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Probemos a repetir una situación que nos llenó de felicidad creando las
condiciones idóneas: volvamos al mismo escenario, reproduzcamos
idénticas circunstancias, reconstruyamos cada uno de los detalles y
solo comprobaremos que la repetición en este plano es imposible.
Podemos afirmar sin ambages, que la diferencia entre lo buscado y lo
encontrado es tan esencial, tan definitiva y radical que el goce esperado
es imposible de obtener mientras que el goce encontrado es imposible
de evitar.
Hay una escena clave de la famosa película titulada Las amistades
peligrosas de Stephen Frears , basada en la novela de Chordelos de
Laclos, en la que el vizconde de Valmont (John Malkovich), un seductor
amoral y depravado, se presta al juego de la perversa y fascinante
Marquesa de Merteuil (Glenn Close) y después de corromper la pureza
de Madame de Tourvel (Michelle Pfeiffer), una virtuosa mujer casada,
acepta la apuesta de abandonarla utilizando una sola frase: “Lo siento,
no puedo evitarlo”. Con esas palabras el vizconde no solo destruye la
vida de una mujer inocente sino la suya propia en la medida en que,
fuera de todo calculo, él mismo se había enamorado. Traigo esta
escena y sobre todo esta frase para ejemplificar dos características del
goce: su imposición inevitable y su potencia destructora.
Repetición y Transferencia
En 1914 Freud volverá a encontrarse con los misterios de la repetición,
en esta ocasión enlazada con otro concepto fundamental: la
transferencia, es decir la intensa relación que el paciente establece con
el analista. En el texto “Recuerdo, repetición y elaboración” eleva por
primera vez la repetición al estatuto de un concepto psicoanalítico. Este
movimiento corresponde a una época distinta en el psicoanalisis. Los
años dorados de la histeria cuyo síntoma se curaba mediante el retorno
del recuerdo reprimido y la interpretación del inconsciente, han dado
paso a las dificultades o resistencias en la cura analítica. El
psicoanalisis se ha alejado definitivamente de la hipnosis y de la
sugestión. La transferencia ha pasado de ser un fenómeno accidental
que estorba una cura a convertirse en el modus operandi de la misma.
Y la repetición es el concepto que permite enfocar las dificultades con
las que inevitablemente tropieza el desarrollo de la experiencia
psicoanalítica, también es con el que se puede trazar una nítida frontera
entre el psicoanalisis y las practicas terapéuticas que buscan la
desaparición del síntoma al precio del desconocimiento de la verdad y
el goce. La experiencia analítica, por el contrario, tiene que atravesar
momentos de agravamiento, resistencias a la curación e incluso
reacciones terapéuticas negativas. No es un capricho hacer pasar al
analizante por la dureza de ciertas etapas del análisis, se trata de un
mal transitorio pues es la única manera en que puede alcanzarse al
final del recorrido una verdadera rectificación de su neurosis.
Pues bien, en este texto Freud define la repetición como otro modo de
retorno de lo reprimido que no pasa por la via de la rememoración: “El
analizado no recuerda nada de lo olvidado o reprimido, sino que lo vive
de nuevo. No lo reproduce como recuerdo, sino como acto; lo repite, sin
saber que lo repite” .
Pero ¿por qué el sujeto repite en lugar de recordar?; la respuesta es
muy clara: “lo hace bajo las condiciones de la resistencia. Las
resistencias van marcando la sucesión de las repeticiones”. De manera
que a mayor resistencia, mayor acción de la repetición, el problema es
que Freud en 1914 no hace más que describir el fenómeno sin
responder a la causa del mismo y nos deja sin saber de qué naturaleza
son esas resistencias. La repetición lo que hace es poner en evidencia
a través del actuar del sujeto “todo lo que se ha incorporado ya a su
ser partiendo de las fuentes de lo reprimido: sus inhibiciones, sus
tendencias inutilizadas y sus rasgos de carácter patológico”.
Lo interesante desde le punto de vista clínico es que la repetición obliga
al analista a concebir la enfermedad de otra manera, ya no se trata de
“un hecho histórico sino de una potencia actual” actuando en la
cura misma y que implica al analista en la transferencia. El sujeto deja
de recordar para revivir con el analista sus tendencias más reprimidas.
Cuando la repetición se desencadena durante el análisis puede dar
lugar a un agravamiento de los síntomas “la repetición en el tratamiento
supone evocar un trozo de vida real y, por tanto, no puede ser inocua
en todos los casos”. Freud nos enseñó a no retroceder frente a la
fuerza de la repetición sino a ponerla al servicio de la cura, pues sin
ella sería imposible “vencer al enemigo”, ya que este se ocultaría,
manteniéndose ausente o lejano .
Notemos que cuando hablamos de repetición el acto está siempre en
juego. El Acto aparece allí donde no se llega con el pensamiento.
