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148 A cualquier cosa llaman arte

una imagen ha prevalecido sobre las demás: la de Bartolomé


como una piel sin cuerpo que sostiene en la mano un cuchi-
llo (instrumento punzante, punzón, estilo). Los evangelios
apócrifos le representan como fiel escribiente', y una miste-
riosa cita del Pseudo-Dionisio le relaciona también con el Ensayo sobre la falta de vivienda':'
sentido literal de la escritura: «En este sentido dice el divino
Bartolomé que la teología es al mismo tiempo abundante y
muy breve, que aunque el Evangelio es vasto y copioso no por
ello es menos conciso» (Theol. Myst., 1, 3, rooob). Como el
santo escribiente de cuya identidad sólo ha quedado la ima-
gen externa de su piel descorporeizada con un cuchillo en la La intimidad mantiene una estrecha relación con la ruina.
mano (símbolo invertido, pues no es él quien usa el cuchillo Esto no deja de ser paradójico. Si bien es cierto que un edifi-
sino únicamente su víctima), Bartleby es el pergamino (des- cio recién construido, una habitación perfectamente ordena-
pués de todo, un pellejo desprendido de su cuerpo) que lleva da o una casa a estrenar no sugieren en absoluto sensación de
en la mano la pluma de escribiente, es decir, el estilo con el intimidad, también lo es que, al menos a primera vista, no
cual ha sido escrita la letra inconfesable de su nombre. asociamos la intimidad con las fincas apuntaladas o los in-
muebles abandonados, que más bien imaginaríamos como
símbolo de lo inhóspito y de la desolación. En cualquier caso,
esta paradoja obedece al hecho, inscrito incluso en el lengua-
je común, de que la intimidad no es algo que se pueda poseer
y, por lo tanto, sólo puede experimentarse de forma directa y
explícita como ya perdida y, en cierto modo, perdida para
siempre. Esta advertencia resultará muy decepcionante pa-
ra el lector, que quizá esperase de este texto algunas sugeren-
cias más o menos decorativas para «crear intimidad» o, lo
que aún sería peor, algunas rutinas de auto ayuda para me-
jorar su propia intimidad (en caso de que algo así exista). El
deber de quien esto escribe es decepcionar de antemano este
tipo de expectativas -no por el mero placer de fastidiar, se en-
tiende, sino en aras del simple entendimiento del tema que
tado Ribera, por N. Alunno (en la iglesia de San Bartolomé de Marano) o
por Jacobo Agnesio, pero cuya consagración pictórica más contundente e
aquí se trata, para el cual dichas expectativas son sencillamen-
influyente es la imagen de Miguel Ángel en El Juicio Final, en donde apa- te letales- y, a renglón seguido, avisar de que la decepción
rece en el modo que se ha convertido en canónico: teniendo en la mano el no debe ser motivo de abandono: hay cosas (y seguramente
cuchillo que sirvió para su propio suplicio y cargando con su propio pelle-
jo al hombro.
1. «Tunc Bartholomeus scribens haec omnia f...}» (Evangelio de san » "Vivienda, intimidad y calidad», Arquitectos n." 176, vol. °5/04,

Bartolomé, Evangelios Apócrifos, ed. bilingüe y crítica de Aurelio de San- Consejo Superior de los Colegios de Arquitectos de España, abril de 2006,
tos, Madrid, BAC, 1956, parágr. 69, p. 569). páginas 63-68.
