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“MISS DOROTHY PHILLIPS, MI ESPOSA” (1919)


de Horacio Quiroga

Yo pertenezco al grupo de los pobres diablos que salen noche a noche del Esto, cuando nos miran por casualidad; porque si el amor es la clave de esa
cinematógrafo enamorados de una estrella. Me llamo Guillermo Grant, tengo casualidad, no hay entonces locura que no sea digna de ser cometida por ellos.
treinta y un años, soy alto, delgado y trigueño, como cuadra, a efectos de la Quien esto anota es un hombre de bien, con ideas juiciosas y ponderadas.
exportación, a un americano del sur. Estoy apenas en regular posición, y gozo de Podrá parecer frívolo pero lo que dice no lo es. Si una pulgada de más o de menos
buena salud. Voy pasando la vida sin quejarme demasiado, muy poco descontento en la nariz de Cleopatra -según el filósofo- hubiera cambiado el mundo, no quiero
de la suerte, sobre todo cuando he podido mirar de frente un par de hermosos ojos pensar en lo que podía haber pasado si aquella señora llega a tener los ojos más
todo el tiempo que he deseado. hermosos de lo que los tuvo: el Occidente desplazado hacia el Oriente trescientos
Hay hombres, mucho más respetables que yo desde luego, que si algo años antes, y el resto.
reprochan a la vida es no haberles dado tiempo para redondear un hermoso Siendo como soy, se comprende muy bien que el advenimiento del
pensamiento. Son personas de vasta responsabilidad moral ante ellos mismos, en cinematógrafo haya sido para mí el comienzo de una nueva era, por la cual cuento
quienes no cabe, ni en posesión ni en comprensión, la frivolidad de mis treinta y las noches sucesivas en que he salido mareado y pálido del cine, porque he dejado
un años de existencia. Yo no he dejado, sin embargo, de tener amarguras, mi corazón, con todas sus pulsaciones, en la pantalla que impregnó por tres
aspiracioncitas, y por mi cabeza ha pasado una que otra vez algún pensamiento. cuartos de hora el encanto de Brownie Vernon.
Pero en ningún instante la angustia y el ansia han turbado mis horas como al Los pintores odian al cinematógrafo porque dicen que en éste la luz vibra
sentir detenidos en mí dos ojos de gran belleza. infinitamente más que en sus cuadros cinematográficos. Lo comprendo bien. Pero
Es una verdad clásica que no hay hermosura completa si los ojos no son el no sé si ellos comprenderán la vibración que sacude a un pobre mortal, de la
primer rasgo bello del semblante. Por mi parte, si yo fuera dictador decretaría la cabeza a los pies, cuando una hermosísima muchacha nos tiende por una hora su
muerte de toda mujer que presumiera de hermosa, teniendo los ojos feos. Hay propia vibración personal al alcance de la boca. Porque no debe olvidarse que
derecho para hacer saltar una sociedad de abajo arriba, y el mismo derecho -pero contadísimas veces en la vida nos es dado ver tan de cerca a una mujer como en la
al revés- para aplastarla de arriba abajo. Hay derecho para muchísimas cosas. Pero pantalla. El paso de una hermosa chica a nuestro lado constituye ya una de las
para lo que no hay derecho, ni lo habrá nunca es para usurpar el título de belleza pocas cosas por las cuales valga la pena retardar el paso, detenerlo, volver la
cuando la dama tiene los ojos de ratón. No importa que la boca, la nariz, el corte cabeza, y perderla. No abundan estas pequeñas felicidades.
de cara sean admirables. Faltan los ojos, que son todo. Ahora bien: ¿qué es este fugaz deslumbramiento ante el vértigo sostenido,
El alma se ve en los ojos -dijo alguien-. Y el cuerpo también, agrego yo. Por lo torturador, implacable, de tener toda una noche a diez centímetros los ojos de
cual, erigido en comisario de un comité ideal de Belleza Pública, enviaría sin otro Mildred Harris? ¡A diez, cinco centímetros! Piénsese en esto. Como aun en el
motivo al patíbulo a toda dama que presumiera de bella teniendo los ojos cinematógrafo hay mujeres feas, las pestañas de una mísera, vistas a tal distancia,
antedichos. Y tal vez a dos o tres amigas. parecen varas de mimbre. Pero cuando una hermosa estrella detiene y abre el
Con esta indignación y los deleites correlativos- he pasado los treinta y un paraíso de sus ojos, de toda la vasta sala, y la guerra europea, y el éter sideral, no
años de mi vida esperando, esperando. queda nada más que el profundo edén de melancolía que desfallece en los ojos de
¿Esperando qué? Dios lo sabe. Acaso el bendito país en que las mujeres Miriam Cooper.
consideran cosa muy ligera mirar largamente en los ojos a un hombre a quien ven Todo esto es cierto. Entre otras cosas, el cinematógrafo es, hoy por hoy, un
por primera vez. Porque no hay suspensión de aliento, absorción más paralizante torneo de bellezas sumamente expresivas. Hay hombres que se han enamorado de
que la que ejercen dos ojos extra-ordinariamente belios. Es tal, que ni aun se un retrato y otros que han perdido para siempre la razón por tal o cual mujer a la
requiere que los ojos nos miren con amor. Ellos son en sí mismos el abismó, el que nunca conocieron. Por mi parte, cuanto pudiera yo perder incluso la
vértigo en que el varón pierde la cabeza, sobre todo cuando no puede caer en él. vergüenza- me parecería un bastante buen negocio si al final de la aventura
Marion Davies -pongo por caso- me fuera otorgada por esposa.
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Así, provisto de esta sensibilidad un poco anormal, no es de extrañar mi asiduidad En diez minutos, en dos horas a lo más -el tiempo necesario para las
al cine, y que las más de las veces salga de él mareado. En ciertos malos formalidades con ella o los padres y el R. C.-, la desconocida de media hora antes
momentos he llegado a vivir dos vidas distintas: una durante el día, en mi oficina se convierte en nuestra íntima esposa.
y el ambiente normal de Buenos Aires, y la otra de noche, que se prolonga hasta el Ya está. Y ahora, acodados al escritorio, nos ponemos a meditar sobre lo que
amanecer. Porque sueño, sueño siempre. Y se querrá creer que ellos, mis sueños, hemos hecho.
no tienen nada que envidiar a los de soltero -ni casado- alguno. No nos asustemos demasiado, sin embargo. Creo sinceramente que una esposa
A tanto he llegado, que no sé en esas ocasiones con quién sueño: Edith tomada en estas condiciones no está mucho más distante de hacernos feliz que
Roberts... Wanda Hawley... Dorothy Phillips... Miriam Cooper... cualquier otra. La circunstancia de que hayamos tratado uno o dos años a nuestra
Y este cuádruple paraíso ideal, soñado, mentido, todo lo que se quiera, es novia (en la sala, novias y novios son sumamente agradables), no es infalible
demasiado mágico, demasiado vivo, demasiado rojo para las noches blancas de un garantía de felicidad. Aparentemente el previo y largo conocimiento supone
jefe de sección de ministerio. otorgar esa garantía. En la práctica, los resultados son bastante distintos. Por lo
¿Qué hacer? Tengo ya treinta y un años y no soy, como se ve, una criatura. cual vuelvo a creer que estamos tanto o más expuestos a hallar bondades en una
Dos únicas soluciones me quedan. Una de ellas es dejar de ir al cinematógrafo. La esposa improvisada que decepciones en la que nuestra madura elección juzgó
otra... ideal. Dejemos también esto. Sirva, por lo menos, para autorizar la resolución
Aquí un paréntesis. Yo he estado dos veces a punto de casarme. He sufrido en muy honda del que escribe estas líneas, que tras el curso de sus inquietudes ha
esas dos veces lo indecible pensando, calculando a cuatro decimales las decidido casarse con una estrella del cine.
probabilidades de felicidad que podían concederme mis dos prometidas. Y he roto De ellas, en resumen, ¿qué sé? Nada, o poco menos que nada. Por lo cual mi
las dos veces. matrimonio vendría a ser lo que fue originariamente: una verdadera conquista, en
La culpa no estaba en ellas -podrá decirse-, sino en mí, que encendía el fuego que toda la esposa deseada -cuerpo, vestidos y perfumes- es un verdadero
y destilaba una esencia que no se había formado aún. Es muy posible. Pero para hallazgo. Queremos creer que el novio menos devoto de su prometida conoce,
algo me sirvió mi ensayo de química, y cuanto medité y torné a meditar hasta poco o mucho, el gusto de sus labios. Es un placer al que nada se puede objetar, si
algunos hilos de plata en las sienes, puede resumirse en este apotegma: No hay no es que roba a las bodas lo que debería ser su primer dulce tropiezo. Pero para
mujer en el mundo de la cual un hombre -así la conozca desde que usaba pañales- el hombre que a dichas bodas llegue con los ojos vendados, el solo roce del
pueda decir: una vez casada será así y así; tendrá este real carácter y estas tales vestido, cuyo tacto nunca ha conocido, será para él una brusca novedad cargada
reacciones. de amor.
Sé de muchos hombres que no se han equivocado, y sé de otro en particular No ignoro que ésta mi empresa sobrepasa casi las fuerzas de un hombre que
cuya elección ha sido un verdadero hallazgo, que me hizo esta profunda está apenas en regular posición; las estrellas son difíciles de obtener. Allá
observación: veremos.
Yo soy el hombre más feliz de la tierra con mi mujer; pero no te cases nunca. Entre tanto, mientras pongo en orden mis asuntos y obtengo la licencia
Dejemos; el punto se presta a demasiadas interpretaciones para insistir, y necesaria, establezco el siguiente cuadro, que podríamos llamar de diagnóstico
cerrémosle con una leyenda que, a lo que entiendo, estaba grabada en las puertas diferencial: Miriam Cooper - Dorothy Phillips - Brownie Vernon - Grace Cunard.
de una feliz población de Grecia: Cada cual sabe lo que pasa en su casa. El caso Cooper es demasiado evidente para no llevar consigo su sentencia:
Ahora bien; de esta convicción expuesta he deducido esta otra: la única demasiado delgada. Y es lástima, porque los ojos de esta chica merecen bastante
esperanza posible para el que ha resistido hasta los treinta años al matrimonio es más que el nombre de un pobre diablo como yo. Las mujeres flacas son
casarse inmediatamente con la primera chica que le guste o le haya gustado encantadoras en la calle, bajo las manos de un modisto, y siempre y toda vez que
mucho al pasar; sin saber quién es, ni cómo se llama, ni qué probabilidades tiene el objeto a admirar sea, no la línea del cuerpo, sino la del vestido. Fuera de estos
de hacernos feliz; ignorándolo todo, en suma, menos que es joven y que tiene casos, poco agradables son.
bellos ojos. El caso Phillips es más serio, porque esta mujer tiene una inteligencia tan
grande como su corazón, y éste, casi tanto como sus ojos. Brownie Vernon: fuera
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de la Cooper, nadie ha abierto los ojos al sol con más hermosura en ellos. Su sola Las máquinas de la casa impresora en cuestión son una maravilla; pero lo que
sonrisa es una aurora de felicidad. Grace Cunard, ella, guarda en sus ojos más le he pedido es algo para poner a prueba sus máximas virtudes. Véase, si no: una
picardía que Alice Lake, lo que es ya bastante decir. Muy inteligente también; ilustración tipo L'Illustration en su número de Navidad, pero cuatro veces más
demasiado, si se quiere. Se notará que lo que busca el autor es un matrimonio por voluminosa. Jamás, como publicación quincenal, se ha visto nada semejante.
los ojos. Y de aquí su desasosiego, porque, si bien se mira, una mano más o De diez mil pesos, y aun cincuenta mil, yo puedo disponer para la campaña.
menos descarnada o un ángulo donde la piel debe ser tensa, pesan menos que la No más, y de aquí mi aristocrático empeño en un tiraje reducidísimo. Y el
melancolía insondable, que está muriendo de amor, en los ojos de María. Elijo, impresor tiene a su vez, razón de reírse de mi pretensión de poner en venta tal
pues, por esposa, a miss Dorothy Phillips. Es casada, pero no importa. número.
El momento tiene para mí seria importancia. He vivido treinta y un años En lo que se equivoca, sin embargo, porque mi plan es mucho más sencillo.
pasando por encima de dos noviazgos que a nada me condujeron. Y ahora tengo Con ese número en la mano, del cual soy director, me presentaré ante
vivísimo interés en destilar la felicidad -a doble condensador esta vez- y con el empresarios, accionistas, directores de escena y artistas del cine, como quien dice:
fuego debido. en Buenos Aires, capital de Sud América, de las estancias y del entusiasmo por las
Como plan de campaña he pensado en varios, y todos dependientes de la estrellas, se fabrican estas pequeñeces. Y los yanquis, a mirarse a la cara.
necesidad de figurar en ellos como hombre de fortuna. ¿Cómo, si no, miss Phillips A los compatriotas de aquí que hallen que esta combinación rasa como una
se sentiría inclinada a aceptar mi mano, sin contar el previo divorcio con su mal tangente a la estafa, les diré que tienen mil veces razón. Y más aún: como el
esposo? constituirse en editor de tal publicación supone conjuntamente con una devoción
Tal simulación es fácil, pero no basta. Precisa además revestir mi nombre de muy viva por las bellas actrices, una fortuna también ardiente, la segunda parte de
una cierta responsabilidad en el orden artístico, que un jefe de sección de mi plan consiste en pasar por hombre que se ríe de unas decenas de miles de pesos
ministerio no es común posea. Con esto y la protección del dios que está más allá para hacer su gusto. Segunda estafa, como se ve, más rasante que la interior.
de las probabilidades lógicas, cambio de estado. Pero los mismos puritanos apreciarán que yo juego mucho para ganar muy
Con cuanto he podido hallar de chic en recortes y una profusión poco: dos ojos, por hermosos que sean, no han constituido nunca un valor de
verdaderamente conmovedora de retratos y cuadros de estrellas, he ido a ver a un bolsa.
impresor. Y si al final de mi empresa obtengo esos ojos, y ellos me devuelven en una larga
-Hágame -le dije- un número único de esta ilustración. Deseo una cosa mirada el honor que perdí por conquistarlos, creo que estaré en paz con el mundo,
extraordinaria como papel, impresión y lujo. conmigo mismo, y con el impresor de mi revista.
-¿Y estas observaciones? - me consultó-. ¿Tricromías? Estoy a bordo. No dejo en tierra sino algunos amigos y unas cuantas ilusiones,
-Desde luego. la mitad de las cuales se comieron como bombones mis dos novias. Llevo
-¿Y aquí? conmigo la licencia por seis meses, y en la valija los diez ejemplares. Además, un
-Lo que ve. buen número de cartas, porque cae de su peso que a mi edad no considero
El hombre hojeó lentamente una por una las páginas y me miró. De esta bastante para acercarme a miss Phillips, toda la psicología de que he hecho gala
ilustración no se va a vender un solo ejemplar -me dijo. en las anteriores líneas.
-Ya lo sé. Por esto no haga sino uno solo. ¿Qué más? Cierro los ojos y veo, allá lejos, flamear en la noche una bandera
-Es que ni éste se va a vender. estrellada. Allá voy, divina incógnita, estrella divina y vendada como el Amor.
-Me quedaré con él. Lo que deseo ahora es saber qué podrá costar. -Estas cosas no Por fin en Nueva York, desde hace cinco días. He tenido poca suerte, pues una
se pueden contestar así... Ponga ocho mil pesos, que pueden resultar diez mil. semana antes se ha iniciado la temporada en Los Ángeles. El tiempo es
-Perfectamente; pongamos diez mil como máximo por diez ejemplares. ¿Le magnífico.
conviene? -No se queje de la suerte -me ha dicho mientras almorzábamos mi informante, un
-A mí, sí; pero a usted creo que no. alto personaje del cinematógrafo-. Tal como comienza el verano, tendrán allá luz
-A mí, también. Apróntemelos, pues, con la rapidez que den sus máquinas. como para impresionar a oscuras. Podrá ver a todas las estrellas que parecen
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preocuparle, y esto en los talleres, lo que será muy halagador para ellas; y a pleno El escalofrío no me abandona, aunque estoy ya en Los Angeles y esta tarde
sol, lo que no lo será tanto para usted. veré a la Phillips.
-¿Por qué? Mi informante de Nueva York tenía cien veces razón; sin las cartas que él me
-Porque las estrellas de día lucen poco. Tienen manchas y arrugas. dio no hubiera podido acercarme ni aun a las espaldas de un director de escena.
-Creo que su esposa, sin embargo -me he atrevido- es... Entre otros motivos, parece que los astrónomos de mi jaez abundan en Los
-Una estrella. También ella tiene esas cosas. Por esto puedo informarle. Y si Ángeles, efecto del destello estelar. He visto así allanadas todas las dificultades, y
quiere un consejo sano, se lo voy a dar. Usted, por lo que puedo deducir, tiene dentro de dos o tres horas asistiré a la filmación de La gran pasión, de la Blue
fortuna; ¿no es cierto? Bird, con la Phillips, Stowell, Chaney y demás, ¡por fin!
-Algo. He vuelto a tener ricos informes de otro personaje, Tom H. Burns, accionista
-Muy bien. Y lo que es más fácil de ver, tiene un confortante entusiasmo por las de todas las empresas, primer recomendado de mi amigo neoyorquino. Ambos
actrices. Por lo tanto, o usted se irá a pasear por Europa con una de ellas y será pertenecen al mismo tipo rápido y cortante. Estas gentes nada parecen ignorar
muerto por la vanidad y la insolencia de su estrella, o se casará usted y se irán a su tanto como la perífrasis.
estancia de Buenos Aires, donde entonces será usted quien la mate a ella, a lazo -Que usted ha tenido suerte -me dijo el nuevo personaje-, se ve con sólo
limpio. Es un modo de decir pero expresa la cosa. Yo estoy casado mirarlo. La Universal había proyectado un raid por el Arizona, con el grupo Blue
-Yo no; pero he hecho algunas reflexiones sobre el matrimonio... Bird. Buen país aquél. Una víbora de cascabel ha estado a punto de concluir con
-Bien. ¿Y las va a poner en práctica casándose con una estrella? Usted es un Chaney el año pasado. Hay más de las que se merece el Arizona. No se fíe, si va
hombre joven. En South América todos son jóvenes en este orden. De negocios no allá. ¿Y su ilustración...? ¡Ah!, muy bien. ¿Esto lo hicieron ustedes en la
entienden la primera parte de un film, pero en cuestiones de faldas van a prisa. He Argentina? Magnífico. Cuando yo tenga la fortuna suya voy a hacer también una
visto a algunos correr muy ligero. Su fortuna, ¿la ganó o la ha heredado? zoncera como ésta. Zoncera, en boca de un buen yanqui, ya sabe lo que quiere
-La heredé. decir. ¡Ah, ah...! Todas las estrellas. Y algunas repetidas. Demasiado repetidas, es
-Se conoce. Gástela a gusto. la palabra, para un simple editor. ¿Usted es el editor?
Y con un cordial y grueso apretón de manos me dejó hasta el día siguiente. -Sí.
Esto pasaba anteayer. Volví dos veces más, en las cuales amplió mis -No tenía la menor duda. ¿Y la Phillips? Hay lo menos ocho retratos suyos.
conocimientos. No he creído deber enterarlo a fondo de mis planes, aunque el -Tenemos en la Argentina una estimación muy grande por esta artista.
hombre podría serme muy útil por el vasto dominio que tiene de la cosa, lo que no -¡Ya lo creo! Esto se ve con sólo mirarle a usted la cara. ¿Le gusta? -Bastante.
le ha impedido, a pesar de todo, casarse con una estrella. -¿Mucho?
-En el cielo del cine me ha dicho de despedida-, hay estrellas, asteroides y -Locamente.
cometas de larga cola y ninguna sustancia dentro. ¡Ojo, amigo... panamericano! -Es un buen modo de decir. Hasta luego. Lo espero a las tres en la Universal.
¿También entre ustedes está de moda este film? Cuando vuelva lo llevaré a comer Y se fue. Todo lo que pido es que este sentimiento hacia la Phillips, que, según
con mi mujer; quedará encantada de tener un nuevo admirador más. ¿Qué cartas parece, se me ve en seguida en la cara, no sea visto por ella. Y si lo ve, que lo
lleva para allá?... No, no; rompa eso. Espere un segundo... Esto sí. No tiene más guarde su corazón y me lo devuelvan sus ojos.
que presentarse y casarse. ¡Ciao! Mientras escribo esto no me conformo del todo con la idea de que ayer vi a
Al partir el tren me he quedado pensando en dos cosas: que aquí también el Dorothy Phillips, a ella misma, con su cuerpo, su traje y sus ojos. Algo imprevisto
¡ciao! aligera notablemente las despedidas, y que por poco que tropiece con dos o me había ocupado la tarde, de modo que apenas pude llegar al taller cuando el
tres tipos como este demonio escéptico y cordial, sentiré el frío del matrimonio. grupo Blue Bird se retiraba al centro.
Esta sensación particularísima la sufren los solteros comprometidos, cuando -Ha hecho mal -me dijo mi amigo-. ¿Trae su ilustración? Mejor; así podrá
en la plena, somnolienta y feliz distracción que les proporciona su libertad, hojeársela a su favorita. Venga con nosotros al bar. ¿Conoce a aquel tipo?
recuerdan bruscamente que al mes siguiente se casan. ¡Animo, corazón! -Sí; Lon Chaney.
-El mismo. Tenía los pliegues de la boca más marcados cuando se acostó con el
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crótalo. Ahí tiene a su estrella. Acérquese. Mistress Phillips, aquí presente, tiene un esposo. Aunque bien mirado... Dolly, ¿ya
Pero alguno lo llamó, y Burns se olvidó de mí hasta la mitad de la tarde, ocupado arregló eso?
en chismes del oficio. -Casi. A fin de semana, me parece...
En la mesa del bar -éramos más de quince- yo ocupé un rincón de la cabecera, -Entonces, miss de nuevo. Grant: si usted se casa, divórciese; no hay nada más
lejos de la Phillips, a cuyo lado mi amigo tomó asiento. Y si la miraba yo a ella no seductor, a excepción de la propia mujer, después. Miss. Usted tenía razón hace
hay para qué insistir. Yo no hablaba, desde luego, pues no conocía a nadie; ellos, un momento. Dios le conserve siempre ese olfato.
por su parte, no se preocupaban en lo más mínimo de mí, ocupados en cruzar la Y se despidió de nosotros.
mesa de diálogos en voz muy alta. -Es nuestro mejor amigo -me dijo la Phillips-. Sin él, que sirve de lazo de unión,
Al cabo de una hora Burns me vio. no sé qué sería de las empresas unas en contra de las otras. No respondí nada,
-¡Hola! -me gritó-. Acérquese aquí. Duncan, deje su asiento, y cámbielo por el del claro está y ella aprovechó la feliz circunstancia para volverse al nuevo ocupante
señor. Es un amigo reciente, pero de unos puños magníficos para hacerse de su derecha y no preocuparse en absoluto de mí.
ilusiones. ¿Cierto? Bien, siéntese. Aquí tiene a su estrella. Puede acercarse más. Quedé virtualmente solo, y bastante triste. Pero como tengo muy buen
Dolly, le presento a mi amigo Grant, Guillermo Grant. Habla inglés, pero es estómago, comí y bebí con digna tranquilidad que dejó, supongo, bien sentado mi
sudamericano, como a mil leguas de México. ¡Ojalá se hubieran quedado con el nombre a este respecto.
Arizona! No la presento a usted, porque mi amigo la conoce. ¿La ilustración, Así, al retirarnos en comparsa, y mientras cruzábamos el jardín para alcanzar
Grant? Usted verá, Dolly, si digo bien. los automóviles, no me extrañó que la Phillips se hubiera olvida¬do hasta de sus
No tuve más remedio que tender el número, que mi amigo comenzó a hojear del doce retratos en mi revista -y ¡qué diremos de mí!-. Pero cuando puso un pie en el
lado derecho de la Phillips. automóvil se volvió a dar la mano a alguno, y entonces alcanzó a verme.
-Vaya viendo, Dolly. Aquí, como es usted. Aquí, como era en la Lola Morgan... -¡Señor Grant! me gritó-. No se olvide de que nos prometió ir al taller esta
Le pasó el número, que ella prosiguió hojeando con una sonrisa. Mi amigo había noche.
dicho ocho, pero eran doce los retratos de ella. Sonreía siempre, pasando Y levantando el brazo, con ese adorable saludo de la mano suelta que las
rápidamente la vista sobre sus fotografías, hasta que se dignó volverse a mí: artistas dominan a la perfección:
-¿Suya, verdad, la edición? Es decir, ¿usted la dirige? -¡Ciao! -se despidió.
-Sí, señora. Tal como está planteado este asunto, hoy por hoy, pueden deducirse dos cosas:
