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Al principio de su enseñanza Lacan entendía el mecanismo freudiano

de la repetición como una consecuencia del automatismo propio de la


cadena significante. Es un verdadero forzamiento que supone una
contradicción porque si algo caracteriza el movimiento de la cadena
significante es que es completamente dinámico, mientras que el
síntoma supone el estancamiento propio de lo pulsional.

El goce del síntoma hace del sujeto su partenaire. El sujeto consiente


inconscientemente (valga el oximoron) a casarse con ese goce, por eso
Freud llegó a decir que no conocía matrimonio más duradero e
indestructible que el del hombre con la botella. Es algo que deberían
saber algunas mujeres que queriendo salvar al hombre elegido de su
adicción terminan convirtiéndose en cómplices de la misma.

Este goce del síntoma es algo a lo que el sujeto no puede enfrentarse


de entrada y el analista debe esperar a que se creen las condiciones
para que esto ocurra. El sujeto se defiende del horror a lo real de su
goce a través de las ficciones con las que narra su vida, los mitos
individuales fundamentalmente, pero si pasamos por ello es para poder
ir más allá, cuando lo real de lo que el sujeto se defiende esté colocado
en el lugar adecuado. Hay que tener claro que el objetivo de la cura no
es convertirla en una construcción narratologica digna de un cuento, por
bien contado que este.

Freud decía que con la repetición se trata de obtener la recuperación de


una experiencia originaria de satisfacción plena. Pero tenemos que
precisar que dicha experiencia tiene un carácter mítico pues solo existe
en el fantasma que cada sujeto construye para sostener la esperanza
de retornar a un paraíso perdido. Mientras entretenemos la vida con
estas fantasías lo que comprobamos una y otra vez es la imposibilidad
de alcanzar el pleno goce. Nunca el placer hallado coincidirá con el
anhelado, hay una brecha estructural que implica siempre una perdida.
Se trata de una “diferencia fundante”. La tendencia repetitiva busca la
“identidad de percepción” como “algo perceptivamente idéntico a la
vivencia de satisfacción” que se intenta repetir sin éxito. Por tanto,
podemos decir que la repetición como “diferencia fundánte” es uno de
los nombres del goce imposible, ese goce pleno de la vida del que
estamos exiliados.

El mecanismo de repetición activado en el síntoma nos conduce a lo


peor, al error cometido una y otra vez, a la decepción renovada, al dolor
por la perdida, al reencuentro con lo traumático. Desafortunadamente lo
que los seres humanos repetimos, sin saber que fuerza nos comanda,
son los errores en lugar de los aciertos, el dolor y no el placer, los
fracasos por encima de los éxitos, dándose incluso la paradoja de
aquellos que se sienten fracasados al triunfar.

Probemos a repetir una situación que nos llenó de felicidad creando las
condiciones idóneas: volvamos al mismo escenario, reproduzcamos
idénticas circunstancias, reconstruyamos cada uno de los detalles y
solo comprobaremos que la repetición en este plano es imposible.
Podemos afirmar sin ambages, que la diferencia entre lo buscado y lo
encontrado es tan esencial, tan definitiva y radical que el goce esperado
es imposible de obtener mientras que el goce encontrado es imposible
de evitar.
Hay una escena clave de la famosa película titulada Las amistades
peligrosas de Stephen Frears , basada en la novela de Chordelos de
Laclos, en la que el vizconde de Valmont (John Malkovich), un seductor
amoral y depravado, se presta al juego de la perversa y fascinante
Marquesa de Merteuil (Glenn Close) y después de corromper la pureza
de Madame de Tourvel (Michelle Pfeiffer), una virtuosa mujer casada,
acepta la apuesta de abandonarla utilizando una sola frase: “Lo siento,
no puedo evitarlo”. Con esas palabras el vizconde no solo destruye la
vida de una mujer inocente sino la suya propia en la medida en que,
fuera de todo calculo, él mismo se había enamorado. Traigo esta
escena y sobre todo esta frase para ejemplificar dos características del
goce: su imposición inevitable y su potencia destructora.

Si el fenómeno de la repetición en el comportamiento del ser humano,


es una constatación histórica, su causa ha sido siempre un enigma. La
figura del destino es un intento de respuesta que los griegos llevaron al
máximo de su expresión. Es Edipo Rey quien, sin saberlo, realiza todos
los actos que le conducirán al cumplimiento de un destino que había
sido escrito por los dioses antes de su nacimiento. ¿Nos vemos
entonces condenados a un determinismo absoluto que rige nuestra vida
sin concedernos ningún margen de elección o todo obedece a un puro
azar?
¿Qué piensa el psicoanalisis del destino y del azar?. Hemos de decir
que Freud era implacable con la figura del destino, sosteniendo la idea
de que el sujeto no es víctima pasiva de una voluntad externa, sino que
está implicado en los acontecimientos de su vida. Para defender esta
tesis utiliza numerosos ejemplos de la clínica tanto de hombre como de
mujeres en los que se demuestra cómo todas las relaciones que
establecen con el prójimo terminan de la misma manera. Ante
semejante perseverancia del retorno eterno de lo mismo, Freud no
acepta la coartada del destino, ni tampoco la del azar, pues
encontramos en estas ocasiones posiciones activas del sujeto:
“habiendo descubierto el rasgo de carácter permanente, la esencia
misma de la persona interesada, nos decimos que este rasgo de
carácter, esta esencia no puede manifestarse mas que por la repetición
de las mismas experiencias psíquicas”.

