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El nuevo proyecto documental de la fotógrafa Ana Palacios describe lo que ocurre con
miles de menores vendidos y explotados de Benín, Togo y Gabón cuando consiguen
escapar de una vida de trabajo forzado
Una española ha estudiado el mecanismo de una vasija similar llamada 'pot in pot' que se
utiliza en África para conservar las verduras. Incluso refrigera los viales de insulina
SUDÁN DEL SUR: Más de 200 niños soldado son liberados en Sudán
del Sur
Ganiko y Jackson [nombres ficticios], de 12 y 13 años, son dos de los 207 niños soldado
que el martes 17 de abril fueron puestos en libertad por grupos armados en Sudán del Sur.
Se espera que, a lo largo de los próximos meses, otros 1.000 abandonen los grupos
armados que los secuestraron
Esta es la historia de Kimuli Isaac, que pasó de una infancia en la mendicidad a ayudar,
durante la última década, a más de 200 menores de Kampala, capital de su país, Uganda
A Dorcas Dala, de 17 años, la música clásica le cambió la vida. Desde hace cinco años,
esta joven es alumna de la escuela de música Kaposoka, donde toca el violonchelo y la
viola. Otros dos de sus cinco hermanos también son compañeros de orquesta. Vive a tan
solo unos metros de la escuela junto a su madre que vende zapatos en una pequeña tienda
y su padre que se encuentra sin empleo. “La música me ha rescatado de una vida
posiblemente en la calle, donde me acecharía la pobreza y la prostitución. Si no hubiera
venido a esta escuela, probablemente ahora sería una niña loca, indisciplinada y sin
futuro. La música me ha salvado, me quita el estrés, canaliza y tira fuera todo lo que me
inquieta”, cuenta Dorcas.
ver fotogaleríaFOTOGALERÍA | La escuela de música Kaposoka brinda la oportunidad a
menores de los asentamientos informales de Luanda de aprender solfeo, tocar un
instrumento y alejarse de los peligros en la calle.SUSANA GIRÓN
Como ella, la escuela de música Kaposoka —que significa bonito en bantú, lengua de
numerosos grupos étnicos extendidos desde Camerún hasta el sur de África— acoge a
unos 400 niños y niñas, aunque por sus aulas han pasado más de 2000 menores de entre 6
y 15 años. El centro educativo les brinda la oportunidad de aprender solfeo, tocar un
instrumento y alejarse de los peligros que les acechan en las calles.
“De mayor quiero ser solista. Mi gran sueño es seguir con la música y tocar en otros
países. Con la orquesta pude visitar Japón y me gustó tanto que quizás pueda vivir y
trabajar allí en un futuro”, comenta ilusionada Dorcas. Además del país nipón, los
alumnos de la Orquesta Sinfónica de instrumentos de cuerda y viento que han creado, han
dado conciertos en España, Argentina, Zambia o Venezuela.
En Angola, tan solo el 76% de los niños asiste a la escuela primaria y únicamente el 19%
continúa la educación secundaria, según UNICEF. Por eso, para Manuel Bernardo, que
sus tres hijos acudan a la escuela y continúen sus estudios es una bendición. “Visité la
escuela Kaposoka y me di cuenta de que aprender a tocar es muy educativo para ellos. Mi
hija Juelma ensaya una hora y media cada día. A mí me ponen la cabeza loca con los
violines sonando en casa a todas horas, pero sé que la música les hace mucho bien”,
reconoce.
El único requisito que tienen los menores con pocos recursos para formar parte del centro
es estar escolarizados. Reciben toda la formación musical gratuita, además de
alimentación, instrumentos y cobertura sanitaria. “Tenemos clases de música clásica
universal, música clásica angoleña, música moderna y música popular. Para nosotros
además de la formación musical, también es muy importante formarles como ciudadanos
y ciudadanas con clases de ética, educación moral y cívica”, apunta Francony. Violencia,
consumo de alcohol y drogas, familias desestructuradas y falta de apoyo y supervisión
parental son, según el director de Kaposoka, los principales problemas a los que se
enfrenta la infancia en estos asentamientos informales. Con la música logran que los
menores recuperen su autoestima, se sientan valorados y estén motivados para seguir con
sus estudios.
Docentes como la cubana Mercedes Navarro, que llegó a Angola en 2013 con un contrato
de trabajo en una orquesta femenina y actualmente es parte del equipo de Kaposoka e
imparte solfeo, teoría de la música y canto coral. “Este es un proyecto magnífico. Somos
una familia, nos interesamos por la vida de los chiquillos y les apoyamos en su día a día.
Ellos solo tienen que estudiar y cuidar sus instrumentos porque en el fondo saben que son
unos privilegiados”, relata la profesora.
El gobierno angoleño apoya el proyecto desde hace años y como reconoce Joaquin
Garach, Ministro Consejero de la Embajada de España en Luanda: “Hay que felicitar a
las autoridades por su labor y conciencia ante este problema. Tanto el espacio como los
instrumentos y los medios de transporte y manutención son sufragados con dinero
público angoleño”. Desde la Embajada de España apoyan el proyecto tanto en la
formación de los alumnos como de los propios profesores de la escuela, ya que una de
sus mayores carencias es la falta de docentes cualificados.
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La trata de personas con fines de explotación es una forma moderna de esclavitud y una
gravísima violación de los derechos humanos, especialmente cuando afecta a los más
vulnerables: los niños. Existen 152 millones de menores esclavos en el mundo y 72 de ellos están
en África subsahariana. La esclavitud engloba la obligatoriedad de la mendicidad, el
reclutamiento de niños para ser soldados en conflictos, el matrimonio forzoso, el tráfico de
órganos, la servidumbre doméstica… África occidental es la zona con mayor incidencia de trata
infantil del mundo y hasta tres países de esta región viajó la fotógrafa Ana Palacios con el fin de
documentar este fenómeno: Togo, Benín y Gabón. “Me interesaba contar el origen y, sobre todo,
la salida de la esclavitud y cómo es el rescate de los menores. Pensaba que les daban de comer,
les hacían practicar deporte, y dormir… Y se van. Pero no. Está desde el apoyo psicológico —
hay niños que llegan y permanecen meses sin hablar ni palabra porque no pueden contar nada de
lo que les ha pasado— hasta el proceso de devolución a su familia verdadera, siempre y cuando
es posible”, explica la autora.
Ana Palacios (Zaragoza, 1972) es una fotógrafa documental especializada en retratar
problemáticas africanas pero, sobre todo, soluciones. Su trabajo ha sido premiado, exhibido y
publicado en medios de todo el mundo como Al Jazeera, Stern, Der Spiegel, The Guardian, 6
Mois o EL PAÍS, entre otros. Ha publicado tres libros: Albino, sobre las esperanzas de los albinos
en Tanzania, Arte en movimiento sobre el arte como un cambio social en Uganda y Niños
esclavos: La puerta de atrás, sobre la reinserción de niños esclavos en el oeste de África, que
consta además de un documental y una exposición fotográfica. Estos tres últimos contenidos se
presentan este jueves 21 de junio en La Cineteca del Matadero de Madrid a las 19.00 horas.
