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Unidad 2 / Escenario 3

Lectura Fundamental

El Estado laico y la Constitución


colombiana de 1991

Contenido

1 El Estado laico de la Constitución de 1991

Palabras clave:
Estado laico, tolerancia, libertad de expresión, autonomía, sociedad plural.
“Democracy demands that the religiously motivated must translate their concerns into universal,
rather than religion-specific values. Their proposals must be subject to argument and reason, and
should not be accorded any undue automatic respect”.

Barack Obama

1. El Estado laico de la Constitución de 1991

Hemos decidido incluir en este capítulo del módulo una reflexión del presidente Barack
Obama convencidos de que sintetiza el espíritu laico y democrático que creemos encarna la
Constitución Política de Colombia de 1991. Lo que señala el presidente Obama es que, en un
contexto democrático, quien sea religioso, debe traducir sus preocupaciones en un lenguaje
universal accesible a todos los demás, incluso en el lenguaje de quienes no comparten sus
mismas creencias. Con esto quiere señalar que son bienvenidas todas las creencias siempre
y cuando estén en capacidad de traducir en un lenguaje más universal y público sus valores
y preocupaciones. Las sociedades democráticas deben ser ante todo plurales, abiertas a la
convivencia entre quienes son distintos en un clima de respeto y diálogo. Por eso, se afirma que
son bienvenidos los aportes que pueda traer a la sociedad cualquier creencia, siempre y cuando
puedan explicar su valor en un lenguaje no religioso y comprensible para quienes no comparten
esa religión. Pero, por supuesto, hay que ser enfáticos en esta idea, que en un clima de respeto
sean bienvenidos los valores y preocupaciones de cada creencia o religión no implica que deba
aceptarse todo. En un contexto democrático, señala Obama, deben ser debatidas todas las ideas
a la luz de la razón, sin que se les conceda a priori autoridad sobre la sociedad solo porque para
unos u otros son creíbles. Los aportes a la sociedad que puedan hacer las distintas creencias
son válidos siempre y cuando sean razonables públicamente, pero de ninguna manera existe a
priori un predominio de una creencia sobre otra en una sociedad plural, democrática y laica.

El Estado colombiano se autodefinió como un Estado laico en la Constitución de 1991, con la


que el rol que había tenido la iglesia católica cambia, una vez se reconoce la libertad religiosa y
la libertad de conciencia.

La Constitución de 1991 a diferencia de la Constitución de 1886, que es religiosa, se caracteriza


por su espíritu secular. La Constitución de 1886 identifica en “Dios” la fuente de toda autoridad,

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de donde emana la autoridad que legitima la Constitución misma. Pero, para la de 1991, la
Constitución sin dejar a mencionar a Dios planteará que es el “pueblo” la fuente de autoridad, el
pueblo como soberano, desde donde se legitima la autoridad de la Constitución.

No se puede olvidar que la Constitución de 1886 fue fruto del período histórico denominado “La
Regeneración”. Dicho movimiento político surgió en el país a finales del siglo XIX y fue liderado
por Rafael Núñez y Miguel Antonio Caro; este movimiento buscó revertir las políticas liberales
de periodos anteriores, como la descentralización del país en una república federal, los Estados
Unidos de Colombia o la independencia del Estado del poder religioso. Dentro de las grandes
transformaciones que traerá esta constituyente conservadora estará el énfasis profundo en la
filiación entre el Estado colombiano y la Iglesia católica, así como la concepción centralista del
Estado colombiano. Por supuesto, para 1991 esta orientación del Estado será cambiada por una
concepción mucho más pluralista, secular y sobre todo descentralizada.

Dentro de los cambios evidentes de la Constitución de 1991, respecto de la de 1886 está,


como dijimos antes, el reconocimiento de la soberanía del pueblo. Con esto, en pleno espíritu
democrático, se reconoce que el poder político proviene de los colombianos, que si la
Constitución tiene autoridad es porque los constituyentes representan al pueblo mismo. En
síntesis, el pueblo de Colombia es el “constituyente primario”, es él quien decide su destino,
quien da autoridad a sus gobernantes.

