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NICOLÁS ABBAGNANO

HISTORIA DE LA FILOSOFIA
Volumen 1

CAPITULO III

LA ESCUELA PITAGORICA

12. PITAGORAS

La tradición ha complicado con tantos elementos legendarios la figura de


Pitágoras, que resulta difícil diseñarla en su realidad histórica. Las indicaciones de
Aristóteles se limitan a pocas y simples doctrinas, referidas en la mayoría de los casos
no a Pitágoras, sino en general a los pitagóricos; y si la tradición se acrecienta a medida
que se aleja en el tiempo del Pitágoras histórico, esto es signo evidente de que se
enriquece con elementos legendarios y ficticios, que poco o nada tienen de histórico.
Hijo de Mnesarco, Pitágoras nació en Samos, probablemente en el 571-70, fue a
Italia en el 532-31 y murió en el 497-96 a. de J. C. Se dice que fue discípulo de
Ferécides de Siro y de Anaximandro y que viajó por Egipto y por los países de Oriente.
Lo que hay de cierto es que de Samos emigró a la Magna Grecia y se domicilió en
Crotona, en donde fundó una escuela que fue también asociación religiosa y política. La
leyenda representa a Pitágoras como profeta y obrador de milagros; su doctrina le habría
sido transmitida directamente por su dios protector, Apolo, por boca de la sacerdotisa de
Delfos, Temistoclea (Aristóxeno, en Diog. Laer., Vlll, 21).
Es muy probable que Pitágoras no haya escrito nada. Aristóteles, en efecto, no
conoce ningún escrito suyo; y la afirmación de Jámblico (Vida de Pit., 199) de que los
escritos de los primeros pitagóricos hasta Filolao se habrían conservado como secreto
de la escuela, no tiene valor más que como prueba del hecho de que aún más tarde no se
poseían escritos auténticos de pitagóricos anteriores a Filolao. Esto sentado, es muy
difícil dilucidar en el pitagorismo la parte que corresponde a su fundador. Sólo una
doctrina se le puede atribuir con absoluta certidumbre: la de la supervivencia del alma
después de la muerte y su transmigración a otros cuerpos. Según esta doctrina, que
Platón (Gorg., 493 a) se apropió, el cuerpo es una cárcel para el alma, que la divinidad
ha encerrado ahí como castigo. Mientras el alma se encuentra en el cuerpo, tiene
necesidad del mismo, pues sólo por medio de éste puede sentir; pero cuando está fuera
de él, vive una vida incorpórea en un mundo superior. El alma vuelve a esa vida, si se
purifica durante la vida corpórea; en caso contrario, vuelve después de la muerte a la
cadena de las transmigraciones.

13. LA ESCUELA DE PITAGORAS

La escuela de Pitágoras fue una asociación religiosa y política, además de


filosófica. Parece que la admisión en la sociedad estuvo subordinada a pruebas rigurosas
y a la observancia de un silencio de varios años. Era necesario abstenerse de ciertos
alimentos (carne, habas) y observar el celibato. Además, en los grados más altos de los
pitagóricos vivían en completa comunidad de bienes. Pero hay poco fundamento
histórico para todas estas noticias. Muy probablemente el pitagorismo fue una de tantas
sectas que celebraban misterios a cuyos iniciados se imponía una cierta disciplina y
ciertas reglas de abstinencia, que no debían ser pesadas. El carácter político de la secta
determinó su ruina. Contra el gobierno aristocrático, tradicional en las ciudades griegas
de Italia meridional, al cual prestaban su apoyo los pitagóricos, se produjo un
movimiento democrático que provocó revoluciones y tumultos. Los pitagóricos fueron
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objeto de persecución: las sedes de su escuela fueron incendiadas, ellos mismos fueron
muertos o huyeron; y sólo tiempo después los desterrados pudieron volver a la patria. Es
probable que Pitágoras se viese precisamente obligado por tales movimientos
insurreccionales, a dejar Crotona para irse a Metaponto.
Después de la dispersión de las comunidades itálicas se tiene noticia de filósofos
pitagóricos fuera de la Magna Grecia. El primero es Filolao, contemporáneo de Sócrates
y Demócrito, que vivió en Tebas en los últimos decenios del siglo V. En el mismo
período sitúa Platón a Timeo de Locris, de quien no estamos seguros siquiera de que sea
un personaje histórico. En la segunda mitad del siglo IV, el pitagorismo alcanzó nueva
importancia política, gracias a Arquitas, señor de Tarento, de quien fue huésped Platón
durante su viaje por la Magna Grecia. Después de Arquitas, la filosofía pitagórica
parece haberse extinguido, incluso en Italia. Se adscribe al pitagorismo, aunque no haya
sido (como algunos dicen) discípulo de Pitágoras, el médico de Crotona, Alcme6n,
quien repite algunas de las doctrinas típicas del pitagorismo; pero es notable sobre todo
por haber señalado el cerebro como órgano de la vida espiritual del hombre.
La doctrina de los pitagóricos tenía esencialmente carácter religioso. Pitágoras se
presenta como el depositario de una sabiduría que la divinidad le ha transmitido; a esta
sabiduría sus discípulos no podían aportar ninguna modificación, antes bien debían
permanecer fieles a la palabra del maestro (ipse dixit). Estaban, además, obligados a
mantener el secreto y por esto la escuela se envolvía en misterios y en símbolos que
velaban ante los profanos el significado de su doctrina.