Todos los niños eligieron su nombre para proteger su identidad y como símbolo de su nueva
vida. Esta adolescente de 16 años eligió llamarse Fleur. Le falta un ojo desde que nació, pero no
por maltrato, ni abuso, ni se lo arrancaron para mendigar. “Esta es la parte más difícil de mi
cruzada: que desaparezca ese concepto de África victimizado y tiranizado”, reclama Palacios,
quien se queja de que este proyecto está siendo difícil de publicar en los medios de comunicación
porque no es impactante, ni sensacionalista, ni morboso. “En las zonas rurales es frecuente que
de los cinco, seis o siete hijos de familias extremadamente pobres, alguno sea entregado o
vendido para tener una boca menos que alimentar y porque creen que ese niño tendrá una vida
mejor y le enseñarán un oficio”. Es una práctica aceptada y bien vista. “De hecho, me contaban
con naturalidad que ojalá pudieran vender más hijos, ignorando que así están vulnerando los
derechos del niño, privándole de educación, de atención sanitaria, de vivir en familia...”, relata la
autora.
Fleur, togolesa y huérfana, vivió en la calle desde los seis años. La encontraron en Nigeria
cuando tenía 13 vendiendo bolsitas de agua que llevaba en un barreño sobre la cabeza. “Tiene
bastantes traumas psicológicos y comportamiento erráticos, creen que la violaron o
prostituyeron”, describe Palacios. La llevaron a un centro de los Misioneros Salesianos del norte
Togo y, como no ha querido escolarizarse, está aprendiendo costura. Ahora tiene 17 años.
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Blessing tiene 15 años, es huérfana y trabaja haciendo pasta de mandioca a cambio de comida y
un suelo donde dormir que le brinda la mujer junto a ella, su propietaria. “Llego a esta situación
porque las Carmelitas Vedruna tienen su centro en un mercado de las afueras de Lomé (Togo), y
desde allí tratan de sensibilizar a las patronas”; explica Palacios. “Les enseñan a llevar mejor sus
negocios, pero también que no es legal tener a menores de edad en propiedad. A cambio, les
piden que dejen a sus niños una hora al día libre para ir a otro de los centros educativos de las
misioneras para aprender a sumar, restar… Para empezar a empoderarles y darles recursos que
les permitan liberarse de la explotación”.
La fotoperiodista achaca las altas cifras de esclavitud en el oeste de África a que, durante siglos,
alrededor de 20 millones de africanos salieron hacia el Nuevo Mundo desde esta región. “La trata
era muy frecuente y ha estado bien vista, con lo cual ahora el comercio con personas está muy
arraigado. Es mucho más fácil vender niños que adultos porque son una mano de obra barata y
silenciosa”, aduce.
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Le Ciel y L’Amour descansan en el centro de los Salesianos del norte de Togo para niñas
víctimas de trata. Antes vivían en la calle, un paso natural desde los puntos de esclavitud hasta
que llegan a los centros, pues no confían en los adultos y prefieren agruparse y buscarse la vida.
“Esta foto es muy simbólica por la importancia del descanso y del sueño”, relata Palacios.
“Cuando llegan al centro por primera vez, les pasa que se levantan por inercia a las tres o las
cuatro de la mañana y se ponen a barrer, a preparar comida… Que recuperen el descanso es parte
de ese proceso de rehabilitación de los niños: que puedan estar durmiendo tranquilos hasta que
haya que levantarse para ir al cole”.
¿Y cómo llegan a estos centros? “O se escapan del lugar de trabajo, o son abandonados por sus
propietarios, o se pierden, o la policía o alguna ONG los rescatan. Por eso el proyecto se llama
‘La puerta de atrás’: es como una salida oculta que algunos logran encontrar, atravesar y
reinsertarse en la sociedad. Es un poco simbólico porque quiero que se entienda que este
proyecto no es sobre la esclavitud, sino sobre la salida de la misma”.
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Durante los dos años de trabajo en este proyecto, Ana Palacios ha documentado las historias de
50 menores desde los cuatro años de edad. Como Kaki, el niño que en esta imagen juega a
ponerse plastilina en los ojos en un centro de Mensajeros de la Paz en Cotonú (capital económica
de Benín) y que fue abandonado en un mercado. “Es perfectamente normal y maravilloso, muy
gracioso, pero no es consciente de nada”, describe la fotógrafa. “Yo le preguntaba: ¿De dónde
eres? Y respondía ‘no sé’. ¿Cómo te llamas? ‘Kaki’, ¿Y cómo se llama tu mamá? ‘Mamá de
Kaki’”.
Kaki tiene muy pocas esperanzas de volver a su casa porque nadie lo ha reclamado así que, pese
a que lo ideal es que los menores regresen con su familia, a él se le buscará una de acogida.
“Sorprendentemente, sí existe esta figura en África. Pensaba que como hay tantos padres con
muchos niños y con una situación de pobreza frecuente, sería difícil que quisieran hacerse cargo
de otros, pero sí existe un circuito de acogida. Son de clase media que tienen menos hijos, y
también voluntarios del centro que van allí a dar comida o a estar un rato jugando y establecen
vínculos emocionales con los niños”.
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Es la una del mediodía, la hora de la siesta para estos niños del centro de Mensajeros de la Paz en
Cotonú, pero ellos prefieren jugar antes que dormir. “Siempre es a los súper héroes: Spiderman,
Superman… Es un denominador común. Leen cómics y libritos porque solo les dejan ver la tele
un rato al día”, describe la fotógrafa. Durante el proceso de documentación, Palacios se dio
cuenta de que la recuperación del tiempo de juego es otro de los retos para quienes han visto su
infancia interrumpida. “No tienen el hábito de jugar: trabajaban, dormían y, si no vendían lo que
tenían que vender, no les daban comida o les pegaban palizas”, describe. “Que entiendan que el
juego es parte de su tiempo y de sus derechos era difícil. Muchos niños a los que pregunté que
qué era lo mejor del centro, me respondieron que los juguetes, pero cuando les consulté por lo
peor, dijeron: ‘Que no se trabaja’, cuenta sorprendida la fotógrafa. “Viven en la contradicción de
que, por una parte, son niños y disfrutan de su nueva niñez y, por otra, les queda una especie de
síndrome de Estocolmo. Creían que no iban a comer si no trabajaban”.
Hablando con niñas más adultas, les preguntaba: ‘¿Qué opinas de que los niños trabajen?’ Y
respondían: ‘Deberíamos tener un horario regulado, debería haber un control salarial y un salario
mínimo…’ Era alucinante que no dijeran que los niños no tienen que trabajar, sino ir al colegio”,
completa la autora.
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Ana Palacios fotografió a Lavande y Marron en el interior del coche que los llevaba de vuelta a
su pueblo, en Benín, del que se fueron sin saber que acabarían siendo vendidos como esclavos en
Nigeria. “Ella trabajaba de doméstica y la dejaban sin comer cuando consideraban que no había
trabajado lo suficiente, y él estaba en una tienda de ultramarinos y recibía unas palizas
tremendas”, comenta Palacios. Hasta que se escaparon.