En el proceso de un análisis la figura del azar es objetada por Freud


con una absoluta radicalidad e interpretada como una resistencia, en
este sentido es capaz de llegar tan lejos como para sostener sin
ambages que si a un paciente, en el trayecto hacia la consulta de su
analista, le cae un tiesto en la cabeza y no puede acudir a la cita, esto
no es otra cosa que la manifestación de sus resistencias al análisis.
En la clinica de Freud tenemos ejemplos paradigmáticos de cómo él
producía de entrada una inversión dialéctica sobre aquellos
argumentos del paciente que revelaban la posición de la víctima que
afirma no tener nada que ver en lo que le ocurre en la vida. Posición
que los analistas conocemos bien en la cura, mucho más cuando lo que
se pone en juego son los fenómenos de resistencia.
No creo que en la clínica actual sostengamos la radicalidad de Freud
sobre las caídas de los tiestos en la cabeza, pero, si seguimos la lógica
del inconsciente, tenemos que admitir que los seres humanos
fabricamos nuestro destino porque hablamos, o para ser más precisos,
porque somos hablados. Creemos que decimos lo que queremos, pero
es lo que han querido los otros, especialmente nuestros padres con
algunos dichos que nos alcanzaron de manera contundente . Somos
hablados por estructura, y a causa de esto, tejemos con los azares de
la vida, una trama argumental. Es a esta trama a la que llamamos
destino.

Compulsión de repetición o neurosis de destino, la cuestión es que el


estilo de una vida está hecho con una frase de la que no somos autores
y que se repite, diversamente modulada. Le pedimos al analizante que
cumpla una sola regla, la de asociar libremente, poniendo en palabras
todo lo que le venga al pensamiento, sin censuras ni disimulos. Es
decir, le damos toda la libertad posible para hablar y lo que nos
encontramos es con la repetición de lo mismo.
Es la adolescente que llega a mi consulta convencida, de antemano,
que a ella todos los hombres la van a dejar y es muy probable que sin
un análisis que deshaga el origen inconsciente de este guión
fantasmático, la autoprofecia se cumpliera.
O aquel otro que se me presenta en la primera sesión con la siguiente
frase: “no hay más historia que la que nos derrota”, para desplegar
después el relato de sus repetidos intentos de suicidio e internamientos
consecuentes. Sus hermanos, varones todos, también se han jugado la
vida cada uno a su manera. Hijos de una madre que gozaba
empujándoles a lo peor y cuya frase preferida era “solo es
verdaderamente macho aquel que se arriesga hasta la muerte”.
Es notable hasta que punto es determinante en la vida de un sujeto
aquellos dichos del Otro que tuvieron un carácter oracular. “Este niño
será un gran hombre o un criminal” dicho por el padre del Hombre de
las ratas que le condujo a desarrollar una intensa neurosis obsesiva
destinada a verificar o a desmentir la profecía paterna.
Es decisiva, entonces, la interpretación o la captación que cada sujeto
hace del deseo de sus padres respecto a su existencia. Son marcas
que dejan una huella indeleble, la más dolorosa, sin duda, es la que
produce el sentimiento de no haber sido deseado. También las que
afectan a su sexuación, si fue deseado como niño o como niña.
Hay palabras que, recortadas del discurso de los padres, provocan un
efecto sorprendente y uno se pregunta por qué esa palabra y no otra. A
veces son sentencias fuertes del estilo de “tu serás siempre......”, pero
en ocasiones son palabras aparentemente anodinas que cobran una
resonancia fundamental. Este enunciado se convierte en un significante
amo que comanda los avatares de la vida del sujeto.

Veamos, entonces, cómo va surgiendo el germen de la repetición en la


obra de Sigmund Freud hasta transformarse en un concepto
fundamental que produjo un verdadero seísmo en la historia del
movimiento psicoanalítico.

Si nos remontamos a los preliminares del psicoanalisis, encontraremos


el significante Wiederholung desde los inicios de la investigación
freudiana, aunque todavía no tiene la categoría de un concepto sino de
un termino que sirve para describir ciertos fenómenos relacionados con
la clinica de la histeria; por ejemplo la repetición de los ataques
histéricos, que es interpretada por Freud como la escenificación de una
vivencia traumática de carácter real. En este punto la repetición es
consustancial a la idea de un inconsciente entendido como memoria de
huellas que quedaron excluidas del pensamiento consciente, pero que
retornan una y otra vez.

En el ataque histérico la joven pone en acto una escena en la que con


una mano se desnuda violentamente, mientras que con la otra se
defiende. Hay una observación clinica en la que merece la pena
detenerse: el final del ataque, como puesta en escena de una violación,
produce en la paciente un estado de descarga gozosa parecido en todo
al de un orgasmo. Primeros indicios que llevaran a que Freud
reconozca que el síntoma no solo es un mensaje inconsciente cuyo
significado se puede descubrir e interpretar, sino que además encierra
una satisfacción inconsciente de índole sexual. Para retener ideas
podemos decir que hay un circuito significante en la repetición, pero
también un circuito pulsional.
Tomemos a Emma quien manifiesta una curiosa fobia: no consigue
entrar sola en ninguna tienda y no entiende qué se lo impide. En el
curso de las entrevistas con Freud, la paciente se remonta a un primer
recuerdo en el que con 12 años fue a una tienda y vio como los dos
dependientes se reían de ella. Aclara que uno de los hombres le resultó
sexualmente atractivo mientras supone que el motivo de la risa estaba
relacionado con su vestimenta. Un segundo recuerdo viene a completar
al primero aunque es más antiguo en el tiempo. A la edad de ocho años
acudió por dos veces a la pastelería de su barrio, siendo que en la
primera el pastelero le pellizco los genitales por encima del vestido. No
obstante ella volvió, cosa que no dejo de reprocharse durante mucho
tiempo. Relaciona, ahora la risa de los dependientes, con la mueca
sardónica del pastelero. Los vestidos se convierten en el elemento que
viene a representar el complejo que subyace al síntoma.
Lo fundamental en este caso es que Freud no lo analiza en términos de
una niña inocente que resulta víctima del goce perverso de un adulto
(tal como se haría rápidamente en la actualidad) sino que añade la vía
del inconsciente y del fantasma, lo que introduce, a pesar de la edad, la
implicación del sujeto en la repetición. Freud nos muestra cómo el
trauma no produce su efecto de modo directo y en el momento mismo
en que acontece, sino que requiere una temporalidad y para descubrirla
hay que introducir la lógica temporal del inconsciente que es la de la
repetición.
La paradoja que el psicoanalisis pone de relieve es que en la repetición
del trauma el sujeto extrae un goce que ignora.