14. LA METAFISICA DEL NÚMERO

La doctrina fundamental de los pitagóricos consiste en que la sustancia de las


cosas es el número. Según Aristóteles (Met., I, 5), los pitagóricos, que habían sido los
primeros que hicieron progresar la matemática, creyeron que' los principios de la
matemática fuesen los principios de todas las cosas; y puesto que los principios de las
matemáticas son los números, les pareció ver en éstos, más que en el fuego, en la tierra
o en el aire, muchas semejanzas con las cosas que son o que devienen. Aristóteles opina,
por tanto, que los pitagóricos atribuyeron al número la función de causa material que los
jonios atribuían a un elemento corpóreo: lo cual resulta, sin duda, una indicación
preciosa para entender el significado del pitagorismo, pero no es aún suficiente para
hacerlo claro. En realidad, si los jonios para explicar el orden del mundo recurrían a una
sustancia corpórea, los pitagóricos consideran este orden mismo como la sustancia del
mundo. El número como sustancia del mundo es la hipóstasis del orden mensurable de
los fenómenos. El pan descubrimiento de los pitagóricos, el descubrimiento que
determina zp importancia en la historia de la ciencia occidental, consiste precisamente
qn la importancia fundamental que concedieron a la medida matemática para entender el
orden y la unidad del mundo. Veremos que la última fase del pensamiento platónico
está dominada por la misma preocupación: hallar aquella ciencia de la medida que es al
mismo tiempo fundamento del ser en sí y de la existencia, humana. Los pitagóricos
dieron antes que nadie expresión técnica a la aspiración fundamental del espíritu griego
hacia la medida, aquella aspiración que Solón expresaba diciendo: “La cosa más difícil
de todas es aprehender la invisible medida de la sabiduría, única que lleva en sí los
límites de todas las cosas.” Como sustancia del mundo, el número es el modelo
originario de las cosas (Ib., I, 6, 987 b, 10), puesto que constituye, en su perfección
ideal, el orden en ellas implícito. El número es, pues, sustancia incluso en el sentido de
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la normatividad, del deber ser; y el concepto de la sustancia originaria adquiere así,