Cuando un menor llega a un centro de acogida, lo primero que hacen las ONG es tratar de
identificarlo guiándose por las escarificaciones de la cara o por el acento, pues muchas veces los
niños no saben de dónde provienen porque les han sacado de sus zonas y se han desorientado.
Posteriormente, se brinda apoyo psicológico, revisiones médicas —porque muchos han sufrido
maltrato y muchas han sido violadas— y apoyo jurídico: tienen sus abogados, que colaboran
estrechamente con el Gobierno para encontrar a los traficantes, denunciarlos y llegar a
encarcelarlos. Luego se procede a la búsqueda exhaustiva de las familias. “Si se encuentra, se
hace una labor de pedagogía y conciliación con ellas para que entiendan que no pueden entregar
a su hijo. Se evalúa si el niño puede volver a la familia o no porque es muy pobre y no le pueden
alimentar, o por otra razón. Si son aptos para recibirlo en casa y el menor ha superado esos
traumas, tiene paz de espíritu y está listo para volver, se devuelve”, explica Palacios.
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Sentado sobre el regazo de su madre, Indigo abraza a su hermano, al que vio por última vez
cuando era un recién nacido. La ceremonia de la devolución de un niño a su familia es todo un
acontecimiento. El menor viste de uniforme para que sea un ejemplo de que hay que
escolarizarlo y su madre expresa el compromiso de que no lo va a entregar más. “Todo esto se
habla delante del poblado, de manera que también se convierte a los vecinos en testigos por si
ese niño vuelve a desaparecer”, narra Palacios. Durante los dos años siguientes se realizan visitas
sorpresa para pillar a los padres en caso de que su hijo no esté en el cole o lo hayan vendido de
nuevo… “Y ahí no les preguntan cómo están porque normalmente no hablan, ya que se
encuentran en un entorno muy cautivo de su familia, así que los invitan a campamentos de
verano en los que realizan una incursión más profunda para saber cómo están en casa”.
Hay chicos y chicas que una vez en casa se escapan porque viven mejor en las calles, porque
pueden estar a su aire, ganar dinero… “Muchas veces vuelven a los centros porque ahí tienen sus
juguetes, saben que les tratan bien y es un entorno seguro, pero las ONG tienen el compromiso
de devolverlos a sus casas porque, de lo contrario, se convertiría en una práctica demasiado
frecuente”, puntualiza Palacios. “Tienen que vivir con sus padres y con las circunstancias que a
cada uno les ha tocado, siempre y cuando no se sobrepase esa línea de vulneraciones”.
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Como el padre de Grenat no sabe escribir, firma con su huella dactilar la reintegración de su hijo
en la familia ante la presencia de todos los vecinos del pueblo. La búsqueda de los parientes es la
parte más costosa y difícil de todo el proceso de atención a estos menores. “A menudo las
autoridades no saben qué hacer con los niños; los dan a los centros de acogida porque las
estructuras de protección de la infancia solo llevan vivas 20 o 30 años. Pero las ONG tienen un
criterio muy sólido de cómo ha de ser la integración de ese menor. Si no se le puede devolver a
su casa, le dan una capacitación profesional para que sea económicamente independiente”.
Además, las organizaciones también asesoran a los Gobiernos para erradicar la trata. “Me
interesa poner en valor su labor porque es muy compleja, costosa y hay una dedicación honesta a
cada niño. Este ha sido mi gran descubrimiento: no son un número; cada niño tiene su solución y
su ruta de reinserción”.
Para Palacios fue difícil limpiar el grano de la paja a la hora de determinar cuántos niños han
sido devueltos. Desde que cada una de estas tres ONG [Carmelitas Vedruna, Mensajeros de la
Paz y Misiones Salesianas] abrieron sus centros de acogida, algunas en 1995, la cifra de
devoluciones fueron 1.527 hasta que cerré página de este proyecto”, afirma.
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Kenia 11 OCT 2018 - 09:48 CEST
En ese momento aparece Rose por sorpresa y la saludan efusivamente. Rose se escapó
hace 12 años y estuvo acogida por Tasaru durante nueve. Ahora estudia en Nairobi en
una universidad y se ha convertido en un referente para el resto.
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Ellas han hecho ese camino y cuentan ahora su experiencia, su futuro, sus esperanzas y
sus miedos. Tres perfiles diferentes, en estadios avanzados del recorrido, pero todavía en
camino. Son parte de una generación que no ha sido cortada y que supondrán el cambio
para el futuro.
Mercy Letura
Tiene 19 años y cinco hermanas, se escapó llevándose a la más pequeña y lleva siete
acogida en Tasaru. Está en cuarto curso de secundaria.
Mercy Letura.
"Mi vida ha cambiado de una forma totalmente radical. Antes mi futuro lo decidían otros.
Básicamente era cuidar de los niños, cocinar, construir la casa, conducir el ganado, y
casarme lo antes posible. No tenía más opciones. Ahora soy otra persona. Conozco mis
derechos, mantengo mis valores, pero dirijo mi vida para tener un futuro elegido por mí.
Mis padres, familiares y antiguos amigos me odian por luchar por mis derechos, por
proteger mi cuerpo y construirme un futuro mejor". Letura cuenta que ahora ella está a
salvo, pero que sus hermanas más pequeñas siguen en riesgo de ser mutiladas. "Cada
agosto y diciembre mi cabeza es un sin vivir. Estoy deseando generar recursos para poder
acogerlas en esos meses que están fuera de las escuelas".
Eso sí, está convencida de que será capaz de crearse un futuro mejor: "A través de la
educación en Tasaru nos preparan para ser independientes. Todo este recorrido y esta
formación nos ha hecho ser chicas fuertes, muy fuertes. Nuestra vida no ha sido fácil
desde muy pequeñas, nuestro cuerpo no fue cortado, pero sí nuestra infancia en familia".
Ahora su familia está allí, en el centro, y trabaja duro cada día porque cree que el
esfuerzo tendrá su recompensa: "Después de lo que he pasado, no habrá nada que se
pueda interponer en mi camino".
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Explica que, aunque todas las niñas deberían tener acceso a la educación, no hay que
focalizarse solo en llegar a la universidad, el objetivo, según ella, es poder ganarse la vida
y demostrar a la familia y la comunidad que educar a una niña genera mucho más que la
dote de un matrimonio forzado y acordado. "Cuando llegamos a Tasaru y nos brindan la
posibilidad de estudiar, la mayoría no estamos en el curso que nos correspondería por la
edad, puesto que para nuestras familias que las niñas estudien no es una prioridad. Esto
nos supone un enorme esfuerzo para alcanzar el nivel. No todas las niñas lo logran, no
todas podemos llegar a la universidad, pero sí a otros campos que nos den oportunidades
laborales, como la costura, la peluquería, la carpintería".
Ahora su mente es otra: "Yo soy ahora un referente para ellas. Yo las ayudaré a conocer
sus derechos, a ser independientes, y tener un futuro mejor que el de nuestras madres".
