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“La centralidad de los clásicos” Jeffrey C.

Alexander
(Selección de fragmentos)

La relación entre la ciencia social y los clásicos es una cuestión que plantea los problemas más profundos, no
sólo en la teoría social, sino en los estudios culturales en general. En el ensayo que sigue sostengo que los
clásicos ocupan un lugar central en la ciencia social contemporánea.
[…]
Los clásicos son productos de la investigación a los que se les concede un rango privilegiado frente a las
investigaciones contemporáneas del mismo campo. El concepto de rango privilegiado significa que los
científicos contemporáneos dedicados a esa disciplina creen que entendiendo dichas obras anteriores pueden
aprender de su campo de investigación tanto como puedan aprender de la obra de sus propios
contemporáneos. La atribución de semejante rango privilegiado implica, además, que en el trabajo cotidiano
del científico medio esta distinción se concede sin demostración previa; se da por supuesto que, en calidad de
clásica, tal obra establece criterios fundamentales en ese campo particular. Es por razón de esta posición
privilegiada por la que la exégesis y reinterpretación de los clásicos – dentro o fuera de un contexto histórico
– llega a constituir corrientes destacadas en varias disciplinas, pues lo que se considera el “verdadero
significado” de una obra clásica tiene una amplia influencia.
[...]
Las razones por las que la ciencia social rechaza la centralidad de los clásicos son evidentes. Tal como he
definido el término, en las ciencias naturales no existen en la actualidad “clásicos”. […] Un historiador de la
ciencia observó que “cualquier estudiante universitario de primer año sabe más física que Galileo, a quien
corresponde en mayor grado el honor de haber fundado la ciencia moderna, y más también de la que sabía
Newton, la mente más poderosa de todas cuantas se han aplicado al estudio de la naturaleza” (Gillespie,
1960: 8).
El hecho es innegable. El problema es: ¿qué significa este hecho? Para los partidarios de la tendencia
positivista significa que, a largo plazo, también la ciencia social deberá prescindir de los clásicos; a corto
plazo, tendrá que limitar muy estrechamente la atención que se le preste. Esta conclusión se basa en dos
supuestos. El primero es que la ausencia de textos clásicos en la ciencia natural indica el status puramente
empírico de estas; el segundo es que la ciencia natural y la ciencia social son básicamente idénticas. Más
adelante sostendré que ninguno de estos supuestos es cierto.
[...]
La corriente positivista, como la plantea por ejemplo Merton (1947), plantea que el modelo de teoría
sistemática eran las ciencias naturales, y consistía, según parece, en codificar el conocimiento empírico y
construir leyes de subsunción. La teoría científica es sistemática porque contrasta las leyes de subsunción
mediante procedimientos experimentales, acumulando continuamente de esta forma conocimiento verdadero.
En la medida en que se dé esta acumulación no hay necesidad de textos clásicos. “La prueba más
convincente del conocimiento verdaderamente acumulativo”, afirma Merton, “es que inteligencias del
montón pueden resolver hoy problemas que, tiempo atrás, grandes inteligencias no podían siquiera comenzar
a resolver” (Merton, 1967a: 27-28). La investigación sobre figuras anteriores es una actividad que nada tiene
que ver con el trabajo científico. Tal investigación es tarea de historiadores, no de científicos sociales.
Merton recomienda con toda claridad un mayor acercamiento a las ciencias naturales.
[...]
La tesis contraria a la centralidad de los clásicos da por supuesto que una ciencia es acumulativa en tanto que
es empírica, y que en tanto que es acumulativa no creará clásicos. Sostendré, por el contrario, que el hecho
de que una disciplina posea clásicos no depende de su empirismo sino del consenso que exista dentro de esa
disciplina acerca de cuestiones no empíricas.
La corriente positivista, se basa en cuatro postulados fundamentales: a) Existe una ruptura epistemológica
radical entre las observaciones empíricas, que se consideran específicas y concretas, y las proposiciones no
empíricas, que se consideran generales y abstractas; b) suponiendo que esa ruptura existe, se considera que
las cuestiones más generales y abstractas – filosóficas y metafísicas – no tienen una importancia fundamental
para la práctica de una disciplina de orientación empírica; c) las cuestiones de índole general, abstracta y
teorética sólo pueden ser evaluadas en relación con observaciones empíricas; d) el desarrollo científico es
“progresivo”, es decir, lineal y acumulativo.
Mientras que la corriente positivista reduce la teoría a los hechos, los postulados de la corriente post-
positivista rehabilita los aspectos teóricos: a) los datos empíricos de la ciencia están inspirados en la teoría, la
distinción teorías/hechos no es una distinción real entre pensamiento (teoría) y naturaleza (hechos), sino que
es una distinción analítica (las observaciones se inspiran en las teorías que consideramos poseen mayor
certeza); b) los compromisos científicos no se basan únicamente en la evidencia empírica; c) sólo se dan
cambios fundamentales en las creencias científicas cuando los cambios empíricos van acompañados de la
disponibilidad de alternativas teóricas convincentes (generalmente se suelen emplear hipótesis ad hoc o
categorías residuales).
[...]
La actividad científica se aplica a lo que quienes se dedican a la ciencia consideran científicamente
problemático. Como en la modernidad suele existir un acuerdo entre los científicos naturales sobre los
problemas generales propios de su gremio, su atención explícita se ha centrado normalmente en cuestiones
de tipo empírico. Esto es, por supuesto, lo que le permite a la “ciencia normal”, en palabras de Thomas Kuhn