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Son las m' , ,


d l as Importantes) que solo se pueden ganar perdién. riza su reprobación ante esta evidencia señalando que de
, o as y, por tanto, lo que desde cierto punto de vista puede este modo se «ensucia» el espacio público, expresa sin em-
presentar e! aspect d f d ' ,
~ , o e un racaso, po na ser sin embargo la bargo -sin duda de forma algo despiadada- esa condición
mea manera de alcanzar ciertos logros.' , estructural de! espacio público que acabamos de recordar
a Aundue resulte ya un tópico, y aunque e! recordado vaya (que no debe ser la casa de nadie)'. De todos aquellos que se
mdenu o en detrimento de la amenidad, el punto de parti- ven obligados a vivir de esta manera (en la casa de otro o en
d a e este asu t . ,
"'.' n o consiste SIempre en recordar (e intentar la casa de nadie) cabe decir que su absoluta expropiación de
evItar) la conf " de la i , ,
, USlOn e a intimidad con la privacidad. Que privacidad, su carencia de «vida privada» les coloca en si-
antes de Illtent '1 h
, ar evitar a aya que recordar la existencia de tuación de intimidad con respecto a todos los demás. Lo
esta confusi ' d '
s" I on ya nos a vierte que hay en ella (en la confu- cual nos indica que la intimidad se relaciona con una suerte
n
/od ) a go ~~e no se debe simplemente al descuido a la fal- de vulnerabilidad o de desnudez característicamente huma-
"
a e atenclOn l I f '
o a a ma a e, SIlla que el equívoco
'
de algu- na, y que se hace especialmente visible (si no es que éste es el
'la manera hu d ' I ' "
tod ? n e sus ratees en a cosa misma. ASI que ante único modo en que puede experimentarse) cuando falta la
b b~' precIsamente porque lo privado lleva adherida (pro-
b: emen,te por buenas razones) una mala fama casi inevita-
privacidad,
der. Comprendo
cuando ha sido arruinada o está echada a per-
que esto parece conducir a la conclusión
a e, convIene evocar sus cualidades: no hará falta insistir algo asombrosa -que más tarde intentaremos amortiguar,
cerca de la enorm ' ifí ,, l' ' "
e
hasta sigru icacion po mea histórica social y pero que no es de suyo eludible- de que la intimidad remite
económ' d Id h ' ,
p' ICa e erec o a tener «una habitación pro- a la condición de «estar sin casa» o de carecer de privacidad,
la
d » enarbolado por Virginia Woolf, ni el hecho de que y de que por tanto su relación con la vivienda parecería ser
urante
, SIglos , l a muc h e d um b re dee los os sisin clase antes y des- '
Pues una relación puramente negativa.
de la dis I ', de Íos ví , '
t d ' o ucion e os vínculos de servidumbre regis- Pero lo anterior no solamente nos ayuda a percibir las vir-
ta a en Occlde te en la d ' , '
h bi
é

a n e en a epoca mo erna, dlúC/lmente accedía tudes de algo tan cargado de connotaciones peyorativas como
un a Itaculo d t d d '
e- II o a o e una puerta que se pudiera cerrar la privacidad, sino también a hacernos conscientes del aspec-
on ave Ta bi '1 '
t' " m ien esta e aro que quienes han estado o es- to menos amable de algo tan cargado de connotaciones po-
n
e: despo~a??s de este derecho a la vida privada no padecen sitivas como la intimidad (de la cual cabría en algún sentido
Sta condIclOn ' , id
s', bi por VIvIr sumergi os en el espacio público decir, como María Zambra no decía de la poesía, que «es real-
tno len al '
P a d're o la del contrano, por habitar en la casa de otro (la del mente el infierno»). Las relaciones de intimidad que los súbdi-
) f
v id amo y, por tanto, por armar parte de la pri- tos mantienen con el déspota o los esclavos con el amo no son,
b¡a,cI ad (~os bienes privativos) de ese otro. En el espacio pú- en verdad, envidiables, y nos llevan enseguida a la idea de que
ICO nadIe está
(a I a en su casa, porque el espacio público no es lo único justo sería que todo el mundo (al menos todo el mun-
a menos no d b ) ,
l1l. l ' e e ser una casa para nadie. Por eso es muy
ea a Sllltoma cu d
,an
I I h
o, a caer a noc e en algunas CIUdades
'
I. Vivir allí en donde nadie debería vivir es siempre un castigo (la con-
d. ntemporaneas " l os espacios ios pu
núbli 1C0Scorruenzan , a llenarse dición de quienes no pueden irse a su casa, como no pueden hacerla los pre-
~ gentes sin casa d b I 11' ", sos que habitan en el espacio público de la cárcel), y precisamente por eso
d.. ' que eam u an por e os sin proposito III
-..;stmo que pa I ' resulta completamente injusto cuando quienes lo padecen no han cometido
re lid d h recen esperar a go o a alguien, pero que en
a I a an pe d id d delito alguno (como las muchedumbres recién evocadas o todos aquellos a
te " r ico to a esperanza, gentes que simplernen- quienes, para su propia protección, es preciso alojar en «casas de acogida»,
, traglcamente' , un/en a 11't. C uan d o e lb' uen burgues exterio-
que no son sino simulacros de casas erigidas en el espacio público),

l ~
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do que no mereciera ser castigado) pudiera irse a su casa -en dad» y nos devuelve a un contexto más manejable en el cual
lugar de tener que vivir en la de otro o en la de nadie, en inti- sólo hace falta «entender de viviendas».