Entre todo el positivismo que desprende, tiene un miedo: que se dejen de dedicar
esfuerzos y recursos en educar y proteger a las niñas. "Se necesitan muchos, muchos. Hay
un largo camino que recorrer. Yo estaré ahí para contribuir. Mi entorno está cambiando y
sé que en parte ha sido por mi decisión de hace siete años".
Sylvia Taruru
Tiene 16 años y cinco hermanos. Está acogida en Tasaru desde hace nueve años y estudia
el tercer curso de secundaria. Es la única niña de todas las acogidas por Tasaru que
estudia en un colegio mixto.
Sylvia Taruru.
Taruru cuenta como, en su comunidad, escuchaba todo el tiempo que los hombres son
más que las mujeres: más fuertes, más inteligentes, más rápidos... Hoy estudia en un
colegio mixto. "Estudiar mezclada es una excepción en mi comunidad, pero me ha
abierto la mente, y creo que a ellos también". Sus compañeros hacen las mismas
actividades que ella, comparten expectativas de futuro y metas, e ideas para alcanzarlas.
"Y sé que eso es consecuencia de que todos hemos tenido acceso a la educación. Antes,
en la aldea, los niños no pensaban así".
Dice que incluso los chicos están cambiando su mentalidad respecto a la práctica de la
mutilación: "En mi escuela, cuando entienden lo que es y las consecuencias para las
mujeres [nadie les había explicado, no tenían acceso a ningún especialista en Medicina o
Enfermería] empiezan a rechazarla. Mis compañeros no buscan una pareja cortada, ni
mujeres analfabetas. Son conscientes de que si ambos generamos recursos viviremos
mejor". Y cuenta que hasta la mentalidad respecto a las familias está cambiando. Ya no
buscan tener hijos ilimitados que no puedes mantener. Cree que hay que seguir haciendo
esfuerzos en esa dirección, educación para todos y todas: "Muchos hombres piensan
como piensan porque su educación es escasa". Para ella ese es el camino: "Mi
generación, la generación de las no cortadas, tenemos mucha responsabilidad y muchas
obligaciones como referentes para las nuevas generaciones. Yo encontré a Tasaru,
muchas niñas no tienen esa suerte".
Peninah Nairesiae
Tiene 16 años, una hermana y tres hermanos, está acogida desde hace tres años. Está en
el segundo año de secundaria.
Peninah Nairesiae.
"Mi vida ha cambiado mucho desde que tomé la decisión de huir de mi aldea y del
control de mi familia. Antes no siempre tenía para comer, no iba a la escuela". Ahora
Tasaru cubre todas sus necesidades básicas y ella se centra en lo que antes no consideraba
importante: estudiar. "A veces es duro pensar que estoy lejos de mi familia y que no
puedo verles porque me odian. Pero sé que el camino que estoy haciendo terminará
provocando un cambio y volverán a quererme. Y también mi comunidad lo aceptará". Se
siente orgullosa de haberse negado a ser condenada a un futuro oscuro.
Todo lo que ha pasado ha conseguido crear unos cimientos fuertes que, asegura, le
servirán para afrontar los retos del futuro. "Tengo que aprovechar esta oportunidad de
adquirir conocimientos, de estudiar, para ser capaz de crearme un futuro mejor. Toda esta
formación me ofrece conseguir un trabajo que me genere recursos y poder dedicar una
parte a que mi familia mejore su situación. Eso les demostrará el valor de educar a las
niñas". En su momento, Nairesiae no quiso pasar por la mutilación por miedo, sin
embargo, ahora es consciente de que hay muchos más argumentos para negarse a esa
brutal práctica: "Quiero conservar mi cuerpo tal y como es, completo, con clítoris y,
además, casarme en el momento adecuado con quien yo elija".
Y quiere lo mismo para su hermana, de tres años: "Espero que crezca libre de la práctica,
gracias a mi decisión. Soy consciente de la suerte que he tenido. Mi vida ha cambiado,
soy la primera mujer en mi familia y en mi comunidad que no va a ser abocada a vivir
como un animal. Gracias a mí, mi comunidad vivirá mejor. Las demás niñas tendrán
ahora más oportunidades. He asumido una gran responsabilidad".
Rose Tacaya
Tiene 23 años y estuvo siete acogida en Tasaru (2006-2013), se escapó hace 12. Ahora
estudia en la universidad y ya no está en el centro, pero sigue involucrada en el programa.
Tiene 5 hermanas y 4 hermanos.
Rose Tacaya.
Su vida antes de escaparse era muy diferente. Iba al colegio, pero de forma intermitente
porque a veces no conseguía dinero para pagar la matrícula. Vivía en una manyatta —
casas tradicionales masáis hechas con heces de animales y palos— sin ventanas y con
muy poca luz, por lo que hacer los deberes era toda una odisea. "Durante el día, me tenía
que encargar de todas las tareas de casa, de llevar a las vacas a beber, etc., así que apenas
me quedaba tiempo para estudiar. Cuando llegué a la escuela me cubrieron todas las
necesidades básicas y mi principal tarea se convirtió en estudiar".
Explica que Tasaru no solo trabaja con ellas cuando se escapan, también lo hacen con sus
familias para que entiendan la decisión, la necesidad de educar a una niña y las
consecuencias de la práctica de la mutilación. "Así que, cuando acabé la secundaria, y
tras cinco años sin ver a mi familia, mis padres empezaron a aceptar mi decisión y nueva
vida. Pude empezar a ir a visitarles y pasar con ellos las vacaciones, e incluso asistieron
orgullosos a mi graduación". Ahora, Tacaya sigue estudiando, está en la universidad y es
respetada por su familia: "Cuando deciden hacer un corte, porque sí, lo siguen haciendo,
esperan a que yo no esté en la aldea para que no me entere. Ojalá algún día consiga que
dejen de hacerlo". Ella, que les visita durante las vacaciones, encuentra ahora su forma de
vida muy lejana y ajena, así que no suele quedarse allí. Visita a amigos que viven en la
ciudad y, sobre todo, dedica tiempo a estar en el centro de rescate de Tasaru para aportar
su experiencia a otras chicas. "A pesar de lo duro que ha sido el camino desde mi huida,
volvería a hacerlo sin duda".
Lo más triste para ella es que sigue estando en riesgo: "Ahora tengo una beca que
sostiene mis necesidades básicas y paga mis estudios. Mis padres no podrían afrontarlo".
Cree que si se acabase la beca, tendría que volver a casa y acabaría siendo mutilada y
casada cuanto antes. Sus padres apenas tienen recursos para sostener a nueve hijos, así
que está convencida de que acordarían su matrimonio para quitarse una boca que sostener
y obtener los bienes de la dote matrimonial, vacas y otros bienes valiosos. "Para casarme
sigue siendo imprescindible el corte".
