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Enfermedades funcionales

04Domingofeb 2007

Posted by enrike45 in Ansiedad, Fobia Social


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Del libro “Neurología. Información para pacientes y familiares” de J. F. Martí Massó. Jefe de Servicio de
Neurología del Hospital Ntra. Sra. de Aránzazu. Profesor Titular de Neurología de la Universidad del País
Vasco. San Sebastián.
Los médicos dividen las enfermedades en dos grandes grupos: funcionales y orgánicas. Las primeras serían
aquellas en las que no es posible detectar un órgano alterado. El modo principal de detectar anomalías en los
órganos es con el estudio patológico, esto es con la inspección del órgano o con el microscopio. Sin embargo
los métodos de estudio han mejorado, y en la actualidad hay que contar que disponemos de otras técnicas
que nos pueden indicar que un órgano no funciona bien, debido a una alteración submicroscópica del órgano
en cuestión. En resumen, esta clasificación de funcional y orgánica va a depender de los métodos de estudio
que dispongamos para detectar la posible alteración orgánica.

Funcional se utiliza de forma inadecuada frecuentemente para calificar a una enfermedad de origen psíquico.

¿No tiene nada, o es nervioso?. Con cierta frecuencia los médicos tras decirle a un enfermo que no tiene nada,
le indican que lo que sufre es de tipo nervioso. Probablemente pretenden minimizar la importancia de las
enfermedades que no tienen un substrato orgánico conocido. Parece que las enfermedades importantes son
aquellas que se conocen bien donde se encuentra la lesión, se las puede ver a través de algún método de
exploración con imagen o al menos detectarla mediante un análisis de sangre o de otro tejido o fluido.

Es difícil generalizar la actitud de los médicos ante las enfermedades que globalmente podemos denominar
como “funcionales”. Algunos piensan que una gran mayoría de estos trastornos no constituyen auténticas
enfermedades, que en realidad son síntomas simulados, que el enfermo explota para obtener algún beneficio
consciente o inconsciente. Otros creen que estas enfermedades psíquicas están en relación con la
personalidad previa del sujeto que lo padece. Por tanto, algunos individuos estarían “inmunizados” frente a
este grupo de enfermedades. Otros médicos piensan que estas enfermedades son similares a la neumonía, de
forma que cualquiera puede sufrirla.

Un grupo heterogéneo de enfermedades


Basta revisar el libro de clasificación de enfermedades mentales (por ejemplo el DSM-III-R) para comprobar
que hay un gran número de enfermedades que forman parte del cuerpo de doctrina de la psiquiatría. Existe
un grupo que es denominado “Trastornos mentales orgánicos”. Entre ellas se incluyen las demencias, delirios,
síntomas de ansiedad o trastornos del ánimo producidos por enfermedades degenerativas, tóxicas o
metabólicas. En resumen se tratan de encefalopatías con patología conocida o con causa bien establecida
aunque la sintomatología sea del todo superponible a otras enfermedades de causa no bien conocida.

Las diferencias entre estos trastronos son enormes. Baste recordar la que existe entre una enfermedad como
la depresión mayor y la esquizofrenia. O de ambas con los trastornos por ansiedad. Conviene, por tanto, evitar
la generalización.

¿Son todo este grupo de alteraciones, enfermedades cerebrales?. No hay ninguna duda de que todos los
síntomas psicóticos, trastornos por estado de ánimo, trastornos por ansiedad, e incluso las quejas somáticas o
ansiedad referidas a enfermedades obedecen a cambios cerebrales.

¿Por qué tratamos de desligar del cerebro estos trastornos?. Existen tres explicaciones para comprender este
error: 1. De tipo histórica, 2. La complejidad del funcionamiento cerebral y 3. El defecto de formación de los
médicos en el diagnóstico y tratamiento de estas enfermedades.

Ya hemos visto que estamos ante una ciencia joven. Muchos de los conceptos arcaicos erróneos no han sido
aun desterrados.