midad con el amo o con todo el mundo-, pudiera tener una Con esto del «entender de viviendas» pasa lo mismo que
casa propia con una puerta y una llave capaz de cerrarla des- alguien decía que sucede con el «entender de flautas», que hay
de dentro, cosa que sin duda se expresa en el derecho univer- dos maneras de interpretar este saber, pues tanto el lutier
sal «a una vivienda digna». ¿Qué significa en este caso «digni- como el flautista entienden de flautas, pero lo que cada uno
dad»? ¿Qué es lo que confiere dignidad a una vivienda? Me sabe de ellas es muy distinto. La cuestión «qué es verdadera-
gustaría intentar mostrar en lo que sigue hasta qué punto esta mente una vivienda» podría parecer una cuestión que requi-
cuestión está relacionada con la intimidad -es decir, hasta qué riese, más que expertos en ética (como sospechamos que ten-
punto dignidad e intimidad están relacionadas- y de qué ma- drían que serlo quienes fueran capaces de decidir acerca de la
nera este pensamiento se pervierte completamente, sin que sea dignidad o indignidad de una vivienda), maestros de metafí-
fácil recuperar el sentido lo suficiente como para saber de qué sica , conocedores intuitivos de la Idea de vivienda situada en
se está hablando en realidad, cuando el término «dignidad» un cielo inteligible que pudieran comparar con ese modelo
(como últimamente les viene sucediendo a muchos otros de su uranio sus pobres realizaciones terrestres para emitir su jui-
misma familia, como «bondad», «excelencia» o «virtud») es cio implacable (<<Estoes [o no] una vivienda») y discriminar
sustituido por el término «calidad». las buenas copias de los simulacros infames mediante la acti-
tud que solemos considerar usualmente como «teórica» (es
decir, la de un sujeto que se pone frente a sí un objeto para
La discusión en torno a qué significa dignidad aplicada a la determinar su naturaleza). Pero, afortunadamente, el mismo
vivienda (como a cualquier otra materia) amenaza con con- que dijo aquello de las flautas estableció un procedimiento
vertirse en una de esas discusiones cargadas de presupuestos para eliminar este incómodo escenario, señalando que para
subjetivos en las cuales resulta imposible ponerse de acuerdo. saber si una flauta lo es verdaderamente no es preciso colo-
Ello no obstante, y aunque la «solución» parezca devolver- cársela enfrente ni compararla con modelos ideales estratos-
nos aún más crudamente al problema, es preciso recordar que féricos sino que, en caso de que uno sepa tocarla, basta con
la interpretación de este adjetivo en la expresión «vivienda acercársela a los labios, soplar por la embocadura con los de-
digna» no solamente no es problemática, sino que indica una dos adecuadamente situados sobre sus orificios y ponerse a
verdadera tautología. Que una vivienda sea o no «digna» no ejecutar una melodía (si uno no sabe tocarla, ya puede po-
. es algo que pueda decidirse parla carencia o la presencia de nérsela enfrente durante horas e incluso siglos, que tras ello
ciertas propiedades en una casa (y, por tanto, la dignidad no seguirá siendo cierto que, por más que la contemple, no ten-
es algo que pueda añadirse a una vivienda previamente exis- drá la menor idea de lo que es una flauta). De quien sepa en
tente o que pueda retirarse de ella); «una vivienda digna» no rigor tocada bien diremos que en rigor sabe lo que es una
significa otra cosa más que una vivienda que sea verdadera- flauta digna y lo que no, porque la flauta no es verdadera-
mente una vivienda. Puede que la discusión acerca de lo que mente flauta por coincidir o parecerse a una Idea extraterres-
es o no una vivienda pueda considerarse tan bizantina e irre- tre susceptible de intelección intuitiva, sino por sonar como
soluble como la que concierne a qué es o no dignidad, pero al suena cuando la toca alguien que sabe hacerla, y sólo lo es
menos elimina la sospecha de que hubiera que contratar para verdaderamente mientras esto ocurre, allí donde ocurre y
dirimirla a profesionales especializados «expertos en digni- porque ocurre. Entonces, el «sabio» no es aquí el «teórico»,
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sino el usuario; quien sabe usarla y habitarla, sabe qué es una esa imposición de nombres por parte de un sujeto situado so-
verdadera vivienda digna ... de tal nombre. Una verdadera lemnemente ante un objeto que solemos identificar con la «ac-