Aquí una buena pausa, hasta que concluyó el número. Entonces mirándome por Primera. Que soy un desgraciado tipo si pretendo otra cosa que ser un south
primera vez en los ojos, me dijo: americano salvaje y millonario.
-Estoy encantada... Segunda. Que la señorita Phillips se preocupa muy poco de ambos aspectos, a
-No deseaba otra cosa. no ser para recordarme por casualidad una invitación que no se me había hecho.
-Muy amable. ¿Podría quedarme con este número? Como yo demorara un instante -"No se olvide que lo esperamos"...
en responder, ella añadió: Muy bien. Tras de mi color trigueño hay dos o tres estancias que se pueden
-Si le causa la menor molestia... obtener fácilmente, sin necesidad en lo sucesivo de hacer muecas en la pantalla.
-¿A él? -volvió la cabeza a nosotros mi amigo-. No. -No es usted, Tom -objetó Un sudamericano es y será toda la vida un rastacuero, magnífico marido que no
ella-, quien debe responder. pedirá sino cajones de champaña a las tres de la mañana, en compañía de su
A lo que repuse mirándola a mi vez en los ojos con tanta cordialidad como ella a esposa y de cuatro o cinco amigos solteros. Tal piensa miss Phillips.
mí un momento antes: Con lo que se equivoca profundamente.
-Es que el solo hecho, miss Phillips, de haber dado en la revista doce fotografías Adorada mía: un sudamericano puede no entender de negocios ni la primera
suyas me excusa de contestar a su pedido. parte de un film; pero si se trata de una falda, no es el cónclave entero de
-Miss -observó mi amigo, volviéndose de nuevo-. Muy bien. Un kanaca de tres cinematografistas quien va a caldear el mercado a su capricho. Mucho antes, allá,
años no se equivocaría. Pero para un americano de allá abajo no hay diferencia.
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en Buenos Aires, cambié lo que me quedaba de vergüenza por la esperanza de -Sí, pero las gentes no lo ven -me decía Stowell cuando salíamos del taller-. Usted
poseer dos bellos ojos. conoce las concesiones ineludibles al público en cada film.
De modo que yo soy quien dirige la operación, y yo quien me pongo en venta, -Desde luego; pero el mismo público es quien ha hecho la fama del arte de
con mi acento latino y mis millones. ¡Ciao! ustedes. Algo pesca siempre; algo hay de lúcido en la honradez -aun la artística-
A las diez en punto estaba en los talleres de la Universal. La protección de mi que abre los ojos del mismo ciego.
prepotente amigo me colocó junto al director de escena, inmediatamente debajo -En el país de usted es posible; pero en Europa levantamos siempre resistencia.
de las máquinas, de modo que pude seguir hito a hito la impresión de varios Cuantas veces pueden no dejar de imputarnos lo que ellos lla¬man falta de
cuadros. expresión, y que no es más que falta de gesticulación. Esta les encanta. Los
No creo que haya muchas cosas más artificiales e incongruentes que las hombres, sobre todo, les resultamos sobrios en exceso. Ahí tiene, por ejemplo,
escenas de interior del film. Y lo más sorprendente, desde luego, es que los Sendero de espinas. Es el trabajo que he hecho más a gusto... ¿Se va? Venga con
actores lleguen a expresar con naturalidad una emoción cualquiera ante la nosotros al bar. ¡Oh, la mesa es grande...! ¡Dolly! La interpelada, que cruzaba ya
comparsa de tipos plantados a un metro de sus ojos, observando su juego. el veredón, se volvió.
En el teatro, a quince o treinta metros del público, concibo muy bien que un actor, -Dolly, lleve al señor Grant al bar. Thedy se llevó mi auto.
cuya novia del caso está junto a él en la escena, pueda expresar más o menos bien -¡Y sí! Siento no poder llevarlo, Stowell... Está lleno.
un amor fingido. Pero en el taller el escenario desaparece totalmente, cuando los -Si me permite podríamos ir en mi máquina -me ofrecí.
cuadros son de detalle. Aquí el actor permanece quieto y solo mientras la máquina -¡Ya lo creo! Entre, Stowell. ¡Cuidado! Usted cada vez se pone más grande.
se va aproximando a su cara, hasta tocarla casi. Y el director le grita: Y he aquí cómo hice el primer viaje en automóvil con Dorothy Phillips, y
-Mire ahora aquí... Ella se ha ido, ¿entiende? Usted cree que la va a perder... cómo he sentido también por primera vez el roce de su falda, ¡y nada más!
¡Mírela con melancolía...! ¡Más! ¡Eso no es melancolía...! Bueno, ahora, sí... ¡La Stowell, por su parte, me miraba con atención, debida, creo, a la rareza de
luz! hallar conceptos razonables sobre arte en un hijo pródigo de la Argentina. Por lo
Y mientras los focos inundan hasta enceguecerlo la cara del infeliz, él cual hicimos mesa aparte en el bar. Y para satisfacer del todo su curiosidad, me
permanece mirando con aire de enamorado a una escoba o a un tramoyista, ante el dejé ir a diversas impresiones, incluso las anotadas más arriba, sobre el taller.
rostro aburrido del director. Stowell es inteligente. Es además, el hombre que en este mundo ha visto más
Sin duda alguna se necesita una muy fuerte dosis de desparpajo para expresar cerca el corazón de la Phillips desmayándosele en los ojos. Este privilegio suyo
no importa qué en tales circunstancias. Y ello proviene de que Dios hizo el pudor crea así entre nosotros un tierno parentesco que yo soy el único en advertir.
del alma para los hombres y algunas mujeres, pero no para los actores. A excepción de Burns.
Admirables, de todos modos, estos seres que nos muestran luego en la -Buenas noches a uno y otro -nos ha puesto las manos en los hombros-. ¿Bien,
totalidad del film una caracterización sumamente fuerte a veces. En Casa de Stowell? No pude ir. ¿Cuántos cuadros? No adelantan gran cosa, que digamos. ¿Y
muñecas, por ejemplo, obra laboriosamente interpretada en las tablas, está aún por usted, Grant? ¿Adelanta algo? No responda, es inútil...
nacer la actriz que pueda medirse con la Nora de Dorothy Phillips, aunque no se -¿Se me ve también en la cara? -no he podido menos de reírme.
oiga su voz ni sea ésta de oro, como la de Sarah. Y de paso sea dicho: todo el -Todavía no; lo que se ve desde ya es que a Stowell alcanza también su efusión.
concepto latino del cine vale menos que un humilde film yanqui, a diez centavos. Dolly quiere almorzar mañana con usted y Stowell. No está segura de que sean
Aquél pivota entero sobre la afectación, y en éste suele hallarse muy a menudo la doce las fotografías de su número. Seremos los cuatro. ¿No le ha dicho nada
divina condición que es primera en las obras de arte, como en las cartas de amor: Dolly? ¡Dolly! Deje a su Lon un momento. Aquí están los dos Stowell. Y la
la sinceridad, que es la verdad de expresión interna y externa. ventana es fresca.
"Vale más una declaración de amor torpemente hecha en prosa, que una -¡Cómo lo olvidé! -nos dijo la Phillips viniendo a sentarse con nosotros-. Estaba
afiligranada en verso." segura de habérselo dicho... Tendré mucho gusto, señor Grant. Tom: ¿usted dice
Este humilde aforismo de los jóvenes da la razón de cuándo el arte es obra de que está más fresco aquí? Bajemos, por lo menos, al jardín.
modistas, y cuándo de varones.
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Bajamos al jardín. Stowell tuvo el buen gusto de buscarme la boca, y no hallé -¡Y estrellas de cinematógrafo! -se levantó Burns, poniéndome la mano en el
el menor inconveniente en recordar toda la serie de meditaciones que había hecho hombro, mientras Stowell recordaba una cita y retiraba a su vez la silla.
en Buenos Aires sobre este extraordinario arte nuevo, en un pasado remoto, -Vamos, Tom; se nos va a ir el tren. Hasta mañana, Dolly. Buenas noches, Grant.
cuando Dorothy Phillips, con la sombra del sombrero hasta los labios, no me Y quedamos solos. Recuerdo muy bien haber dicho que de ella deseaba
estaba mirando, ¡hace miles de años! reservarlo todo para el matrimonio, desde su perfume habitual hasta el escote de
Lo cierto es que aunque no hablé mucho, pues soy más bien parco de palabras, sus zapatos. Pero ahora, enfrente de mí, inconmensurablemente divina por la
me observaban con atención. evocación que había volcado la urna repleta de mis recuerdos, yo estaba inmóvil,
-¡Hum...! -me dije-. Torna a reproducirse el asombro ante el hijo pródigo del Sur. devorándola con los ojos. Pasó un instante de completo silencio.
-¿Usted es argentino? -rompió Stowell al cabo de un momento. -Hermosa noche -dijo ella.
-Sí. Yo no contesté. Entonces se volvió a mí.
-Su nombre es inglés. -¿Qué mira? -me preguntó.
-Mi abuelo lo era. No creo tener ya nada de inglés. La pregunta era lógica; pero su mirada no tenía la naturalidad exigible. -La miro a
-¡Ni el acento! usted -respondí.
-Desde luego. He aprendido el idioma solo, y lo practico poco. La Phillips me -Dése el gusto.
miraba. -Me lo doy. Nueva pausa, que tampoco resistió ella esta vez. -¿Son tan divertidos
-Es que le queda muy bien ese acento. Conozco muchos mejicanos que hablan como usted en la Argentina?
nuestra lengua, y no parece... No es lo mismo. -Algunos.-Y agregué-: Es que lo que le he dicho está a una legua de lo que cree.
-¿Usted es escritor? -tornó Stowell. -¿Qué creo?
-No -repuse. -Que he comenzado con esa frase una conquista de suramericano. Ella me miró un
-Es lástima, porque sus observaciones tendrían mucho valor para nosotros, instante sin pestañear.
viniendo de tan lejos y de otra raza. -No -me respondió sencillamente- Tal vez lo creí un momento, pero reflexioné.
-Es lo que pensaba -apoyó la Phillips-. La literatura de ustedes se vería muy -¿Y no le parezco un piratilla de rica familia, no es cierto?
reanimada con un poco de parsimonia en la expresión. -Dejemos, Grant, ¿le parece? -se levantó.
-Y en las ideas -dijo Burns-. Esto no hay allá. Dolly es muy fuerte en este sector. -Con mucho gusto, señora. Pero me dolería muchísimo más de lo que usted cree
-¿Y usted escribe? -me volví a ella. que me desconociera hasta este punto.
-No; leo cuantas veces tengo tiempo... Conozco bastante, para ser mujer, lo que se -No lo conozco aún; usted mejor que yo debe de comprenderlo. Pero no es nada.
escribe en Sud América. Mi abuela era de Texas. Leo el español, pero no puedo Mañana hablaremos con más calma. A la una, no se olvide.
hablarlo. He pasado mala noche. Mi estado de ánimo será muy compren-sible para los
-¿Y le gusta? muchachos de veinte años a la mañana siguiente de un baile, cuando sienten los
-¿Qué? nervios lánguidos y la impresión deliciosa de algo muy lejano, y que ha pasado
-La literatura latina de América. Se sonrió. hace apenas siete horas.
-¿Sinceramente? No. -Duerme, corazón.
-¿Y la de Argentina? Diez nuevos días transcurridos sin adelantar gran cosa. Ayer he ido, como
-¿En particular? No sé... Es tan parecido todo... ¡tan mejicano! siempre, a reunirme con ellos a la salida del taller.
-¡Bien, Dolly! -reforzó Burns-. En el Arizona, que es México, desde los mestizos -Vamos, Grant me dijo Stowell-. Lon quiere contarle eso de la víbora de
hasta su mismo infierno, hay crótalos. Pero en el resto hay sinsontes, y pálidas cascabel.
desposadas, y declamación en todo. Y el resto, ¡falso! Nunca vi cosa que sea -Hace mucho calor en el bar -observé.
distinta en la América de ustedes. ¡Salud, Grant! -¿No es cierto? -se volvió la Phillips-. Yo voy a tomar un poco de aire. ¿Me
-No hay de qué. Nosotros decimos, en cambio, que aquí no hay sino máquinas. acompaña, Grant?
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-Con mucho gusto. Stowell: a Chaney, que esta noche 1o veré. Allá, en mi tierra, Caminamos un momento, hasta que se dejó caer en un banco de la alameda.
hay, pero son de otra especie. A sus órdenes, miss Phillips. -Estoy cansada; ¿usted no?
Ella se rió. Yo no estaba cansado, pero tenía los nervios tirantes. Exactamente como en un
-¡Todavía no! film estaba el automóvil detenido en la calzada. Era ese mismo banco de piedra
-Perdón. que yo conocía bien, donde ella, Dorothy Phillips, estaba esperando. Y Stowell...
Y salimos a buena velocidad, mientras el crepúsculo comenzaba a caer. Pero no; era yo mismo quien me acercaba, no Stowell; yo, con el alma
Durante un buen rato ella miró adelante, hasta que se volvió francamente a mí. temblándome en los labios por caer a sus pies. Quedé inmóvil frente a ella, que
-Y bien: dígame ahora, pero la verdad, por qué me miraba con tanta atención soñaba:
aquella noche... y otras veces. -¿Por qué me dice esas cosas...?
Yo estaba también dispuesto a ser franco. Mi propia voz me resultó a mí grave. -Se las hubiera dicho mucho antes. No la conocía.
-Yo la miro con atención -le dije- porque durante dos años he pensado en usted -Queda muy raro lo que dice, con su acento...
cuanto puede un hombre pensar en una mujer; no hay otro motivo. -Puedo callarme -corté.
-¿Otra vez...? Ella alzó entonces los ojos desde el banco, y sonrió vagamente, pero un largo
-No; ¡ya sabe que no! -¿Y qué piensa? instante.
-Que usted es la mujer con más corazón y más inteligencia que haya interpretado -¿Qué edad tiene? -murmuró al fin.
personaje alguno. -Treinta y un años.
-¿Siempre le pareció eso? -Siempre. Desde Lola Morgan. -¿Y después de todo lo que me ha dicho, y que yo he escuchado, me ofrece
-No es ése mi primer film. -Lo sé; pero antes no era usted dueña de sí. Me callé un callarse porque le digo que le queda muy bien su acento?
instante. -¡Dolly!
-Usted tiene -proseguí-, por encima de todo, un profundo sentimiento de Pero ella se levantaba con brusco despertar.
compasión. No hay para qué recordar; pero en los momentos de sus films, en que -¡Volvamos...! La culpa la tengo yo, prestándome a esto... Usted es un muchacho
la persona a quien usted ama cree serle indiferente por no merecerla, y usted lo loco, y nada más.
mira sin que él lo advierta, la mirada suya en esos momentos, y ese lento cabeceo En un momento estuve delante de ella, cerrándole el paso.
suyo y el mohín de sus labios hinchados de ternura, todo esto no es posible que -¡Dolly! ¡Míreme! Usted tiene ahora la obligación de mirarme. Oiga esto,
surja sino de una estimación muy honda por el hombre viril, y de un corazón que solamente: desde lo más hondo de mi alma le juro que una sola palabra de cariño
sabe hondamente lo que es amar. Nada más. suya redimiría todas las canalladas que haya yo podido cometer con las mujeres.
-Gracias, pero se equivoca. Y que si hay para mí una cosa respetable, ¿oye bien?, ¡es usted misma! Aquí tiene
-No. -concluí marchando adelante-. Piense ahora lo que quiera de mí.
-¡Está muy seguro! Pero a los veinte pasos ella me detenía a su vez.
-Sí. Nadie, créame, la conoce a usted como yo. Tal vez conocer no es la palabra; -Óigame usted ahora a mí. Usted me conoce hace apenas quince días.
valorar, esto quiero decir. Y yo bruscamente:
-¿Me valora muy alto? -Hace dos años; no son un día.
-Sí. -Pero, ¿qué valor quiere usted que dé a un... a una predilección como la suya por
-¿Como artista? mis condiciones de interpretación? Usted mismo lo ha dicho. ¡Y a mil leguas!
-Y como mujer. En usted son una misma cosa. -O a dos mil; ¡es lo mismo! Pero el solo hecho de haber conocido a mil leguas
-No todos piensan como usted. todo lo que usted vale... Y ahora no estoy en Buenos Aires -concluí.
-Es posible. -¿A qué vino?
Y me callé. El auto se detuvo. -A verla.
-¿Bajamos un instante? -dijo-. Es tan distinto este aire al del centro... -¿Exclusivamente?
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-Exclusivamente. Nada más que esto; he aquí a lo que he llegado, y lo que busqué con todas mis
-¿Está contento? psicologías. ¿No descubrí allá abajo que las estrellas son difíciles de obtener
-Sí. porque sí, y que se requiere una gran fortuna para adquirirlas? Allí estaba, pues, la
Pero mi voz era bastante sorda. confirmación. ¿No levanté un edificio cínico para comprar una sola mirada de
-¿Aun después de lo que le he dicho? amor de Dorothy Phillips? No podía quejarme.
No contesté. ¿De qué, pues, me quejo?
-¿No me responde? -insistió-. Usted, que es tan amigo de jurar, ¿puede jurarme Surgen nítidas las palabras de mi amigo: "De negocios los sudamericanos no
que está contento? entienden ni el abecé".
Entonces, de una ojeada, abarqué el paisaje crepuscular, cuyo costado ocupaba el ¡Ni de faldas, señor Burns! Porque si me faltó dignidad para vestirme ante ella
automóvil esperándonos. de pavo real, siento que me sobra vergüenza para continuar recibiendo por más
-Estamos haciendo un film -le dije-. Continuémoslo. Y poniéndole la mano tiempo una sonrisa que está aspirando sobre mi cara trigueña la inmensa pampa
derecha en el hombro: alfalfada. Conté con muchas cosas; pero con lo que no conté nunca es con este
-Míreme bien en los ojos... Dígame ahora. ¿Cree usted que tengo cara de odiarla rubor tardío que me impide robar -aun tratándose de faldas- un beso, un roce de
cuando la miro? vestido, una simple mirada que no conquisté pobre.
Ella me miró, me miró... He aquí a lo que he llegado. Duerme, corazón, ¡para siempre!
-Vamos -se arrancó pestañeando. Imposible. Cada día la quiero más, y ella... Precisamente por esto debo
Pero yo había sentido, a mi vez, al tener sus ojos en los míos, lo que nadie es concluir. Si fuera ella a esta regia aventura matrimonial con indiferencia hacia mí,
capaz de sentir sin romperse los dedos de impotente felicidad. acaso hallara fuerzas para llegar al fin. Negocio contra negocio. Pero cuando muy
-Cuando usted vuelva -dijo por fin en el auto- va a tener otra idea de mí. cerca a su lado encuentro su mirada, y el tiempo se detiene sobre nosotros,
-Nunca. soñando él a su vez, entonces mi amor a ella me oprime la mano como a un viejo
-Ya verá. Usted no debía haber venido... criminal y vuelvo en mí.
-¿Por usted o por mí? ¡Amor mío! Una vez canté ¡Ciao! porque tenía todos los triunfos en mi juego.
-Por los dos... ¡A casa, Harry! Y a mí: Los rindo ahora, mano sobre mano, ante una última trampa más fuerte que yo:
-¿Quiere que lo deje en alguna parte? sacrificarte.
-No; la acompaño hasta su casa. Llevo la vida de siempre, en constante sociedad con Dorothy Phillips, Burns,
Pero antes de bajar me dijo con voz clara y grave: Stowell, Chaney del cual he obtenido todos los informes apetecidos sobre las
-Grant... respóndame con toda franqueza... ¿Usted tiene fortuna? víboras de cascabel y su manera de morder.
En el espacio de un décimo de segundo reviví desde el principio toda esta Aunque el calor aumenta, no hay modo de evitar el bar a la salida del taller.
historia, y vi la sima abierta por mí mismo, en la que me precipitaba. Cierto es que el hielo lo congela aquí todo, desde el chicle a los ananás. Rara vez
-Sí respondí. como solo. De noche, con la Phillips. Y de mañana, con Burns y Stowell, por lo
-¿Muy grande? ¿Comprende por qué se lo pregunto? menos. Sé por mi amigo que el divorcio de la Phillips es cosa definitiva, miss, por
-Sí -reafirmé. lo tanto.
Sus inmensos ojos se iluminaron, y me tendió la mano. -Como usted lo meditó antes de adivinarlo me ha dicho Burns-.
-¡Hasta pronto, entonces!; Ciao! ¿Matrimonio, Grant? No es malo. Dolly vale lo que usted, y otro tanto.
Caminé los primeros pasos con los ojos cerrados. Otra voz y otro ¡Ciao!, que -¿Pero ella me quiere realmente? he dejado caer.
era ahora una bofetada, me llegaban desde el fondo de quince días lejanísimos, -Grant: usted haría un buen film; pero no poniéndome a mí de director de escena.
cuando al verla y soñar en su conquista me olvidé un instante de que yo no era Cásese con su estrella y gaste dos millones en una empresa. Yo se la administro.
sino un vulgar pillete. Hasta aquí Burns. ¿Qué le parece La gran pasión?
-Muy buena. El autor no es tonto. Salvo un poco de amaneramiento de Stowell,
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ese tipo de carácter le sale. Dolly tiene pasajes como hace tiempo no hallaba. gran fortuna del arte, amigos únicos! ¡Y por la de alguno de nosotros! ¡Y por el
-Perfecto. No llegue tarde a la comida. amor artístico a esa fortuna, William S. Stowell, compañero!
-¿Hoy? Creía que era el lunes. Vi las caras contraídas de disgusto. Un resto de lucidez me permitió apreciar
-No. El lunes es el banquete oficial, con damas de mundo, y además. La hasta el fondo las heces de mi actitud, y el mismo resto de dominio de mí me
consagración. A propósito: ¿usted tiene la cabeza fuerte? contuvo. Me retiré, saludando ampliamente.
-Ya se lo probé la primera noche. -¡Buenas noches, señores! Y si alguno de los presentes, o Stowell o quienquiera
-No basta. Hoy habrá concierto de rom al final. que sea, quiere seguir hablando mañana conmigo, estoy a sus órdenes. ¡Ciao!
-Pierda cuidado. Se comprende bien que lo primero que he hecho esta mañana al levantarme ha
Magnífico. Para mi situación actual, una orquesta es lo que me conviene. sido ir a buscar a Stowell.
Concluido todo. Sólo me resta hacer los preparativos y abandonar Los -Perdóneme le he dicho-. Ustedes son aquí de otra pasta. Allá, el alcohol nos pone
Ángeles. ¿Qué dejo, en suma? Un mal negocillo imaginativo, frustrado. Y más agresivos e idiotas.
abajo, hecho trizas, mi corazón. -Hay algo de esto -me ha apretado la mano sonriendo-. Vamos al bar; allá
El incidente de anoche pudo haberme costado, según Burns, a quien acabo de encontraremos la soda y el hielo necesarios.
dejar en la estación, rojo de calor. Pero en el camino me ha observado:
-¿Qué mosquitos tienen ustedes allá? -me ha dicho-. No haga tonterías, Grant. -Lo que me extraña un poco en usted es que no creo tenga motivos para estar
Cuando uno no es dueño de sí, se queda en Buenos Aires. ¿Lo ha visto ya? Bueno, disgustado de nadie. ¿No es cierto? -Me ha mirado con intención. -Más o menos
hasta luego. -he cortado.
Se refiere a lo siguiente: -Bien.
Anoche, después del banquete, cuando quedamos solos los hombres, hubo La soda y el hielo son pobres recursos, cuando lo que se busca es sólo un poco de
concierto general, en mangas de camisa. Yo no sé hasta dónde puede llegar la satisfacción de sí mismo.
bonachona tolerancia de esta gente para el alcohol. Cierto es que son de origen "Concluyó todo" -anoté este mediodía-. Sí, concluyó.
inglés. A las siete, cuando comenzaba a poner orden en la valija, el teléfono me llamó.
Pero yo soy suramericano. El alcohol es conmigo menos benevolente, y no -¿Grant?
tengo además motivo alguno de felicidad. El rom interminable me ponía -Sí.
constantemente por delante a Stowell, con su pelo movedizo y su alta nariz de -Dolly. ¿No va a venir, Grant? Estoy un poco triste.
cerco. Es en el fondo un buen muchacho con suerte, nada más. ¿Y por qué me -Yo más. Voy en seguida.
mira? ¿Cree que le voy a envidiar algo, sus bufonadas amorosas con cualquier Y fui, con el estado de ánimo de Régulo cuando volvía a Cartago a sacrificar su
cómica, para compadecerme así? ¡Infeliz! vida por insignificancias de honor.
-¡A su salud, Stowell! brindé-. ¡Al gran Stowell! ¡Dolly! ¡Dorothy Phillips! ¡Ni la ilusión de haberte gustado un día me queda!
-¡A la salud de Grant! Estaba en traje de calle.
-Y a la de todos ustedes... ¡Pobres diablos! -Sí; hace un momento pensaba salir. Pero le telefoneé. ¿No tenía nada que hacer?
El ruido cesó bruscamente; todas las miradas estaban sobre mí. -Nada.
-¿Qué pasa, Grant? -articuló Burns. -¿Ni aun deseos de verme?
-Nada, queridos amigos... sino que brindo por ustedes. Y me puse de pie. Pero al mirarme de cerca me puso lentamente los dedos en el brazo.
-Brindo a la salud de ustedes, porque son los grandes ases del cinematógrafo: -¡Grant! ¿Qué tiene usted hoy?
empresa Universal, grupo Blue Bird, Lon Chaney, William S. Stowell y... ¡todos! Vi sus ojos angustiados por mi dolor huraño.
Intérpretes del impulso, ¿eh, Chaney? Y del amor... ¡todos! ¡Y del amor, nosotros, -¿Qué es eso, Grant?
William S. Stowell! Intérpretes y negociantes del arte, ¿no es esto? ¡Brindo por la Y su mano izquierda me tomó del otro brazo. Entonces fijé mis ojos en los de ella
y la miré larga y claramente.
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-¡Dolly! -le dije-. ¿Qué idea tiene usted de mí? conmigo!