Ella tiene otros planes para el futuro, quiere ser su propia jefa, casarse con quien ella
decida y no tener más de tres hijos. "Y me divorciaré si mi marido no lo ve igual. Me he
creado una voz fuerte para decir no a lo que no considero justo, a pesar de la presión que
existe en mi país en términos de desigualdad de género". Le gustaría volver a su aldea y
educar en la importancia de abolir la mutilación, enseñarles que los hombres no son
superiores solo por ser hombres. "Se empieza a escuchar hablar del reparto de las tareas y
las responsabilidades en el hogar, y algunos hombres empiezan a ser menos reacios a que
sus mujeres empiecen a trabajar fuera de casa y generar ingresos. Y estos hombres son
los que han tenido acceso a mayor educación".
MÁS INFORMACIÓN
Acelerar el diagnóstico del VIH de meses a minutos
Barreras para el VIH en el ‘Corredor’ del sur de África
Una vacuna asequible y accesible para acabar con el VIH en África
En el mismo mes, Gloria dio positivo en dos pruebas que cambiarían su vida: la del embarazo y
la del VIH. Esta chica de 21 años vive en Maputo, la capital de Mozambique, uno de los
países menos desarrollados del mundo y en el que en 2017 se produjeron 68.000 muertes
relacionadas con el virus según el último informe de Onusida. En ese momento Gloria tuvo la
certeza de que iba a hacer todo lo posible porque su bebé no se convirtiera en un número más en
las estadísticas de fallecimientos y casi un año después sostiene a su hija Ivana en brazos libre de
VIH.
¿Qué ha pasado en ese tiempo? Que en el mismo centro recibió atención médica durante el
embarazo, incluidos los antirretrovirales, dio a luz y pudo realizar a su niña una prueba para
comprobar si ella también portaba el virus. Esto último fue posible gracias a una maquinita
silenciosa y revolucionaria que realiza en 50 minutos el trabajo que en un laboratorio normal se
demora meses. “Fueron 50 minutos de nervios, pero sabía que iba a salir bien porque yo tomé las
medicinas sin fallar”, cuenta la madre. Según el último informe de Onusida presentado a finales
de noviembre entre el 70 y el 90% de las embarazadas toman antirretrovirales en Mozambique.
Una de las consultas de test rápido de VIH en Maputo. G. P (UNITAID)
El diagnóstico inmediato ha demostrado ser efectivo en la contención del VIH y aspira a serlo en
otras muchas enfermedades, como la tuberculosis. El estudio ENGAGE4HEALTH concluyó que
en Mozambique el seguimiento de los tratamientos de VIH pasó del 46% al 70% cuando a los
pacientes se les ofrecía antirretrovirales en la primera consulta y se realizaba un seguimiento con
mensajes telefónicos.
Hay seis maquinas más como estas en Maputo y hasta 130 en todo el país que realizan el tests a
los reciñen nacidos. Forman parte de un proyecto que comenzó hace dos años en el que
participan la Iniciativa Clinton de Acceso a la Salud, Unitaid y Unicef, en colaboración con el
Ministerio de Salud. El objetivo es que los portadores no desaparezcan en los 122 días de media
que los laboratorios tardan en procesar los tests y que los pequeños empiecen con el tratamiento
lo antes posible. Según diversos estudios, esta lentitud causa que el 40% de los padres nunca
sepan si sus hijos tienen el virus o no y 76.000 menores de cuatro años fallecieron en todo el
mundo por dolencias relacionadas con él.
En los once países en los que se desarrolla el programa la adhesión al tratamiento de los niños ha
pasado del 13% con las pruebas del laboratorio al 87% gracias a los tests rápidos. "Una vez que
realizamos las primeras pruebas, se empezó a correr la voz y comenzaron a venir más
mujeres. Son muy pocas las que abandonan o no vuelven", apunta la doctora Belia
Manhique. "Yo creo que es posible que los países se enfoquen en experiencias como esta y
buscar aquellos procesos de gestión que parecen muy concretos pero que pueden tener un efecto
multiplicador. La novedad no solo es la llegada de la maquina, sino cómo todo el sistema de un
centro médico diseñó un nuevo modo de trabajar gracias a ella", opina Marta Mairás, presidenta
de la junta de Unitaid.
Gloria, con su hija Ivana en brazos. G. P
(UNITAID)
El ambulatorio de Gloria está cada día atestado de pacientes, en su inmensa mayoría mujeres y
niños. Los hombres, cuentan las profesionales de salud, siempre dicen que están muy ocupados
para ir, pero como también quieren controlar y tratar el VIH en ellos, utilizan trucos como
dejarles pasar antes que a las mujeres para lograr que acudan. Una de las que espera su turno es
Luisa que tiene "24 o 25 años" y sostiene en sus brazos a Sheldon, de cinco meses. Su suegra se
ha quedado en casa con los mayores, de nueve y seis años. Tras el nacimiento del pequeño se
colocó un DIU. Cuenta que tiene VIH pero que gracias a seguir su tratamiento ha conseguido
que ninguno de sus pequeños dé positivo. "Tardo más de una hora en venir aquí en transporte
público, hay otro centro más cerca de mi casa, pero en este te atienden mejor", señala. La
abrumadora mayoría del personal sanitario aquí son mujeres. “¡Por eso somos más eficientes!”,
bromas Istmeia, una de las enfermeras.
El ahorro que genera este método está comprobado, según los socios que lo implementan, y
aseguran que el test rápido generará eficiencias por valor de 200 millones de dólares hasta
2020. "La idea es combinar estos dispositivos con los laboratorios tradicionales de forma que se
reduzca la carga de trabajo de estos. No es viable que todos los tests se hagan de forma rápida,
sino que convivan ambos sistemas", asegura el director adjunto de CHAI Helder Mendes.
Encontrar el modo de llevar adelante esa viabilidad es el desafío ya que los países con mayor
carga de VIH dependen enormemente de los fondos externos para luchar contra la epidemia.
Onusida estima que Mozambique gasta un 18% de su presupuesto en salud a prevenir y tratar el
virus pero que sin los donantes extranjeros este porcentaje tendría que absorber el 98% para
mantener el nivel. "Una proporción tan grande es claramente poco realista. Su gasto en respuesta
al VIH caería y amenazaría la vida de los 2,1 millones de personas que viven con el VIH en el
país", recoge el último informe de la organización.
Las interminables esperas en este ambulatorio de Maputo. P. P. A.
Mireille Tribie, de Unicef Mozambique, apunta al futuro de esta intervención: "Este dispositivo
les da a los niños la oportunidad de vivir, esto es la verdadera revolución. Todo el mundo sabe ya
que esta máquina existe y que la puerta está abierta, el próximo reto es mejorar la calidad de
atención médica y extender los tests rápidos a otras enfermedades".