manera de vivir (que es lo que cabalmente significa «vivien- titud teórica»- «silla», o que se haya pronunciado mil veces
da», mucho más que un edificio o una finca). frente a ellos la fórmula mágica «Esto es una silla»; cuando el
¿Qué decir, pues, del otro saber, del «saber hacer» o fabri- juicio está errado, cuando se hace contra las cosas y haciéndo-
car flautas o viviendas? Lo que sobre ello decía nuestra secreta les violencia, las cosas acaban rebelándose contra el juicio y
fuente de sensatez -auténtico pozo de sabiduría- es que este sa- deshaciéndolo tarde o temprano, aunque en general para no-
ber, el d~ los productores, es necesariamente segundo aunque sotros (los que no disponemos de mucho tiempo ni de un gran
venga pnmero: claro está que debe haber primero casas edifi- saber) siempre sea demasiado tarde, cuando la escoliosis ya no
cadas para que alguien pueda habitarlas, y que el saber hacer tiene remedio; de ahí que sea tan valiosa la colaboración de
buen~s casas es un modo de «entender de viviendas», pero no usuarios expertos (buenos flautistas, por así decirlo), de esos
lo esta menos que sólo se hacen casas para que alguien viva en que son capaces de detectar un pequeño tirón, casi impercepti-
ellas o, si se quiere decir aún con mayor propiedad, que sólo es ble, en la columna vertebral, ya en la primera ocasión en que se
una casa digna (de tal nombre) aquella que se construye para sientan en una no-silla. Y de ahí, igualmente, que sean tan fá-
~ue alguien la habite (no se puede descartar que se construyan ciles de engañar aquellos usuarios que, por llevar ya genera-
SImulacros de casas con otros propósitos, pero entonces no se- ciones sentándose en sillas indignas (de tal nombre), han per-
rán viviendas dignas [de su nombre], es decir, no serán verda- dido por completo la memoria de lo que eran las sillas y se han
deras viviendas). He aquí, por tanto, un modesto criterio para convertido a sí mismos en una especie de usuarios «indignos»
evaluar la dignidad de las viviendas: el propósito para el cual (de tal nombre). Y lo mismo, evidentemente, mutatis mutan-
se han construido (el propósito real, se entiende, no el nomi- dis, para las viviendas: basta vivir en ellas para descubrir si lo
nal, pues nominalmente es de suponer que todas las viviendas son o no, pero generalmente el descubrimiento llega ya dema-
han sido construidas para ser habitadas o usadas) y su adecua- siado tarde, cuando uno está endeudado con el banco hasta su
ci?~ a él. La .odiosa pregunta «¿y cómo se determina si el pro- muerte.
pOSItO nominal de la construcción de una vivienda es su Ahora bien, el primado de los usuarios sobre los produc-
propós~to real?» tiene también una respuesta sencilla, pero in- tores no significa en absoluto que los usuarios puedan «sus-
convementemente tardía. Si una silla es <doque sirve para sen-
tarse» r, por tanto, sólo es silla cuando es usada para eso y en
tituir» a los productores, que el «saber usar» pueda sustituir
al «saber fabricar» (sólo Dios, de quien se rumorea que su
la medida en que lo es, ¿cómo podría yo saber si aquello que se «saber usar» -su entendimiento- es idéntico a su «saber pro-
expone en el escaparate de la tienda de sillas es o no una silla? ducir» -su voluntad- sería capaz de una cosa así): la produc-
Siéntate, y verás. A veces lo ves inmediatamente, porque te ción -el hecho de que el repertorio de maneras de fabricar
caes al suelo en unos segundos. Otras veces se tarda más, ha- casas, y el de sus materiales y sus procedimientos, sea finito
cen falta unos minutos, y hasta unos días, para que empiecen a aunque amplio y muy variado-, en verdad, limita el uso; el
dolerte las posaderas, los riñones o la cabeza. Y algunas veces que haya que producir aquellas casas que los usuarios han de
se tardan años, cuando el médico te diagnostica una escoliosis habitar impide que todas las ocurrencias que estos últimos
irreversible después de haberte estado sentando mal durante la tengan acerca de su arte o manera de vivir puedan llevarse a
mayor parte de tu vida. No sirve de nada que a esos simulacros cabo (pues no puede producirse cualquier cosa); pero tam-
de silla se les haya llamado durante años -en la apoteosis de bién es cierto que, al limitar el uso, la producción lo delimita
