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presidencial en Colombia
C
olombia, así como sus instituciones y la juventud de los años noventa,
no permaneció indemne ante los vientos de renovación democrática e
hizo el tránsito hacia un nuevo siglo con entusiasmo. Una nueva gene-
ración lideró la reforma constitucional de 1991 a través de la séptima papele-
ta y el país encontró los argumentos necesarios para alcanzar la democracia
plena. El ideario que inspiró el cambio fue innovador, pues representó una
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Tensión dialéctica
Carlos Restrepo Piedrahíta advirtió que el sistema presidencialista se cons-
tituye a partir de una tensión dialéctica: «(…) de un lado, la nostalgia de la
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monarquía, y [de] otro, la aversión hacia la monarquía. Sin duda que este imagomundi
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fenómeno no es otra cosa que una particular forma de expresión del eterno
problema del poder: su completa e impetuosa voluntad de dominación sobre
hombres y cosas —es decir, hacia una cada vez mayor concentración de auto-
ridad— que va indisolublemente apareada por la resistencia que esa voluntad ciudad - región
genera en sus destinatarios» (Restrepo Piedrahíta, 1988, p. 564). 160
La historia caudillista americana parece avalar la versión de la política
centrada en la figura presidencial. Según Dardo Pérez Gilhou, miembro de la
Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas de Argentina, «Entre las
causas determinantes de la presencia del ejecutivo fuerte está la vinculada contraseña
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al predominio indiscutible del personalismo, encarnada en la mítica figura
del caudillo» (Pérez Gilhou, 2005, p. 19). Surgido de la guerra popular de
la independencia, el caudillo es un conductor social de personas que han
encontrado la igualdad en la lucha revolucionaria; su papel original consiste cultura y sociedad
en la representación directa del pueblo, la intermediación personal para la 190
realización de sus aspiraciones.
En su etapa moderna, el populismo parece ser la nueva encarnación de
la insurgencia popular caudillista: «El populismo canalizado por grandes gru-
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pos, ajenos generalmente al mundo de los dirigentes cultos, hace que cobren
fuerza, disconformes y resentidos con las aristocracias gobernantes, a quie-
nes endilgan todos los males de los imperialismos de turno. Su descontento
se traduce inorgánicamente contra el “orden imperante”. Su energía apunta
al “que se vayan todos”, pretendiendo monopolizar una actividad política
que debería canalizarse legalmente por “sus representantes”, atentos al sis-
tema constitucional. Se ponen en disponibilidad de quien aspire y logre, con
vocación caudillesca, “interpretarlos”, e interesa poco si los caminos son los
legales o los ilegales» (Pérez Gilhou, 2005, pp. 39-40).
Roto el sistema constitucional de representación, surge un «liderazgo
vacío» que apela publicitariamente a la participación masiva, lo cual abre
el espacio para la aparición de nuevos caudillos. Según David Apter, en la
actualidad «la mayoría de los gobiernos operan en un clima de populismo y
participación de masas… el problema consiste en la cantidad de populismo
que se controla y se plasma» (Apter, citado por Pérez Gilhou, 2005, pp.40).
Dicho en otros términos, la política moderna no consistiría más que en
una lucha plebiscitaria de outsiders, cuyo máximo trofeo es la conquista del
poder ejecutivo. Tal es el sentido del debate en torno al neopopulismo —con-
cepto que indaga por las condiciones de posibilidad del populismo en la era
neoliberal (Galindo Hernández, 2007, pp. 148-151)—, la antipolítica —una
herramienta espuria para relegitimar el régimen (Herrera Zgaib, 2005, pp. 54
y ss.)— y a la ingobernabilidad del presidencialismo (Medellín, 2006).