Repetición y Transferencia
En 1914 Freud volverá a encontrarse con los misterios de la repetición,
en esta ocasión enlazada con otro concepto fundamental: la
transferencia, es decir la intensa relación que el paciente establece con
el analista. En el texto “Recuerdo, repetición y elaboración” eleva por
primera vez la repetición al estatuto de un concepto psicoanalítico. Este
movimiento corresponde a una época distinta en el psicoanalisis. Los
años dorados de la histeria cuyo síntoma se curaba mediante el retorno
del recuerdo reprimido y la interpretación del inconsciente, han dado
paso a las dificultades o resistencias en la cura analítica. El
psicoanalisis se ha alejado definitivamente de la hipnosis y de la
sugestión. La transferencia ha pasado de ser un fenómeno accidental
que estorba una cura a convertirse en el modus operandi de la misma.
Y la repetición es el concepto que permite enfocar las dificultades con
las que inevitablemente tropieza el desarrollo de la experiencia
psicoanalítica, también es con el que se puede trazar una nítida frontera
entre el psicoanalisis y las practicas terapéuticas que buscan la
desaparición del síntoma al precio del desconocimiento de la verdad y
el goce. La experiencia analítica, por el contrario, tiene que atravesar
momentos de agravamiento, resistencias a la curación e incluso
reacciones terapéuticas negativas. No es un capricho hacer pasar al
analizante por la dureza de ciertas etapas del análisis, se trata de un
mal transitorio pues es la única manera en que puede alcanzarse al
final del recorrido una verdadera rectificación de su neurosis.
Pues bien, en este texto Freud define la repetición como otro modo de
retorno de lo reprimido que no pasa por la via de la rememoración: “El
analizado no recuerda nada de lo olvidado o reprimido, sino que lo vive
de nuevo. No lo reproduce como recuerdo, sino como acto; lo repite, sin
saber que lo repite” .
Pero ¿por qué el sujeto repite en lugar de recordar?; la respuesta es
muy clara: “lo hace bajo las condiciones de la resistencia. Las
resistencias van marcando la sucesión de las repeticiones”. De manera
que a mayor resistencia, mayor acción de la repetición, el problema es
que Freud en 1914 no hace más que describir el fenómeno sin
responder a la causa del mismo y nos deja sin saber de qué naturaleza
son esas resistencias. La repetición lo que hace es poner en evidencia
a través del actuar del sujeto “todo lo que se ha incorporado ya a su
ser partiendo de las fuentes de lo reprimido: sus inhibiciones, sus
tendencias inutilizadas y sus rasgos de carácter patológico”.
Lo interesante desde le punto de vista clínico es que la repetición obliga
al analista a concebir la enfermedad de otra manera, ya no se trata de
“un hecho histórico sino de una potencia actual” actuando en la
cura misma y que implica al analista en la transferencia. El sujeto deja
de recordar para revivir con el analista sus tendencias más reprimidas.
Cuando la repetición se desencadena durante el análisis puede dar
lugar a un agravamiento de los síntomas “la repetición en el tratamiento
supone evocar un trozo de vida real y, por tanto, no puede ser inocua
en todos los casos”. Freud nos enseñó a no retroceder frente a la
fuerza de la repetición sino a ponerla al servicio de la cura, pues sin
ella sería imposible “vencer al enemigo”, ya que este se ocultaría,
manteniéndose ausente o lejano .
Notemos que cuando hablamos de repetición el acto está siempre en
juego. El Acto aparece allí donde no se llega con el pensamiento.
Freud advirtió que por más que se elaborara, interpretase o
construyera, el síntoma no desaparecía completamente sino que más
bien volvía como un cometa, aunque con un ciclo más corto. Si la
histeria le abrió la puerta del inconsciente, el síntoma obsesivo le
entregó una clave que no había visto tan claramente, pues comprobó
que el fundamento mismo del síntoma era la repetición compulsiva.
Entonces, la relación entre represión y repetición se invierte: “no repito
porque reprimo, sino que reprimo porque repito, olvido porque repito.
Repito porque no puedo vivir determinadas experiencias de la vida más
que bajo el modo de la repetición”.
Con lo que Freud no contaba en su descubrimiento inicial, es con la
fuerza de la repetición cuando está es repetición de goce pulsional y no
solo de significantes reprimidos. La practica clínica, la literatura y su
propia experiencia vital, le llevo a verificar que en el ser hablante hay
una tendencia a repetir tan intensa que merece cobrar el estatuto de
una compulsión. Es decir, algo que se produce más allá de la
intencionalidad consciente del sujeto, que contradice su voluntad, que
en ocasiones le conduce a lo peor, y que fundamentalmente, no puede
ser evitado.
¿Por que nos vemos forzados a la repetición?, esta es la pregunta que
provocó en la trayectoria de Freud un cambio de rumbo fundamental,
siendo la causante de sus teorías más audaces y controvertidas.
Siguiendo el rastro de las distintas figuras de la repetición Freud
franqueó la frontera que traza el principio del placer, para descubrir que
la pulsión que anima la vida humana no es otra que la pulsión de
muerte.
Quiero subrayar lo esencial de este descubrimiento pues es a partir del
mismo que las aguas se dividen en la historia del movimiento
psicoanalítico. La mayoría de los discípulos de Freud se apartan de
esta nueva linea, no pudiendo soportar el pesimismo que destila,
amputan al psicoanalisis de su verdadera novedad y lo reducen a una
modalidad de terapia que promete un horizonte de salud, homeostasis y
madurez. De esta desviación nacerán los hijos bastardos del
psicoanalisis, a saber, todas esas terapias que utilizando el instrumento
de la palabra pretenden adoctrinar a los pacientes y regularles la vida
en función de un bienestar preconcebido ligado a la idea de normalidad.
Frente al ideal de normalidad lo que a Freud le interesa son esas vidas
que parecen regidas por un destino que las persigue, una especie de
“influencia demoniaca” que les hace caer una y otra vez en la misma
trampa. Solo que Freud no creía en el destino, ni tampoco en los
demonios o los dioses, como demostró muy tempranamente con su
análisis de la tragedia de Edipo Rey. Si algo demuestra el psicoanalisis
es que el destino es propiciado, en su mayor parte, por aquel que lo
padece y que está determinado por las tempranas experiencias
infantiles. Por supuesto, existen las contingencias que la vida nos
depara sin que hayamos intervenido en ellas y de las que después
hablaremos.
Seguro que todos los presentes conocemos personas cuyas vidas
están trazadas de tal manera que siempre conducen al mismo
desenlace:
El filántropo, nos dice Freud, al que todos sus protegidos, por diferentes
que sean, abandonan irremisiblemente con rabia en lugar de la gratitud
que era de esperar. Los hombres para los que toda amistad termina en
traición. Los amantes cuyas relaciones con el otro sexo pasan por las
mismas fases y finalizan del mismo modo. Nosotros podemos poner
otros muchos ejemplos: Los que siempre son engañados por los
demás. Los que engañan una y otra vez. Los delincuentes que escapan
de la justicia y cuando podrían liberarse vuelven a delinquir una ultima
vez, siendo nuevamente apresados. Las mujeres maltratadas por su
pareja que después de pasar por el infierno de la separación, vuelven
con el maltratador. Por supuesto, las adicciones llevan el sello de la
repetición más compulsiva.
Los ejemplos no necesariamente tienen que ser patológicos. Hay
figuras de la repetición que pertenecen a la vida cotidiana y pueden ser
contadas como anécdotas, aunque generalmente suelen tener una
lectura que muestra que detrás hay un deseo inconsciente. El propio
Freud nos ofreció una viñeta de su historia, cuando en una ocasión se
perdió en una pequeña ciudad de Italia de manera tal que fuese cual
fuese la dirección que tomaba siempre acababa en la misma calle.
Retroactivamente, él mismo se sorprende al darse cuenta de que se
trataba de una calle frecuentada por prostitutas.
Si seguimos el camino abierto por Freud, si somos fieles a lo más
radical de su descubrimiento, no podemos concebir el inconsciente sin
la idea de una repetición que va más allá del principio del placer.