Freud advirtió que por más que se elaborara, interpretase o
construyera, el síntoma no desaparecía completamente sino que más
bien volvía como un cometa, aunque con un ciclo más corto. Si la
histeria le abrió la puerta del inconsciente, el síntoma obsesivo le
entregó una clave que no había visto tan claramente, pues comprobó
que el fundamento mismo del síntoma era la repetición compulsiva.
Entonces, la relación entre represión y repetición se invierte: “no repito
porque reprimo, sino que reprimo porque repito, olvido porque repito.
Repito porque no puedo vivir determinadas experiencias de la vida más
que bajo el modo de la repetición”.
Con lo que Freud no contaba en su descubrimiento inicial, es con la
fuerza de la repetición cuando está es repetición de goce pulsional y no
solo de significantes reprimidos. La practica clínica, la literatura y su
propia experiencia vital, le llevo a verificar que en el ser hablante hay
una tendencia a repetir tan intensa que merece cobrar el estatuto de
una compulsión. Es decir, algo que se produce más allá de la
intencionalidad consciente del sujeto, que contradice su voluntad, que
en ocasiones le conduce a lo peor, y que fundamentalmente, no puede
ser evitado.
¿Por que nos vemos forzados a la repetición?, esta es la pregunta que
provocó en la trayectoria de Freud un cambio de rumbo fundamental,
siendo la causante de sus teorías más audaces y controvertidas.
Siguiendo el rastro de las distintas figuras de la repetición Freud
franqueó la frontera que traza el principio del placer, para descubrir que
la pulsión que anima la vida humana no es otra que la pulsión de
muerte.
Quiero subrayar lo esencial de este descubrimiento pues es a partir del
mismo que las aguas se dividen en la historia del movimiento
psicoanalítico. La mayoría de los discípulos de Freud se apartan de
esta nueva linea, no pudiendo soportar el pesimismo que destila,
amputan al psicoanalisis de su verdadera novedad y lo reducen a una
modalidad de terapia que promete un horizonte de salud, homeostasis y
madurez. De esta desviación nacerán los hijos bastardos del
psicoanalisis, a saber, todas esas terapias que utilizando el instrumento
de la palabra pretenden adoctrinar a los pacientes y regularles la vida
en función de un bienestar preconcebido ligado a la idea de normalidad.
Frente al ideal de normalidad lo que a Freud le interesa son esas vidas
que parecen regidas por un destino que las persigue, una especie de
“influencia demoniaca” que les hace caer una y otra vez en la misma
trampa. Solo que Freud no creía en el destino, ni tampoco en los
demonios o los dioses, como demostró muy tempranamente con su
análisis de la tragedia de Edipo Rey. Si algo demuestra el psicoanalisis
es que el destino es propiciado, en su mayor parte, por aquel que lo
padece y que está determinado por las tempranas experiencias
infantiles. Por supuesto, existen las contingencias que la vida nos
depara sin que hayamos intervenido en ellas y de las que después
hablaremos.
Seguro que todos los presentes conocemos personas cuyas vidas
están trazadas de tal manera que siempre conducen al mismo
desenlace:
El filántropo, nos dice Freud, al que todos sus protegidos, por diferentes
que sean, abandonan irremisiblemente con rabia en lugar de la gratitud
que era de esperar. Los hombres para los que toda amistad termina en
traición. Los amantes cuyas relaciones con el otro sexo pasan por las
mismas fases y finalizan del mismo modo. Nosotros podemos poner
otros muchos ejemplos: Los que siempre son engañados por los
demás. Los que engañan una y otra vez. Los delincuentes que escapan
de la justicia y cuando podrían liberarse vuelven a delinquir una ultima
vez, siendo nuevamente apresados. Las mujeres maltratadas por su
pareja que después de pasar por el infierno de la separación, vuelven
con el maltratador. Por supuesto, las adicciones llevan el sello de la
repetición más compulsiva.
Los ejemplos no necesariamente tienen que ser patológicos. Hay
figuras de la repetición que pertenecen a la vida cotidiana y pueden ser
contadas como anécdotas, aunque generalmente suelen tener una
lectura que muestra que detrás hay un deseo inconsciente. El propio
Freud nos ofreció una viñeta de su historia, cuando en una ocasión se
perdió en una pequeña ciudad de Italia de manera tal que fuese cual
fuese la dirección que tomaba siempre acababa en la misma calle.
Retroactivamente, él mismo se sorprende al darse cuenta de que se
trataba de una calle frecuentada por prostitutas.
Si seguimos el camino abierto por Freud, si somos fieles a lo más
radical de su descubrimiento, no podemos concebir el inconsciente sin
la idea de una repetición que va más allá del principio del placer.
En “Mas allá del Principio del Placer”, Freud retoma la idea del trauma
que tantos años había dejado en suspenso, planteándose la pregunta
de si la repetición enferma o cura, si es patológica o elaborativa. La
repetición sintomática tiene de particular que ya no da paso a la
rememoración, por el contrario escapa al saber y su modo de
manifestarse es a través del acto. El sujeto no sabe que está repitiendo,
mucho menos qué es lo que está repitiendo.