-¿Qué? -¡Dolly! -salté.
-¿Qué idea tiene usted de mí? No, no responda... ya sé; que soy esto y aquello... Y ella, entre mis brazos:
¡Dolly! Se lo quería decir, y desde hace mucho tiempo... Desde hace mucho -¡Zonzo...! ¡Crees que no lo sabía!
tiempo no soy más que un simple miserable. ¡Y si siquiera fuese esto...! Usted no -¿Qué...? ¿Sabías que era pobre?
sabe nada. ¿Sabe lo que soy? Un pillete, nada más. Un ladronzuelo vulgar, menos -¡Y sí!
que esto... Esto es lo que soy. ¡Dolly! ¿Usted cree que tengo fortuna, no es cierto? -¡Mi vida! ¡Mi estrella! ¡Mi Dolly!
Sus manos cayeron; como estaba cayendo su última ilusión de amor por un -Mi suramericano...
hombre; como había caído yo... -¡Ah, mujer siempre...! ¿Por qué me torturaste así?
-¡Respóndame! ¿Usted lo creía? -Quería saber bien... Ahora soy toda tuya.
-Usted mismo me lo dijo -murmuró. -¡Toda, toda! No sabes lo que he sufrido... ¡Soy un canalla, Dolly!
-¡Exactamente! Yo mismo se lo dije, y lo dejé decir a todo el mundo. Que tenía -Canalla mío...
una gran fortuna, millones... Esto le dije. ¿Se da bien cuenta ahora de lo que soy? -¿Y tú?
¡No tengo nada, ni un millón, ni nada! Menos que un miserable, ya se lo dije; ¡un -Tuya.
pillete vulgar! Esto soy, Dolly. -¡Farsante, eso eres! ¿Cómo pudiste tenerme en ese taburete media hora, si sabías
Y me callé. Pudo haberse oído durante un rato el vuelo de una mosca. Y mucho ya? Y con ese aire: "¿Por qué me engañó, Grant...?".
más la lenta voz, si no lejana, terriblemente distante de mí: -¿No te encantaba yo como intérprete?
-¿Por qué me engañó, Grant...? -¡Mi amor adorado! ¡Todo me encanta! Hasta el film que hemos hecho. ¡Contigo,
-¿Engañar? -salté entonces volviéndome bruscamente a ella-. ¡Ah, no! ¡No la he por fin, Dorothy Phillips!
engañado! Esto no... Por lo menos... ¡No, no la engañé, porque acabo de hacer lo -¿Verdad que es un film?
que no sé si todos harían! Es lo único que me levanta aún ante mí mismo. ¡No, -Ya lo creo. Y tú ¿qué eres?
no! Engaño, antes, puede ser; pero en lo demás... ¿Usted se acuerda de lo que le -Tu estrella.
dije la primera tarde? Quince días decía usted. ¡Eran dos años! ¡Y aun sin -¿Y yo?
conocerla! Nadie en el mundo la ha valorado ni ha visto lo que era usted como -Mi sol.
mujer, como yo. ¡Ni nadie la querrá jamás todo cuanto la quiero! ¿Me oye? -¡Pst! Soy hombre. ¿Qué soy? Y con su arrullo:
¡Nadie, nadie! -Mi suramericano...
Caminé tres pasos; pero me senté en un taburete y apoyé los codos en las rodillas, He volado en el auto a buscar a Burns.
postura cómoda cuando el firmamento se desploma sobre nosotros. -Me caso con ella -le he dicho-. Burns: usted es el más grande hombre de este
-Ahora ya está...-murmuré-. Me voy mañana... Por eso se lo he dicho... país, incluso el Arizona. Otra buena noticia: no tengo un centavo.
Y más lento: -Ni uno. Esto lo sabe todo Los Ángeles. He quedado aturdido.
-Yo le hablé una vez de sus ojos cuando la persona a quien usted amaba no se -No se aflija -me ha respondido-. ¿Usted cree que no ha habido antes que usted
daba cuenta... mozalbetes con mejor fortuna que la suya alrededor de Dolly? Cuando pretenda
Y callé otra vez, porque en la situación mía aquella evocación radiante era otra vez ser millonario -para divorciarse de Dolly, por ejemplo-, suprima las
demasiado cruel. Y en aquel nuevo silencio de amargura desesperada -y final- oí, informaciones telegráficas. Mal negociante, Grant.
pero como en sueños, su voz. Pero una sola cosa me ha inquietado.
-¡Zonzote! -¿Por qué dice que me voy a divorciar de Dolly?
¿Pero era posible? Levanté la cabeza y la vi a mi lado, ¡a ella! ¡Y vi sus ojos -¿Usted? Jamás. Ella vale dos o tres Grant, y usted tiene más suerte ante los ojos
inmensos, húmedos de entregado amor! ¡Y el mohín de sus labios, hinchados de de ella de la que se merece. Aproveche.
ternura consoladora, como la soñaba en ese instante! ¡Como siempre la vi -¡Déme un abrazo, Burns!
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-Gracias. ¿Y usted qué hace ahora, sin un centavo? Dolly no le va a copiar sus -El director. Ahora déjeme bañar. ¿Cuándo se casa?
informes del ministerio. -Enseguida.
Me he quedado mirándolo. -Bien hecho. Hasta luego. Y mientras yo salía apurado:
-Si usted fuera otro, le aconsejaría que se contratara con Stowell y Chaney. Con -¿Vuelve otra vez con ella? Dígale que me guarde el número de su ilustración. Es
menos carácter y menos ojos que los suyos, otros han ido lejos. Pero usted no un buen documento.
sirve. ...................................................................
-¿Entonces?
-Ponga en orden el film que ha hecho con Dolly; tal cual, reforzando la escena del Pero esto es un sueño. Punto por punto, como acabo de contarlo, lo he soñado.
bar. El final ya lo tienen pronto. Le daré la sugestión de otras escenas, y No me queda sino para el resto de mis días su profunda emoción, y el pobre
propóngaselo a la Blue Bird. ¿El pago? No sé; pero le alcanzará para un paseo por paliativo de remitir a Dolly el relato -como lo haré en seguida-, con esta
Buenos Aires con Dolly, siempre que jure devolvérnosla para la próxima dedicatoria: "A la señora Dorothy Phillips, rogándole perdone las impertinencias
temporada. O'Mara lo mataría. de este sueño, muy dulce para el autor".
-¿Quién?

“EL ESPECTRO” (1921)