Más allá del Principio del Placer (1920)

En “Mas allá del Principio del Placer”, Freud retoma la idea del trauma
que tantos años había dejado en suspenso, planteándose la pregunta
de si la repetición enferma o cura, si es patológica o elaborativa. La
repetición sintomática tiene de particular que ya no da paso a la
rememoración, por el contrario escapa al saber y su modo de
manifestarse es a través del acto. El sujeto no sabe que está repitiendo,
mucho menos qué es lo que está repitiendo.
Más allá de las frases oraculares que han marcado al sujeto hay otra
cosa que la experiencia analítica permite sacar a la luz. En un análisis
no es suficiente con descubrir cuáles son los significantes del Otro que
nos determinan, es aún necesario saber por qué fueron esos y no otros.
¿Por qué esas palabras del padre o de la madre tuvieron semejante
efecto?. Cuando nos hacemos este tipo de preguntas siempre llegamos
al plano de la contingencia de una historia particular. Algo que supuso
un encuentro decisivo y que dio lugar al modo particular de goce del
sujeto en cuestión. En el nivel del goce, no ya del relato, siempre se
trata del encuentro no programado. Parece que hay cosas que entran
en la programación biológica de la vida, por ejemplo el despertar de lo
sexual en la adolescencia, pero en lo que hace verdaderamente al goce
de cada uno siempre nos vamos a encontrar con la contingencia. Es la
contingencia del encuentro con el otro sexo en la adolescencia la que
imprimirá un estilo de goce en la vida y tendrá consecuencias decisivas
en la vida amorosa y sexual. El destino consiste, entonces, en que el
sujeto consienta a que lo contingente se vuelva necesario y no cese de
inscribirse en su vida a través de la repetición.
Freud inició su texto “Mas allá del principio del placer” estudiando las
llamadas “neurosis traumáticas”, es decir, aquellas que son el
resultado de una fuerte conmoción de tipo mecánico. Puede ser un
choque de trenes, un accidente brutal, un bombardeo en la guerra, un
atentado terrorista. El cuadro clínico posterior al traumatismo es
parecido al de la histeria, pero el padecimiento subjetivo se hace más
acusado en la medida en que se acompaña de estados melancólicos,
temores hipocondriacos, astenia general. Todo ello da lugar a un
verdadero quebranto anímico.
Ahora bien, independientemente de la diversidad de los síntomas con
los que se presente este tipo de neurosis, hay un factor común de
repetición de la escena traumática que se manifiesta a través los
sueños. Pesadillas, que se repiten una y otra vez, reintegrando al
enfermo a la catástrofe sufrida. Se trata de sujetos que durante su vida
despierta olvidan el trauma o le restan importancia, mientras que este
les retorna invariablemente a través de los sueños.
Teniendo en cuenta que la tesis fundamental de Freud con respecto a
los sueños es que en ellos se realiza un deseo inconsciente del
soñante, se deduce que el deseo se ha fijado al trauma, de modo que el
enfermo goza de su repetición sin saberlo.

Podría pensarse que el sueño cumple una función de elaboración que


va permitiendo al sujeto un dominio progresivo del acontecimiento. Pero
la clínica revela que no es así, la pesadilla no es una manera de
familiarizarse poco a poco con ese mal encuentro, no posee un valor
terapéutico que iría en el sentido de reinstaurar el principio del placer.
Por el contrario, está más allá del placer y se constituye como una
forma de gozar del dolor pasado al que inconscientemente no se quiere
renunciar.
El concepto de repetición es tan crucial en la obra de Freud porque es
el que permite darle al sujeto del inconsciente su estatuto definitivo. El
sujeto es el resultado de una doble causalidad: por una parte es el
efecto de los significantes que viniéndole del Otro han tenido un peso
particular en su vida, por otra parte es el efecto de un goce en el que no
puede reconocerse pues atenta contra sus ideales y su propio
bienestar.
El sujeto del inconsciente no solo está dividido porque desconoce sus
determinaciones inconscientes sino que ademas esta dividido contra si
mismo, pues goza de aquello que le hace sufrir. Lacan en el Seminario
XI se sirve de la teoría que Aristoteles desarrolla en su estudio sobre la
función de la causa, apropiándose de dos de su términos : El
Automaton y la Tyche
El Automaton es usado por Lacan para dar cuenta de la insistencia de
los significantes regida por el principio del placer, mientras que la Tyche
nombra el encuentro con lo real que corresponde al terreno del más allá
del principio del placer. Toda la investigación de Freud muestra como
su gran preocupación está centrada en aquello que escapa al principio
del placer.
Pues bien, la repetición no es únicamente el Automaton como retorno
de los significantes, sino que tiene que ver además con la Tyche que
hemos definido como encuentro con lo real.