Más allá de las frases oraculares que han marcado al sujeto hay otra
cosa que la experiencia analítica permite sacar a la luz. En un análisis
no es suficiente con descubrir cuáles son los significantes del Otro que
nos determinan, es aún necesario saber por qué fueron esos y no otros.
¿Por qué esas palabras del padre o de la madre tuvieron semejante
efecto?. Cuando nos hacemos este tipo de preguntas siempre llegamos
al plano de la contingencia de una historia particular. Algo que supuso
un encuentro decisivo y que dio lugar al modo particular de goce del
sujeto en cuestión. En el nivel del goce, no ya del relato, siempre se
trata del encuentro no programado. Parece que hay cosas que entran
en la programación biológica de la vida, por ejemplo el despertar de lo
sexual en la adolescencia, pero en lo que hace verdaderamente al goce
de cada uno siempre nos vamos a encontrar con la contingencia. Es la
contingencia del encuentro con el otro sexo en la adolescencia la que
imprimirá un estilo de goce en la vida y tendrá consecuencias decisivas
en la vida amorosa y sexual. El destino consiste, entonces, en que el
sujeto consienta a que lo contingente se vuelva necesario y no cese de
inscribirse en su vida a través de la repetición.
Freud inició su texto “Mas allá del principio del placer” estudiando las
llamadas “neurosis traumáticas”, es decir, aquellas que son el
resultado de una fuerte conmoción de tipo mecánico. Puede ser un
choque de trenes, un accidente brutal, un bombardeo en la guerra, un
atentado terrorista. El cuadro clínico posterior al traumatismo es
parecido al de la histeria, pero el padecimiento subjetivo se hace más
acusado en la medida en que se acompaña de estados melancólicos,
temores hipocondriacos, astenia general. Todo ello da lugar a un
verdadero quebranto anímico.
Ahora bien, independientemente de la diversidad de los síntomas con
los que se presente este tipo de neurosis, hay un factor común de
repetición de la escena traumática que se manifiesta a través los
sueños. Pesadillas, que se repiten una y otra vez, reintegrando al
enfermo a la catástrofe sufrida. Se trata de sujetos que durante su vida
despierta olvidan el trauma o le restan importancia, mientras que este
les retorna invariablemente a través de los sueños.
Teniendo en cuenta que la tesis fundamental de Freud con respecto a
los sueños es que en ellos se realiza un deseo inconsciente del
soñante, se deduce que el deseo se ha fijado al trauma, de modo que el
enfermo goza de su repetición sin saberlo.
LA OPERACIÓN DE REDUCCIÓN
Tenemos por un lado el RASGO como aquello que hay que captar en el
sujeto del lado de sus determinaciones significantes y por otro lado el objeto
a, la pulsión silenciosa, el modo de goce. Como vemos en el ejemplo de
Freud están las dos cosas, por una parte algo que en las asociaciones produjo
un efecto nuevo de sentido (in side) por otra el corte de la sesión por parte
del analista que apunta a la pulsión que se satisface silenciosamente.
1. La Repetición
2. La Convergencia
3. La Evitación
Es, por ejemplo, la joven analizante que con cada difícultad de su vida
en la que se enreda, ya sea en la vida amorosa como profesional acaba
llegando al mismo enunciado “yo he visto sufrir a mi madre por esto”.
Donde, más allá de la cuestión édipica es el goce de la madre el que
gravita sobre si misma de una manera determinante y solo mediante el
análisis puede empezar a separar sus problemas de eso que ha visto en
la madre y que quedó inscrito para siempre. El analizante “descubre que
los avatares de la vida se reducen al efecto de esta marca, de la marca
de ese enunciado, del cual, eventualmente, fue consciente desde
siempre” (pagina 349)
Efectivamente, el sujeto ya manejaba el enunciado en cuestión antes
de entrar en análisis, sin embargo, desconocía el peso determinante que
esto tenía respecto a los avatares de su vida. También se dan los casos
en los que el enunciado debe ser encontrado en análisis ya sea por la vía
del discurso del paciente, ya sea por la operación de “construcción” del
analista. Este último supuesto, en el que el analista produce una
formulación esencial nos llevaría al fenómeno de la “interpretación
inolvidable”: un S1, significante amo del destino. “La frase que modula
sin que él lo sepa y a largo término las elecciones del sujeto” (Lacan.
Seminario de La carta robada, pagina 53)
FREUD
Desinvestir = Separar el significante de la libido
LACAN
Vuelco hacia la contingencia
El quid de la cuestión
Vale muy bien, ya sabemos lo que hay que hacer, pero ¿Cómo se
hace? ¿Cómo conseguimos que el sujeto se desprenda del goce
que lo retiene en una imagen, en una identificación o en un
fantasma?