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Unos 360.000 adolescentes podrían morir debido a enfermedades relacionadas con el VIH-sida entre 2018 y
2030. "Esto supone 76 muertes de adolescentes al día si no aumentan las inversiones en programas de
prevención, detección y tratamiento del VIH", denuncia Unicef. El informe Niños, VIH y SIDA: el mundo en
2030estima que en 2030 habrá 270.000 nuevos niños de entre 0 y 19 años infectados por el VIH. El estudio
apunta dos carencias en la respuesta sobre el VIH/SIDA para niños y adolescentes: el lento progreso en la
prevención del virus entre los niños pequeños, y el fracaso a la hora de abordar los factores clave estructurales
y de comportamiento causantes de la epidemia. Muchos niños y adolescentes no saben si lo tienen o no, y de
los que han sido diagnosticados y están en tratamiento, muy pocos lo siguen. Para abordar estas lagunas, el
informe recomienda pruebas a las familias para contribuir a identificar y tratar a los niños, más tecnologías
para mejorar el diagnóstico temprano, un mayor uso de las plataformas digitales para mejorar el conocimiento
del virus entre adolescentes, servicios adaptados a estos y programas de divulgación dirigidos a ellos.
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27 JUN 2018 - 00:01 CEST
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Pero este sistema no solo se conoce en España. En Nigeria, el inventor Mohammed Abba
aplicó el enfriamiento evaporativo —el mismo principio termodinámico— para crear
el pot-in-pot. Se trata de meter una vasija de barro dentro de otra más grande, separando
ambas con arena mojada y tapándolas con un paño. En árabe, el invento es llamado zeer.
Como la arena que separa las vasijas está mojada, el agua tiende a salir por los poros de
la vasija en contacto con el aire seco —al igual que en el botijo— y mediante su
evaporación refrigera el interior. Esta innovación hizo merecedor a Abba del premio de la
marca Rolex.
Gracias a las propiedades para conservar alimentos de este dispositivo, las niñas de
algunos poblados de Nigeria pudieron ir al colegio. Sin el invento, estaban obligadas a
recoger espinacas de forma diaria, que se suelen vender para contribuir a la economía
familiar.
“Este tipo de espinaca solo aguantaba fresca una jornada, debido a las altas temperaturas.
Dentro del pot-in-pot duraba varios días. El ingenio hace incluso posible conservar viales
de insulina”, explica Pinto.
Tras ocho días, los vegetales que habían sido depositados en el interior se encontraban en
buenas condiciones para su consumo. Por el contrario, las espinacas, zanahorias, tomates
y berenjenas fuera del dispositivo se habían echado a perder.
El complejo mecanismo
El botijo, una vasija de barro con asas y pitorro, es perfecto para alguien que está
estudiando termodinámica en la universidad. Es un ejemplo de evaporación con el que se
pueden aprender conceptos como la denominada temperatura de bulbo húmedo, un
parámetro que depende de la temperatura del aire, su humedad relativa y la presión
atmosférica. “Su resolución no es sencilla: son ecuaciones diferenciales que hay que
resolver por métodos numéricos”, explica Pinto.
“En este balance térmico, por una parte, el agua se va refrescando porque se evapora,
pero también se está calentando —por efecto del calor del aire— donde el botijo está
seco. Por un lado se calienta el agua y por otro se enfría”.
En realidad, es una máquina térmica que funciona igual que el cuerpo humano. La arcilla
porosa suda para refrescar el agua del interior, del mismo modo que nosotros lo hacemos
para eliminar toxinas y refrescarnos. “También existen barnizados. En este caso, el agua
no se enfría porque no sale por los poros para evaporarse”, indica Pinto.
“Pero el agua no se enfría eternamente, porque en ese caso llegaría a congelarse. El límite
de la capacidad de enfriamiento depende de la temperatura húmeda del aire, que se mide
con la temperatura de bulbo húmedo”. Estos parámetros indican la humedad relativa del
aire, que en la península ibérica varía, por ejemplo, del interior a la costa.
El botijo en el mundo
Como depende de la humedad del aire externo, el botijo tampoco funciona igual en todos
los lugares del planeta. Si el calor es húmedo el botijo no enfría. Por este motivo, este
instrumento no es muy conocido en otros países: “En un congreso internacional un
estadounidense me preguntó una vez por dónde se metía la pajita”.
“Por eso este tipo de mecanismos de refrigeración son conocidos en países como Túnez o
Marruecos. Además, alguien que vive en Londres o en París tampoco necesita un botijo
porque los veranos no son tan cálidos. La esencia del botijo es que alguien que estaba
segando a 40 grados, en pleno verano, podía conservar agua a unos 20 grados”.
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“La batalla por la educación es la madre de todas las batallas; si la perdemos, perderemos
todas las demás”. Estas palabras de Macky Sall, presidente de Senegal, resumen el
espíritu del encuentro internacional de financiación de la Alianza Mundial por la
Educación (AME), celebrado el pasado viernes en Diamnadio, en el que la escolarización
de todos los niños y niñas del mundo y que la educación que reciban sea inclusiva,
equitativa y de calidad, según el objetivo 4 de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de
Naciones Unidas, vivió un importante impulso político y financiero.
Que haya 263 millones de niños no escolarizados en el mundo y que puedan ser 500
millones en pocos años si no se invierte la tendencia actual da una idea de la importancia
del desafío. Durante la conferencia, patrocinada por el propio Sall y por su homólogo
francés Emmanuel Macron y a la que asistieron una decena de jefes de Estado y
Gobierno africanos y decenas de ministros de todo el mundo, la AME obtuvo el
compromiso de los países donantes de contribuir con 2.300 millones de dólares (1.860
millones de euros) para el periodo 2018-2020, frente a los 1.300 millones conseguidos
entre 2015 y 2017. Sin embargo, el mayor esfuerzo procedió de 50 países en vías de
desarrollo que anunciaron un incremento de su gasto público en esta materia hasta
alcanzar o superar el 20% de sus respectivos presupuestos, lo que representa 110.000
millones de dólares hasta 2020, frente a los 80.000 del periodo anterior.
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“El compromiso por la Educación no es una elección, es una necesidad” dijo Macron
nada más subir a la tribuna de oradores, “las sociedades de hoy están sumidas en el miedo
al cambio climático, a la violencia, a los cambios tecnológicos y buscan respuestas en el
repliegue en sí mismas, en los nacionalismos. Pero la única respuesta posible es la
Educación”, aseguró. A su lado estaban los presidentes de países del Sahel afectados por
el terrorismo yihadista, como Chad, Níger, Malí o Burkina Faso. “Estamos perdiendo
terreno”, añadió, “en países frágiles surgen fundamentalismos que nos dicen que las niñas
no deben ir al colegio. Debemos reaccionar y hacerlo ya”.
El presidente de Chad, Idris Déby, puso el acento en la carga que supone enfrentarse
al radicalismo de Boko Haram y acoger a decenas de miles de refugiados, mientras que
su homólogo nigerino, Mahamadou Issoufou, citó el problema demográfico. El 75% de la
población de Níger tiene menos de 25 años y su inserción laboral es complicada. “Hemos
incrementado el peso de la Formación Profesional en la Educación, pasando del 5 al 25%
en 2016. Queremos llegar al 40% porque tenemos la obligación de dar trabajo a nuestros
jóvenes”.