de Horacio Quiroga

Todas las noches, en el Grand Splendid de Santa Fe, Enid y yo asistimos a los astro imperecedero: Enid. La sola posibilidad de que sus ojos llegaran a mirarme
estrenos cinematográficos. Ni borrascas ni noches de hielo nos han impedido sin indiferencia, deteníame bruscamente el corazón . Y ante la idea de que alguna
introducirnos, a las diez en punto, en la tibia penumbra del teatro. Allí, desde uno vez podía ser mía, la mandíbula me temblaba. ¡Enid!
u otro palco, seguimos las historias del film con un mutismo y un interés tales, Tenía ella entonces, cuando vivíamos en el mundo, la más divina belleza que
que podrían llamar sobre nosotros la atención, de ser otras las circunstancias en la epopeya del cine ha lanzado a miles de leguas y expuesto a la mirada fija de los
que actuamos. hombres. Sus ojos, sobre todo, fueron únicos; y jamás terciopelo de mirada tuvo
Desde uno u otro palco, he dicho; pues su ubicación nos es indiferente. Y un marco de pestañas como los ojos de Enid; terciopelo azul, húmedo y reposado,
aunque la misma localidad llegue a faltarnos alguna noche, por estar el Splendid como la felicidad que sollozaba en ella.
en pleno, nos instalamos, mudos y atentos siempre a la representación, en un La desdicha me puso ante ella cuando ya estaba casada.
palco cualquiera ya ocupado. No estorbamos, creo; o, por lo menos, de un modo No es ahora del caso ocultar nombres. Todos recuerdan a Duncan Wyoming, el
sensible. Desde el fondo del palco, o entre la chica del antepecho y el novio extraordinario actor que, comenzando su carrera al mismo tiempo que William
adherido a su nuca, Enid y yo, aparte del mundo que nos rodea, somos todo ojos Hart, tuvo, como éste y a la par de éste, las mismas hondas virtudes de
hacia la pantalla. Y si en verdad alguno, con escalofríos de inquietud cuyo origen interpretación viril. Hart ha dado al cine todo lo que podíamos esperar de él, y es
no alcanza a comprender, vuelve a veces la cabeza para ver lo que no puede, o un astro que cae. De Wyoming, en cambio, no sabemos lo que podíamos haber
siente un soplo helado que no se explica en la cálida atmósfera, nuestra presencia visto, cuando apenas en el comienzo de su breve y fantástica carrera creó -como
de intrusos no es nunca notada; pues preciso es advertir ahora que Enid y yo contraste con el empalagoso héroe actual- el tipo de varón rudo, áspero, feo,
estamos muertos. negligente y cuanto se quiera, pero hombre de la cabeza a los pies, por la
De todas las mujeres que conocí en el mundo vivo, ninguna produjo en mí el sobriedad, el empuje y el carácter distintivos del sexo.
efecto que Enid. La impresión fue tan fuerte que la imagen y el recuerdo mismo Hart prosiguió actuando y ya lo hemos visto.
de todas las mujeres se borró. En mi alma se hizo de noche, donde se alzó un solo
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Wyoming nos fue arrebatado en la flor de la edad, en instantes en que daba fin mía propia. Pero entre él y yo se había levantado algo más consistente que una
a dos cintas extraordinarias, según informes de la empresa: El Páramo y Más allá sombra. Su mujer fue, mientras él vivió -y lo hubiera sido eternamente-,
de lo que se ve. Pero el encanto -la absorción de todos los sentimientos de un intangible para mí. Pero él había muerto. No podía Wyoming exigirme el
hombre- que ejerció sobre mí Enid, no tuvo sino una amargura: Wyoming, que era sacrificio de la Vida en que él acababa de fracasar. Y Enid era mi vida, mi
su marido, era también mi mejor amigo. porvenir, mi aliento y mi ansia de vivir, que nadie, ni Duncan -mi amigo íntimo,
Habíamos pasado dos años sin vernos con Duncan; él, ocupado en sus trabajos pero muerto-, podía negarme.
de cine, y yo en los míos de literatura. Cuando volví a hallarlo en Hollywood, ya Vela por ella... ¡Sí, mas dándole lo que él le había restado al perder su turno: la
estaba casado. adoración de una vida entera consagrada a ella!
-Aquí tienes a mi mujer -me dijo echándomela en los brazos. Durante dos meses, a su lado de día y de noche, velé por ella como un
Y a ella: hermano. Pero al tercero caí a sus pies.
-Apriétalo bien, porque no tendrás un amigo como Grant. Y bésalo, si quieres. Enid me miró inmóvil, y seguramente subieron a su memoria los últimos
No me besó, pero al contacto con su melena en mi cuello, sentí en el escalofrío instantes de Wyoming, porque me rechazó violentamente. Pero yo no quité la
de todos mis nervios que jamás podría yo ser un hermano para aquella mujer. cabeza de su falda.
Vivimos dos meses juntos en el Canadá, y no es difícil comprender mi estado -Te amo, Enid -le dije-. Sin ti me muero.
de alma respecto de Enid. Pero ni en una palabra, ni en un movimiento, ni en un -¡Tú, Guillermo! -murmuró ella-. ¡Es horrible oírte decir esto!
gesto me vendí ante Wyoming. Sólo ella leía en mi mirada, por tranquila que -Todo lo que quieras -repliqué-. Pero te amo inmensamente.
fuera, cuán profundamente la deseaba. -¡Cállate, cállate!
Amor, deseo... Una y otra cosa eran en mí gemelas, agudas y mezcladas; -Y te he amado siempre... Ya lo sabes...
porque si la deseaba con todas las fuerzas de mi alma incorpórea, la adoraba con -¡No, no sé!
todo el torrente de mi sangre substancial. -Sí, lo sabes.
Duncan no lo veía. ¿Cómo podía verlo? Enid me apartaba siempre, y yo resistía con la cabeza entre sus rodillas.
A la entrada del invierno regresamos a Hollywood, y Wyoming cayó entonces -Dime que lo sabías...
con el ataque de gripe que debía costarle la vida. Dejaba a su viuda con fortuna y -¡No, cállate! Estamos profanando...
sin hijos. Pero no estaba tranquilo, por la soledad en que quedaba su mujer. -Dime que lo sabías...
-No es la situación económica -me decía-, sino el desamparo moral. Y en este -¡Guillermo!
infierno del cine... -Dime solamente que sabías que siempre te he querido...
En el momento de morir, bajándonos a su mujer y a mí hasta la almohada, y Sus brazos se rindieron cansados, y yo levanté la cabeza. Encontré sus ojos al
con voz ya difícil: instante, un solo instante, antes que Enid se doblegara a llorar sobre sus propias
-Confíate a Grant, Enid... Mientras lo tengas a él, no temas nada. Y tú, viejo rodillas.
amigo, vela por ella. Sé su hermano...No, no prometas. Ahora puedo ya pasar al La dejé sola; y cuando una hora después volví a entrar, blanco de nieve, nadie
otro lado... hubiera sospechado, al ver nuestro simulado y tranquilo afecto de todos los días,
Nada de nuevo en el dolor de Enid y el mío. A los siete días regresábamos al que acabábamos de tender, hasta hacerlas sangrar, las cuerdas de nuestros
Canadá, a la misma choza estival que un mes antes nos había visto a los tres cenar corazones.
ante la carpa. Como entonces, Enid miraba ahora el fuego, achuchada por el Porque en la alianza de Enid y Wyoming no había habido nunca amor. Faltóle
sereno glacial, mientras yo, de pie, la contemplaba. Y Duncan no estaba más. siempre una llamarada de insensatez, extravío, injusticia -la llama de pasión que
Debo decirlo: en la muerte de Wyoming yo no vi sino la liberación de la quema la moral entera de un hombre y abrasa a la mujer en largos sollozos de
terrible águila enjaulada en nuestro corazón, que es el deseo de una mujer a fuego-. Enid había querido a su esposo, nada más; y lo había querido, nada más
nuestro lado que no se puede tocar. Yo había sido el mejor amigo de Wyoming, y que querido ante mí, que era la cálida sombra de su corazón, donde ardía lo que
mientras él vivió, el águila no deseó su sangre; se alimentó -la alimenté- con la
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no le llegaba de Wyoming, y donde ella sabía iba a refugiarse todo lo que de ella Sus mismos gestos eran aquéllos. Su misma sonrisa confiada era la de sus
no alcanzaba hasta él. labios. Era su misma enérgica figura la que se deslizaba adherida a la pantalla. Y a
La muerte, luego, dejando hueco que yo debía llenar con el afecto de un veinte metros de él, era su misma mujer la que estaba bajo los dedos del amigo
hermano... ¡De hermano, a ella, Enid, que era mi sola sed de dicha en el inmenso íntimo...
mundo! Mientras la sala estuvo a obscuras, ni Enid ni yo pronunciamos una palabra ni
A los tres días de la escena que acabo de relatar regresamos a Hollywood. Y un dejamos un instante de mirar. Largas lágrimas rodaban por sus mejillas, y me
mes más tarde se repetía exactamente la situación: yo de nuevo a los pies de Enid sonreía. Me sonreía sin tratar de ocultarme sus lágrimas.
con la cabeza en sus rodillas, y ella queriendo evitarlo. -Sí, comprendo, amor mío... -murmuré, con los labios sobre el extremo de sus
-Te amo cada día más, Enid... pieles, que, siendo un obscuro detalle de su traje, era asimismo toda su persona
-¡Guillermo! idolatrada-. Comprendo, pero no nos rindamos... ¿Sí?... Así olvidaremos...
-Dime que algún día me querrás. Por toda respuesta, Enid, sonriéndome siempre, se recogió muda a mi cuello.
-¡No! A la noche siguiente volvimos. ¿Qué debíamos olvidar? La presencia del otro,
-Dime solamente que estás convencida de cuánto te amo. vibrante en el haz de luz que lo transportaba a la pantalla palpitante de la vida; su
-¡No! inconsciencia de la situación; su confianza en la mujer y el amigo; esto era
-Dímelo. precisamente a lo que debíamos acostumbrarnos.
-¡Déjame! ¿No ves que me estás haciendo sufrir de un modo horrible? Una y otra noche, siempre atentos a los personajes, asistimos al éxito creciente
Y al sentirme temblar mudo sobre el altar de sus rodillas, bruscamente me de El páramo.
levantó la cara entre las manos: La actuación de Wyoming era sobresaliente y se desarrollaba en un drama de
-¡Pero déjame, te digo! ¡Déjame! ¿No ves que también te quiero con toda el brutal energía: una pequeña parte de los bosques del Canadá y el resto en la
alma y que estamos cometiendo un crimen? misma Nueva York. La situación central constituíala una escena en que Wyoming,
Cuatro meses justos, ciento veinte días transcurridos apenas desde la muerte herido en la lucha con un hombre, tiene bruscamente la revelación del amor de su
del hombre que ella amó, del amigo que me había interpuesto como un velo mujer por ese hombre, a quien él acaba de matar por motivos aparte de este amor.
protector entre su mujer y un nuevo amor... Wyoming acababa de atarse un pañuelo a la frente. Y tendido en el diván,
Abrevio. Tan hondo y compenetrado fue el nuestro, que aun hoy me pregunto jadeando aún de fatiga, asistía a la desesperación de su mujer sobre el cadáver del
con asombro qué finalidad absurda pudieron haber tenido nuestras vidas de no amante.
habernos encontrado por bajo de los brazos de Wyoming. Pocas veces la revelación del derrumbe, la desolación y el odio han subido al
Una noche -estábamos en Nueva York- me enteré que se pasaba por fin El rostro humano con más violenta claridad que en esa circunstancia a los ojos de
páramo, una de las dos cintas de que he hablado, y cuyo estreno se esperaba con Wyoming. La dirección del film había exprimido hasta la tortura aquel prodigio
ansiedad. Yo también tenía el más vivo interés de verla, y se lo propuse a Enid. de expresión, y la escena se sostenía un infinito número de segundos, cuando uno
¿Por qué no? solo bastaba para mostrar al rojo blanco la crisis de un corazón en aquel estado.
Un largo rato nos miramos; una eternidad de silencio, durante el cual el Enid y yo, juntos e inmóviles en la obscuridad, admirábamos como nadie al
recuerdo galopó hacia atrás entre derrumbamiento de nieve y caras agónicas. Pero muerto amigo, cuyas pestañas nos tocaban casi cuando Wyoming venía desde el
la mirada de Enid era la vida misma, y presto entre el terciopelo húmedo de sus fondo a llenar él solo la pantalla. Y al alejarse de nuevo a la escena del conjunto,
ojos y los míos no medió sino la dicha convulsiva de adorarnos. ¡Y nada más! la sala entera parecía estirarse en perspectiva. Y Enid y yo, con un ligero vértigo
Fuimos al Metropole, y desde la penumbra rojiza del palco vimos aparecer, por este juego, sentíamos aún el roce de los cabellos de Duncan que habían
enorme y con el rostro más blanco que la hora de morir, a Duncan Wyoming. llegado a rozarnos.
Sentí temblar bajo mi mano el brazo de Enid. ¿Por qué continuábamos yendo al Metropole? ¿Qué desviación de nuestras
¡Duncan! conciencias nos llevaba allá noche a noche a empapar en sangre nuestro amor
inmaculado? ¿Qué presagio nos arrastraba como a sonámbulos ante una acusación
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alucinante que no se dirigía a nosotros, puesto que los ojos de Wyoming estaban Con lentitud de fiera y los ojos clavados sobre nosotros, Wyoming se
vueltos al otro lado? incorporaba del diván. Enid y yo lo vimos levantarse, avanzar hacia nosotros
¿Adónde miraban? No sé a dónde, a un palco cualquiera de nuestra izquierda. desde el fondo de la escena, llegar al monstruoso primer plano... Un fulgor
Pero una noche noté, lo sentí en la raíz de los cabellos, que los ojos se estaban deslumbrante nos cegó, a tiempo que Enid lanzaba un grito.
volviendo hacia nosotros. Enid debió de notarlo también, porque sentí bajo mi La cinta acababa de quemarse.
mano la honda sacudida de sus hombros. Mas, en la sala iluminada las cabezas todas estaban vueltas hacia nosotros.
Hay leyes naturales, principios físicos que nos enseñan cuán fría magia es ésa Algunos se incorporaron en el asiento a ver lo que pasaba.
de los espectros fotográficos danzando en la pantalla, remedando hasta en los más -La señora está enferma; parece una muerta -dijo alguno en la platea.
íntimos detalles una vida que se perdió. Esa alucinación en blanco y negro es sólo -Más muerto parece él -agregó otro.
la persistencia helada de un instante, el relieve inmutable de un segundo vital. ¿Qué más? Nada, sino que en todo el día siguiente Enid y yo no nos vimos.
Más fácil nos sería ver a nuestro lado a un muerto que deja la tumba para Únicamente al mirarnos por primera vez de noche para dirigirnos al Metropole,
acompañarnos, que percibir el más leve cambio en el rostro lívido de un film. Enid tenía ya en sus pupilas profundas la tiniebla del más allá, y yo tenía un
Perfectamente. Pero a despecho de las leyes y los principios, Wyoming nos revólver en el bolsillo.
estaba viendo. Si para la sala, El páramo era una ficción novelesca, y Wyoming No sé si alguno en la sala reconoció en nosotros a los enfermos de la noche
vivía sólo por una ironía de la luz; si no era más que un frente eléctrico de lámina anterior. La luz se apagó, se encendió y tornó a apagarse, sin que lograra
sin costados ni fondo, para nosotros -Wyoming, Enid y yo- la escena filmada reposarse una sola idea normal en el cerebro de Guillermo Grant, y sin que los
vivía flagrante, pero no en la pantalla, sino en un palco, donde nuestro amor sin dedos crispados de este hombre abandonaran un instante el gatillo.
culpa se transformaba en monstruosa infidelidad ante el marido vivo.... Yo fui toda la vida dueño de mí. Lo fui hasta la noche anterior, cuando contra
¿Farsa del actor? ¿Odio fingido por Duncan ante aquel cuadro de El páramo? toda justicia un frío espectro que desempeñaba su función fotográfica de todos los
¡No! Allí estaba la brutal revelación; la tierna esposa y el amigo íntimo en la días crió dedos estranguladores para dirigirse a un palco a terminar el film.
sala de espectáculos, riéndose, con las cabezas juntas, de la confianza depositada Como en la noche anterior, nadie notaba en la pantalla algo anormal, y es
en ellos... evidente que Wyoming continuaba jadeante adherido al diván. Pero Enid -¡Enid
Pero no nos reíamos, porque noche a noche, palco tras palco, la mirada se iba entre mis brazos!- tenía la cara vuelta a la luz, pronta para gritar... ¡Cuando
volviendo cada vez más a nosotros. Wyoming se incorporó por fin!
-¡Falta un poco aún!... -me decía yo. Yo lo vi adelantarse, crecer, llegar al borde mismo de la pantalla, sin apartar la
-Mañana será... -pensaba Enid. mirada de la mía. Lo vi desprenderse, venir hacia nosotros en el haz de luz; venir
Mientras el Metropole ardía de luz, el mundo real de las leyes físicas se en el aire por sobre las cabezas de la platea, alzándose, llegar hasta nosotros con
apoderaba de nosotros y respirábamos profundamente. la cabeza vendada. Lo vi extender las zarpas de sus dedos... a tiempo que Enid
Pero en la brusca cesación de luz, que como un golpe sentíamos lanzaba un horrible alarido, de esos en que con una cuerda vocal se ha rasgado la
dolorosamente en los nervios, el drama espectral nos cogía otra vez. razón entera, e hice fuego.
A mil leguas de Nueva York, encajonado bajo tierra, estaba tendido sin ojos No puedo decir qué pasó en el primer instante. Pero en pos de los primeros
Duncan Wyoming. Mas su sorpresa ante el frenético olvido de Enid, su ira y su momentos de confusión y de humo, me vi con el cuerpo colgado fuera del
venganza estaban vivas allí, encendiendo el rastro químico de Wyoming, antepecho, muerto.
moviéndose en sus ojos vivos, que acababan, por fin, de fijarse en los nuestros. Desde el instante en que Wyoming se había incorporado en el diván, dirigí el
Enid ahogó un grito y se abrazó desesperadamente a mí. cañón del revólver a su cabeza. Lo recuerdo con toda nitidez. Y era yo quien había
-¡Guillermo! recibido la bala en la sien.
-Cállate, por favor... Estoy completamente seguro de que quise dirigir el arma contra Duncan.
-¡Es que ahora acaba de bajar una pierna del diván! Solamente que, creyendo apuntar al asesino, en realidad apuntaba contra mí
Sentí que la piel de la espalda se me erizaba, y miré:
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mismo. Fue un error, una simple equivocación, nada más; pero que me costó la en el mundo visible, del mismo modo que nuestras personas vivas, hace siete
vida. años, le permitieron animar la helada lámina de su film.
Tres días después Enid quedaba a su vez desalojada de este mundo. Y aquí Enid y yo ocupamos ahora, en la niebla invisible de lo incorpóreo, el sitio
concluye nuestro idilio. privilegiado de acecho que fue toda la fuerza de Wyoming en el drama anterior. Si
Pero no ha concluido aún. No son suficientes un tiro y un espectro para sus celos persisten todavía, si se equivoca al vernos y hace en la tumba el menor
desvanecer un amor como el nuestro. Más allá de la muerte, de la vida y de sus movimiento hacia afuera, nosotros nos aprovecharemos. La cortina que separa la
rencores, Enid y yo nos hemos encontrado. Invisibles dentro del mundo vivo, vida de la muerte no se ha descorrido únicamente en su favor, y el camino está
Enid y yo estamos siempre juntos, esperando el anuncio de otro estreno entreabierto. Entre la Nada que ha disuelto lo que fue Wyoming, y su eléctrica
cinematográfico. resurrección, queda un espacio vacío. Al más leve movimiento que efectúe el
Hemos recorrido el mundo. Todo es posible esperar menos que el más leve actor, apenas se desprenda de la pantalla, Enid y yo nos deslizaremos como por
incidente de un film pase inadvertido a nuestros ojos. No hemos vuelto a ver más una fisura en el tenebroso corredor. Pero no seguiremos el camino hacia el
El páramo. La actuación de Wyoming en él no puede ya depararnos sorpresas, sepulcro de Wyoming; iremos hacia la Vida, entraremos en ella de nuevo. Y es el
fuera de las que tan dolorosamente pagamos. mundo cálido del que estamos expulsados, el amor tangible y vibrante de cada
Ahora nuestra esperanza está puesta en Más allá de lo que se ve. Desde hace sentido humano, lo que nos espera entonces a Enid y a mí.
siete años la empresa filmadora anuncia su estreno y hace siete años que Enid y Dentro de un mes o de un año, ella llegará. Sólo nos inquieta la posibilidad de
yo esperamos. Duncan es su protagonista; pero no estaremos más en el palco, por que Más allá de lo que se ve se estrene bajo otro nombre, como es costumbre en
lo menos en las condiciones en que fuimos vencidos. En las presentes esta ciudad. Para evitarlo, no perdemos un estreno. Noche a noche entramos a las
circunstancias, Duncan puede cometer un error que nos permita entrar de nuevo diez en punto en el Gran Splendid, donde nos instalamos en un palco vacío o ya
ocupado, indiferentemente.

“EL PURITANO” (1926)


De Horacio Quiroga

Los talleres del cinematógrafo, esos estudios a cuyo rededor millones de Este silencio y esta impresión de abandono desde semanas atrás se exhalan
rostros giran en una órbita de curiosidad nunca saciada y de ensueño jamás más particularmente del guardarropa central, vasto hall cuya portada, tan ancha
satisfecho, han heredado del muerto taller de pintura su leyenda de fastuosas que daría paso a tres autos, se abre al patio interior, a la gran plaza enarenada de
orgías sobre el altar del arte. todos los talleres.
La libertad de espíritu habitual a los grandes actores, por una parte, y sus Para anular los riesgos de incendios, el guardarropa se halla aislado en el
riquísimos sueldos de que hacen gala, por la otra, explican estos festivales que no fondo de la plaza, y su gran portón no se cierra nunca. Por entre sus hojas
pocas veces tienen por único objeto mantener vibrante el pasmo del público, ante replegadas, en las noches claras la Luna invade gran parte del obscuro hall. En ese
las fantásticas, lejanas estrellas de Hollywood. recinto en calma, adonde no llega siquiera el chirrido de las máquinas reveladoras,
Concluida la tarea del día, el estudio queda desierto. Tal vez los talleres tenemos en la alta noche nuestra tertulia los actores muertos del film.
técnicos prosigan por toda la noche su labor, y acaso a uno o diez kilómetros el La impresión fotográfica en la cinta, sacudida por la velocidad de las
tumulto diario se prolongue todavía en una fiesta oriental. Pero en los sets, en el máquinas, excitada por la ardiente luz de los focos, galvanizada por la incesante
estudio propiamente dicho, reina ahora el más grande silencio. proyección, ha privado a nuestros tristes huesos de la paz que debía reinar sobre
ellos. Estamos muertos, sin duda; pero nuestro anonadamiento no es total. Una
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sobrevida intangible, apenas cálida para no ser de hielo, rige y anima nuestros Ella lo había conocido en el estudio, pues el afortunado mortal poseía intereses
espectros. Por el guardarropa en paz deambulamos a la luz de la Luna, sin ansias, en el cine. Y aunque ella no había llegado a tenderle nunca los labios, sabía bien
sin pasiones, ni recuerdos. Algo como un vago estupor se cierne sobre nuestros que, de haberlo hecho, él le habría apartado los brazos de su cuello, rígido y duro
movimientos. Pareceríamos sonámbulos, indiferentes los unos a los otros, si la como el mismo deber. Las razas rubias suelen dar de vez en cuando al Mundo uno
penumbra inmediata del recinto no fingiera un vago hall de mansión, donde los de estos admirables seres, eternamente incomprensibles para los que tenemos la
fantasmas de lo que hemos sido prosiguen un sutil remedo de vida. conciencia y los ojos más obscuros.
No hemos agitado en vano el alma de las estrellas que nos sobreviven; no Ella sabía bien que él la amaba; pero no como un hombre, sino como un héroe.
hemos dejado cien veces dormir en sus brazos nuestro corazón, para que sus films Y cuando un amante usurpa para sí todo el heroísmo del amor, al otro no le queda
presentes no sean el comento nocturno de nuestros conciliábulos. Nuestro propio sino morir.
pasado –vida, luchas y amores– nos está cerrado. Nuestra existencia arranca de un En suma: el padre de familia devolvió, amargo hasta las heces, el cáliz de
golpe de obturador. Somos un instante: tal vez imperecedero, pero un solo instante amor que ella le tendía con su cuerpo. Y Ella, sin fuerzas para resistirlo, se mató.
espectral. El film y la proyección que nos han privado del sueño eterno, nos Suicida, en efecto, no podía Ella disfrutar de nuestra mansa paz, ni le habían
cierran el Mundo, fuera de la pantalla, a cualquier otro interés. sido vedados el amor y el dolor. Su corazón latía siempre; y en sus ojos,
Nuestra tertulia no siempre reúne, sin embargo, a todos los visitantes del profundamente excavados, no podíamos adivinar qué dosis de arsénico o de
guardarropa. Cuando uno falta a aquélla, ya sabemos que algún film en que actuó mortal amor los dilataba aún con angustia.
se pasa en Hollywood. Porque al revés de lo que pasaba con nosotros, Ella vivía a medias, sufría con
–Está enfermo –decimos nosotros–. Se ha quedado en casa. fidelidad la pasión de sus personajes. Cuando nuestros films se exhibían, nosotros,
A la noche siguiente, o tres o cuatro después, el fantasma vuelve a ocupar su como ya lo he advertido, desaparecíamos de la tertulia. Ella, no. Permanecía
sitio habitual en la compañía que prefiere. Y aunque su semblante expresa fatiga y recostada allí mismo, arropada de frío, con la expresión ansiosa y jadeante.
en su silueta se perciben los finos estragos de una nueva proyección, no hay en Simulábamos no notar su presencia en tales casos; pero cuando apenas concluida
ellos rastros de verdadero sufrimiento. Diríase que durante el tiempo invertido en la proyección se incorporaba en el diván, ella misma
el pasaje de su film, el actor estuvo sometido a un sueño de semiinconsciencia. nos expresaba entonces su quebranto.
Cosa muy distinta sucedía con ella (no quiero nombrarla), la hermosa y vivida –¡Oh, qué angustia! –nos decía descubriéndose la frente–. Siento todo lo que
estrella, que una noche hizo en el guardarropa su entrada entre nosotros –muerta. hago, como si no hubiera fingido en el estudio… Antes, yo sabía que al concluir
No es para nadie una novedad el éxito que alcanzó en vida esta actriz en su una escena, por fuerte que hubiera sido, podía pensar en otra cosa, y reírme…
brillante y fugaz carrera de meteoro. De la mujer, poseyó las más ricas calidades. Ahora, no… ¡Es como si yo misma fuera el
La extrema belleza del rostro, del cuerpo, del sentimiento –cualquiera de estos personaje…!
supremos dones puede por sí sólo derribar una alma femenina con su excesivo Bien. Nosotros habíamos llegado legalmente al término de nuestros días y
encanto. Ella, casi como un castigo, poseyó y soportó los tres. nada les debíamos. Ella había tronchado los suyos. Su vida inconclusa sufría un
Todo le fue acordado en su breve paso por el Mundo. Conoció las locuras del fuerte déficit, que su fantasma cinematográfico se iba cobrando, escena tras
éxito, de la fortuna, de la vanidad, de la adulación, del peligro. Sólo las locuras escena, de lo que ella había supuesto fingidos dolores…
del amor le fueron negadas. Debía pagar. De su amor, nada nos había dicho, hasta la noche en que al
Entre todos los hombres que se le rendían, a su lado mismo o a través de dos concluir su tarea
mil leguas de clamor y deseo, ella se ofreció toda entera al único ser capaz de murmuró amargamente:
desecharla: un puritano de principios morales inviolables, que antes de conocer a –¡Si al menos… si al menos pudiera no verlo…!
la actriz había puesto su honor en su esposa y su tierno hijo de diez meses. ¡Oh! No nos era tampoco necesario recordar, para que comprendiéramos el
No es fácil adivinar en un cuáquero de rancia cepa como Dougald Mac sufrimiento de la pobre criatura: noche tras noche, después de un mes de completa
Namara, el estado de sus sentimientos; pero a nadie hubiera sido grato soportar el desaparición de Hollywood, Mac Namara asistía desde la platea del Monopole, y
choque que en su corazón libraban sus principios austeros con su culpable amor. sin faltar a una, a las cintas de Ella.
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Nunca hasta hoy la literatura ha sacado todo el partido posible de la tremenda compensación un sendero de lívida y tremenda angustia, que iba desde una butaca
situación entablada cuando un esposo, un hijo, una madre, tornan a ver en la vacía hasta un diván espectral.
pantalla, palpitante de vida, al ser querido que perdieron. ¡Pero jamás tampoco fue Ni a la noche siguiente, ni a la otra, ni a las que le sucedieron por un mes,
supuesta una tortura igual a la de una enamorada que ve por fin entregarse al Dougald Mac Namara volvió.
hombre por quien ella se mató, y que no puede correr delirante a sus brazos, no ¿Debo advertir que desde media hora antes de la exhibición en todas esas
puede mirarlo, ni volverse siquiera a él, porque toda ella y su amor no son ya más noches, nuestros labios permanecieron mudos, y que desde el primer chirrido del
que un espectro fotográfico. film, nuestros ojos no abandonaban a la enferma?
Tampoco debía ser risueño lo que pasaba por el corazón del puritano, cuya También ella esperaba –¡y de qué modo!– el comienzo de la proyección.
mujer e hijo dormían en sosiego, pero cuyos ojos abiertos contemplaban viva a la Durante un largo rato –el tiempo de buscarlo en la sala–, su rostro adelgazado por
actriz. Hay sentimientos a los que no se puede dar cuerpo verbal, mas que es el suicidio lucía hasta lo fantástico de ansiosa esperanza. Y cuando sus ojos se
posible seguir perfectamente con los ojos cerrados. Los de Dougald Mac Namara cerraban por fin –¡Mac Namara no había ido!–, el aplastamiento agónico de sus
pertenecían a este género. rasgos sólo era comparable al delirio anterior.
Para nosotros, sin embargo, únicamente la situación de Ella ofrecía vivo Nuevas noches se sucedieron, en vano. La butaca del Monopole proseguía
interés. Es muy triste cosa haber muerto en vano, cuando la vida exige todavía lo desierta.
que ya no se le puede dar. En un austero hogar de cualquier alameda, un hombre de principios rígidos
–¡No es posible –dejaba ella escapar a veces después de su trance– sufrir más debía de velar el sueño de su casta esposa y su puro infante. Cuando se ha
de lo que sufro! resistido a una cálida boca que implora ser besada, se resiste muy bien a una
¡Tres cuartos de hora viéndolo en la platea…! ¡Y yo, aquí…! danzante ilusión de celuloide. Después de un instante de flaqueza, Mac Namara
Insensiblemente, todos habíamos olvidado nuestros paseos a la luz de la Luna no retornaría más al Monopole.
y nuestros cuchicheos sin calor, para no contemplar sino aquel tormento. Tal lo creíamos. Ella no expresaba ya sus deseos de morir; se moría.
Presentíamos de un modo obscuro que Ella no podría resistir las torturas que con Una noche, por fin, al breve rato de iniciarse la proyección, y mientras
una crueldad sin ejemplo proseguía nosotros no perdíamos de vista su semblante, sus manos de muerta se arrancaron
infligiéndole su vida trunca. bruscamente de los ojos. Súbitamente su rostro se iluminó de felicidad hasta ese
¡Morir de nuevo! ¿Pero nunca, nunca debía hallar descanso quien lo buscó radiante esplendor de que sólo la vida posee el secreto, y tendiendo los brazos
rendida más allá de la existencia, comprando con puñados de arsénico la parálisis adelante lanzó un grito. ¡Pero qué grito, oh Dios!
de su amor? Lo ha visto… –nos dijimos nosotros–. ¡Ha vuelto al Monopole!
–¡Oh, morir! –decía ella misma, oprimiéndose la cara entre las manos–. ¡Y no Era más. Allá, en un lugar cualquiera del Mundo, el puritano de rígidos
verlo, no verlo más! principios acababa de pegarse un tiro.
Pero del otro lado de la pantalla, Dougald Mac Namara no apartaba sus ojos de Hay algo, pues, superior a la Muerte y al Deber. A dos pasos de nosotros,
ella. ahora, los amantes están estrechados. Nunca se separarán. Él sofocó su amor
Una noche, a la hora triste, mientras Ella yacía inmóvil en el diván, semioculta impuro, fue vencido temporalmente cuando iba a esconderse en una butaca, y
por cuantos plaids habíamos podido echar sobre su cuerpo, la joven apartó de regresó por fin triunfal a su hogar austero. Ahora está a su lado, en el diván.
pronto las manos de sus ojos. Ella sonríe de dicha casi carnal, pura como su muerte. Nada debe ya al destino
–No está… –dijo lentamente–. Hoy no ha venido… y descansa feliz. Su vida está cumplida.
La proyección de la cinta continuaba, pero la actriz no parecía ya sufrir la
pasión de sus personajes. Todo se había desvanecido en la nada inerte, dejando en
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“EL VAMPIRO” (1927)