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o lo realiza (permite distinguir lo que legítimamente puede esas casas en las que el derrumbamiento de un tabique ha
considerarse vivienda de lo que no pasan de ser fantasías más convertido de pronto a la privacidad en lo que ella nunca
o menos divertidas). No todas las «maneras de vivir» que los debería ser, un espectáculo, o aquellas otras en las cuales la
usuarios pueden imaginar son factibles (sólo lo serían si ellos ruina y el abandono han dejado a la vista las estructuras y
fueran dioses y, por lo tanto, no tuvieran que distinguir en- armazones (o sea, en cierto modo la regla que se siguió al
tre el «saber usar» yel «saber producir»), sino sólo aquellas construirlas) que, sosteniendo al edificio sobre el suelo, se hi-
que en cada caso resultan verosímilmente producibles, es de- cieron precisamente para no ser vistas, e incluso a veces tam-
cir, susceptibles de convertirse en viviendas dignas (de tal bién algunas, de las que hablamos al principio, que habiendo
nombre), del mismo modo que no todas las «maneras de sido construidas nominalmente para ser habitadas, se reve-
producir» viviendas que a los productores pueden venírseles lan una vez erigidas simulacros inhóspito s que hacen imposi-
a la cabeza son susceptibles de dar lugar a viviendas habita- ble la vida a sus moradores o se la amargan sin cesar. Vemos
bles. En consonancia con todo lo anterior habría que decir, entonces la intimidad del único modo que parece ser posible
por tanto, que no es talo cual vivienda la que posee digni- verla directa o explícitamente, es decir, ya arruinada, echada
dad, sino la regla (recta) o la ley en función de la cual se ha- momentáneamente a perder o definitivamente malograda.
cen viviendas dignas de tal nombre'. La cuestión es que esta fragilidad específicamente humana
que llamamos «intimidad» es algo que el derecho puede -y
debe- recubrir, pero que no puede en rigor abolir o sustituir
¿ Qué tiene todo esto que ver con la intimidad?, se pregunta- en términos absolutos. Es la condición de radicalmente no
rá con razón. La vivienda digna -la posibilidad de habitar tener lugar alguno que sea en definitiva nuestro lugar (como
dignamente la tierra, es decir, del único modo en que los sí lo tienen, en cambio, los ríos o las fieras), o sea la intimi-
mortales podemos hacerla, o sea en viviendas- es, según de- dad, lo que hace completamente necesario, imprescindible,
cíamos, un derecho (y, por lo tanto, un deber) universal, tener alguna casa en la que refugiarse; pero es también ella la
mientras que la intimidad, por lo que antes dijimos acerca de culpable de que ningún refugio sea nunca suficiente y de que
la vulnerabilidad y la desnudez, parece más bien ser algo re- haya huéspedes ante cuya visita no sirve de nada cerrar la
lacionado con el cese o la «suspensión» de los derechos, con puerta con llave desde dentro, porque toda defensa contra
el justamente no poder encontrar ya amparo, ni refugio, ni ellos es imposible. Lejos de ser algo «interior» o «interno»,
tener casa alguna a donde acudir a encerrarse con llave tras la intimidad es tan externa y exterior como la ruina: es el ma-
una puerta". Ésta es la sensación que nos producen también yor grado de exposición y riesgo al que podemos llegar, el
modo más cabal de estar afuera, de salir, no solamente de
1. «Nada tiene más valor que el que la ley le asigna. Pero la ley misma, casa, sino incluso de uno mismo, en una suerte de entrega in-
que determina todo valor, tiene que tener, precisamente por ello, una dig- condicional, de derrumbe de todas las barreras defensivas
nidad, esto es, un valor incondicional, incomparable, para el cual solamen- que es lo más próximo a lo que podríamos llamar «nuestro
te la palabra respeto proporciona la expresión conveniente de la estimación
que un ser racional tiene que hacer de ella» (Immanuel Kant, Fundamenta-
ción de la metafísica de las costumbres). haya razones para decir de alguien que se halla en intimidad consigo mismo,
2. Lo cual, aunque aquí sólo pueda decirse de paso, prueba el carácter esto sólo puede decirse en la acepción de este término que utilizaba a veces
constitutivo de la alteridad con respecto a la intimidad, puesto que «vulne- Aristóteles, es decir, que se tratará de «sí mismo en cuanto otro» (alguien
rable» o «desnudo» sólo puede uno sentirse ante otro. E incluso aunque que experimenta aquello de sí mismo que es irreductible a su «yo»).
