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Las promesas, reiteradas una y otra vez, son el contenido de la Alianza (Génesis
17,1-14) y poco a poco se fue abriendo paso la salvación de Dios para un pueblo
con una historia y en una tierra, siempre cifrada en tiempo real y en espacio
concreto. Habrá “intervenciones” divinas para el nacimiento de Ismael, en la
teofanía de Mambré, para el nacimiento de Isaac y la prueba de Abraham, en la
muerte de Sara y durante los ciclos de Isaac y de Jacob, hasta constituir a Israel
(Génesis 32,23-32). Dios ha decidido intervenir ofreciendo una presencia que no
está vinculada a un santuario, sino a un pueblo y a una promesa.
TIEMPO DE OPRESIÓN Y LIBERACIÓN
Vale la pena detenerse en el ciclo de José (Génesis 37-50). El final del libro del
Génesis, muestra a José rodeado de una prole muy numerosa y ofrece un nexo
entre la memoria de los patriarcas y la esperanza del Éxodo hacia la tierra
prometida: Aparece el ciclo de Moisés, con un nacimiento y una infancia que le
preanuncian como salvado “de las aguas” y como libertador “de un pueblo”. De
nuevo el agua, de nuevo un linaje. El ciclo de Moisés es extraordinario y le servirá
al evangelista Mateo para ofrecerlo como tipo de Cristo. La vocación de Moisés
y el episodio de la zarza comprometen a Dios con el sufrimiento de su pueblo.
TIEMPO DE DESIERTO Y DE ALIANZA
Tras el paso del mar llegaron al Sinaí y Moisés “subió hacia Dios” (Exodo 19,3).
En el desierto la teofanía, la Alianza, la entrega de la Ley, el becerro de oro y la
alianza renovada. El final del Deuteronomio nos sitúa ante la tierra prometida,
prepara la ocupación y la conquista. El discurso segundo de Moisés se ocupa
del lugar y del tiempo, del nosotros y del aquí y ahora: Hasta cinco discursos
ofrece el libertador. La alianza se formula en forma de credo narrativo donde la
fidelidad de Dios exige la fidelidad del pueblo.
TIEMPO DE EXILIOS Y PROFECÍAS