La biografía que el paciente está dispuesto a reconstruir en el análisis


para el analista es algo que parece funcionar bajo la promesa de
levantar el peso de la represión y de este modo curar el síntoma. Sin
embargo, la rememoración se detiene en el punto en el que se
encuentra con lo real. Entendamos lo real como eso que el
“pensamiento adecuado” (en términos de Lacan) evita encontrar, pero
que vuelve siempre al mismo lugar. La repetición es del orden del acto
sin pensamiento. La repetición es una presentificación en acto de la
relación que el sujeto en cuestión mantiene con lo real.

El destino de la repetición en un análisis. ¿Estamos o no condenados a


repetir?
¿Es posible que el sujeto se libre completamente de la compulsión a
repetir?. Freud respondería claramente que no, porque hay un
traumatismo estructural que nos funda como sujetos hablados y que no
es susceptible de ser eliminado. Este nivel del trauma no obedece a
ninguna contingencia particular sino que es intrínseco a la condición
humana. Se trata del impacto de Lalengua sobre el cuerpo
La repetición, por tanto, es consustancial a la existencia del
inconsciente y de la pulsión, que siempre se repiten.
En el mejor de los casos, es decir en aquellos que se refieren a la
neurosis, la repetición no puede desaparecer del todo porque forma
parte del funcionamiento psíquico.
Mucho peor son esos casos en los que no hay repetición porque el
sujeto no está inscrito en el inconsciente, y aquí nos estamos
remitiendo a la clínica de la psicosis. Especialmente en la esquizofrenia,
en la manía y en la melancolía nos encontramos con sujetos libres de la
repetición, pero precisamente mucho más condenados a la pulsión de
muerte.
El psicótico paga un precio muy alto por su libertad pues por una parte
está a merced de las pulsiones que actúan masivamente sin ningún
orden de regulación repetitiva, y por otra está en manos de un Otro
insensato, que solo busca su mal. Le estamos dando una torsión a la
idea peyorativa de repetición, porque a fin de cuentas si la repetición
nos hace sufrir a la vez introduce algún orden de regulación.
Los neuróticos y los perversos están del lado de la repetición, que
defiende al sujeto de enfrentarse directamente a lo real como imposible
de soportar.
Ahora bien, hay un aspecto de la repetición que el análisis tiene que
reducir, sin duda, pues como defensa tiene una contrapartida
demasiado cara. La repetición es una carga pesada que el sujeto
arrastra de por vida y que lo lastra condenándole al fracaso y a la
acción tanatica de la pulsión. El que ha hecho su análisis puede
librarse de arrastrar permanentemente esa carga. El psicoanalisis
apuesta por el margen de elección que cada uno tiene a su disposición
y con el que puede fabricar respuestas diferentes e insospechadas para
él mismo. Respuestas con las que ahora puede reaccionar de otro
modo frente a los acontecimientos traumáticos que la vida nos depara
inevitablemente, haciendo vana la repetición.

¿Cómo se consigue este resultado?. No hay una formula


preestablecida, pero podemos decir que para conseguirlo es necesario
desprenderse de aquello que nos hace sufrir, pero a lo que
llamativamente nos aferramos: las marcas del Otro, y el plus de goce.
La experiencia del psicoanalisis no promete ningún orden de curación
ideal, pero si puede afirmar que sirve para producir algo inédito,
inventado y nuevo. Es a esto a lo que denominamos “saber hacer con el
síntoma”
EL HUESO DE UN ANALISIS

Hemos pasado por la repetición, concepto fundamental que se


verifica sobre todo el en síntoma en sus dos vertientes: la del
automatismo (Automaton) de la cadena significante y la de
encuentro con el goce (Tyche)
Nos queda ahora reflexionar sobre el modo en que la repetición del
síntoma se verifica en la cura y cuál ha de ser su destino. Para ello
vamos directamente al final del Seminario de Jacques Alain Miller
“El partenaire-síntoma”, concretamente a partir del capitulo XV
titulado “El hueso de una cura”

Después de haber tratado en los últimos congresos la relación del


psicoanalisis respecto a los impasses de la civilización, Miller
quiere ahora volver a pensar los fundamentos de la práctica clínica
y promover una especie de “Movimiento hacia el núcleo de la cura
psicoanalítica”

¿Qué quiere decir “el hueso de una cura”? Evidentemente no se


trata de un concepto sino de una alegoría con la que intenta
nombrar aquello que obstaculiza el proceso del análisis. Miller,
utilizando un poema de Carlos Drummond de Andrade titulado “Hay
una piedra” remarca que lo que se repite una y otra vez en la vida
y, por ende, en el analisis es como una piedra en el camino. La
piedra y el hueso sirven como alegoría de los obstáculos en el
análisis. Que el ser humano tropieza siempre en la misma piedra
forma parte de la sabiduría popular que reconoce la presencia
ineludible de la piedra en todo camino y además la insistencia
repetitiva del sujeto a tropezarse con ella. Se trata, por tanto, de
una evidencia que se impone y que puede condenar al sujeto a
“salmodiar” su desgracia.

Se comprueba, entonces, que la regla de la asociación libre


condena al sujeto de la enunciación a repetir inconsolablemente
que hay una piedra que le impide que su vida marche bien y que se
siente impotente para quitar la piedra de su camino.

Hay tres preguntas que se nos imponen:


1. ¿Cuál es el obstáculo?
2. ¿Se puede sortear?
3. ¿Cómo puede sortearse?

