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Lecturas posibles del historial del Hombre de los Lobos

Vanina Muraro

“Considero a la literatura como una especie de


colaboración. Es decir, el lector contribuye a la obra,
enriquece el libro. Y sucede lo mismo cuando se da una
conferencia.” (M. H. Abrams El espejo y la lámpara
inclinada).

Este trabajo parte de la hipótesis de que no existe una lectura ingenua,


es decir, que siempre la lectura completa el texto y, por lo tanto, no está exenta
de tomar decisiones implícitas en el acto mismo de leer. De allí la pluralidad de
lecturas de un mismo autor y de interpretaciones, a veces opuestas, que sufren
los escritos.
Por eso, este trabajo, explora algunas maneras posibles de leer un
mismo texto, De la historia de una neurosis infantil, que ponen el acento en
diversas cuestiones y, por supuesto, dan por resultado interpretaciones
distintas.
Para interrogar que lecturas podemos hacer de un historial clínico me
serviré de algunos conceptos –de la hermenéutica- que servirán de guía a este
desarrollo. Aspiro a que den lugar a nuevas lecturas o, al menos, que echen luz
a la lectura que privilegiamos cuando recorremos un texto.
Afirmar que existe más de una lectura posible no es equiparable a decir
que la lectura es arbitraria, lejos de eso las aproximaciones que tenemos a los
textos están determinadas por categorías históricas.
Un autor contemporáneo de origen norteamericano, M. H. Abrams, en su
libro El espejo y la lámpara inclinada ubica cuatro funciones que a lo largo de la
historia de Occidente le han sido adjudicadas a la literatura:
- Reflejar la naturaleza o universo.
- Educar y deleitar al público.
- Posibilitar la expresión del autor.
- Construir una obra.
Abrams afirma que las concepciones críticas pueden caracterizarse a
partir del predominio que una teoría otorga a cada uno de esos polos por sobre
los tres restantes. Este autor considera que no hay una concepción de la
lectura desligada de una concepción de la lectura de la misma, es decir, de la
hermenéutica. Sostiene que la creación literaria es solidaria y, por lo tanto, está
determinada por los diferentes modos en los que ésta puede ser leída en una
época y lugar.
De esta afirmación no se desprende que, necesariamente, la literatura
responda adecuándose a las exigencias de ese modo de leer, -a lo que
nosotros podríamos denominar los ideales de cada sociedad científica o
literaria-, pero sí, inevitablemente va a estar atravesada por estos. Ya sea por
ubicarse dentro del canon o por quedar excluida de éste.
La escritura de un texto también en psicoanálisis queda determinada, en
el mejor de los casos, y a veces capturada por los ideales del momento.

1. Reflejar la naturaleza o universo


Esta concepción tiene en su centro la preocupación por la verdad. Se
trata de la concepción mimética que tiene su origen en las enseñanzas de
Platón y alcanza hasta mediados del siglo VIII. Esta teoría parte de la idea de
que el arte imita al mundo.
En la obra freudiana encontramos presente, expresada de diferentes
maneras, la preocupación por reflejar la verdad.
La temática de la verdad aparece expresada bajo dos formas: en primer
lugar como una preocupación por la finalidad del texto del historial a aquello
que efectivamente sucedió durante el análisis.
En segundo término acerca del carácter de verdadero que tienen los
sucesos expuestos a la luz en un tratamiento.
En relación a la primera cuestión Freud señala cuidadosamente los
puntos que distancian, inevitablemente, al historial de la experiencia analítica.
Entre estos factores enumera las insuficiencias de la memoria, la brevedad del
caso, las razones éticas que lo llevan a disimular los verdaderos datos de los
pacientes, los ordenamientos del material que se ve llevado a realizar para que
la lectura del mismo se vea facilitada; todos ellos puntos que distancian el
historial de una trascripción fonográfica del mismo.
Cabe señalar que en De la historia de una neurosis infantil agregará a
estas falencias la “impericia de la propia percepción”.
La segunda preocupación por la verdad es la que hace por momentos
más difícil la lectura del texto, lo que lleva a Freud a querer situar las
coordenadas exactas de los sucesos extraídos a la luz del análisis y que, por
momentos, no deja de resultar forzado.
Freud parece debatirse a lo lago de todo del historial acerca de la
relevancia que posee la verdad de estos acontecimientos. Todo el texto pivotea
acerca de esa preocupación: ¿Hubo o no escena primaria? ¿Presenció el niñito
desde su cuna el coito más famoso de la literatura analítica? ¡Fue la visión de
los animales en el campo la que produjo esta impresión que se reactiva con el
sueño? Pero fundamentalmente, ¿es realmente situar si se trata de una escena
ocurrida o de una fantasía construida durante el análisis?