Los presidentes de Malí y Burkina Faso, Ibrahim Boubacar Keita y Marc Roch Cristian
Kaboré, admitieron las dificultades para escolarizar a los niños y niñas. Sin embargo,
Senegal es la prueba de que es posible avanzar, aunque sea a trompicones. En los últimos
cinco años ha incrementado el gasto en Educación hasta alcanzar el 25,4% de su
presupuesto, consiguiendo importantes logros en el acceso a la escuela. Aún quedan
importantes desafíos relacionados con la calidad y las infraestructuras y que el 80% del
dinero vaya a pagar a los profesores, como admitió el ministro Serigne Mbaye Thiam,
deja poco margen de maniobra. “Hemos hecho un notable esfuerzo en la construcción de
6.800 abrigos provisionales para que nadie quede sin ir al colegio y estamos trabajando
en la capacitación de los maestros mediante su titulación obligatoria”, añadió Sall.
Un discurso valiente y africanista
Pero fue Nana Akufo-Addo, el presidente de Ghana, quien logró levantar a los asistentes
de sus asientos con un discurso valiente y profundamente africanista. “No podemos dejar
en manos de otros la financiación de nuestra Educación porque cuando ellos cambien sus
políticas, sufriremos. África es rica, aquí hay dinero. Eliminemos la corrupción y
alcancemos acuerdos inteligentes con quienes quieren explotar nuestros recursos y
habremos conseguido mucho. Tenemos capacidad para desarrollarnos por nuestros
medios. Hagámoslo”, explicó. Una de sus primeras medidas como presidente ha sido la
gratuidad de la enseñanza secundaria, lo que ha supuesto 90.000 estudiantes
suplementarios en un año.
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“Nuestro principal objetivo es evitar el abandono escolar, especialmente entre las jóvenes
que tienen que recorrer largas distancias para asistir a clase cada día; la mayoría de ellas
acaba por no volver”, relata Eileen Mwalongo, una de las responsables de Msichana
Initiative. "Pero nos dimos cuenta de que ese proyecto podía ayudar también en la lucha
contra la violencia sexual: las niñas aquí siguen siendo muy vulnerables a las
violaciones".
La idea es sencilla: poner a disposición de las alumnas que residen más lejos una bicicleta
con la que desplazarse. Desde el pasado diciembre cuentan con diez unidades. Aún es
pronto para que los resultados se traduzcan en estadísticas de menor abandono escolar,
pero los indicadores cualitativos son esperanzadores: "El programa les está ayudando
mucho. Tienen más energía para atender a las clases", asegura el profesor Mkumbo, jefe
de estudios de Mwitikira.
Hasta hace tres años, los costes económicos, alrededor de 100.000 chelines tanzanos
anuales (unos 36 euros), eran esgrimidos como principal freno. Tras la llegada al poder
del controvertido John Magufuli, el Gobierno ha extendido la gratuidad a todos los cursos
de educación básica. “Cuando digo gratuita, quiero decir completamente gratuita”,
declaró el mandatario en alusión a las tasas o contribuciones parentales habituales en el
país para hacer frente a reparaciones en la escuela, compra de libros o hasta el pago de
salarios a los profesores y que suponen un gasto extra de 20.000 chelines (algo más de
siete euros) por alumno.
Desde que cuenta con la bicicleta, Jema recorre los cuatro kilómetros que separan su
aldea de la escuela en apenas 15 minutos dos veces al día. PABLO L. OROSA
A principios de 2016, el ministerio de Educación envió una carta a los centros escolares
instándolos a no cobrar más esas tasas, al tiempo que se comprometió a aumentar la
inversión en educación —actualmente supone el 22% del presupuesto nacional— para
que, en un cumplimiento de su agenda de desarrollo, la totalidad del sistema educativo
sea gratuito en 2030.
Lo que no aborda el ideario marcado por Magufuli es el problema del transporte, una de
las barreras que sigue alejando a muchos estudiantes de la escuela. Con distancias por
encima de los diez kilómetros a recorrer a pie, a muchos alumnos les resulta muy difícil
llegar, y cuando lo hacen es a menudo tarde, lo que conlleva reprimendas e incluso
castigos físicos: según el African Child Policy Forum, el 78% de las chicas y el 67% de
los chicos han sido golpeados o pateados en más de cinco ocasiones por sus profesores.
Esto hace que opten por quedarse en hostales o pensiones próximas, lo que dispara el
coste para las familias, muchas de ellas con ingresos inferiores al dólar diario. A la
postre, esto se convierte en una razón más para justificar el abandono escolar.
“Los retrasos frecuentes terminan convirtiéndose en castigos por parte de los maestros.
En mi opinión, otra medida que puede ayudar a reducir el abandono entre las jóvenes es
la construcción de albergues donde puedan comer y tener acceso a los recursos
necesarios”, subraya Eileen Mwalongo. En la escuela de Mwitikira están comprometidos
con esta forma distinta de hacer las cosas. Aquí, a las 10.35 y a las 14.00 se detienen las
clases para comer. Porridge —papilla de avena— o frijoles. La mayor dificultad, señala
el jefe de estudios, está en el agua: “Esta zona está muy afectada por la sequía y tenemos
que recorrer medio kilómetro para aprovisionarnos de la necesaria para cocinar”.
Son conscientes de que una buena alimentación y un transporte adecuado son las claves
para afrontar el tercer reto al que se enfrenta la educación en Tanzania: su baja calidad.
En el país, que ocupa el puesto 159 de 187 en el índice educativo de la ONU, los
estudiantes de cuarto curso no son capaces de comprender un párrafo completo.
En un país donde el 30% de las jóvenes ya ha sufrido algún tipo de agresión al cumplir
los 18 años, contar con una bicicleta puede marcar la diferencia. “Hace que nos sintamos
más seguras”, dice Anastasia, la más fuerte de sus compañeras, la que toma siempre la
palabra. Sin agresiones, las niñas pueden seguir siendo niñas por más tiempo poniendo
freno a un modelo que lleva a que el 5% de ellas se casen antes de los 15 y un 31% antes
de los 18.
"El matrimonio infantil tiene un impacto directo en la educación de las niñas: el 97% de
las jóvenes casadas en edad de educación secundaria están fuera de la escuela, frente al
50% de las que no están casadas", señala un informe de Human Rights Watch. No solo
son sus propias familias quienes las obligan a dejar los estudios; el propio Gobierno
mantiene una polémica normativa para expulsar a las jóvenes casadas o embarazadas, lo
que en un entorno donde una de cada cuatro jóvenes de entre 15 y 19 años es
madresupone sacar a miles de alumnas del sistema educativo cada año.
El reto, prosigue Eileen Mwalongo, es transformar el trato como "personas de segunda
categoría que reciben las adolescentes en muchas sociedades africanas", "negándoles sus
derechos básicos a la educación" y conduciéndolas hacia un matrimonio en régimen de
dependencia económica. Una simple bicicleta puede servir para empezar a cambiarlo
todo.