También, en consonancia con el Estado de derecho, la Constitución de 1991 no solo pretende


garantizar un orden social y jurídico que dé cabida a los derechos individuales, lo cual sería
simplemente signo de un Estado Liberal, sino que además es enfática al señalar que su finalidad
es “(…) fortalecer la unidad de la Nación y asegurar a sus integrantes la vida, la convivencia, el
trabajo, la justicia, la igualdad, el conocimiento, la libertad y la paz (…)” (Constitución Política
de Colombia, 1991, art. 1) Fines, sin lugar a duda, sociales en pro de una vida digna para todos
los colombianos. Finalmente, la constitución de 1991 hace un énfasis que no se encuentra
en la constitución de 1886, en la importancia que el marco jurídico y el orden que estipula se
fundamenten en valores democráticos y participativos, en pro de un orden político, económico y
social justo.

Luego haremos énfasis en la importancia de la democracia participativa, pues pasos adelante


de una democracia simplemente electoral, la Constitución de 1991 promueve y garantiza la
posibilidad de que los colombianos hagamos parte de la toma de decisiones a través de nuestra
participación, a través de mecanismos alternativos al sufragio.

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1.1 Libertad de expresión, de conciencia y autonomía

El Estado laico se funda y tiene lugar en la protección de las libertades fundamentales,


particularmente lo que respecta a la libertad de expresión, de conciencia y una defensa de la
autonomía.

La libertad de expresión es un derecho fundamental que se encuentra consagrado en el


artículo 19 de la Declaración Universal de los derechos Humanos de 1948. Sin embargo,
la libertad de expresión como derecho, fue fruto de una conquista histórica que occidente
alcanzó alrededor del siglo XVII en pleno período de la ilustración europea. El fundamento
de la libertad de expresión se encuentra tanto en la epistemología como en el derecho. Me
explico, epistemológicamente diversos pensadores, entre ellos Diderot, Montesquieu, Voltaire
y Rousseau, señalaron que en la búsqueda de la verdad debería otorgarse la libertad de que
cada individuo expresara abiertamente sus ideas sin temor alguno a que fueran erradas o
inconvenientes. Para estos pensadores, se haría mucho mal en reprimir alguna idea sin antes
haberla debatido convenientemente. Luego, lo mejor sería permitir que cada cual tuviera la
libertad de expresarse sin ninguna restricción en aras de poder abrir el debate pertinente y
demostrar así, argumentativamente, si la idea era verdadera o falsa o si era conveniente o
inconveniente. En síntesis, para estos ilustrados la búsqueda de la verdad no sería sincera si nos
volviéramos dogmáticos y aceptáramos socialmente solo nuestras ideas, rechazando las ideas
que nos contraríen. En cambio, abrir un espacio de debate dentro de la sociedad, permitiría
que a partir del diálogo argumentáramos nuestras convicciones y las defendiéramos, pero que
también las ideas contrarias tuvieran la oportunidad de explicarse y argumentarse y finalmente
perdure lo que resulte más razonable.

El argumento resulta bastante interesante para nuestra sociedad actual. Piensen en que desde
esta perspectiva no debería estigmatizarse ninguna idea previamente. Por ejemplo, si alguien
socialmente desea defender la idea de que debería dedicarse la totalidad del presupuesto del
ejército de la nación a la educación de los jóvenes, el tema no debe ser excluido a priori como
banal o insensato, resguardándonos en nuestras ideas dogmáticas que usualmente vivimos.
Eso sí, debería exigírsele que lo argumentara mucho mejor y a la vez que los detractores
planteen sus argumentos de por qué se oponen a dicha idea. En este orden de ideas, se tiene la
convicción de que solo las ideas mejor argumentadas prevalecen.

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Por supuesto, hay temas mucho más sensibles, por ejemplo, como cuando hablamos del
matrimonio entre parejas del mismo sexo o la adopción homoparental. Es claro que nuestras
costumbres se resienten con este tipo de debates, pero si nos centramos dogmáticamente en
nuestras ideas y costumbres y nos cerramos a debates racionales, no avanzaremos nada como
sociedad. Quizás, al final nuestras costumbres se reafirmen y se argumenten más sólidamente,
o, por el contrario, nos demos cuenta que nuestras costumbres no son tan sólidas como
creemos y cambiemos de ideas.