gracias a los pitagóricos. una determinación fundamental.
El concepto de número como orden mensurable permite eliminar la ambigüedad
entre significado aritmético y significado espacial del número pitagórico, ambigüedad
que ha dominado las interpretaciones antiguas y recientes del pitagorismo. Aristóteles
dice que los pitagóricos trataron los números como magnitudes espaciales (Ib. XIII, 6,
1080 b, 18) y refiere también la opinión de que las figuras geométricas eran el elemento
sustancial en que los cuerpos consisten (Ib., VII, 2, 1028 b, 15). Sus comentadores van
aún más allá, sosteniendo que los pitagóricos consideraron las figuras geométricas como
principios de la realidad corpórea y redujeron estas figuras a un conjunto de puntos,
considerando a su vez los puntos como unidades extensas (Alejandro, In met., I, 6, 987
b, 33, ed. Bonitz, p. 41). E intérpretes recientes insisten en considerar el significado
geométrico como el único que permite entender el principio pitagórico que todo resulta
compuesto de números. En realidad, si por número se entiende el orden mensurable del
mundo, el significado aritmético y el significado geométrico resultan fundidos, puesto
que la medida supone siempre una magnitud espacial ordenada, por lo tanto,
geométrica, y al mismo tiempo un número que la exprese. Se puede decir que el
verdadero significado del número pitagórico se expresa mediante aquella figura sagrada,
la τετραχτύς, por la cual los pitagóricos tenían la costumbre de jurar y que era la
siguiente:

.
..
...
....
La τετραχτύς representa el número 10, como el triángulo que tiene el 4 por lado. La
figura constituye, pues, una disposición geométrica que expresa un número, o un
número expresado mediante una disposición geométrica: el concepto que esta
disposición presupone es el del orden mensurable.

Si el número es la sustancia de las cosas, todas las oposiciones de las cosas se


reducen a oposiciones entre números. Ahora bien, la oposición fundamental de las cosas
respecto al orden mensurable que constituye su sustancia es la de límite y de ilimitado:
el límite, que hace posible la medida, y lo ilimitado que la excluye. A esta oposición
corresponde la oposición fundamental de los números pares e impares: los impares
corresponden al límite, los pares a lo ilimitado. Y, en efecto, en el número impar la
unidad dispar constituye el límite del proceso de numeración, mientras que en el
número par este límite falta y el proceso permanece, por tanto, inconcluso. La unidad es,
pues, el parimpar, porque su añadidura hace pares a los impares e impares a los pares.
A la oposición de los impares y de los pares corresponden otras nueve oposiciones
fundamentales, de las cuales resulta la siguiente lista: 1) Límite, ilimitado; 2) Impar,
par; 3) Unidad, multiplicidad; 4) Derecha, izquierda; 5) Macho, hembra; 6) Quietud,
movimiento; 7) Recta, curva; 8) Luz, tinieblas; 9) Bien, mal; 10) Cuadrado, rectángulo.
El límite, esto es, el orden, es la perfección; por eso todo cuanto se encuentra en la
misma parte en la serie de los opuestos es bien, todo lo que se encuentra en la otra parte
es mal.
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Los pitagóricos sostienen, no obstante, que la lucha entre los opuestos se


concilia gracias a un principio de armonía; y la armonía, como fundamento y vínculo de
los mismos opuestos, constituye para ellos el significado último de las cosas. Filolao
define la armonía como “la unidad de lo múltiple y la concordia de lo discordante” (fr.
10, Diels). Como en todo hay la oposición de los elementos, en todo hay armonía; e
igualmente bien se puede decir que todo es número o que todo es armonía, porque
cualquier número es una armonía de lo impar y de lo par. La naturaleza de la armonía
es, pues, revelada por la música: las relaciones musicales expresan de la manera más
evidente la 'naturaleza de la armonía universal; y en consecuencia, los pitagóricos las
toman por modelo de todas las armonías del universo (Filol., fr. 6, Diels).