Siguiendo el poema de Carlos Drummond de Andrade, Miller afirma


que “la piedra es sin por qué”. La piedra existe sin ninguna
intencionalidad de estropearnos la vida. La piedra está ahí de
entrada, es el camino el que se inaugura a partir del movimiento y
el trayecto del sujeto. Por tanto, la piedra en si misma no es un
obstáculo sino que cobra ese valor en el momento en que se
genera un camino. Hemos de tener claro que no hay camino sin
piedra, que el proceso analítico, como la vida misma, no puede
transcurrir como una marcha de caballería sin obstáculos.
La piedra y el camino son parte de la tierra. La piedra es una tierra
que dice NO, mientras que el camino es una tierra que dice SI. Lo
decisivo es que ya sea por si o por no, la tierra habla.

El camino principal es el de la palabra y luego están los recorridos


singulares de cada ser hablante que hace sus recorridos, se mueve
y se afana, va y viene. El psicoanalisis, nos dice Miller, puede
definirse como una “ Una tentativa de exploración y de
interpretación del ser en la palabra”.

Esta el movimiento de los significantes articulándose entre sí y


además está el objeto a como la piedra en el camino de las
palabras.

De la piedra al hueso (de la palabra al cuerpo)


Si afinamos la alegoría pasamos de la piedra como obstáculo en el
camino de la palabra al hueso como una suerte de piedra en el
cuerpo. El hueso, bajo la forma emblemática de la calavera es una
representación de la muerte. Finalmente cuando la muerte llega
solo quedan los huesos bajo la piedra.
Introducir el hueso último del cuerpo nos aproxima a la idea de la
muerte y hay que reconocer que el primer Lacan concebía a la
muerte como el obstáculo con mayusculas y el final del análisis
como asunción de la muerte

CITA DEL SEMINARIO DE LA ÉTICA

La muerte es el amo absoluto y es la verdad última, de manera que


si unimos ambas cosas podríamos formular “Yo, la verdad, soy la
muerte”
Entonces, el final del análisis advendría cuando el sujeto puede
mirar de frente a la muerte y esto tiene consecuencias en su nueva
manera de vivir. Vivir la vida con la anticipación lucida de la muerte

Obviamente se trata de algo muy distinto a la pregunta existencial


del neurótico obsesivo que para no enfrentar la muerte se hace el
muerto o se afana en interrogarse sobre si esta vivo o está muerto.
Asumir la muerte no es pensar la muerte como hace el obsesivo,
es más bien enfrentar el límite de lo imposible y a partir de ahí
lanzar el deseo. El obsesivo se identifica con la piedra creyendo
que así se convierte en el rey del camino. Ja! no sabe que el precio
que paga tratando de eludir la muerte es mortificar el deseo, el
propio y el del Otro.

El psicoanalisis no promueve una anticipación de la muerte al


modo obsesivo, tampoco forma parte de las sabidurías basadas en
mostrar el carácter ilusorio de la vida y del yo apuntando siempre a
un más allá ya sea el que espera al alma cuando acaba el cuerpo
(religiones occidentales) , ya sea el que adviene cuando uno
renuncia a su conciencia individual para integrarse en un gran Todo
(sabidurías orientales)

Miller plantea que el proceso analítico tiene que producirse un


doble franqueamiento:
1. De lo imaginario a lo simbólico: de la especularidad
imaginaria entre el yo y su semejante, para acceder a la
dimensión simbólica del Sujeto con el Otro. Cae el prestigio del
yo para que se desvele el verdadero estatuto del sujeto como
falta en ser. Lacan emplea la expresión “muerte del yo” y
“asunción de la falta en ser”
2. De lo simbólico a lo real: Se trata ahora en términos de
“atravesamiento” concretamente de la estructura del fantasma.

El análisis transcurre inicialmente como una “dinámica de


desecamiento” hasta que se detiene cuando tropieza con la piedra.
No es por nada que el Freud de “Análisis terminable e
interminable.” utilizase la expresión “roca de la castración” para
mostrar el límite ante el cual se detiene la experiencia analítica:
envidia de pene en la mujer, angustia de castración en el varón.

Lo más interesante es que el último Freud, el que escribe su texto


sobre el fin del análisis, está más adelantado que el primer Lacan,
sobre todo porque mientras que Lacan se lía con la idea de un final
de análisis como asunción de la muerte, Freud tenía muy claro que
lo fundamental es la asunción del sexo. La piedra en cuestión tiene
que ver con el sexo

LA OPERACIÓN DE REDUCCIÓN

El análisis comienza con la asociación libre que supone un


despliegue amplificado de los significantes. Si cada palabra se
puede asociar con otra y esta con otra la ramificación se va
extendiendo. El lenguaje tiene una potencia enorme de
amplificación, aún cuando el discurso del sujeto muestre ese punto
de inercia repetitiva que constituye su síntoma y su posición
fantasmatica. La palabra en su proliferación necesita alimentarse
de algo y es alimento es el sentido. Hambre de sentido, sed de
sentido que nunca se satisface. Si dejas que la palabra se
amplifique en el análisis se produce una apertura al infinito y el
análisis no acaba nunca

DEJAR HAMBRIENTO EL INCONSCIENTE

El trabajo del analisis debe de ir en el sentido de una progresiva


reducción del sentido y de la significación. Por eso la vía de la
interpretación no es la de seguir al inconsciente en la producción de
significaciones porque nunca lo alcanzaremos, siempre ira un paso por
delante y nos ganará la partida. No podemos alimentar el inconsciente
si no más bien dejarlo hambriento, apuntando al no sentido que está en
el corazón de su estructura. Lacan necesito plantear que el analista no
solo sostiene el sentido sino que además tiene que encarnar el ser para
el sujeto. Ese encarnar el ser tiene que ver más con la separación que
con la alienación.