de Horacio Quiroga

-Sí –dijo el abogado Rhode-. Yo tuve esa causa. Es un caso, bastante raro por -Murió.
aquí, de vampirismo. Rogelio Castelar, un hombre hasta entonces normal fuera de -Murió aplastada.
algunas fantasías, fue sorprendido una noche en el cementerio arrastrando el -Murió.
cadáver recién enterrado de una mujer. El individuo tenía las manos destrozadas -Gritó.
porque había removido un metro cúbico de tierra con las uñas. En el borde de la -Gritó una sola vez.
fosa yacían los restos del ataúd, recién quemado. Y como complemento macabro, -Yo sentí que gritaba.
un gato, sin duda forastero, yacía por allí con los riñones rotos. Como ven, nada -Yo también.
faltaba al cuadro. -Murió.
En la primera entrevista con el hombre vi que tenía que habérmelas con un -La mujer de él murió aplastada.
fúnebre loco. Al principio se obstinó en no responderme, aunque sin dejar un -¡Por todos los santos! –grité yo entonces retorciéndome las manos-.
instante de asentir con la cabeza a mis razonamientos. Por fin pareció hallar en mí ¡Salvémosla, compañeros! ¡Es un deber nuestro salvarla!
al hombre digno de oírle. La boca le temblaba por la ansiedad de comunicarse. Y corrimos todos. Todos corrimos con silenciosa furia a los escombros. Los
-¡Ah! ¡Usted me entiende! –exclamó, fijando en mí sus ojos de fiebre. Y ladrillos volaban, los marcos caían desescuadrados y la remoción avanzaba a
continuó con un vértigo de que apenas puede dar idea lo que recuerdo: saltos.
-¡A usted le diré todo! ¡Sí! ¿Que cómo fue eso del ga… de la gata? ¡Yo! A las cuatro yo solo trabajaba. No me quedaba una uña sana, ni en mis dedos
¡Solamente yo! Óigame: Cuando yo llegué… allá, mi mujer… había otra cosa que escarbar. ¡Pero en mi pecho! ¡Angustia y furor de tremebunda
-¿Dónde allá? –le interrumpí. desgracia que temblaste en mi pecho al buscar a mi María!
-Allá… ¿La gata o no? ¿Entonces?... Cuando yo llegué mi mujer corrió como No quedaba sino el piano por remover. Había allí un silencio de epidemia, una
una loca a abrazarme. Y en seguida se desmayó. Todos se precipitaron entonces enagua caída y ratas muertas. Bajo el piano tumbado, sobre el piso granate de
sobre mí, mirándome con ojos de locos. ¡Mi casa! ¡Se había quemado, sangre y carbón, estaba aplastada la sirvienta.
derrumbado, hundido con todo lo que tenía dentro! ¡Esa, esa era mi casa! ¡Pero Yo la saqué al patio, donde no quedaban sino cuatro paredes silenciosas,
ella no, mi mujer mía! Entonces un miserable devorado por la locura me sacudió viscosas de alquitrán y agua. El suelo resbaladizo reflejaba el cielo oscuro.
el hombro, gritándome: Entonces cogí a la sirvienta y comencé a arrastrarla alrededor del patio.
-¿Qué hace? ¡Conteste! Eran míos esos pasos. ¡Y qué pasos! ¡Un paso, otro paso otro paso!
Y yo le contesté: En el hueco de una puerta –carbón y agujero, nada más- estaba acurrucada la
-¡Es mi mujer! ¡Mi mujer mía que se ha salvado! gata de casa, que había escapado al desastre, aunque estropeada. La cuarta vez
Entonces se levantó un clamor: que la sirvienta y yo pasamos frente a ella, la gata lanzó un aullido de cólera.
-¡No es ella! ¡Esa no es! ¡Ah! ¿No era yo, entonces?, grité desesperado. ¿No fui yo el que buscó entre
Sentí que mis ojos, al bajarse a mirar lo que yo tenía entre mis brazos, querían los escombros, la ruina y la mortaja de los marcos, un solo pedazo de mi María!
saltarse de las órbitas ¿No era esa María, la María de mí, y desmayada? Un golpe La sexta vez que pasamos delante de la gata, el animal se erizó. La séptima
de sangre me encendió los ojos y de mis brazos cayó una mujer que no era María. vez se levantó, llevando a la rastra las patas de atrás. Y nos siguió entonces así,
Entonces salté sobre una barrica y dominé a todos los trabajadores. Y grité con la esforzándose por mojar la lengua en el pelo engrasado de la sirvienta -¡de ella, de
voz ronca: María, no maldito rebuscador de cadáveres!
-¡Por qué! ¡Por qué! -¡Rebuscador de cadáveres! –repetí yo mirándolo-. ¡Pero entonces eso fue en
Ni uno solo estaba peinado porque el viento les echaba a todos el pelo de el cementerio!
costado. Y los ojos de fuera mirándome. Entonces comencé a oír de todas partes:
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El vampiro se aplastó entonces el pelo mientras me miraba con sus inmensos No necesitaba más, como ustedes comprenden –concluyó el abogado-, para
ojos de loco. orientarme totalmente respecto del individuo. Fue internado en seguida. Hace ya
-¡Conque sabías entonces! –articuló-. ¡Conque todos lo saben y me dejan dos años de esto, y anoche ha salido, perfectamente curado…
hablar una hora! ¡Ah! –rugió en un sollozo echando la cabeza atrás y deslizándose -¿Anoche? –exclamó un hombre joven de riguroso luto-. ¿Y de noche se da de
por la pared hasta caer sentado-: ¡Pero quién me dice al miserable yo, aquí, por alta a los locos?
qué en mi casa me arranqué las uñas para no salvar del alquitrán ni el pelo -¿Por qué no? El individuo está curado, tan sano como usted y como yo. Por lo
colgante de mi María! demás, si reincide, lo que es de regla en estos vampiros, a estas horas debe de
estar ya en funciones. Pero estos no son asuntos míos. Buenas noches, señores.

“EL ACOMODADOR” (1946)


