de abolirlo, para que la inmensa área
libre de ocupantes celosos de su terruño se valorizara en el mercado de oferta de grandes predios.
Los especuladores de tierra acopiaron la cosecha fecundada con sangre de indios y
Cuando Gobernar era Despoblar
soldados.
Cinco millones seiscientas mil hectáreas del Chaco y Formosa se entregaron a 112
adjudicatarios particulares, entre los que prevalecen apellidos franco - británicos; aunque también
figuran nombres vinculados al quehacer oficial: Lucio V. Mancilla con 150 mil hectáreas, Antonio
Dónovan con 80 mil, Ignacio Fotheringham con 10 mil, José María Uriburu con 10 mil, Donaciano
del Campillo con 80 mil, Benito Villanueva con 100 mil.
La condesa Alice Le Saige del la Villesbrume, una noble francesa emigrada por
disidencias conyugales, fue favorecida con 40 mil hectáreas. Los hermanos ingleses Carlos y
Jorge Hardy resultaron adjudicatarios de 100 mil hectáreas.
Por ley especial del Congreso se autorizó al Poder Ejecutivo a vender en Europa, al
mejor postor, 24,000 leguas cuadradas en Territorios Nacionales. Chaco y Formosa fueron así
despojados de 1,500 leguas de tierra pública.
Gastón Gori ha demostrado con documentación contundente que a partir de 1872 - es
decir, cuando recién se iniciaba la campaña de expulsión de los Mocoví del norte santafecino- una
firma especuladora radicada en Londres, "Mendieta y Cia", se dedicó a un operativo mayúsculo de
acaparamiento, consiguiendo de la Legislatura Provincial la sanción de un proyecto redactado por
su apoderado en Santa Fe. De ello resultó una apropiación de 668 leguas cuadradas; y allí se
gestó el fatídico consorcio de La Forestal, dueño de más de dos millones de hectáreas.
Los terratenientes -no el colono trabajador de su modesto predio- fueron los beneficiarios
opíparos del dispendio. El latifundio era el verdadero ganador de la guerra de exterminio y
expulsión del indio.

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