15. COSMOLOGIA Y ANTROPOLOGIA

Con mayor o menor conformidad con la doctrina metafísica del número, los
pitagóricos desarrollaron una doctrina cosmológica y antropológica de la cual sólo
conocemos escasos elementos. Filolao afirmó el principio de que la diversidad de los
elementos corpóreos (agua, aire, fuego, tierra y éter) dependen de la diversidad de la
forma geométrica de las partículas más menudas que los componen. Esta doctrina, que
en él se encuentra apenas esbozada, se precisa en el Timeo de Platón, quien atribuyó a
cada elemento la constitución de un determinado sólido geométrico; pero esta precisión,
hecha posible gracias al desarrollo dado a la geometría del espacio por el matemático
Teetetes (que da título al homónimo diálogo de Platón), no le era posible a Filolao.
Acerca de la formación del mundo, los pitagóricos pensaban que en el corazón del
universo hay un fuego central, que llaman madre de los dioses, porque de él proviene la
formación de los cuerpos celestes; o también Hestia, el hogar o altar del universo, la
ciudadela o el trono de Zeus, porque es el centro del que emana la fuerza que conserva
al mundo. Por este fuego central son atraídas las partes más cercanas de lo ilimitado que
lo circunda (espacio o materia infinita), partes que se ven limitadas por esta atracción y,
por tanto, plasmadas en el orden. Este proceso, repetido a menudo, conduce a la
formación del universo entero, en el cual, por lo mismo, según Aristóteles refiere (Met.,
XII, 7, 1072 b, 28), la perfección no se halla al principio, sino al fin.
Es de notar que de conformidad con esta cosmogonía, los pitagóricos logran una
doctrina cosmológica que les coloca entre los primeros precursores de Copérnico.
Conciben el mundo como una esfera, en cuyo centro hay el fuego originario, y a su
alrededor se mueven, de occidente a oriente, diez cuerpos celestes: el cielo de las
estrellas fijas, que és el más lejano del centro, y luego, a distancias cada vez menores,
los cinco planetas, el sol, que como una gran lente recoge los rayos del fuego central y
los refleja alrededor, la luna, la tierra y la antitierra, un planeta hipotético que los
pitagóricos admitían para completar el número sagrado de diez. El límite extremo del
universo debía estar formado por una esfera envolvente de fuego correspondiente al
fuego celeste. Las estrellas están fijas en esferas transparentes, cuya rotación las hace
girar (Aristóteles, De Coelo, II, 13). Así como cualquier cuerpo movido velozmente
produce un sonido musical, lo mismo ocurre también en los cuerpos celestes: el
movimiento de las esferas produce una serie de tonos musicales que forman en su
conjunto una octava. Los hombres no perciben estos sones, porque los han oído
ininterrumpidamente desde su nacimiento o también porque sus oídos no son adecuados
para percibirlos.
Como cualquier otra cosa, el alma humana es armonía: la armonía entre los
elementos contrarios que componen el cuerpo. A esta doctrina, expuesta por Simmias,
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discípulo de Filolao, en el Fedón platónico, el mismo Platón objeta que, como armonía,
el alma no podría ser inmortal, porque dependería de los elementos corpóreos, que se
disuelven con la muerte. Y esta objeción pareció tan seria, que se ha negado que la
doctrina del alma-armonía se entendiera por los pitagóricos en el sentido explicado por
Platón y se la ha llevado, por el contrario, a la interpretación de Claudiano Mamerto (De
statu animae, II, 7; v. par. 170), según la cual la armonía sería más bien la conveniencia,
esto es, el vínculo que une el alma y el cuerpo. En realidad, si se mantiene firmemente
el principio pitagórico de que la armonía es número y el número es sustancia, la
objeción platónica pierde valor: es la armonía lo que determina y condiciona la mezcla
de los elementos corpóreos, sin ser ésta condición de aquélla.
A la doctrina de la armonía se vincula igualmente la ética pitagórica, con su
definición de la justicia. La justicia es un número cuadrado; consiste en el número igual
multiplicado por el número igual, porque restituye lo igual por lo igual. Por esto los
pitagóricos la indican con el cuatro, que es el primer número cuadrado, o con el nueve,
gue es el primer número cuadrado impar. En cuanto a lo demás, la ética pitagórica es de
carácter religioso; su precepto fundamental consiste en según la divinidad y en hacerse
semejante a ella. Las máximas y prescripciones de carácter práctico que constituyen el
patrimonio ético de la escuela no ofrecen un especial significado filosófico más que en
cuanto, tal vez, se empieza a entrever en ellas la subordinación de la acción a la
contemplación, de la moral práctica a la sabiduría, que saldrá triunfante con el
platonismo. El pitagorismo subrayó la purificación del alma, que las demás sectas
análogas veían en forma de rito y prácticas propiciatorias, por medio de la actividad
teorética, única capaz de sustraer el alma a la cadena de los nacimientos y de
reconducirla a la divinidad.

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