2. Educar y deleitar al público


La segunda concepción que ubica Abrams privilegia sobre los otos tres
puntos, la importancia del destinatario de un texto tiene su origen con
Aristóteles.
Desde esta idea de la imitación y el poeta como agente se desprende el
valor social que adquiere el poeta para la crítica aristotélica, encargados de
“educar y deleitar”.
Paulatinamente se desplaza el polo de atención del Universo al público y
surgen las teorías pragmáticas que consideran como el punto esencial la
funcionalidad del texto, es decir, el efecto que la obra produce en el espectador.
La imitación no es ya un fin en sí mismo sino un instrumento al servicio
de lograr el deleite y la educación del espectador, valores que se hallan por
encima de la verdad.
¿Cómo pensar este enfoque en relación a nuestro historial?
Según mi parecer, éticamente no habría ninguna otra justificación para
escribir un caso clínico que el de suponer que su lectura producirá un saldo de
saber entre quienes lo lean o, al menos, para quien lo escriba. Sería bueno no
perder eso de vista.
No debeos olvidar que la función de la enseñanza es equiparable para
Freud al compromiso que el médico adquiere para con sus pacientes.
Escribe Freud en “Palabras preliminares”:
“La comunicación pública de lo que uno cree saber acerca de la
causación y la ensambladura de la histeria se convierte en un deber, y
es vituperable cobardía omitirla, siempre que pueda evitarse el daño
personal directo al enfermo en cuestión”.

Desde la perspectiva del receptor resulta también muy interesante leer la


obra freudiana sin perder de vista a qué público se dirige Freud cuando escribe
ya que éste no es el mismo a lo lago de toda su enseñanza.
A grandes rasgos, pasa de ser la comunidad médica, sus colegas, y la
sociedad en su conjunto a aquellos que están “concernidos” por la misma
práctica. Con el progreso de sus conceptualizaciones Freud abandona la
discusión con aquellos que no pertenecen al campo analítico.
En De la historia de una neurosis infantil, afirma que:
“...uno no publica tales análisis para producir convicción en
quienes hasta el momento han tenido una conducta de rechazo e
incredulidad. Lo único que se espera es aportar algo nuevo a
investigadores que por sus propias experiencias con enfermos ya se han
procurado convencimientos”.

Por otra parte, en el año 1918 cuando Freud publica De la historia de


una neurosis infantil, la comunidad analítica atraviesa una coyuntura diversa.
Por primera vez, Freud escribe respondiendo a las críticas de quienes en algún
momento fueron sus discípulos. Es el caso de Adler y Jung quienes en sus
desarrollos niegan la existencia de la sexualidad infantil y, por lo tanto, su
eficacia. Aseveran que ésta hace su aparición en el decir de los analizantes
como un modo de defenderse de sus mociones adultas.
Por ello como afirma J. Strachey en su prólogo:
“Para Freud, la importancia fundamental de este historial clínico
en el momento de su publicación residía claramente en el apoyo que le
ofrecía para sus críticas a Adler, y, más aún, a Jung. Contenía pruebas
concluyentes para refutar cualquier rechazo de la sexualidad infantil”.

A la luz de ello podemos leer todo el historial dentro de la perspectiva


pragmática, es decir, en la búsqueda de un efecto en el lector, como una
respuesta a determinadas divergencias con su teoría.
Así como en el punto anterior afirmé que la preocupación por la verdad
tiñe la escritura del texto, no dudaría en decir que el interés por responder a
Adler y a Jung hace otro tanto.

3- Posibilitar la expresión del autor


Abrams afirma que la pragmática como teoría portaba en su génesis
misma los elementos de su disolución ya que este pasaje del tema al
espectador -como tópicos a partir de las cuales se analizan las obras- va
acompañado necesariamente de una valoración de las dotes del autor. La
importancia recaerá en la capacidad del artista para lograr el efecto deseado.
Este desplazamiento de un polo a otro da lugar al surgimiento de las
teorías expresivas propias del Romanticismo, en este momento el autor
alcanza su punto de valor máxima, llega a ser equiparado a Dios en tanto
creador.
La obra se constituye en algo interno que se hace externo y, en
consecuencia, se valora un poema, ya no por su grado de semejanza con el
universo, ni con el grado de persuasión que comporta sino por su carácter
genuino, singular y espontáneo.
Desde el horizonte las preguntas que surgen giran en torno a la figura
del analista ¿Cuánta es la incidencia que tiene en el historia y en la dirección
de la cura que sea precisamente Freud quien lleve el análisis?, ¿qué lugar
ocupa ello en la transferencia? ¿Cómo pensamos el deseo del analista en
Freud? ¿Cuál es su fantasma?
Estas preguntas nos conducen rápidamente a situar algunos excesos de
este analista padre, justamente el padre del psicoanálisis. Excesos que
parecen converger con el fantasma de este analizante cuyo texto podríamos
situar en torno a “ser el hijo predilecto”
Leemos en el historial las limitaciones del analista, los puntos de
contradicción en su propia teoría, su repetición, en fin, ya no se trata del caso
del Hombre de los Lobos sino también del caso de Freud.
Para ilustrar mejor esta visión contamos con las memorias que escribe el
paciente acerca de su experiencia con Freud:
“En lo que toca específicamente a mi tratamiento con Freud, en
todo psicoanálisis – cosa que el propio Freud recalcaba con frecuencia-
desempeña un papel muy importante la transferencia del complejo del
padre sobre el analista. Respecto de ello, la situación no podía ser más
favorable para mí cuando establecí contacto con el profesor Freud. En
primer lugar, todavía era joven y, cuanto más joven es uno, tanto más
fácil es establecer una transferencia positiva con el analista. En segundo
lugar, mi padre había muerto poco tiempo atrás y la destacada
personalidad de Freud vino a llenar ese vacío. De tal modo, yo había
encontrado en la persona del profesor Freud un nuevo padre con quien
tenía una relación excelente. Y Freud tenía también un gran
entendimiento personal conmigo, como hubo de decírmelo con
frecuencia durante el tratamiento, lo que naturalmente reforzaba mi
apego hacia él”.