(1970), dedicarse a la resolución de rompecabezas y a solucionar problemas específicos. Por lo tanto, en base
a esto Jurgen Habermas ha señalado que el consenso es aquello que diferencia la actividad “científica” de la
“no científica”:
“Denominamos científica a una información si y solo si puede obtenerse un consenso espontáneo y permanente
respecto a su validez. El verdadero logro de la ciencia moderna no consiste, fundamentalmente, en la
producción de verdad, es decir, de proposiciones correctas y convincentes acerca de lo que llamamos realidad.
La ciencia moderna se distingue de las categorías tradicionales de conocimiento por un método para llegar a
un consenso espontáneo y permanente acerca de nuestros puntos de vista” (Habermas, 1972: 91).
En la ciencia natural no hay clásicos porque la atención, normalmente, se centra en sus dimensiones
empíricas. Las dimensiones no empíricas están enmascaradas, y parece que las hipótesis especulativas
pueden decidirse por referencia a datos sensibles relativamente accesibles o por referencia a teorías cuya
especificidad evidencia de modo inmediato su relevancia con respecto a tales datos.
[...]
Por el contrario, la mayor proporción de clásicos en la ciencia social se debe a que la aplicación de la ciencia
a la sociedad engendra un desacuerdo mucho mayor. A causa de la existencia de un desacuerdo persistente y
extendido, los supuestos de fondo más generales que quedan implícitos y relativamente invisibles en la
ciencia natural entran activamente en juego en la ciencia social. Las condiciones mismas de la ciencia social
hacen altamente improbable el acuerdo consistente acerca de la naturaleza exacta del conocimiento y, con
mayor motivo, el acuerdo sobre leyes explicativas. En la ciencia social, por consiguiente, los debates sobre la
verdad científica no se refieren únicamente al nivel empírico. Estos debates están presentes en toda la gama
de compromisos no empíricos que mantienen puntos de vista rivales.
Existen diversas razones que explican las grandes diferencias en el grado de consenso, entre ellas:
I. En la medida en que los objetos de una ciencia se encuentran situados en un mundo físico externo a
la mente humana, sus referentes empíricos pueden, en principio, ser verificados con mayor facilidad
mediante la comunicación interpersonal. En la ciencia social, donde los objetos son estados mentales
o condiciones en las que se incluyen estados mentales, la posibilidad de confundir los estados
mentales del observador científico con los estados mentales de los sujetos observados es endémica.
II. Las dificultades para alcanzar un simple acuerdo respecto a los referentes empíricos también se
deben a la naturaleza valorativa característica de la ciencia social. Existe una relación simbiótica
entre descripción y valoración. Los descubrimientos de la ciencia social a menudo conllevan
implicaciones importantes respecto al tipo de organización y reorganización deseables de la vida
social. Por el contrario, en la ciencia natural, cambios en el contenido de la ciencia generalmente no
implican cambios en las estructuras sociales. Las implicaciones ideológicas de la ciencia social
redundan en las mismas descripciones de los propios objetos de investigación. Toda definición,
escribio Karl Mannheim, “depende necesariamente de la perspectiva de cada uno, es decir, contiene
en sí misma todo el sistema de pensamiento que representa la posición del pensador en cuestión y,
especialmente, las valoraciones políticas que subyacen a su sistema de pensamiento” (Mannheim,
1936: 196-197).
III. Mientras que no se produzca un acuerdo ni sobre los referentes empíricos ni sobre las leyes
subsuntivas, todos los elementos no empíricos añadidos a la percepción empírica serán objeto de
debate. Además, la ciencia social se encontrará invariablemente dividida en tradiciones y escuelas a
causa de este desacuerdo endémico.
[...]
Por todas estas razones, el discurso – y no la mera explicación – se convierte en una característica esencial de
la ciencia social. Por discurso entiendo formas de debate que son más especulativas y están más
consistentemente generalizadas que las discusiones científicas ordinarias. Estas últimas se centran, más
disciplinadamente, en evidencias empíricas específicas, en la lógica inductiva y deductiva, en la explicación
mediante leyes y en los métodos que permiten verificar o falsar estas leyes. El discurso, por el contrario, es
argumentativo. Se centra en el proceso de razonamiento más que en los resultados de la experiencia
inmediata, y se hace relevante cuando no existe una verdad manifiesta y evidente. El discurso trata de
persuadir mediante argumentos y no mediante predicciones. La capacidad de persuasión del discurso se basa
en cualidades tales como su coherencia lógica, amplitud de visión, perspicacia interpretativa, relevancia
valorativa, fuerza retórica, belleza y consistencia argumentativa.
Este carácter central del discurso es la cuasa de que la teoría de las ciencias sociales sea tan polivalente, y tan
desacertados los esfuerzos compulsivos por seguir la lógica de las ciencias naturales.
El discurso no implica el abandono de las pretensiones de verdad. Después de todo, las pretensiones de
verdad no tienen por qué limitarse al criterio de validez empírica contrastable. Todo plano del discurso
supraempírico incorpora criterios distintivos de verdad. Estos criterios van más allá de la adecuación
empírica. Y, en la medida en que se hagan explícitos, estos criterios representan esfuerzos por racionalizar y
sistematizar las complejidades del análisis social y de la vida social captadas intuitivamente.

Fuente:

Alexander, J. (1990). “La centralidad de los clásicos”. En A. Giddens, J. Turner y otros La teoría social hoy.
México, Alianza.

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