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En este escrito, intentaremos evaluar si la idea de un Dios creador es incompatible con las
propuestas de la física y la cosmología en torno al origen del universo. Se intentará probar
que no existe incompatibilidad y que, además, la tensión entre ciencia y religión surge de un
intento acrítico de enfrentar posturas que se refieren a dimensiones distintas del problema.
Para tal propósito, en primer lugar, señalaremos la manera como las teorías físicas y
cosmológicas de la formación del universo intentan refutar la postura creacionista de un
diseño inteligente, desde la interpretación de Hawking y Mlodinow; en segundo lugar,
intentaremos mostrar que tanto el anterior intento de refutación como las tentativas de la
religión por desprestigiar los avances científicos son planteamientos que extralimitan los
alcances de cada una de estas posturas; finalmente, en tercer lugar, se extraerá de la
argumentación de McGrath una propuesta que permita, tanto a la ciencia como la religión,
reconocer sus límites para que, desde allí, descartando la incompatibilidad planteada y,
teniendo ambas en consideración, podamos tener una visión más completa del problema
abordado.
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Nos referiremos sólo a las creencias del cristianismo.
La investigación científica, sustentada en la búsqueda de relaciones causales, ha ido
encontrando en cada paso de su investigación, elementos que nos permiten acercarnos, cada
vez más, a una mejor y más precisa descripción del mundo, haciendo que posturas menos
estructuradas desde el ámbito científico, como aquellas que la religión plantea, empiecen a
ser tenidas como innecesarias y obsoletas. A pesar de esto, tales descubrimientos, al objetar
nuestro sentido común, en la mayoría de los casos presentan enormes retos para nuestro
entendimiento; es así que, se hace necesario reflexionar sobre nuestras extraordinaria
capacidad para entender realidades tan sorprendentes y, para algunos, dicha reflexión
pareciera guiarnos hacia la convicción de que este universo, tan perfectamente organizado,
fue creado por un ser superior que otorgó al ser humano la capacidad de entenderlo;
interpretaciones como esta última han sido asumidas por religiones como el cristianismo,
con la intención de mantener vigente la idea de un diseño inteligente. Hawking y Mlodinow
señalan que no es un absurdo pensar ésto, pues “Es fácil comprender por qué se puede creer
eso [que el universo fue creado por Dios]. Esas causalidades tan improbables que han
conspirado para hacer posible nuestra existencia, y el diseño del mundo hospitalario para la
vida humana, serían en verdad sorprendentes si nuestro sistema solar fuera el único sistema
planetario en el universo” (2010, p. 173).
Es claro que el reto de la ciencia, al querer demostrar que la religión y la idea de un Dios
creador no tienen sentido, va más allá de falsar la narración del mito creacionista que el libro
del Génesis propone; la tarea consiste, por le contrario, en señalar que los descubrimiento de
la física y la cosmología describen y explican en sí mismas la complejidad del surgimiento y
la organización del universo, dejando sin un lugar la idea de un Dios creador. Es por ello que
el esfuerzo de Hawking y Mlodinow se centrará en mostrar que esas causalidades tan
improbables no son en realidad tan asombrosas, sino que son producto del azar.
Para Hawking y Mlodinow, estas coincidencias no son tan especiales en la medida que “ en
la actualidad conocemos centenares de planetas como éste [que giren el rededor de una sola
estrella] […] ellos hace que las coincidencias sean mucho menos asombrosas” (2010, p. 174).
Así mismo, afirman que la evaluación de las condiciones necesarias para la vida es realizada
desde la perspectiva humana, lo que nos aboca a buscar las circunstancias que nuestra especie
requiere para existir, dejando de lado una gran cantidad de posibilidades a las que no
podemos acceder. Así entonces, si estas condiciones pueden darse en muchos otros lugares
de nuestro universo y, además, hay otras circunstancias que no hemos considerado, las
coincidencias señalas no son tan especiales como lo suponíamos y quizá es sólo el azar, el
culpable de ellas.