4- La obra: producto artístico en sí


“Y cuando Copérnico era casi el único de su opinión esta era siempre
incomparablemente más verosímil que la de todo el resto del género
humano. Ahora bien, no se si el establecimiento del arte de estimar las
verosimilitudes no sería más útil que una buena parte de nuestras
ciencias demostrativas, y he pensado en ello más de una vez”.
Leibniz, Noveaux Essais, IV, 2.

El último abordaje señalado por Abrams se focaliza por el cuarto


elemento destacado: la obra.
Desde esta perspectiva la obra constituye un todo autónomo cuyo
significado se determina prescindiendo de toda referencia externa, es decir, del
universo o del autor mismo.
Las teorías objetivas surgen hacia fines del siglo XVIII y comienzos del
XIX. La importancia de la obra desde esta concepción crítica no es sino existir,
aparece como un fin en sí misma desligada de su utilidad, como un producto
que se separa del universo, se escinde del espectador y se independiza del
creador.
Desde esta visión le exigimos al historial una lógica interna sin
exceptuarlo de la misma a causa de su interés en reflejar los procesos
psíquicos, su vocación didáctica o por el mero hecho de haber nacido bajo la
pluma freudiana. Nuestra lectura no se centra en lo ocurrió fehacientemente
sino en aquello que; ocurrido o no, es dotado de valor de verdad para ese
sujeto en la lógica de la escritura del caso.

Conclusiones
El camino que hemos transitado en este breve trabajo es, sin duda,
semejante al que hace Freud a medida que abandona la teoría del trauma para
pensar a la fantasía misma como traumática, un recorrido que privilegia la
realidad psíquica por encima de cualquier otra.
Desde esta visión ya no resulta indispensable situar las coordenadas
exactas de las escenas que vía la construcción o el recuerdo advienen en el
análisis sino situar la lógica en la cual éstas se ensamblan dando lugar a la
neurosis.
Nos hemos desplazado de lo verdadero a lo verosímil. Pasa a ser
secundaria la verificabilidad para dar paso a la importancia de la confiabilidad
de la que Freud nos habla en “Palabras preliminares”.
Sin embargo, es necesario reconocer, que no se desentiende
completamente de esta problemática y no equipara sus construcciones en la
escritura del texto al texto recordado. Dirá en De la historia de una neurosis
infantil: En vista del carácter incompleto de mis resultados analíticos, no me
queda otra opción que seguir el ejemplo de aquellos exploradores que, tras
largas excavaciones, tienen la dicha de sacar a la luz los inapreciables aunque
mutilados restos de la antigüedad. He completado lo incompleto de acuerdo
con los mejores modelos que me eran familiares por otros análisis, pero, tal
como haría un arqueólogo concienzudo, en ningún caso he omitido señalar
donde mi construcción se yuxtapone a lo auténtico”.
En su texto un poco posterior, “Construcciones en psicoanálisis”, Freud
asegura la utilidad de las construcciones como un elementos más del analista
en el esclarecimiento de lo inconsciente per, como dijera anteriormente sin
dejar de distinguir este material de lo que llama “la realidad”.
En el historial, en la página 19, luego de comunicarnos la construcción
de la amenaza de castración afirma:
“Es por completo inofensivo comunicar al analizado tales
construcciones; nunca perjudican al análisis aunque sean erróneas y no
se las formula si no se tienen perspectivas de lograr por medio de ellas
alguna aproximación a la realidad”.

O bien, en el mismo historial


Luego de comunicar la construcción la de la escena primaria dirá:
“Estos recuerdos antes inconscientes no tienen por qué ser
verdaderos; pueden serlo, pero a menudo están dislocados respecto de
la verdad...”.

O bien, en el mismo historial dirá, a pesar de las aclaraciones al


respecto que desarrolla meticulosamente en el capítulo V “Algunas
discusiones” y que tienden a mitigar la brecha entre recuerdo y construcción:
“Me gustaría mucho saber si la escena primordial fue en mi
paciente fantasía o vivencia real, pero remitiéndose a otros casos
parecidos es preciso decir que en verdad no es muy importante
decidirlo”.

Por último quisiera señalar que ninguna de estas propuestas de lectura


resta validez a las demás sino que su pluralidad y su tensión permite diferente
abordajes del texto y por lo tanto accesos a otras enseñanzas.

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