de Felisberto Hernández

Apenas había dejado la adolescencia me fui a vivir a una ciudad grande. Su centro del techo y llegaba casi hasta los pies de mi cama. Yo hacía una pantalla de
centro –donde todo el mundo se movía apurado entre casas muy altas- quedaba diario y me acostaba con la cabeza hacia los pies; de esa manera podía leer
cerca de un río. disminuyendo la luz y apagando un poco las flores. Junto a la cabecera de la cama
Yo era acomodador de un teatro; pero fuera de allí lo mismo corría de un lado había una mesa con botellas y objetos que yo miraba horas enteras. Después
para otro; parecía un ratón debajo de muebles viejos. Iba a mis lugares preferidos apagaba la luz y seguía despierto hasta que oía entrar por la ventana ruidos de
como si entrara en agujeros próximos y encontrara conexiones inesperadas. huesos serruchados, partidos con el hacha, y la tos del carnicero.
Además, me daba placer imaginar todo lo que no conocía de aquella ciudad. Dos veces por semana un amigo me llevaba a un comedor gratuito. Primero se
Mi turno en el teatro era el último de la tarde. Yo corría a mi camarín, lustraba entraba a un hall casi tan grande como el de un teatro, y después se pasaba al
mis botones dorados y calzaba mi frac verde sobre chaleco y pantalones grises, en lujoso silencio del comedor. Pertenecía a un hombre que ofrecería aquellas cenas
seguida me colocaba en el pasillo izquierdo de la platea y alcanzaba a los hasta el fin de sus días. Era una promesa hecha por haberse salvado su hija de las
caballeros tomándoles el número; pero eran las damas las que primero seguían aguas del río. Los comensales eran extranjeros abrumados de recuerdos. Cada uno
mis pasos cuando yo los apagaba en la alfombra roja. Al detenerme extendía la tenía derecho a llevar a un amigo dos veces por semana; y el dueño de casa comía
mano y hacía un saludo en paso de minué. Siempre esperaba una propina en esa mesa una vez por mes. Llegaba como un director de orquesta después que
sorprendente, y sabía inclinar la cabeza con respeto y desprecio: No importaba los músicos estaban prontos. Pero lo único que él dirigía era el silencio. A las
que ellos no sospecharan todo lo superior que era yo. Ahora yo me sentía como un ocho, la gran portada blanca del fondo abría una hoja y aparecía el vacío en
solterón de flor en el ojal que estuviera de vuelta de muchas cosas; y era feliz penumbra de una habitación contigua; y de esa oscuridad salía el frac negro de
viendo damas en trajes diversos; y confusiones en el instante de encenderse el una figura alta con la cabeza inclinada hacia la derecha. Venía levantando una
escenario y quedar en la penumbra la platea. Después yo corría a contar las mano para indicarnos que no debíamos pararnos; todas las caras se dirigían hacia
propinas, y por último salía a registrar la ciudad. él; pero no los ojos; ellos pertenecían a los pensamientos que en aquel instante
Cuando volvía cansado a mi pieza y mientras subía las escaleras y cruzaba los habitaban las cabezas. El director hacía un saludo al sentarse, todos dirigían la
corredores, esperaba ver algo más a través de puertas entreabiertas. Apenas cabeza hacia los platos y pulsaban sus instrumentos. Entonces cada profesor de
encendía la luz, se coloreaban de golpe las flores del empapelado: eran rojas y silencio tocaba para sí. Al principio se oían picotear los cubiertos; pero a los
azules sobre fondo negro. Habían ajado la lámpara con un cordón que salía del pocos instantes aquel ruido volaba y quedaba olvidado. Yo empezaba,
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simplemente, a comer. Mi amigo era como ellos y aprovechaba aquellos Algún tiempo después me echaron del empleo y mi amigo extranjero me
momentos para recordar su país. De pronto yo me sentía reducido al círculo del consiguió otro en un teatro inferior. Allí iban mujeres mal vestidas y hombres que
plato y me parecía que no tenía pensamientos propios. Los demás eran como daban poca propina. Sin embargo, yo traté de conservar mi puesto.
dormidos que comieran al mismo tiempo y fueran vigilados por los servidores. Pero en uno de aquellos días más desgraciados apareció ante mis ojos algo que
Sabíamos que terminábamos un plato porque en ese instante lo escamoteaban; y me compensó de mis males. Había estado insinuándose poco a poco. Una noche
pronto nos alegraba el siguiente. A veces teníamos que dividir la sorpresa y me desperté en el silencio oscuro de mi pieza y vi, en la pared empapelada de
atender al cuello de una botella que venía arropada en una servilleta blanca. Otras flores violetas, una luz. Desde el primer instante tuve la idea de que me ocurría
veces nos sorprendía la mancha oscura del vino que parecía agrandarse en el aire algo extraordinario, y no me asusté. Moví los ojos hacia un lado y la mancha de
mientras la sostenía el cristal de la copa. luz siguió el mismo movimiento. Era una mancha parecida a la que se ve en la
A las pocas reuniones en el comedor gratuito, yo ya me había acostumbrado a oscuridad cuando recién se apaga la lamparilla; pero esta otra se mantenía
los objetos de la mesa y podía tocar los instrumentos para mí solo. Pero no podía bastante tiempo y era posible ver a través de ella. Bajé los ojos hasta la mesa y vi
dejar de preocuparme por el alojamiento de los invitados. Cuando el “director” las botellas y los objetos míos. No me quedaba la menor duda; aquella luz salía de
apareció en el segundo mes, yo no pensaba que aquel hombre nos obsequiaba por mis propios ojos, y se había estado desarrollando desde hacía mucho tiempo. Pasé
haberse salvado su hija, yo insistía en suponer que la hija se había ahogado. Mi el dorso de mi mano por delante de mi cara y vi mis dedos abiertos. Al poco rato
pensamiento cruzaba con pasos inmensos y vagos las pocas manzanas que nos sentí cansancio; la luz disminuía y yo cerré los ojos. Después los volví a abrir para
separaban del río; entonces yo me imaginaba a la hija, a poco centímetros de la comprobar si aquello era cierto. Miré la bombita de luz eléctrica y vi que ella
superficie del agua; allí recibía la luz de una luna amarillenta; pero al mismo brillaba con luz mía. Me volví a convencer y tuve una sonrisa. ¿Quién, en el
tiempo resplandecía de blanco, su lujoso vestido y la piel de sus brazos y su cara. mundo, veía con sus propios ojos en la oscuridad?
Tal vez aquel privilegio se debiera a las riquezas del padre y a sacrificios Cada noche yo tenía más luz. De día había llenado la pared de clavos; y en la
ignorados. A los que comían frente a mí y de espaldas al río, también los noche colgaba objetos de vidrio o porcelana: eran los que se veían mejor. En un
imaginaba ahogados: se inclinaban sobre los platos como si quisieran subir desde pequeño ropero –donde estaban grabadas mis iniciales, pero no las había grabado
el centro del río y salir del agua; los que comíamos frente a ellos, les hacíamos yo-, guardaba copas atadas del pie con un hilo, botellas con el hilo al cuello;
una cortesía, pero no les alcanzábamos la mano. platitos atados en el calado del borde; tacitas con letras doradas, etc. Una noche
Una vez en aquel comedor oí unas palabras. Un comensal muy gordo había me atacó un terror que casi me lleva a la locura. Me había levantado para ver si
dicho: “Me voy a morir”. En seguida cayó con la cabeza en la sopa, como si la me quedaba algo más en el ropero; no había encendido la luz eléctrica y vi mi
quisiera tomar sin cuchara; los demás habían dado vuelta sus cabezas para mirar cara y mis ojos en el espejo, con mi propia luz. Me desvanecí. Y cuando me
la que estaba servida en el plato, y todos los cubiertos habían dejado de latir. desperté tenía la cabeza debajo de la cama y veía los fierros como si estuviera
Después se había oído arrastrar las patas de las sillas, los sirvientes llevaron al debajo de un puente. Me juré no mirar nunca más aquella cara mía y aquellos ojos
muerto al cuarto de los sombreros e hicieron sonar el teléfono para llamar al de un puente. Eran de un color amarillo verdoso que brillaba como el triunfo de
médico. Y antes que el cadáver se enfriara ya todos habían vuelto a sus platos y se una enfermedad desconocida; los ojos eran grandes redondeles, y la cara estaba
oían picotear los cubiertos. dividida en pedazos que nadie podría juntar ni comprender.
Al poco tiempo yo empecé a disminuir las corridas por el teatro y a Me quedé despierto hasta que subió el ruido de los huesos serruchados y
enfermarme de silencio. Me hundía en mí mismo como en un pantano. Mis cortados con el hacha.
compañeros de trabajo tropezaban conmigo, y yo empecé a ser un estorbo errante. Al otro día recordé que hacía pocas noches iba subiendo el pasillo de la platea
Lo único que hacía bien era lustrar los botones de mi frac. Una vez un compañero en penumbra y una mujer me había mirado los ojos con las cejas fruncidas. Otra
me dijo: “¡Apúrate, hipopótamo!” Aquella palabra cayó en mi pantano, se me noche mi amigo extranjero me había hecho burla diciéndome que mis ojos
quedó pegada y empezó a hundirse. Después me dijeron otras cosas. Y cuando ya brillaban como los de los gatos. Yo trataba de mirarme la cara en las vidrieras
me habían llenado la memoria de palabras como cacharros sucios, evitaban apagadas, y prefería no ver los objetos que había tras los vidrios. Después de
tropezar conmigo y daban vuelta por otro lado para esquivar mi pantano.
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haber pensado mucho en los modos de utilizar la luz, siempre había llegado a la -¡Qué pañuelo sucio!
conclusión de que debía utilizarla cuando estuviera solo. Él también se rió; pero de pronto le salió un graznido ronco y enderezó hacia
En una de las cenas y antes que apareciera el dueño de casa en la portada la puerta. Cuando la abrió tenía la mano en los ojos y temblaba. Entonces me di
blanca, vi la penumbra de la puerta entreabierta y sentí deseos de meter los ojos cuenta que me había visto la cara; y eso yo no lo había previsto. Él me decía,
allí. Entonces empecé a planear la manera de entrar en aquella habitación, pues ya suplicante:
había entrevisto en ella vitrinas cargadas de objetos y había sentido aumentar la -¡Váyase, señor! ¡Váyase, señor!
luz de mis ojos. Y empezó a cruzar el comedor. Estaba ya iluminado pero vacío.
El hall del gran comedor daba a una calle; pero la casa cruzaba toda la En la próxima vez que el dueño de casa comió con nosotros, yo le pedí a mi
manzana y tenía la entrada principal por otra calle; yo ya me había paseado amigo que me permitiera sentarme cerca de la cabecera –donde se ubicaba el
muchas veces por la calle del hall y había visto varias veces al mayordomo; era el dueño-. El mayordomo tendría que servir allí, y no podría esquivarme. Cuando
único que andaba por allí a esas horas. Cuando caminaba de frente con las piernas traía el primer plato sintió sobre él mis ojos y le empezaron a temblar las manos.
y los brazos torcidos hacia afuera, parecía un orangután; pero al verlo de costado, Mientras el ruido de los cubiertos entretenía el silencio, yo acosaba al
con la cola del frac muy dura, parecía un bicharraco. Una tarde, antes de cenar, mayordomo. Después lo volví a ver en el hall. Él me decía:
me atreví a hablarle. Él me miraba escondiendo los ojos detrás de cejas espesas, -¡Señor, usted me va a perder!
mientras yo le decía: -Si no me escucha, ya lo creo que lo perderé.
-Me gustaría hablarle de un asunto particular; pero tengo que pedirle reserva. -¿Pero qué quiere el señor de mí?
-Usted dirá, señor. -Que me permita ver, simplemente ver, puesto que usted me revisará a la
-Yo… –ahora él miraba el piso y esperaba- tengo en los ojos una luz que me salida, las vitrinas de la habitación contigua al comedor.
permite ver en la oscuridad… Empezó a hacer señas con las manos y la cabeza antes de poder articular
-Comprendo, señor. ninguna palabra. Y cuando pudo, dijo:
-¡Comprende, no! –le contesté irritado-. Usted no puede haber conocido a -Yo vine a esta casa, señor, hace muchos años…
nadie que viera en la oscuridad. A mí me daba pena; y fastidio de tener pena. Mi lujuria de ver me lo hacía
-Dije que comprendía sus palabras, señor; pero ya lo creo que ellas me considerar como un obstáculo complicado. Él me hacía la historia de su vida y me
asombran. explicaba por qué no podía traicionar al dueño de casa. Entonces lo interrumpí
-Escuche. Si nosotros entramos a esa habitación –la de los sombreros- y intimidándolo:
cerramos la puerta, usted puede poner encima de la mesa cualquier objeto que -Todo eso es inútil, puesto que él no se enterará; además, usted se portaría
tenga en el bolsillo y yo le diré qué es. mucho peor si yo le revolviera la cabeza por dentro. Esta noche vendré a las dos,
-Pero, señor –decía él-, si en ese momento viniera… y estaré en aquella habitación hasta la tres.
-Si es el dueño de la casa, yo le doy autorización para que se lo diga. Hágame -Señor, revuélvame la cabeza y máteme.
el favor; es un momentito nada más. -No; te ocurrirían cosas mucho más horribles que la muerte.
-¿Y para qué? Y en el instante de irme le repetía:
-Ya se lo explicaré. Ponga cualquier cosa en la mesa apenas yo cierre la puerta; -Esta noche, a las dos, estaré en esta puerta.
y en seguida le diré… Al salir de allí necesité pensar algo que me justificara. Entonces me dije:
-Lo más pronto que pueda, señor… “Cuando él vea que no ocurre nada no sufrirá más”. Yo quería ir esa noche porque
Pasó ligero, se acercó a la mesa, yo cerré la puerta y al instante le dije: me tocaba cenar allí; y aquellas comidas con sus vinos me excitaban mucho y me
-¡Usted ha puesto la mano abierta y nada más! aumentaban la luz.
-Bueno, me basta, señor. Durante esa cena el mayordomo no estuvo tan nervioso como yo esperaba, y
-Pero ponga algo que tenga en el bolsillo… pensé que no me abriría la puerta. Pero fui a las dos, y me abrió. Entonces,
Puso el pañuelo; y yo, riéndome, le dije: mientras cruzaba el comedor detrás de él y de su candelabro, se me ocurrió la idea
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de que él no habría resistido la tortura de la amenaza, le habría contado todo al fija y el paso lento. Yo esperaba que su envoltura de luz llegara hasta el colchón y
dueño y me tendrían preparada una trampa. Apenas entramos en la habitación de ella soltara un grito. Se detenía unos instantes; y al renovar los pasos yo pensaba
las vitrinas lo miré: tenía los ojos bajos y la cara inexpresiva; entonces le dije: que tenía tiempo de escapar; pero no me podía mover. A pesar de las pequeñas
-Tráigame un colchón. Veo mejor desde el piso, y quiero tener el cuerpo sombras en la cara se veía que aquella mujer era bellísima: parecía haber sido
cómodo. hecha con las manos y después de haberla bosquejado en un papel. Se acercaba
Vaciló haciendo movimientos con el candelabro y se fue. Cuando me quedé demasiado, pero yo pensaba quedarme quieto hasta el fin del mundo. Se paró a un
solo y empecé a mirar creí estar en el centro de una constelación. Después pensé costado del colchón. Después empezó a caminar pisando con un pie en el piso y
que me atraparían. El mayordomo tardaba. Para prenderme a mí no hubiera otro en el colchón. Yo estaba como un muñeco extendido en un escaparate
necesitado mucho tiempo. Apareció arrastrando un colchón con una mano porque mientras ella pisaba con un pie en el cordón de la vereda y el otro en la calle.
en la otra traía el candelabro. Y con voz que sonó demasiado entre aquellas Después permanecí inmóvil, a pesar de que la luz de ella se movía de una manera
vitrinas, dijo: extraña. Cuando la vi pasar de vuelta ella hacía un camino en forma de eses por
-Volveré a las tres. entre el espacio de una vitrina a la otra, y la cola del peinador se iba enredando
Al principio yo tenía miedo de verme reflejado en los grandes espejos o en los suavemente en las patas de las vitrinas. Tuve la sensación de haber dormido un
cristales de las vitrinas. Pero tirado en el suelo no me alcanzaría ninguno de ellos. poco antes que ella hubiera llegado a la puerta del fondo. La había dejado abierta
¿Por qué el mayordomo estaría tan tranquilo? Mi luz anduvo vagando por aquel al venir y también la dejó al irse. Todavía no había desaparecido del todo la luz de
universo; pero yo no podía alegrarme. Después de tanta audacia para llegar hasta ella, cuando descubrí que había otras detrás de mí. Ahora me pude levantar. Tomé
allí, me faltaba coraje para estar tranquilo. Yo podía mirar una cosa y hacerla mía el colchón por una punta y salí para encontrarme con el mayordomo. Le temblaba
teniéndola en mi luz un buen rato; pero era necesario estar despreocupado y saber todo el cuerpo y el candelabro. No podía entender lo que me decía porque le
que tenía derecho a mirarla. Me decidí a observar un pequeño rincón que tenía castañeteaban los dientes postizos.
cerca de los ojos. Había un libro de misa con tapas de carey veteado como el Ya sabía que en la próxima sesión ella aparecería de nuevo; no podía
azúcar quemada; pero en una de las esquinas tenía un calado sobre el que concentrarme para mirar nada, y no hacía otra cosa que esperarla. Apareció y me
descansaba una flor aplastada. Al lado de él, enroscado como un reptil, yacía un sentí más tranquilo. Todos los hechos eran iguales a la primera vez; el hueco de
rosario de piedras preciosas. Esos objetos estaban al pie de abanicos que parecían los ojos conservaba la misma fijeza; pero no sé dónde estaba lo que cada noche
bailarinas abriendo sus anchas polleras; mi luz perdió un poco de estabilidad al tenía de diferente. Al mismo tiempo yo ya sentía costumbre y ternura. Cuando ella
pasar sobre algunos que tenían lentejuelas; y por fin se detuvo en otro que tenía venía cerca del colchón tuve una rápida inquietud: me di cuenta que no pasaría
un chino con cara de nácar y traje de seda. Sólo aquel chino podía estar aislado en por la orilla sino que cruzaría por encima de mí. Volví a sentir terror y a creer que
aquella inmensidad; tenía una manera de estar fijo que hacía pensar en el misterio ella gritaría. Se detuvo cerca de mis pies. Después dio un paso sobre el colchón;
de la estupidez. Sin embargo, él fue lo único que yo pude hacer mío aquella otro encima de mis rodillas –que temblaron, se abrieron e hicieron resbalar el pie
noche. Al salir quise darle una propina al mayordomo. Pero él la rechazó de ella-; otro paso del otro pie en el colchón; otro paso en la boca de mi estómago;
diciendo: otro más en el colchón y otro de manera que su pie descalzo se apoyó en mi
-Yo no hago esto por interés, señor; lo hago obligado por usted. garganta. Y después perdí el sentido de lo que ocurría de la más delicada manera:
En la segunda sesión miré miniaturas de jaspe; pero al pasar mi luz por encima pasó por mi cara toda la cola de su peinador perfumado.
de un pequeño puente sobre el que cruzaban elefantes me di cuenta de que en Cada noche los hechos eran más parecidos; pero yo tenía sentimientos
aquella habitación había otra luz que no era la mía. Di vuelta los ojos antes que la distintos. Después todos se fundían y las noches parecían pocas. La cola del
cabeza y vi avanzar una mujer blanca con un candelabro. Venía desde el principio peinador borraba memorias sucias y yo volvía a cruzar espacios de un aire tan
de la ancha avenida bordeada de vitrinas. Me empezaron espasmos en la sien que delicado como el que hubieran podido mover las sábanas de la infancia. A veces
en seguida corrieron como ríos dormidos a través de las mejillas; después los ella interrumpía un instante el roce de la cola sobre mi cara; entonces yo sentía la
espasmos me envolvieron el pelo con vueltas de turbante. Por último, aquello angustia de que me cortaran la comunicación y la amenaza de un presente
descendió por las piernas y se anuló en las rodillas. La mujer venía con la cabeza
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desconocido. Pero cuando el roce continuaba y el abismo quedaba salvado, yo Yo casi corría y estaba a punto de sollozar. Ellos llegaron a un cine barato, y
pensaba en una broma de la ternura y bebía con fruición todo el resto de la cola. cuando él fue a sacar las entradas ella dio vuelta la cabeza. Me miró con cierta
A veces, el mayordomo me decía: inasistencia porque vio mi ansiedad, pero no me conoció. Yo no tenía la menor
-¡Ah, señor! ¡Cuánto tarda en descubrirse todo esto! duda. Al entrar me senté algunas filas delante de ellos, y en una de las veces que
Pero yo iba a mi pieza, cepillaba lentamente mi traje negro en el lugar de las me di vuelta para mirarla, ella debe haber visto mis ojos en la oscuridad, pues
rodillas y el estómago, y después me acostaba para pensar en ella. Había olvidado empezó a hablarle a él con alguna agitación. Al rato yo me di vuelta otra vez;
mi propia luz: la hubiera dado para recordar con más precisión cómo la envolvía a ellos hablaron de nuevo, pero pocas palabras y en voz alta. E inmediatamente
ella la luz de su candelabro. Repasaba sus pasos y me imaginaba que una noche abandonaron la sala. Yo también. Corría detrás de ella sin saber lo que iba a hacer.
ella se detendría cerca de mí y se hincaría; entonces, en vez del peinador, yo Ella no me reconocía; y además se me escapaba con otro. Yo nunca había tenido
sentiría sus cabellos y sus labios. Todo esto lo componía de muchas maneras; y a tanta excitación y, aunque sospechaba que no iría a buen fin, no podía detenerme.
veces le ponía palabras: “Querido mío, yo te mentía…” Pero esas palabras no me Estaba seguro de que en todo aquello había confusión de destinos; pero el hombre
parecían de ella y tenía que empezar a suponer todo de nuevo. Esos ensayos no que iba apretado al brazo de ella se había hundido la gorra hasta las orejas y
me dejaban dormir; y hasta penetraban un poco en los sueños. Una vez soñé que caminaba cada vez más ligero. Los tres nos precipitábamos como en un peligro de
ella cruzaba una gran iglesia. Había resplandores de luces de velas sobre colores incendio; yo ya iba cerca de ellos, y esperaba quién sabe qué desenlace. Ellos
rojos y dorados. Lo más iluminado era el vestido blanco de novia con una larga bajaron la vereda y empezaron a cruzar la calle corriendo; yo iba a hacer lo
cola que ella llevaba lentamente. Se iba a casar; pero caminaba sola y con una mismo, y en ese instante me detuvo otro hombre de gorra; estaba sentado en un
mano se tomaba la otra. Yo era un perro lanudo de un color negro muy brillante y auto, había descargado un cornetazo y me estaba insultando. Apenas desapareció
estaba echado encima de la cola de la novia. Ella me arrastraba con orgullo y yo el auto yo vi a la pareja acercarse a un policía. Con el mismo ritmo con que
parecía dormido. Al mismo tiempo yo me sentía ir entre un montón de gente que caminaba tras ellos me decidí a ir para otro lado. A los pocos metros me di vuelta,
seguía a la novia y al perro. En esa otra manera mía, yo tenía sentimientos e ideas pero no vi a nadie que me siguiera. Entonces empecé a disminuir la velocidad y a
parecidos a los de mi madre y trataba de acercarme todo lo posible al perro. Él iba reconocer el mundo de todos los días. Había que andar despacio y pensar mucho.
tan tranquilo como si se hubiera dormido en una playa y de cuando en cuando Me di cuenta que iba a tener una gran angustia y entré en una taberna que tenía
abriera los ojos y se viera rodeado de espuma. Yo le había transmitido al perro una poca luz y poca gente; pedí vino y empecé a gastar de las propinas que reservaba
idea, y él la había recibido con una sonrisa. Era ésta: “Tú te dejas llevar, pero tú para pagar la pieza. La luz salía hacia la calle por entre las rejas de una ventana
piensas en otra cosa”. abierta; y se le veían brillar las hojas a un árbol que estaba parado en el cordón de
Después, en la madrugada, oía serruchar la carne y golpear con el hacha. la vereda. A mí me costaba decidirme a pensar en lo que me pasaba. El piso era de
Una noche en que había recibido pocas propinas, salí del teatro y bajé hasta la tablas viejas con agujeros. Yo pensaba que el mundo en que ella y yo nos
calle más próxima al río. Mis piernas estaban cansadas; pero mis ojos tenían gran habíamos encontrado era inviolable; ella no lo podría abandonar después de
necesidad de ver. Al pararme en una casucha de libros viejos vi pasar una pareja haberme pasado tantas veces la cola del peinador por la cara; aquello era un ritual
de extranjeros; él iba vestido de negro y con una gorra de apache; ella llevaba en en que se anunciaba el cumplimiento de un mandato. Yo tendría que hacer algo. O
la cabeza una mantilla española y hablaba en alemán. Yo caminaba en la dirección esperar tal vez algún aviso que ella me diera en una de aquellas noches. Sin
de ellos, pero ellos iban apurados y me habían sacado ventaja. Sin embargo, al embargo, ella no parecía saber el peligro que corría en sus noches despiertas,
llegar a la esquina tropezaron con un niño que vendía caramelos y le cuando violaba lo que le indicaban los pasos del sueño. Yo me sentía orgulloso de
desparramaron los paquetes. Ella se reía, le ayudaba a juntar la mercancía y al fin ser un acomodador, de estar en la más pobre taberna y de saber, yo solo –ni
le dio unas monedas. Y fue al volverse a mirar por última vez al vendedor, cuando siquiera ella lo sabía-, que con mi luz había penetrado en un mundo cerrado para
reconocí a mi sonámbula y me sentí caer en un pozo de aire. Seguí a la pareja todos los demás. Cuando salí de la taberna vi un hombre que llevaba gorra.
ansiosamente: yo también tropecé con una gorda que me dijo: Después vi otros. Entonces tuve una idea de los hombres de gorra: eran seres que
-Mirá por donde vas, imbécil. andaban por todas partes, pero que no tenían nada que ver conmigo. Subí a un
tranvía pensando que cuando fuera a la sala de las vitrinas llevaría escondida una
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gorra y de pronto se la mostraría. Un hombre gordo descargó su cuerpo, al Apenas me quedé sólo pensé que me ocurría algo muy grave. Podría haberme
sentarse a mi lado, y yo ya no pude pensar más nada. ido; pero me quedé hasta que entró de nuevo el dueño. Detrás venía el
A la próxima reunión yo llevé la gorra, pero no sabía si la utilizaría. Sin mayordomo y dijo:
embargo, apenas ella apareció en el fondo de la sala yo saqué la gorra y empecé a -¡Todavía está aquí!
hacer señales como un farol negro. De pronto la mujer se detuvo y yo, Yo iba a contestarle. Tardé en encontrar la respuesta; sería más o menos ésta:
instintivamente, guardé la gorra; pero cuando ella empezó a caminar volví a “No soy persona de irme así de una casa. Además tengo que dar una explicación”.
sacarla y a hacer señales. Cuando ella se paró cerca del colchón tuve miedo y le Pero también me vino la idea de que sería más digno no contestar al mayordomo.
tiré con la gorra: primero le pegó en el pecho y después cayó a sus pies. Todavía El dueño ya había llegado hasta mí. Se arreglaba el pelo con los dedos y parecía
pasaron unos instantes antes de que ella soltara un grito. Se le cayó el candelabro muy preocupado. Levantó la cabeza con orgullo y, con el ceño fruncido y los ojos
haciendo ruido y apagándose. En seguida oí caer el bulto blando de su cuerpo empequeñecidos, me preguntó:
seguido de un golpe más duro que sería la cabeza. Yo me paré y abrí los brazos -¿Mi hija lo invitó a venir a este lugar?
como para tantear una vitrina; pero en ese instante me encontré con mi propia luz Su voz parecía venir de un doble fondo que él tuviera en su persona. Yo me
que empezaba a crecer sobre el cuerpo de ella. Había caído como si en seguida quedé tan desconcertado que no pude decir más que:
fuera a tener un sueño dichoso; los brazos le habían quedado entreabiertos, la -No, señor. Yo venía a ver estos objetos… y ella me caminaba por encima…
cabeza echada hacia un lado y la cara pudorosamente escondida bajo las ondas del El dueño iba a hablar, pero se quedó con la boca entreabierta. Volvió a pasarse
pelo. Yo recorría su cuerpo con mi luz como un bandido que la registrara con una los dedos por el pelo y parecía pensar: “No esperaba esta complicación”.
linterna; y cerca de los pies me sorprendí al encontrar un gran sello negro, en el El mayordomo empezó a explicarle otra vez la luz del infierno y todo lo
que pronto reconocí mi gorra. Mi luz no sólo iluminaba a aquella mujer, sino que demás. Yo sentía que toda mi vida era una cosa que los demás no comprenderían.
tomaba algo de ella. Yo miraba complacido la gorra y pensaba que era mía y no de Quise reconquistar el orgullo y dije:
ningún otro; pero de pronto mis ojos empezaron a ver en los pies de ella un color -Señor, usted no podrá entender nunca. Si le es más cómodo, envíeme a la
amarillo verdoso parecido al de mi cara aquella noche que la vi en el espejo de mi comisaría.
ropero. Aquel color se hacía brillante en algunos lados del pie y se oscurecía en Él también recobró su orgullo:
otros. Al instante aparecieron pedacitos blancos que me hicieron pensar en los -No llamaré a la policía porque usted ha sido mi invitado; pero ha abusado de
huesos de los dedos. Ya el horror giraba en mi cabeza como un humo sin salida. mi confianza, y espero que su dignidad le aconsejará lo que debe hacer.
Empecé de nuevo a hacer el recorrido de aquel cuerpo; ya no era el mismo, y yo Entonces yo empecé a pensar un insulto. Lo primero que me vino a la cabeza
no reconocía su forma; a la altura del vientre encontré, perdida, una de sus manos, fue decirle “mugriento”. Pero en seguida quise pensar en otro. Y fue en esos
y no veía de ella nada más que los huesos. No quería mirar más y hacía un gran instantes cuando se abrió, sola, una vitrina, y cayó al suelo una mandolina. Todos
esfuerzo para bajar los párpados. Pero mis ojos, como dos gusanos que se escuchamos atentamente el sonido de la caja armónica y las cuerdas. Después el
movieran por su cuenta dentro de mis órbitas, siguieron revolviéndose hasta que dueño se dio vuelta y se iba para adentro en el momento que el mayordomo fue a
la luz que proyectaban llegó hasta la cabeza de ella. Carecía por completo de pelo, recoger la mandolina; le costó decidirse a tomarla, como si desconfiara de algún
y los huesos de la cara tenían un brillo espectral como el de un astro visto con un embrujo; pero la pobre mandolina parecía, más bien, un ave disecada. Yo también
telescopio. Y de pronto oí al mayordomo: caminaba fuerte, encendía todas las me di vuelta y empecé a cruzar el comedor haciendo sonar mis pasos; era como si
luces y hablaba enloquecido. Ella volvió a recobrar sus formas; pero yo no la anduviera dentro de un instrumento.
quería mirar. Por una puerta que yo no había visto entró el dueño de casa y fue En los días que siguieron tuve mucha depresión y me volvieron a echar del
corriendo a levantar a la hija. Salía con ella en brazos cuando apareció otra mujer; empleo. Una noche intenté colgar mis objetos de vidrio en la pared; pero me
todos se iban, y el mayordomo no dejaba de gritar: parecieron ridículos. Además fui perdiendo la luz: apenas veía el dorso de mi
-Él tuvo la culpa; tiene una luz del infierno en los ojos. Yo no quería y él me mano cuando la pasaba por delante de los ojos.
obligó…
“NADIE ENCENDÍA LAS LÁMPARAS” (1947)
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de Felisberto Hernández

