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El Cristianismo es “la religión de la Palabra de Dios”, pero no es una “religión del Libro”.
La Escritura es palabra de Dios, en tanto que atestigua en palabras humanas inspiradas
por Dios la comunicación que Dios hace de sí mismo en su Palabra. Pero la Escritura no
es, en sentido absoluto y único, “la” Palabra de Dios. La Palabra de Dios en sentido
absoluto es el Verbo de Dios que, en la Encarnación, se hizo hombre, para el hombre
y en el hombre
Las primeras palabras, Dei Verbum, Palabra de Dios, que da el título a la constitución de
esta revelación, no hacen referencia a la Biblia, sino a la Palabra hecha carne, a la
persona del Logos, en quien, tras la preparación de la Antigua Alianza, Dios quiere salir
como hombre al encuentro del hombre. Revelación es algo más que comunicación de
verdades sobre Dios y sobre su voluntad. Revelación es la autocomunicación misma de
Dios, por medio de la concreta e histórica naturaleza humana de Jesucristo. Los profetas
del Antiguo Testamento eran portadores de un mensaje. Pero en Jesucristo se aúnan el
portavoz y el mensaje. Él es el Reino de Dios en persona. La Revelación es un
acontecimiento personal. Y esta participación, como toda manifestación de sí de otra
persona, sólo puede ser aceptada y testimoniada en la fe. Apunta a la unión de la
Humanidad con la Trinidad divina y a la mutua unión de los hombres entre sí, como se
menciona en la introducción de la primera carta de Juan. Por eso no se trata de un libro, o
la devoción a unas palabras escrita en un libro, en otras palabras, el cristianismo no es el
seguimiento de un libro sino de una persona, de la Divina Persona de Jesucristo.
Dios nos habla primero en la creación misma, en cada creatura. Nos habla en los hechos
de la vida. Desde una nube que presagia esa esperada y refrescante lluvia. Desde el
zumbido de una abeja que busca su botín entre las flores. Desde las olas en la playa, con
sus bulliciosos y constante deseos de conquista y de regreso a casa.
Nos habla desde quienes viven a nuestro lado. Cada ser querido nos recuerda el Amor de
Dios. También él vive en cuanto es amado. También él espera un poco de amor y de
consuelo.
Dios nos habla. Hoy me ha dicho tantas cosas. Seguirá susurrando cada día, cada hora,
con mil gestos de cariño. Tal vez ahora puedo pedirle, con humildad, con sencillez, que
me enseñe a orar, que me conceda un corazón atento, capaz de descubrirlo en la belleza
de una rosa y en el misterio del sufrimiento.
5. ¿De qué trata el texto del prólogo de Juan? ¿Qué importancia tiene para la vida de la
iglesia y para cada uno de nosotros?