Sin embargo, la idea de que la política colombiana haya sido dominada
por caudillos, como lo fue en las naciones del sur del continente, o que el
surgimiento del Estado pueda explicarse por la intensidad de la experiencia
populista es objeto de debate. En su polémica con el historiador Jeremy Alde-
man, Eduardo Posada Carbó asegura que esta tesis es «contrafáctica» y ligera
en la medida en que abandona el estudio de las distintas trayectorias de la
democracia y el Estado en Latinoamérica, en particular la experiencia civilista
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carias y personalismos presidencialistas. Sin embargo, esta tesis explica poco
sobre los cambios sociales o económicos profundos que ocurren en dichas
sociedades, ni tampoco aclara las razones del cambio político constitucional
que ha ocurrido en el continente, esto es la redistribución del poder en busca
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del reacomodo de las clases sociales en el orden político. 6
En todo caso, es posible que la teoría de la separación de poderes no
pueda trasladarse mecánicamente al espacio de relaciones sociales latinoa-
mericanas. Por ejemplo, Luis Carlos Sáchica sugiere que «parlamentarismo y
presidencialismo han sido temas secundarios en nuestra vida política… por- cuarto de huéspedes
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que los dos partidos que dominan el proceso no son partidos radicales ni
entre ellos existen diferencias ideológicas sustanciales, de manera que en la
práctica tanto da que prevalezca el Congreso o el ejecutivo, puesto que se
gobernará de todas maneras con el estilo y los programas del partido que fue dosier
mayoría en la última elección, al cual hará oposición el otro, en cuestión de 18
matices, mas no de fondo» (Sáchica, p. 613).
En tal sentido, ¿cómo romper el dominio bipartidista para darles cabida
a nuevos actores políticos y sociales? ¿Cómo ensanchar el sistema político y
compartir el poder? actualidad
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Para Colombia, el acceso popular al poder se planteó por fuera de los
partidos tradicionales —liberal y conservador—, acompañado del rediseño
de las instituciones políticas para asegurar el equilibrio y la estabilidad del
sistema. Tal es el caso de la elección popular de alcaldes de 1986 y de las especial
reformas que acometió la Carta de 1991 —elección popular de gobernadores 66 especial
y apertura política y electoral, entre otras—. Es en este marco en el que cabe
interpretar y valorar las propuestas de gobierno-oposición impulsadas por
el gobierno de Barco (1986-1990), o las iniciativas para la introducción de
formas de semipresidencialismo —separación de las jefaturas de Estado y de economía y finanzas
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Gobierno y el papel de la Vicepresidencia de la República— a la estructura del
Estado (Restrepo Piedrahíta).
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del Gobierno, y como suprema autoridad administrativa; además, el
artículo 190 determina su elección directa, mediante un sistema ma-
yoritario a dos vueltas, por un periodo de cuatro años. Por medio del
artículo 202 se crea la figura del vicepresidente de la república, quien
podrá remplazar al presidente cuando éste falte temporal o absoluta-
mente, y ejercerá las misiones o encargos especiales que éste le con-
fiera. Mediante el Acto Legislativo 2 de 2004 se reformó el artículo
197 de la Constitución para permitir la reelección del presidente y el
vicepresidente por una sola vez.
El presidente hace presencia en el Congreso por intermedio de sus minis-
tros; presenta proyectos de ley y los promueve en las cámaras legislativas. Así
mismo, ejerce control político en el proceso legislativo mediante la sanción
de los proyectos de ley. Por lo demás, mediante de la figura del estado de
excepción el primer mandatario asume directamente funciones legislativas,
aunque se ha atentado la posibilidad de usurpar la función principal del le-
gislador.
Más allá de los poderes explícitamente definidos por la Constitución,
cabe la pregunta por el alcance del poder presidencial. La «teoría de la gestión
ejecutiva» (presidential stewardship) sostiene que el jefe de Estado posee la
facultad llevar a cabo las acciones que no han sido prohibidas taxativamente
por la Carta, en aras del bienestar público. Por su parte, «la teoría de la pre-
rrogativa del ejecutivo» arguye que el presidente no sólo puede hacer todo
lo que no esté explícitamente prohibido por la Constitución, sino que puede
llevar a cabo acciones contrarias al ordenamiento jurídico en razón del más
alto interés nacional (Pika y Maltese, 2008, pp. 14-15).
A la luz de estas teorías podría armarse un debate sobre el reforza-
miento del poder presidencial, a pesar de los esfuerzos que se han hecho
para limitarlo. La Carta Magna colombiana quiso restringir el poder del
presidente al darle vida a la Corte Constitucional y conferirle un papel au-
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lítica que le permiten ejercer dicho poder de manera decisiva. En
todo caso, al hacer un balance sobre el poder presidencial se debe
reflexionar acerca de la calidad y efectividad de su liderazgo, sobre
lo cual inciden la personalidad y el estilo del primer mandatario, así
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como los cambios que ocurren en la sociedad, en el sistema político 6
y en el ámbito internacional.
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