El ejemplo de Freud como toca la dimension de la pulsion que opera en


silencio, El homenaje a Alice Strachey en la Sociedad Britanica de
Psicoanalisis le pregunta Masud Kan, le pregunta que recordaba de su
analisis con Freud, que es lo que se fijo en su memoria, como lo mas
importante. Ella contestó que en una ocasión estaba en el diván
asociando a proposito de un sueño y tuvo un descubrimiento, entonces
Freud dijo: “este descubrimiento, este in side, hay que celebrarlo” y se
levantó terminando la sesión para agarrar uno de sus puros. Alice se
enojo y le dijo que todavia no habia terminado de analizar el sueño,
“bueno, no sea tan voraz, ya hay suficiente in side para toda la semana”
Hay mas saber doctor, falta en ser, el trabajo infinito, el SsS, Freud le
señala la pulsión oral, ella era una melancolica y aunque era muy flaca
tenía una boca insaciable. Ya hay suficiente con este pequeño aperitivo.
Al lado de la interpretacion Freud no se quedaba fascinado por el Otro
del significante sino que apuntaba a aquello que estaba en silencio que
tiene que ver con la pulsión. Por eso se acordaba de esta interpretación
porque apunto al ser del sujeto. S2 / a
A lo que apunta la interpretacion es a este objeto misterioso.

Tenemos por un lado el RASGO como aquello que hay que captar en el
sujeto del lado de sus determinaciones significantes y por otro lado el objeto
a, la pulsión silenciosa, el modo de goce. Como vemos en el ejemplo de
Freud están las dos cosas, por una parte algo que en las asociaciones produjo
un efecto nuevo de sentido (in side) por otra el corte de la sesión por parte
del analista que apunta a la pulsión que se satisface silenciosamente.

Debemos subrayara esta palabra “corte” que en el seminario de La Angustia


cobra un valor fundamental, porque es el instrumento con el que Lacan va
a hacer venir al mundo el objeto a y lo convertirá también en un instrumento
al servicio del analista en la cura. Hay que tener en cuenta que estamos en
la época en la que Lacan está siendo cuestionado y hasta negociado por la
Asociación Psicoanalítica Internacional porque se ha saltado la única regla
común a todas las corrientes, la de la duración pautada de las sesiones y ha
comenzado a implementar un tiempo variable basado en la función del corte
en la sesión analítica. Este cambio en el standar le costará un año más tarde
su expulsión de la IPA.

Cuando el analista corta una sesión no es tanto para abrochar un nuevo


sentido, colocar un punto de almohadillado, detener la cadena, dejar
abierta una pregunta que divida al sujeto, sino, sobre todo, para
presentificar el objeto en la cura. La función del corte de la sesión
ayuda a disminuir el campo imaginario de las identificaciones y a
poner el acento en la presencia del objeto, encarnada por el
analista. Miller dice en la pagina 197 del seminario “Los Signos
del Goce” “La escansión en la cura determina el lugar a donde el
sujeto es llevado a producir su separación” y establece una
diferencia entre la interpretación que puntúa el discurso del
analizante y lo que denomina “ese acto mayor” consistente en
cortar la sesión. Las separaciones son muy diferentes según los
casos y los momentos del análisis. Caricaturizando podríamos
decir que si el analista encarna la mierda el paciente se ira lo
antes posible, si encarna el pecho querrá quedarse un poco más, si
es mirada se sentirá vigilado incluso en la sala de espera como
nos cuenta Patrick Montribo en su testimonio de pase, si es voz el
analista seguirá hablándole fuera de la sesión.
el analista solo opera con la condición de responder él mismo a la
estructura de lo extraño. Es preciso que él dé la sensación de la
extrañeza, sin lo cual todo probaría que, por no acostumbrarse a lo
extraño, no sería capaz de alterar la defensa” Miller pag 131 de “La
angustia Lacaniana”

La potencia de amplificación del lenguaje remite al Otro como tesoro


de los signicantes, de las ideas recibidas
La operación de reducción que tenemos que llevar a cabo está no del
lado de los significantes sino del lado del objeto a y el “buen decir”
analítico no es aquel que produce mayor saber sobre el inconsciente
sino el que apunta al objeto a y puede llegar a cernir lo real indecible.
“La reducción sería precisamente esta condensación sorprendente, en
el bien decir de un Witz, de aquello que se presentó en el curso de un
análisis como una narración… no es tan tonto tomar las cosas por ese
lado, puesto que Lacan mismo compara el pase con un Witz” (pagina
339)

Para reducir hay que analizar, en el sentido químico del término, es


decir extraer de la masa enorme del sentido los elementos
fundamentales, los segmentos, los sintagmas. Lacan dice “el sujeto es
el poema no el poeta” y en hemos de analizar ese poema, primero
enfocando el elemento patético para despues despejar el camino que
nos lleve al elemento lógico, el objeto a.

Miller aísla tres mecanismo de reducción

1. La Repetición
2. La Convergencia
3. La Evitación

Pero la reducción en un análisis no se reduce solo a los significantes,


también hay reducción del goce, como Lacan nos muestra en el
Seminario XI cuando explica que el neurótico se toma demasiado
trabajo para alcanzar su deseo. MIRAR ESTO

De la Repetición ya hablamos en la clase anterior cuando planteábamos


que esta se verifica en la asociación libre que le otorga al sujeto una
libertad ilimitada y, sin embargo, este finalmente no hace más que darle
vueltas a lo mismo como un disco rayado. Vamos captando en esa
tonalidad repetitiva de los dichos del sujeto cuál es su rasgo
fundamental, su estilo, su posición y es esto lo que nos interesa. El arte
del analista consiste en aprender a realizar la reducción proposicional a
una constante.

La Convergencia es, precisamente, esa tendencia a que los enunciados


del sujeto van convergiendo hacia un enunciado o una formulación
esencial. Miller, con mucha gracia, le llama el “enunciado romano”
evocando la idea de que todos los caminos nos conducen a Roma. El
enunciado romano se desprende del discurso del analizante y hay saber
escucharlo.