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lugar» o «el lugar al que pertenecemos» (y que, obviamente, da digna de tal nombre. No podemos dejar de imitar a quie-
no es lugar alguno, puesto que como ya se ha dicho y es ocio- nes en verdad tienen una casa (como la tienen definitivamen-
so repetir, los mortales no pertenecemos a ningún sitio). te las fieras o los dioses), ya esa imitación obedecen todos los
¿Qué es lo que nos arrastra, pues, a esa extraña «salida» principios de la construcción y producción de viviendas; pero
de nosotros mismos que, sin embargo, sólo podemos descri- no podemos nunca vencer del todo nuestra condición de
bir de forma chocante como un ir «en busca de nosotros mis- huéspedes interinos de la tierra, y a esta p~ecarieda~ obedece?
mas»? No puede ser únicamente el coraje o el valor, como si todos los principios del «uso» o del habitar propiamente di-
la intimidad fuese una epopeya reservada a héroes privilegia- cho. Todo el mundo debe poder irse a su casa, pero con res-
dos. Ha de ser una exigencia más elevada aún que la del de- pecto a algunos, algunas veces, nos gustaría que se que~~sen
recho y que, lejos de presuponer la «disolución» de los víncu- un poco más con nosotros antes de retirarse. Nuestras vrvien-
los creados por la ley, implica más bien su vigencia como una das son dignas cuando no pretenden que vivamos en ellas
auténtica condición formal y material de posibilidad (la exis- como dioses ni tampoco como bestias, sino simplemente, di-
tencia de espacio público -ese espacio que no es de nadie ni fícilmente, como mortales.
puede ser la casa de nadie-, con respecto al cual el espacio
privado no presenta diferencia alguna de naturaleza, es ya
una expresión de esta misma exigencia). La existencia de tal Pero antes decíamos que es preciso alertar contra la perver-
«lugar. (que no es lugar alguno, insistamos en ello para evi- sión que en estas cuestiones puede producir algo .tan apa-
tar la confusión de la intimidad con un «recinto», por muy re- rentemente bienintencionado Y coherente como la introduc-
cóndito que éste sea) en el cual toda defensa y todo refugio ción del término (y de la galaxia de valoraciones que lleva
son ya inútiles y, lo que es aún más grave -y que nos muestra, adheridas) «calidad». Es evidente que aquí no tratamos con
por una vez, la cara «positiva» de la intimidad-, la experien- ninguna significación «esencial» de este vocablo, sino ~on el
cia de esa defensa como algo que, además de imposible, resul- sentido que ha terminado adoptando en una determinada
ta innecesario, el encuentro entre mortales en ese régimen que (e intelectualmente desnarigada) concepción de la «evalua-
los antiguos llamaban «amistad» y en el cual el deber no pue- ción» de los servicios públicos y privados que se ha impues-
de ya estar afectado por la amenaza de coacción en caso de to, no por casualidad, en el período correspondiente a la
incumplimiento, ese régimen en el cual el respeto es ya la úni- descomposición deliberadamente planificada de todo aquello
ca causa de un comportamiento aparentemente incompren- que, desde 1945 en adelante, había venido llamándose «es-
sible -seguir respetando al otro incluso allí en donde «no pasa tado de bienestar». Por algún funesto motivo, cuando los tra-
nada» si no lo hacemos-, es lo que nos muestra la profunda dicionales derechos «a un juicio justo», «a una vivienda dig-
conexión entre dignidad e intimidad. No se trata del respeto na» , «a una educación íntegra» o «a un empleo decente»
. . . (que
al otro por ser uno o por ser otro, sino de respetar en él la en- vuelven a ser meros epítetos para designar un juicio, una
carnación de esa ley que, según antes dijimos que alguien de- vivienda , una educación o un empleo que sean verdadera-
cía, es el origen de todo lo valioso que podemos reconocer en mente merecedores de tales nombres) se sustituyen -como
la existencia, incluidas las protectoras normas del derecho y subrepticia e inadvertidamente ha venido ocurriendo en los
los defensivos muros de la privacidad. Es el reconocimiento últimos tiempos- por «justicia de calidad», «vivienda de ca-