La libertad de expresión en términos jurídicos y filosóficos se sustenta también en la idea de


que el individuo es autónomo, nadie más que él mismo puede tutelar sus pensamientos. Cuando
hablamos del estado liberal hicimos énfasis en las libertades individuales y en la importancia
de que el sujeto tenga la facultad para decidir por sí mismo, valerse de su propio pensamiento.
Por eso, si revisamos en algunos argumentos que ya hemos señalado, el pensamiento moderno
reconoce que la dignidad del ser humano estriba en que él mismo es artífice de su vida, él tiene
la facultad de decidir y optar sin que el estado de una forma paternalista lo guíe. En eso consiste
la autonomía, en la capacidad que tiene cada individuo para ser el protagonista de sus propias
decisiones, de su vida, sin que esté sujeto a la tutela de alguien, además de sí mismo. Por eso, el
estado no puede ni desea interferir en los pensamientos e ideas de cada individuo, pues en este
ámbito tan privado cada sujeto desde su autonomía está en potestad de decidir qué es bueno
y conveniente para él. Otros pueden aconsejarle, sugerirle, pero si el individuo, en su autonomía
y adultez, considera lo contrario, debe prevalecer su convicción personal. Ni la sociedad, ni el
Estado, pueden obligar a un sujeto a creer o pensar cierto tipo de ideas, pero tampoco pueden
impedirle que exprese sus convicciones personales.

Así las cosas, no hay mayor mal que viole estas libertades que el paternalismo del Estado, es
decir, cuando el Estado decide comportarse como un padre con los ciudadanos diciéndoles
qué deben pensar, en qué deben creer, etc. No solamente el estado no puede regular la libre
expresión de los individuos, sino a la vez no puede interferir en las convicciones que cada uno
tenga y en eso consiste la libertad de conciencia.

Aterricemos esta teoría en dos casos. Podemos ejemplificar la libertad de expresión en el


famoso caso de la existencia de células nazis en Bogotá. Hace varios meses un reconocido
medio periodístico señaló que un grupo de jóvenes se reunía para inculcar y difundir las ideas
que a principios del siglo XX defendió el Partido Nacional Socialista en Alemania, y que en
síntesis sustentaron el régimen fascista hitleriano. ¿Debe prohibírseles expresar estas ideas?
Los mencionados jóvenes no están violando la ley, no están agrediendo los derechos de nadie.

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Bajo la defensa de la libertad de expresión, si se trata de adultos conscientes en pleno uso de
sus facultades racionales, el Estado no puede inmiscuirse ni prohibirles profesar estas ideas.
Obvio que están equivocados, no es razonable sostener que hay una “raza superior”, pero el
estado no va a acoger estas ideas, pero tampoco las puede prohibir. Cada cual es libre de
profesar, en su libertad, las ideologías que desee, siempre y cuando no genere un daño en sí
mismo ni en los demás.

En cuanto a la libertad de conciencia me per-


mito citar otro caso real. La Corte Constitucio-
Consultando el enlace de esta columna de nal permitió, recientemente, la interrupción del
opinión de la Revista Semana del día 15 de
embarazo en tres casos específicos: peligro de
mayo de 2008, puede conocer acerca de
la objeción de conciencia y la interrupción muerte de la madre, abuso sexual, malforma-
voluntaria del embarazo. (I.V.E). ción del feto. No es este el lugar para examinar
http://www.semana.com/opinion/articulo/el-aborto- los argumentos que llevaron a tan importante
objecion-conciencia/92705-3 decisión. Lo que quiero plantear es que, en
aras de la defensa de la libertad de conciencia,
si bien el Estado permite la interrupción del
embarazo en estos tres casos, no puede obli-
gar a todos los médicos a realizar esta práctica. Hay médicos que, en defensa de sus creencias,
dado que se declaran religiosos, han señalado que en defensa de su libertad de conciencia no
van a practicar interrupción del embarazo alguna. Y es legítimo en esta situación hacerlo. Si un
individuo en aras de la defensa de sus convicciones más personales se siente contrariado, nada
puede obligarlo a actuar contra sus convicciones, el Estado no puede obligarlo.

1.2 Esfera pública y esfera privada

Hemos insistido a lo largo de nuestra argumentación en dos ideas en aras de sostener el


concepto general de Estado laico o Estado secular. La primera, que el Estado no puede
abiertamente ser influido por cualquier tipo de ideología o creencia solamente bajo el
argumento de que es mayoritaria o que es la predominante en términos culturales. Es decir, no
es suficiente con que las mayorías quieran institucionalizar en el Estado sus costumbres solo
por el hecho de que son la mayoría; es necesario que estas costumbres o principios que piensan
institucionalizar sean razonables y respetuosos de los derechos de las minorías. Piensen,
por ejemplo, qué sucedería si las mayorías culturalmente aprobáramos la ablación femenina
como práctica y obligáramos a que todas las mujeres se la realizaran. Lo primero es que no

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hay sustento racional para que obliguemos a que todas las mujeres se practiquen la ablación,
y segundo, se debe respetar siempre los derechos de las minorías que no comparten nuestras
convicciones culturales; luego, no podemos obligar a todas a que se practiquen la ablación.
En síntesis, el Estado es laico cuando se abstiene de adoptar creencias o ideas de grupos
particulares, en contra del pluralismo que debe imperar en la sociedad.