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Los padres de Nawai [nombre ficticio] huyeron a la República Democrática del Congo en 2016
con el recrudecimiento del conflicto, y ella fue secuestrada junto con sus dos hermanas mientras
caminaban hacia casa. Una de las dos menores fue devuelta a la aldea días después, ya que no
paraba de llorar. Durante dos años, Nawai, que hoy tiene 15 años, compartió una habitación
pequeña con otras chicas del grupo y se vio obligada a cocinar, limpiar y buscar agua para los
hombres armados. "Una vez me pidieron que recogiera agua, y cuando volví, dijeron que me
tomaba demasiado tiempo y amenazaron con golpearme", recuerda. Ahora quiere regresar a la
escuela.
La última liberación de menores de las filas de grupos armados forma parte de un proceso
apoyado por Unicef y ha tenido lugar en la comunidad rural de Bakiwiri, a una hora en coche de
Yambio, en el estado de Equatoria Occidental. Durante la ceremonia, los niños fueron
formalmente desarmados y provistos de ropas civiles. Ahora se llevarán a cabo exámenes
médicos y los niños recibirán asesoramiento, formación profesional y apoyo psicosocial. Se
proporcionará asistencia alimentaria a sus familias durante tres meses.
4Durante la ceremonia de reintegración, los niños -de edades comprendidas entre los 11 y 17
años- entregaron sus armas y uniformes. Unicef estima que aún hay 19.000 menores soldados en
Sudán del Sur. Después de la liberación, estos reciben formación profesional, ya que ser capaces
de mantenerse económicamente puede ser un factor clave para que no vuelvan a asociarse con
grupos armados.
5Marie, de 16 años, acaba de jugar un partido de voleibol con otros niños del centro para
exmenores soldado. Su sonrisa desaparece rápidamente mientras cuenta su historia. Ella y su
hermano menor, que en ese momento tenía ocho años, fueron secuestrados por hombres armados
mientras iban a buscar agua. Marie no tenía idea de quiénes eran ni de por qué se los estaban
llevando. Permaneció tres años con el grupo armado, durante los cuales su hermano se encargó
de las tareas domésticas en casa de uno de los combatientes, mientras ella recibió entrenamiento
en el uso de pequeñas armas. El recuerdo que más le atormenta es el de una familia que
atraparon un día. "Forzaron a la madre a matar a sus propios hijos, luego al padre para matar a la
madre. Luego me dijeron que disparara al padre y lo hice", cuenta entre lágrimas. Marie quiere
convertirse en presidenta para adoptar una ley que prohíba el uso de niños en los conflictos en
Sudán del Sur.
6David [nombre ficticio] en el Centro de Cuidado Infantil Tindoka de Yambio (Sudán del Sur),
en el que encuentran abrigo menores que han sido liberados de grupos armados a la espera de
reunirse con sus familias. David tiene 17 años y es de Yambio. Un día de 2015, de camino a casa
desde la escuela, fue secuestrado por hombres armados, miembros de un grupo rebelde del que
nunca había oído hablar. Durante tres años, recibió entrenamiento para disparar e incluso para
matar. "Si llevas un arma en una guerra, por supuesto que lastimas a la gente con eso", dice. En
la actualidad, quiere volver a estudiar y convertirse en conductor.
7George tiene 17 años y es huérfano de ambos padres. En 2015, fue secuestrado mientras volvía
del trabajo en una granja. Sirvió en el grupo armado durante dos años en los que le obligaron a
robar en tiendas y casas, violar a mujeres y niñas, y, en ocasiones, matar. "No quería hacer
ninguna de estas cosas, pero si no lo hacía tenía miedo de que me mataran", admite. Sus
hermanos, de ocho y nueve años, fueron reclutados por otro grupo de combatientes. Cuando
preguntaban a George qué pasaría si alguna vez tuviera que luchar contra ellos, decía que haría
lo que sus comandantes le mandaran. George quiere volver a la escuela. Le gusta practicar
cualquier tipo de deporte o juego que mantenga su mente ocupada para olvidar lo que ha pasado.
8Abel [nombre ficticio] tiene 13 años y habla con voz baja de niño. Fue secuestrado con toda su
familia cuando tenía apenas nueve años. Cuando trataron de escapar, él fue el único que no logró
correr lo suficientemente rápido. “Nunca llevé un arma, pero vi cosas", asegura. Recobró la
libertad a principios de 2018. Abel quiere ser gobernador de su ciudad, Yambio. "Quiero ayudar
a la gente pobre y ser un ejemplo para asegurarme de que ningún niño sea reclutado".
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Tras la muerte de su amigo, Isaac se dio cuenta de que tenía que aprender mejor 'kick boxing'
para defenderse de los peligros de la calle. Se le daba bastante bien, así que a base de práctica
empezó a luchar en peleas ilegales por dinero. Al cabo de unos meses, decidió emplear su tiempo
libre y lo que sabía en enseñar a otros niños autodefensa personal.
Los niños de calle sobreviven en Kampala en condiciones extremas, no suelen tener acceso a
agua potable, alimentos, refugio, atención médica, educación y protección. Algunos de ellos
consiguen salir de la calle a través de ONG que los rescatan, pero para la mayoría es muy difícil
y acaban formando una familia con alguna chica que han conocido en su misma situación. Al
carecer también de educación sexual hay muchos embarazos no deseados a edades muy
tempranas, y otro de los grandes problemas es el VIH.
7Entre lo que ganaba con las peleas y con las clases, Isaac consiguió mejorar su nivel de inglés e
ir a la universidad, y su situación fue mejorando hasta llegar el momento de abandonar las calles.
En el ataque a su amigo Mark juró que si algún día salía de esa situación ayudaría a otros niños
que estaban pasando por lo mismo que él, y así fue como decidió montar The Dream Foundation
of Uganda.
8Con The Dream Foundation, Isaac pretende ofrecer a los menores de la calle educación y
comida, además de ayudarles a buscar una familia que pueda darles un techo donde vivir.
Mientras, suelen vivir en guetos donde se sienten más protegidos.
9Varios niños preparan las redes donde almacenarán todas las botellas de plástico que recogen
durante la jornada para al final del día venderlas al barrio de Kiseny.
10Muchos de estos chicos han sufrido agresiones violentas, quemaduras, violaciones y abusos
de todo tipo, quedando marcados de por vida con secuelas tanto físicas como emocionales.
11Los niños de la calle suelen moverse en pequeños grupos para protegerse entre ellos, y los
adolescentes cuidan de los mas pequeños. En la foto, de izquierda a derecha, Rachel, Sumaya y
la pequeña Shanti.
12En la foto, Isaac enseña algunas técnicas de king boxing como autodefensa a una de las niñas
que ha conseguido sacar de la calle. Para ella encontró una familia de acogida en Mengo.
13En este último año, la fundación de Isaac ha recibido el apoyo y las donaciones de dos ONG,
WeArtPhoto y The Blue Butterflies, formadas por fotógrafos y videógrafos, que, además, se han
desplazado hasta Kampala para conocer la situación de primera mano, donde han realizado
diversos talleres y juegos con los pequeños.
14La fundación de Isaac ha ayudado a más de 200 niños como Kalim que han dejado las calles
de Kampala y han sido reubicados entre la casa de acogida de Masaka y diferentes familias del
barrio de Mengo.