Es, por ejemplo, la joven analizante que con cada difícultad de su vida
en la que se enreda, ya sea en la vida amorosa como profesional acaba
llegando al mismo enunciado “yo he visto sufrir a mi madre por esto”.
Donde, más allá de la cuestión édipica es el goce de la madre el que
gravita sobre si misma de una manera determinante y solo mediante el
análisis puede empezar a separar sus problemas de eso que ha visto en
la madre y que quedó inscrito para siempre. El analizante “descubre que
los avatares de la vida se reducen al efecto de esta marca, de la marca
de ese enunciado, del cual, eventualmente, fue consciente desde
siempre” (pagina 349)
Efectivamente, el sujeto ya manejaba el enunciado en cuestión antes
de entrar en análisis, sin embargo, desconocía el peso determinante que
esto tenía respecto a los avatares de su vida. También se dan los casos
en los que el enunciado debe ser encontrado en análisis ya sea por la vía
del discurso del paciente, ya sea por la operación de “construcción” del
analista. Este último supuesto, en el que el analista produce una
formulación esencial nos llevaría al fenómeno de la “interpretación
inolvidable”: un S1, significante amo del destino. “La frase que modula
sin que él lo sepa y a largo término las elecciones del sujeto” (Lacan.
Seminario de La carta robada, pagina 53)

Vayamos a la Evitación que se opone a las dos anteriores, repetición y


convergencia. Si la convergencia y la repetición apuntan a aquello que
no cesa de inscribirse, la evitación designa lo que no cesa de no
inscribirse y que nos aproxima al objeto a.
Lacan en la pagina 51 de “La carta robada” lo dice en estos términos:
“La clase de contorno donde lo que hemos llamado el caput mortuum
del significante toma su aspecto causal”

La evitación significante que señalamos como S tachada es como el


rodeo y el contorno de aquello donde puede llegar a inscribirse lo que
Lacan designa precisamente como causa, a minúscula, con respecto a
la cual nos encontramos con el residuo como hueso, como calavera
Caput Mortuum. Estamos en el punto en que la reducción de lo
simbólico llega tan lejos, tan al extremo, que hace de borde a lo real y,
por tanto, lo imposible.

Con todo, seguimos estando en el plano de lo necesario (lo que no cesa


de inscribirse y se repite continuamente) y de lo imposible (lo que no
cesa de no inscribirse y se evita) y lo que nos interesa ahora es apuntar
a lo contingente (lo que cesa de no inscribirse). Solo a través de las
contingencias llegaremos a los modos de goce

En el plano de lo contingente nos encontramos con preguntas como la


siguiente: ¿Por qué tal palabra del Otro cobró un valor determinante?
¿Por qué esa palabra y no otra dio lugar a un modo de goce particular
en un sujeto? Encuentros que dan lugar a un rasgo de perversión o a la
perversión propiamente dicha.

Por tanto, hay que subrayar la conexión esencial entre goce y


contingencia. Y para encontrar un apoyo en Freud tenemos que
guiarnos por lo que denomino “el factor cuantítativo”, es decir, la
cantidad de carga libidinal “que las formaciones neuróticas son capaces
de atraer”

Disyunción entre la articulación significante y la carga libidinal

Es esencial fijar ciertas ideas y una de ellas es entre la articulación


significante y la carga libidinal hay un hiato, una ruptura que no puede
salvarse mediante el formalismo. El fomalismo significante no permite
saber dónde está depositada la carga, ni calcular la cantidad de la
misma.
Freud comprobó esto con las fantasías histéricas patógenas que pueden
ser toleradas durante un largo periodo de la vida sin producir síntomas
hasta que en determinado momento se sobrecargan de libido y se
produce el efecto patogeno.
Esto introduce una nueva problematica en la clínica que sobrepasa el
trabajo interpretativo que podamos hacer con la repetición, la
convergencia y la evitación.

Ya no se trata de obtener un nuevo saber que hasta el momento


permanecía reprimido, se trata de reducir el factor cuantítativo, el nivel
pulsional. Se trata de desvestir las articulaciones significantes de la
carga libidinal que soportan. En este punto tenemos que trabajar con lo
que es del orden de la contingencia del trauma en un intento de
reducción del goce patógeno y para ello se requiere del acto analítico.

Todos los que estamos suficientemente analizados tenemos la


experiencia de haber alcanzado a elucidar el hueso de nuestras
repeticiones, la formula de nuestro fantasma fundamental y los traumas
fundamentales. Lo sabemos, ya estamos advertidos, la operación de
reducción en el plano significante está ya cumplida y, sin embargo,
seguimos sufriendo. Nos falta una nueva vuelta de tuerca, la más difícil,
que consistirá en desamarrar lo elucidado del goce que lleva adherido.

FREUD
Desinvestir = Separar el significante de la libido

LACAN
Vuelco hacia la contingencia

Al principio Lacan ponía todo el acento en el deseo y en la causa del


deseo, dejando de lado el factor cuantitativo de Freud. Incluso el
objeto a era concebido en ese momento en la lógica del deseo como
aquello que lo causa. Cuando se dio cuenta de que su elegante
manilarga significante dejaba de lado nada menos que la vida que
molesta, concibió la formula del fantasma como su más bella solución
para conciliar las dos caras del asunto.

El fantasma es una pantalla que vela lo real, sobre esa pantalla se


proyecta una imagen que atrae las cargas de libido (primer paradigma
del goce como imaginario), a la vez esa imagen está ligada a un guión
con el que el sujeto se identifica (segundo paradigma del goce como
simbólico) finalmente se mete en el mismo cajón el objeto a como
plus de goce.

Entonces la operación de reducción seguiría el siguiente proceso:


1- Desinvestidura imaginaria o muerte del yo
2- Caída de las identificaciones simbólicas S1
3- Atravesamiento del fantasma desligando al S del goce

El quid de la cuestión

Vale muy bien, ya sabemos lo que hay que hacer, pero ¿Cómo se
hace? ¿Cómo conseguimos que el sujeto se desprenda del goce
que lo retiene en una imagen, en una identificación o en un
fantasma?

Volcándonos hacia la contingencia que nos orientará a lo real.


El real que justifica la existencia del psicoanálisis es el de la no
relación sexual que incluye la contingencia como la modalidad de
encuentro entre los sexos, donde no pinta nada el orden de la
necesidad.

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