Hace mucho tiempo leía yo un cuento en una sala antigua. Al principio entraba personaje también habría perdido la seriedad que tuvo en vida y ahora andaría
por una de las persianas un poco de sol. Después se iba echando lentamente jugando con las palomas. Me sorprendí cuando algunas de mis palabras volvieron
encima de algunas personas hasta alcanzar una mesa que tenía retratos de muertos a causar gracia; miré a las viudas y vi que alguien se había asomado a los ojos
queridos. A mí me costaba sacar las palabras del cuerpo como de un instrumento ahumados de la que parecía más triste. En una de las oportunidades que saqué la
de fuelles rotos. En las primeras sillas estaban dos viudas dueñas de casa; tenían vista de la cabeza recostada en la pared, no miré la estatua sino a otra habitación
mucha edad, pero todavía les abultaba bastante el pelo de los moños. Yo leía con en la que creí ver llamas encima de una mesa; algunas personas siguieron mi
desgano y levantaba a menudo la cabeza del papel; pero tenía que cuidar de no movimiento; pero encima de la mesa sólo había una jarra con flores rojas y
mirar siempre a una misma persona; ya mis ojos se habían acostumbrado a ir a amarillas sobre las que daba un poco de sol.
cada momento a la región pálida que quedaba entre el vestido y el moño de una de Al terminar mi cuento se encendió el barullo y la gente me rodeó; hacían
las viudas. Era una cara quieta que todavía seguiría recordando por algún tiempo comentarios y un señor empezó a contarme un cuento de otra mujer que se había
un mismo pasado. En algunos instantes sus ojos parecían vidrios ahumados detrás suicidado. Él quería expresarse bien pero tardaba en encontrar las palabras; y
de los cuales no había nadie. De pronto yo pensaba en la importancia de algunos además hacía rodeos y digresiones. Yo miré a los demás y vi que escuchaban
concurrentes y me esforzaba por entrar en la vida del cuento. Una de las veces que impacientes; todos estábamos parados y no sabíamos qué hacer con las manos. Se
me distraje vi a través de las persianas moverse palomas encima de una estatua. había acercado la mujer que usaba esparcidas las ondas del pelo. Después de
Después vi, en el fondo de la sala, una mujer joven que había recostado la cabeza mirarla a ella, miré la estatua. Yo no quería el cuento porque me hacía sufrir el
contra la pared; su melena ondulada estaba muy esparcida y yo pasaba los ojos esfuerzo de aquel hombre persiguiendo palabras: era como si la estatua se hubiera
por ella como si viera una planta que hubiera crecido contra el muro de una casa puesto a manotear las palomas.
abandonada. A mí me daba pereza tener que comprender de nuevo aquel cuento y La gente que me rodeaba no podía dejar de oír al señor del cuento; él lo hacía
transmitir su significado; pero a veces las palabras solas y la costumbre de con empecinamiento torpe y como si quisiera decir: "soy un político, sé
decirlas producían efecto sin que yo interviniera y me sorprendía la risa de los improvisar un discurso y también contar un cuento que tenga su interés".
oyentes. Ya había vuelto a pasar los ojos por la cabeza que estaba recostada en la Entre los que oíamos había un joven que tenía algo extraño en la frente: era
pared y pensé que la mujer acaso se hubiera dado cuenta; entonces, para no ser una franja oscura en el lugar donde aparece el pelo; y ese mismo color -como el
indiscreto, miré hacia la estatua. Aunque seguía leyendo, pensaba en la inocencia de una barba tupida que ha sido recién afeitada y cubierta de polvos- le hacía
con que la estatua tenía que representar un personaje que ella misma no grandes entradas en la frente. Miré a la mujer del pelo esparcido y vi con sorpresa
comprendería. Tal vez ella se entendería mejor con las palomas: parecía consentir que ella también me miraba el pelo a mí. Y fue entonces cuando el político
que ellas dieran vueltas en su cabeza y se posaran en el cilindro que el personaje terminó el cuento y todos aplaudieron. Yo no me animé a felicitarlo y una de las
tenía recostado al cuerpo. De pronto me encontré con que había vuelto a mirar la viudas dijo: "siéntense, por favor" Todos lo hicimos y se sintió un suspiro bastante
cabeza que estaba recostada contra la pared y que en ese instante ella había general; pero yo me tuve que levantar de nuevo porque una de las viudas me
cerrado los ojos. Después hice el esfuerzo de recordar el entusiasmo que yo tenía presentó a la joven del pelo ondeado: resultó ser sobrina de ella. Me invitaron a
las primeras veces que había leído aquel cuento; en él había una mujer que todos sentarme en un gran sofá para tres; de un lado se puso la sobrina y del otro el
los días iba a un puente con la esperanza de poder suicidarse. Pero todos los días joven de la frente pelada. Iba a hablar la sobrina, pero el joven la interrumpió.
surgían obstáculos. Mis oyentes se rieron cuando en una de las noches alguien le Había levantado una mano con los dedos hacia arriba -como el esqueleto de un
hizo una proposición y la mujer, asustada, se había ido corriendo para su casa. paraguas que el viento hubiera doblado- y dijo:
La mujer de la pared también se reía y daba vuelta la cabeza en el muro como -Adivino en usted un personaje solitario que se conformaría con la amistad de
si estuviera recostada en una almohada. Yo ya me había acostumbrado a sacar la un árbol.
vista de aquella cabeza y ponerla en la estatua. Quise pensar en el personaje que la Yo pensé que se había afeitado así para que la frente fuera más amplia, y sentí
estatua representaba; pero no se me ocurría nada serio; tal vez el alma del maldad de contestarle:
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-No crea; a un árbol, no podría invitarlo a pasear. -¡Jesús, pareces Blancanieves!


Los tres nos reímos. Él echó hacia atrás su frente pelada y siguió: Y mientras nos reíamos, ella me dijo que deseaba hacerme una pregunta y
-Es verdad; el árbol es el amigo que siempre se queda. fuimos a la habitación donde estaba la jarra con flores. Ella se recostó en la mesa
Las viudas llamaron a la sobrina. Ella se levantó haciendo un gesto de hasta hundirse la tabla en el cuerpo; y mientras se metía las manos entre el pelo,
desagrado; yo la miraba mientras se iba, y sólo entonces me di cuenta que era me preguntó:
fornida y violenta. Al volver la cabeza me encontré con un joven que me fue -Dígame la verdad: ¿por qué se suicidó la mujer de su cuento?
presentado por el de la frente pelada. Estaba recién peinado y tenía gotas de agua -¡Oh!, habría que preguntárselo a ella.
en las puntas del pelo. Una vez yo me peiné así, cuando era niño, y mi abuela me -Y usted, ¿no lo podría hacer?
dijo: "Parece que te hubieran lambido las vacas." El recién llegado se sentó en el -Sería tan imposible como preguntarle algo a la imagen de un sueño.
lugar de la sobrina y se puso a hablar. Ella sonrió y bajó los ojos. Entonces yo pude mirarle toda la boca, que era
-¡Ah, Dios mío, ese señor del cuento, tan recalcitrante! muy grande. El movimiento de los labios, estirándose hacia los costados, parecía
De buena gana yo le hubiera dicho: "¿Y usted?, ¿tan femenino?" Pero le que no terminaría más; pero mis ojos recorrían con gusto toda aquella distancia de
pregunté: rojo húmedo. Tal vez ella viera a través de los párpados; o pensara que en aquel
-¿Cómo se llama? silencio yo no estuviera haciendo nada bueno, porque bajó mucho la cabeza y
-¿Quién? escondió la cara. Ahora mostraba toda la masa del pelo; en un remolino de las
-El señor... recalcitrante. ondas se le veía un poco de la piel, y yo recordé a una gallina que el viento le
-Ah, no recuerdo. Tiene un nombre patricio. Es un político y siempre lo ponen había revuelto las plumas y se le veía la carne. Yo sentía placer en imaginar que
de miembro en los certámenes literarios. aquella cabeza era una gallina humana, grande y caliente; su calor sería muy
Yo miré al de la frente pelada y él me hizo un gesto como diciendo: "'¡Y qué le delicado y el pelo era una manera muy fina de las plumas.
vamos a hacer!" Vino una de las tías -la que no tenía los ojos ahumados- a traernos copitas de
Cuando vino la sobrina de las viudas sacó del sofá al "femenino" sacudiéndolo licor. La sobrina levantó la cabeza y la tía le dijo:
de un brazo y haciéndole caer gotas de agua en el saco. Y enseguida dijo: -Hay que tener cuidado con éste; mira que tiene ojos de zorro.
-No estoy de acuerdo con ustedes. Volví a pensar en la gallina y le contesté:
-¿Por qué? -¡Señora! ¡No estamos en un gallinero!
-...y me extraña que ustedes no sepan cómo hace el árbol para pasear con Cuando nos volvimos a quedar solos y mientras yo probaba el licor -era
nosotros. demasiado dulce y me daba náuseas-, ella me preguntó:
-¿Cómo? -¿Usted nunca tuvo curiosidad por el porvenir?
-Se repite a largos pasos. Había encogido la boca como si la quisiera guardar dentro de la copita.
Le elogiamos la idea y ella se entusiasmó: -No, tengo más curiosidad por saber lo que le ocurre en este mismo instante a
-Se repite en una avenida indicándonos el camino; después todos se juntan a lo otra persona; o en saber qué haría yo ahora si estuviera en otra parte.
lejos y se asoman para vernos; y a medida que nos acercamos se separan y nos -Dígame, ¿qué haría usted ahora si yo no estuviera aquí?
dejan pasar. -Casualmente lo sé: volcaría este licor en la jarra de las flores.
Ella dijo todo esto con cierta afectación de broma y como disimulando una Me pidieron que tocara el piano. Al volver a la sala la viuda de los ojos
idea romántica. El pudor y el placer la hicieron enrojecer. Aquel encanto fue ahumados estaba con la cabeza baja y recibía en el oído lo que la hermana le decía
interrumpido por el femenino: con insistencia. El piano era pequeño, viejo y desafinado. Yo no sabía qué hacer;
-Sin embargo, cuando es la noche en el bosque, los árboles nos asaltan por pero apenas empecé a probarlo la viuda de los ojos ahumados soltó el llanto y
todas partes; algunos se inclinan como para dar un paso y echársenos encima; y todos nos callamos. La hermana y la sobrina la llevaron para adentro; y al ratito
todavía nos interrumpen el camino y nos asustan abriendo y cerrando las ramas. vino la sobrina y nos dijo que su tía no quería oír música desde la muerte de su
La sobrina de las viudas no se pudo contener. esposo -se habían amado hasta llegar a la inocencia.
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Los invitados empezaron a irse. Y los que quedamos hablábamos en voz cada -Tengo que hacerle un encargo.
vez más baja a medida que la luz se iba. Nadie encendía las lámparas. Pero no me dijo nada: recostó la cabeza en la pared del zaguán y me tomó la
Yo me iba entre los últimos, tropezando con los muebles, cuando la sobrina me manga del saco.
detuvo:

“PREFIGURACIÓN DE LALO CURA” (2001)