La mayoría de las constantes fundamentales que aparecen en las teorías están ajustadas con tanta
precisión que si su valor cambiara aunque sólo fuera ligeramente, el universo sería
cualitativamente diferente, y en la mayoría de los casos resultaría inadecuado para el desarrollo
de la vida (Hawking y Mlodinow, 2010, p.176).
Estas coincidencias son mucho más difíciles de explicar, pues las leyes a las que nos
acercamos son válidas en todo el universo, que una vez más parece estar diseñado para
permitir nuestra existencia. Ante esta circunstancia, Hawking y Mlodinow acuden a la teoría
del multiverso, según la cual “nuestro universo parece ser uno entre muchos otros, cada uno
de ellos con leyes diferentes” (Hawking y Mlodinow, 2010, p.186). De esta manera, el
principio antrópico fuerte se torna en uno débil, en la medida que cada uno de esos universos
paralelos puede albergar un conjunto de leyes y ajustes físicos que propicien la vida sin acudir
a los las leyes que sostienen el universo que nosotros conocemos. Así entonces, para
Hawking y Mlodinow deja de ser necesaria la idea de un Dios creador, pues las coincidencias
físicas excepcionales que rigen nuestro universo no son tan especiales sino que pueden
acontecer de maneras diversas en los demás universos, y será el azar, una vez más, el que
determine en cada uno de éstos las leyes necesarias para la vida.
2. Ciencia vs religión.
Aun más, estas propuestas de negación del diseño inteligente, lejos de separar a un creyente
de la idea de un creador, lo aproximarían a pensar que la omnipotencia de su Dios es aún
mayor, otorgándole la capacidad de organizar un mundo con diversas posibilidades de vida
y aún más, lo situaría a la espera de tener contacto con aquella vida inteligente para anunciar
el amor de ese Dios que ha hecho posible la vida desde diversas posibilidades.
A nuestro juicio, la Ciencia excede los límites de aquello a lo que puede acceder cuando
intenta explicar lo que significan las leyes que ha descubierto; deja de lado su riguroso
proceso de investigación causal al intentar reducir la realidad a sólo lo que ella descubra; esta
actitud de pretender determinar la realidad entera desde los criterios de la ciencia es tomada
por McGrath como un “ burdo imperialismo científico” (2015, p.104).
En este sentido, el error que comete la ciencia al intentar abarcar la realidad entera desde sus
principios es una equivocación que también está presente ciertos ambientes religiosos. No
pocas perspectivas religiosas pretenden asumir que la revelación encontrada en la Sagrada
Escritura debe ser tomada como verdadera, en el mismo sentido de la ciencia empírica, como
comenta Henry Morris, líder del movimiento creacionista estadounidense: “cuando la ciencia
y la Biblia difieren, la ciencia, obviamente, ha malinterpretado sus datos” (Collins, 2016,
p.13). En ese mismo sentido Hawking y Mlodinow citan al cardenal Schönborn:
“enfrentamos afirmaciones científicas como el neodarwinismo y la hipótesis del multiverso,
[…] inventadas para eludir las evidencias abrumadoras de propósito y de diseño halladas en
la ciencia moderna” (2010, p.185). Estos esfuerzos por dar un sustento empírico y científico
a la religión son, a nuestro juicio, tan errados como las búsquedas de la ciencia por abarcar
la realidad entera. La religión no existe porque hayan pruebas empíricas de lo que anuncia y,
aunque puede dialogar con esta manera de entender la realidad, no debe intentar sustentarse
en ellas.
