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Ortega Julio. El nuevo cuento latinoamericano. In: América : Cahiers du CRICCAL, n°18 tome 1, 1997. Les Formes brèves de
l'expression culturelle en Amérique Latine de 1850 à nos jours : Conte, nouvelle. pp. 69-75;
doi : https://doi.org/10.3406/ameri.1997.1243
https://www.persee.fr/doc/ameri_0982-9237_1997_num_18_1_1243
ber ganado en los cuentos de Borges, por ejemplo. Hoy la fabula esta en el
discurrir del sujeto, no siempre capaz de descifrar sus acciones, zozobran-
do entre un argumento ligado y un dicurso asociativo, reconstruyendo el
trazado de la historia que lo narra entre fragmentos y extravîos, como
ocurre en los relatos, tan distintos, de Inès Arredondo y de Salvador Gar-
mendia. El cuento se inserta en ese « entre », esta en esa entretela, entrete-
lones, del escenario de lo escrito.
El cuento latinoamericano, gracias a su desbasamiento genérico,
posée la extraordinaria capacidad de cifrar la trama compleja de la actual i-
dad : el desplazamiento del sujeto en la sinrazôn histôrica. Carlos Fuentes,
desde su primer libro, Los dias enmascarados (1954), empezô una suerte
de biografia de lo nuevo al hacer del cuento el lugar de una lectura (de la
espesura discursiva de la identidad mexicana, en ese libro) y al situar la ex-
periencia moderna como la zozobra de la interpretaciôn. En su brève trans-
gresiôn, el cuento es la fractura de un côdigo : de modo diferido, y por
implicaciôn, el sujeto de la in-certidumbre exhibe, encarna o desnuda el
sinsentido del côdigo, su convencionalidad ; y, por ello, la imposibilidad
de sostener sobre la codificaciôn social o histôrica el consenso o la certi-
dumbre. De alli la persuaciôn crîtica de estos cuentos que deshacen la apa-
riencia de atadura social, por ejemplo en la magnifica cuentistica de Julio
Ramôn Ribeyro. Y de alli también el margen de sobrevivencia pasional
que abren, aûn con el lenguaje de la crisis o las tribulaciones de la critica,
los cuentos de Luisa Valenzuela y José Emilio Pacheco. Entre los mas
recientes reaparece un arte lacônico de lo entredicho, tanto como un diseno
grotesco, que comunican al cuento un propôsito analitico, cômico y a veces
funambulesco, como ocurre en la brillante cuentistica de Roberto Fog will y
las exploraciones obsesivas de Hector Libertella. Esa actitud antidramâtica
contrasta con la elocuencia casual de la estética del ideolecto urbano, que
fue comûn a comienzos de los 70, y que se disolviô en los limites reduci-
dos de su proyecto coloquialista y testimonial tôpico. Ahora, el placer de
contar se da como la resoluciôn del dolor de revelar ; aquel culmina en
este, o este se réfugia en aquel. Son opciones de la estrategia discursiva del
relato, hecha de apelaciones a un lector saturado de novelas meramente
exitosas, convertidas en literatura de concurso y supermarket, y requerido
de un intercambio mas cierto y pertinente. El cuento, felizmente, es una
forma que se disuelve en la lectura con su quimica instantânea, y que a
veces persévéra en ese deslumbramiento. No en vano el nuevo cuento
recobra de la tradiciôn narrativa su sesgo de pertenencia, esa poderosa
insertion en la cultura regional o nacional, que le provee de su certeza ; de
allï, de esa apelaciôn a la cultura, provienen el humor que sutura, la co-
municaciôn que identifica, el sentido de un consenso previo a los desastres,
que es un saber comûn, una suerte de narrador colectivo y omnisciente,
que narra y nos narra en su memoria hecha de ejemplos, tolerancia y espe-
ranza. De allï también los nuevos valores de la cultura popular, esa réserva
atavica e inmediata, tradicional y a la vez moderna ; una cultura que se re-
nueva en su propia modernidad callejera. Si bien esta cultura popular y
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urbana puede ser manipulada por las distorsiones del consumo, el mercado
y el neo-colonialismo desnacionalizador, que padecemos en estos anos de
una democracia definida como mercado ; su energia, capacidad de vida y
sobrevida, muestran los signos de su salud posible, como ocurre en la nar-
rativa de Puerto Rico. En contra de la nociôn colonialista de que somos
una cultura de la violencia, no pocos de estos cuentos prueban que, mas
bien, la cultura es lo ûnico que nos permite procesar la violencia, humani-
zando con la comunicaciôn el espacio desnaturalizado por toda suerte de
dominaciones. Y en contra de la idea etnocéntrica de que el autoritarismo
nos es connatural, nuestra narrativa demuestra que el habla horizontal que
nos define es un proceso democratizador abierto, solo interferido por las
estratificaciones sociales, el estado incautado y la homogenizaciôn com-
pulsiva. Es, precisamente, a partir de esta afirmaciôn cultural nativa, que
es una defensa de la identidad plural en que nos transformamos distintiva-
mente, haciendo nuestra propia version de la modemidad ; es a partir de
esta recuperaciôn de la tradiciôn configurante de lo especîfico regional y lo
ex-céntrico latinoamericano, que una lectura politica distinta se abre en la
nueva literatura latinoamericana como la articulaciôn de las diferencias y
pertenencias.
