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Según Cameron y Neal (1990), los factores productivos en una economía son de gran importancia

para el crecimiento económico. En algunos modelos clásicos, como el modelo de Solow, por
ejemplo, se muestra cómo factores tales como la fuerza laboral y el capital físico tienen incidencia
directa sobre el tamaño económico de una nación; así, cuanta más cantidad de trabajadores y de
maquinaria exista, mayor será la capacidad productiva de un país. No obstante, estos dos autores,
en su libro Historia económica mundial. Desde el paleolítico hasta el Presente, cuestionan tales ideas
clásicas. La razón principal para ello es que dichos modelos dejan de lado el papel de las
instituciones: las aceptan como condiciones exógenas que nunca varían y que, por lo tanto, no
tienen mucha influencia en el proceso productivo.

Estos autores coinciden con la posición que Acemoglu y Robinson adoptan en Por qué fracasan los
países. Tanto para los primeros como para los segundos, las instituciones adquieren vital
importancia en el desarrollo y crecimiento económico. Cameron y Neal afirman que “[…] los cambios
tecnológicos e institucionales son la fuente de cambio más dinámica de toda la economía. Son, por
tanto, el manantial más profundo de desarrollo económico” (p. 31). Por su parte, Acemoglu y
Robinson aseguran que “El éxito económico de los países difiere debido a las diferencias entre sus
instituciones, a las reglas que influyen en cómo funciona la economía […]” (p. 95). Para ambas
partes, las instituciones son la base del crecimiento económico: buenas instituciones lo facilitan,
mientras que malas instituciones lo obstaculizan.

Según Acemoglu y Robinson, instituciones inclusivas permiten que las personas exploten mucho
mejor sus propias habilidades, participando en actividades económicas que propician tal fin y
evitando una pérdida de eficiencia en la sociedad. Así, algunas decisiones económicas tomadas por
las instituciones, tales como los derechos de propiedad, un sistema jurídico imparcial, y un buen
acceso a servicios públicos sirven de incentivo para que el individuo se esfuerce más en busca de
mejores condiciones económicas y una mejor calidad de vida. Si se tienen libertades económicas y
una mejor calidad de vida, entonces se genera innovación y, por lo tanto, mayor productividad
económica. Por el contrario, Acemoglu afirma que en sociedades que adoptan instituciones
económicas extractivas, la posibilidad de innovar se sustrae casi hasta la nulidad, el individuo deja
de esforzarse, y queda inhibido el avance tecnológico.

En consecuencia, la adopción de instituciones económicas inclusivas (que por lo general deben ir


acompañadas de instituciones políticas inclusivas) puede causar, sobre la visión de Cameron y Neal,
cambios estructurales económicos sustanciales: las personas dejarán de trabajar en lo que les toca
y se dedicarán a trabajar en actividades donde pueden sacar más provecho a su talento, se
desplazarán hacia el sector donde los precios relativos son más altos, pues es en éstos donde se
consiguen mayores beneficios, según Cameron y Neal, y en la búsqueda de dichos beneficios se
producirá mayor innovación (y por lo tanto tecnologías, que son una consecuencia directa).

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