La otra idea que se ha venido presentando es que el Estado no puede intervenir en las creencias
e ideas que los individuos ostentan sin violar la libertad de conciencia de los sujetos. Así,
tácitamente estábamos hablando de la esfera pública y la esfera privada. La esfera pública es
el ámbito de las decisiones que nos conciernen a todos y se debe caracterizar porque en ella
se busque el beneficio general de todos y se haga bajo procedimientos racionales. Se trata del
ámbito propiamente político y público, en donde se decide aquello que nos concierne a todos
como, por ejemplo, si la educación debe ser reformada o no o sobre si el Estado debe entrar o
no en guerra, etc. Es el espacio propio de las decisiones políticas o públicas. Por otra parte, está
la esfera privada, que a diferencia de la pública solo concierne a cada individuo y se constituye
a partir de las preferencias y decisiones personales que tiene cada individuo. Por ejemplo,
la orientación sexual de un individuo concierne solo a su esfera privada y en ella ni el Estado
ni la sociedad tienen cabida, pero un tema como la paz con los grupos alzados en armas, en
la medida en que nos concierne a todos, hace parte de la esfera pública y todos estamos en
potestad de intervenir, pues vincula a toda la sociedad.

Pero ¿qué tiene que ver esto con el Estado laico? Bueno, lo primero es hacer énfasis en una
idea: estado laico no es lo mismo que estado ateo puesto que el ateísmo implica negación de la
divinidad y negación de Dios, pero el estado laico o secular no niega a Dios, simplemente en una
actitud de respeto hacia las distintas creencias crea un ambiente de tolerancia y respecto que
hace posible la convivencia. Los estados ateos, al prohibir la religión, violan la esfera privada del
individuo porque le impiden creer en lo que desee, por eso no tienen nada que ver con el estado
laico. La laicidad es un principio que consiste en dos proposiciones básicas; la primera es la
separación estricta del estado de las instituciones religiosas y la segunda es que las personas
de diferentes religiones y creencias son iguales ante la Ley.

La separación de la religión y el Estado es el fundamento de la laicidad. Esta separación se


funda en la idea, no solo de que los distintos grupos religiosos y las distintas creencias no
interfieran en los asuntos de Estado, sino también en la garantía de que el Estado no interfiera
en los asuntos religiosos. Es decir, que no solo el estado no interfiera en la esfera privada, sino
que a la vez las distintas creencias no entren directamente en la esfera pública de la sociedad.

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Es muy importante esta doble separación, el secularismo protege a creyentes como a no
creyentes. Se abre así una dinámica de respeto de parte del estado hacia las creencias de los
individuos, pero también en pro de ese respeto es que no se acepta a priori la influencia directa
de ninguna creencia en la esfera pública de la sociedad o en la política misma.

Aterricemos esta temática. Cuando el estado colombiano se autodenomina, a partir de la


Constitución de 1991, como “Estado Laico” reconoce en igualdad y con total respeto todo
tipo de creencias y religiones, siempre y cuando se desarrollen en el marco del respeto de
la Ley, lo cual no implica que en Colombia haya primacía de unas religiones o creencias por
encima de otras. Así mismo, el estado laico implica que los asuntos públicos, que son los que
nos conciernen a todos como sociedad, están blindados a las interferencias de las distintas
religiones. Por ejemplo, si vamos a debatir si el sábado se debe o no trabajar quizás pueden
existir religiones como el judaísmo que plantearán que dadas sus tradiciones no debería
trabajarse. Sin embargo, el estado laico implica que los asuntos públicos o comunes no deben
ser dirigidos a partir de creencias particulares sino a partir de razones universales, luego no es
válido el argumento del judaísmo en este caso.