de Roberto Bolaño

Parece mentira, pero yo nací en el barrio de los Empalados. El nombre brilla ochenta. El responsable fue un alemán polifacético, Helmut Bittrich, capaz
como la luna. El nombre, con su cuerno, abre un camino en el sueño y el hombre de ejercer de gerente, director, escenógrafo, músico, relaciones públicas y
camina por ese sendero. Un sendero tembloroso. Siempre crudo. El sendero de ocasional matón de la productora. A veces incluso actuaba. Para estos menesteres
llegada o de salida del infierno. A eso se reduce todo. Acercarse o alejarse del usaba el nombre de Abelardo Bello. Un tipo extraño este Bittrich. Nunca lo vieron
infierno. Yo, por ejemplo, he mandado matar. He hecho los mejores regalos de con el pene erecto. Le gustaba levantar pesas en el gimnasio Salud y Amistad,
cumpleaños. He financiado proyectos faraónicos. He abierto los ojos en la pero no era marica. Sólo sucedía que en el cine nunca se lo metió a nadie. Hombre
oscuridad. Con extrema lentitud abrí los ojos en la oscuridad total y sólo vi o o mujer. Si se toman la molestia lo pueden ver haciendo de mirón, de maestro de
imaginé aquel nombre: barrio de los Empalados, fulgurante como la estrella del escuela o de espía en el seminario, siempre en un discreto segundo plano. Lo que
destino. Naturalmente, os contaré todo. Mi padre fue un cura renegado. No sé si más le gustaba era actuar de doctor. Un doctor alemán, se entiende, aunque la
era colombiano o de qué país. Latinoamericano era. Pobre como las ratas, mayor parte del tiempo ni siquiera abría la boca: era el doctor Silencio. El doctor
apareció una noche por Medellín dando sermones en cantinas y burdeles. Algunos de los ojos azules resguardado detrás de una oportuna cortina de terciopelo.
creyeron que era un agente de los servicios secretos, pero mi madre evitó que lo Bittrich tenía una casa en las afueras, en los lindes del barrio de los Empalados
mataran y se lo llevó a su penthouse en el barrio. Vivieron juntos cuatro meses, con el Gran Baldío. El chalet de las películas. La casa de la soledad que luego se
hasta donde yo sé, y luego mi padre desapareció en el Evangelio. Latinoamérica convirtió en la casa del crimen, en una zona perdida, llena de arboledas y zarzas.
lo llamaba y él siguió deslizándose en las palabras del sacrificio hasta Connie solía llevarme. Me quedaba en el patio jugando con los perros y los
desaparecer, hasta no dejar rastro. Si era sacerdote católico o protestante es algo gansos que el alemán criaba como si fueran sus hijos. Las flores crecían salvajes
que ya no sabré. Sé que estaba solo y que se movía entre las masas afiebrado y sin entre la maleza y los hoyos de los perros. En una mañana cualquiera entraban en
amor, lleno de pasión y vacío de esperanza. Cuando nací me pusieron por nombre la casa de diez a quince personas. Las ventanas cerradas no impedían que oyera
Olegario, pero siempre me han llamado Lalo. A mi padre lo llamaban el Cura y los lamentos que se proferían en el interior. A veces también se reían. A la hora de
así fue como mi madre me inscribió en el registro civil. Todo legal. Olegario comer Connie y Doris instalaban una mesa plegable en el jardín de atrás, bajo un
Cura. Hasta fui bautizado en la fe católica. Mi madre, sin duda, era una soñadora. árbol, y los empleados de la Productora Cinematográfica Olimpo se despachaban
Se llamaba Connie Sánchez y si ustedes fueran menos jóvenes y más viciosos su a gusto con latas de conserva que Bittrich calentaba en un hornillo de gas. La
nombre no les resultaría extraño. Fue una de las estrellas de la Productora gente comía directamente de las latas o en platos de cartón. Una vez entré en la
Cinematográfica Olimpo. Las otras dos estrellas eran Doris Sánchez, la hermana cocina, para ayudar, y al abrir las estanterías sólo encontré enemas, cientos de
menor de mi madre, y Mónica Farr, nacida Leticia Medina, natural de enemas alineados como para una parada militar. Todo en la cocina era falso. No
Valparaíso. Tres buenas amigas. La Productora Cinematográfica Olimpo se había platos de verdad, ni cubiertos de verdad, ni ollas de verdad. Así es el cine,
dedicaba a las películas pornográficas y aunque el negocio era semiilegal y el me dijo Bittrich mirándome con aquellos ojos azules que entonces me asustaban y
ambiente francamente hostil la empresa no se hundió hasta mediados los que ahora sólo me producen lástima. La cocina era falsa. Todo en la casa era falso.
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¿Quién duerme aquí por la noche? En ocasiones el tío Helmut, contestaba Connie. hueco, deambulando por la ciudad enganchadas a un único walkman, algo propio
El tío Helmut duerme aquí para cuidar a los perros y a los gansos y seguir de bailarinas, cada día más delgadas y más íntimas. Coristas, vicetiples. Buscando
trabajando. Trabajando en el montaje de sus películas artesanales. Artesanales, a Bob Fosse. En una fiesta en casa de unos colombianos encontraron a Bittrich,
pero el negocio jamás se detenía: las películas iban destinadas a Alemania, de paso por Nueva York con un lote de su mercancía. Hablaron hasta que
Holanda, Suiza. Algunas quedaban en Latinoamérica y otras se vendían en amaneció. Nada de cama, sólo música y palabras. Esa noche echaron a rodar los
Estados Unidos, pero la mayoría partían para Europa, que era donde Bittrich tenía dados por la Séptima Avenida, el artista prusiano y las putas latinoamericanas. Ya
los clientes. Tal vez por eso una voz en off, la voz del alemán, narraba en su no había nada que hacer. Cuando sueño, en algunas pesadillas, vuelvo a verme
idioma los cuadros representados. Como un cuaderno de viajes para sonámbulos. reposando en el limbo y entonces oigo, al principio lejano, el golpe de los dados
Y la fijación por la leche materna, otra característica europea. Cuando yo estaba en el pavimento. Abro los ojos y grito. Algo cambió para siempre aquella
dentro de Connie ésta siguió trabajando. Y Bittrich filmó películas de leche madrugada. Se estableció, como la peste, el vínculo de la amistad. Después
materna. Las del tipo Milch y Pregnant Fantasies, dedicadas al mercado de los Connie y Mónica Farr consiguieron un contrato para actuar en Panamá, en donde
hombres que creían o a quienes les gustaba creer que las mujeres embarazadas las esquilmaron a conciencia. El alemán les pagó el billete para Medellín, la tierra
tienen leche. Connie, con una barriga de ocho meses, se apretaba los pechos y la de Connie y un lugar tan bueno como cualquier otro para Mónica. Hay unas fotos
leche fluía como lava. Se inclinaba sobre el Pajarito Gómez o sobre Sansón que las muestran en la escalerilla del avión: las tomó Doris, la única persona que
Fernández o sobre ambos y les dejaba ir un chisguetazo de leche. Trucos del las esperaba en el aeropuerto. Connie y Mónica llevan lentes negros y pantalones
alemán, Connie nunca tuvo leche. Un poco sí, unos quince días, tal vez veinte, lo ajustados. No son muy altas, pero están bien proporcionadas. El sol de Medellín
suficiente para que yo la probara. Pero nada más. En realidad las películas eran alarga sus sombras por la pista vacía de aviones, salvo uno, en el fondo, a medio
del tipo Pregnant Fantasies y no del tipo Milch. Ahí está Connie: gorda, rubia, y salir de un hangar. No hay nubes en el cielo. Connie y Mónica enseñan los
yo dentro, hecho un ovillo, mientras ella ríe y unta con vaselina el culo del dientes. Beben coca-cola junto a la parada de taxis y fingen poses turbulentas.
Pajarito Gómez. Sus movimientos ya son los movimientos delicados y seguros de Turbulencias aéreas y turbulencias terrenas. Con sus gestos dan a entender que
una madre. Abandonada por el imbécil de mi padre, ahí está Connie, con Doris y llegan directamente de Nueva York, aureoladas por el misterio. Luego Doris,
Mónica Farr, sonriéndose intermitentemente, intercambiando muecas y gestos jovencísima, aparece junto a ellas. Las tres abrazadas mientras un galante
imperceptibles o secretos mientras el Pajarito mira como hipnotizado la barriga desconocido toma la foto, apoyadas en el guardabarros del taxi y observadas,
de Connie. El misterio de la vida en Latinoamérica. Como un pajarito delante desde el interior, por un taxista tan viejo y gastado que cuesta creer que sea real.
de una serpiente. La Fuerza está conmigo, me dije, la primera vez que vi la Así empiezan las singladuras más llenas de pasión. Un mes después ya están
película, a los diecinueve años, llorando a moco tendido, haciendo rechinar los filmando la primera película: Hecatombe. Mientras el mundo se convulsiona el
dientes, pellizcándome las sienes, la Fuerza está conmigo. Todos los sueños son alemán filma Hecatombe. Una película sobre las convulsiones del espíritu. Desde
reales. Hubiera querido creer que las vergas que penetraron a mi madre se la cárcel un santo recuerda las noches de plenitud y jodienda. Connie y Mónica lo
encontraron al final del sendero con mis ojos. Soñé con ello a menudo: mis ojos hacen con cuatro tipos con pinta de sombras. Doris y el ganso más grande de
cerrados y translúcidos en la sopa negra de la vida. ¿De la vida? No: de los Bittrich pasean por la ribera de un río de poco caudal. La noche está inusualmente
negocios que remedan la vida. Mis ojos en cruz, como la serpiente que hipnotiza estrellada. Al amanecer Doris encuentra al Pajarito Gómez y se ponen a hacer el
al pajarito. Ya saben, tonterías de joven en el cine. Todo falso, como decía amor en la parte trasera de la casa de Bittrich. Hay un gran revoloteo de gansos.
Bittrich. Y tenía razón, como casi siempre. Por eso las chicas lo adoraban. Les Connie y Mónica aplauden asomadas a una ventana. La verga de chicharrón del
resultaba grato tener al alemán cerca de ellas, una voz amiga dispuesta para el santo resplandece de semen. Fin. Los títulos de crédito aparecen sobre la imagen
consuelo o el consejo. Las chicas: Connie, Doris y Mónica. Tres buenas amigas de un policía durmiendo. El humor de Bittrich. Películas celebradas por
perdidas en la noche de los tiempos. Connie intentó hacer carrera en Broadway. narcotraficantes y hombres de negocios. Los tipos simples como los pistoleros o
Me parece que nunca, ni en los peores años, rechazó la posibilidad de ser feliz. los recaderos no las entendían, ellos de buena gana se hubieran cargado al alemán.
Allí, en Nueva York, conoció a Mónica Farr y compartieron miserias e ilusiones. Otra película: Kundalini. El velorio de un ganadero. Mientras los deudos lloran y
Fueron camareras, vendieron sangre, hicieron de putas. Siempre buscando el beben café con aguardiente Connie entra en una habitación oscura llena de arreos
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de campo. De un ropero gigantesco surgen dos tipos disfrazados de toro y de películas, decía, para conseguir un toque local, pero en realidad los apreciaba
cóndor respectivamente. Sin preámbulos fuerzan a Connie por las dos entradas. porque sí. Toda la gama de ruidos que produce la lluvia en la selva. El tañido del
Los labios de Connie se curvan dibujando una letra. Mónica y Doris se meten viento y del mar, acompasados o desacompasados. Sonidos para sentirse solo y
mano en la cocina. Luego se ven establos atestados de ganado y un hombre que se para erizar los pelos. Su joya era el rugido de un huracán. Lo escuché siendo
aproxima trabajosamente, apartando vacas. Es el Pajarito Gómez. Nunca llega: la niño. Los actores tomaban café debajo de un árbol y Bittrich manipulaba una
escena siguiente lo muestra tendido en el barro, entre los mojones y las patas de enorme grabadora alemana, distanciado de los demás y ungido por la palidez que
los animales. Mónica y Doris hacen un 69 negro en una gran cama blanca. El le daba el exceso de trabajo. Ahora vas a escuchar al huracán desde dentro, me
ganadero muerto abre los ojos. Se incorpora y sale del ataúd ante el horror y la dijo. Al principio no oí nada. Creo que esperaba un estruendo de los mil
estupefacción de familiares y amigos. Cubierta por el toro y por el cóndor, Connie demonios, algo que dañara los tímpanos, por lo que me sentí decepcionado al
pronuncia la palabra Kundalini. Las vacas huyen de los establos y los títulos de escuchar tan sólo una especie de remolino intermitente. Rasgado e intermitente.
crédito aparecen sobre el cuerpo abandonado del Pajarito Gómez que poco a poco Como una hélice de carne. Y luego oí voces, pero no era el huracán, claro, sino
se va oscureciendo. Otra película: Impluvio. Dos mendigos verdaderos arrastran los pilotos del avión que pasaba junto a él. Voces duras hablando en español y en
sendos sacos por una calle de tierra. Llegan al patio trasero de la casa de Bittrich. inglés. Bittrich, mientras escuchaba, sonreía. Y luego oí otra vez el huracán y esta
Encadenada de modo que sólo pueda permanecer de pie encontramos a vez lo oí de verdad. El vacío. Un puente vertical y vacío, vacío, vacío. Nunca
Mónica Farr completamente desnuda. Los mendigos vacían los sacos: una olvidaré aquella sonrisa de Bittrich. Era como si estuviera llorando. ¿Esto
nutrida colección de instrumentos sexuales de acero y cuero. Los mendigos se es todo?, pregunté sin querer reconocer que ya había tenido bastante. Eso es
colocan máscaras con protuberancias fálicas y arrodillados delante y detrás de todo, dijo Bittrich abstraído en la cinta que giraba silenciosa. Luego detuvo la
Mónica la penetran con cabezazos que resultan por lo menos ambiguos, uno no grabadora, la cerró con mucho cuidado y volvió con los demás al interior de la
sabe si están excitados o si las máscaras los ahogan. Acostado en un catre militar, casa, a seguir trabajando. Otra película: Barquero. Por las ruinas uno podría creer
el Pajarito Gómez fuma. En otro catre el conscripto Sansón Fernández se hace una que se trata de la vida en Latinoamérica después de la Tercera Guerra Mundial.
paja. La cámara recorre lentamente el rostro de Mónica: está llorando. Los Las chicas recorren basureros y caminos despoblados. Luego se ve un río de
mendigos se alejan arrastrando sus sacos por una miserable calle sin asfaltar. Aún cauce ancho y aguas tranquilas. El Pajarito Gómez y otros dos tipos juegan a las
encadenada, Mónica cierra los ojos y parece dormirse. Sueña con las máscaras, cartas iluminados por una vela. Las chicas llegan a una fonda en donde los
las narices de látex, los pellejos viejos que apenas contienen el aire que respiran, hombres van armados. Sucesivamente hacen el amor con todos. Desde los
tan animosos, sin embargo, en su cometido. Pellejos sobrenaturales vaciados de matorrales contemplan el río y unas maderas atadas torpemente. El Pajarito
todo lo esencial. Luego Mónica se viste, camina por el centro de Medellín, es Gómez es el barquero, al menos todos lo llaman de esa manera, pero no se mueve
invitada a una orgía en donde encuentra a Connie y a Doris, se besan y sonríen, se de la mesa. Sus cartas son las mejores. Los maleantes comentan acerca de lo bien
cuentan sus cosas. El Pajarito Gómez, con el uniforme de camuflaje a medio que juega. Qué bien juega el barquero. Qué suerte tiene el barquero. Poco a poco
poner, se ha quedado dormido. Antes de que anochezca, cuando la orgía ha comienzan a escasear los víveres. El cocinero y el pinche de cocina martirizan a
terminado, el dueño de la casa quiere enseñarles su posesión más preciada. Las Doris, la penetran con los mangos de enormes cuchillos de carnicero. El hambre
chicas siguen a su anfitrión hasta un jardín cubierto por un armazón de metal y se enseñorea de la fonda: algunos no se levantan de la cama, otros deambulan por
cristales. El dedo enjoyado del tipo indica algo en un extremo. Las chicas los matorrales buscando comida. Mientras los hombres van cayendo enfermos las
contemplan una pileta de cemento con forma de ataúd. Al asomarse ven sus chicas escriben como posesas en sus diarios. Pictogramas desesperados. Se
rostros dibujados en el agua. Entonces cae el crepúsculo y los mendigos se superponen las imágenes del río y las imágenes de una orgía que nunca termina.
internan por una zona de grandes naves industriales. La música, una conga de El final es previsible. Los hombres disfrazan a las mujeres de gallinas y después
timbaleros, sube de volumen, se hace más siniestra y premonitoria, hasta que de pasarlas por el aro se las comen en medio de un banquete nimbado de plumas.
finalmente estalla la tormenta. A Bittrich le encantaba ese tipo de efectos sonoros. Se ven los huesos de Connie, Mónica y Doris en el patio de la fonda. El Pajarito
Los truenos en las montañas, el sonido del rayo, los árboles que caen fulminados, Gómez juega otra mano de póquer. Tiene la suerte apretada como un guante. La
la lluvia sobre los cristales. Los coleccionaba en cintas de alta calidad. Para sus cámara se coloca detrás de él y el espectador puede ver qué cartas lleva. Los
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naipes están en blanco. Sobre los cadáveres de todos ellos aparecen los títulos de La tristeza de las vergas Bittrich la entendió mejor que nadie. Quiero decir: la
crédito. Tres segundos antes del final el río cambia de color, se tiñe de negro tristeza de esas pollas monumentales en la vastedad y desolación de este
azabache. Película profunda como pocas, solía recordar Doris, de esa vil manera continente. Ahí tienen a Óscar Guillermo Montes en la escena de una película que
acabamos las artistas de cine porno, devoradas por fulanos insensibles después de ya he olvidado: el actor está desnudo de cintura para abajo, el pene le cuelga
ser usadas sin descanso ni piedad. Parece que Bittrich hizo esa película para fláccido y goteante. El pene es oscuro y arrugado y las gotas son de leche
competir con las cintas de porno caníbal que empezaron a causar sensación en brillante. Detrás del actor se abre el paisaje: montañas, cañadas, ríos, bosques,
aquella época. Pero a poco que uno la vea con algo de atención se dará cuenta de cordilleras, cúmulos de nubes, tal vez una ciudad y un volcán y un
que lo importante es el Pajarito Gómez sentado en la timba. El Pajarito Gómez, desierto. Óscar Guillermo Montes está subido en un promontorio y un vientecillo
que sabía vibrar desde dentro hasta empotrarse en los ojos del espectador. Un gran helado le acaricia un mechón de pelo. Eso es todo. Parece un poema de Tablada,
actor desperdiciado por la vida, por nuestra vida, amiguitos. Pero ahí están las ¿verdad?, pero ustedes nunca oyeron hablar de Tablada. Tampoco Bittrich, en
películas del alemán, todavía impolutas. Y ahí está el Pajarito Gómez sosteniendo realidad no importa, ahí está la película, debo de tener el vídeo por alguna parte,
esas cartas llenas de polvo, con las manos y el cuello sucios, los párpados ahí está la soledad a la que me refería. El paisaje imposible y el cuerpo imposible.
eternamente caídos y vibrando sin tomarse un respiro. El Pajarito Gómez, un caso ¿Qué pretendió Bittrich al filmar esa secuencia? Justificar la amnesia, nuestra
paradigmático en el porno de los ochenta. Ni la tenía grande, ni era culturista, ni amnesia? ¿Hacer el retrato de los ojos cansados de Óscar Guillermo? ¿Enseñarnos
gustaba a los consumidores potenciales de esa clase de películas. Se parecía a simplemente un pene sin circuncidar goteando en la vastedad del continente?
Walter Abel. Un aficionado que Bittrich sacó del arroyo para ponerlo delante de ¿Una sensación de grandeza inútil, de muchachos guapos y sin
una cámara: el resto era tan natural que parecía mentira. El Pajarito vibraba, escrúpulos destinados al sacrificio: desaparecer en la vastedad del caos?
vibraba y de repente, dependiendo de la resistencia del espectador, éste Quién sabe. Sólo el aficionado Pajarito Gómez, cuyos atributos con
quedaba atravesado por la energía de aquel trocito de hombre de apariencia
tan endeble. Tan poquita cosa, tan mal alimentado. Tan extrañamente victorioso.
mucho trabajo alcanzaban los 18 centímetros, era inaprehensible. El
El actor porno por excelencia del ciclo de películas colombianas de Bittrich. El alemán flirteaba con la muerte, ¡no le importaba un carajo la muerte!,
que mejor daba la talla de muerto y el que mejor daba la talla de ausente. También flirteaba con la soledad y con los agujeros negros, pero con el Pajarito
fue el único que sobrevivió del elenco del alemán: en 1999 sólo quedaba con vida nunca quiso ni pudo. Inasible, ingobernable, el Pajarito entraba en el
el Pajarito Gómez, los demás habían sido asesinados o se los había llevado por ojo de la cámara por casualidad, como si pasara por allí y se hubiera
delante la enfermedad. Sansón Fernández, muerto de sida. Praxíteles Barrionuevo, detenido a mirar. Entonces se ponía a vibrar, sin dosificarse, y los
muerto en el Hoyo de Bogotá. Ernesto San Román, muerto a navajazos en la espectadores, ya fueran pajeros solitarios u hombres de negocios que
sauna Arearea de Medellín. Alvarito Fuentes, muerto de sida en la prisión de
Cartago. Todos jóvenes y con la picha superior. Frank Moreno, muerto a balazos
ponían el vídeo por vicio, sin apenas echarle más que un par de
en Panamá. Óscar Guillermo Montes, muerto a balazos en Puerto Berrío. David miradas, eran atravesados por los humores de aquella cosita. ¡Licor
Salazar, llamado el Oso Hormiguero, muerto a balazos en Palmira. Caídos en prostático eran las emanaciones del Pajarito Gómez! Y eso era algo
ajustes de cuentas o en reyertas fortuitas. Evelio Latapia, colgado en un cuarto de distinto que no cabía en las elucubraciones del alemán. Bittrich
hotel en Popayán. Carlos José Santelices, apuñalado por desconocidos en un lo sabía y generalmente cuando aparecía el Pajarito no había efectos
callejón de Maracaibo. Reinaldo Hermosilla, desaparecido en El Progreso, adicionales, ni música ni sonidos de ninguna especie, nada que
Honduras. Dionisio Aurelio Pérez, muerto a balazos en una pulquería de distrajera la atención del espectador de lo verdaderamente importante:
México Distrito Federal. Maximiliano Moret, muerto ahogado en el río Marañen.
el Pajarito Gómez hierático, chupado o chupador, cogedor o cogido,
Vergas de 25 y 30 centímetros, a veces tan grandes que no se podían levantar.
Jóvenes mestizos, negros, blancos, indios, hijos de Latinoamérica cuya única pero siempre, como quien no quiere la cosa, vibrando. A los protectores
riqueza era un par de huevos y un pene cuarteado por las intemperies o del alemán les desagradaba profundamente esta capacidad, ellos
milagrosamente rosado quién sabe por qué extraños vericuetos de la naturaleza. hubieran preferido que el Pajarito trabajara en el Mercado Central
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descargando camiones, que fuera usado sin límite y que luego especial. Todas, por motivos laborales, se lo pasaron por la piedra y en
desapareciera. Y sin embargo no hubieran sabido explicar qué era lo todas el Pajarito dejó un regusto extraño, algo que no se sabía muy bien
que no les gustaba de él, sólo intuían vagamente que era un tipo capaz qué era y que invitaba a repetir. Supongo que estar con el Pajarito era
de atraer la mala suerte y causar desazón en los corazones. A veces, como estar en ninguna parte. Doris incluso llegó a vivir un tiempo con
cuando recuerdo mi infancia, pienso en lo que Bittrich debió de sentir él, pero la cosa no resultó. Doris y el Pajarito: seis meses entre el hotel
por sus protectores. A los narcotraficantes los respetaba, al fin y al cabo Aurora, que era donde vivía él, y el apartamento en la Avenida de los
eran los del dinero y Bittrich, como buen europeo, respetaba el dinero, Libertadores. Demasiado bonito para que durara, ya saben, los espíritus
un punto de referencia en medio del caos. Pero los militares y policías singulares no soportan tanto amor, tanta perfección encontrada por
corruptos, qué debió pensar de ellos, él, que era alemán y que leía libros casualidad. Si Doris no hubiera tenido ese cuerpo y además hubiera
de historia. Qué caricaturescos debieron de parecerle, cómo debió de sido muda, y si el Pajarito jamás hubiera vibrado. Durante la
reírse de ellos, por las noches, después de alguna reunión agitada. filmación de Cocaína, una de las peores películas de Bittrich, el
Monos con uniformes de las SS, ni más ni menos. Y Bittrich, solo en su asunto terminó de romperse. De todas maneras siguieron siendo amigos
casa, rodeado de sus vídeos y de sus sonidos tremendos, cuánto debió hasta el final. Muchos años después, cuando ya todos estaban muertos,
de reírse. Y eran esos monos, con su sexto sentido, los que querían busqué al Pajarito. Vivía en un apartamento minúsculo, de una sola
sacar al Pajarito del negocio. Esos monos patéticos e infames los que se habitación, en una calle que daba al mar, en Buenaventura. Trabajaba
atrevían a sugerirle a él, un cineasta alemán en el exilio permanente, a de camarero en el restaurante de un policía jubilado, La Tinta del Pulpo,
quién debía y a quién no debía contratar. Imaginaos a Bittrich después el lugar ideal para alguien que temiera ser descubierto. De la casa al
de una de esas reuniones: en la casa oscura del barrio de los Empalados, trabajo y del trabajo a casa, con una breve escala en una tienda de
cuando ya todos se han marchado excepto él, que bebe ron y fuma vídeos donde solía alquilar una o dos películas cada día. Películas de
Delicados mexicanos en la habitación más grande, la que le sirve de Walt Disney y el viejo cine colombiano, venezolano y mexicano. Todos
estudio y de dormitorio. En la mesa hay vasos de papel con restos de los días puntual como un reloj. De su apartamento sin ascensor a La
whisky. Sobre la tele dos o tres vídeos, las últimas producciones de la Tinta del Pulpo y de allí, entrada la noche, a su apartamento, con las
Productora Cinematográfica Olimpo. Agendas y hojas arrancadas, películas bajo el brazo. Nunca llevaba comida, sólo películas. Y las
rellenas de números, sueldos, coimas, bonificaciones. Dinero de alquilaba indistintamente al ir o al volver, en la misma tienda, un
bolsillo. Y en el aire las palabras del comisario de policía, del teniente tugurio de tres metros por tres que permanecía abierto dieciocho horas
de aviación, del coronel del Servicio de Inteligencia Militar: queremos al día. Lo busqué por capricho, porque me dio la venada. Lo busqué y
lejos a ese pájaro de mal agüero. A la gente le revuelve el estómago lo encontré en 1999, fue fácil, no tardé más de una semana. El
verlo en nuestras películas. Es de mal gusto tener a esa babosa Pajarito tenía entonces cuarentainueve años y aparentaba diez más. No
jodiéndose a las chicas. Pero Bittrich los dejaba hablar, los estudiaba en se sorprendió al llegar a casa y encontrarme sentado en la cama. Le dije
silencio y luego hacía lo que le venía en gana. Total, sólo era cine quién era, le recordé las películas que había hecho con mi madre y con
porno, nada verdaderamente rentable. Así fue como el Pajarito se quedó mi tía. El Pajarito cogió una silla y al sentarse se le cayeron los vídeos.
con nosotros aunque a los capitalistas de la productora les resultara Has venido a matarme, Lalito, dijo. Una película era de Ignacio López
inquietante su presencia. El Pajarito Gómez. Un tipo callado y no muy Tarso y la otra de Matt Dillon, dos de sus actores favoritos. Le recordé
cariñoso al que las chicas, sin que se sepa por qué, le tomaron un afecto los viejos tiempos de Pregnant Fantasies. Los dos sonreímos. Vi tu
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pichula transparente como gusano, porque tenía los ojos abiertos, ya quebrantaba, malograba, abrigaba, ponía bufandas y sonrisas
sabes, vigilando tu ojo de cristal. El Pajarito asintió con la cabeza y perennes, archivaba, vomitaba. Quemaba. Pero al Pajarito no lo
luego se sorbió los mocos. Siempre fuiste un niño listo, dijo, también quemé, sólo quería verlo y platicar un rato con él. Sentir su tictac y
fuiste un feto listo, con los ojos abiertos, por qué no. Te vi, eso es lo recordar mi pasado. Gracias, Lalito, dijo, y luego se levantó y llenó una
importante, dije. Allí dentro eras rosado al principio pero luego te palangana con el agua de una garrafa. Con movimientos exactos,
volviste transparente y te cagaste de asombro, Pajarito. Entonces no artísticos y resignados, se lavó las manos y la cara. Cuando yo era niño,
tenías miedo, te movías con tanta rapidez que sólo los animales Connie, Mónica, Doris, Bittrich, el Pajarito, Sansón Fernández, todos
pequeños y los fetos podían verte. Sólo las cucarachas, las liendres, las me llamaban así: Lalito. Lalito Cura jugando con los gansos y los
ladillas y los fetos. El Pajarito miraba el suelo. Lo oí susurrar: etcétera, perros en el jardín de la casa del crimen, que para mí era la casa del
etcétera. Luego dijo: nunca me gustó esa clase de películas, una o dos aburrimiento y a veces del asombro y la felicidad. Ahora no hay tiempo
está bien, pero tantas es un crimen. Hasta donde cabe soy una persona para aburrirse, la felicidad desapareció en algún lugar de la tierra y sólo
normal. Por Doris tuve un cariño sincero, tu madre siempre encontró un queda el asombro. Un asombro constante, hecho de cadáveres y de
amigo en mí, cuando eras pequeño nunca te hice daño. ¿Lo recuerdas? personas comunes y corrientes como el Pajarito, que me daba las
No fui yo el promotor del negocio, nunca traicioné a nadie, nunca maté gracias. Nunca pensé en matarte, dije, conservo todas tus películas, no
a nadie. Trafiqué un poco y robé un poco, como todos, pero ya ves, no las veo muy a menudo, lo reconozco, sólo en momentos especiales,
pude jubilarme bien. Luego recogió las películas del suelo, puso en el pero las guardo con cuidado. Soy un coleccionista de tu pasado
vídeo la de López Tarso y mientras pasaban las imágenes sin sonido se cinematográfico, le dije. El Pajarito volvió a sentarse. Ya no vibraba: de
echó a llorar. No llores, Pajarito, le dije, no vale la pena. Ya no vibraba. reojo miraba la película de López Tarso y en su reposo se traslucía la
O tal vez todavía vibrara un poquito y yo sentado en la cama recogí paciencia de las rocas. Eran las dos de la mañana según el
esos restos de energía con la voracidad de un náufrago. Es difícil vibrar despertador de la cama. La noche anterior había soñado que
en un apartamento tan reducido, con ese olor a caldo de gallina que se encontraba al Pajarito desnudo y que mientras lo montaba le gritaba al
colaba por todos los resquicios. Es difícil percibir una vibración si oído palabras ininteligibles acerca de un tesoro escondido. O acerca de
tienes los ojos fijos en Ignacio López Tarso gesticulando mudo. Los una ciudad subterránea. O acerca de un difunto envuelto en papeles que
ojos de López Tarso en blanco y negro: ¿cómo se podía fundir tanta resistían la podredumbre y el paso del tiempo. Pero ni siquiera puse mi
inocencia y tanta malicia? Un buen actor, señalé, por decir algo. Un mano en su hombro. Te dejaré dinero, Pajarito, para que vivas sin
padre de la patria, corroboró el Pajarito. Tenía razón. Luego susurró: trabajar. Te compraré lo que quieras. Te llevaré a un lugar tranquilo
etcétera, etcétera. Pinche Pajarito jodido. Durante mucho rato donde puedas dedicarte a contemplar a tus actores favoritos. En el
permanecimos en silencio: López Tarso se deslizó por su argumento barrio de los Empalados no hubo nadie como tú, dije. Paciencia de
como un pez en el interior de una ballena, las imágenes de Connie, piedra, Ignacio López Tarso y el Pajarito Gómez me miraron. Los dos
Mónica y Doris brillaron unos segundos en mi cabeza y la vibración con una mudez enloquecida. Con los ojos llenos de humanidad y de
del Pajarito se hizo imperceptible. No he venido a liquidarte, le dije miedo y de fetos perdidos en la vastedad de la memoria. Fetos y otros
finalmente. En aquella época, cuando aún era joven, me costaba seres pequeños con los ojos abiertos. Amiguitos, por un instante tuve la
emplear la palabra matar. Nunca mataba: daba el billete, borraba, sensación de que el apartamento entero se ponía a vibrar. Luego me
hundía, desintegraba, hacía puré, desmenuzaba, dormía, pacificaba, levanté con mucho cuidado y me marché.

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