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Gracias – Bosquejo
Tema: La Adoración.
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1 Introducción:
2 Punto 1. ¿Qué quiere Dios de nosotros?
3 Punto 2. ¿Por qué y cómo?
4 Punto 3. ¿Cómo debemos bendecir?
5 Punto 4 y cierre.
o 5.1 Relacionado
Introducción:
Muchos llegamos a la iglesia pensando que vamos a escuchar lo que Dios tiene
para nosotros. Pensamos en el servicio, del predicador y de quien cantará, etc,
nos han ensañado que tenemos que llegar a la iglesia para ver que tiene Dios
para nosotros. Que no importa el problema que tengamos que Jesús es la
solución. Pensamos Dios nos quiere ahí para hablarnos solamente, por eso
llegamos a la hora que sea, nunca estamos la mayoría desde el principio del
culto.
Solo hasta después de haberle alabado y adorado es que estamos listos para
escuchar su Palabra.
4 Entrad por sus puertas con acción de gracias, Por sus atrios con alabanza;
Alabadle, bendecid su nombre.
Hay algo muy importante que debemos conocer para poder alabarlo y adorarlo
y es reconocer lo que Dios es en sí mismo, su grandeza, su potestad, su señorío
y lo que nosotros somos en relación a Él. Esto es algo muy importante que
debemos considerar y aplicarlo es algo muy serio y vital en la adoración.
Esta es una gema poética, una pieza clave para la vida espiritual exitosa.
Salmos 26:7 “Para exclamar con voz de acción de gracias, Y para contar todas
tus maravillas.”
Así como el salmista proclama para sí mismo una relación apropiada con el
Señor y dependencia en El, por lo que espera su vindicación, así nosotros
debemos de estar dispuestos a depender totalmente de Él.
Pero ¿Cómo?
“En esto es glorificado mi Padre, en que llevéis mucho fruto, y seáis así mis
discípulos. (Juan 15:8).
Punto 3. ¿Cómo debemos bendecir?
1 Corintios 14:15-17 “¿Qué, pues? Oraré con el espíritu, pero oraré
también con el entendimiento; cantaré con el espíritu, pero cantaré también
con el entendimiento. Porque si bendices sólo con el espíritu, el que ocupa
lugar de simple oyente, ¿cómo dirá el Amén a tu acción de gracias? pues no
sabe lo que has dicho. Porque tú, a la verdad, bien das gracias; pero el otro
no es edificado.”
Glorificando a Dios y bendiciendo a nuestros semejantes en oración con el
espíritu pero también con nuestro entendimiento, para todos seamos edificados.
Punto 4 y cierre.
Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de
Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Pero en el nombre de
nuestro Señor Jesucristo. Filipenses 4:6
Debemos de confiar en Dios que él nos contestará nuestras peticiones toda vez
tengamos confianza plena y siempre persistiendo en la oración con acción de
gracias.
Por algo habrá usado Jesús esta palabra. ¿Qué quiere decir este título o nombre
que Jesús le da a Dios Espíritu Santo? “Paráclito” viene de dos palabras griegas
para y kaleo. Se trata de una preposición y un verbo que juntos significan
“llamar a alguien a nuestro lado”. Es como si yo le dijera al pastor: “Pastor,
póngase aquí a mi lado. Lo estoy llamando al lado mío”. En este sentido, la
palabra hace referencia a alguien que se pone a nuestro lado con un propósito.
Conforme a lo que conocemos o dijimos del Espíritu Santo este propósito es el
de asistimos o ayudarnos. Por eso, la traducción de la palabra podría ser
abogado, defensor, ayudador, consolador. Esto nos da una idea de cuál es el
operar y la acción, característica del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es Dios a
nuestro lado. El Espíritu Santo es Dios con nosotros y para ayudarnos. El
Espíritu Santo es Dios para asistimos. Él Espíritu Santo es Dios para
defendernos. El Espíritu Santo es Dios para protegemos.
Hay ciertos verbos que definen su acción como consolador en el sentido que
explicamos.
Él es el Dios que está con nosotros (Jn 14:16) como estuvo Jesús con sus
discípulos.
Él es el Dios que nos enseña, como Jesús enseñó a sus discípulos (Jn 14:26). Él
es el que nos recuerda las palabras de Jesús y nos facilita la comprensión de las
Escrituras (Jn 14:26).
Él es el que nos testifica acerca de Jesús (Jn 15:26).
El es quien nos convence del carácter de Jesús, de su obra y también de nuestro
pecado y de nuestra relación con él (Jn 16:7-11).
En todos estos casos los verbos o las acciones implican cercanía, estrechez,
contacto. El no es un Dios lejano a quien tenemos que convencer de que nos
venga a ayudar. No es recesa rio hacer sacrificios, ofrecer rogativas y plegarias
para que a través de algún emisario de tercero o cuarto grado él nos dé alguna
“ayudadita”. El es Dios aquí, a nuestro lado, estrecho, cerca, en contacto,
accesible, inmediato. ¡Qué inmediatez bendita y maravillosa! El Consolador no
nos deja ni noche ni de día, ni cuando estamos solos ni cuando estamos
acompañados. El día de nuestro casamiento estuvo allí, el día de la muerte de
nuestro ser querido estuvo allí, ruando recibimos algún premio o alguna
gratificación material él se reía con nosotros, y cuando las cosas fueron mal él
era nuestro ayudador para consolarnos. ¿No lo sintieron así?