Recientemente el caso más famoso tiene que ver con el debate de la adopción homoparental.
Es evidente que, en Colombia, que es un país tradicionalmente católico, hay una fuerte oposición
a este tipo de reformas pues va en contravía de las creencias de la mayoría. Sin embargo, en
defensa del estado laico no se debe gobernar a partir de las creencias, con argumentos de razón
privada, si no se ha demostrado lo razonable de estas ideas. Por eso, la Corte Constitucional
le pidió a distintas facultades de psicología del país que conceptuaran racionalmente si esta
decisión era conveniente o inconveniente. Si se dan cuenta, por más que el país, en su mayoría
católico, lo que importa no son las creencias, pues en la esfera pública lo que importa es la
razonabilidad. Por eso, se equivocan quienes creen que es democrático imponer las creencias
de la mayoría; eso no es democracia. Las creencias pueden entrar en la esfera pública, como lo
dijimos en un principio, si logran demostrar su razonabilidad con argumentos que trasciendan la
creencia y sean lógicos incluso para los no creyentes.

También, hablar del estado laico implica que el estado y el poder en general no interfieren en
las creencias de los individuos ni los obliga a creer en algo o alguien en particular. Es decir, el
estado no interviene, es decir, deja en libertad para que el individuo sea autónomo en el ámbito
de sus creencias, siempre y cuando estas se desarrollen en el respeto del orden jurídico. En
síntesis, como ya lo venimos afirmando, la esfera pública no incide en la esfera privada.

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1.3 Tolerancia y sociedad plural

Una de las grandes reflexiones de la humanidad ha sido la que nos ha llevado a entender
la necesidad de fomentar la tolerancia, que no es otra cosa sino abrirnos al respeto de los
distintos, de quienes en privado viven de otra manera, para así entre todos construir una esfera
pública donde quepamos todos.

El filósofo inglés John Locke en su Carta de la tolerancia, a finales del siglo XVII, hace énfasis en
el valor de la individualidad del hombre y en cómo esta individualidad no puede ser violada por
el Estado ni por la religión. En ese sentido, el pensador sustenta que tiene que hacerse posible
una sociedad donde se respeten las convicciones individuales sin que el Estado o la sociedad
traten de influirlas o modificarlas. Esa fue la respuesta de Locke a las constantes guerras de
religión que sacudieron a Inglaterra en donde entre protestantes y católicos lavaron en sangre
a toda la sociedad buscando imponer sus propias convicciones. No es posible la convivencia
pacífica si no hay lugar a la tolerancia. El respeto se constituye en una instancia necesaria
para el reconocimiento de las ideas, creencias e ideologías de los demás, así como los demás
reconocen las que yo ostento.

Es por esto que el laicismo tiene por objeto garantizar y proteger la libertad de creencias y
prácticas religiosas de todos los ciudadanos, puesto que no se trata de recortar las libertades
religiosas, se trata de asegurar que las libertades de pensamiento y la conciencia se apliquen
por igual a todos los creyentes y no creyentes. Piensen en esta pregunta: ¿qué sucedería en un
Estado dominado por una única religión con las personas que no compartieran dicho conjunto
de creencias? El estado laico en pro de la defensa de la igualdad, del respeto y de la convivencia
democrática, busca no solo respetar las creencias de unos y otros, sino a la vez abrir espacios
para que convivan minorías con las mayorías e incluso para quienes no crean puedan encontrar
un lugar dentro de la sociedad.

Así, el secularismo, que es el fundamento del estado laico, busca defender la absoluta libertad
de creencias religiosas para coexistir entre ellas sin una mutua interferencia, pero a la vez busca
proteger el derecho a que las creencias religiosas se manifiesten en la medida en que no incidan
sobre los derechos y las libertades de los demás. Literalmente, el secularismo consiste en que
no tenemos argumento alguno para afirmar la existencia de Dios, pero tampoco para negarlo;
luego, a diferencia del ateísmo que sí niega la existencia de Dios, el secularismo es respetuoso
con las múltiples creencias y solo exige de ellas ese mismo respeto de ellas hacia las demás.

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La laicidad garantiza que el derecho de las personas a la libertad de la religión siempre se
equilibra con el derecho a ser libres de religión y también otorgar las garantías para los no
creyentes.

El secularismo tiene también lugar en defensa de la democracia y de la equidad social. En una


democracia secular todos los ciudadanos son iguales ante la ley y ni la ley ni el estado pueden
otorgar ventajas o desventajas a los creyentes de determinada religión, pues ante todo las
personas son ciudadanos con los mismos derechos y obligaciones entre sí; no puede haber
lugar a la discriminación religiosa. Esto conlleva a que exista en el estado laico una legislación
no discriminatoria que protege a las minorías sexuales, a las mujeres, a las personas LGBTI,
pero también a los creyentes de distintas religiones o que profesen distintas ideologías, etc.,
todos son iguales ante la ley.

