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Bourgeois a través de los ojos de Siri Hustvedt

Sara Jiménez

En 2015 el Museo Picasso de Málaga expuso la mayor retrospectiva que se ha


organizado en España de Louise Bourgeois. Fue toda una casualidad que yo acabara en
esas fechas visitando el museo y que, casi por un impulso, me adentrara en la
exposición.

Mi primer contacto con Bourgeois fue aquella araña inmensa que decoraba el patio;
después vi aquella frase que inauguraba la exposición: «He estado en el infierno y he
vuelto». Para su trabajo, Bourgeois usó el trauma, la ira, sus miedos, sus
preocupaciones. Y quizá sea esa sinceridad la que provoca el choque en nosotros: esa
honestidad abrumadora nos asusta. Pero lo que también vi en su obra fue a una mujer
abierta en canal ante todo el mundo, una mujer y unos miedos en los que poder
reconocernos, en especial nosotras.

Y luego leí La mujer que mira a los hombres que miran a las mujeres (Seix Barral) y
me reencontré con Hustvedt y con Bourgeois. Esta vez vi la obra a través de ojos
ajenos; dice Siri que «nos acercamos a las obras de arte con nuestro Yo y nuestro
pasado, que comprenden no sólo nuestra sensibilidad e inteligencia sino también
nuestros prejuicios y puntos débiles».

Las obras de arte siempre tienen una impronta personal, y en el caso de Bourgeois es
inevitable verla. Y es el análisis de esta obra lo que Hustvedt incorpora a su propia
persona: lo que entonces ve no es únicamente la obra de Bourgeois, es la obra a través
de sus propios sentimientos y pensamientos. Es otra obra distinta. Y ahora la obra de
Bourgeois no es igual para mí: ahora la veo a través de los ojos de Hustvedt.
Lo que pretendo señalar con esto es la importancia de artistas mujeres en nuestra
educación. Cuando Bourgeois crea “Arco de la histeria” está representando esas ideas
masculinas acerca de las mujeres, tan patriarcales y reduccionistas, que nos resumen en
simples histéricas. ¿Y si esto nos lo hubieran enseñado en clase de historia del arte?
Quizá teniendo referentes en la cultura, podríamos acercarnos desde pequeñas a un
mundo tan inmenso con menos inseguridades.

Leer a Bourgeois a través de Siri Hustvedt implica hacer un ejercicio de genealogía,


construir un canon distinto, reconocernos en otros ojos, buscar una realidad escondida y
apartada.

Más adelante, Siri continúa: «Todavía hoy se espera que las niñas sean más
encantadoras y se porten mejor que los niños, y escondan su odio y su agresividad, lo
que no es tan fácil, por lo que se filtra hacia fuera en formas de crueldad taimada. Muy
pocas veces las chicas se permiten liarse a puñetazos o armar camorra. Pero la Louise
adulta utilizaba su miedo y su rabia para articular una feroz dialéctica de mordiscos y
besos, de bofetadas y caricias, de asesinato y resurrección. Hay agujas en la cama. Hay
cortes, heridas y mutilaciones en las figuras y los objetos. Hay telas cosidas, escritas y
remendadas. Su obra es el escenario de una lucha que percibo como espectadora, una
experiencia visceral del combate que libra el artista con los mismos materiales y su
amor por ellos, produciendo telas e hilos, pero también mármol, acero y cristal
resistentes». La continua represión y el eterno silenciamiento dan lugar a que,
continuamente, distintas mujeres busquen una forma de expresar esa rabia, de dejarla
salir.

Construir una memoria a la que aferrarnos para seguir edificando, quizá ese sea el
camino. Una vez que abres los ojos, que empiezas a leer autoras, a descubrir artistas, tu
mirada queda impregnada de otra idea, de esa Otredad.

Si, como Hustvedt, entendemos que «consumimos a otros artistas y éstos se convierten
en parte de nosotros —carne y hueso— para ser vomitados de nuevo en nuestras propias
obras», debemos entender la importancia de reclamar una educación inclusiva, feminista
e interseccional.

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