Pues bien, si en Borges el cuento era planteado como paradoja y
acertijo, en Cortâzar y en Rulfo es el mundo el que se ha vuelto paradôji-
co, y el cuento es su instancia reveladora. Si en la tradiciôn del cuento
tueron Henri James y Chejov quienes constataron sobrecodificada estabili-
dad del mundo objetivo y la laberintica forma de la interacciôn social,
Cortâzar y Rulfo nos sugieren que la realidad misma es frâgil, y que la rela-
ciôn social no se decide en los côdigos formales. Y ante el predominio
actual de un relato donde la subjetividad y la objetividad solo se dan en la
interacciôn social, los nuevos escritores latinoamericanos han expandido los
hallazgos de Cortâzar y Rulfo, explorando la dimension cotidiana tanto
como la imaginaria, asi como sus encuentros y desencuentros. Desde Julio
Ramôn Ribeyro y Antonio Benîtez Rojo, el cuento se plantea como la intri-
ga de lo cotidiano y lo excepcional, una disuelta en otro, con sentido crîti-
co ante las fuerzas que mueven al sujeto y con simpatîa por su trânsito an-
tiherôico. Esos heroes acrecentados por el discurso de su tragicomedia pa-
recen los ûltimos habitantes de un mundo en proceso de râpida desapari-
ciôn, también en los cuentos impecables de Luis Loayza y Alejandro Rossi.
Dialogando en distinta medida con Cortâzar y Rulfo, estos narradores,
como también Luis Rafael Sanchez, Edgardo Rodriguez Juliâ, José Balza,
Alfredo Bryce Echenique, José Emilio Pacheco, Eduardo Galeano, se pro-
ponen rehacer todo el camino : levantar en el relato la objetividad en crisis
desde la subjetividad exacerbada de un sujeto despojado de sentido por el
carâcter arbitrario de la relation social dada. Por eso, sus personajes tras-
tocan los côdigos, padecen la confusion de su destino pûblico y su opciôn
privada, pierden el control de su experiencia, y se extravian en el remor-
dimiento, la culpa o el castigo, que son, desde otra perspectiva, el costo de
la conciencia, del saber del cuento.
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vente, desasida, que trabaja con la lôgica reversible del sueno y déjà una
sombra de duda sobre la validez de lo representado, tan poco atado como
el lenguaje. La ultima ironîa de Levrero es mostrarnos un mundo en estado
natural de fabula, solo que no se trata de uno maravilloso sino de uno a
punto del absurdo. Todo esta hecho para ser contado pero no hay un
cuento (o canto) comûn : no hay nada que contar en este cuento sin co-
mienzo ni fin que es escribir (o reescribir) la zozobra del sujeto en los dis-
cursos dados. En esa espesura discursiva, justamente, el relato es un cami-
no hacia fuera del Côdigo, y hacia adelante, hacia el lector que lee una
suerte de conspiraciôn utopista, una comedia de la lectura radicalizada. La
imaginaciôn es la promesa, pero no para dejar la realidad del mundo sino
para rehabilitarlo. En Levrero, lo nuevo del cuento y del contar nos
confirma en la diferencia de la innovaciôn, en ese espacio donde la letra y la
lectura nos reconocen y pertenecen.
Para los ûltimos, se trata de otra intriga : lo mâs fantâstico no esta en
lo puramente imaginario sino que esta en lo mâs inmediato y cotidiano.
Mâs intrigante es lo real, su naturaleza urgente y tangible, que sin embargo
es capaz de abrir en su misma presencia la alucinada trampa de su absurdo,
desastre y grotesco. La rica subjetividad cortazariana se ha exacerbado en
su textura cotidiana, y la carencia que adelgazaba lo objetivo en el relato
rulfiano se ha hecho perversa. Tanto el habla como la representaciôn alu-
den a un espacio disputado, donde la comunicaciôn es la ultima capacidad
humanizadora. De ese lugar del otro, marginal, excepcional, y también
insumiso y poderoso, aqui se trata : lugar minado y recusado, pero capaz
de retrazar desde su orfandad la palabra nueva del insurrecto. Por lo mis-
mo, la exploraciôn del espacio del relato, de su tradiciôn fabularia como de
su textualidad proteica, es emprendida tanto por el ultimo Carlos Fuentes,
libérrimo trastocador de la historia en los relatos de El naranjo (1992),
como por los argentinos Hector Libertella y Cristina Siscar ; los mexicanos
Emiliano Gonzalez, Adolfo Castafiôn y Francisco Hinojosa ; los cubanos
Francisco Lopez Sacha y Rolando Sanchez Mejias.
Asi, en estos tiempos de postmodernidad estética sin modernizaciôn
aleccionadora a la vista, estos narradores hacen del cuento un acto creativo
de extraord inaria capacidad apelativa, porque se inscriben tanto en los
trabajos de la reconstruccion del imaginario comunitario como en la
subversion de los côdigos, valores y modelos hegemônicos, a nombre de lo
nuevo venidero, de esa virtualidad de la lectura mu tu a.
Julio ORTEGA