La no discriminación implica que, sin importar las creencias religiosas o las convicciones
filosóficas o ideológicas, todos los ciudadanos tienen igualdad de acceso a los servicios
públicos estatales, como la salud pública, los servicios de seguridad, la educación, etc. La
prestación de estos servicios públicos debe ser secular, es decir, que nadie está en ventaja o
desventaja en el acceso a estos servicios por motivos de creencias.

Insistimos, la laicidad no es ateísmo. El ateísmo es una falta de creencia en dioses. El


secularismo, en cambio, proporciona un marco de tolerancia y convivencia para una sociedad
democrática. Es evidente que el ateísmo tiene un interés evidente en el apoyo a la laicidad, pero
el mismo secularismo no busca desafiar los dogmas de cualquier religión o creencia particular,
ni tampoco pretende imponer el ateísmo de nadie. El laicismo es simplemente un marco teórico
que desde la política busca promover la igualdad y la sana convivencia en medio de la sociedad.

Como lo señalamos ya, en una sociedad secular o en un estado laico, las personas religiosas
tienen derecho a expresar sus creencias públicamente, pero también tienen todo el derecho
a expresarse quienes racionalmente pueden oponerse o cuestionar esas creencias. En una
sociedad secular no puede haber lugar a dogmas intocables. Las creencias religiosas, ideas y
organizaciones no deben tener una protección privilegiada. En una democracia, todas las ideas y
creencias deben estar abiertas a la discusión.

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Asimismo, el estado laico implica que las leyes, los derechos y las decisiones públicas no deben
estar sujetos a la religión establecida, así sea una religión o creencias que tiene la mayoría. Todo
el mundo es igual ante la ley, independientemente de su religión, creencia o no creencia. Los
procesos judiciales no pueden ser reemplazados por códigos religiosos, no hay lugar a que la
ley civil sea reemplazada por mandatos religiosos. La religión o las religiones no juegan ningún
papel en el estado de manera directa.

En este tema hay que ser enfáticos. La Biblia o los textos sagrados, sean los que sean, tienen
un valor cultural significativo, sin embargo, no son fuente directa de ley civil en el Estado laico.
El Estado es soberano pues predomina su Ley por encima de cualquier decálogo o ley religiosa.
Las leyes y principios religiosos son válidos en la medida que puedan hacer parte del debate
público racional, de otra manera no hay porque sostener su valor a priori. Si lo pensamos de otra
manera, recaeríamos en lo que hoy sustenta a lo que se denomina el “Estado Islámico” un orden
social y político que se funda en el Islam, que ha tomado a las escrituras sagradas como fuente
de derecho; radicalismo puro.

El Estado laico no debe ser entendido de ninguna manera como una institución antirreligiosa
o anticlerical. Es gracias al estado laico que se da garantías a las libertades religiosas y se
hace posible la convivencia pacífica entre diversos credos en una sociedad. Pero como hemos
señalado, la religión y las creencias pertenecen a la esfera privada de cada individuo, por eso
ni el estado, ni los partidos políticos, ni la sociedad, puede legítimamente luchar contra las
creencias que son enteramente personales. La verdadera lucha debe darse en pro de la mutua
tolerancia, comprensión y convivencia pacífica. El estado laico en defensa de la democracia
debería abrirse a los distintos discursos y credos de las distintas religiones y creencias
siempre y cuando se traduzcan sus demandas en un lenguaje público accesible incluso para
el no creyente. Pero desde ninguna perspectiva el estado debe luchar por hacer realidad los
propósitos de alguna religión o creencia, así ésta sea de la mayoría de la población. El estado
debe trabajar y luchar es por dar garantías a los intereses públicos, sin que esto entre en
detrimento de las minorías.

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Referencias
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Naciones Unidas. (1948). La declaración universal de los Derechos Humanos. Recuperado de:
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INFORMACIÓN TÉCNICA

Módulo: Constitución e Instrucción Cívica

Unidad 2: Constitucionalismo Moderno

Escenario 3: El estado laico y la Constitución colombiana


de 1991

Autor: Camilo Andrés Fajardo Gómez

Adaptado por: Diego David Ortiz Chabur

Asesor Pedagógico: Amparo Sastoque Romero


Diseñador Gráfico: Paola Andrea Melo
Asistente: Ana Milena Raga

Este material pertenece al Politécnico Grancolombiano. Por


ende, es de uso exclusivo de las Instituciones adscritas a la
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