de nuestra condición de radicalmente «estar sin casa» lo que lidad» , «educación de calidad» o «empleo de calidad», no
nos hace a los mortales dignos o merecedores de una vivien- solamente ocurre que volvemos a la perplejidad de que pare-
Ensayo sobre la falta de vivienda 16r
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ce que deberíamos contratar a unos misteriosos «expertos en aprenden quienes la reciben se evalúa más bien si los ense-
calidad» (y que de esta situación se aprovechan procazmen- ñantes han aprendido a enseñar y si los discentes han apren-
te para medrar algunos farsantes acerca de los cuales ya lo dido a aprender, la dignidad misma queda perfectame~te
dijo todo nuestro informante acerca de la cuestión de las arruinada (es decir, se echa en falta la recta regla que confié-
flautas, o sea Sócrates, cuando puso en su sitio a los «exper- re valor a todo aquello que lo tiene), los productores quedan
tos en calidad» de su tiempo, que entonces se hacían llamar convertidos en productores de simulacros y los usuarios en
«maestros de virtud»); no solamente ocurre que los que han esa clase de «usuarios indignos» de quienes antes hablába-
de enseñar geometría dejan de estudiar geometría para con- mos. Allí donde -al menos retórica o nominalmente- está vi-
centrarse en el problema de estudiar cómo enseñar geome- gente el imperativo de que todo el mundo debe poder tener
tría, y que los que han de aprender geometría dejan de apren- una vivienda, y en donde el grado de cumplimiento de este
derla para concentrarse en el problema de cómo aprender a imperativo se considera como uno de los indicadores del ~ra-
aprender geometría (sin que sea preciso discurrir gran cosa do de dignidad de la propia sociedad que lo enarbola, existe
para comprender que este procedimiento engendra una esca- sin duda la tentación política de ganarse la medalla al grado
lada que va hasta el infinito, y que en cada uno de sus pasos de dignidad olvidándose precisamente de ella. En ~fe~to, si
aleja un poco más de la geometría a sus víctimas); no sola- del «derecho a un empleo digno» eliminamos el adjetivo fi-
mente ocurre la curiosa situación de que los jueces, como los nal , sucederá que podremos llamar empleo a cualquier ocu- .,
constructores de viviendas o los productores de empleo, in- pación con cualquier duración y cualquier remuneración
centivados para llevar a cabo su producción con mayor efi- (por ejemplo, al reparto gratuito de propaganda en las bocas
cacia y celeridad, entran en nuevos procedimientos sutiles y del metro), y que bastará el certificado de los «expertos en
hasta inconscientes (aunque nominalmente no delictivos) de calidad» para culminar el proceso de no llamar a las cosas
corrupción, descomposición, cohecho y prevaricación, su- por su nombre. Y lo mismo, evidentemente, mutatis muta n-
miendo a los usuarios en la más absoluta indignidad; no so- dis, para las viviendas. Pero, como ya se ha explic~d~, .como
lamente ocurre todo eso, sino que lo peor es que, cuando las el adjetivo «digna» es en realidad un epíteto, un smolllm~ o
cosas o las maneras de vivir ya no son consideradas «de cali- una tautología, al eliminarlo de la expresión «vivienda dig-
dad» porque lo sean, sino simplemente porque unos presuntos na» hemos eliminado la vivienda misma.
«expertos en calidad» así lo decretan (o sea, cuando lo único Es algo parecido lo que pasa cuando la intimidad, que por
«de calidad» que tienen tales cosas o maneras es el nombre, su propia naturaleza tiene el carácter de 10 implícito", se in-
como en esas construcciones «de alto standing» que no tienen tenta «hacer efectiva» en términos explícitos. La intimidad
de «alto standing» más que el cartel que dice que lo son o, lo tampoco es algo que se pudiera añadir, por ejemplo a una
que es lo mismo, el precio), cuando la «dignidad» intenta habitación , a fuerza de colocar en ella tales o cuales detalles,
.,
traducirse en una colección de propiedades cuantificables colores o muebles, y por eso tenemos a menudo la impresión
cuya presencia o ausencia puede certificarse mediante ese de que se trata de una «sensación» subjetiva e indefinible.