No se conoce bien de que forma cambia el cerebro cuando se altera el ánimo y se produce euforia o
depresión, o de que manera los cambios cerebrales pueden modificar los gustos, sentimientos y en definitiva
la conducta humana. La complejidad del funcionamiento de nuestro cerebro es tan grande, que estamos muy
lejos de conocer los mecanismos por los cuales estos fenómenos tienen lugar.

En las facultades de medicina y en los hospitales la actitud que se tiene con los enfermos con trastornos
“funcionales” es muy diferente a la que se tiene con los que sufren enfermedades orgánicas. En general se
desprecia, o se le presta poco interés. Incluso la formación que se recibe en psiquiatría es teórica y escasa.

Ansiedad – fobias
Existen un grupo de trastornos englobados dentro de los llamados trastornos por ansiedad. Ansiedad puede
considerarse sinónimo de angustia. Se define como un estado de activación del sistema nervioso que se
acompaña de sentimientos como miedo o incertidumbre y de cambios corporales como palpitaciones,
temblor, sudoración, etc. Esta ansiedad puede ser normal o patológica, cuando ocurre sin un estímulo que lo
justifique. Hay un factor de vulnerabilidad personal a que determinadas situaciones causen ansiedad. Esta
vulnerabilidad viene determinada por factores hereditarios. Entre un 2 y un 5% de la población sufre de
ansiedad.

Fobia es un miedo injustificado ante una situación determinada. La agorafobia es miedo ante un espacio
abierta (de “agora” que en griego significa la plaza). Los enfermos refieren mareos con sensación de
inestabilidad más o menos prolongada. En realidad el enfermo no percibe el equilibrio correctamente. Se
sienten inseguro, aunque la exploración del equilibrio es normal. Esta sensación de mareo, desencadena en
ocasiones una crisis de pánico. Lo habitual es que el mareo ocurra preferentemente en determinados espacios
abiertos: puentes, supermercados, o haciendo colas en una tienda.

Otras fobias menos incapacitantes generalmente son las claustrofobias: los pacientes temen los espacios
cerrados (ascensores, autobuses, etc) o las fobias a animales (Zoofobias), fobias sociales con temor a
relacionarse con los demás, etc.
Varios medicamentos tranquilizantes o antidepresivos son útiles en el tratamiento de estos trastornos.
Algunas veces hay que administrarlos crónicamente. Los enfermos suelen manifestar sus quejas ante la toma
crónica de psicofármacos, pero la calidad de vida puede mejorar significativamente, y en cada caso, hay que
valorar las ventajas e inconvenientes de las tomas crónicas de medicamentos.

La pérdida de un hijo: una muerte, dos duelos

La muerte de un hijo es una de las experiencias más duras, difíciles y dolorosas que puede sufrir un ser
humano. Los padres os sentís responsables de la protección de vuestros hijos y podéis vivir su pérdida como
un fracaso y con una gran culpabilidad. La muerte de un hijo produce a menudo tensiones y conflictos en la
vida de pareja. Podéis, por ejemplo, haceros el uno al otro responsable de la muerte de vuestro hijo y esto
llevaros a reproches continuos o sentimientos de impaciencia e irritabilidad. Puede ocurrir que no viváis al
mismo tiempo los momentos de mayor dolor o las recaídas. Esto puede crear la sensación de que uno
siempre está inmerso en el dolor, que no hay tregua, y contribuir a que os evitéis en los momentos difíciles
para no recaer en el sufrimiento.

En deseo sexual puede mantenerse o incluso aumentar en uno, mientras que en el otro disminuya o
desaparezca. Esto puede ser fuente importante de conflictos. El hombre, en general, es capaz de separar más
fácilmente el deseo sexual de su situación emotiva. La mujer, en cambio, puede sentirse incapaz de desear si
está triste o enfadada y no entender cómo puede tener deseo su pareja después de lo sucedido.
Por otro lado, es perfectamente natural en medio de tanto dolor, buscar en la relación sexual lo que tiene de
placer, ternura, cercanía, calor y cariño. No vale la pena sentirse culpable por disfrutar, los momentos de
dolor ya vendrán por si solos.

Hombres y mujeres no respondemos de la misma manera


ni tenemos las mismas necesidades ante la muerte de un hijo.

