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Rosa López
rosamarialopezs@telfonica.net
Excuso decir que a mí no me resulta nada fácil cumplir con todas estas
consignas y que mi torpeza me hace merecedora de sus reproches un tanto
moralistas:“Tú, como sólo te dedicas a la mente, te has olvidado de que
además tenemos un cuerpo. Más valdría que a tus pacientes les enseñaras a
respirar mejor y a caminar por la montaña los fines de semana”
Ahora bien, ¿qué ocurre cuando no es uno mismo el que habla de su cuerpo
sino que es el cuerpo el que se pone a hablar por su cuenta y riesgo?
Pero todavía puede ser peor cuando la complejidad de los síntomas corporales
de la histeria desesperan y sorprenden al médico, quien no sabiendo a qué
carta quedarse, decide intervenir prescribiendo fuertes medicaciones, pruebas
de todo tipo, internamientos, cirugías, en una escalada de iatrogenia o daño
médico, tanto mayor cuanto más empeora el cuadro clínico y no hay signos de
curación alguna.
Es muy probable que los grandes ataques de histeria descritos por Charcot en
las Salpêtrière en 1880, y prácticamente desaparecidos en la actualidad,
fueran el resultado de la intervención misma del observador sobre las
histéricas, y que Charcot produjera, sin intencionalidad consciente, un
conjunto de síntomas con características epileptoides que sus enfermas
aprendían unas de otras.
El propio Charcot, del que Freud fue alumno en París, quiso innovar la visión
de la histeria, descifrar sus enigmas, arrancarles su secreto, pero no lo
consiguió porque mantuvo siempre la posición escópica del médico. Las
histéricas respondían en el escenario teatral al que él las convocaba, frente a
un público de científicos curiosos que asistían al espectáculo alimentando el
goce voayerista.
Para otros, como los psiquiatras surrealistas André Breton y Louis Aragon, esta
faceta de la histeria tenía un maravilloso valor artístico, creativo y subversivo:
“La histeria no es un fenómeno patológico sino que a todas luces puede
considerarse un supremo medio de expresión” (El Cincuentenario de la
Histeria. La revolución surrealista, 1956).
4) El conflicto se produce entre una fuerza pulsional que trata de emerger y las
fuerzas represivas que se lo impiden. A su vez esta lucha pone en marcha el
deseo inconsciente que se constituye como el motor de toda actividad
humana, pero también como fuente de la angustia.
A partir de 1920 disponía ya de una larga experiencia que le hizo verificar que
esa curación no se producía como cabía esperar, por el contrario las histéricas
se mostraban recalcitrantes y perseveraban en el sufrimiento. Entonces Freud,
cuya honestidad no decayó frente a las pruebas de la histeria, se propuso
revisar todos sus conceptos hasta producir una modificación radical del aparato
psíquico que ya no parece estar regulado por la búsqueda de la mínima
perturbación, sino muy por el contrario por el denominado automatismo de
repetición, es decir por la tendencia a reproducir una y mil veces la tensión
que originó el traumatismo desde la infancia. Desde esta nueva perspectiva el
síntoma es un hecho de estructura para todo ser hablante pues es la
consecuencia de la imposibilidad de una relación normal y natural con la vida.
Rosa López
Esta satisfacción sólo es posible si "se tiene Un cuerpo", y éste a su vez es producto
de una operación subjetiva de incorporación de un significante, no es un cuerpo dado
al nacer. Por eso no tiene nada que ver con lo biológico. Es un producto del amor
propio: el sujeto no se identifica a este cuerpo sino que le pertenece.
Por otra parte, una consecuencia lógica de esta segunda axiomática por la que el goce
es anterior al Otro del lenguaje es que Lacan puede afirmar que el cuerpo "resta el
Otro".
Por todo lo expuesto podemos inferir que cuando Lacan dice que "el cuerpo es la única
consistencia del ser hablante" –y esta no es sólo producida por la forma completa
especular–, esta consistencia es "mental", no física. La consistencia corporal que
interesa al psicoanálisis está en el registro imaginario imbricado con los otros dos
registros. En consecuencia el cuerpo está articulado a los efectos de verdad que se
producen en la cura y que conciernen a su vertiente terapéutica para luego
desenvolver su trozo de real.
En el caso del goce femenino, Lacan despliega en sus mentadas fórmulas de la
sexuación , las características del goce femenino. Este incluye una satisfacción no
contabilizable, continua, sin medida común . Por eso no podemos hablar de La mujer
sino de la serie , una por una y cada una singular e irrepetible . Si el goce fálico
masculino se puede representar lógicamente como un conjunto cerrado