procedimiento que normalmente se identifica con la «actitud
teórica» del científico (el ponerse frente a una casa y determi- 1. José Luis Pardo, La intimidad, Pre-Textos, Valencia, 2004\ Y «La
nar enfáticamente «ésta es una vivienda de calidad»), como intimidad de nadie", en Fragmentos de un libro anterior, Cátedra de Poe-
cuando en lugar de medir si es buena la educación en geome- sía y Estética José Ángel Valente, Universidad de Santiago de Cornposte-
tría por la geometría que saben quienes la enseñan y la que la, 2004.
r62 A cualquier cosa llaman arte

Nuestros íntimos son los que conocen nuestra ruina y, pu-


diendo hacerla, no se aprovechan de ella. Los que nos aman
justamente por aquello por lo cual nos venimos abajo. En su
presencia no podemos dar ni pedir explicaciones. Pero tam-
poco nos hace falta hacerla. Lo más íntimo de una vivienda
Nunca fue tan hermosa la basura"
son las estructuras invisibles que hacen que se sostenga en
pie, aquellas mismas que, cuando quedan al descubierto, la
ApriZ is the cruellest month, breeding
convierten en una ruina, las que dejan ver que es algo que ha
Lilacs out of the dead land ...
sido hecho y que, más tarde o más temprano, será deshecho.
Nadie habita propiamente esas estructuras (o, de nuevo, na- T. S. EUOT, The Waste Land
die debería tener que hacerla): del mismo modo, lo más ínti-
mo de una lengua es su estructura fonológica, pero ningún
hablante dice jamás «fonemas» , a pesar de que ellos sosten- El Libro Primero de El capital, de Marx, com~enza diciendo:
gan la lengua y estén siempre implícitos en ella, porque cuan- «La riqueza de las sociedades en las que domm.a el modo de
do se dicen -por ejemplo, cuando los enuncian los lingüis- producción capitalista se presenta como "una inmensa ac~-
tas- tenemos más bien la sensación de que están deshaciendo mulación de mercancías"». Nosotros tendríamos que decir,
-descomponiendo, analizando- la lengua y, por tanto y en hoy, que la riqueza de las sociedades en las que don:ma el
cierta medida, echándola a perder como lengua. La clase de modo de producción capitalista se presenta como una inmen-
implícito que define el carácter de lo íntimo es la de un implí- sa acumulación de basuras. En efecto, ninguna otra ~orma de
cito que no puede explicitarse sin arruinarse, algo a lo que ja- sociedad anterior o exterior a la moderna ha producido basu-
más puede aludirse directamente sin pervertir su naturaleza, ras en una cantidad, calidad y velocidad comparables a las de
pero que no por ello es místico ni inefable: estamos constan- las nuestras. Ninguna otra ha llegado a alcanzar el punto que
temente diciéndolo cuando decimos algo, pero no reside en han alcanzado las nuestras, es decir, el punto en el que la b~-
el contenido informativo de lo que decimos, sino que alber- sura ha llegado a convertirse en una am~naza p.ara la propia
ga la razón por la cual queremos decir. Paralelamente, una sociedad. y no es que las sociedades pre-mdustnal.es no gene-
vivienda -que es, antes que un edificio, un modo de vida- no rasen desperdicios, pero sus basura.s eran predommantemen-
es digna por nada de lo que en ella se muestra explícitamen- te orgánicas, y la naturaleza, los animales urbanos y los vaga-
te, sino por haber sido erigida de acuerdo con una regla invi-
sible -la que dirige secretamente las pautas del modo de vida
de sus moradores- que la hace deseable. " «Nunca fue tan hermosa la basura" / Never was trash so beauti-
ful» en Scott Brown, Denise, Koolhaas, Rern y otros, D¡storslOnes .:
nas/Urban Distorsions, Basurama-La Casa Encendida, 2006, pp. ;~8~
Y 66-76. (Reeditado en Arquitectos n." 181, vol. 212007, pp. 85 - ,
Madrid.uooz.) . /
1. «Aquí me veis, viajero / de un tiempo que se pierde en la espesura

del paso y el me da lo mismo [...) pero / nunca fue tan hermosa la basura»
(Juan Bonilla, «Treintagenarios», en Partes de guerra, Valencia, Pre-Tex-
tos, 1994, p. 27)·

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