El es el Paráclito, llamado a estar a nuestro lado y no dejarnos. El es el
Consolador y el ayudador. Esto es lo que hace el Espíritu Santo.
Pero aquí mismo, en esta expresión del versículo 16, hay otra palabrita que para
mí tiene un sentido teológico extraordinario. Es la palabrita “otro”. Jesús está
hablando de un Consolador, pero no de un Consolador cualquiera. Jesús está
diciendo “otro” Consolador. Lamentablemente, en castellano tenemos una sola
palabra “otro”, con ella puedo referirme a “otro” reloj exactamente igual a éste
que tengo, o puede ser “otro” reloj totalmente diferente. En ambos casos uso la
palabra “otro”. Pero en griego –gracias a Dios— hay dos palabras. Una significa
“otro” exactamente igual y la otra significa “otro” que puede ser distinto. En
este versículo se utiliza la palabra állos que significa otro exactamente igual u
“otro de la misma clase”. Jesús nos está diciendo: “Voy a mandar a otro, pero
que no es distinto que yo”. ¡No es esto algo grandioso!
Los evangelios nos dan testimonio de cómo fue Jesús aquí en la tierra. Siempre
he soñado que si tuviera la máquina del tiempo y pudiera entrar en ella, me
gustaría ir allí a donde Jesús predicó el Sermón del Monte o al lago de Galilea.
Quiero ver el rostro de mi Señor, quiero sentir el timbre de su voz, quiero ver
como brillaban sus ojos. No quiero tener meramente un testimonio escrito. Lo
quiero a él. Sin embargo, Jesús aquí nos está diciendo a nosotros, 2.000 años
después que va a venir “otro”, pero ese otro no es distinto que él. El nos dice:
“Así como yo toqué a mis discípulos y les dije, no se asusten cuando la tormenta
arrecia, así también el Consolador estará con ustedes”. Es el mismo Jesús. Es el
mismo Dios Espíritu Santo que cuando estamos solos nos acompaña, cuando
tenemos hambre nos alimenta, cuando estamos enfermos nos cura, cuando
necesitamos palabra divina nos aconseja, cuando no sabemos por qué camino
seguir viene a nosotros y nos dice: “Yo soy la verdad”. Es el mismo Jesús que
cuando la muerte nos asalta viene para afirmarnos y nos dice “Yo soy la
verdad”. Es el mismo Jesús que cuando la muerte nos asalta viene para
afirmarnos y nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida”. Es el mismo Jesús,
es exactamente el mismo Jesús, no es uno distinto, no es otra cosa, no viene con
otro mensaje, no viene con otra actitud. Es el mismo amoroso Jesús que
conocieron los discípulos y que ahora conocemos todos. No importa la
geografía, el espacio, el tiempo, porque este maravilloso Dios Espíritu Santo
está accesible para todos en todo lugar.
El es el otro Jesús. No se trata de una identificación absoluta de Cristo con el
Espíritu Santo, pero sí se trata de una continuación maravillosa del carácter, de
la persona y del tratamiento de Jesús con sus seguidores. Hay algo paradójico
en esto ya que el cristiano vive físicamente lejos del Señor, y sin embargo, el
Espíritu Santo está presente en él. Pablo en 2 Corintios 5:6 dice: “Así que
vivimos confiados siempre, y sabiendo que entre tanto que estamos en el
cuerpo, estamos ausentes del Señor”. Sin embargo, en Romanos 8:9 afirma con
convicción: “Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es
que el Espíritu de Dios mora en vosotros”. La energía con que Cristo trabaja en
los hombres es la energía que comunica el Espíritu Santo, de quien deviene la
regeneración espiritual. Es por eso que el Apóstol afirma que “si alguno no tiene
el Espíritu de Cristo, no es de él” (Ro 8:9), e identifica la presencia de Cristo en
la vida con la presencia del Espíritu (ver Ro 8:10-11).
La Biblia explica claramente lo que el Espíritu Santo es, además del rol que puede
desempeñar en nuestras vidas.
Cuando Jesús estuvo en la tierra, una gigantesca obra se llevo a cabo en él. Él abrió
un camino nuevo y vivo para nosotros. Él es nuestro Sumo sacerdote y precursor,
que nos entiende y nos ayuda en nuestra lucha. Sobre esto puedes leer más en la
carta a los Hebreos. Tomate un buen tiempo en leer esta carta, y ora para que el
Espíritu Santo te hable y te explique lo que lees. El Espíritu Santo tiene mucho que
decirnos acerca de quién es Jesús, y el significado de por qué vivió en la tierra
como un ser humano.