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TIEMPO DE GRACIA Y ESPACIO DE LIBERTAD

Es el tiempo primero de gracia y armonía. El varón armónicamente unido a la


mujer, la criatura humana en comunión plena con la creación y con el Creador-
Padre goza en el diálogo y la relación con Dios. Es el tiempo de la libertad,
porque sin ella la humanidad no estaría todavía humanizada. Es el tiempo donde
la seducción es posible y el pecado es una posibilidad. Es el tiempo donde se
van a quebrar la armonía y la solidaridad. Se abre -por la seducción- el tiempo
de la vergüenza y la culpa. Ya no se atreven a mostrarse cara a cara con Dios…
TIEMPO DE PECADO Y DESORIENTACIÓN

Podríamos pensar en una interpretación alegórica del diluvio universal como


tiempo para una primera purificación que renovara y ofreciera una oportunidad.
Noé evoca a Adán, el diluvio devuelve a la tierra al caos inicial, pero la bondad
de Dios es más fuerte que el pecado de los hombres y se restablece la historia
aunque nunca volverá el Edén perdido. Después del diluvio, surgen muchos
pueblos de la descendencia de Noé. Y también surgirá Babel, una confusión
latente que se hace patente.
TIEMPO DE LLAMADAS Y DE PROMESAS

La preocupación que Dios ha mostrado por la humanidad, se centró más tarde


en la atención por una persona concreta: Abrán. A un hombre sin descendencia
y nómada, de la tierra de Ur, en Caldea, Dios le hizo la promesa de la tierra y de
un hijo, y en él la promesa de un pueblo numeroso.

Las promesas, reiteradas una y otra vez, son el contenido de la Alianza (Génesis
17,1-14) y poco a poco se fue abriendo paso la salvación de Dios para un pueblo
con una historia y en una tierra, siempre cifrada en tiempo real y en espacio
concreto. Habrá “intervenciones” divinas para el nacimiento de Ismael, en la
teofanía de Mambré, para el nacimiento de Isaac y la prueba de Abraham, en la
muerte de Sara y durante los ciclos de Isaac y de Jacob, hasta constituir a Israel
(Génesis 32,23-32). Dios ha decidido intervenir ofreciendo una presencia que no
está vinculada a un santuario, sino a un pueblo y a una promesa.
TIEMPO DE OPRESIÓN Y LIBERACIÓN

Vale la pena detenerse en el ciclo de José (Génesis 37-50). El final del libro del
Génesis, muestra a José rodeado de una prole muy numerosa y ofrece un nexo
entre la memoria de los patriarcas y la esperanza del Éxodo hacia la tierra
prometida: Aparece el ciclo de Moisés, con un nacimiento y una infancia que le
preanuncian como salvado “de las aguas” y como libertador “de un pueblo”. De
nuevo el agua, de nuevo un linaje. El ciclo de Moisés es extraordinario y le servirá
al evangelista Mateo para ofrecerlo como tipo de Cristo. La vocación de Moisés
y el episodio de la zarza comprometen a Dios con el sufrimiento de su pueblo.
TIEMPO DE DESIERTO Y DE ALIANZA

Tras el paso del mar llegaron al Sinaí y Moisés “subió hacia Dios” (Exodo 19,3).
En el desierto la teofanía, la Alianza, la entrega de la Ley, el becerro de oro y la
alianza renovada. El final del Deuteronomio nos sitúa ante la tierra prometida,
prepara la ocupación y la conquista. El discurso segundo de Moisés se ocupa
del lugar y del tiempo, del nosotros y del aquí y ahora: Hasta cinco discursos
ofrece el libertador. La alianza se formula en forma de credo narrativo donde la
fidelidad de Dios exige la fidelidad del pueblo.
TIEMPO DE EXILIOS Y PROFECÍAS

Tiempo de Jueces, Tiempo de Reyes. La historia de la monarquía es una


constante ida y vuelta a la alianza sellada por Dios con Israel. Los ciclos de Saúl,
David y Salomón marcan una época fuerte y dorada para la memoria de Israel,
pero no siempre es suficiente. Aunque poseen una tierra y son un pueblo, se
olvidan de Dios (Idolatría), dejan de ser fieles (Infidelidad) y olvidan el código del
desierto (Injusticia). Los profetas permanentemente denuncian su
comportamiento y llaman a la conversión recordando la alianza, pero entretanto
va surgiendo el anhelo de una justicia y una fidelidad nuevas y mayores.

PLENITUD DE LOS TIEMPOS:ENCARNACIÓN Y REDENCIÓN DE


JESUCRISTO SALVADOR

La Carta a los Hebreos permite entender la unidad de la historia de la salvación


en Cristo. Por lo que ofrece, por quien la ofrece y por el modo de ofrecerla, esta
es la salvación definitiva. Ésta es la etapa final de la historia porque es definitiva
y porque ahora ya no se ofrece un signo salvífico sino que lo que se ofrece es la
misma salvación integral (del pecado y de la muerte) y la ofrece Jesucristo,
“reflejo” e “impronta” del mismo ser de Dios, y a precio de su misma sangre. Ya
no es promesa, ahora es cumplimiento. Ya no es esperanza, porque es visión.

TIEMPO PARA LA IGLESIA PEREGRINA AL SERVICIO DEL REINO


ESPERANDO LA PARUSÍA

En la carta a los Efesios se canta el Himno al designio salvífico de Dios: Ya no


es una tierra prometida, ahora es toda la tierra consagrada; ya no es un pueblo
pequeño y débil, ahora son todos los pueblos, la salvación es universal; ya no es
la paz y la justicia de aquí, de esta tierra, sino la recapitulación de todas las cosas
de los cielos y de la tierra, porque ha llegado la plenitud de todos los tiempos en
Cristo.

Ahora, y en el seguimiento de Cristo, surge la comunidad cristiana sirviendo


como Él al anuncio del Reinado de Dios, llamando a la conversión, anticipando
con obras, signos y milagros, y explicándolo a todos con parábolas y enseñanzas
que llevan al mismo Jesús.

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