Un miembro de la pareja puede sentir, por ejemplo, que al otro no le importa la muerte lo suficiente (quizás
porque no llora o porque no quiere hablar del fallecido). A veces, la necesidad de parecer fuerte, puede
interpretarse por el otro como falta de interés.

La mujer, en general, tiene más necesidad de hablar que el hombre y no siempre lo hace buscando respuestas,
para ella, el simple hecho hablar le produce alivio. Al hombre, en cambio, cuando le platean un problema,
siente enseguida la necesidad de buscar una solución, y es eso lo que le hace estar mejor. Para él, el simple
hecho de hablar, no sirve de mucho y cree que tiene que encontrar algún tipo de remedio al sufrimiento
expresado por su mujer. Pero, en general, no es esto lo que le pide ella, sino sencillamente que la escuche. Al
mismo tiempo, puede pensar que él necesita lo mismo y presionarlo para que se exprese también.

El padre puede sentirse de esta manera acorralado y, al mismo tiempo culpable de no poder hacer algo para
calmar la pena y el dolor de su pareja. Ante esta situación, una reacción frecuente en el hombre es buscar
refugio en el trabajo o en otro tipo de actividad, o encerrarse cada vez más en si mismo.
Para salir de esta situación, la pareja necesita hacer un gran esfuerzo de comprensión mutua, de aceptar que
hay cosas que el otro no puede darle, y que no les hace bien juzgar ni comparar el modo en que viven cada uno
la muerte del hijo. La mujer tiene que entender que su expresión emocional produce una terrible impotencia en
él. Él, a su vez, debe saber que no debe dar una respuesta sistemática al sufrimiento de ella, que escucharla
atentamente es la manera de ayudarla y que es importante hablar más con su mujer de lo que siente.

Es un mito que las parejas que pierden hijo acaben frecuentemente separándose. Es cierto que, si existían ya
problemas previos de relación, éstos se pueden intensificar. Si no hay hermanos, el hijo puede hacer, a veces,
de bisagra que unía a la pareja. La muerte del hijo puede también ayudar a estrechar y consolidar los lazos de
la pareja.

Los otros hermanos


Podéis estar tan afectados por vuestro propio dolor, que descuides sin daros cuenta a los otros hermanos.
Estos pueden sentir que todo vuestro amor está con el que falta. Ellos también sufren intensamente la
pérdida, se sienten culpables y pueden tener necesidad de hablar. Hablar de su hermano y compartir, cada
uno a su estilo, el dolor por la pérdida, puede ser la mejor manera de ayudaros unos a otros y afrontar
sanamente la experiencia de duelo. Encontrarás más información de cómo reaccionan los niños ante la
muerte en duelo niños.

Algunas sugerencias
Convéncete que te resultará muy difícil sobrellevar esta situación solo/a. No pretendas tampoco que tu pareja
sea en tu principal apoyo, bastante tendrá en muchas ocasiones con sobrellevar su propio dolor. Busca una o
dos personas de confianza (procura que no sea siempre la misma) Si no es posible, no dudes en buscar ayuda
de un psicoterapeuta con experiencia en duelo.
Procura mantenerte lo más unido posible a tu pareja, apoyaros mutuamente, respetar el ritmo y la manera de
llevar el duelo del otro. Puede ser que estés pasando, por ejemplo, por una etapa en la que prefieres estar
solo o con los más cercanos, y que evites a la gente para no tener que hablar de tu hijo, y en cambio, a tu
pareja, le esté ayudando exactamente todo lo contrario. ¿Cómo conciliar las necesidades de ambos si tu
pareja está acostumbrada a hacerlo todo juntos, por ejemplo? Es necesario paciencia, comprensión y
creatividad para introducir cambios en nuestra forma de vivir que nos permita seguir adelante sin añadir más
dolor al dolor.

IMPORTANTE:
Si veis que os estáis alejando el uno del otro y que vuestra relación se deteriora día a día, no dudéis en pedir
ayuda a un profesional que os asesore y os ayude a enfrentar las dificultades.

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