El conflicto entre ciencia y religión parece existir sólo en la medida que cada una excede sus
límites y pretende imponer sus estructuras; en esta medida, el intento de Hawking y
Mlodinow por desestimar la creencia en un diseño inteligente sólo podría dirigirse a una
visión de la religión que, de igual manera, pretenda señalar que los avances científicos deben
acomodarse a la revelación que de Dios se ha recibido. Este es, a nuestro juicio, un
enfrentamiento entre posturas acríticas que no reconocen sus límites y pretenden absolutizar
las verdades que en su dimensión han hallado; y así, sin un marco común de diálogo no habrá
entendimiento. Es por esto que la perspectiva Hawking y Mlodinow no entra en conflicto, en
estricto sentido, con la propuesta de McGrath; es decir: aunque no están de acuerdo, McGrath
puede aceptar todas las verdades estrictamente científicas, sin poner en riesgo sus verdades
de fe; así se mostrará en el siguiente apartado.
3. Ciencia y religión.
Intentando dejar de lado una perspectiva de discusión que oponga las visiones de ciencia y
religión, Alister McGrath intenta señalar que el avance de la ciencia en cuanto a la
explicación de la manera como el universo surgió, no deja de lado la idea de un Dios creador,
sino que ésta sigue siendo una opción viable. De igual manera, señala que tales avances
tampoco pueden ser utilizados para intentar comprobar la existencia ese Dios, dejando claro
que “la doctrina de la creación era un enunciado teológico acerca de un universo que había
comenzado a existir por creación de Dios, y no una explicación científica a propósito de
cómo o cuándo había sucedido tal inicio o creación” (McGrath, 2016, p.100).
Ahora, desde la perspectiva religiosa, como hemos señalado antes, sería un error pretender
que la creencia en un Dios creador sea probada o sustentada desde las leyes de la física o la
cosmología. De esta manera, McGrath señala que estas excepcionales coincidencias que
permiten nuestra existencia en el mundo no prueban nada, no nos permiten aseverar que Dios
existe y es necesario, sino sólo que “la idea de Dios continúa siendo una de las maneras más
simples, elegantes y satisfactorias de ver nuestro mundo […] el cristianismo nos facilita una
visión más global, una lente que nos permite enfocar mejor las cosas” (2016, p.112-116). La
religión no debe intentar sustentarse en la ciencia, ni imponer a la ciencia la manera en la que
ella hace descripciones, sino que su tarea se centra en proponer un significado para todos
estos hallazgos, debe proporcionarnos explicaciones sobre el sentido de nuestra vida, ámbito
al que la ciencia no puede acceder.
Desde esta perspectiva, no hay entonces una oposición verdadera entre ciencia y religión, en
la media que se dedican a dimensiones distintas del problema, una describe y la otra explica.
Esta división de tareas, antes de señalarnos una ruptura, nos indica que ambas pueden entrar
en diálogo para complementarse. Sólo con una visión de conjunto, una le evitará a la otra la
tentación de saltarse sus límites, permitiéndonos encontrar una perspectiva más completa de
la realidad.
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Por lo tanto, es necesario que los átomos interactúen entre ellos para evidenciar la superposición cuántica,
pues dicho principio, en sí mismo, no da origen al fenómeno.
Finalmente, es importante resaltar que la importancia de mantener un diálogo fluido entre
religión y ciencia, no se limita a una comprensión más completa y profunda de la realidad,
aunque éste no es un fin menor. El desarrollo de la historia nos ha mostrado que la opción
dogmática por una de las dos nos ha abocado a la intolerancia, generando un desequilibrio
que nos lleva muchas veces a la violencia; así lo narra el cardenal Ratzinger:
En la religión hay patologías altamente peligrosas que hacen necesario considerar la luz
divina de la razón como una especie de órgano de control por el que la religión debe dejarse
purificar y regular una y otra vez, cosa que ya pensaban los Padres de la Iglesia. Pero nuestras
consideraciones han puesto también de manifiesto (y la humildad de hoy, en general no se da
cuenta de ello) que también hay patologías de las razón que no son menos peligrosas; más
aún, si se considera su efectividad potencial es todavía más amenazadora: la bomba atómica,
el se humano entendido como producto. Por eso también a la razón se le debe exigir a su vez
que reconozca sus límites y que aprenda a escuchar a las grandes tradiciones religiosas de la
humanidad.” (Ratzinger, 2013, p.52-53).
Bibliografía.